Según se
dice, las desgracias nunca vienen
solas. Algo supo de ello la ciudad de Valladolid en 1561, con la designación de
Madrid como capital de España y el
devastador incendio que destruyó una
parte de la ciudad. Pero también se dice que no hay mal que por bien no venga y
que de las crisis surgen oportunidades.
Y también Valladolid se hizo eco de ello. La rápida reconstrucción del área
quemada supuso la primera aplicación
urbana en España de los criterios renacentistas que venían de Italia y
lanzó al mundo la referencia morfológica de la Plaza Mayor, que se convertiría en el modelo para otras muchas
plazas, tanto en la península como en América. Además, junto a aquel trazado,
que se concibió como un alarde geométrico y simbólico, se comenzó a levantar en
esos años y con el mismo espíritu renacentista la Catedral, un extraordinario proyecto de Juan de Herrera que,
lamentablemente, no llegaría a concluirse.
Valladolid fue el campo avanzado del
urbanismo renacentista hispano con aquel nuevo barrio, sus innovadores espacios urbanos y las
renovadas edificaciones. No obstante, el ímpetu experimentador se vería
frustrado porque el traslado del centro de poder a Madrid originaría un declive
del que la ciudad castellana tardaría mucho en recuperarse.