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16 may 2015

Ciudades medievales: Barcelona, “ciudad condal” y Madrid “poblachón manchego”.

Arquitectura medieval de Barcelona y Madrid. A la izquierda, el mirador del rey Martí integrado en el conjunto del Palau Reial Maior de Barcelona. A la derecha la torre mudéjar de la iglesia de San Nicolás en Madrid, edificada a mediados del siglo XIV (el campanario y el chapitel fueron añadidos en el siglo XVII).
La Edad Media fue muy dispar para ambas ciudades. La triunfante Barcelona medieval contrastaba con el humilde “poblachón manchego” que era Madrid (según lo definió Ramón de Mesonero Romanos).
La capital catalana asistió a una transformación espectacular, que la llevaría desde la reducida “ciudad condal”  hasta la deslumbrante sede de la Corona de Aragón, convirtiéndose en una de las principales urbes mediterráneas. En esa época, trascendió sus fronteras romanas ampliando, en dos ocasiones, su recinto, con lo que quedaría configurado el casco antiguo actual. Por su parte, Madrid, conquistado por los ejércitos cristianos en 1083, construyó su segunda muralla (la cristiana, que consolidaría la medina musulmana) y creció modestamente hasta llegar a la denominada “Cerca del Arrabal”, levantada al final del Medievo. Al concluir la Edad Media, Barcelona triplicaba la superficie madrileña y cuadruplicaba la población de la ciudad castellana.
No obstante, a pesar de su diferencia de estatus, las dos ciudades coincidieron en la estrategia de desarrollo urbano, que consistió en el surgimiento de arrabales extramuros que acababan siendo incorporados con las sucesivas ampliaciones de los recintos amurallados.

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La evolución de ambas ciudades durante el periodo medieval cristiano fue muy dispar. En el siglo IX, Barcelona tenía una edad cercana a los mil años y Madrid era una “recién nacida”, pero la ciudad condal continuaba encerrada en las doce hectáreas de su recinto romano, mientras que el Mayrit musulmán se había extendido (de una forma mucho menos densa) hasta casi multiplicar por tres la superficie de la capital catalana (la  muralla cristiana de Magerit, levantada en el siglo XII, englobaba unas treinta y cinco hectáreas).
No obstante, esto sería un espejismo, porque con la consolidación de la Reconquista, la milenaria Barcelona sobrepasaría sus primeras murallas, apareciendo diversos arrabales que iniciarían un proceso de crecimiento vertiginoso, que le llevaría a multiplicar su superficie en dos ocasiones. Primero, con la muralla de Jaime I iniciada en 1260, que recogía ciento treinta y dos hectáreas, y después, con la tercera, promovida por Pedro IV el Ceremonioso, que ampliaría la ciudad hasta las doscientas veinte hectáreas. Madrid, en cambio, quedó estancado con discretos crecimientos. A finales del siglo XV, su modesta Cerca del Arrabal englobaba unas setenta hectáreas, de manera que la ciudad condal, ya convertida en la gran ciudad de la Corona de Aragón, triplicaba la extensión madrileña.
Algo parecido sucedió con la población. Los datos demográficos estiman que a finales de la Edad Media, Madrid rondaba los siete mil habitantes mientras que Barcelona superaba los treinta mil, cuadruplicando a la ciudad castellana (realmente, la diferencia llegó a ser mayor, porque Barcelona se acercó a los cincuenta mil, pero las epidemias diezmaron su población).
No obstante, a pesar de sus notables diferencias de estatus medieval, Barcelona y Madrid coincidirán en la estrategia de desarrollo urbano. En ambos casos, el crecimiento se sustentaría en la aparición de arrabales extramuros que se apoyaban en los ejes de comunicación principales o en la existencia de focos de referencia (monasterios, iglesias, mercados, etc.) y que, con el tiempo, iban siendo integrados en la ciudad gracias a las sucesivas ampliaciones de los recintos amurallados.

Barcelona, ciudad condal y capital mediterránea.
El avance musulmán por la Península Ibérica encontró su tope al traspasar la cordillera de los Pirineos. El ejército franco al mando de Carlos Martel los derrotó cerca de Tours, en el año 732 (Batalla de Poitiers). Martel iniciaría la dinastía carolingia (que brillaría con figuras como Carlomagno). Una de las estrategias defensivas de este reino (luego imperio) para proteger sus fronteras meridionales de nuevas incursiones islámicas fue establecer alianzas con los pueblos autóctonos limítrofes. Con ello se daría origen a la Marca Hispánica que iría consolidándose a lo largo del siglo VIII. La Marca estaba compuesta por una sucesión de pequeños condados autónomos, aunque ligados a los monarcas carolingios, cuya responsabilidad era impedir el avance musulmán. El año 801, la Marca se extendería hasta Barcelona, cuando el rey Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno, puso fin a la dominación árabe de la ciudad, creando el Condado de Barcelona, y convirtiendo a Barcelona en la “ciudad condal”.
El imperio carolingio controlaba la Marca a través de la designación de condes locales que gobernaban cada territorio y a los que permitían una relativa libertad de decisión. Esta dinámica cambiaría en el Condado de Barcelona cuando Wilfredo el Velloso se convirtió en el último conde escogido por los francos, ya que inició una dinastía hereditaria que fue aceptada por los carolingios. La relación sufriría otra variación, que resultaría trascendental, cuando su nieto Borrell II, al haber tenido que superar el ataque sarraceno capitaneado por Almanzor en el año 985 sin ayuda de los francos, negó el vasallaje a los reyes de Francia, y dio inicio al devenir independiente del condado. El emancipado Condado de Barcelona iría ganando importancia paulatinamente, conforme iba incorporando a su territorio a los condados vecinos y ampliando sus límites por el sur a costa de los musulmanes.
Barcelona. Siglo XII con la aparición de las viles noves.

Las “viles noves” (villas nuevas), arrabales extramuros del primer recinto.
La pacificación del entorno barcelonés propició que la ciudad se extendiera desbordando las primitivas murallas romanas (que encerraban un recinto fuertemente densificado), creciendo hacia el mar y siguiendo los caminos de acceso, donde se desarrollaba una intensa vida comercial. Surgieron así las denominadas viles noves, barrios o burgos nuevos extramuros, con una estructura propia y espontánea. Fueron seis arrabales inicialmente separados:
• Desde la puerta entonces denominada Portal Mayor (originalmente la Porta Principalis Sinistra romana y actualmente Plaça de l’Àngel), partía el camino hacia Francia, conocido como “vía francisca”. Gracias a la desaparición de la amenaza musulmana se fue consolidando junto a la Puerta un mercado extramuros. El auge de este mercado propició un crecimiento urbano espontáneo a su alrededor que se convertiría en uno de los primeros arrabales de la Barcelona medieval, la vila nova del Mercadal.
• Sobre la misma vía francisca, un poco más alejada de la ciudad, se levantaría la Capilla de Marcús. Esta capilla fue construida por orden testamentaria de un rico burgués de Barcelona (Bernat Marcús) y tenía como instalaciones complementarias un pequeño hostal-hospital. El deseo de su fundador era que los viajeros que llegaban o partían de Barcelona, tuvieran un lugar donde hacer una parada o dar gracias a Dios por no haber sufrido percances en el viaje (o rogar para no tenerlos). Estos edificios se ubicaron próximos a la acequia condal (Rec Comtal) en la que existían varios molinos. Este enclave fue el origen de un asentamiento que fue creciendo hasta convertirse en un arrabal con el nombre de vila nova de Sant Cugat. Este arrabal pronto tendría continuidad con el de Mercadal, debido al crecimiento de ambos.
• Dentro de la característica creación de monasterios en el exterior de las ciudades medievales, hacia el año 945, se edificó el monasterio de Sant Pere de les Puelles sobre un pequeño montículo existente próximo al camino de Francia. El monasterio sufrió los ataques musulmanes de Almanzor en el año  985 pero fue reconstruido. Apoyándose en este monasterio benedictino y en el cercano templo de Sant Sadurní, fue originándose a lo largo del siglo XII un nuevo arrabal, la vila nova de Sant Pere.
• Desde la antigua Porta Praetoria de la ciudad romana (llamada Portal del Bisbe, desde el periodo medieval), partía el camino que se dirigía hacia el noroeste, hacia la sierra de Collserola (y, atravesándola, hacia el municipio de Sant Cugat, en el Vallés). Este recorrido seguía la traza del acueducto romano. Junto al portal surgiría un asentamiento que se conocería como la vila nova dels Arcs, que iría creciendo hacia el nuevo monasterio de Santa Ana, levantado por la orden militar del Santo Sepulcro en 1141 en esa vía.
• Entre el camino que se dirigía hacia el rio Llobregat (dando origen a la conocida como “vía morisca”) partiendo de la antigua Puerta del Call (que daba acceso al barrio judío y correspondía con la Porta Principalis Dextra romana) y el camino hacia la sierra, descrito anteriormente, fue consolidándose un nuevo barrio fuera de las murallas, la vila nova del Pi. El asentamiento se apoyó en el arroyo de la Rambla y en la antigua iglesia del Pi (que se encuentra documentada desde el año 987, aunque el edificio gótico actual se inauguró en 1453).
• El arrabal más importante surgió en las proximidades del puerto, la vila nova del mar. El populoso asentamiento se convirtió en el punto central de la vida económica de la ciudad, ubicándose en él comerciantes y gentes del mar. La prosperidad del barrio queda testimoniada por la excelencia de su iglesia, Santa María del Mar (Santa María de las Arenas, inicialmente), quizá la más magnífica representación del gótico catalán.
Estos arrabales irían extendiendo la ciudad fuera de sus murallas originales. La urbanización espontánea del entorno de la ciudad condal alcanzó un desarrollo tal, que hizo necesario el planteamiento de un nuevo recinto urbano, más aún cuando la ciudad estaba adquiriendo un nuevo estatus, porque la situación política estaba cambiando.
La Corona de Aragón en su máxima extensión medieval.

El vecino Reino de Aragón se encontró con una delicada tesitura dinástica. El rey Alfonso I el Batallador había muerto en 1134 sin descendencia, legando el reino a las órdenes militares. Ese testamento fue rechazado por la nobleza que nombró nuevo monarca a su hermano Ramiro II el Monje (en Pamplona hicieron lo mismo en la persona de García Ramírez, iniciando el recorrido independiente de Navarra). Ramiro aceptó la corona y abandonó la vida religiosa (entonces era obispo de Roda-Barbastro), se casó y tuvo una única hija, Petronila. La presión sobre el destino del reino llevó a negociaciones tanto con el Reino de León como con el Condado de Barcelona. Finalmente, la heredera, de un año de edad, fue prometida a Ramón Berenguer IV, firmando los esponsales en Barbastro, en 1137. La unión de la Corona de Aragón y el Condado de Barcelona fue más dinástica que efectiva, porque la entidad resultante conservó la autonomía de los dos territorios, que mantuvieron sus usos y costumbres, sus parlamentos, e incluso su moneda y tributos. El hijo de la pareja gobernaría como Alfonso II, “rey de Aragón y conde de Barcelona”. De hecho no sería hasta el siglo XIV cuando empezarían a desarrollarse instituciones conjuntas.
En el contexto medieval, hablar de ciudad capital es algo confuso. Las cortes eran itinerantes y se desplazaban entre los diferentes municipios según las necesidades. No obstante, algunas ciudades fueron destacando como sede de parlamentos y órganos de gobierno. Barcelona se erigiría como una de las sedes reales (albergaría el Palau Reial Maior,  Palacio Real Mayor) y su poderío económico le llevaría a liderar buena parte del destino de la Corona de Aragón durante la Baja Edad Media.

Barcelona. Siglo XIII con la muralla de Jaime I el Conquistador (1260), la segunda de la ciudad.

El segundo recinto (1260, Jaime I)
El rey Jaime (Jaume) I el Conquistador, nieto de Alfonso II, extendería de forma muy notable el territorio de la Corona y potenciaría a Barcelona dentro del reino, convirtiéndola, además, en una de las principales urbes del mediterráneo occidental.
Jaime I ordenó la construcción de un nuevo recinto para Barcelona que debía incorporar toda la extensión urbana que había surgido más allá del trazado romano. Esta segunda muralla, que se comenzó a levantar en 1260, recorría la Rambla, las plazas de Catalunya y Urquinaona, y aproximadamente, el carrer de Trafalgar, el paseo Lluís Companys y el Parc de la Ciutadella (en esta zona final, las huellas del trazado desaparecieron con la construcción de la Ciudadela). La muralla no sería acabada hasta años después, hacia 1295, ya en tiempo de Pedro III el Grande (por este motivo, algún historiador identifica esta muralla con este rey). El nuevo cinturón envolvía las “viles noves” abarcando un perímetro de unos cinco kilómetros y con una superficie aproximada de 130 hectáreas, que multiplicaba por diez su extensión anterior. Este recinto corresponde, con la mitad nororiental de casco antiguo actual, coincidiendo prácticamente con los barrios Gótic  y Oriental (Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera) del distrito de la Ciutat Vella. 
La defensa de la ciudad se complementaba con toda una red de construcciones, existentes en su mayor parte. Desde el Castell del Port, en Montjuïc, hasta el Castell de Martorell y el Castell Vell de Rosanes en la entrada del río Llobregat, así como el Castell de Eramprunyà y Casteldefells en el delta del mismo rio o el Castell de Montcada en la entrada del rio Besós al llano barcelonés.
 La muralla contaba con ocho puertas y se encontraba abierta al mar. Cinco de ellas se abrían en el tramo que discurrida por la Rambla: el Portal de San Francisco (o Framenors), el de Trencaclaus (o de los Escudellers), el de la Boquería, el de la Portaferrisa y el de Santa Anna (o de los Bergants). Las tres restantes fueron el Pou d’en Moranta, la Puerta de Jonqueras y Porta de Campderá (o Portal Nou).
El interior urbano se consolidó por la “unión” de las mencionadas viles noves y también por la edificación (o reconstrucción) de edificios institucionales adecuados al nuevo rango de Barcelona (algunos eran de carácter religioso como las iglesias de Sant Pau del Camp, Sant Pere, la Catedral, Sant Miquel, etc.; y otros de carácter asistencial, sanitario, como la iglesia y hospital de Sant Joan o el Hospital de Pobres). Estos equipamientos, distribuidos por la trama urbana, van configurando el ambiente de la ciudad. Una de las operaciones emblemáticas de este periodo fue la urbanización del carrer Montcada. Esta calle, situada entre los arrabales de Mercadal-Sant Cugat y la vila nova del Mar, acogería a los palacios señoriales. Su trazado rectilíneo y su anchura, importante para la época, denotan la voluntad de crear un espacio urbano singular y representativo.
Barcelona. Carrer Montcada.
Otra de las novedades de la época fue la fórmula de gobierno de la ciudad. Barcelona crecía sin parar, cuestión que incrementaba la complejidad de su organización política. La necesidad de plantear una fórmula de gobierno idónea llevó a la formación del Consell de Cent  (Consejo de Cien Jurados) que agrupaba a personas implicadas en todas las actividades urbanas, excepto las militares. Jaime I reglamentó en los años 1249 y 1265, el funcionamiento del mismo: anualmente eran seleccionados cinco miembros del consejo para configurar el poder ejecutivo de la ciudad, que se apoyaba en un órgano consultivo permanente formado por treinta miembros (el trentenari).
Barcelona. Siglo XIV con la muralla de Pedro IV el Ceremonioso (1350), la tercera de la ciudad.

El tercer recinto de Barcelona (1350, Pedro IV el Ceremonioso)
El rápido crecimiento de Barcelona hizo que, menos de un siglo después de construir la muralla de Jaime I, su interior presentara  una gran densificación. El problema llevó al rey  Pedro IV el Ceremonioso a decidir una nueva ampliación de la ciudad. Hacia 1350 ordeno amurallar los terrenos situados al suroeste, que ofrecían una extensión similar a la ciudad existente y contaban con una urbanización incipiente, particularmente de instituciones religiosas y asistenciales. Este es el origen del Raval  (arrabal) que, sin embargo, se completó de forma muy lenta, tardando varios siglos en colmatarse.
Otro de los problemas que presentaba la Barcelona del siglo XIV era la falta de un puerto adecuado para su papel de capital comercial mediterránea. Pero, aunque la nueva delimitación incorporó las atarazanas, y hubo varios intentos infructuosos de construcción (en 1439 y 1477), habría que esperar el siglo siguiente para solucionarlo.
Este tercer recinto abarcaría aproximadamente 220 hectáreas y la ciudad casi duplicaba su extensión. Con esa muralla, Barcelona incorporaba a diferentes instituciones religiosas y equipamientos que habían surgido extramuros (desde Sant Pau del Camp hasta el hospital de la Santa Creu). En el sur, junto a las Atarazanas, se abriría la nueva Puerta de Santa Madrona o de la Drassana, de la que partía el camino hacia Montjuïc. Siguiendo el recorrido hacia el norte estaba el Portal de San Pau o del Cagalell, luego el Portal de San Antoni en dirección al delta del rio Llobregat y finalmente el Portal de Tallers, hacia Sarriá. Todas estas puertas se ubicaron en la confluencia de las murallas con los caminos preexistentes, así la “vía morisca” que partía de la antigua Porta de la Boquería se convertía en vía urbana hasta llegar al nuevo Portal de San Antoni (donde también finalizaba la calle procedente de Porta Ferrisa)
Con la nueva muralla se comenzó a perfilar el que se sería uno de los lugares más representativos de Barcelona, la Rambla. Al incorporar a la ciudad los espacios de poniente, también quedaba en el interior del casco el cauce lineal que separaba el Raval de la muralla de Jaume I y que cumplía funciones de evacuación de aguas torrenciales. La Rambla sería “urbanizada”, convirtiéndose desde 1444 en el primer espacio urbano destinado al ocio y a ferias ocasionales. Su trazado irregular y su asimetría (debida a la muralla de Jaime I, que no se demolió) fue configurando un espacio, heterogéneo pero de gran personalidad, que no encontró su consolidación definitiva hasta el siglo XIX. La ubicación en su zona alta de la Universidad de Barcelona y el derribo de la muralla de levante a partir de 1704 (que significó el asentamiento de edificios nuevos, palacios) le otorgaría su carácter definitivo.
Barcelona. Plaza del rey con el Palau Reial Maior, un conjunto que se construyó entre el siglo XI y el XV.
El periodo bajo medieval fue el gran momento del gótico catalán, construyéndose buena parte de los edificios importantes de la ciudad antigua. Entre los muchos ejemplos pueden destacarse,  la catedral, que había sido comenzada en 1298 y sería concluida en 1488, y un buen número de palacios y edificios vinculados a la iglesia que se levantarían en su entorno; también, la iglesia de Santa María del Mar, en el barrio de la Ribera, construida entre 1329 y 1383, las atarazanas (astilleros) comenzados en 1378 o la Lonja  (entre 1384 y 1397). Son igualmente relevantes las ampliaciones del Palacio Real Mayor con la incorporación de la capilla palatina de Santa Ágata, en el año 1302 o el Salón del Tinell, entre los años 1359 y 1362; así como la Iglesia de Santa María del Pino (1322-1453), el Convento de Santa Ana (siglos XII-XIV) o el Palau de la Generalitat, construido en sucesivas ampliaciones a lo largo del siglo XV.
En ese final de la Edad Media, Barcelona sufriría una grave crisis que uniría los efectos económicos a las epidemias de peste, que no solo frenaron su crecimiento sino que significaron una reducción de su población (según algunos historiadores la ciudad debió alcanzar en algún periodo los 50.000 habitantes, aunque la adversidades comentadas llevarán la cifra a unos 30.000 al final del siglo XV). A partir del Medievo,  la evolución demográfica sufrió un estancamiento importante, debido a los acontecimientos de los siglos posteriores.

De Mayrit a Magerit: la “cristianización” de una ciudad musulmana.
En el año 1083, el rey Alfonso VI de Castilla conquista Mayrit, iniciándose entonces el desarrollo cristiano de la ciudad. Durante los cien años posteriores a la conquista, la ciudad fue atacada con frecuencia por las tropas musulmanas que pretendían recuperarla. En estas circunstancias, Madrid no perdió el carácter militar de una ciudad fronteriza, y su repoblación se hizo difícil. La concesión de algunos privilegios reales y sobre todo el otorgamiento de los Fueros de la Villa en 1202 por parte del rey Alfonso VIII de Castilla, posibilitaron el inicio de una cierta inmigración. Pero Madrid no afianzaría su crecimiento hasta después de la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), que alejaría definitivamente a los musulmanes de la cuenca del Tajo.
Madrid, que recibía cierta distinción de la monarquía Trastámara, era un pueblo de importancia media en el orbe castellano. En la ciudad se celebraron Cortes en varias ocasiones, y su castillo era residencia frecuente de los reyes. No obstante, su población era escasa, sobre todo en comparación con algunas de las ciudades del reino. Aunque su evolución había sido notable, yendo desde los 2.000 habitantes del siglo XIII a los 5.000 del siglo XIV, estos números contrastaban con las cifras de Toledo, que seguía siendo la gran urbe del centro de la península con sus aproximadamente 50.000 habitantes, o también con los de ciudades como Ávila y Segovia, que alcanzaban los 10.000 y 25.000 respectivamente. A finales del siglo XV, abandonando la Edad Media, Madrid llegaría aproximadamente a los 7.000 habitantes.
Madrid en el siglo XII con la segunda muralla levantada por Alfonso XV. Se destacan las diez parroquias que vertebraban el recinto y el “vicus” exterior alrededor del monasterio de San Martín. En amarillo el barrio de la morería, concentrado en parte del antiguo barrio mozárabe, en la ladera del barranco de San Pedro. 
La Segunda Muralla (la muralla cristiana del siglo XII)
La toma de la ciudad por parte de Alfonso VI y su deseo de protegerla frente a los previsibles ataques musulmanes, llevó a la construcción de una nueva muralla en el siglo XII, la Segunda Muralla (la conocida como “muralla cristiana”). El Mayrit musulmán había alcanzado una extensión notable superando en mucho sus nueve hectáreas iniciales. De hecho, la nueva muralla, que delimitaba poco más que la medina musulmana, abarcaba treinta y cinco hectáreas. La ciudad cambió su nombre por el de Magerit y se iría “cristianizando”  paulatinamente, asumiendo las nuevas costumbres de la inmigración recibida desde otros lugares castellanos. Pero el sustrato musulmán era sólido y la laberíntica trama islámica permanecería mucho tiempo conviviendo con los nuevos criterios. Así se generó un híbrido urbano entre las dos culturas, que hizo que este segundo recinto haya pasado a la historia como el recinto hispano-musulmán.
Quizá la aportación más importante para la reconversión de Mayrit en Magerit fue la vertebración del espacio interior en torno a los templos cristianos que organizaron el tejido urbano y social en circunscripciones (las denominadas colaciones). Fueron diez las parroquias de aquella villa medieval: Santa María, San Andrés, San Pedro, San Justo, San Salvador, San Miguel de los octetes, Santiago, San Juan, San Nicolás y San Miguel de la Sagra. Paralelamente se relegó a los habitantes musulmanes que permanecieron en la ciudad a un sector concreto, la Morería, que se concentraba en una parte del antiguo barrio mozárabe, en la ladera meridional del barranco de San Pedro.
Madrid. Torre mudéjar de San Pedro el Viejo, edificada a mediados del siglo XIV (el campanario fue añadido en el siglo XVII).
El trazado de la muralla cristiana partía desde la musulmana, en las cercanías de la Puerta de la Vega, y se dirigía hacia el sur, descendiendo por las laderas del barranco de San Pedro para ascenderlas de nuevo por la actual Cuesta de los Ciegos. El muro continuaba (aproximadamente) por la zona de las calles Yeseros y Mancebos, hasta la Puerta de Moros. Desde allí, seguía entre las calles Almendro/Cava Baja, continuando por Cuchilleros, Cava de San Miguel, y entre las calles Escalinata/Espejo hacia la actual Plaza de Isabel II para finalizar prácticamente recta hasta el Alcázar (por el Teatro Real y la Plaza de Oriente). En este nuevo lienzo amurallado se abrieron puertas que complementaron a la única que se mantuvo del recinto original (la Puerta de la Vega). Las nuevas fueron la Puerta de Moros, la Puerta Cerrada, la Puerta de Guadalajara y la Puerta de Balnadú.
En su interior continuaba el abigarrado entramado árabe, aunque se iría “rectificando” en alguna zona por calles que se convirtieron en las principales vías de la ciudad medieval. Entre todas destacaba la que unía la Puerta de la Vega con la Puerta de Guadalajara, actuando como si fuera un diámetro del circulo amurallado (la futura Calle Mayor). En esta calle se abría la plaza principal de la ciudad, la Plaza del Salvador (actual Plaza de la Villa). Otra de las calles importantes de la villa partía del Arco de Santa María (desde el primer recinto) y se dirigía hacia la Puerta Cerrada (actuales calles Sacramento y San Justo), adquiriendo notoriedad por ser una de las pocas vías que carecía de pendiente en un casco tan abrupto como el de aquel Madrid. También destacaba el camino abierto por el barranco de San Pedro (actual calle Segovia) que conectaba la Puerta Cerrada con la Puerta del Vega, por la que se accedía a la vega del río.
Madrid. Siglo XIII. El casco se densifica y se construyen los monasterios de Santo Domino y San Francisco.
Entre todos los espacios urbanos (al margen del gran espacio libre contiguo al alcázar y que era conocido como el “campo del rey”) destacaba la mencionada Plaza del Salvador (denominada así por la iglesia parroquial que la presidía) que regularizó el nodo que ya existía en la medina musulmana. Este espacio se convirtió en el centro neurálgico de la vida urbana madrileña, reuniendo el comercio y las principales instituciones civiles, como fue el caso del propio Concejo de la villa (el alcázar militar siguió siendo el edificio principal, siendo ocupado por los reyes cuando se encontraban en Madrid). La Plaza del Salvador se convirtió también en el lugar de residencia de la nobleza, que levantó sus mansiones en esa parroquia. Además de este centro urbano primordial, fueron consolidándose pequeñas plazuelas en los espacios contiguos al resto de los templos parroquiales, así como en las proximidades de las puertas (por ejemplo, la Puerta de Guadalajara generaría otro de los entornos comerciales de la villa).
La actividad extramuros comenzaría pronto. Junto a algunas de las puertas de la ciudad, se establecieron mercados. Es el caso de la Puerta de Moros, donde se comerciaba con los cereales cultivados en la comarca (sería el embrión de la futura Plaza de la Cebada, que además, estaba cercana a la interior Plaza de la Paja, donde los agricultores pagaban los diezmos al clero). Igualmente se comenzarían a levantar diferentes monasterios que, como veremos a continuación, tendrían una gran repercusión en la evolución urbana de la ciudad.
Las caminos exteriores, que resultarían fundamentales para la estructura del futuro crecimiento de la ciudad modificaron su trazado en función de los nuevos accesos:  Por la Puerta de la Vega se mantuvo el recorrido oeste, hacia Segovia por Navacerrada  y la Fuenfría;  por la Puerta de Moros se iniciaba la dirección sur hacia Toledo y la península meridional; por la Puerta Cerrada el camino se dirigía hacia el sureste, hacia Arganda y el Mediterráneo, por Atocha y Vallecas; por la Puerta de Guadalajara en dirección este, hacia Alcalá y Zaragoza; y por la Puerta de Balnadú, en dirección hacia el norte por Somosierra.
Madrid. Siglo XIV. Se consolidan los arrabales de San Ginés y Santa Cruz.

El crecimiento de los arrabales medievales.
El crecimiento extramuros madrileño fue importante a partir del siglo XIII. Los arrabales nacieron como asentamientos independientes, apoyados en la estructura de caminos y en los monasterios y conventos existentes (San Ginés, San Martín, Santo Domingo y Santa Cruz). Durante el siglo XIV se irían consolidando, iniciándose fusiones que acabarían con la constitución de un tejido único durante el siglo XV. Los arrabales fueron los siguientes:
• El arrabal de San Ginés, el primero de todos, presenta orígenes inciertos aunque parece que fue la primera parroquia extramuros de la ciudad. Su desarrollo, de carácter humilde, apoyado en las laderas del barranco del Arenal, en cuyo fondo se levantaba la iglesia, fue orientándose hacia el este (hacia la actual Puerta del Sol) dado que hacia el otro lado del arroyo se encontraban las posesiones de los monasterios de San Martín y Santo Domingo.
• El arrabal de San Martín se va formando a partir del monasterio dedicado al santo y que tuvo su origen en una fundación de monjes cluniacenses que acompañaron a Alfonso VI en la conquista de la ciudad (se tienen noticias suyas desde 1126). El tejido urbano surgido a su alrededor dependía totalmente del monasterio, lo que lo convertía no en un arrabal propiamente sino en un “vicus”, es decir, en un poblado dependiente de una autoridad eclesiástica y no civil. El desarrollo del conjunto se estructura, al igual que otras pueblas castellanas, según el esquema de dos parejas de calles paralelas que eran perpendiculares entre sí, marcando un espacio central que ocupaba la abadía (corresponderían con las calles Postigo de San Martín y San Martín de norte a sur y calle de la Flor y plaza de las Descalzas de oeste a este). El conjunto parece que estuvo rodeado de un pequeño muro cuya única misión era marcar sus límites.
• El arrabal de Santo Domingo, con un origen igualmente monacal que, según la tradición, fue fundado en 1218 inicialmente para hombres y posteriormente para mujeres. Este convento dominico fue recibiendo importantes donaciones hasta convertirlo en poderoso y generar a su alrededor una auténtica “puebla”. En el siglo XIV se unió con el arrabal de San Martín.
• En las afueras orientales de Madrid, cerca de la Puerta de Guadalajara, había una pequeña laguna. Más allá de la misma, siguiendo el camino de Atocha, fueron ubicándose, desde el siglo XIII, diversas construcciones diseminadas. Habría que esperar hasta el siglo XV para que se consolidara en esa zona el arrabal de Santa Cruz. La desecación de la laguna dejó un amplio espacio libre entre las murallas de la ciudad y dicho arrabal. Dada su ubicación, se convirtió en el escenario de un próspero mercado que sería oficializado, en 1465, por Enrique IV. A pesar de algunas reticencias iniciales por la pérdida de importancia de la Plaza del Salvador (actual Plaza de la Villa) y gracias a los importantes beneficios fiscales que las operaciones mercantiles aportaban, se acabaría consolidando definitivamente, concediendo licencias para construir soportales que dieran cobijo a las actividades comerciales (siendo el embrión de la futura Plaza Mayor). El concejo madrileño apostó definitivamente por este espacio con la construcción de tres establecimientos oficiales: para abastos generales (la Casa del Arrabal), para los puestos de pescado (la Red del Pescador) y para los de la carne (la Red de la Carne).
Madrid. Siglo XV con una de las hipótesis de la Cerca del Arrabal (las discrepancias con otras versiones se producen en la zona sur). 
La Cerca del Arrabal (siglo XV)
En el siglo XV, los arrabales comenzaban a formar una unidad que envolvía la vieja muralla cristiana (excepto por el oeste, por supuesto) y se planteó la incorporación a la villa de los mismos, así como la necesidad de establecer una primera regulación urbana. Entonces se decidió construir un nuevo recinto.
La nueva delimitación fue un tanto peculiar porque en realidad no fue una muralla en el sentido estricto del término, sino más bien una humilde tapia que marcaba una nueva frontera para la ciudad. No se sabe a ciencia cierta su fecha de construcción, quizá fuera en torno a 1438 bajo el reinado de Juan II, o quizá más tarde, ya en tiempos de los Reyes Católicos.  Tampoco se tiene certeza de su trazado ya que no quedan restos de las mismas (incluso algún historiador ha llegado a dudar de su existencia). No obstante, se sospecha que su recorrido partiría de la antigua Puerta de Moros y seguiría aproximadamente las actuales calles de la Cebada, San Millán, Duque de Alba, plaza de Tirso de Molina, Conde Romanones, Carretas, Preciados y plaza de Santo Domingo, terminando en un impreciso enlace septentrional con el segundo recinto. De su poca consistencia hablan tanto la denominación con la que fue conocida, la “Cerca del Arrabal”, como el hecho de que no sea considerada en la correlación de murallas madrileñas (ya que de la segunda cristiana se pasará a la tercera, construida por Felipe II tras designar a la ciudad como capital de España).
El recinto de Madrid quedaba así conformado por una línea de muros de varias épocas en los que se abrían las diferentes puertas de la ciudad: Puerta de la Vega (la más antigua), Puerta de Moros (del segundo recinto), Puerta de San Francisco o Latina, Postigo de San Millán, Puerta de Atocha, Puerta del Sol, Postigo de San Martín y Puerta de Santo Domingo.
Madrid. Torre y Casa de los Lujanes en la Plaza de la Villa, palacio del siglo XV.
La Cerca asentó la diversidad de tramas que se había ido creando en los arrabales comentados anteriormente. No obstante, se mantuvieron los puntos focales previos, pero enriquecidos con la nueva plaza del mercado del arrabal de Santa Cruz (futura Plaza Mayor) que se convertiría en el nuevo centro urbano. La nueva estructura potenció la calle principal de la ciudad (calle Mayor) prolongándola hasta la Puerta del Sol y consolidó un nuevo eje sobre el antiguo barranco del Arenal (entre los arrabales de San Ginés y San Martín) que daría origen a la calle del Arenal. Otras calles irían consolidando los anteriores caminos, como la calle de Toledo o la calle Atocha que partían desde la nueva plaza del mercado.

Así pues, durante la Edad Media, el joven Madrid se fue ido haciendo un hueco entre las ciudades del centro castellano, pero aunque gozaba de cierto prestigio, todavía estaba lejos de las principales urbes del entorno. Pero a mediados del siglo siguiente, en 1561, Madrid sería designada capital del Imperio español y, desde entonces, su futuro tomaría un nuevo rumbo que la situaría en el primer puesto de la jerarquía urbana peninsular.
Por su parte, Barcelona había tardado mil años en sobrepasar las murallas romanas. Pero cuando lo hizo, las desbordó extraordinariamente, fijando sus nuevos límites en un recinto que multiplicaba por ¡dieciocho! la superficie inicial. Pero, la gran capital del mediterráneo se vería, otra vez, retenida en esa nueva delimitación durante quinientos años, iniciando un largo proceso de densificación que duraría hasta mediados del siglo XIX, momento en el que, nuevamente, rebasaría su frontera con un planteamiento espectacular: el Eixample.

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