La calificación
de determinadas zonas de las ciudades como “barrios bajos” suele ir vinculada al
carácter de la población que los habita, generalmente asociada a un bajo poder
adquisitivo y a problemática social.
En Madrid, el origen de la
denominación fue diferente, en lugar de social tuvo una causa geográfica. Los conocidos antiguamente como “barrios
bajos” eran los que estaban situados a una cota topográfica inferior a la de la
ciudad amurallada.
Conforme la
ciudad crecía y se redefinían los límites de la misma con sucesivas murallas,
esas zonas, situadas al sur, quedaban fuera de los recintos debido a las
dificultades para su urbanización. Eran unas laderas con fuerte pendiente hacia
las riberas del rio Manzanares y surcadas por muchos barrancos.
No obstante,
estas “zonas bajas” (y “periféricas”) acabaron integradas en la ciudad, alojando
a una población que, por lo general, no podía acceder al centro de la ciudad
por causas económicas. Así pues, la noción de “barrios bajos”, fue derivando desde
una base topográfica hacia la caracterización de la mayoría social que los
habitaba.
Estos barrios son tres, San Francisco,
El Rastro y Lavapiés.
Tres arrabales que crecieron de forma autónoma, con criterios diferentes, pero
que terminaron fusionándose.
La
denominación ha desaparecido, aunque siguen representando el casticismo y
ciertas esencias populares muy características de Madrid.