Los siete rascacielos estalinistas de Moscú.
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A principios
de la década de 1930, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
sufrió una involución, que fue política
(la democracia fundacional dio paso a la dictadura estalinista) y también
cultural y artística.
La incipiente
vanguardia rusa, que había soñado con crear un nuevo mundo, fue abortada dando
paso a un eclecticismo reaccionario que retornaba a los anacronismos del final
del siglo XIX. En 1931, el concurso para el Palacio
de los Soviets de Moscú marcó el punto de inflexión, ya que su polémico
resultado, premió el monumentalismo historicista y desdeñó las propuestas más
avanzadas. La Segunda Guerra Mundial paralizó su proceso de construcción, pero
una vez finalizada la contienda, Stalin ansiaba mostrar el poderío del régimen
comunista. Por eso, en 1947, puso en marcha la edificación de ocho rascacielos
que celebrarían el octavo centenario de Moscú.
El Palacio no llegaría a construirse nunca pero
sí lo hicieron sus siete hermanas (la
octava no llegó a nacer). Entre 1953 y 1955, en plena Guerra Fría, los rascacielos
estalinistas de Moscú fueron
surgiendo y lo hicieron con diferencias radicales respecto a sus competidores
occidentales, principalmente porque su razón de ser no fue económica, sino
simbólica. Durante décadas, estos edificios, de imagen tan característica,
serían los más altos de Europa.