17 nov 2018

Las siete etapas históricas de la relación entre Ciudad y Deporte.


La relación entre el deporte y la ciudad se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas es arquitectónica, y no sólo por la repercusión de los edificios deportivos sino también por su ausencia, ya que la desaparición de algunos puede dejar una huella indeleble. La Piazza Navona de Roma ocupa el lugar del antiguo Estadio de Domiciano (a la izquierda, reconstrucción hipotética del que también fue llamado Circus agonalis y, a la derecha, la plaza en su estado actual).
La relación entre ciudad y deporte ha pasado por una sucesión de siete etapas históricas diferenciables. Desde la aparición, en la antigua Grecia, de unas pruebas atléticas que serían el germen del futuro deporte hasta la época actual, en cada uno de esos periodos se fijarían claves que explican la práctica deportiva contemporánea. Además de esas aportaciones conceptuales, también se iría viendo modificada la interacción entre el deporte y la ciudad, pasando de ser algo inicialmente anecdótico hasta llegar a la intensidad del presente.
Precisamente, una de las diferencias entre las antiguas prácticas y el deporte actual tiene que ver con su distinta repercusión urbana. Hasta la época industrial la incidencia de todas esas actividades en las ciudades fue muy escasa, limitándose a la influencia de algunas edificaciones monumentales. Habría que esperar al siglo XIX para empezar a hablar propiamente de deporte y de sus efectos urbanos. A lo largo del siglo XX, el deporte se transformaría en un fenómeno de masas con una influencia trascendental en la ciudad y las tendencias que vienen reafirman la solidez del tándem deporte-ciudad.

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La relación entre ciudad y deporte ha pasado por una sucesión de siete etapas históricas diferenciables. Desde la aparición, en la antigua Grecia, de unas pruebas atléticas que serían el germen del futuro deporte hasta la época actual, en cada uno de esos periodos se fijarían claves que explican la práctica deportiva contemporánea. Además de esas aportaciones conceptuales, también se iría viendo modificada la interacción entre el deporte y la ciudad, pasando de ser algo inicialmente anecdótico hasta llegar a la intensidad del presente.
Las siete etapas históricas son:
1. La antigua Grecia.
2. El imperio Romano.
3. Desde la Edad Media hasta la época industrial.
4. El siglo XIX.
5. Las primeras décadas del siglo XX (aproximadamente entre 1900 y 1940)
6. Las décadas centrales del siglo XX (desde 1940 a 1980)
7. Los años finales del siglo XX y primeros del XXI (entre 1980 y 2020)
Tal como hemos definido en un artículo anterior, las actividades realizadas en las tres primeras etapas no serían propiamente deporte, pero su trascendencia seminal requiere trasladar a la antigüedad el comienzo de la evolución. Una de las diferencias entre las antiguas prácticas y el deporte actual tiene que ver con su distinta repercusión urbana. Hasta la época industrial la incidencia de todas esas actividades en las ciudades fue muy escasa, limitándose a la influencia de algunas edificaciones monumentales. Habría que esperar al siglo XIX para empezar a hablar propiamente de deporte y de sus efectos urbanos. A lo largo del siglo XX, el deporte se transformaría en un fenómeno de masas con una influencia trascendental en la ciudad y las tendencias que vienen reafirman la solidez del tándem deporte-ciudad.

Etapa 1. La Grecia antigua aporta el ritual y los primeros prototipos espaciales.
El punto de partida para nuestro análisis de la relación entre ciudad y deporte nos lleva hasta la Grecia antigua, donde se instauraron los denominados “Juegos Panhelénicos”. Estos eran encuentros del pueblo heleno que se celebraban en diferentes lugares de manera periódica para homenajear a los dioses. Los diferentes Juegos, que también servían para la confraternización entre los miembros de la Hélade, serían reconocidos por las competiciones atléticas que se practicaban en ellos. Esas pruebas (los agones), que serían el embrión de algunas disciplinas deportivas actuales, estuvieron caracterizadas por un elevado contenido ritual. Esta será la primera clave que heredará y definirá el deporte contemporáneo. Los ritos suelen conllevar un ceremonial preciso, con protocolos determinados e invariantes, incluso con unas normas internas que son respetadas escrupulosamente. Su repetición periódica en fechas concretas les confiere un halo atemporal que los convierte en una parte muy importante de las tradiciones culturales, haciéndolos imprescindibles para entender el comportamiento de una sociedad.
El Stadion griego fue prototipo para muchos de los futuros espacios deportivos. En la imagen, arriba, el estadio de Nemea; debajo, el de Delfos.
Entre esos encuentros de inspiración religiosa y de vocación social de la antigua Grecia, destacarían los Juegos Olímpicos, que se celebraron en el santuario de Olimpia cada cuatro años.
Para albergar dichas pruebas se crearon los primeros prototipos espaciales (estadios e hipódromos) que servirían de base para los escenarios deportivos futuros. Complementariamente son reseñables los gimnasios, espacios multifuncionales que estaban vinculados al entrenamiento físico y a la instrucción intelectual y que también ejercieron una notable influencia posterior.
El interés arquitectónico de esas primeras propuestas es indudable, pero, en general, su incidencia urbana fue escasa ya que fueron pocas las polis que contaron con ese tipo de equipamientos (además, en algunos casos, se instalaron en santuarios en lugar de en ciudades).

Etapa 2. Roma incorpora el espectáculo y los edificios monumentales.
En Roma se inauguraría una nueva etapa en la relación entre ciudad y deporte, aunque los Juegos Panhelénicos se continuarían celebrando cuando Grecia fue anexionada al Imperio Romano.
El nuevo periodo estaría determinado por el espíritu pragmático de los conquistadores que quedaba muy alejado de la excelencia perseguida por la Hélade. Por esta razón, las ceremonias atléticas y el virtuoso agón griego no eran del gusto del pueblo romano y fueron sustituidos por otro tipo de encuentros públicos. En el imperio, se realizarían festejos multitudinarios en los que gladiadores profesionales luchaban entre ellos o con fieras y en los que aurigas experimentados levantarían pasiones conducían sus cuadrigas a toda velocidad (algo en lo que sí coincidieron romanos y helenos). La “alteración” respondía a que lo que realmente apreciaban los romanos era el espectáculo, otro ingrediente que se incorporaría al futuro deporte. Esta segunda clave resultará fundamental ya que no se puede entender el deporte actual sin su “cara B”, es decir, sin la existencia de un público que asiste a los eventos deportivos o que los sigue a través de los medios de comunicación. Esta vertiente, la del espectador pasivo, supuso en su momento un impulso extraordinario para el deporte.
Maqueta de la Roma antigua, con el Anfiteatro Flavio (el Coliseo) y el Circo máximo. 
Las principales ciudades del imperio celebraban esos eventos tan populares en ocasiones especiales. Eran impulsadas desde el poder o desde la aristocracia para conmemorar acontecimientos, homenajear a personajes o simplemente para ganarse el afecto del pueblo. Como escenario se crearon dos nuevos prototipos arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, que serían referenciales para los escenarios deportivos modernos En paralelo también nacería otra práctica, socialmente compleja, que se vincularía al baño dentro de unas construcciones específicas, las termas, que también tendrían una gran repercusión posterior.
La escala de estas edificaciones sería monumental y, en consecuencia, influirían notablemente en la estructura urbana de las ciudades que contaron con ellas. Esos grandes equipamientos se convertirían en iconos identitarios y en hitos de legibilidad urbana, al margen de otras cuestiones relativas a la significación. No obstante, esto sucedió solamente en las más urbes más importantes del imperio, por lo que su repercusión sería relativa.

Etapa 3. De la Edad Media hasta la época industrial, la era del entretenimiento.
El largo periodo que arranca con la Edad Media y llega hasta la época industrial presenta, desde el punto de vista histórico, una gran diversidad, pero, desde nuestra óptica deportiva ofrece una homogeneidad que permite agrupar tantos siglos como una etapa coherente.
Fueron unos tiempos convulsos en los que el espíritu “deportivo” de la época clásica se desvanecería, situación que tampoco mejoró cuando el Renacimiento miró hacia el pasado grecorromano, ya que su interés recuperador tenía objetivos diferentes. Muchos de aquellos escenarios de las antiguas Grecia y Roma habían sido destruidos o se encontraban en mal estado y en numerosas ocasiones habían sido utilizados para otros fines (incluso albergaron viviendas en su interior). En consecuencia, la sistematización de actividades o la periodificación de las celebraciones disminuyó extraordinariamente hasta casi desaparecer, pero no ocurrió lo mismo con el afán de entretenimiento, que se mantendría incólume. Esta sería la clave aportada por este largo periodo.
Las innovaciones llegaron principalmente de la mano de nuevos actores, particularmente de los “barbaros” del norte, que entraron en el tablero de la historia contribuyendo con sus propios criterios y costumbres. En ese sentido, el ámbito anglosajón extendería una serie de juegos y pruebas físicas menos vinculadas con la rigidez de la arquitectura y más con la flexibilidad del ejercicio al aire libre. Sus escenarios solían ser provisionales (los “terrenos de juego”) y se desmontaban tras la finalización de las pruebas, aunque algunas de esas canchas tuvieran mayor continuidad. Podemos pensar en las “justas” entre caballeros medievales o muchos juegos de pelota que fueron inventados durante ese largo periodo.
Los terrenos del “common” fueron escenario habitual de los juegos que se celebraban en la ciudad preindustrial. En la imagen, plano de Nueva York en 1776, indicando ese lugar que actualmente ocupa el City Hall Park.
La improvisación espacial que solía acompañar a estas celebraciones hizo que su repercusión urbana fue reducida Por lo general se realizaban en espacios cuyo cometido principal era otro, como sucedía en los “commons” medievales, los lugares de pastos colectivos, o con los patios de armas de los castillos, incluso con algunos glacis de murallas sobre los que se efectuaron torneos. Esta situación se prolongaría durante la Edad Moderna sin que aparecieran lugares específicos para unas prácticas que iban poco más allá de una competición entre caballeros o un juego con más o menos participantes, cuyo fin pretendía, sobre todo, entretener.

Etapa 4. El siglo XIX: el nacimiento del deporte y la gestación de los tipos arquitectónicos modernos.
Durante el siglo XIX se gestó el deporte propiamente dicho. Una nueva mentalidad social impulsaría su nacimiento apoyada en dos vectores concretos: por un lado, la salubridad, objetivo del movimiento higienista surgido como respuesta a muchos de los problemas de la Ciudad Industrial; y, en paralelo, la moral, fomentada desde instancias religiosas que veían en la práctica deportiva la forma de canalizar la agresividad de los jóvenes y de orientarlos hacia una mejora personal que los alejara de los vicios. La nueva mentalidad higienista y moralizante se fijó en las pruebas atléticas de los antiguos griegos o en los juegos competitivos (con especial atención a los juegos de pelota) y los dotó de un nuevo sentido. En consecuencia, se generó una nueva actividad que llamamos deporte (o deporte moderno para algunos) que se sistematizó y reglamentó como garante de la salud corporal y mental, que fue la gran aportación del periodo. Así se impulsaría la vida sana, reforzada con nuevas actividades realizadas en la naturaleza, al aire libre, particularmente con el excursionismo, y también con la moda terapéutica de balnearios y baños de mar. Igualmente se consolidaría la educación física como parte sustancial de la instrucción infantil y juvenil gracias a una práctica nueva, que se denominó gimnasia.
El siglo XIX alumbraría el deporte como tal, proporcionando un nuevo sentido a una serie de actividades practicadas desde mucho tiempo atrás. Además, surgieron otras nuevas vinculadas a la nueva mentalidad social que privilegiaba la salud y la moral. En la imagen, grabado de 1888 mostrando los entrenamientos en el gimnasio de la Young Men's Christian Association (YMCA) de Londres.
La necesidad de escenarios para todas esas actividades, puso en marcha un proceso de reflexión arquitectónica que se apoyaría en las antiguas edificaciones referenciales (estadios, anfiteatros, circos, etc.). No obstante, el proceso fue lento y su trascendencia urbana sería paulatina, principalmente porque se insistía en la realización del deporte en entornos naturales (rurales) o en la periferia de las ciudades donde hubiera “aire libre y puro” y, por eso, se delimitarían en ellas rudimentarios “terrenos de juego”. En cualquier caso, la reinterpretación de los antiguos prototipos y las nuevas propuestas (como es el caso de los pabellones proyectados para dar cobijo a la gimnasia, los turnhalle alemanes) acabarían generando los tipos arquitectónicos que definirían los espacios deportivos.
Este proceso de reinvención arquitectónica recibiría un impulso gigantesco a finales de la centuria con la puesta en marcha de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Emulando a los juegos originales que se celebraban en Olimpia, los nuevos también buscaban transmitir un mensaje de paz y hermandad entre todos los pueblos del planeta, lo cual extendió su práctica a todos los rincones del mundo. Aunque estos grandes eventos tardarían en consolidarse varias décadas su importancia fue trascendental para el deporte y las ciudades, y no solo para las que los acogieron, sino en general para todas, porque en las Olimpiadas se irían perfilando los tipos de instalación deportiva para el futuro.

Etapa 5. 1900-1940: el deporte como hecho social y como hecho urbano.
Desde finales del siglo XIX, y durante las cuatro primeras décadas del siguiente, se puede identificar otra fase en la relación histórica entre ciudad y deporte. Fue una etapa importante porque supuso la incorporación del deporte al acervo social y su conversión como elemento imprescindible en el diseño de la ciudad. Así pues, la gran aportación del periodo fue la transformación del deporte en un hecho social y urbano.
Pueden distinguirse dos fases en ese proceso. Durante las dos primeras décadas se produjo la sistematización del deporte y su organización, gracias a la fundación de numerosas instituciones (comités olímpicos, federaciones nacionales, clubs deportivos, etc.), contando con el particular impulso de los Juegos Olímpicos, que, aunque para su celebración tuvieron que apoyarse inicialmente en las Exposiciones Universales, acabarían consolidándose como un evento independiente de primera magnitud. La caracterización definitiva de las diferentes disciplinas, así como de los espacios que debían albergarlas sería una labor primordial. Las dos décadas finales del periodo (básicamente el periodo entreguerras) asistieron a la democratización del deporte, es decir, dejó de ser una actividad aristocrática o de personas acomodadas para pasar a estar al alcance de cualquiera, lo que supuso su realización por una cantidad creciente de personas, proporcionándole una gran popularidad. Por eso el deporte pasó a ser un hecho social, algo sustancial para entender el comportamiento colectivo.
En las primeras décadas del siglo XX se irían configurando los diferentes tipos de espacios necesarios para el deporte contemporáneo que tendrían una repercusión muy importante en las ciudades. El Soldier Field de Chicago se inauguró en 1924 recordando el modelo del estadio griego, pero con una escala propia de los anfiteatros romanos. La fotografía refleja su imagen inicial ya que, en 2001, una importante remodelación le otorgaría el aspecto actual.
Desde el punto de vista de la ciudad, puede decirse que, en esa primera mitad del siglo XX, el deporte se transformó en un hecho urbano. Los escenarios deportivos iniciales estuvieron condicionados por los objetivos de relación con la naturaleza y con el aire libre y puro. Por eso, el deporte se había mantenido relativamente alejado de los núcleos urbanos, pero su democratización y popularización creciente fue acercando su práctica al centro de las ciudades. Por ejemplo, con la programación de usos deportivos dentro de los parques públicos (destacando los denominados volksparks germanos) o con la construcción de piscinas que llevaban los deportes acuáticos al centro de las ciudades. Así pues, el deporte fue dejando los entornos rurales y periféricos para acercarse hacia las áreas urbanas centrales. La consecuencia fue que el deporte y sus necesidades pasaron a constituir una parte fundamental de la programación de usos urbanos y dado su peso creciente, la ubicación de los mismos adquirió una importancia capital en la estructura urbana.

Etapa 6. 1940-1980: la eclosión del deporte (fenómeno de masas y repercusión urbana de gran magnitud)
Las décadas centrales del siglo XX sería definitivas en la relación del deporte contemporáneo y la ciudad. Esa nueva etapa, que sería efectiva tras la Segunda Guerra Mundial y se prolongaría aproximadamente hasta 1980, se caracterizaría por la eclosión del deporte. Hasta entonces podría decirse que el deporte estaba contenido en “cápsulas” sociales y urbanas que, aunque ya eran importantes, no alcanzaban la trascendencia que tendría después. En esta etapa el deporte rompió su “envoltura” virtual calando tanto en la sociedad, hasta el punto de convertirse en un fenómeno de masas, como en la ciudad, desbordando sus límites para influir en la planificación de manera trascendental. Esta supuso una auténtica revolución social y urbana que se constató en dos fases.
El incremento de las necesidades deportivas en cuanto a diversidad de disciplinas y número de practicantes generó, entre otras exigencias, la creación de centros deportivos que encontraron acomodo en la periferia de las ciudades. En la imagen las instalaciones del Real Club de Polo de Barcelona en la Diagonal, ubicación que ocupa desde 1932 (el club fue fundado en 1897)
En las dos primeras décadas (entre 1940 y 1960) la práctica deportiva aumentó considerablemente entre la población debido al aumento del tiempo libre derivado de la reducción paulatina de las jornadas laborales (y en parte también como válvula de escape para paliar la depresión posbélica). Así, el deporte, que ya estaba al alcance de todo el que quisiera al haberse “democratizado”, pasó a ser practicado por la mayoría de la población, pudiendo hablarse de la socialización del deporte. Esto llamó la atención de los gobiernos que comenzaron a intervenir en él, proponiendo políticas deportivas concretas e impulsando la construcción de complejos polideportivos públicos, que debido a su tamaño tuvieron retornar a la periferia de las ciudades de aquel tiempo, situados en áreas específicas, como abogaba la zonificación de los planteamientos urbanos del funcionalismo.
El deporte como fenómeno de masas exigió espacios deportivos cada vez mayores. Uno de sus iconos es el estadio de Maracaná en Rio de Janeiro, inaugurado en 1950, que fue el estadio más grande del mundo (llegó a albergar casi 200.000 espectadores). La fotografía muestra su aspecto original, diferente al actual que es producto de la última remodelación realizada en 2014.
Entre 1960 y 1980, llegó el cambio definitivo. El deporte se transformó en un fenómeno de masas. Este hecho hay que entenderlo desde el doble punto de vista ya apuntado con anterioridad: el del número de practicantes, que creció exponencialmente; y, sobre todo, el de la cantidad de espectadores. En este caso, hay que considerar, desde luego, a los numerosos asistentes a los eventos deportivos, pero, es especialmente relevante su extensión a la práctica totalidad de la población, convertidos en espectadores desde sus casas gracias a los medios de comunicación. Esto provocó un cambio de escala muy sustancial en los edificios deportivos (en tamaño y en número). Por una parte, los estadios deportivos, vinculados a determinados deportes que se fueron erigiendo como deportes rey en diferentes países (por ejemplo, el fútbol, en Europa, el beisbol, en los Estados Unidos, o el rugby en sus diferentes versiones), se convirtieron en auténticos iconos urbanos al recibir la afluencia masiva de público. 
Las características de una ciudad como Los Angeles, obliga a que los nodos deportivos dispongan de extensas superficies de aparcamiento, hecho que condiciona su ubicación y su relación con el entorno urbano. Inaugurado en 1962, el Dodger Stadium de Los Angeles, en el que se celebran encuentros de beisbol, es un buen ejemplo de ello.
Por otra parte, en contraste con los grandes complejos multidisciplinares construidos al aire libre en localizaciones periurbanas en las décadas anteriores (que siguieron funcionando y proliferando), la ciudad comenzó a equiparse con espacios vinculados a deportes que preferían el interior arquitectónico (como el baloncesto). Se consolidarían los pabellones polideportivos (“palacios de los deportes”) y se revolucionaría una tipología que estaba un tanto estancada, los gimnasios, gracias a una nueva actividad, el fitness, que sería trascendental en las décadas siguientes. También se produjo un hecho novedoso: el deporte, desbordaría los marcos arquitectónicos y comenzó a desarrollarse en el espacio público de la ciudad, aunque inicialmente de una manera tímida.

Etapa 7. 1980-2020: de la mercantilización al deporte como “estilo de vida”.
En las últimas décadas del siglo XX el deporte se convierte en una actividad económica de primer nivel. Los practicantes no profesionales, transmutados en “consumidores” deportivos, son objetivo de empresas de productos de todo tipo y el deporte en general se convierte en canal de primer nivel para la transmisión de mensajes comerciales. El marketing se introduciría en el deporte financiando grandes eventos y a los principales deportistas que se convertían en escaparate y emblemas de marcas. No obstante, esta mercantilización no es generalizable puesto que algunos deportes minoritarios quedarían al margen de las fabulosas inversiones que recibirán los mayoritarios. Pero, en cualquier caso, el flujo de dinero proporcionó un impulso impresionante al deporte.
La mercantilización del deporte tiene muchas facetas. Una de ellas es la publicidad, tanto la presente en los estadios o como su versión virtual para los medios de comunicación.
Con el cambio de siglo, el deporte conquista definitivamente el espacio público. La utilización del espacio público como escenario deportivo no era algo nuevo, especialmente en niños y jóvenes, aunque también en adultos, pero de forma esporádica. El cambio fue muy notable ya que se intensificaría el uso hasta el punto de contar con su presencia habitual. Esto se constata con las numerosas personas que salen a correr a diario (actividad denominada footing, jogging o running según los momentos) o las multitudinarias carreras populares (destacando los emblemáticos maratones urbanos). La presencia urbana desbordaría las existentes pistas deportivas públicas sumándoles circuitos urbanos para bicicletas, lugares habilitados con aparatos de calistenia o espacios para las nuevas prácticas que utilizan la ciudad como escenario (podemos pensar en skate, roller, BMX, o parkour entre otros), algunas de las cuales son casi acrobáticas y consideradas deportes de riesgo. Con todo, se llega a hablar de una especie de sportscape urbano.
Los numerosos corredores individuales y las carreras populares, así como los grupos que practican deportes colectivos en parques o plazas e, incluso, la aparición de nuevos deportes estrictamente urbanos está convirtiendo a los espacios públicos de la ciudad en un escenario deportivo imprescindible.
Pero, algo está cambiando en el panorama actual, ya casi en la tercera década del siglo XXI. Se está intuyendo un paso trascendental, que enlaza con el espíritu higienista original: el deporte como pieza fundamental para el bienestar humano. Este proceso va más allá de que sea una actividad que favorezca la salud corporal y mental, eliminando los perniciosos efectos del sedentarismo creciente de nuestra sociedad, puesto que se está imbricando de tal manera en las costumbres sociales y está marcando pautas vitales, que está alumbrando un “estilo de vida” muy particular, seguido por cada vez más ciudadanos. Su repercusión en las ciudades está sobrepasando la mera ocupación del espacio público para determinar otras cuestiones tan importantes como la movilidad urbana. Esta tendencia está generando nociones tan significativas como la de “Ciudad Activa”, que conecta definitivamente el deporte con la ciudad. Con ello se está cerrando la séptima etapa y se avista un horizonte diferente para la sociedad y las ciudades.

En próximos artículos iremos desarrollando cada una de las diferentes etapas históricas.

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