La relación entre ciudad y deporte
ha pasado por una sucesión de siete
etapas históricas diferenciables. Desde la aparición, en la antigua Grecia,
de unas pruebas atléticas que serían el germen del futuro deporte hasta la
época actual, en cada uno de esos periodos se fijarían claves que explican la práctica deportiva contemporánea. Además de
esas aportaciones conceptuales, también se iría viendo modificada la interacción entre el deporte y la ciudad,
pasando de ser algo inicialmente anecdótico hasta llegar a la intensidad del
presente.
Precisamente, una de las
diferencias entre las antiguas prácticas y el deporte actual tiene que ver con
su distinta repercusión urbana. Hasta la época industrial la incidencia de
todas esas actividades en las ciudades fue muy escasa, limitándose a la influencia
de algunas edificaciones monumentales. Habría que esperar al siglo XIX para
empezar a hablar propiamente de deporte y de sus efectos urbanos. A lo largo
del siglo XX, el deporte se transformaría en un fenómeno de masas con una
influencia trascendental en la ciudad y las tendencias que vienen reafirman la
solidez del tándem deporte-ciudad.
La relación entre ciudad y
deporte ha pasado por una sucesión de siete
etapas históricas diferenciables. Desde la aparición, en la antigua Grecia,
de unas pruebas atléticas que serían el germen del futuro deporte hasta la
época actual, en cada uno de esos periodos se fijarían claves que explican la práctica deportiva contemporánea. Además de
esas aportaciones conceptuales, también se iría viendo modificada la interacción entre el deporte y la ciudad,
pasando de ser algo inicialmente anecdótico hasta llegar a la intensidad del
presente.
Las siete etapas históricas son:
1. La antigua Grecia.
2. El imperio Romano.
3. Desde la Edad Media hasta la
época industrial.
4. El siglo XIX.
5. Las primeras décadas del siglo
XX (aproximadamente entre 1900 y 1940)
6. Las décadas centrales del siglo
XX (desde 1940 a 1980)
7. Los años finales del siglo XX y primeros del XXI (entre 1980 y 2020)
Tal como hemos definido en un artículo anterior, las actividades realizadas en las
tres primeras etapas no serían propiamente deporte, pero su trascendencia
seminal requiere trasladar a la antigüedad el comienzo de la evolución. Una de
las diferencias entre las antiguas prácticas y el deporte actual tiene que ver
con su distinta repercusión urbana. Hasta la época industrial la incidencia de
todas esas actividades en las ciudades fue muy escasa, limitándose a la
influencia de algunas edificaciones monumentales. Habría que esperar al siglo
XIX para empezar a hablar propiamente de deporte y de sus efectos urbanos. A lo
largo del siglo XX, el deporte se transformaría en un fenómeno de masas con una
influencia trascendental en la ciudad y las tendencias que vienen reafirman la
solidez del tándem deporte-ciudad.
Etapa 1. La Grecia
antigua aporta el ritual y los primeros prototipos espaciales.
El punto de
partida para nuestro análisis de la relación entre ciudad y deporte nos lleva
hasta la Grecia antigua, donde se
instauraron los denominados “Juegos
Panhelénicos”. Estos eran encuentros del pueblo heleno que se celebraban en
diferentes lugares de manera periódica para homenajear a los dioses. Los diferentes Juegos,
que también servían para la confraternización entre los miembros de la Hélade,
serían reconocidos por las competiciones atléticas que se practicaban en ellos.
Esas pruebas (los agones), que
serían el embrión de algunas disciplinas deportivas actuales, estuvieron
caracterizadas por un elevado contenido
ritual. Esta será la primera clave que heredará y definirá el
deporte contemporáneo. Los ritos suelen conllevar un ceremonial preciso,
con protocolos determinados e invariantes, incluso con unas normas internas que
son respetadas escrupulosamente. Su repetición periódica en fechas concretas
les confiere un halo atemporal que los convierte en una parte muy importante de
las tradiciones culturales, haciéndolos imprescindibles para entender el
comportamiento de una sociedad.
El Stadion
griego fue prototipo para muchos de los futuros espacios deportivos. En la
imagen, arriba, el estadio de Nemea; debajo, el de Delfos.
|
Entre esos
encuentros de inspiración religiosa y de vocación social de la antigua Grecia,
destacarían los Juegos Olímpicos, que se celebraron en el santuario de Olimpia
cada cuatro años.
Para albergar
dichas pruebas se crearon los primeros
prototipos espaciales (estadios e hipódromos) que servirían de base para los escenarios deportivos futuros.
Complementariamente son reseñables los gimnasios, espacios multifuncionales
que estaban vinculados al entrenamiento físico y a la instrucción intelectual y
que también ejercieron una notable influencia posterior.
El interés
arquitectónico de esas primeras propuestas es indudable, pero, en general, su incidencia urbana fue escasa ya que
fueron pocas las polis que contaron
con ese tipo de equipamientos (además, en algunos casos, se instalaron en santuarios
en lugar de en ciudades).
Etapa 2. Roma
incorpora el espectáculo y los edificios monumentales.
En Roma se
inauguraría una nueva etapa en la relación entre ciudad y deporte, aunque los Juegos
Panhelénicos se continuarían celebrando cuando Grecia fue anexionada al Imperio
Romano.
El nuevo periodo estaría determinado
por el espíritu pragmático de los conquistadores que quedaba muy alejado
de la excelencia perseguida por la Hélade. Por esta razón, las ceremonias atléticas y
el virtuoso agón griego no eran del
gusto del pueblo romano y fueron sustituidos por otro tipo de encuentros
públicos. En el imperio, se realizarían festejos multitudinarios en los que
gladiadores profesionales luchaban entre ellos o con fieras y en los que
aurigas experimentados levantarían pasiones conducían sus cuadrigas a toda
velocidad (algo en lo que sí coincidieron romanos y helenos). La “alteración”
respondía a que lo que realmente apreciaban los romanos era el espectáculo, otro ingrediente que se
incorporaría al futuro deporte. Esta segunda clave resultará fundamental ya que
no se puede entender el
deporte actual sin su “cara B”, es decir, sin la existencia de un público que
asiste a los eventos deportivos o que los sigue a través de los medios de
comunicación. Esta vertiente, la del espectador pasivo, supuso en su momento un
impulso extraordinario para el deporte.
Maqueta de la
Roma antigua, con el Anfiteatro Flavio (el Coliseo) y el Circo máximo.
|
Las
principales ciudades del imperio celebraban esos eventos tan populares en
ocasiones especiales. Eran impulsadas desde el poder o desde la aristocracia
para conmemorar acontecimientos, homenajear a personajes o simplemente para
ganarse el afecto del pueblo. Como escenario se crearon dos nuevos prototipos arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, que serían referenciales para los escenarios deportivos
modernos En paralelo también nacería otra práctica, socialmente compleja, que
se vincularía al baño dentro de unas construcciones específicas, las termas,
que también tendrían una gran repercusión posterior.
La escala de
estas edificaciones sería monumental y, en consecuencia, influirían notablemente en la estructura urbana de las ciudades que
contaron con ellas. Esos grandes equipamientos se convertirían en iconos
identitarios y en hitos de legibilidad urbana, al margen de otras cuestiones
relativas a la significación. No obstante, esto sucedió solamente en las más
urbes más importantes del imperio, por lo que su repercusión sería relativa.
Etapa 3. De la Edad
Media hasta la época industrial, la era del entretenimiento.
El largo
periodo que arranca con la Edad
Media y llega hasta la época industrial presenta, desde el punto de
vista histórico, una gran diversidad, pero, desde nuestra óptica deportiva
ofrece una homogeneidad que permite agrupar tantos siglos como una etapa
coherente.
Fueron unos
tiempos convulsos en los que el espíritu “deportivo” de la época clásica se
desvanecería, situación que tampoco mejoró cuando el Renacimiento miró hacia el
pasado grecorromano, ya que su interés recuperador tenía objetivos diferentes.
Muchos de aquellos escenarios de las antiguas Grecia y Roma habían sido destruidos
o se encontraban en mal estado y en numerosas ocasiones habían sido utilizados
para otros fines (incluso albergaron viviendas en su interior). En consecuencia,
la sistematización de actividades o la periodificación de las celebraciones
disminuyó extraordinariamente hasta casi desaparecer, pero no ocurrió lo mismo
con el afán de entretenimiento, que
se mantendría incólume. Esta sería la clave
aportada por este largo periodo.
Las
innovaciones llegaron principalmente de la mano de nuevos actores,
particularmente de los “barbaros” del norte, que entraron en el tablero de la
historia contribuyendo con sus propios criterios y costumbres. En ese sentido, el ámbito anglosajón extendería una
serie de juegos y pruebas físicas menos vinculadas con la rigidez de la arquitectura
y más con la flexibilidad del ejercicio al aire libre. Sus escenarios solían
ser provisionales (los “terrenos de
juego”) y se desmontaban tras la finalización de las pruebas, aunque
algunas de esas canchas tuvieran mayor continuidad. Podemos pensar en las
“justas” entre caballeros medievales o muchos juegos de pelota que fueron
inventados durante ese largo periodo.
La
improvisación espacial que solía acompañar a estas celebraciones hizo que su repercusión urbana fue reducida Por lo
general se realizaban en espacios cuyo cometido principal era otro, como sucedía
en los “commons” medievales, los
lugares de pastos colectivos, o con los patios de armas de los castillos,
incluso con algunos glacis de murallas sobre los que se efectuaron torneos.
Esta situación se prolongaría durante la Edad Moderna sin que aparecieran
lugares específicos para unas prácticas que iban poco más allá de una
competición entre caballeros o un juego con más o menos participantes, cuyo fin
pretendía, sobre todo, entretener.
Etapa 4. El siglo XIX: el nacimiento del
deporte y la gestación de los tipos arquitectónicos modernos.
Durante el siglo XIX se gestó el
deporte propiamente dicho. Una nueva mentalidad
social impulsaría su nacimiento apoyada en dos vectores concretos: por un lado,
la salubridad, objetivo del movimiento higienista
surgido como respuesta a muchos de los problemas de la Ciudad Industrial; y, en paralelo, la moral, fomentada desde
instancias religiosas que veían en la práctica deportiva la forma de canalizar
la agresividad de los jóvenes y de orientarlos hacia una mejora personal que
los alejara de los vicios. La nueva mentalidad higienista y moralizante se fijó
en las pruebas atléticas de los antiguos griegos o en los juegos competitivos
(con especial atención a los juegos de pelota) y los dotó de un nuevo sentido. En
consecuencia, se generó una nueva actividad que llamamos deporte (o deporte moderno para
algunos) que se sistematizó y reglamentó como garante de la salud corporal y mental, que fue la
gran aportación del periodo. Así se impulsaría
la vida sana, reforzada con nuevas actividades
realizadas en la naturaleza, al aire libre, particularmente con el excursionismo, y también con la moda
terapéutica de balnearios y baños de mar. Igualmente se consolidaría
la educación física como parte
sustancial de la instrucción infantil y juvenil gracias a una práctica nueva,
que se denominó gimnasia.
La necesidad de escenarios para todas
esas actividades, puso en marcha un proceso de reflexión arquitectónica que se
apoyaría en las antiguas edificaciones referenciales (estadios, anfiteatros,
circos, etc.). No obstante, el proceso fue lento y su trascendencia urbana sería
paulatina, principalmente porque se insistía en la realización del deporte en
entornos naturales (rurales) o en la periferia de las ciudades donde hubiera
“aire libre y puro” y, por eso, se delimitarían en ellas rudimentarios “terrenos
de juego”. En cualquier caso, la reinterpretación de los antiguos prototipos y
las nuevas propuestas (como es el caso de los pabellones proyectados para dar
cobijo a la gimnasia, los turnhalle
alemanes) acabarían generando los tipos
arquitectónicos que definirían los espacios deportivos.
Este proceso de reinvención
arquitectónica recibiría un impulso gigantesco a finales de la centuria con la
puesta en marcha de los Juegos Olímpicos
de la era moderna. Emulando a los juegos originales que se celebraban en
Olimpia, los nuevos también buscaban transmitir un mensaje de paz y hermandad
entre todos los pueblos del planeta, lo cual extendió su práctica a todos los
rincones del mundo. Aunque estos grandes eventos tardarían en consolidarse varias
décadas su importancia fue trascendental para el deporte y las ciudades, y no
solo para las que los acogieron, sino en general para todas, porque en las Olimpiadas
se irían perfilando los tipos de instalación deportiva para el futuro.
Etapa 5. 1900-1940: el deporte como hecho social
y como hecho urbano.
Desde finales del siglo XIX, y durante
las cuatro primeras décadas del siguiente, se puede identificar otra fase en la
relación histórica entre ciudad y deporte. Fue una etapa importante porque
supuso la incorporación del deporte al acervo social y su conversión como
elemento imprescindible en el diseño de la ciudad. Así pues, la gran aportación del periodo fue la
transformación del deporte en un hecho social y urbano.
Pueden
distinguirse dos fases en ese proceso. Durante las dos primeras décadas se
produjo la sistematización del deporte y su organización, gracias a la fundación
de numerosas instituciones (comités olímpicos, federaciones nacionales, clubs
deportivos, etc.), contando con el particular impulso de los Juegos Olímpicos,
que, aunque para su celebración tuvieron que apoyarse inicialmente en las
Exposiciones Universales, acabarían consolidándose como un evento independiente
de primera magnitud. La caracterización definitiva de las diferentes
disciplinas, así como de los espacios que debían albergarlas sería una labor
primordial. Las dos décadas finales del periodo (básicamente el periodo
entreguerras) asistieron a la democratización
del deporte, es decir, dejó de ser una actividad aristocrática o de
personas acomodadas para pasar a estar al alcance de cualquiera, lo que supuso
su realización por una cantidad creciente de personas, proporcionándole una
gran popularidad. Por eso el deporte pasó a ser un hecho social, algo sustancial
para entender el comportamiento colectivo.
Desde el
punto de vista de la ciudad, puede decirse que, en esa primera mitad del siglo
XX, el deporte se transformó en un hecho urbano. Los escenarios
deportivos iniciales estuvieron condicionados por los objetivos de relación con
la naturaleza y con el aire libre y puro. Por eso, el deporte se había
mantenido relativamente alejado de los núcleos urbanos, pero su democratización
y popularización creciente fue acercando su práctica al centro de las ciudades.
Por ejemplo, con la programación de usos deportivos dentro de los parques
públicos (destacando los denominados
volksparks germanos) o con la construcción de piscinas que llevaban los
deportes acuáticos al centro de las ciudades. Así pues, el deporte fue dejando
los entornos rurales y periféricos para acercarse hacia las áreas urbanas centrales. La consecuencia fue que el deporte
y sus necesidades pasaron a constituir una parte fundamental de la programación
de usos urbanos y dado su peso creciente, la ubicación de los mismos adquirió
una importancia capital en la estructura urbana.
Etapa 6. 1940-1980: la eclosión del deporte (fenómeno de
masas y repercusión urbana de gran magnitud)
Las décadas centrales del siglo XX sería
definitivas en la relación del deporte contemporáneo y la ciudad. Esa
nueva etapa, que sería efectiva tras la Segunda Guerra Mundial y se prolongaría
aproximadamente hasta 1980, se caracterizaría por la eclosión del deporte. Hasta entonces podría decirse que el deporte
estaba contenido en “cápsulas” sociales y urbanas que, aunque ya eran
importantes, no alcanzaban la trascendencia que tendría después. En esta etapa
el deporte rompió su “envoltura” virtual calando tanto en la sociedad, hasta el
punto de convertirse en un fenómeno de masas, como en la ciudad, desbordando sus
límites para influir en la planificación de manera trascendental. Esta supuso
una auténtica revolución social y urbana que se constató en dos fases.
En las dos
primeras décadas (entre 1940 y 1960) la práctica deportiva aumentó
considerablemente entre la población debido al aumento del tiempo libre
derivado de la reducción paulatina de las jornadas laborales (y en parte también
como válvula de escape para paliar la depresión posbélica). Así, el deporte,
que ya estaba al alcance de todo el que quisiera al haberse “democratizado”,
pasó a ser practicado por la mayoría de la población, pudiendo hablarse de la socialización del deporte. Esto llamó
la atención de los gobiernos que comenzaron a intervenir en él, proponiendo políticas deportivas concretas e
impulsando la construcción de complejos polideportivos públicos, que debido a
su tamaño tuvieron retornar a la periferia de las ciudades de aquel tiempo, situados
en áreas específicas, como abogaba la zonificación
de los planteamientos urbanos del funcionalismo.
Entre 1960 y
1980, llegó el cambio definitivo. El deporte se transformó en un fenómeno de masas. Este hecho hay que
entenderlo desde el doble punto de vista ya apuntado con anterioridad: el del
número de practicantes, que creció exponencialmente; y, sobre todo, el de la
cantidad de espectadores. En este caso, hay que considerar, desde luego, a los
numerosos asistentes a los eventos deportivos, pero, es especialmente relevante
su extensión a la práctica totalidad de la población, convertidos en
espectadores desde sus casas gracias a los medios de comunicación. Esto provocó
un cambio de escala muy sustancial
en los edificios deportivos (en tamaño y en número). Por una parte, los estadios deportivos, vinculados a
determinados deportes que se fueron erigiendo como deportes rey en diferentes
países (por ejemplo, el fútbol, en Europa, el beisbol, en los Estados Unidos, o
el rugby en sus diferentes versiones), se convirtieron en auténticos iconos
urbanos al recibir la afluencia masiva de público.
Por otra parte, en contraste
con los grandes complejos multidisciplinares construidos al aire libre en
localizaciones periurbanas en las décadas anteriores (que siguieron funcionando
y proliferando), la ciudad comenzó a equiparse con espacios vinculados a
deportes que preferían el interior arquitectónico (como el baloncesto). Se
consolidarían los pabellones
polideportivos (“palacios de los deportes”) y se revolucionaría una
tipología que estaba un tanto estancada, los gimnasios, gracias a una nueva actividad, el fitness, que sería trascendental en las décadas siguientes. También
se produjo un hecho novedoso: el deporte, desbordaría
los marcos arquitectónicos y comenzó a desarrollarse en el espacio público
de la ciudad, aunque inicialmente de una manera tímida.
Etapa 7. 1980-2020: de la
mercantilización al deporte como “estilo de vida”.
En las últimas décadas del siglo XX el
deporte se convierte en una actividad
económica de primer nivel. Los practicantes no profesionales, transmutados
en “consumidores” deportivos, son objetivo de empresas de productos de todo
tipo y el deporte en general se convierte en canal de primer nivel para la
transmisión de mensajes comerciales. El marketing se introduciría en el deporte
financiando grandes eventos y a los principales deportistas que se convertían
en escaparate y emblemas de marcas. No obstante, esta mercantilización no es
generalizable puesto que algunos deportes minoritarios quedarían al margen de
las fabulosas inversiones que recibirán los mayoritarios. Pero, en cualquier
caso, el flujo de dinero proporcionó un impulso impresionante al deporte.
La
mercantilización del deporte tiene muchas facetas. Una de ellas es la
publicidad, tanto la presente en los estadios o como su versión virtual para
los medios de comunicación.
|
Con el cambio
de siglo, el deporte conquista
definitivamente el espacio público. La utilización del espacio público como escenario deportivo no era algo
nuevo, especialmente en niños y jóvenes, aunque también en adultos, pero de
forma esporádica. El cambio fue muy notable ya que se intensificaría el uso
hasta el punto de contar con su presencia habitual. Esto se constata con las
numerosas personas que salen a correr a diario (actividad denominada footing, jogging o running según
los momentos) o las multitudinarias carreras populares (destacando los
emblemáticos maratones urbanos). La presencia urbana desbordaría las existentes
pistas deportivas públicas sumándoles circuitos urbanos para bicicletas,
lugares habilitados con aparatos de calistenia o espacios para las nuevas prácticas
que utilizan la ciudad como escenario (podemos pensar en skate, roller, BMX, o parkour entre otros), algunas de las cuales son casi acrobáticas y
consideradas deportes de riesgo. Con todo, se llega a hablar de una especie de sportscape urbano.
Pero, algo
está cambiando en el panorama actual, ya casi en la tercera década del siglo
XXI. Se está intuyendo un paso trascendental, que enlaza con el espíritu
higienista original: el deporte como pieza fundamental para el bienestar humano.
Este proceso va más allá de que sea una actividad que favorezca la salud corporal
y mental, eliminando los perniciosos efectos del sedentarismo creciente de
nuestra sociedad, puesto que se está imbricando de tal manera en las costumbres
sociales y está marcando pautas vitales, que está alumbrando un “estilo de vida” muy particular, seguido
por cada vez más ciudadanos. Su repercusión en las ciudades está sobrepasando
la mera ocupación del espacio público para determinar otras cuestiones tan
importantes como la movilidad urbana. Esta tendencia está generando nociones
tan significativas como la de “Ciudad Activa”, que conecta
definitivamente el deporte con la ciudad. Con ello se está cerrando la séptima
etapa y se avista un horizonte diferente para la sociedad y las ciudades.
En
próximos artículos iremos desarrollando cada una de las diferentes etapas
históricas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
urban.networks.blog@gmail.com