La Arlés romana (Arelate) se contrajo drásticamente
durante la Alta Edad Media, convirtiendo su Anfiteatro (Arènes) en la nueva
ciudad “fortificada”.
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La
caída del Imperio Romano de Occidente tuvo graves consecuencias para casi todas
sus ciudades. Las turbulencias políticas y las recurrentes invasiones produjeron
una inestabilidad generalizada que redujo drásticamente el comercio en el oeste
europeo, frenando en seco la prosperidad alcanzada e iniciando un imparable
declive urbano. Además, los saqueos se convirtieron en algo habitual y hubo
ciudades devastadas por las múltiples luchas mantenidas en aquellos primeros
años de la Edad Media.
Algunas
ciudades fueron abandonadas, aunque la mayoría resistió, asumiendo importantes
degradaciones del tejido urbano anterior. Entre estas, hubo ciertos casos muy
particulares porque los residentes buscaron
cobijo dentro de grandes construcciones imperiales que habían quedado vacantes,
reconfigurándolas como contenedores urbanos para olvidarse del resto del
casco.
Estas urbes sufrieron una contracción extrema,
ejerciendo la arquitectura como refugio de la ciudad. Los ejemplos de la
croata Split (Aspalatum), con la reconversión del gran Palacio de Diocleciano, o el de la francesa Arlés (Arelate),
reutilizando su anfiteatro, se
encuentran entre los más espectaculares.