8 abr 2019

¡Comienza el espectáculo!: Ciudad y Deporte en el Imperio romano (Anfiteatros, Circos y Termas)


Los romanos crearon sus propios escenarios deportivos con un claro sentido del espectáculo. Arriba, recreación del Anfiteatro Flavio de Roma (el Coliseo) y debajo su estado actual.
En la antigua Roma se inauguraría una nueva etapa en la relación entre ciudad y deporte. Aunque los Juegos Panhelénicos se continuaron celebrando cuando Grecia fue anexionada al Imperio Romano, el espíritu pragmático de los conquistadores quedaba bastante alejado de la excelencia perseguida por la Hélade. Las ceremonias atléticas y el virtuoso agón griego no eran del gusto del pueblo latino y fueron sustituidos por festejos multitudinarios en los que gladiadores profesionales luchaban entre ellos o con fieras y en los que aurigas experimentados conducían sus cuadrigas a toda velocidad levantando pasiones (algo en lo que sí coincidieron con los helenos), porque lo que verdaderamente amaban los romanos era el espectáculo, otro ingrediente que se incorporaría al futuro deporte.
Para albergar esos eventos tan populares se crearon dos nuevos prototipos arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, edificaciones monumentales que influirían notablemente en la estructura urbana y que serían referenciales para los escenarios deportivos modernos. Complementariamente, también nacería otra práctica, socialmente compleja, que se vincularía al agua y al baño dentro de unas construcciones específicas, las termas, que también tendrían una gran repercusión posterior.

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En la antigua Roma se inauguraría una nueva etapa en la relación entre ciudad y deporte. Aunque los Juegos Panhelénicos se continuaron celebrando cuando Grecia fue anexionada al Imperio Romano, el espíritu pragmático de los conquistadores quedaba bastante alejado de la excelencia perseguida por la Hélade. Las ceremonias atléticas y el virtuoso agón griego no eran del gusto del pueblo latino. La diversión y el entretenimiento superaron a la búsqueda de la perfección.
Los ideales de excelsitud se resintieron y la educación física quedaría relegada ante otros intereses alejados de los valores griegos. Pero los romanos supieron extraer algo muy atractivo de aquellas reuniones helenas: su capacidad para generar espectáculo. No obstante, habría que dotarlas de algo más de “mordiente”. Las competiciones que se mantuvieron fueron las más grandiosas y teatrales, es decir, las carreras de velocidad asistida en las que aurigas experimentados conducían sus cuadrigas a toda velocidad levantando pasiones (algo en lo que sí coincidieron con los helenos). Además, se inventaron toda una serie de actividades que, si bien tenían poco de edificantes, generaban un entusiasmo sin límites: combates entre gladiadores, luchas de fieras o naumaquias (simulaciones de batallas navales). No obstante, los romanos no olvidarían los Juegos Panhelénicos en los que los griegos tuvieron que admitirlos por obligación (incluso existe una anécdota con el emperador Nerón como participante). Esto hizo que los estadios no murieran del todo hasta que el emperador romano Teodosio I abolió los Juegos en el año 394.
Para dar cabida a ese cambio de rumbo, los romanos crearon sus prototipos arquitectónicos: los anfiteatros y los circos, edificaciones monumentales que influirían notablemente en la estructura urbana de las principales ciudades del imperio, en las que se celebraban esos eventos tan populares. La trascendencia y versatilidad tanto del circo, que era una evolución directa del hipódromo griego, como del anfiteatro, que tuvo una génesis muy particular a partir de los teatros, los llevaría a convertirse en modelos referenciales para los escenarios deportivos modernos. Pero estos escenarios principales no fueron los únicos en albergar actividades físicas, porque siguieron desarrollándose los gimnasios y además apareció una nueva tipología que causó furor entre los romanos, las termas, lugares vinculados al agua y al baño que desarrollarían unas prácticas complejas, cercanas al mundo social y del placer, que también tendrían una gran repercusión futura.

Los circos, nueva versión arquitectónica para la velocidad.
Las carreras de cuadrigas despertaron pasiones en el Imperio romano. En eso coincidieron con los helenos y por eso los hipódromos griegos fueron adaptados (sobre todo en tamaño y capacidad de público) para convertirse en uno de los escenarios más característicos de las ciudades romanas. Toda ciudad que se preciara debía disponer de un circo.
Desde luego que los griegos no inventaron las carreras de caballos. Otros muchos pueblos celebraban ese tipo de competición. De hecho, los antiguos romanos ya las realizaban en la capital, en el valle situado entre los montes Aventino y Palatino. Precisamente ese lugar sería el escogido para levantar el Circo Máximo, la más famosa construcción de este tipo que se especula con que fue comenzada ya en la monarquía, en tiempos de Tarquinio el viejo. Aquella pista inicial iría adquiriendo forma con el paso de los siglos, hasta que en tiempos del emperador Augusto era ya la impresionante construcción que impactaba a propios y extraños.
Maqueta del Circo Máximo de Roma.
Un circo era una construcción de forma rectangular, con una componente longitudinal totalmente dominante que se completaba con remates circulares en los lados pequeños. Adquiría su volumetría con un graderío perimetral que dejaba un espacio vacío central muy alargado donde se disputaban las carreras. En el eje de esta arena se levantaba la espina, un muro exento y bajo, que separaba los dos sentidos de la carrera. Así las dos calles y los giros de los extremos conformaban un circuito en el que caballos y cuadrigas luchaban por ser los más rápidos bajo la algarabía de los espectadores.
El Circo Máximo de Roma era imponente con sus 640 metros de longitud. Su arena alcanzaba los 595 metros de longitud, contando con una anchura entre 85 y 87 metros. Su aforo llegaba hasta los 150.000 espectadores. Además de este, la capital del imperio tuvo otros circos: destacaron el circo Flaminio (construido hacia el año 220 a.C.), el de Calígula, el de Domiciano, el Variano, o el de Magencio.
La atracción favorita eran las carreras de cuadrigas, que eran organizadas por empresarios privados que recibían el nombre de factio. Hubo cuatro factio (facciones) en Roma que se identificaban por un color (azul, verde, rojo y blanco). Cada facción era como un “equipo”, con sus aurigas y sus partidarios entre el público. Las agrupaciones de seguidores de cada facción formaron algo parecido a partidos populares (partes populi) con gran rivalidad, incluso fuera de los recintos de carreras (algo que fue especialmente intenso en Constantinopla, donde los azules y verdes absorbieron a los otros dos, y trasladaron su antagonismo también a lo social y político: los azules eran la clase alta y los verdes, la popular). Con esto, la pasión y el espectáculo estaba servido.
Planta de la Constantinopla romana con la presencia del Circo junto a la basílica de Santa Sofía.
De todas formas, los romanos no abandonaron el ritual y el boato con el que los griegos acompañaban sus ceremonias, aunque adaptándolo a sus propios fines, con procesiones fastuosas al inicio a los juegos. Particularmente, la pompa, era un desfile con el que se iniciaba cada evento y en el que participaban no solo los aurigas competidores sino también los políticos promotores, bailarinas e incluso soldados, todo para más gloria del espectáculo.
Resulta curioso, y muy revelador, que Roma, que tuvo varios circos, solo tuviera un estadio, el de Domiciano (cuyo lugar ocupa hoy la Piazza Navona). Como los estadios helenos tenía un extremo circular y otro recto, aunque sus dimensiones superaron a sus precedentes griegos (era una vez y media más largo que el estadio de Olimpia, con 275 metros de longitud y 106 de anchura, con un aforo estimado de unos 30.000 espectadores). Su presencia en la trama actual de la Roma antigua, reconvertido en la famosa y visitada plaza testimonia la importancia que tuvo. Este estadio también fue conocido como Circus agonalis, debido a que allí se celebraban “agones”, las pruebas atléticas creadas por los helenos. Se cree que del término “in agone” se pasaría a navone y finalmente a navona.

Los anfiteatros, una nueva concepción espacial a favor del espectáculo.
Los griegos inventaron el teatro creando, no solo un género literario, sino también un lugar específico para su representación. Los romanos continuaron la tradición con importantes autores, aunque introdujeron matices diferenciales en la construcción de los edificios teatrales. Por eso, los teatros griegos y romanos presentan diferencias (una de las más sustanciales fue que los edificios griegos se apoyaban en laderas de las colinas para generar la pendiente del graderío mientras que los edificios romanos independizaron la construcción de la topografía).
Imagen de uno de los vídeos didácticos de Academia Play, señalando las diferencias entre los modelos arquitectónicos de teatro griego y romano.
Pero esos contrastes entre teatros griegos y romanos son pequeños matices si los comparamos con los anfiteatros que son realmente un tipo de edificio muy diferentes. En el teatro, el público se enfocaba hacia la escena donde se desarrollaba la acción. Además, los espectadores enmudecían, reinando el silencio para poder escuchar las declamaciones de los actores. El anfiteatro es otra cosa. Primero, formalmente, porque tal como indica su prefijo “anfi” (que significa “doble”) es un “teatro duplicado”, o sea que lo que era un “semicírculo” se transformó en un “circulo” completo (o en un óvalo). Así, un anfiteatro era, en esencia, una arena perimetrada por un graderío elevado (la cávea). Este gesto arquitectónico ofrece una significación fundamental para entender el concepto de espectáculo. La función no es focalizada, sino que se produce en el centro de los espectadores. La segunda diferencia es sonora. El silencio teatral da paso a la intensidad del griterío, porque lo que sucede en la arena no requiere atención de escucha sino solamente de visión. Es más, el rugiente sonido también forma parte del atractivo del propio espectáculo.
Comparación a la misma escala de los Anfiteatros de Roma (el Coliseo), de Arlés y de Nimes. Se aprecia como el anfiteatro es una “duplicación” del teatro.
La actividad más habitual en la arena del anfiteatro fueron las luchas de gladiadores, que eran profesionales entrenados y valorados (y precisamente por eso, pocas veces celebraban combates a muerte, en contra de lo que alimentan las leyendas). También hubo luchas y cacerías de fieras traídas de lejanos y exóticos parajes o naumaquias, que representaban luchas navales de gran complejidad técnica.
Parece que el primer anfiteatro debió ser de madera, levantado hacia el año 29 a.C. en la parte meridional del Campo de Marte romano. Hubo alguna otra construcción de este tipo hasta que, en el año 80, en tiempos del emperador Tito, se inauguró junto al Foro romano el espectacular Anfiteatro Flavio (conocido como Coliseo por contar con una estatua gigantesca, el Coloso de Nerón, de unos treinta metros de altura que desaparecería). Su aforo era de unos 65.000 espectadores. Sus dimensiones fueron descomunales para la época: un óvalo exterior de 189 metros de largo por 156 de ancho y 57 metros de altura en su fachada, con un ovalo interior (la arena) de 75 por 44 metros.
Tras una accidentada vida, el edificio lograría vencer al tiempo y llegar hasta nosotros, aunque fuera de forma incompleta. En la actualidad se ha convertido en el principal icono de Roma y uno de sus grandes atractivos turísticos.
Anfiteatro de Nimes (Francia).
Siguiendo ese modelo, las principales ciudades del imperio construyeron sus propios anfiteatros. Algunos de ellos son ruinas visitables, pero otros siguen cumpliendo su función (como los anfiteatros de Arlés o Nimes, en el sureste francés, donde todavía se celebran espectáculos muy variados, incluidas corridas de toros).
Los anfiteatros tendrían una influencia decisiva en la definición de los estadios modernos.

Las termas: el agua entra en acción.
Las termas nacieron como baños públicos, establecimientos destinados a la higiene corporal. No las inventaron los romanos ya que los griegos disponían de instalaciones que podían recibir ese nombre. Pero los romanos las elevaron hasta un nivel inimaginable hasta entonces, tanto por la complejidad y monumentalidad de sus edificaciones como por su significación social. Las termas romanas, evolucionaron desde sus bases higiénicas para transformarse en un lugar de encuentro social y para el placer, y sobre esas bases se acabaría constituyendo una auténtica “cultura termal” romana que complementaría todo lo anterior con las posibilidades de desarrollar tanto el ejercicio físico como el intelectual (de hecho, llegaron a disponer de bibliotecas).
Su programa contaba con varios espacios fundamentales, comenzando por el Apodyterium (vestuarios) desde los que se accedía a la oferta de agua en diferentes temperaturas: Frigidarium, agua fría; Tepidarium, agua templada; y Caldarium, agua caliente (todo ello gracias a un elaboradísimo sistema de fontanería y calefacción). Dependiendo de su importancia ofrecían más espacios y actividades: desde la Natatio, piscina al aire libre, el gimnasio o la palestra hasta la referida biblioteca. Cuando se permitía el acceso a ambos sexos, estos estaban separados (incluso con accesos independientes en muchos casos).
Termas Estabianas de Pompeya, donde se puede apreciar la separación de las instalaciones para hombres y mujeres que tienen, incluso, accesos distintos.
Estos establecimientos abundaron no solo en Roma sino en casi todas las ciudades del imperio. Las Termas Estabianas en Pompeya, del siglo IV a.C., son un buen ejemplo de los inicios de una tipología que fijaría su modelo definitivo hacia el año 109, con las Termas de Trajano. Antes de estas, en la superpoblada Roma se habían construido cientos de Balnea, que eran baños privados de pago, pero solo tres Thermae, instalaciones públicas, gratuitas, de las cuales dos estuvieron ubicadas en el Campo de Marte (las Termas de Agripa, inauguradas hacia el año 12 a.C. y las de Nerón, hacia el año 62), mientras que la tercera se levantó en el Esquilino, concretamente en la colina Oppio (las Termas de Tito). Las Termas de Tito iniciaron la serie de grandes termas imperiales. Construidas hacia el año 80, incrementaron las dimensiones habituales hasta ocupar un rectángulo de 125 por 120 metros.
Las grandes termas imperiales comparadas a la misma escala, De arriba abajo, Termas de Tito, Trajano, Caracalla y Diocleciano.
Con las Termas de Trajano, su arquitecto, Apolodoro de Damasco, fijó el modelo para el futuro, proponiendo un organigrama funcional concreto y una disposición determinada de los diferentes espacios. Las nuevas termas eran casi tres veces mayores que las de Tito, desarrollándose en una extensa plataforma plana artificial. Apolodoro planteó un gran recinto en cuyo interior se levantaba el edificio termal propiamente dicho, de aproximadamente 339 por 315 metros. El edificio organizaba sus instalaciones siguiendo dos ejes perpendiculares que se cruzaban en una gran sal central.
Entre los años 212 y 217 se levantaron las Termas de Caracalla, un nuevo hito en la edificación termal. Estas termas, mayores que las anteriores presentaban el edificio interior exento, en el centro del recinto (las de Trajano lo tenían adosado a uno de los bordes exteriores)
Finalmente, hacia el año 305 se construyeron las monumentales Termas de Diocleciano. Estas superaron a todos los balnearios imperiales anteriores, en dimensión, capacidad y lujo. El diseño seguía el modelo establecido por Apolodoro de Damasco en las Termas de Trajano. Los historiadores calculan que llegaron a tener entre 6.000 y 8.000 usuarios diarios, pudiendo acoger a unos 1.600 bañistas a la vez. Esto suponía el doble de los visitantes atribuidos a las termas de Caracalla. Las Termas de Diocleciano se levantaron en el altiplano existente entre el Quirinal y el Viminal, con un tamaño que obligó a realizar numerosas demoliciones. Contaba con una gran cisterna para acumular agua que procedía del Aqua Marcia, el acueducto más largo de Roma. Tras la caída del Imperio, algunos de sus espacios se reutilizaron para acoger a la basílica de Santa María de los Angeles y otras iglesias.
Con la desaparición del Imperio el mundo termal sufrió un declive, aunque se mantuvo presente en los baños árabes. En cualquier caso, se convertirían en una referencia para los actuales centros acuáticos.

Repercusión urbana de los escenarios romanos.
Los Juegos Panhelénicos tuvieron lugar, principalmente, en el entorno de santuarios y su repercusión urbana fue muy escasa, pero los eventos romanos se celebraban dentro de las ciudades (de las principales) y, por eso, la incidencia de esos nuevos equipamientos en la estructura de estas urbes fue notable.
Las ciudades romanas de colonización siguieron un modelo de planificación muy concreto que ya ha sido analizado en este blog en anteriores ocasiones. En esencia presentan una trama ortogonal, presidida por el cardo maximus y el decumanus maximus (a los que seguían el resto de calles generando las manzanas edificables). El cruce perpendicular de estas dos vías primordiales ubicaba el Foro (el centro funcional y simbólico) y en sus extremos se abrían las puertas principales en las murallas.
Los grandes equipamientos destinados a los espectáculos: teatros, anfiteatros y circos, tuvieron dificultad para encajar en ese rígido trazado, más aún cuando las primeras ciudades eran asentamientos modestos que no contaban con la capacidad suficiente para construirlos (aunque los teatros fueron más asequibles que los grandes anfiteatros y, especialmente, que los circos). Algunas colonias, conforme incrementaron su papel en la jerarquía urbana del imperio, requirieron la construcción de esos edificios monumentales, que encontraron acomodo en la periferia del núcleo original (aunque, dada la escala de aquellas ciudades, no quedaban alejados)
Maqueta de una recreación de la Tarraco Nova imperial (la actual Tarragona) donde se aprecia el Circo separando las dos partes de la ciudad y el Anfiteatro levantado fuera de las murallas.
Hay que tener en cuenta el tamaño, particularmente de los gigantescos circos, así como las necesidades de amplios espacios en su entorno para recibir un gran número de espectadores (de la propia ciudad y de las del entorno). Estos edificios se convertirían en focos perspectivos del viario facilitando la legibilidad urbana, así como en iconos identitarios y simbólicos de las ciudades que contaban con ellos. No obstante, esto sucedió solamente en las más urbes más importantes del imperio, por lo que su repercusión sería relativa.
La plaza Navona de Roma fue durante el imperio el lugar ocupado por el Estadio de Domiciano que también era conocido como Circus agonalis, debido a que allí se celebraban “agones”, los juegos creados por los helenos. Se cree que del término “in agone” se pasaría a navone y finalmente a navona.
En cualquier caso, el crecimiento de las ciudades acabaría por integrar esas enormes construcciones que habían nacido exentas en las “periferias”. Las remodelaciones urbanas de los siglos siguientes ofrecen, respecto a ellas, casos de todo tipo, desde ausencias, algunas recordadas y otras prácticamente olvidadas, hasta presencias todavía activas. Muchas de las desapariciones dejaron una huella que sigue manifestándose en la trama de las ciudades, con ejemplos como el del mencionado Estadio de Domiciano en Roma, “presente” en la Piazza Navona que ocupa el espacio dedicado a las pruebas atléticas, o el Anfiteatro florentino, en el que las viviendas que sustituyeron a la construcción pérdida se adaptaron al óvalo mostrando sus fachadas curvas.
El ovalo del antiguo anfiteatro de Florencia se pone de manifiesto en la trama de la ciudad actual, junto a la Piazza di Santa Croce.

El espectáculo, la aportación romana a las claves conceptuales del deporte.
Panem et circenses” (Pan y circo) fue una máxima política acuñada durante el Imperio romano que describía la táctica seguida desde el poder para controlar a las masas. La frase se refería a que proveer de alimento y de entretenimiento era la solución para apaciguar a la ciudadanía y evitar sublevaciones. Y no solo eso, sino que, además, se convertiría en una maniobra para conseguir el seguidismo de los ciudadanos que podía resultar trascendental para inclinar la balanza en las luchas intestinas de poder tan habituales en la antigua Roma. Por no hablar de la popularidad y reconocimiento que la convocatoria de espléndidos festejos proporcionaba a los líderes (cuestiones muy apreciadas por sus elevados egos). Por todo eso, facilitar la nutrición y, muy especialmente, procurar la diversión (porque podía llegar a mitigar temporalmente el hambre), se convirtió en un objetivo fundamental de los gobernantes romanos (esta práctica tuvo éxito y sigue intentándose, mutatis mutandi, en los tiempos actuales).
La noción de espectáculo primó en los eventos del Imperio Romano. En la imagen, “Pollice verso”, cuadro realizado por Jean-Léon Gérôme en 1872, recreando una hipotética lucha a muerte entre gladiadores.
Ahora bien, la proposición de espectáculos y festejos tenía (y tiene) una gran complejidad que abarcaba desde la propia configuración del hecho en sí, que debía resultar atractivo (los romanos fueron entusiastas de la velocidad y de los combates, principalmente) y necesitaba contar con “especialistas” adecuados para llevarlos a cabo (jinetes, gladiadores, aurigas, etc.); hasta aspectos no menos importantes como son la organización interna, la financiación y, por supuesto, la disposición de recintos adecuados para ello. Respecto a este último tema, el de la construcción de lugares específicos para los diferentes eventos, ya hemos comprobado como los romanos propusieron innovadores edificios que se adaptaron para permitir esa noción de espectáculo de masas que se alejaba de la práctica más selecta y elitista de las celebraciones griegas.
En Roma, la política, la fiesta y el espectáculo estaban muy imbricados. Buena parte de los acontecimientos que se celebraban eran la trasposición de rituales festivos (muchos de ellos relacionados con las antiguas prácticas físicas). Así, los romanos introdujeron el gran espectáculo como un segundo ingrediente que se incorporaría al futuro deporte. Aquellos eventos multitudinarios del Imperio Romano serían el germen del deporte de masas de nuestro tiempo. Esta segunda clave resultará fundamental, ya que no se puede entender el deporte actual sin su “cara B”, es decir, sin la existencia de un público que asiste a los eventos deportivos o que los sigue a través de los medios de comunicación. Esta vertiente, la del espectador pasivo, supuso en su momento un impulso extraordinario para el deporte actual.
La Super Bowl, es quizá el mayor espectáculo deportivo del mundo. La repercusión mediática de la final del campeonato de fútbol americano (NFL) es extraordinaria.


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