Mosaico, puzzle o collage son algunas de las muchas analogías, que con diferentes
matices, son utilizadas para explicar que la ciudad es un conjunto formado por
partes. Entre ellas, la palabra collage
remite a la yuxtaposición de materiales diversos, muchas veces sin solución de
continuidad y en ocasiones ensamblados sin orden aparente.
Si hay una ciudad que
puede ejemplificar la noción de collage urbano,
esa es Los Angeles, una ciudad inabarcable que se desparrama por su
territorio fagocitando todo lo que encuentra a su paso.
Los Angeles es una ciudad que desborda cualquier
calificativo. Es un conglomerado de
tramas urbanas diversas y heterogéneas, implantadas sobre un conjunto de topografías de lo más
variado, entre las que se encuentran colinas, llanuras, playas o desiertos. Es
un mosaico étnico de millones de
personas (cuya primera muestra multicultural se produjo en el mismo momento de
su fundación). Cuenta con una extraña delimitación municipal que informa de una
tensa historia de intereses
contrapuestos. Es también una mezcla
de realidades y deseos, ya que Los Angeles se ha instalado en el
inconsciente colectivo como un mito, una fábrica de sueños nacida en aquella
lejana Fiebre del Oro californiano y
potenciada en los últimos tiempos por la poderosa industria cinematográfica.
Los Angeles es una ciudad joven, ya que fue fundada en 1781
y su vitalismo explosivo la ha llevado a reunir en 233 años más de 18 millones
de personas (el Greater Los Angeles
ocupa la segunda posición de EEUU y 13ª
del mundo). En su breve historia, Los Angeles muestra muchas contradicciones,
aunque ha logrado hacer de ello una de sus principales señas de identidad.