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Plaza de España de Sevilla y Centro Pompidou de Málaga.
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La polémica
entre sevillanos y malagueños es un tema recurrente en los últimos tiempos. La
disputa de las dos ciudades andaluzas es uno de los ejemplos típicos de
rivalidad urbana surgida cuando las urbes comparten territorio y una de ellas ostenta el poder político
mientras que la otra disfruta del predominio financiero.
La competencia
entre Sevilla y Málaga es
relativamente reciente, planteándose desde que esta última emergió con gran
dinamismo en el siglo XIX y siendo mucho más intensa en las últimas décadas.
Las dos ciudades se encuentran ubicadas en entornos geográficos diferentes, lo
que les proporcionó una evolución histórica dispar que ha conducido a que, en
la actualidad, sus posiciones en el binomio política-economía sean distintas y
alimenten el antagonismo entre ambas. Esta pugna se muestra de muchas maneras,
yendo más allá de las evidencias y de la objetividad de los datos, para incluir
tópicos y descalificaciones desde una hacia la otra. Sin entrar en polémicas,
en el artículo analizamos algunas de las similitudes y divergencias históricas,
geográficas y urbanas entre ellas.
El tamaño, la
jerarquía política o el poderío económico son, quizá, los indicadores más
destacados para determinar la importancia de una ciudad. Y también suelen ser
la base de la confrontación entre ciudades que compiten entre ellas desde
panoramas similares. Hay, desde luego, otros muchos factores, algunos
cuantitativos, pero también cualitativos y subjetivos que pueden ser
determinantes. Incluso hay cuestiones emocionales que hacen que, a pesar de la
contundencia de los datos, los partidarios de una ciudad se aferren a ellas
para justificar su preferencia.
Vamos a
analizar uno de los ejemplos típicos de rivalidad urbana producida cuando las
urbes comparten territorio y una
de ellas ostenta el poder político mientras que la otra disfruta del predominio
financiero.
Esto sucede
entre Sevilla y Málaga, las dos
ciudades principales de Andalucía, la región que ocupa el sur de España. Así lo
dicta la objetividad de las cifras ya que, en la actualidad, Sevilla es la mayor ciudad de la región,
con 693.878 habitantes y con una aglomeración urbana que alcanza los 1,5
millones, mientras que Málaga ocupa el segundo lugar, con 569.130 habitantes y
con un entorno metropolitano que ronda el millón de personas (datos de 2015). Las posiciones se invierten al
considerar los datos económicos ya que, según el Anuario Económico publicado
por La Caixa (edición 2013), Málaga encabezaría la lista
andaluza con un índice de 1.678, sobrepasando a Sevilla que tendría 1.566.
Realmente, la
rivalidad entre ambas no es ancestral ya que la historia trató a las dos
ciudades de manera muy distinta, pero, desde que Málaga emergió en el siglo XIX
con gran dinamismo, la competencia se ha ido acentuando, siendo mucho más
intensa en las últimas décadas. Hoy, Sevilla es la ciudad más poblada y la
capital de la Comunidad Autónoma, lo cual le proporciona una fuerte componente
institucional, mientras que Málaga, capital de la “Costa del Sol”, ha logrado
general un entorno económico y empresarial de primer orden.
Sevilla y
Málaga se fundaron y crecieron en entornos
geográficos muy diferentes (una ciudad de interior y fluvial frente a una
ciudad marítima). Las dos ciudades tuvieron una historia muy distinta en la antigüedad, que entonces hizo imposible
cualquier competencia, dadas las diferencias existentes entre ambas. De hecho,
las diferentes ordenaciones territoriales del sur de la Península ibérica realizadas
en los últimos siglos, remarcaban una clara diferencia jerárquica entre Sevilla y Málaga. Pero la modernidad
modificó los equilibrios con el ascenso vertiginoso de Málaga, motivado por su
incipiente industrialización en el primer tercio del siglo XIX, y con el
declive que arrastraba Sevilla desde el siglo XVII. Así, la historia reciente ha equiparado mucho a las dos ciudades, que,
en el siglo XX, especialmente en su segunda mitad, y durante lo que llevamos
del XXI, han consolidado una enérgica confrontación entre ellas.
La pugna
entre las dos ciudades se muestra de muchas maneras, más allá de las evidencias
y de la objetividad de los datos, ya que también incluye tópicos y
descalificaciones desde una hacia la otra. Los ciudadanos de cada urbe,
expresan su rivalidad cruzando comentarios desacreditadores, vertidos, en muchas
ocasiones, con el gracejo característico de los andaluces. Pero el humor, más o
menos agridulce, no oculta las desavenencias que han ido en aumento en los
últimos tiempos. Así aparecen críticas hacia la soberbia o el ventajismo, que
los malagueños achacan a los sevillanos, que son devueltas desde la capital tildándolas
de muestras de victimismo y acomplejamiento, entre otros comentarios. Sin
entrar en polémicas, en el artículo analizamos algunas de las similitudes y
divergencias históricas, geográficas y urbanas entre las dos ciudades.
Sevilla y Málaga,
diferencias geográficas: Andalucía interior/marítima y Andalucía
llana/montañosa.
Andalucía no
es un territorio homogéneo geográficamente. Su gran extensión, de casi 90.000
kilómetros cuadrados, lo que supone cerca del 20% de España (17,2%), ofrece
unidades ambientales muy diferentes. Esa diversidad, además, sería remarcada
por la historia, como veremos más adelante.
Andalucía es una
región de costa. Cinco de sus provincias son marítimas (Huelva, Cádiz,
Málaga, Granada y Almería) y tres son de interior (Sevilla, Córdoba y Jaén), pero el extenso litoral tiene dos partes perfectamente
diferenciadas, separadas por el Estrecho de Gibraltar. Por un lado, se
encuentra la “fachada” atlántica, en Huelva y Cádiz occidental, mientras que,
por el otro, Cádiz Oriental, Málaga, Granada y Almería se abren al Mar
Mediterráneo.
Este es uno de los rasgos más importante de la
diferenciación entre Sevilla y Málaga. La
Sevilla de interior contrastará con la Málaga mediterránea. No obstante,
las dos ciudades disponen de puerto, aunque en el caso de la capital es un
puerto fluvial, vinculado al río Guadalquivir (navegable hasta ese punto),
mientras que en Málaga es un puerto marítimo.
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Mapa físico de Andalucía donde se aprecia su
diversidad. Sevilla y Málaga, remarcadas en rojo, pertenecen a entornos
diferentes.
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Otra característica del territorio andaluz es el contraste orográfico que se produce entre grandes
extensiones prácticamente llanas y otras determinadas por la abundancia de
montes. De hecho, casi la mitad de la región andaluza (44,3%) es montañosa
y serrana, con mucha variedad ambiental, ofreciendo paisajes de alta montaña
(verticales y alpinos, como en los Sistemas
Béticos, donde Sierra Nevada
incluye el pico más alto de la península, el Mulhacén); como paisajes de media y baja montaña (como los
existentes en Sierra Morena). A la
montaña se le enfrenta el valle del rio Guadalquivir, una gran depresión
geográfica de forma triangular que, con su amplia cuenca (de unos 57.000
kilómetros cuadrados), integra, también, diversas unidades paisajísticas. Por
ejemplo, las llanuras interiores, presentes en Córdoba, Sevilla y Cádiz; las
campiñas acolinadas, existentes en las provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla; o
las campiñas de piedemonte surgidas al contactar con Sierra Morena por el norte y las Sierras Béticas por el sur.
Esta “bipolaridad” geográfica entre llanura y montaña,
apunta a otra de las divergencias esenciales entre las dos ciudades: su
topografía, porque una Sevilla mayoritariamente
plana se opondrá a una Málaga con un relieve muy movido. Sevilla, integrada
en el Valle del Guadalquivir, presenta, al margen de algunos pequeños resaltos
orográficos locales, un paisaje de llanura, mientras que Málaga, se instala en
el irregular relieve enmarcado por un circo montañoso que se enfoca al
Mediterráneo.
Andalucía
cuenta con otros paisajes, aunque
fuera de la órbita sevillana o malagueña. Por ejemplo, el gran valle del Guadalquivir recoge
aguas de otros ríos menores, que también crean entornos muy particulares, y
finaliza en unas extensas marismas litorales. También son destacables la particular sucesión de hoyas y
depresiones que constituyen el denominado Surco
Intrabético (que, entre las cordilleras Bética y Penibética, fue tan
importante en la historia antigua regional, por ser el camino de conexión
terrestre entre el Atlántico y el Mediterráneo), o los singulares altiplanos y
desiertos esteparios de la Andalucía oriental (el este de Granada y Almería).
Sevilla y Málaga: una
historia antigua muy diferente (la rivalidad imposible).
Hasta el siglo XIX, la historia de las
dos ciudades fue muy diferente. Una gran Sevilla quedaba muy lejos del alcance de una modesta Málaga, lo
cual hacía imposible la rivalidad entre ellas.
Sevilla
La tradición
sevillana habla de un origen remoto producto de influencias tartésicas,
fenicias o cartaginesas. Desde luego, los descubrimientos arqueológicos
confirman el poblamiento ancestral de la zona, pero no sería hasta la llegada
de los romanos, hacia el año 206 a.C., cuando se crea un organismo plenamente urbano.
En cualquier caso, los romanos conquistaron y adaptaron el poblado indígena que
existía en el lugar (Ispal), tanto en su denominación (Hispalis)
como físicamente, aplicando las reglas urbanas romanas (con ciertas
deformaciones forzadas por el asentamiento precedente). Julio César la
rebautizó como Colonia Iulia Romula Hispalis
y se iría consolidando como uno de los núcleos principales de la región Baética gracias a las posibilidades que
ofrecía el entonces llamado río Betis
(renombrado como Guadalquivir, el “río
grande”, por los musulmanes). El río Guadalquivir será determinante para
Sevilla y su evolución urbana (ver Sevilla y el rio Guadalquivir: una relación de amor y odioen diez etapas)
La caída del
Imperio romano hizo que la ciudad sufriera diversas invasiones de pueblos germánicos
durante el siglo V: vándalos, suevos y finalmente visigodos. Estos últimos, que
controlarían la Península Ibérica hasta comienzos del siglo VIII, harían de
Sevilla (entonces llamada Spali) su capital durante varios
periodos a lo largo de la primera mitad del siglo VI.
La llegada de los musulmanes en el año
711 cambiaría el rumbo para la ciudad. Su nombre se convertiría en Isbiliya y la ciudad
comenzaría a prosperar. Inicialmente dependiente de Córdoba, tras la caída del
Califato, Sevilla pasó a liderar uno los reinos de taifa más poderosos, que fue
ampliando su territorio a costa de los contiguos. El reino de Sevilla pervivió
entre 1023 y 1091, cuando cayó en manos de los almorávides, quienes controlaron
la ciudad hasta 1147 fecha en la que el dominio pasó a los almohades. Estos se verían
obligados a renunciar a la ciudad en 1248, debido a la conquista cristiana.
La primera
etapa de Al-Andalus (los emiratos y
el Califato) asistirían a la transformación de la ciudad existente en una urbe
islámica. Sevilla se iría dotando de zocos y alcaicerías, baños públicos, y,
sobre todo, de mezquitas que estructuraban espiritualmente la ciudad. La
primera mezquita-aljama (la principal) fue la mezquita de Ibn Adabbás, edificada en el siglo IX en el lugar donde se
levantaría posteriormente la iglesia del Salvador. El plano de la ciudad fue
adoptando el típico trazado sinuoso de las ciudades islámicas.
La etapa taifal
comenzaría a dar luz propia a Sevilla, hasta entonces supeditada a Córdoba. El
elemento más significativo de esa fase es la reforma del alcázar viejo, que se
había construido en el año 913 para los gobernadores de la ciudad. En el siglo
XI, la dinastía taifa Banu Abbad acrecentó el conjunto notablemente, aunque
serían los almohades los que acometerían una gran ampliación del alcázar, con
nuevos palacios, recintos militares y unos soberbios jardines, para convertirlo
en la sede de su Corte.
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La Giralda (que fue alminar almohade) y la Catedral de
Sevilla, que se levantó sobre la antigua mezquita principal de la medina
sevillana.
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Tras el breve y tenso periodo
almorávide (centrado, especialmente, en la reformulación de la muralla de la
ciudad), la Sevilla almohade fue una época floreciente tanto desde el punto de
vista económico como artístico. Los almohades convertirían a la ciudad en su
capital y levantarían algunos de los principales hitos sevillanos que
disfrutamos actualmente. Entre ellos destacan la mezquita-aljama (1172), sobre
la que se levantará la Catedral cristiana, y su alminar (1184), que sería la
base de la Giralda; o la Torre del Oro (1220). En la etapa
almohade se instaló también el Puente de
Barcas (1171) que uniría las dos orillas del Gualdalquivir conectando
Sevilla con Triana y el Aljarafe (y que no sería sustituido hasta el siglo XIX
por un puente de hierro y piedra, el Puente
de Isabel II, conocido popularmente como Puente de Triana). Igualmente se levantó el palacio de recreo de la
Buhaira (1172) o se reconstruyó el
acueducto de los Caños de Carmona
(1171). La ciudad creció extraordinariamente, ampliando su recinto de forma muy
considerable hasta conformar una de las mayores medinas del entorno. Las murallas
que la delimitaban tuvieron una historia azarosa, con múltiples destrucciones
(tanto por la acción humana como por la del río) y otras muchas restauraciones
y replanteamientos. El perímetro fijado por los almohades fue el definitivo.
Superaba los 7 kilómetros y encerraba una inmensa superficie de 287 hectáreas.
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Reales Alcázares de Sevilla. El Patio de la Doncella
tras la remodelación que a principios del siglo XXI le devolvió su estructura
original con la alberca central.
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En el año 1248, la ciudad fue conquistada por los ejércitos del reino
cristiano de Castilla
(casi 250 años antes que Málaga). En aquellos tiempos, no había una capital
fija y la Corte era itinerante. Sevilla se incorporó a la escueta lista de
ciudades que solía acoger temporalmente al rey y su Corte (junto a Burgos y
Toledo), lo cual nos transmite la importancia adquirida. Para ello se
escogieron los que desde entonces serían denominados Reales Alcázares, sumando a la extraordinaria base musulmana
elementos góticos, renacentistas y barrocos.
La conquista de América en 1492 (y la concesión
a Sevilla del monopolio del comercio con el nuevo continente) supuso una revolución para la ciudad desde todos los puntos de vista.
Sevilla se convirtió, en el siglo XVI, en una de las principales ciudades
europeas de ese tiempo (llegando a ser la cuarta población, tras Londres, París
y Nápoles). La esplendorosa Sevilla Barroca del Descubrimiento, cosmopolita y
universal, ha sido tratada en un artículo anterior de este blog (Mutaciones Urbanas:Sevilla y sus tres revoluciones urbanas).
Pero durante
la centuria siguiente la ciudad sufriría diversas adversidades, como una
epidemia de peste o la grave crisis económica derivada de la pérdida del monopolio
comercial con América, que la llevarían a un declive que se prolongaría casi tres siglos. Porque este largo
periodo de decadencia no finalizaría hasta el siglo XX, cuando la ciudad
recuperaría la senda de la prosperidad.
Málaga
También
Málaga puede presumir de orígenes remotos. Las excavaciones arqueológicas han sacado
a la luz una colonia fenicia en la ladera del monte Gibralfaro, lo que lleva a fijar su fundación, como Malaka,
en torno al siglo VIII a.C. Posteriormente pasarían por ella cartagineses y
romanos, que la denominaron Malaca y de la que quedan algunos vestigios
como el Teatro romano. También llegarían visigodos o bizantinos, hasta que los
musulmanes, que llegaron a la península en el 711, tomaron la ciudad y la
llamaron Malaqa.
En contra de lo
que sucedió en otros muchos lugares, en los que hubo pactos con la población o
ayudas interiores de los colectivos judíos, Málaga fue tomada por la fuerza. La
población huyó a las montañas vecinas y la vida urbana decaería hasta que, poco
a poco, se fue consolidando la ciudad islámica, la medina, con todas las claves
propias de ese modelo urbano.
La zona tardó
en ser pacificada, soportando rebeliones como la de Omar Ben Hafsún, que se
sublevó junto a otros muladíes (cristianos reconvertidos al islam) contra el
emir de Córdoba en 868, desde Bobastro, su base de operaciones. Esta revuelta
fue soficada y, finalmente, tras la proclamación del Califato en el año 930, la
región lograría ser aplacada y Málaga comenzaría a prosperar. En el siglo X,
para defender la ciudad, se construyó la Alcazaba
que iría siendo reformada y ampliada durante las siguientes centurias. La
ciudad seguiría mejorando su defensa con el castillo
de Gibralfaro, reconvirtiendo un faro que se encontraba en la cima de ese
monte. La medina malagueña quedaría delimitada por unas murallas que se
mantuvieron durante mucho tiempo, cuestión que ocasionó la aparición de
diversos arrabales extramuros.
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La alcazaba de Málaga y el Teatro Romano.
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Tras la
descomposición del Califato de Córdoba, Málaga encabezaría un pequeño reino de
taifa gobernado por la dinastía Hammudí entre los años 1026 y 1057, y qué resurgió
discontinuamente en varias ocasiones: del 1073 al 1090 con la dinastía Zirí
(como una segunda etapa de los Primeros Reinos de Taifas), del 1145 al 1153 con
la dinastía Hassun (Segundos Reinos de Taifas tras los almorávides), y del año
1229 al 1238 con la Zannun (Terceros Reinos de Taifas tras los almohades). En
1238, Málaga fue incorporada al Reino
Nazarí de Granada y ese, que sería el último periodo musulmán, fue una
etapa que, en general, disfrutó de bonanza económica e incremento poblacional.
La reforma de las murallas terrestres, el planteamiento del muro portuario o el
reforzamiento de los dos castillos de la ciudad son algunas de las obras más
significativas de la Málaga nazarí.
Dos siglos y
medio después, en 1485, la ciudad sería conquistada por los ejércitos
cristianos. Urbanísticamente sufrió
cambios en la trama musulmana para adaptarla al nuevo espíritu. Por ejemplo,
los numerosos adarves (callejones sin salida) fueron desapareciendo,
reconectando calles y creando ejes de circulación que en la ciudad islámica no
existían. En definitiva, la medina, en la que lo privado era lo dominante, iría
dando paso a otra ciudad donde lo público fue ganando terreno. Además, los símbolos
irían variando y, por ejemplo, en el solar de la mezquita-aljama de la ciudad
se comenzaría a levantar en 1528 la nueva Catedral de Málaga.
Aunque Felipe
II ordenó potenciar el puerto de la ciudad,
la Málaga cristiana sería durante siglos una ciudad modesta. Buena parte de
la culpa correspondería a las muchas adversidades sufridas, comenzando por la
sublevación de los moriscos y su expulsión posterior (1610), que ocasionó
bastante inestabilidad en la zona, siguiendo por varias catástrofes naturales
(inundaciones del rio Guadalmedina o algunos seísmos) y una sucesión de malas
cosechas y epidemias que pusieron en jaque a los principales cultivos de la
región. Por todo, Málaga, se mantendría prácticamente con la misma extensión de
la ciudad islámica hasta el siglo XIX.
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Comparación a la misma escala de las medinas musulmanas
de Sevilla (izquierda) y Málaga (derecha).
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Diferencias
jerárquicas y administrativas entre Sevilla y Málaga (evolución de la división
territorial de Andalucía)
El contraste
geográfico entre las regiones de Sevilla y Málaga se mostró administrativamente
durante varios siglos debido a la división territorial del sur peninsular. Además,
esas diferencias se acentuaban por el distinto rango jerárquico de las dos
ciudades.
Esto se evidenciaría
desde el mismo momento de la unificación de España con los Reyes Católicos,
pues la organización nacional distinguía el Reino de Sevilla del Reino de
Granada (en el que se encontraba integrada Málaga). Estos dos, junto a los de
Córdoba y Jaén, constituían los cuatro reinos meridionales que mantuvieron su
denominación dentro de la Corona de Castilla hasta mediados del siglo XVIII.
Esa distribución
de España en “reinos” interiores (aunque no todos los territorios peninsulares disfrutaron
de esa categoría, porque algunos fueron catalogados como provincias) dejó de
tener vigencia política con la reestructuración ordenada por Felipe V (1715),
quien trazó unas “intendencias” que finalmente, tras los ajustes realizados
durante el reinado de Fernando VI, acabarían configurando “provincias” como
unidad jurisdiccional común.
La
reordenación territorial realizada en 1799 (el llamado Plan Soler) desgajó Málaga de Granada, así como Cádiz de Sevilla,
otorgándoles categoría de provincia. Poco después, en 1821, Sevilla sufriría un
último deslinde que dio carta de naturaleza a la provincia de Huelva.
La División
Provincial de 1833 (auspiciada por el ministro Javier de Burgos) fijaría las
provincias españolas con una delimitación que se ha mantenido, casi inalterada,
hasta la actualidad. Entonces se agruparon las ocho provincias del sur de
España en una única entidad regional: Andalucía.
Pero en 1847,
se intentó crear (aunque no prosperó) otra distribución territorial con la
división en dos regiones del sur peninsular. Se delimitó un sector occidental, que
seguiría siendo llamado Andalucía y que, con capital en Sevilla, integraba las
provincias de Huelva, Sevilla, Cádiz y Córdoba. En la parte oriental se
constituía la región de Granada, con capital en esa ciudad e incorporando las
provincias de Málaga, Granada, Jaén y Almería. En el contexto de la
Constitución de 1873, se volvió a apostar por esa segregación con el nombre de Andalucía Baja y Andalucía Alta, aludiendo al entorno llano del valle de
Guadalquivir frente a la Andalucía montañosa de las sierras, aunque tampoco
llegaría a estar vigente. En estos casos, mientras Sevilla lideraba el oeste
andaluz, Málaga seguía supeditada a Granada. Al margen de la significación
jerárquica, quedaban claras las adscripciones a dos entornos geográficos e
históricos bien diferenciados. Se insistiría en ese intento de división tanto en
1884 como en 1891, esta vez denominando Sevilla y Granada, a las mismas dos regiones
andaluzas identificadas antes. Los intentos finalizarían con la Segunda
República, cuando en 1931 se fijó una nueva regionalización del país, que
volvería a la Andalucía de las ocho provincias.
La
delimitación regional española se reajustaría con la Constitución de 1978, aunque
Andalucía no sufriría variaciones. Entonces, se aprobó el Estatuto de Autonomía
en 1981 que otorgó a Andalucía el estatus de Comunidad Autónoma. La capitalidad
se confirmó para Sevilla, que ya ejercía ese papel desde tiempo atrás, pero el
hecho implicó un aumento considerable de la presencia institucional que
potenció a esta ciudad frente al resto de las urbes andaluzas.
La historia reciente
de Sevilla y Málaga: equiparación y competencia.
Desde el siglo XVII, Sevilla padecería
una decadencia que no finalizaría hasta entrado el siglo XX, cuando la ciudad volvería a encontrar
la senda de la prosperidad. A finales del siglo XVI, Sevilla contaba con
140.000 habitantes, pero su crecimiento se vería frenado durante el siglo XVII
en el que la ciudad sufrió diversas adversidades, particularmente la
devastadora peste bubónica de 1649. Pero, sobre todo, el freno sería causado
por la grave crisis económica que siguió a la pérdida del monopolio comercial
con América y al traslado a Cádiz de las instalaciones vinculadas al mismo. La
población sevillana descendería a finales del siglo XVIII hasta las 80.000
personas. Habría que esperar a mediados del siglo XIX para que Sevilla recuperara
los 100.000 habitantes, iniciando entonces un crecimiento moderado que le permitiría
igualar el techo poblacional alcanzado en el siglo XVI. Así, trescientos años
después, en el año 1900, Sevilla llegaría
los 148.000 habitantes.
Por su parte,
Málaga, que tuvo una relevancia
histórica mucho menor, muy lejos de lo que representaron, Córdoba, Granada o Sevilla,
esperaba su momento y este llegó con la
modernidad. La ciudad (y su entorno) encabezaron la incipiente
industrialización española durante el primer tercio del siglo XIX. Desde
entonces, aunque con altibajos, la ciudad se iría transformando en una urbe
poderosa que acabaría disputando a Sevilla el liderazgo regional.
La historia de Málaga cambió
radicalmente a comienzos del siglo XIX. Málaga fue la primera ciudad española en despegar,
aunque acabaría siendo superada por Barcelona, inicialmente menos desarrollada.
La Málaga industrial sería una nueva Málaga que se encaminaba hacia un
horizonte inédito en el país, configurando una nueva sociedad (polarizada en una
élite empresarial sofisticada y una mayoría obrera e inculta) que tendría mucha
incidencia en la evolución de la ciudad.
La clave del
cambio hay que buscarla en la viticultura (introducida por los árabes) y en el
comercio (apoyado en el Puerto), actividades que, desde finales del siglo XVI,
serían las coordenadas sobre las que se asentaría la futura prosperidad de la
región. La región de Málaga contaba con una agricultura fuerte que se basaba,
fundamentalmente, en el cultivo de la vid, que producía vino y pasas
destinados, mayoritariamente, para la exportación. La liberalización del
comercio colonial americano desde 1778 significó un poderoso impulso para la
economía vinícola y el tráfico mercantil con el exterior. En 1785, Carlos III,
concedió a la ciudad el establecimiento de un Consulado Marítimo y Terrestre, que fomentaría los intercambios y
gestionaría sus conflictos de forma autónoma. Entonces, se instalaron en Málaga
comercializadores extranjeros, principalmente británicos, que favorecerían la
consolidación de la mentalidad capitalista en la sociedad malagueña. Con ello
iría apareciendo una nueva generación de emprendedores, conocedora del mundo
mercantil y con recursos disponibles para invertir. Así pues, la acumulación de
capital financiaría el despegue industrial durante el siglo XIX.
En 1831, una
de las figuras señeras del empresariado malagueño, Manuel Agustín Heredia,
constituye en Marbella las fundiciones de “La Concepción” (los primeros Altos
Hornos españoles) y “El Ángel”. En Marbella había minas de hierro, pero el
carbón era vegetal, procedente de los bosques del entorno, una cuestión trascendente
ya que era un recurso mucho más caro que el carbón de hulla extraído de las
minas, como sucedía en las regiones del norte peninsular (especialmente
Asturias y el País Vasco). Enseguida arrancó otra siderometalúrgica en la
propia Málaga, “La Constancia” (1832), mejor posicionada para importar la hulla
necesaria gracias al puerto de la ciudad. Sería solo el comienzo porque
Heredia, junto a Martín Larios Herreros (otro de los personajes ilustres de la
ciudad) funda la textil “Industria Malagueña” en 1846. El despegue industrial
de Málaga será extraordinario: la familia Larios funda la textil “La Aurora” en
1858; en 1862, la familia Heredia crea la refinería de azúcar de la Malagueta;
la familia Huelin, en 1872, inicia también su actividad azucarera en “San
Andrés” y así una larga lista de instalaciones industriales y comerciales que
otorgarían a Málaga una emergencia económica sin precedentes.
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Principales establecimientos industriales en Málaga
hacia 1863.
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Sobre esa
base se forjaría una burguesía malagueña que impulsaría grandes reformas en la
ciudad. La conocida como “Oligarquía de la Alameda” (en referencia a su lugar
habitual de residencia) incluía apellidos como Heredia, Larios, Huelin o Loring
(vinculado a estas familias estaría también José de Salamanca, empresario
multifacético y financiero que llegó incluso a ser brevemente ministro de
hacienda, que impulsó la construcción del Ensanche de Salamanca de Madrid, y
que llegaría a tener la mayor fortuna de España). Estas grandes familias
impulsarían la creación del Banco de Málaga en 1856.
Quizá el
proyecto urbano más emblemático del momento, sería la apertura de la calle
Marqués de Larios (impulsada económicamente por dicha familia). El nuevo eje,
inaugurado en 1891 supuso la unión de la Plaza de la Constitución (la antigua
Plaza Mayor de la ciudad) con la Alameda (inaugurada en 1785 ganando terreno al
mar, escenario social hasta entonces) y significó la mayor ruptura con el
parcelario islámico que había sobrevivido hasta entonces. Además, supuso un
cambio importante en las dinámicas urbanas. En esos años también se acometió
una importante ampliación del puerto malagueño.
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Proyecto de remodelación del Puerto de Málaga en 1880.
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Pero la
actividad siderometalúrgica malagueña acabaría teniendo problemas
estructurales. Su gran hándicap era la dificultad de provisión de carbón. El
escaso y costoso carbón vegetal hacía necesario importar carbón de hulla, con
el consiguiente incremento de costes (agravado por aranceles). Además, las
difíciles condiciones de transporte terrestre impidieron que las ferrerías
malagueñas fueran competitivas respecto a las septentrionales asturianas y
vascas. De hecho, se realizaron muchos esfuerzos por mejorar el transporte
(particularmente ferroviario) para facilitar su llegada, pero la primera línea
de tren (Málaga-Córdoba) no llegaría hasta 1866, cuando otras ciudades del país
como Barcelona o Bilbao, habían cogido la delantera industrial.
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Málaga dibujada por Alfred Guesdon en 1855 desde el
castillo de Gibralfaro.
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En estas
circunstancias desfavorables, las fundiciones de Marbella fueron clausuradas en
1884 y La Constancia se vio abocada
al cierre en 1890. Por otra parte, la crisis agraria y la competencia catalana
forzaron el cierre de la textil La Aurora
en 1905. Con ello, el comercio comenzó a decaer. Y en paralelo se produjo otro
tremendo golpe: la agricultura, y particularmente el viñedo quedó seriamente
dañado con los efectos de la filoxera, que resultó devastadora. Con todo, en la
última década del siglo XIX, la economía malagueña entró en una importante
depresión.
Así pues, el siglo XX comenzaría con crisis para las
dos ciudades, pero Sevilla abandonaría pronto la decadencia que arrastraba
desde el siglo XVII gracias a un evento internacional, que supondría un primer impulso para la recuperación de la
capital: la Exposición
Iberoamericana de 1929. Desde entonces, aunque también sufriría momentos
delicados, Sevilla enderezaría su rumbo. Las circunstancias de esta Exposición
y sus repercusiones urbanas han sido analizadas en otro artículo de este blog
(MutacionesUrbanas: Sevilla y sus tres revoluciones urbanas).
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La Plaza de España fue uno de los emblemas de la Exposición
Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1929.
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En Málaga, la crisis industrial había
generado una notable depresión económica que alimentó la conflictividad social
entre obreros y la oligarquía (tanto empresarial como agrícola). Málaga entraba
en el siglo XX con dificultades, que se complicarían con la Guerra Civil que
estalló en España el año 1936.
La Guerra Civil tuvo consecuencias
contrapuestas para las dos ciudades. Sevilla fue una de los lugares fundamentales para los
sublevados en julio de 1936, que finalmente obtendrían la victoria, y en
consecuencia la capital andaluza sería beneficiada durante la dictadura
franquista. Por el contrario, Málaga, que era una ciudad con una fuerte
implantación obrera, rechazó el golpe de estado y planteó resistencia, aunque
no pudo durar mucho tiempo. En febrero de 1937, las tropas de Franco entraron
en la ciudad, dejando episodios como la terrible masacre de la carretera
Málaga-Almería, en la que murieron entre 3.000 y 5.000 civiles que huían de la
ciudad, o la brutal represión de los que quedaron, “una de las más duras y crueles de toda la Guerra Civil y la posguerra”
en palabras de Hugh Thomas (se calcula que unas 4.000 personas fueron
fusiladas). La ciudad, además, sufrió importantes destrucciones.
Tras el
oscuro periodo autárquico, el último tercio del siglo XX marcaría la
recuperación de ambas ciudades, que llegaría con fuerza a partir de la década
de 1960, aunque con planteamientos muy diferentes. Sevilla sería incluida entre los Primeros Polos de Desarrollo que fomentaron la actividad industrial
en varios puntos selectos del país. Así, en 1964, animada por la inversión
estatal y las facilidades otorgadas a las empresas, se pondría en marcha una
importante concentración industrial, de la que la ciudad carecía hasta
entonces. La inmigración recibida por la ciudad ante la gran oferta de trabajo
fue muy numerosa. Sevilla pasaría de los 312.000 habitantes de 1940 a los
548.000 de 1970 y 639.000 en 1981, moderando a partir de ese momento su
crecimiento. Otra circunstancia vendría a apoyar el progreso conseguido: la
asignación de la capitalidad de la
Comunidad Autónoma de Andalucía tras la aprobación de su Estatuto de
Autonomía en 1981, que incrementó considerablemente el peso institucional de la
ciudad, con todo lo que eso conllevaba. La nueva Sevilla vería refrendado su
éxito por otro gran acontecimiento internacional trascendental para la
evolución urbana de la ciudad: la
Exposición Universal de 1992 (tratada en el artículo Mutaciones Urbanas: Sevilla y sus tres revoluciones urbanas).
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Sevilla durante la Exposición Universal de 1992.
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Málaga encontró su camino al margen de
la inversión oficial.
Aprovechando su extraordinaria ubicación, se convertía en la “capital” de la Costa del Sol, el
litoral que se erigió como uno de los destinos más apreciados por el turismo de
sol y playa, tanto nacional como internacional. Emulando a la Costa Azul, y con Marbella como
estandarte, las playas malagueñas acabaron atrayendo el turismo multitudinario,
en una curiosa mezcla de glamour y exclusividad con ordinariez y masificación.
Con el impulso de los grandes recursos económicos obtenidos por un pujante
sector inmobiliario (que disfrutó de “patente de corso”) y los ingresos
turísticos, Málaga y su entorno despegarían de nuevo con una fuerza inusitada
reconstruyendo su tejido productivo. La capital, que en 1940 contaba con
238.000 habitantes, llegaría a los 374.000 en 1970 y tras una década de
incesante inmigración desde el campo a la ciudad, alcanzaría los 503.000 en
1981, teniendo desde entonces, al igual que en el caso de Sevilla, crecimientos
mucho más modestos. Pero la inercia era imparable y Málaga iría consolidando un
poderoso sector económico con realizaciones como el Parque Tecnológico de
Andalucía (PTA) que se inauguró en 1992 y que cuenta con un buen número
de empresas especializadas en nuevas tecnologías (electrónica, informática y telecomunicaciones).
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Parque Tecnológico de Andalucía (PTA) en Málaga.
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Las dos ciudades han entrado con
distinto paso en el siglo XXI. Málaga ha lanzado una firme apuesta por el futuro, comprometida con
todo lo que eso exige. Son muchos los frentes que muestran este rumbo: desde la
adscripción de la ciudad a la estrategia Smart
City o sus importantes transformaciones infraestructurales y espaciales,
hasta el incremento y sofisticación de su oferta cultural, comercial y de ocio,
o la actuación de varias plataformas para el impulso empresarial y de los
emprendedores. Este tema ya ha sido tratado en otro artículo de este blog, “Estrategias urbanas en relación con el tiempo pasado, presente y futuro: Los casos de Córdoba, Cádiz y Málaga”, al cual remitimos a los interesados.
En el caso de
Sevilla, los primeros años del presente siglo fueron relativamente activos. La
ciudad aprobó en 2006 su Plan General de Ordenación Urbana y acometió diversas
actuaciones en el espacio urbano (por ejemplo, peatonalizaciones en el centro
histórico o nuevos sistemas de transporte público como metro o tranvía, así
como la polémica intervención en la Plaza de la Encarnación, el Metropol Parasol, las populares “setas”
diseñadas por Jürgen Mayer e inauguradas en 2011); también se impulsaron
algunos desarrollos industriales (instalaciones de Heineken-Cruzcampo, Airbus o
Abengoa -Palmas Altas-, entre otras), o la controvertida Torre Sevilla, el primer rascacielos de la ciudad, proyectada por
César Pelli, con 180,5 metros de altura, que ha entrado en funcionamiento este
mismo año. No obstante, estos casos no pueden esconder una cierta parálisis,
acentuada en lo que llevamos de segunda década.
Con todo, la
competencia entre las dos ciudades se ha incrementado, mostrando momentos de
gran tensión, como cuando se planteó, en 2011, la necesidad de aprobar una Ley
de Capitalidad para Sevilla, que fue rechazada con vehemencia desde Málaga. Hoy
esa propuesta está descartada permitiendo que, en el último año, se hayan
producido gestos de distensión entre las dos ciudades que apuntan a un clima de
mejor entendimiento, expresado no solo en la voluntad, sino también en varios
proyectos conjuntos que pretenden establecer un eje Sevilla-Málaga de
colaboración entre ambas. No obstante, la rivalidad subsiste.
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Comparación a la misma escala del recinto musulmán de
Sevilla (izquierda) y Málaga (derecha) sobre una ortofoto actual.
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Excelente el estudio de las dos ciudades, y la dimensión amplia que coge el trabajo. Muchas gracias.
ResponderEliminarEl estudio está muy bien, pero tiene un ligero tinte asevillanado, por otro lado inevitable, debido de la parte que lo ha escrito. Mientras se destaca cada momento de la gran historia sevillana se suprimen detalles económicos, políticos y urbanos de Málaga para el sur de la Península. Saludos.
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