El mural de Fernand Léger preside la fachada de la iglesia de Nôtre-Dame-de-Toute-Grâce en Plateau d’Assy (Francia) |
Las vanguardias de principios del siglo XX no prestaron atención al arte religioso. Sus motivaciones eran otras, aunque hubo alguna excepción. Por su parte, el arte sacro evitaba el contacto con la modernidad, manteniéndose dentro de los cauces fijados por un gran conservadurismo. No obstante, estaban condenados a confluir. La arquitectura dio los primeros pasos y, aunque el resto de las artes plásticas se demoraron en seguirla, al final se asistió al encuentro. Las reacciones fueron de todo tipo: algunas, furibundas contra el arte moderno como vehículo de expresión religiosa; otras favorables a que la espiritualidad se comunicara con el lenguaje de su tiempo. En cualquier caso, la tensión tardó en relajarse.
Una de las
primeras experiencias de concurrencia se puso en marcha antes de la II Guerra
Mundial en Plateau d’Assy, en la Saboya francesa, un entorno caracterizado por
los sanatorios de alta montaña (los Alpes, en este caso), que se pusieron tan
de moda en el periodo entreguerras. La pequeña iglesia de Nôtre-Dame-de-Toute-Grâce
tuvo que superar resistencias y rechazos, pero, desde mediados de la década
de 1940, fructificaría en ella una maravillosa síntesis, considerada hoy un auténtico
manifiesto del arte religioso moderno. La calidad del conjunto y su
carácter pionero fue reconocido con la declaración de monumento histórico en
2004.