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1 mar 2014

Cuando Lisboa se convirtió en Nueva York: el mayor engaño de la historia de la cartografía.

Prueba del timo cartográfico. A la izquierda el plano original del Civitates Orbis Terrarum que muestra a Lisboa en 1598, con el detalle de la plaza del Rossio y el Hospital de Todos los Santos. A la derecha la adulteración del “Nowel Amsterdam en Lamerique” de 1672. El Rossio se ha convertido en la Plaza de la Bolsa de Nueva York y el edificio en el Mercado de Valores.
En 1672 salió de los talleres de los grabadores parisinos Jollain, un plano de Nueva Amsterdam, que ocultaba un fraude destinado a incautos amantes de la cartografía.
Eran otros tiempos y la información fluía lentamente, lo cual permitió una trampa, que finalmente resultó doble. La primera fue seguramente involuntaria, un error propiciado por el desconocimiento general, ya que hacía ocho años que Nueva Amsterdam “no existía”. En 1664 había dejado de ser una colonia holandesa para pasar a control de los británicos, quienes entonces le cambiaron el nombre por el de Nueva York.
Pero, si solamente hubiera sido por ese lapsus informativo, el plano de los Jollain no hubiera alcanzado la categoría de estafa. Porque el segundo engaño, y este sí, totalmente premeditado, es que la ciudad representada no era Nueva York sino Lisboa. Con una desfachatez asombrosa, el pícaro autor copió el plano de la capital portuguesa y le dio ligeros retoques para proporcionarle “credibilidad”.
Desconocemos el grado de responsabilidad de los Jollain, pero en cualquier caso, y dado el precio que alcanzaban estos grabados en su tiempo, nos encontramos ante el que pudiera ser el mayor timo de la historia de la cartografía. No obstante, en la actualidad, este caso no pasa de ser una curiosidad que tiene su lado divertido al descubrir los trucos empleados para disfrazar a Lisboa de Nueva York.

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El original plagiado: la Lisboa del “Civitates Orbis Terrarum
El Civitates Orbis Terrarum (Las ciudades del mundo) es la primera representación sistemática de ciudades realizada. Fue un Atlas publicado entre 1572 y 1617, en seis volúmenes, con ejemplos de todo el mundo conocido hasta entonces. El conjunto presenta 546 vistas comentadas de ciudades, compaginando tanto plantas iconográficas como perspectivas oblicuas “a vista de pájaro”. Los volúmenes originales fueron apareciendo en los años 1572, 1575, 1581, 1588, 1598 y 1617, impresos en Colonia (Alemania). El Atlas sería posteriormente reimpreso y reeditado en diferentes países.
El editor de la colección fue Georg Braun (1541-1622), canónigo de la Catedral de Colonia, quien coordinó un numeroso grupo de personas que participaron en tan magna obra. Los dibujos fueron realizados por varios artistas, entre los que destaca Joris Hoefnagel (también conocido como Georg Hufnagel, 1542-1600), artista flamenco que recorrió numerosos países para componer sus vistas urbanas.
Los grabados de los primero cuatro volúmenes fueron estampados por Franz Hogenberg (1533-1590), quien realizó 363 hasta su fallecimiento. Su labor fue continuada por Simon van den Neuwel (también conocido como Novellanus) que realizó los volúmenes quinto y sexto publicados en 1598 y 1617.
Los textos que acompañan a las imágenes, escritos en latín y redactados en su mayoría por el propio Braun, informan sobre aspectos relevantes de la ciudad, como su historia, su geografía, su situación o aspectos sociales y comerciales de la misma. El Civitates Orbis Terrarum se convirtió en un objeto de deseo para los “viajeros de salón” (especie que actualmente sigue existiendo, aunque dispone de muchos más medios, como navegar por internet)
El Civitates Orbis Terrarum fue considerado un complemento urbano del Theatrum Orbis Terrarum (El Teatro del mundo), que había sido publicado en 1570 por Abraham Ortelius (1527-1598) y es unanimenten considerado como el primer atlas editado en el mundo. Su primera versión contenía 70 mapas: uno de cada continente (Europa, Asia, África, Nuevo Mundo, 4 en total), 56 de zonas y países de Europa, y 10 de Asia y de África, todos convenientemente ordenados. En ediciones posteriores el número de mapas iría aumentando hasta la muerte de Ortelius. Se ha considerado que el Civitates Orbis Terrarum se inspiró en él Theatrum y, en cierto modo, lo completó con la escala urbana. Parece que el propio Ortelius llegó a asistir puntualmente a Braun en su trabajo.
Panorámica de Lisboa dibujada para el primer volumen del Civitates Orbis Terrarum, publicado en 1572.
Lisboa aparece dos veces en el Atlas. Lo hacía en el primer volumen de 1572, con una vista panorámica a vista de pájaro tomada desde el rio Tajo (en la misma lámina también aparecía una vista aérea de Cascais) y volvió a aparecer en el quinto volumen, editado en 1598. En este nuevo plano de la capital portuguesa, el punto de vista se elevaba para ofrecer un adecuado callejero de la ciudad. Este segundo plano de Lisboa, realizado en 1598, será el plagiado para convertirlo en Nueva York.
La composición del plano se estructura en franjas horizontales. La superior se destina al cielo y en ella se incluye tanto el título como los diferentes escudos de armas del Reino de Portugal y de la ciudad de Lisboa, así como algunas anotaciones sobre el origen del toponímico. Descendiendo, la segunda banda es propiamente la vista urbana. La tercera está ocupada por el rio Tajo y embarcaciones que navegan por él. Destacan las carabelas, barcos característicos de la marina portuguesa (y española) de aquellas épocas. Finalmente la franja inferior recoge los textos escritos en latín para describir de la ciudad.
La estampación original del plano de Lisboa de 1598 que fue incorporado al Civitates Orbis Terrarum, en su quinto volumen y sería objeto de la adulteración.
El dibujo representa a la Lisboa anterior a la transformación dieciochesca  que siguió al gran desastre ocasionado por el terremoto de 1755. Podemos apreciar a la izquierda el Barrio Alto y el Chiado, en el centro la Baixa y a la derecha, la colina do Castelo, con el Castillo de San Jorge en su cima y el Barrio de la Alfama en sus laderas. Se destacan la Catedral (la Sé de Lisboa, o Igreja de Santa Maria Maior), el Palacio Real en la ribera del rio (Paço da Ribeira) con su contiguo Terreiro do Paço (futura Plaza del Comercio) por el este y los astilleros por el oeste. Igualmente se magnifica el Rossio, la plaza interior que era el auténtico corazón de la vida ciudadana lisboeta presidida por el Hospital Real de Todos os Santos. Otros elementos arquitectónicos son perfectamente reconocibles, como la iglesia de San Vicente que se construyó en tiempos de la redacción del mapa o la Iglesia de la Gracia, una de las más antiguas de Lisboa.
La versión coloreada del plano original de Lisboa en 1598.
Con todos estos elementos singulares, hitos característicos de Lisboa, sorprende el atrevimiento del que hicieron gala los timadores para hacer pasar la capital portuguesa como si fuera Nueva York. Solamente puede explicarse por la ignorancia de una época en la que los viajes eran escasos y el conocimiento del mundo era muy limitado, y desde luego no estaba extendido al conjunto de la población.

La falsificación: El Nowel Amsterdam en Lamerique de Chez Jollain
La historia de los Jollain como familia de grabadores francesa no es muy precisa. Sabemos que estuvieron activos durante el siglo XVII y XVIII, y parece que el fundador de la dinastía sería Gerard Jollain, quien se encuentra documentado en 1660 y fallecería en 1683. Las fechas sugieren que sería este Gerard Jollain, el implicado en la falsificación.
En 1672, sale de Chez Jollain en París un plano que muestra la “imagen actualizada” de Nueva Amsterdam, la ciudad situada en el Nuevo Mundo y que comenzaba a emerger como una de las principales de la América del Norte. Nueva Amsterdam, era uno de los puertos principales de la costa Este norteamericana, controlado por los holandeses, y el comercio con Europa era fluido. La lejana ciudad se había instalado en el imaginario de esos comerciantes que deseaban poseer alguna “estampa” de esa urbe tan relacionada con su prosperidad.
Pero en aquellas épocas, confeccionar un plano era una labor muy costosa. Había que trasladar al lugar concreto a dibujantes, topógrafos y un equipo de ayudantes, lo cual, además de los honorarios, significaba viajes y manutenciones que se prolongaban en el tiempo, ya que la tarea no era sencilla. Además había que contratar colaboradores “in situ” que prestaran apoyo logístico al equipo artístico. También solía ser necesario “vencer” (económicamente) alguna reticencia para obtener información. En definitiva, un proceso largo, arriesgado y, sobre todo, muy caro. Pero esto solamente era la parte inicial del proceso. Si la primera etapa se lograba culminar con éxito, había que proceder al grabado de los dibujos, lo cual requería manos expertas y con habilidad. Hecho que reducía la oferta a unos pocos talleres de estampación que contaban con la experiencia y tecnología necesaria para garantizar la calidad del resultado. Y esto tampoco era barato. Luego llegaban las fases finales de comercialización y venta, con suscripciones, envíos a los solicitantes, etc.
Si no se contaba con el patrocinio de algún noble, o de los reyes, la edición de planos era una empresa arriesgada para los particulares. Por eso la edición del Civitates Orbis Terrarum fue una labor encomiable. No obstante, la avidez por los planos de ciudades, en un mundo tan cambiante como el del siglo XVI, hacía intuir el éxito comercial (y por supuesto científico) de la operación. Así lo entendió el canónigo Georg Braun, alma impulsora de la aventura. Y la realidad le confirmó sus expectativas. El Atlas fue un éxito y proporcionó considerables beneficios.
Puede sorprender que los timadores tuvieran la osadía de copiar una de las imágenes de un Atlas que había tenido difusión. Pero hay que tener en cuenta que el Atlas era un objeto de lujo, carísimo y solo al alcance de unos privilegiados que podían llegar a pagar esas elevadas cantidades. El pueblo llano, comerciantes o incluso la baja nobleza estaban muy lejos de poder acceder a esa fuente de conocimiento.
Ahora bien, la compra de un solo plano, una ilustración que reflejara el aspecto de la ciudad soñada, sí podía resultar asequible para un mayor número de personas, a pesar de que el precio no sería barato.
El “Nowel Amsterdam en Lamerique”, editado por los Jollain en París en 1672. El timo se había consumado.
Y por fin, salió de los talleres de grabado el mapa mostrando “Nowel Amsterdam en Lamerique”, como reza el título (Nueva Amsterdam en América). Las leyendas que acompañan el plano no “dejan lugar a dudas” de que lo representado en él es la famosa ciudad del otro lado del Atlántico. La leyenda del faldón inferior, en latín y en francés, describe la ciudad y sus circunstancias sin ningún reparo. Además, en la esquina superior izquierda se presenta un esquema de la región, identificando la localización de Nueva Amsterdam y otros hitos de la zona como Fort Nassau (ubicado en la actual  Gloucester City en New Jersey) o Le Fort d’Orange (el primer asentamiento que hubo en Nueva Holanda, situado en donde actualmente se encuentra la ciudad de Albany). El esquema también hacía alusión a múltiples tribus indígenas que habitaban por los alrededores, entre las que destaca la referencia a las que habitaban el entorno de los Grandes Lagos, presentados como “Lacs des Iroquois, peuples tres cruels” (lagos de los Iroqueses, pueblos muy crueles). Seguramente esta inscripción produciría algún escalofrío de temor en los adquirentes del plano al pensar en aquellos salvajes, asesinos de sus civilizados compatriotas y, de paso, otorgaba una mayor “firmeza” al engaño.
Una vez contextualizado, ya se podía apreciar el mapa que representaba la situación de Nueva Amsterdam en ese momento. Cuestión que hubiera sido normal si no fuera porque la ciudad allí dibujada no era la transatlántica sino la cercana capital portuguesa, Lisboa. Eso sí disfrazada como en un carnaval. Vamos a desgranar algunos detalles.
En primer lugar hay que hacer referencia a que el engaño fue doble, aunque la primera parte del mismo podría haber sido involuntaria, porque en 1672, Nueva Amsterdam ya no existía. La colonia holandesa había pasado a ser controlada por los británicos y su nombre se había cambiado por el que actualmente conocemos: Nueva York. Habían pasado ocho años y en la “informada” Europa todavía no había trascendido al público general el hecho del dominio colonial británico de la región norteamericana. La antigua colonia conocida como Nueva Holanda o Nuevos Países Bajos (traducción de Nieuw-Nederland, en neerlandés) llevaba en la fecha de publicación del plano (1672) casi una década de control británico (como Provincia de Nueva York desde 1664).
Pero donde la falsificación es totalmente premeditada es en la “reconversión” de la ciudad, con detalles casi hilarantes en el disfraz de Lisboa para presentarse como Nueva York.
El rio Tajo se convierte en el Mer du Nort (Mar del Norte, aludiendo al Océano Atlántico septentrional) y las carabelas portuguesas que se encuentran en el cauce fluvial son eliminadas para evitar su identificación. Quizá no se supiera que Nueva York había sido rebautizada ni cual era su aspecto, pero si se podían reconocer esos barcos que proporcionaron gran ventaja en la navegación a los marineros portugueses y españoles. Las carabelas tenían la proa ligeramente inclinada, un único castillo de popa, un palo mayor y una mesana, por lo general con aparejo latino. Este tipo de embarcación existía desde hacía tiempo pero su evolución la había convertido en una nave muy veloz y muy sencilla de manejar. Las carabelas se convirtieron en piezas claves para el Descubrimiento del Nuevo Mundo (Cristóbal Colón navegó con tres de ellas que se hicieron muy famosas: la Pinta, La Niña y la Santa María) y dado que atracaron en la mayoría de los puertos comerciales europeos transportando diferentes productos, eran muy identificables. Por eso la primera labor fue redibujar los barcos, presentando grandes buques y galeones como los utilizados por británicos y holandeses.
Detalle comparativo de los dos planos. Arriba la falsificación y debajo el original. Las carabelas han sido eliminadas y en su lugar aparecen otros barcos más habituales en las marinas británica y holandesa. Los astilleros y el Palacio Real se han convertido en Aduanas.
Algunas de las edificaciones más características de Lisboa sufrieron ligeras “adaptaciones ambientales” para asemejarlas a las neerlandesas, aunque la mayoría de los edificios se copiaron tal cual. Las transformaciones más divertidas son las que se limitan al cambio de uso. Por ejemplo, la catedral lisboeta se transforma en la Maison de Ville (Ayuntamiento) de New Amsterdam; el Terreiro do Paço portugués se convierte en L’amirauté (el Almirantazgo); el castillo de San Jorge en el Castillo de Nassau, o el Rossio deviene en Place de la Bourse (Plaza de la Bolsa) interpretando que el gran edificio del Hospital de Todos los santos era el edificio para el mercado de valores; o la Iglesia de la Gracia se rebautiza como Eglise ou Temple de Bikerque (¿?). Es muy más llamativa la distorsionada percepción de la distancia, ya que una lejana colina que cuenta con un castillo en su cima, pasa a convertirse en una fortaleza de Québec, la ciudad canadiense.
Detalle comparativo de los dos planos. Arriba la falsificación y debajo el original. La catedral de Lisboa convertida en el  Ayuntamiento de New Amsterdam.
No todo son transformaciones, en algún caso hay aportaciones propias como la colina lisboeta que se encuentra vacía a la izquierda del Castillo de San Jorge y en la que en Nueva Amsterdam surge una horca de la que cuelgan unos ajusticiados bajo la palabra La Iustice (La Justicia). Debajo de ellos se marca un edificio con la letra A, como “het Tuchthuys cesta dire Maison de Dicipline , aussi en icele Sont renfermer des Faineans Que lon fait trauailler” (la Cárcel o el correccional, en la que son encerrados los holgazanes, y obligados a trabajar). Impresionante la moralidad del plano.
Detalle comparativo de los dos planos. Arriba la falsificación y debajo el original. A la derecha el castillo de San Jorge convertido en el de Nassau y a la izquierda la colina con los ajusticiados colgando de la horca.
Por el mapa se distribuyen sin ningún complejo, locales y edificios comerciales como unos almacenes para el cuero, una calle de peleteros, una tienda de castores (se entiende que se referiría a las pieles sin curtir), un hospital, la Aduana (aplicada con total desfachatez sobre los astilleros portugueses y el Palacio Real). Todo un conjunto de graciosos despropósitos.
Desconocemos las causas reales que provocaron la falsificación. No sabemos si los Jollain se limitaron a grabar un plano entregado por un dibujante pícaro (siendo los primeros engañados o siendo conscientes de la adulteración) o quizá fueron ellos los responsables de todo el proceso (de hecho, suya es la única firma que aparece en el plano). Independientemente de quien se lucrara con el engaño, podemos intuir algunas razones de esa entrega de “gato por liebre”. Podría, quizá, haber sido la solución a un encargo fallido en el que los dibujantes hubieran sido realmente enviados a su destino pero no hubieran entregado su trabajo, y la estrategia empresarial ideó un Plan B para solucionar la falta del material original. O podría no haber existido nunca la comisión auténtica y haber sido un engaño desde el principio para obtener mayores beneficios, o para ajustar el precio de coste y poder aumentar la demanda.

Todavía hoy, ese falso plano neoyorquino aparece en algunos catálogos de grabados de ciudades antiguas como si fuera una auténtica vista de Nueva Amsterdam, justificando su evidente “distorsión” de la realidad por ser una imagen “artística y por lo tanto no muy precisa de la Nueva York de finales del siglo XVII”. El hecho ya no tiene trascendencia pero nos habla de la persistencia de los bulos.

En la actualidad, algunas editoras de grabados siguen ofreciendo estampaciones del “Nowel Amsterdam en Lamerique”, y aunque no tenga ninguna importancia no advierten de que se trata de una Lisboa disfrazada. En algún caso, como en el de la imagen, el plano se ofrece coloreado a mano y pegado sobre fieltro. 
Este falso plano de Nueva Amsterdam fue utilizado por Rem Koolhaas en su obra de 1978 Delirious New York (Delirio de Nueva York), como ilustración de sus argumentos sobre la ficción urbana de Manhattan. Koolhaas advierte en el libro de la falsedad del plano, pero no explica que se trata de una Lisboa adaptada, solamente se refiere a que los “componentes del mapa son europeos” (¿tendría el arquitecto constancia de la procedencia de la base real?). No obstante, aprovechando la cita de John Atlee Kouwenhoven que Koolhaas incorpora a su texto, podemos concluir diciendo que “Para mucha gente de Europa, naturalmente, los hechos relacionados con Nueva Amsterdam carecían de toda importancia. Bastaba con una visión completamente ficticia, siempre que encajase con su idea de lo que era una ciudad

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