Hay espacios
urbanos planificados desde su origen, con objetivos concretos, con una
funcionalidad establecida de antemano y con una imagen predeterminada. Pero hay
otros lugares que van tomando forma con el tiempo, configurándose a partir de
decisiones azarosas, de circunstancias sobrevenidas o también de la implacable
tenacidad de sociedades que provocan cambios.
Para analizar
uno de estos casos, en este artículo nos dirigiremos a Zaragoza, a su Plaza del
Pilar. Esta plaza nació como un pequeño anexo a una modesta iglesia y,
ambos, fueron creciendo de manera sorprendente: el templo hasta convertirse en
la extraordinaria Basílica del Pilar, un centro de culto y peregrinación de categoría
mundial, y el humilde espacio hasta configurar la inmensa Plaza del Pilar
actual.
El motor del
proceso sería una fervorosa obstinación que reunía consideraciones prácticas
(como favorecer su papel de escenario para concentraciones multitudinarias o
equilibrar dinámicas urbanas) junto a otras cuestiones de intensa significación
política y religiosa. Ese esfuerzo sostenido durante generaciones hizo de la
Plaza del Pilar uno de esos lugares que,
más allá de sus características formales, se explica a partir de elementos
identitarios y simbólicos.
Hay espacios urbanos planificados desde su
origen, con objetivos concretos, con una funcionalidad establecida de
antemano y con una imagen predeterminada. Pueden ser calles o plazas que
colonizan nuevos territorios para incorporarlos a la ciudad o también espacios
que se abren sobre tramas consolidadas, haciéndolo de forma coordinada y con
unidad formal. En estos casos, el cambio
es completo y los nuevos espacios urbanos se ven acompañados por una arquitectura
concebida desde los mismos criterios. Es el caso, de los bulevares
parisinos; de las grandes vías de muchas ciudades españolas, como sucedió en
Madrid, en Barcelona o en Granada, entre otras; o también de la apertura de
nuevas calles menos ambiciosas, pero que reestructuraban igualmente la ciudad
antigua, como sucedió con el trazado de la calle Alfonso I, en Zaragoza, la ciudad a la que nos dirigimos en este
artículo. La coherencia ambiental surgía de una arquitectura que mostraba la
imagen y ofrecía los espacios requeridos por la sociedad que impulsaba las
reformas que, en estos ejemplos, era una burguesía ávida de nuevas áreas
residenciales y comerciales que la representaran y simbolizaran su emergencia
como clase.
Pero hay otros lugares que van tomando
forma con el tiempo,
configurándose a partir de decisiones azarosas, de circunstancias sobrevenidas
o también de la implacable tenacidad de sociedades que provocan cambios. La
casuística es muy diversa: desde plazas que surgen por el derribo de grandes
edificaciones (por lo general conventos o grandes conjuntos religiosos) y
enfrentan edificios que no se habían visto nunca las caras; hasta lugares que
van modificando su delimitación o su volumetría, e incluso su propia imagen,
por variaciones en la arquitectura que los conforma. Si bien la unidad de
concepción referida anteriormente suele facilitar una identidad notable (buena
o mala), estos espacios evolutivos
suelen tenerlo más difícil, porque encuentran problemas formales, de
descontextualización, de relaciones de escala, o de heterogeneidad, ya que
acaban reuniendo piezas que nunca se diseñaron para convivir entre ellas. Pero
esto no implica necesariamente una falta de personalidad porque, en numerosas
ocasiones, estos espacios híbridos consiguen proyectar una identidad propia y
rotunda a pesar de las contradicciones.
Para analizar
uno de estos casos, nos acercaremos a Zaragoza
y a su Plaza del Pilar. Esta plaza
nació como un pequeño anexo a una modesta iglesia y, ambos, fueron creciendo de
manera sorprendente: el templo hasta convertirse en la extraordinaria Basílica
del Pilar, un centro de culto y peregrinación de categoría mundial, y el
humilde espacio hasta configurar la inmensa Plaza del Pilar actual.
La creación
paulatina de este espectacular “salón urbano” ofrece un gran interés, tanto por la
sobresaliente edificación que la define como por el mecanismo de ampliación
utilizado, ya que la Plaza del Pilar
iría extendiéndose gracias a derribos de edificaciones y a la agregación de
espacios urbanos ya existentes. El gran
foco central es la Basílica del Pilar, símbolo identitario y religioso que
concentra la significación del espacio; pero
también hay otros dos templos “laterales” que, junto a sus espacios urbanos
anexos, contribuyen a su singularidad. En el este, se localiza la Catedral del Salvador, la Seo, un edificio que se levantó
sobre la Mezquita Aljama de la antigua Saraqusta
musulmana para convertirse en el principal templo de la ciudad durante siglos y
que se vería acompañado por una plaza que fue foro romano y zoco musulmán. En
el extremo occidental se encuentra la
iglesia de San Juan de los Panetes, más reciente y modesta que la anterior,
pero escoltada por varios restos históricos de la ciudad (como un tramo
conservado de las murallas romanas o el Torreón de la Zuda, que formaba parte
del antiguo alcázar islámico). También esta iglesia fue generando un espacio
urbano que sería fagocitado por la extensión de la Plaza del Pilar. Por otra parte, la heterogénea colección de arquitecturas
de épocas diversas que ofrece la plaza, queda “sometida” gracias al rígido
trazado urbano impuesto: un rectángulo de unos 50 metros de anchura y 500
metros de longitud.
El motor del
proceso sería una fervorosa obstinación que reunía consideraciones prácticas
(como favorecer su papel de escenario para concentraciones multitudinarias o
equilibrar dinámicas urbanas), junto a otras cuestiones de intensa
significación política y religiosa. Ese esfuerzo sostenido durante generaciones
hizo de la Plaza del Pilar uno de esos
lugares que, más allá de sus características formales, se explica a partir de
elementos identitarios y simbólicos.
El foco central: la
Basílica del Pilar y su plaza inicial.
Aunque hubo un
asentamiento íbero previo (Salduie), Zaragoza es una ciudad de
origen romano (Cesaraugusta), cuyo trazado respondió al modelo típico que el
Imperio desarrollaba en las colonias que iba creando. No obstante, su trazado
regular y reticular iría sufriendo deformaciones a lo largo del extenso periodo
en el que Saraqusta fue una ciudad islámica.
En ese
periodo musulmán, el colectivo cristiano fue aceptado, aunque confinado a una
zona muy concreta de la ciudad: el sector noroeste, junto al río Ebro. Estas
circunstancias fueron muy similares a las que sufrió otra de las minorías
religiosas, la judía, que fue ubicada en el sector sureste de la medina. Así,
los mozárabes (los cristianos que mantuvieron su credo dentro del territorio
musulmán) habitaron el área noroccidental de la ciudad y levantaron allí, en el
siglo IX, una modesta iglesia dedicada a
la advocación de Santa María. El pequeño templo quedaba integrado en el
denso caserío que lo envolvía, disponiendo de un pequeño cementerio anexo que
seguía la tradición de los enterramientos cristianos.
Esta
situación cambiaría radicalmente en el año 1118, con la conquista cristiana de
la ciudad por parte de Alfonso I el
Batallador. Entonces, comenzaría la
sorprendente evolución, tanto del templo como del espacio contiguo, en una
sucesión continua de ampliaciones. Esas extensiones tenían como fin
magnificar un espacio de leyenda, porque según narra la tradición cristiana, en
el año 40, en ese mismo lugar a orillas del río Ebro, la Virgen María se le
apareció en carne mortal (todavía vivía en Jerusalén) al apóstol Santiago y
dejó como signo del encuentro el pilar donde se apoyó, una columna de jaspe que
desde entonces sería venerada, iniciando una larga tradición de peregrinaciones
marianas (que todavía continúan en el siglo XXI). Ese templo de Santa María era
el receptáculo del objeto sagrado (aunque algunas investigaciones apuntan a que
hubo una capilla independiente extramuros, entre la muralla y el rio Ebro,
levantada en el lugar “exacto” de la aparición, que sería absorbida por el
crecimiento del templo). En la ciudad cristiana recuperada, la reliquia atraería
a miles de visitantes, cuestión que animó a los zaragozanos a comenzar una
ampliación continua del templo y del espacio exterior que le iría sirviendo de
antesala (el fosal sería trasladado).
Así, tras la
conquista, el rey de Aragón decidió que aquella sencilla primera iglesia
(realmente no hay ninguna constancia de que hubiera en ese lugar una
construcción previa del siglo I como narra la leyenda) fuera sustituida por una
nueva construcción, de mayor superficie, que se levantaría siguiendo el estilo
románico imperante, más acorde con la cultura y el espíritu religioso de los
nuevos tiempos. Las obras de esta segunda
iglesia concluirían en el siglo XIII, pero antes de acabar la centuria, en
1293, se volvió a plantear otra transformación para incrementar sus
dimensiones. La oportunidad, más allá de la necesidad (porque el edificio se
había vuelto a quedar pequeño para alojar la gran afluencia de peregrinos), la
dio el deterioro del templo, que había sufrido un incendio y presentaba daños considerables
(de aquel templo románico se conserva un tímpano, que se encuentra encastrado
en la fachada sur del templo actual, junto a la Puerta Baja meridional). Esta
nueva iglesia respondería al gótico/mudéjar de la época y no se concluiría
hasta el año 1518, interviniendo en ella artistas tan relevantes como Damián
Forment, quien realizó en alabastro el retablo del altar mayor, que sigue
presidiendo el espacio actualmente. Pero este tercer edificio tampoco resultaría satisfactorio ni adecuado para
congregar a las multitudes que llegaban para adorar a la Virgen del Pilar. Así
que, en el siglo XVII, esperando dar respuesta definitiva a las necesidades del
culto, se abordaría la construcción de otro templo mucho mayor.
Este cuarto (y último) templo comenzó
a ejecutarse en 1681
(aunque se llevaba impulsando desde 1670), siguiendo las trazas barrocas
propuestas por Francisco de Herrera, el
Mozo (1627-1685). El nuevo espacio era muy ambicioso, de planta basilical
con tres naves colosales (es la segunda iglesia en dimensiones de España, tras
la Catedral de Sevilla). Su magnitud (con una planta de 665 por 345 palmos
aragoneses, lo cual supone unas dimensiones ideales de 128,34 de longitud por
66,58 de anchura) obligó a plantearse su construcción por fases. La primera parte
(la mitad occidental aproximadamente) fue consagrada en 1718 (incluyendo la
primera torre, la suroccidental, llamada Torre
de Santiago que quedó finalizada en 1715). Tras esta primera etapa pudo
derribarse el templo gótico e iniciar la segunda que llegaría hasta 1750. Esta
fecha es clave en la evolución del templo ya que entre 1750 y 1765 se construyó
la Santa Capilla en su interior
(albergando el venerado pilar y la talla de la virgen). La magnífica obra fue
concebida por Ventura Rodríguez, uno de los arquitectos más destacados de la
España del siglo XVIII, quien además de la capilla, reorganizó (dentro de lo
posible) la concepción general del edificio, dejándolo en su disposición
definitiva y coronado por once cúpulas, once linternas y cuatro torres. Con
ello se iniciaba el periodo ilustrado en Zaragoza.
![]() |
Estado de la basílica y de la plaza en el plano de
Zaragoza de 1712. Se ha construido la mitad occidental del templo barroco y
todavía no ha sido derribada la anterior iglesia gótica.
|
Pero el
grandioso edificio todavía tardaría mucho en acabarse. Paulatinamente fueron
completándose espacios: por ejemplo, a partir de 1763, siguiendo las instrucciones
de Ventura Rodríguez, Julián de Yarza Lafuente se encarga del Coreto; años después, entre 1796 y 1801,
Agustín Sanz levanta la cúpula elíptica del Coro Mayor; José de Yarza Miñana y
Juan Antonio Atienza construyen, entre 1867 y 1869, la gran cúpula central;
José de Yarza Echenique y Ricardo Magdalena se encargan de la torre sureste
entre 1903 y 1907; entre 1929 y 1954, se trabaja en la terminación de las
fachadas bajo la dirección de Teodoro Ríos Balaguer; o finalmente se levantan
las últimas dos torres, las de la fachada norte entre 1950 y 1961 bajo la
dirección de Miguel Ángel Navarro Pérez y José Luis Navarro Anguela. Aún habría
aportaciones artísticas destacadas como la del escultor Pablo Serrano, quien en
1969 esculpió su Venida de la Virgen
para la fachada principal (también Francisco de Goya participó en el templo,
con el fresco Adoración del Nombre de
Dios, pintado en 1772 para el Coreto,
y la cúpula que aloja el Regina
Martyrum, pintada en 1781). Las fechas indican que el templo se dio por
concluido hace poco más de cincuenta años, tras un inicio efectuado casi tres
siglos y medio atrás.
![]() |
Planta actual de la Basílica del Pilar.
|
El gran
edificio requería, por representatividad, por ceremonia y para acoger al
creciente número de peregrinos, un gran
espacio que sirviera de antesala solemne. Las sucesivas iglesias construidas
desde la primitiva, que contaba con el fosal contiguo (que sería trasladado),
fueron habilitando el espacio abierto necesario para cumplir ese cometido. Así,
para disponer una plaza acorde al templo que acompañaba se procedió a los
derribos pertinentes. Con la construcción de la Basílica definitiva, se
configuró, al sur de la misma, una plaza que ya recibiría el nombre de Plaza del Pilar y que ocuparía un espacio
rectangular similar al del gran templo (gracias a nuevas demoliciones).
Esta plaza se mantendría prácticamente inalterada hasta 1880. Su fachada norte
era la principal de la iglesia mientras que las otras tres estaban ocupadas por
edificaciones residenciales. En estas manzanas se abrían una serie de
callejuelas que conducían por el este hacia la Catedral del Salvador, la Seo (y también hacia la Lonja) y por el
oeste hasta San Juan de los Panetes (y el Mercado principal de la ciudad).
Estos dos templos se convertirían en los otros dos focos de la futura gran
plaza del Pilar.
Los focos laterales:
La Catedral del Salvador (la Seo) y la iglesia de San Juan de los Panetes, y
sus espacios anexos.
Mientras se
sucedían las transformaciones de la Basílica del Pilar, esos dos templos,
próximos a ella, tenían su propia evolución. Cada uno de ellos iría generando
un entorno urbano a su alrededor, actuando como polos de atracción para la
prolongación de la gran explanada central.
En primer
lugar, estaba la Catedral del Salvador
(la Seo), la iglesia principal de la ciudad que se levantó sobre la
Mezquita-Aljama de Saraqusta, dentro
del proceso de “cristianización” de la ciudad sucedido en la Edad Media (realmente
la mezquita ya se había construido sobre una antigua iglesia cristiana dedicada
a San Vicente). Aquel lugar había sido especial desde la fundación de Cesaraugusta, porque allí se ubicó el
foro de la ciudad romana. Luego, aprovechando la significación central de ese
espacio, los musulmanes levantaron allí la mezquita mayor de la ciudad y
articularon el zoco comercial en su entorno. Con los cristianos, el lugar
perdió su vertiente económica (que se trasladaría a la Lonja) para pasar a servir
como espacio vinculado al edificio religioso que lo presidía. La Plaza de la
Seo mantendría durante mucho tiempo su papel capital en la ciudad, aunque iría
perdiendo protagonismo en la medida que aumentaba el de la Basílica del Pilar
(que acabaría convirtiéndose en concatedral). Esta plaza quedaba separada de la
Plaza del Pilar por unas cuantas manzanas en las que se abrían varias
callejuelas estrechas que servían de conexión. Junto a ella se levantarían algunos
edificios singulares que reforzarían su carácter de nodo urbano, como el
Palcaio Arzobispal o la Lonja. El Palacio
Arzobispal tendría su origen en el siglo XII como residencia de las
autoridades eclesiásticas. Con el tiempo iría ampliándose hasta alcanzar sus
dimensiones actuales y en 1787 recibió su fachada definitiva, obra de José de
Yarza Lafuente y Agustín Gracián que conformaba el lado norte de la Plaza de la
Seo. Este edificio se comunicaba con la catedral directamente a través del “arco
del arzobispo” que fue derribado en 1969. Otro de los edificios singulares de
la plaza, aunque su presencia estuviera esquinada, fue la Lonja, construida para dar cobijo a las relaciones comerciales (que
en la Edad Media solían producirse en los atrios de las iglesias). La Lonja, fue
levantada en 1551 para recoger las actividades económicas del antiguo zoco
musulmán, siguiendo las trazas de Juan de Sariñena, Alonso de Leznes y Gil
Morlanes el joven (para las columnas).
Es una de las joyas de la arquitectura del renacimiento español.
![]() |
Plaza de la Seo en 1918, mirando hacia el Pilar. En
primer término, la Lonja, separada y “escondida” tras las manzanas
residenciales que separaban los dos espacios.
|
En el otro extremo,
en el noroeste del recinto histórico zaragozano, junto al antiguo palacio de la
Zuda, que fue sede del gobierno musulmán de Saraqusta,
se levantaría una nueva iglesia: San
Juan de los Panetes. Allí donde se había construido la iglesia de la Orden
de San Juan de Jerusalén, que se encontraba en muy mal estado, se edificó esta
nueva iglesia barroca, cuya construcción concluiría en 1725 y que estaba
precedida por una modestísima (y pequeña) placita que servía de antesala.
Hasta la gran
reforma de la Plaza del Pilar efectuada tras la Guerra Civil, estos tres polos
(San Juan de los Panetes en el extremo occidental, en el centro la Basílica del
Pilar, y en la parte oriental, La Catedral del Salvador, la Seo) tenían vida propia. Los tres vestíbulos
eclesiales estaban separados por edificaciones residenciales, quedando unidos
por una serie de callejuelas que mantenían sus trazados antiguos y
proporcionaban una sucesión espacial que ofrecía la riqueza visual y
arquitectónica característica de la ciudad medieval. Cada uno de los edificios respondía
a la posición que ocupaba en ese denso contexto. Pero todo esto cambiaría a
mediados del siglo XX, cuando, por ejemplo, la Lonja, vinculada al rio por el
norte (y a su puerto) y a una esquina de la Plaza de la Seo, se vería expuesta a
la gran Plaza del Pilar por la desaparición de las manzanas que configuraban el
lado occidental de la Plaza de la Seo, hecho que cambió radicalmente el
contexto referencial del edificio.
La gran Plaza del
Pilar (idea y realizaciones).
La gran Plaza
del Pilar es una idea relativamente reciente. Los deseos de regularización de
su espacio comenzaron en el siglo XIX y fueron manifestándose con operaciones
como el trazado de la rectilínea calle
de Alfonso I, que se había
abierto en el casco antiguo entre 1865 y 1868. La nueva calle, que cosía la
trama zaragozana con una impronta burguesa, comercial y terciaria, pretendía, además,
devolver al lugar más significativo de Zaragoza el protagonismo que estaba
perdiendo con el desarrollo de la ciudad hacia el sur, y que había dejado al núcleo
original de la ciudad en una posición septentrional periférica. Mejoraba la
accesibilidad y permitía también un recorrido procesional que desembocaba
aproximadamente en el centro de la plaza, proporcionando un nuevo punto de
vista sobre la misma y dotando de una nueva arquitectura a su fachada sur.
![]() |
La plaza del Pilar en la década de 1920, todavía
separada de la Plaza de la Seo por unas manzanas de viviendas (al fondo se ve
emergen la torre de la Catedral).
|
No obstante,
habría que esperar hasta el final de la Guerra Civil española para que surgiera
la oportunidad de transformar definitivamente la plaza. La zona había quedado
dañada en la contienda y la ineludible intervención (que facilitó los derribos
de las manzanas de viviendas) se unió a la antigua aspiración de ampliar y
regularizar la plaza de la Basílica, factores que se vieron favorecidos por el
ambiente la hiperreligiosidad que reinó en la posguerra. De hecho, en ese
periodo se produciría, otro hecho “milagroso” que potenciaría el mito de la Virgen
del Pilar: tres bombas lanzadas por la aviación republicana en 1936 cayeron
sobre la Basílica del Pilar y la plaza, sin que ninguna explotara. Aunque el
hecho tenía una explicación técnica, fue presentado como el milagro que la
Virgen María había realizado para proteger a Zaragoza y a España (a la de
Franco se entiende). El Pilar se elevó como un símbolo para el nuevo régimen y,
en ese contexto, un Francisco Franco victorioso se dirigió el 12 de octubre de
1939 desde la capital aragonesa a toda la hispanidad para celebrar el primer
día de la Raza.
Así, nada más
concluir la Guerra Civil española, Zaragoza puso en marcha un proyecto de reforma interior de su casco
antiguo. La propuesta, que recogía muchas ideas que habían ido surgiendo en
las décadas anteriores, fue redactada por Regino Borobio Ojeda (1895-1976) y
José Beltrán Navarro (1902-1974), quienes la presentaron en 1939 (“año
triunfal” según se lee en la carátula del plano de ordenación general
presentado). La reflexión no quedaría únicamente en el centro histórico de
Zaragoza y se extendería a toda la ciudad con la redacción de un Anteproyecto
de Plan General dirigido por José de Yarza García (1907-1997, otro
miembro de la ilustre familia de arquitectos zaragozanos de la que ya hemos
referido unos cuantos miembros). El conocido como Plan Yarza vio la luz en 1943 e incorporaría las propuestas de
Borobio y Beltrán, que habían actuado como colaboradores del mismo. Ese plan
llevaría al definitivo Plan General de Ordenación Urbana de 1957.
![]() |
Plan de Borobio y Beltrán para la Plaza del Pilar.
Debajo, la comparación entre lo preexistente, el proyecto y el resultado final.
|
Las
propuestas de Borobio y Beltrán tendrían diferente éxito, porque mientras que
alguna se convirtió en prioritaria (como la ampliación de la Plaza del Pilar), otras
quedarían en el tintero (como la Prolongación del Paseo de la Independencia,
aunque en este caso se iniciaría el proceso, dejando un “espacio apéndice” a la
plaza, frente al Ayuntamiento y junto al Gobierno Civil, hoy Delegación del
Gobierno). La extensión de la Plaza del Pilar y la remodelación de los espacios
del entorno se inició con urgencia porque la celebración en 1940 del
aniversario de la “venida en carne mortal”
de la Virgen María a Zaragoza, convocó a multitud de peregrinos evidenciando la
escasez de espacio. La plaza debía ampliarse considerablemente para poder dar
respuesta a las aglomeraciones religiosas (y también para dar cabida a las
multitudinarias concentraciones de exaltación patriótica).
El proyecto
de lo que inicialmente se llamó Avenida
de las Catedrales (aunque acabaría denominándose Plaza de Nuestra Señora del Pilar) proponía el derribo de todas las
manzanas existentes entre La Seo y la iglesia de San Juan de los Panetes, que ya
se había liberado en parte, con la Plaza
de Huesca, surgida del derribo de las construcciones existentes entre las
calles Agustinos y de la Regla. Con ello se crearía un inmenso salón urbano de unos 50 metros
de anchura y 500 metros de longitud. En ese gran espacio se trazarían vías
de circulación y se reservaría el extremo occidental como peatonal para
levantar allí un Monumento a los Caídos en la guerra (el Altar de la Patria)
El proyecto urbano
fue informado en 1941 por Pedro Bidagor (entonces Director General de
Arquitectura) quien realizó alguna observación, como la eliminación del espacio
elíptico frente a la basílica (porque, según él, la línea recta era más propia
del espíritu español, aunque quizá influiría la importancia de los edificios
que hubiera sido necesario derribar en la calle Alfonso I). Bidagor también recomendó establecer ámbitos
diferenciados para un espacio tan amplio.
![]() |
La plaza del Pilar en la década de 1950. Se están construyendo
el nuevo Ayuntamiento y las dos torres septentrionales.
|
La operación
fue compleja administrativa y financieramente porque, si bien algunos derribos
de las manzanas centrales se realizaron con rapidez, la expropiación de las
laterales llevó mucho más tiempo. No obstante, la gran plaza acabaría
configurándose con nuevos edificios que regularizaban su perímetro como, por ejemplo:
la Hospedería del Pilar, obra de
Regino y José Borobio proyectada ya en 1939 y que ejercería de “modelo”; la
nueva Casa Consistorial, entre la
Basílica y la Lonja, proyecto de Mariano Nasarre, Alberto de Acha y Ricardo
Magdalena Gayán, quienes se inspiraron en la Lonja y ganaron el concurso
convocado en 1941 para una obra que se realizó entre 1946 y 1965; el Gobierno Civil, construido entre 1948 y
1958 siguiendo el diseño de Regino y José Borobio; los Juzgados, proyectados por Regino Borobio en 1959 y que tendrían una
ampliación trasera entre 1986 y 1990 diseñada por Alejandro de la Sota y Juan
José Capella Callis; o el Colegio de
Infantes, también de Regino Borobio en 1949.
Además del
perímetro arquitectónico, se estudió la inserción de “piezas” interiores que
articularan el gran espacio central con los extremos, tal como sugirió Bidagor,
creando unos “filtros” de separación. La idea no era separar radicalmente la
plaza central y las antiguas laterales, sino disponer de una especie de
“biombo” que, actuando como ese mobiliario, rompiera la continuidad física por
el centro, dejando paso por los laterales, y manteniendo las relaciones
visuales entre ambos espacios.
El “filtro” occidental.
Esa idea se
desarrollaría inicialmente entre la Plaza del Pilar y la de César Augusto
(delante de San Juan de los Panetes). El elemento de separación sería el Altar de la Patria, que se convertiría
en otro de los símbolos principales de la nueva plaza, en este caso con una
profunda implicación política. Concebido ya en 1936 para honrar a “los héroes y
al ejército salvador de España”, no se puso en marcha hasta 1942 con la
convocatoria de un concurso para erigir un "Monumento a los Héroes y Mártires de Nuestra Gloriosa Cruzada".
Tras diversas vicisitudes, el proyecto ganador fue el diseñado por Enrique
Huidobro Pardo, Luis y Ramiro Moya Blanco y Manuel Álvarez Laviada, quienes en
1944 presentaron su versión teóricamente definitiva. El planteamiento sufriría
bastantes cambios, como los producidos al darle una mayor volumetría para
frenar el viento (el cierzo) que
entra en la plaza por ese flanco. Finalmente se logró acabar y fue inaugurado
para la celebración del Congreso Mariano de 1954.
Con la última
reforma de la Plaza, entre 1989 y 1991, el Altar de la Patria sería trasladado
al cementerio de Torrero y en su lugar se construyó la Fuente de la Hispanidad. El cambio pretendía modificar el
simbolismo de la plaza, dejando atrás la época de la dictadura para ofrecer una
nueva significación, pacífica y abierta al mundo gracias a la noción de la
Hispanidad. La fuente es una imponente construcción que se levanta desde el
suelo gracias a un plano inclinado por el que cae el agua a un estanque. El
plano inclinado y el estanque dibujan el perfil de Centro y Sudamérica, que ve
complementado su simbolismo por tres bloques prismáticos revestidos de mármol
blanco, que recuerdan las tres carabelas de Colón, y un globo terráqueo esculpido
por Francisco Rallo Lahoz.
![]() |
El “filtro” occidental en unas vistas aéreas. Arriba, el “Altar de la Patria”. Debajo, Fuente de la Hispanidad. |
![]() |
El “filtro” occidental a pie de peatón. Arriba, el
“Altar de la Patria”. Debajo, Fuente de la Hispanidad. Por detrás emergen la
torre de San Juan de los Panetes y el Torreón de la Zuda.
|
El “filtro” oriental.
El filtro
oriental no estuvo tan claro desde el principio ya que hubo continuidad física
y visual entre la Plaza del Pilar y a la Plaza de la Seo, aunque los espacios
presentaban un carácter muy diferente, más pavimentado el primero y con un
ajardinamiento notable el segundo. Pero en 1960 se inauguraría lo que acabaría
cumpliendo esa misión de articulación espacial. El elemento sería un Monumento a Francisco de Goya, cuyo
diseño y ejecución correspondió al arquitecto José Beltrán Navarro y al
escultor Federico Marés (1893-1991) que concibieron un grupo formado por el
pintor (elevado en un pedestal) y dos parejas independientes, recostadas y ataviadas
como “majos” y “majas” a la manera que retrató Goya en sus tapices.
![]() |
Evolución del “filtro” oriental. Debajo su estado
actual, con el Monumento a Goya, el “Cubo” del Museo del Foro y el muro
tranviario.
|
Esta área
oriental de la plaza vería la aparición de otro gran elemento “separador”. Entre
1988 y 1989 se construyó un edificio que daría acceso a la excavación
arqueológica del foro romano, hallado durante la construcción del parking
subterráneo de la plaza. El Museo del Foro
de Cesaraugusta, apodado “el Cubo”,
sería proyectado por José Manuel Pérez Latorre (1947) ofreciendo una rotunda
presencia tanto por su volumetría como por el material de sus fachadas (ónice),
de gran impacto nocturno gracias a su iluminación.
También la
última reforma de la plaza afectaría a esta zona. El conjunto goyesco fue
remodelado, y aunque las figuras se mantuvieron, su entorno se modificó con la
aparición de láminas de agua y un muro (inspirado en el pabellón de Mies de
Barcelona) que separaba y daba cobertura a la parada de tranvías.
![]() |
Elementos de la última reforma de la Plaza del Pilar:
farolas, pérgolas, pavimentos.
|
Como se ha
adelantado en los párrafos anteriores, entre
1989 y 1991, con la dirección de Ricardo Usón (1957), la plaza recibiría su última transformación hasta el momento.
Los problemas acumulados por el gran espacio eran muchos. Comenzando por la
incidencia negativa del tráfico rodado o del aparcamiento de vehículos y
continuando por la desintegración de la imagen de conjunto, perdida en
múltiples elementos y referencias que se habían ido acumulando con el tiempo.
![]() |
La plaza en la década de 1960. Aparcamiento de vehículos
delante del Ayuntamiento.
|
La nueva plaza apostaría por la unidad y por el orden, unificando la imagen
general a través de la repetición de nuevas piezas características, principalmente
con las imponentes farolas que se alinean en la fachada contraria a la de la
Basílica. El pavimento, modulado a partir de las trazas del templo, se
constituye en el pentagrama que da soporte a las nuevas notas armonizadas,
desde las referidas torres de luz a las pérgolas lineales del lado sur, el
mobiliario, las esculturas o las nuevas fuentes y láminas de agua. El agua se
convierte en protagonista de los extremos de la plaza, evidenciando su
presencia con el cambio mencionado del Monumento a los Caídos por la Fuente de
la Hispanidad (el quinto centenario de 1992 estaba próximo) o la aparición de los
estanques junto al Monumento a Goya y en la Plaza de la Seo. Con todo, la Plaza
buscaba potenciar su identidad forzando la integración de las diversas
arquitecturas que la componen, dotándose de una nueva “vida nocturna” gracias a
una iluminación que siempre se había descuidado, o dulcificando los
significados, despojándose de polémicas políticas, reforzando el mensaje integrador
de la Hispanidad y facilitando su uso festivo o ceremonial.
![]() |
Plaza del Pilar, desde la Fuente de la Hispanidad.
|
En el siglo
XXI, la Plaza del Pilar mantiene su poderosa atracción religiosa, que fue su
razón de ser, gracias a miles de peregrinos de todas las partes del mundo que
acuden devotos a rezar a la Virgen del Pilar, y ofrece un carácter que bascula
entre lo solemne y lo festivo, sirviendo de escenario para celebraciones
lúdicas o ceremoniales. Por eso, la Plaza del Pilar no es solamente el espacio
urbano más importante de Zaragoza, es, también un símbolo identitario
compartido por todos los aragoneses y referente de la Hispanidad.
![]() |
La plaza durante la ofrenda de flores a la virgen
realizada en las Fiestas del Pilar.
|
Totalmente en contra del relato que expone este artículo. Del actual resultado de la plaza del Pilar, se podría hablar de una serie de catastróficas desdichas, provocadas principalmente por las huestes franquistas, las que destruyeron todo el tejido medieval de esa zona,un brutal atentado al patrimonio zaragozano, que arrasó cientos de construcciones seculares de notabilísimo interés. Además del horrendo y posmoderno mobiliario urbano( marquesinas y farolas) más propio de un estadio de football que del centro neurálgico de un casco histórico. Los aviones republicanos, destruyeron el Palacio de Aytona,la iglesia de San Nicolás de Tolentino, el Palacio de los Marqueses de Ayerbe, el arco de los Cartujos, la clínica Palomar, la Fonda de Huesca, el antiguo Palacio arzobispal de San Valero,la casa del cronista de Aragón, el Palacio de los Goicoechea, el Palacio de Almonacid, el arco de San Juan de los Panetes, el arco del Arzobispo, y muchas otras construcciones que era historia y patrimonio de la ciudad. No. Mentira.Fueron los franquistas y a cambio nos dejaron horrendas construcciones fascistas.
ResponderEliminar