2 feb 2019

Ciudad y deporte en la antigua Grecia: prototipos arquitectónicos (estadios, hipódromos y gimnasios) y claves rituales en los Juegos Panhelénicos.


La historia de la relación entre ciudad y deporte comienza en la Grecia antigua. Simbólicamente, el estadio Panathinaikó de Atenas realizó el enlace con aquellos tiempos al acoger la primera Olimpiada de la era moderna celebrada en la capital griega en 1896.
La historia de la relación entre ciudad y deporte comienza en la Grecia antigua, cuando se instauraron los denominados “Juegos Panhelénicos”, a los que se convocaba al pueblo heleno para homenajear a los dioses y, de paso, favorecer la confraternización entre sus miembros. A pesar de su motivación religiosa, los diferentes Juegos serían reconocidos por las competiciones atléticas que se realizaban en ellos, caracterizadas por un elevado componente ritual (una cuestión clave que heredaría el deporte actual). Los más destacados fueron los Juegos Olímpicos, que se celebraban en el santuario de Olimpia cada cuatro años.
Para albergar dichas pruebas se crearon los primeros prototipos espaciales (estadios e hipódromos) que servirían de base para los escenarios deportivos futuros. También son reseñables por su influencia posterior, los gimnasios, espacios multifuncionales vinculados tanto al entrenamiento físico como a la instrucción intelectual. El interés arquitectónico de esas propuestas es indudable, pero, en general, su incidencia urbana fue escasa.

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El deporte tal como lo entendemos actualmente fue un producto de la civilización occidental del siglo XIX, surgido como consecuencia de unas circunstancias históricas determinadas y que se apoyó en las bases que le ofrecían ciertas prácticas habituales desde tiempos remotos. Esto no implica que otras civilizaciones no contaran con actividades similares. Hay evidencias de pruebas físicas y de juegos diversos en Mesopotamia, en Egipto, o en la India y en las lejanas civilizaciones orientales, pero, para la gestación del deporte, Occidente rastreó en su propia historia. Por eso, viajamos al inicio de occidente, tomando como punto de partida para nuestro análisis entre ciudad y deporte a la antigua Grecia.
No obstante, el deporte se haría global, extendiéndose por todos los continentes e incorporando actividades procedentes de culturas diversas (por ejemplo, con la introducción entre las disciplinas olímpicas de algunas artes marciales orientales).

Los Juegos Panhelénicos (Olimpia, Istmia, Nemea y Delfos)
Hellás (Ἑλλάς), traducido como Hélade, era el nombre con el que los antiguos griegos identificaban la región que habitaban y que se encontraba muy fragmentada políticamente. Esa denominación trascendía la autonomía y personalidad de cada una de las polis y amparaba un sentimiento de pertenencia e integración entre los helenos, que se definían a sí mismos como miembros de la Hélade. No obstante, esa división en pequeños estados capitaneados desde las principales polis, fue causa de rivalidades y disputas que provocaron frecuentes guerras internas, aunque también disfrutaron de momentos de sintonía y unión (sobre todo cuando se veían atacados por enemigos externos). Esta basculación entre la alianza y el desencuentro sería habitual hasta su anexión al Imperio Romano.
A pesar de eso, la hermandad helena sobrevolaba por encima de las circunstancias coyunturales de cada momento e, independientemente del estado en el que estuvieran las relaciones entre las polis, se lograron fijar ciertos periodos recurrentes en los que se garantizaba la paz y se permitía la libre circulación por todos los territorios con el objeto de acudir a los santuarios a homenajear conjuntamente a los dioses. Eran las llamadas “treguas sagradas” (ἐκεχερία, ekecheria) pregonadas por los espondóforos (mensajeros de la paz). Estos encuentros periódicos eran, de paso, una ocasión para la confraternización entre sus miembros. Fueron los llamados Juegos Panhelénicos, reuniones que, a pesar de su motivación religiosa, serían reconocidos por las competiciones atléticas realizadas en ellos.
Los Juegos Panhelénicos, a pesar de su motivación religiosa, serían reconocidos por las competiciones atléticas realizadas en ellos. El lanzamiento de disco fue una de las disciplinas practicadas (en la imagen Discóbolo, obra de Mirón de Eléuteras realizada hacia el año 450 a.C.)
Hubo cuatro santuarios principales que albergaron dichos eventos (aunque no fueron los únicos lugares que celebraron juegos, pero los otros fueron de menor consideración):
El santuario de Olimpia albergaría los Juegos Olímpicos, una reunión que se celebrada cada cuatro años en homenaje a Zeus, el dios principal del panteón griego, y que se convirtieron en los más importantes y prestigiosos, siendo los que marcaban el inicio de cada ciclo. Los ganadores de las pruebas recibían una corona de ramas de olivo. Fueron los encuentros más destacados entre todos.
El santuario de Delfos acogería los Juegos Píticos, que se consagraron al dios Apolo, hijo de Zeus y otro de los dioses griegos fundamentales. Celebrados igualmente cada cuatro años (dos después de los Olímpicos, en el tercer año del ciclo) homenajeaban a los vencedores con una corona de laurel.
El santuario de Nemea alojaba los Juegos Nemeos que se realizaban cada dos años, en el segundo año y cuarto año del ciclo, es decir un año antes y otro después de las olimpiadas. El premio era una corona de apio.
Por último, los Juegos Ístmicos se llevaban a cabo en Istmia, también cada dos años coincidiendo con los anteriores en el año, aunque en meses diferentes. La distinción entregada a los primeros clasificados era una guirnalda de pino.
Mapa de Grecia con la indicación de la situación de los santuarios en los que se celebraban los principales Juegos Panhelénicos.
Otras ciudades y otros juegos (Epidauro y Atenas)
Atenas también tuvo sus juegos dentro del marco de las fiestas Panateneas, unas celebraciones religiosas anuales en honor a la diosa Atenea, protectora de la ciudad. Cada cuatro años celebraban las Grandes Panateneas, incorporando pruebas competitivas de carácter atlético, así como certámenes de música y poesía.
Otros juegos fueron los Juegos Hereos, celebrados en Argos y Olimpia en honor a la diosa Hera y cuyas competiciones estaban reservadas exclusivamente a las mujeres.
Epidauro, una de las polis de la región Argólida, contaba con un santuario dedicado a Asclepio, el dios de la medicina y de la curación, que proporcionó mucho prestigio a la ciudad. Allí se celebraron las Asklepieia, que incluían certámenes musicales, atléticos, poéticos e incluso carreras de caballos.

Las pruebas físicas en los antiguos Juegos Olímpicos.
En un artículo anterior reseñamos las categorías esenciales de los ejercicios físicos (correr, saltar, lanzar y luchar) que irían teniendo reflejo en las diferentes pruebas (agones) realizadas en los Juegos Panhelénicos de la antigua Grecia.
Como ya hemos anticipado, los Juegos más importantes fueron los de la ciudad de Olimpia, que se celebraron por primera vez en el año 776 a.C., contando entonces con una sola prueba: la carrera de velocidad, el denominado stadion (στάδιον), que recorría la distancia de un “estadio”, una medida de longitud de aproximadamente 200 metros (más adelante justificaremos la razón de esta imprecisión). Esta prueba fue la única hasta que, en el año 724 a.C., en la decimocuarta olimpiada, se incorporó la carrera del doble stadion, la llamada diaulos, (Δίαυλος) que recorría 400 metros al constar de ida y vuelta al trazado de la pista. Desde ese momento, se irían sumando nuevas pruebas hasta llegar a la lista final que se mantendría hasta que los Juegos Olímpicos fueron abolidos por el emperador romano Teodosio I en el año 394.
Representación de una carrera griega en un ánfora del siglo IV a.C.
En los últimos Juegos Olímpicos antiguos, las disciplinas principales fueron:
las carreras, desarrolladas en 5 pruebas, las dos mencionadas en el párrafo anterior (stadion y diaulos), así como una de resistencia (dolichos, Δόλιχος) que daba doce vueltas completas al estadio para recorrer unos 4.800 metros, y otras dos en las que los atletas corrían cargados con armas 200 y 400 metros (hoplitodromos, Ὁπλιτόδρομος)
la lucha (el combate), con 3 pruebas: el pale (πάλη), que era como la actual lucha grecorromana cuerpo a cuerpo; la pygmachia (Πυγμαχία) una lucha con puños, parecida al boxeo; y el pankration (πανκράτιον), una mezcla entre las anteriores.
el penthatlón (πένταθλον) en el que se competía en cinco pruebas diferentes. Dos de ellas tenían identidad propia (la carrera de velocidad de 200 metros y la lucha grecorromana, como hemos visto) y tres que se celebraban únicamente como parte del pentatlón: salto de longitud y los lanzamientos de disco y de jabalina.
• finalmente también estaban las carreras “asistidas” (contando con el apoyo de animales, caballos concretamente, y elementos mecánicos, con carros de diferentes tipos). Las principales eran las carreras de caballos con jinete (keles, κέλης) y las carreras de carros (con dos y cuatro caballos tirando, llamadas respectivamente, synoris, συνωρὶς y tethrippon, τέθριππον).
Este era el grupo de pruebas fundamentales, aunque la oferta competitiva era algo más amplia ya que contaba con pruebas juveniles y algunas opciones más de carreras de caballos y carros.
Bajo relieve griego representando la práctica de la lucha olímpica.

El nacimiento de los “escenarios deportivos” en la antigua Grecia: estadios, hipódromos y gimnasios.
La Grecia Antigua dio respuesta espacial a los requisitos de todas estas pruebas (agones) con la creación de dos escenarios que se convertirían en prototipos para algunos de los recintos deportivos actuales: el estadio y el hipódromo.
El Estadio
Originalmente, el estadio fue una unidad de longitud utilizada en la Antigua Grecia. Su medida equivalía a 600 pies. No obstante, el pie griego variaba en cada una de las polis y consecuentemente su dimensión no estaba determinada con precisión. Por ejemplo, en Olimpia alcanzaría los 192,27 metros (32 cm. por cada pie) mientras que en Atenas quedaba en los 177,60 metros (29,6 cm. por cada pie).
La distancia de un estadio fue la que recorrían los atletas en la principal y más antigua prueba de los juegos panhelénicos: el stadion, al que nos hemos referido en el apartado anterior. Por eso la pista construida para practicar ese agón recibió el mismo nombre de su longitud (600 pies) y solía tener una anchura de unos 100 pies, que permitía la ida y vuelta de unos veinte corredores. La pista estaba determinada por un principio (salida) y un final (meta) que quedaban marcados por unos mojones de piedra. Estaba acompañada por un espacio para el público que acudía a presenciar los eventos, constituido por unos ligeros taludes cuyos desniveles pronto se convirtieron en graderíos, comenzando así a tener relevancia arquitectónica.
Con la cancelación de los Juegos Panhelénicos, los estadios quedarían en desuso y no serían recuperados como lugares para la práctica deportiva hasta el siglo XIX cuando ciertos movimientos románticos y nacionalistas los rescataron del olvido. Algunos de aquellos antiguos estadios se han conservado relativamente, formando parte casi siempre de lugares arqueológicos.
Imágenes de tres estadios de la Grecia antigua: arriba, dos vistas del estado de Delfos; debajo a la izquierda el estadio de Epidauro y a la derecha, el estadio de Nemea.
El Hipódromo
El estadio estaba diseñado en función de las posibilidades humanas, pero resultaba insuficiente para las pruebas de velocidad que incorporaban caballos y carros. La mayor potencia de la tracción animal exigía recorridos más largos y un trazado que contara con unas curvas asequibles para poder ser tomadas por ellos o por los carros, además de mayor anchura para poder circular con cierta comodidad. Para ello se crearía un segundo prototipo espacial: el hipódromo (término que fusionaba las palabras hippos “caballo” y dromos “camino”). Su longitud aproximada era de dos estadios y las dos pistas (ida y vuelta) quedaban separadas por un muro o espina. Los extremos se cerraban en curva para facilitar el cambio de sentido.
Así, el hipódromo fue el circuito de las pruebas de velocidad (asistida) de la Antigua Grecia. La palabra “asistida” se refiere a los elementos referidos que potenciaban las opciones de los participantes, que en realidad eran o jinetes de animales (particularmente de caballo) o conductores de máquinas (habitualmente, carros tirados por diferente número de equinos).
Entre los hipódromos famosos destaca el de Olimpia, pero este tipo de pruebas tendría un gran éxito que llevaría a que se fueran independizando del marco religioso de los Juegos. Los hipódromos serían los antecedentes de los circos romanos, aunque estos adquirirían matices propios. Entre esos hipódromos autónomos es muy destacable el magnífico Lageion (Λαγεῖον) de Alejandría, un hipódromo construido en los primeros años de la dinastía ptolemaica (o lágida, de donde procedía el nombre) al sur del Serapeum y que habría tenido una longitud de 615 metros incluyendo las curvaturas de sus extremos (568 metros considerando solo la pista recta). También es destacable el llamado Hipódromo de Constantinopla, aunque este era ya un circo romano a todos los efectos.
Representación de un auriga griego conduciendo un carro tirado por dos caballos.
El Gimnasio
Los gimnasios no eran lugares para la competición, como sucedía con los dos anteriores, sino para la formación. Además, aunque en los santuarios de competición los gimnasios estaban al servicio de los participantes en los diferentes juegos panhelénicos, en otras polis eran instalaciones cuyo objetivo no era solamente el entrenamiento físico sino también la instrucción intelectual. Varios sabios griegos habían recomendado la conveniencia de la introducción del ejercicio físico en los planes educativos en un deseo de desarrollo integral del cuerpo y de la mente. Por eso, en los gimnasios se ejercitaban los atletas y se educaban los hijos de la aristocracia. Esta fue la razón de que se concibieron como espacios multifuncionales. Por ejemplo, la estructura de esos espacios incorporaba un lugar llamado palestra, que era un patio de arena para los entrenamientos de boxeo, salto y lucha y también una biblioteca de consulta.
La palabra gimnasio tiene su raíz en gymnos que significaba “desnudo”, de manera que gymnasion (γῠμνᾰ́σιον) se traduciría como “lo que se realiza desnudo” en referencia a que los ejercicios físicos se practicaban desnudos pasando a tener el sentido de “entrenar desnudo” o simplemente “entrenar” y de este hecho derivó su nombre. En el caso de los gimnasios-escuela, el nombre puede suscitar equívocos porque para la instrucción de los jóvenes en filosofía (en el amor a la sabiduría) con discusiones y debates, o para impartir otras materias como música o literatura no se requería desnudez. De hecho, hubo tres escuelas (gimnasios) atenienses que tuvieron nombre propio dada la relevancia de sus fundadores: la Academia fundada en el año 387 a.C. por Platón (428-348 a.C.), el Liceo abierto en 335 a.C. por Aristóteles (384.322 a.C.) y el Cynosarges inaugurado por Anthistenes (445-365 a.C.) el fundador de la filosofía cínica.
Gimnasio de Pompeya.

Repercusión urbana de los juegos panhelénicos.
El interés de esas propuestas arquitectónicas como embriones es indudable, pero, en general, su incidencia urbana fue escasa ya que fueron pocas las polis que contaron con ese tipo de equipamientos (además, en algunos casos, se instalaron en santuarios en lugar de en ciudades).
Se conservan varios estadios, aunque son restos de aquellas antiguas instalaciones, y en consecuencia forman parte de lugares arqueológicos. El caso de Atenas es diferente ya que la reconstrucción de su estadio Panathinaikó para los denominados Juegos Olímpicos de Zappas (en referencia a su promotor el multimillonario y filántropo griego Evangelos Zappas) y su posterior utilización en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna (Atenas, 1896) pondrían el foco en una edificación que acabaría inspirando la formación de la tipología del estadio actual.
El caso del hipódromo es diferente ya que como hemos comentado acabó independizándose del marco de los Juegos para evolucionar en el circo romano. No obstante, casi no quedan vestigios de aquellos antiguos hipódromos helenos.
Los gimnasios griegos influirían en la posterior definición de los gimnasios romanos y de sus termas, pero también quedarían en desuso tras la caída del Imperio. Con la aparición del deporte como tal en el siglo XIX volverían con fuerza alcanzando un gran protagonismo como escenarios del deporte contemporáneo.
Maqueta que refleja la hipótesis sobre la configuración de Olimpia en los tiempos de la Grecia antigua. El estadio aparece a la derecha y el gimnasio arriba a la izquierda. No se muestra el hipódromo que se encontraba algo alejado del núcleo principal.

El ritual, la aportación griega a las claves conceptuales del deporte.
Las pruebas atléticas celebradas en los Juegos Panhelénicos forman parte imprescindible de la sustancia que constituye el deporte. En ellas radican muchos de sus atributos como ya comentamos en un artículo anterior. Pero más allá de las características de cada agón o del espíritu competitivo que los animaba para buscar la excelencia, la antigua Grecia proporcionaría otro ingrediente fundamental para el deporte, tal como hacen cada una de las siete etapas históricas que definen la relación entre ciudad y deporte, aportando una clave complementaria que determinaría la evolución de la actividad e iría precisando su definición conceptual. Sin estas claves no podríamos comprender el deporte contemporáneo y en Grecia se implantó la primera: el ritual, que nació como consecuencia del carácter mítico de las reuniones panhelénicas.
En su libro “Ritos y rituales contemporáneos(Alianza. Madrid, 2014, pág. 37), la antropóloga Martine Segalen define el rito o ritual como “un conjunto de actos formalizados, expresivos, portadores de una dimensión simbólica. El rito se caracteriza por una configuración espacio-temporal específica, por el recurso a una serie de objetos, por unos sistemas de comportamiento y lenguaje específicos y por unos signos emblemáticos, cuyo sentido codificado constituye uno de los bienes comunes del grupo”. Los ritos suelen asociarse principalmente al ámbito religioso, pero esta relación no es exclusiva ya que se pueden identificar rituales en el mundo del deporte, en el laboral, en el familiar, etc. El diccionario generaliza la palabra rito como “costumbre o acto que se repite siempre de forma invariable” sin especificar si se refiere al individuo o a la comunidad, pero Segalen insiste en la dimensión colectiva del ritual atribuyéndole el valor de ser “fuente de sentido para los que lo comparten”.
Selección de rugby de Nueva Zelanda, los célebres All Blacks, realizando su tradicional haka, un ritual que pretende intimidar al adversario antes del comienzo de la competición.
De hecho, hablar de ritual en el ámbito deportivo nos abre tres campos de significación diferente. El primero es particular y afecta a los propios deportistas (individualmente o en equipo), teniendo que ver con el mundo de las supersticiones. Son muchos los deportistas que repiten determinados gestos o realizan acciones muy concretas para invocar la suerte en la contienda (desde entrar con determinado pie en la pista, hasta santiguarse o tocar algún objeto concreto entre otras muchas costumbres autoimpuestas). También podemos extender esta cuestión al equipo, con ejemplos tan espectaculares como el haka ejecutado por el equipo nacional de rugby neozelandés (los All Blacks) antes del comienzo del encuentro para intimidar a su rival. El segundo campo es colectivo y atañe a los espectadores que realizan toda una serie de procesos (con gran coordinación de grupo) que pueden ir desde animosos ejercicios de identidad de grupo (cánticos de himnos, vestimentas con los colores del equipo, caras pintadas, etc.) hasta violentas y peligrosas expresiones de grupos radicalizados. Por último, el tercer campo se refiere a la propia actividad deportiva y se relaciona con los procesos ceremoniales.
Los seguidores de un club realizan toda una serie de rituales al acudir a las competiciones de su equipo. En la imagen hinchas del Atlético de Madrid vestidos con las camisetas de su equipo al que animan con gritos y cánticos.
No nos interesan ni el primero (que sería más bien objeto de psicoanálisis) ni el segundo (que tiene que ver con cuestiones de antropología y sociología). Nuestra atención se centra en el tercero. Esa concepción ritual del deporte asociada a una serie de ceremonias protocolarias que caracterizan la actividad y de manera muy especial en la actualidad.
Los Juegos Olímpicos reflejan todo el ceremonial que acompaña al ritual deportivo. En la imagen del desfile de los países (en este caso España) en las Olimpiadas celebradas en Barcelona en 1992. Las banderas ofrecen todo su valor representativo.
La entrega de los premios a los vencedores es uno de los actos rituales más característicos de las competiciones deportivas. Arriba entrega de medallas en los Juegos de Los Angeles en 1984. Debajo, en la entrega de medallas de la prueba de 200 metros en la Olimpiada de México 1968, dos atletas aprovecharon la exposición del momento para realizar el saludo del Black Power, en señal de protesta por el estado de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos. La imagen se ha convertido en un icono.
Los griegos proporcionaron a sus agones un sentido ritual que inicialmente tenía la inspiración religiosa de los propios encuentros competitivos, pero poco a poco irían ganando autonomía y las celebraciones ceremoniales serían intrínsecas a la práctica deportiva. Las ceremonias de inauguración o clausura de los eventos, los actos de presentación de los participantes o las protocolarias entregas de premios son rituales que definen el deporte y muy especialmente los acontecimientos deportivos (empezando por los Juegos Olímpicos, pero también Campeonatos del Mundo, ligas nacionales o cualquier otro modelo de competición)
Los ritos suelen conllevar un ceremonial preciso, con protocolos determinados e invariantes, incluso con unas normas internas que son respetadas escrupulosamente. Su repetición periódica en fechas concretas les confiere un halo atemporal que los convierte en una parte muy importante de las tradiciones culturales, haciéndolos imprescindibles para entender el comportamiento de una sociedad.

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