Strøget, el peatonalizado eje principal de la ciudad
antigua de Copenhague, antes y después de la transformación.
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Copenhague ocupa invariablemente las
primeras posiciones de los rankings sobre las ciudades con mejor calidad de vida (en 2013 y 2014 fue elegida la mejor
por la revista Monocle). Entre las
razones que justifican tal distinción se encuentra la extraordinaria reconversión
realizada en sus espacios públicos.
A partir de
la década de 1960, Copenhague se convirtió en un laboratorio urbano
implementando una innovadora política de
recuperación del espacio urbano de su casco antiguo, que tuvo su expresión
más conocida en la peatonalización de calles y plazas y en la apuesta por la movilidad
ciclista en detrimento del automóvil. El arquitecto danés Jan Gehl fue uno de sus abanderados. Gehl, que había denunciado la
“ciudad invadida” por los coches que usurpaban el territorio a las personas y
la consecuente “ciudad abandonada” provocada por la emigración de muchas
familias hacia las periferias huyendo del centro, proclamaría la necesidad de
“reconquista” de la ciudad, devolviendo al espacio público su valor como lugar
de encuentro ciudadano. Hoy Copenhague “vive la calle” y muestra orgullosa el
resultado de una experiencia que ha supuesto
un modelo para sus nuevas áreas urbanas y ha influido en muchas ciudades
europeas y de otras partes del mundo, que iniciaron procesos similares.
Esbozo urbano de
Copenhague.
Copenhague
nació como un asentamiento pesquero en una de las islas del archipiélago que
separa el Mar del Norte del Mar Báltico. Con el tiempo, ese enclave llegaría
ser un punto estratégico, regulando el paso marítimo entre el ámbito
escandinavo y el resto de Europa. Así, la ciudad adquiriría importancia como “Puerta
del Báltico”, convirtiéndose en un centro comercial de primer orden.
Ubicación de Copenhague, entre el Mar del Norte y el
Mar Báltico.
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Copenhague (København) fue fundada en el siglo XII
en la costa oriental de la isla de Selandia
(Sjælland), la mayor isla de
Dinamarca. El conjunto insular situado entre los dos mares crea un estrecho
bautizado como Øresund que también
separa Dinamarca de Suecia. En la
actualidad Copenhague ocupa igualmente buena parte de Amager, la isla contigua. El brazo de mar que separa estas dos
islas (Selandia y Amager) tendrá una importancia capital
en la conformación de la ciudad futura debido a la ocupación de una parte
sustancial del mismo. Esta se realizo gracias a importantes rellenos de tierra
que permitieron la ampliación de la ciudad y la creación de una gran
instalación portuaria.
Aquel pequeño
poblado de pescadores, fue creciendo y prosperando hasta reclamar su protección
con una primera muralla que se levantó a finales del siglo XIII. Este muro
definiría el recinto de la ciudad durante el periodo medieval que, internamente, se estructuraba a partir de un eje central (el actual Strøget)
que unía las dos puertas principales, situadas en el oriente y occidente del
casco (Vesterport y Østerport). Esta serpenteante vía enlazaba
los principales espacios públicos de la ciudad, como fueron las plazas de la
Iglesia de Nuestra Señora (Vor Frue Kirke,
aunque el edificio actual es de 1829) y de la iglesia de San Nicolás (Sankt Nicolai Kirke, actual Centro de
Arte Contemporáneo), así como el entonces centro neurálgico del núcleo, que
quedaba formado por Gammeltorv (antigua
plaza del mercado) y Nytorv (nueva
plaza del mercado) que hoy constituyen una unidad. En este espacio central se ubicó
el antiguo ayuntamiento de la ciudad, hasta que en 1905 fue trasladado al
edificio actual en la plaza Rådhuspladsen,
junto a la antigua puerta oriental de la ciudad.
Plano de Copenhague hacia 1500 (la línea roja de este a
oeste es el eje Strøget) e identificación del mismo sobre la trama actual.
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A partir de su trazado medieval, Copenhague
iría creciendo gracias a extensiones planificadas que, en parte, se realizaron
sobre terrenos ganados al mar. Como consecuencia de ello, el centro histórico acabaría ofreciendo un fuerte
contraste entre la irregular trama inicial y sus posteriores y ordenadas ampliaciones
barrocas, cuestión que le otorga una identidad particular. No obstante, las
diferencias de trazado quedarían compensadas en cierto modo por la unidad de
estilo de su arquitectura, ya que la ciudad tuvo que ser reconstruida en varias
ocasiones durante los siglos XVIII y XIX tras severos incendios que la dejaron
asolada.
La creación
por etapas de la ciudad comenzaría en el siglo XVII, una centuria que
resultaría trascendental para la evolución de Copenhague, sobre todo por las
intervenciones del rey Christian IV, una figura clave en la historia de la
ciudad y del país. Su padre, Federico II, falleció en 1588 y, aunque Christian
IV no alcanzaría la mayoría de edad hasta 1596, le sucedió ese año, iniciando
un reinado que se prolongaría hasta 1648, convirtiéndose en el monarca más
longevo de la historia danesa. El nuevo rey marcaría un antes y un después para
la capital del Reino de Dinamarca (que integraba Noruega en aquellos tiempos).
Su extraordinaria ambición fijaría un rumbo que tendría resultados
contradictorios. Por una parte, se consiguieron grandes logros políticos, económicos,
culturales y artísticos (y también urbanos en el caso de Copenhague), pero como
contrapartida, su actuación provocaría varias guerras con consecuencias muy
negativas para el país. Para sostener sus elevadas aspiraciones, como la de crear
un imperio colonial ultramarino, Christian IV reorganizó el ejército y,
particularmente, la Armada, que vio incrementada considerablemente su flota.
Esta decisión tendría una gran repercusión en Copenhague ya que se convertiría
en su sede lo que exigiría una reforma total del puerto de la ciudad y de sus
defensas.
La primera
consecuencia urbana de esta medida fue la creación de un nuevo barrio para alojar
a los mandos y a la numerosa tripulación de la Armada. Así, entre 1631 y 1639,
se levantó el barrio Nyboderdok, al norte de núcleo
medieval y algo alejado del mismo dada su vinculación al puerto que se estaba
construyendo en esa zona. El nuevo barrio, en un rotundo contraste con el tejido
medieval, presentaba un trazado ortogonal con estrechas manzanas de viviendas
en hilera que incluían algunos canales siguiendo el modelo de Amsterdam.
Trazado de la muralla que recogía el puerto interior
(plano de 1728).
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El estatus
adquirido por Copenhague tuvo una segunda consecuencia más relevante, ya que obligó
a plantear una nueva línea de defensas para la ciudad, desarrollando un amplio conjunto fortificado con baluartes que
culminaba en una nueva ciudadela en el norte (el Kastellet, que se inició
en 1626 y estaría concluida hacia 1662). También, como parte del sistema
defensivo se reconfiguraron los lagos occidentales (Søerne), dándoles una
forma rectangular muy longitudinal que formaba un arco y actuaba como un primer
foso defensivo (también serían reservas de agua para la ciudad). Este tramo
amurallado protegía a la ciudad por su parte terrestre, mientras que la orilla
marítima se iba reconfigurando con la creación de nuevas instalaciones
portuarias en terrenos que se ganaban al mar (como ocurrió con Nyhavn,
el puerto nuevo, construido por el rey Christian V entre 1670 y 1673). Poco a
poco, el brazo de mar que separaba la isla de Selandia y la de Amager, iría siendo “ocupado” paulatinamente
apoyándose en varios islotes que se encontraban en su cauce. Por ejemplo, sobre
uno de ellos (Slotsholmen), se había levantado, en 1167, un primer castillo
que iría evolucionando con ampliaciones y destrucciones hasta llegar al actual Palacio
de Christiansborg (que fue residencia
real hasta 1794 y sede del parlamento desde 1849, manteniendo actualmente la
representación del poder político danés). Slotsholmen mantiene su carácter insular
uniéndose al resto de la ciudad con varios puentes.
Pero la
delimitación del conjunto fortificado de Copenhague no terminaría en las
murallas terrestres, sino que éstas acabarían formando parte de un gran anillo
casi circular que se iría completando paulatinamente por la parte marítima
(sobre el brazo de mar comentado). Este segundo tramo de la fortificación creó
inicialmente un gran puerto seguro dentro de las murallas. Con esa
intervención, Copenhague seguía la estrategia de otras ciudades de la Liga
Hanseática, que contaban con un puerto que permitía el amarre controlado de las
embarcaciones, frente a los riesgos (de ataques, por ejemplo) de un puerto abierto.
En el
interior terrestre, se fue consolidando el tejido urbano gracias a la
ampliación de Nyboderdok. Una
intervención muy relevante se realizaría entre este barrio y la ciudad antigua:
el complejo del castillo de verano que se construyó el rey Christian IV entre
1606 y 1624 y que actuaría como pieza articuladora entre las dos tramas. El
edificio principal, conocido como castillo
de Rosenborg (Rosenborg slot), se
vio acompañado de unos amplios jardines privados, que acabarían, muchos años
después, reconvertidos en el gran parque público del centro de Copenhague, Kongens
Have (el Jardín del Rey).
La extensión
de la ciudad encontraba el impedimento de sus poderosas fortificaciones y por
eso tuvo que desarrollarse en el interior de las mismas. El núcleo existente
fue densificándose notablemente, aunque también, como ya hemos apuntado, habría
un crecimiento que se realizaría sobre una buena parte de la lámina de agua
interior a las murallas, que sería rellenada. El primer paso se dio con la
creación de un nuevo asentamiento, Christianshavn, que nació en 1639,
en el interior meridional, como un municipio independiente, aunque finalmente sería
anexionado a Copenhague en 1674. Los rellenos contiguos a la línea de murallas “marítimas”
seguirían hacia el noreste de Christianshavn
a partir de 1690, formando un “archipiélago” de pequeñas islas (Nyholm, en el extremo norte, Frederiksholm en el centro, Dokøen al oeste y Arsenaløen en el sur), cuyo conjunto constituye el actual barrio de
Holmen,
que estuvo ocupado por instalaciones navales hasta 1993. Hoy el barrio se ha
convertido en una zona residencial y cultural (alberga la Copenhagen Opera House, inaugurada en 2005 según diseño de Henning
Larsen)
Plano de Copenhague en 1779. Debajo el estado actual
(en amarillo la extensión de la ciudad medieval.
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El siglo
XVIII traería luces y sombras para la ciudad. Por una parte, epidemias y graves
incendios diezmaron la población y destruyeron buena parte del tejido urbano,
pero por otra el periodo ilustrado construyó alguno de los edificios (y
espacios) más representativos de la ciudad. Entre estos destaca el palacio Amalienborg
o la iglesia de Federico (Frederiks
kirke, conocida como la Iglesia de Mármol). Ambos, palacio e iglesia, fueron
los iconos del nuevo barrio Frederiksstaden levantado desde 1749 según
el proyecto del arquitecto Nicolai Eigtved.
Dinamarca
arrancaría el siglo XIX con dificultades derivadas del contexto de las guerras
napoleónicas, en las que Copenhague sufriría asedios y destrucciones. No
obstante, tanto el país como su capital lograrían remontar esas situaciones
adversas. Estos conflictos evidenciaron que las fortificaciones de la ciudad
resultaban inoperantes ante los cambios de la tecnología bélica. Por esta
razón, con la llegada de la paz se tomó la decisión de derribar la línea de
murallas que encerraba la ciudad por el lado terrestre. Hay que tener en cuenta
que hasta entonces, Copenhague había mantenido dentro del recinto de Christian
IV a pesar de que la población se había cuadruplicado (presentando una densidad
elevadísima). Tras esa “liberación” se comenzaron a urbanizar los terrenos
ubicados entre la ciudad antigua y el arco de los lagos occidentales (Søerne). La expansión traspasaría
incluso la línea de los lagos a partir de 1852, apareciendo los nuevos barrios
de Nørrebro,
Vesterbro
y Frederiksberg
(aunque este es realmente un municipio independiente rodeado por Copenhague). La
industrialización de la ciudad atrajo a una importante inmigración que supuso
un fuerte aumento de la población (En 1840, la ciudad contaba con 120.000 personas y en 1901 llegó a los
400.000 habitantes). Buena parte de esta población se dirigiría a Christianshavn, reconvertido así en
barrio para la clase obrera (aunque desde la década de 1970, la zona se
convertiría en el escenario de la bohemia de la capital, que incluye la
peculiarísima Ciudad libre de Christiania, Fristaden
Christiania).
Durante las
primeras décadas del siglo XX continuó el crecimiento de la ciudad, alguno muy significativo,
como el comienzo de la urbanización de la parte norte de la isla Amager, o la prolongación hacia el
interior de Selandia, con barrios
como Brønshøj y Valby. La neutralidad de
Dinamarca durante la Primera Guerra Mundial permitió prosperar comercialmente a
la ciudad, pero esta situación favorable acabó truncada por las consecuencias
de la Segunda Guerra Mundial.
Plan de los cinco dedos” para la expansión de
Copenhague (Rasmussen, 1947)
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Tras este
conflicto, en 1947, Copenhague planteó su ordenación redactando el plan
urbanístico conocido como “Plan de los Cinco
Dedos” (Fingerplanen) bajo la
dirección de Steen Eiler Rasmussen (1898-1990), uno de los arquitectos daneses
más reconocidos por su influyente producción teórica. El “Finger Plan” (aprobado en 1949) introdujo la estrategia de descentralización urbana de la capital
basada en la realización de varias líneas de desarrollo que partían de la
ciudad antigua y se extendían por el territorio circundante. Esas nuevas
directrices longitudinales emulaban gráficamente a los cinco dedos de la mano apoyándose
en las líneas de trenes de cercanías que conectaban la capital con los
municipios vecinos. Entre los “dedos” se introducían unas cuñas verdes
destinadas a terrenos agrícolas y recreativos.
La “palma” de la mano representaba al denso tejido del centro de
Copenhague, que quedaba envuelto por un anillo viario. Este plan impulsó las
periferias, en las que fueron apareciendo urbanizaciones residenciales que ofrecían
convivencia con la naturaleza frente a la congestionada ciudad central y resultaron
atractivas para la población de Copenhague, que iría abandonando el centro de
la ciudad para residir en esos nuevos barrios suburbiales. El casco antiguo
comenzó a sufrir las consecuencias del abandono, aunque su deterioro sería
neutralizado por las políticas de
recuperación del espacio urbano (basadas en peatonalizaciones, apuesta por
la movilidad en bicicleta, etc.) que analizamos en el siguiente apartado de
este artículo.
Una de las
últimas actuaciones infraestructurales que han tenido una gran influencia en la
estructura de la ciudad ha sido la construcción del Puente de Øresund, que
une la capital danesa con la ciudad sueca de Malmoe y que fue inaugurado en el
año 2000. La extraordinaria construcción (que consta de un puente de 7.845 metros,
una isla artificial, Peberholm, que
da soporte a una vía de 4.055 metros y, en su tramo final junto a Copenhague,
un túnel de 3.510 metros) ha generado la puesta en carga de la zona de Ørestad,
en la isla de Amager. Este nuevo eje de transporte ha
transformado las dinámicas urbanas de la zona en ambos sentidos porque, por
ejemplo, muchos habitantes de Malmoe se desplazan a Copenhague para realizar
compras o disfrutar del ocio mientras que no pocos daneses viven en la ciudad
sueca, cuyos precios inmobiliarios son menores, y trabajan en la capital de
Dinamarca. El proyecto del nuevo barrio fue realizado en 1997 por el equipo KHR
Arkitekter y se estructura en cuatro distritos: Ørestad Nord, Amager Fælled, Ørestad City y Ørestad Syd, cuyos desarrollos llevan distintas velocidades y se
encuentran todavía en marcha. En esta nueva área urbana se están construyendo
algunas de las obras arquitectónicas más relevantes de la Copenhague moderna.
Copenhague y el
renacimiento de su espacio urbano.
A mediados
del siglo XX, el casco antiguo de Copenhague tenía problemas graves. La
permanente presencia del automóvil generaba una congestión y una agresividad
ambiental (contaminación, estrés) muy
inconveniente para sus residentes. Además usurpaba territorio (circulaciones,
aparcamientos) a los ciudadanos, imposibilitando otras funciones urbanas
tradicionales. En esta “ciudad invadida”, las familias de clase media
comenzaron a trasladarse a las nuevas urbanizaciones periféricas propuestas por
el Finger Plan, iniciando una
dinámica que fue deshabitando el centro. Solamente las familias de menor poder
adquisitivo (que no podían permitirse el traslado) y los ancianos se mantuvieron
en el casco antiguo. La “ciudad abandonada” vería el decaimiento de las
actividades, de los encuentros, del comercio, la degradación de muchos espacios
o la desaparición de la vida en la calle. Vería, en definitiva, el declinar del
espacio púbico, y con él, el de la propia esencia de la ciudad misma.
Para
neutralizar la tendencia, se puso en marcha una experiencia pionera que pretendía recuperar el espacio público para
los ciudadanos. A finales de la década de 1950 se realizaron varias pruebas
con cortes temporales de tráfico en épocas festivas. Su buena acogida llevó a
plantear su permanencia. Todo comenzó por Strøget, la serpenteante vía
principal de la ciudad antigua, que en realidad es una sucesión de calles y
plazas (Frederiksberggade, la plaza Gammel Torv/Nytorv, Nygade, Vimmelskaftet, Amagertorv y Østergade) que enlazan la Plaza del Ayuntamiento (Rådhuspladsen) por el oeste, con la Nueva Plaza del Rey (Kongens Nytorv) por el este. Este
recorrido comenzó a ser peatonalizado en 1962, tras los “experimentos” de
la década anterior. La definitiva expulsión del tráfico rodado fue una decisión
muy polémica, y sus detractores argumentaron razones de lo más variado, desde
que el carácter danés no amaba la vida en la calle hasta que los comercios
estarían abocados al cierre o que “Dinamarca no era Italia”.
Evolución de la estrategia de peatonalización entre
1962 y 1996.
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Los augurios
no se cumplieron y la intervención en Strøget
fue todo un éxito ciudadano y comercial, que animó a los responsables
municipales a extender paulatinamente la estrategia a las calles y plazas adyacentes.
Entre 1968 y 2000, se fueron habilitaron gradualmente nuevas zonas para los
peatones. Actualmente el centro de la ciudad cuenta con más de 100.000 m2
peatonales (la actuación inicial de Strøget
había abarcado 15.800 m2).
Otra de las
claves de la nueva Copenhague fue la
apuesta por otro tipo de movilidad que se basaba en la bicicleta. El
fomento de los desplazamientos ciclistas, con bicicleta propia o gracias a la
puesta en marcha de un sistema de alquiler público (que ha sido implantado
posteriormente en muchas ciudades), transformó la movilidad de la ciudad. Según
las últimas encuestas, más de la mitad de la población de Copenhague se
desplaza en bicicleta (antes que en coche). Esta decisión ciudadana tiene
múltiples consecuencias. Por supuesto, la liberación de la dependencia del
automóvil y todas sus implicaciones (desde la contaminación hasta la necesidad
de aparcamiento), pero también la regeneración de un ambiente más amable o la
recuperación de la diversidad e integración social ya que las bicicletas son
utilizadas por todo el mundo, jóvenes o mayores, trabajadores o ejecutivos de
grandes empresas.
Mapa reflejando la intensidad del tráfico ciclista en
Copenhague (2006).
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La transformación
radical del ambiente le hizo recuperar su atmósfera “amigable” (la publicitada people friendly city). Con ello, no sólo
se consiguió frenar la tendencia migratoria hacia la periferia sino que
invirtió el proceso y muchas familias retornaron ante la mejora de las
condiciones de vida del centro. Una derivada de esta decisión fue el incremento
de la renta de esa parte de la ciudad y la apertura de nuevos locales
comerciales, de ocio, cultura, o terciarios que daban servicio a esta población
que regresaba al casco histórico. La nueva oferta de actividades redobló el
atractivo de la zona incrementando el éxito de la operación.
Uno de los personajes más influyentes
en este proceso de transformación fue el arquitecto danés Jan
Gehl (1936). Gehl se graduó en arquitectura en 1960 y tras seis años de
vida profesional recibió una beca de la Real
Academia de Bellas Artes de Dinamarca que le permitió investigar durante
cinco años la forma y el uso de los espacios públicos en muchas ciudades del
mundo. En 1971, publicó “Life Between
Buildings: Using Public Space”, un libro cuya influencia en el ámbito
escandinavo fue notable pero que, tras su traducción al inglés en 1987,
revolucionó la actuación sobre los espacios urbanos (la traducción española es
de 2006: “La humanización del espacio
urbano: la vida social entre los edificios”). La principal novedad de su
enfoque fue observar el espacio público desde un punto de vista
que fusionaba la arquitectura con la psicología, ofreciendo una comprensión
diferente del mismo (Su mujer Ingrid, psicóloga, sería una de sus
principales colaboradoras).
Para entender
el funcionamiento del espacio público, Jan Gehl comenzó a estudiar el
comportamiento en él de los ciudadanos. A partir de su examen, estableció una innovadora clasificación de las actividades
realizadas en aquel “espacio entre los edificios”: las necesarias (obligatorias,
como ir al trabajo, al colegio o comprar el pan), las opcionales (que se dan
cuando el ambiente es favorable, como dar un paseo o tomar el sol y que tanto
dependen de la calidad del espacio urbano), y las sociales (las vinculas a
la presencia de otras personas, como juegos infantiles, conversaciones o
actividades comunitarias y que suelen estar muy ligadas a las anteriores). También
examinaría las acciones humanas en el espacio público (desde caminar hasta
estar de pie, sentado, o ver, oír y hablar). Igualmente exploraría la
repercusión de algunas de las decisiones de proyecto (como agrupar o dispersar,
integrar o segregar, atraer o repeler, o abrir o cerrar).
Con todo ello
iría conformando su ideario que perseguía la recuperación del espacio urbano como
lugar de encuentro y contacto entre personas y que, en consecuencia, debía ser diseñado
a partir de las requisitos sociales (y también individuales) de los ciudadanos,
en lugar de subyugarlo al dominio absoluto del automóvil. En palabras del ex
alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, “si
la ciudad es el lugar de encuentro por excelencia, más que cualquier otra cosa,
la ciudad es su espacio público peatonal. (…) La cantidad y calidad del espacio
público peatonal determinan la calidad urbanística de una ciudad”. Gehl proclamaría
la necesidad ineludible de “reconquistar” la ciudad a partir del espacio
público.
Imagen del casco antiguo de Copenhague desde el norte.
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Copenhague se convirtió en el laboratorio
donde Gehl experimentaría y expondría inicialmente sus ideas. Junto a sus alumnos de la Escuela de
Arquitectura, comenzó a estudiar las acciones y los ritmos de vida de los
ciudadanos en el espacio público a lo largo de las diferentes estaciones, de
las diferentes franjas horarias o de los días laborales y festivos. Las
conclusiones de estos primeros análisis fueron presentadas en 1968 y suscitaron
un intenso debate sobre el espacio público.
Pero Gehl no
era un analista pasivo. Sus reflexiones son propositivas, y se concretan en
recomendaciones para los proyectos de espacio público. La decidida apuesta de
Gehl (y de otros arquitectos que seguirían sus pasos) por la recuperación del protagonismo perdido por el espacio urbano tuvo sus
frutos en su ciudad natal, gracias a la sintonía con los políticos
socialdemócratas que gobernaron Copenhague durante la segunda mitad del siglo
XX, como Urban Jansen (alcalde entre 1962 y 1976), Egon Weidekamp (entre 1976 y
1989) o Jens Kramer (entre 1989 y 2004).
La
experiencia de Copenhague tendría una primera emulación a finales de la década
de 1980, cuando Gehl dispuso de la oportunidad de aplicar sus teorías en Oslo,
la capital noruega. Sus propuestas, junto con la publicación en inglés de su
primer libro, marcarían el inicio de una exitosa carrera profesional que le
llevaría a trabajar en el “renacimiento” del espacio urbano de otras muchas
ciudades del mundo. Nuevos libros irían profundizando en su filosofía de la
humanización del espacio urbano, que se plasmaría en numerosos proyectos internacionales
(que desde el año 2000 se realizan desde la firma Gehl Architects, fundada junto a Helle Søholt).
Gehl abrió
una nueva “dimensión” espacial al advertir la
gran importancia que la vida social tenía en la configuración del espacio
público y la repercusión trascendental que el espacio tenía en el sostenimiento
de la vida comunitaria. A partir de este proceso pendular social-espacial, “la constatación de la responsabilidad del
urbanista y el diseñador urbano en la potenciación de vida social en la ciudad y, a través de ella,
en el impulso a una mayor integración de la comunidad humana que la habita, es
la gran aportación de Gehl a la visión que los profesionales del urbanismo
debemos tener de la ciudad”, como indicó el profesor Julio Pozueta en la
presentación española del primer libro de Gehl.
El modelo
aplicado en el centro de la ciudad tendría continuidad en las nuevas áreas
residenciales que se han ido desarrollando en Copenhague desde entonces, y la
capital de Dinamarca muestra orgullosa la calidad de sus innovadores espacios
públicos. Sirva como ejemplo el proyecto Superkilen
desarrollado en Nørrebro en 2012 por
BIG architects, Studio Topotek1 (paisajismo) y el colectivo artístico
Superflex. El nuevo espacio público diseñado recoge muchos de los símbolos de
la multiétnica emigración que reside en el barrio, escenificando los deseos de
integración y encuentro entre culturas.
La experiencia de Copenhague influyó
notablemente en otras ciudades que aspiraban a transformarse en ciudades
“vivibles”. Las urbes
deshumanizadas serían revisadas a partir de los nuevos criterios. Pero en
palabras de Jan Gehl, “no se trata
solamente de crear lugares donde la gente se pueda sentar a beber capuchinos. Se
trata de algo tan básico como poder encontrarnos los unos con los otros en el
espacio público”. Aun queda mucho
camino por recorrer, pero la “ciudad de los ciudadanos” es un horizonte cada
vez más cercano.
En CITIES FOR LIFE Global Meeting Medellín 2015 queremos cohesionar el conocimiento al servicio de la solución de los retos de las ciudades y sus habitantes y queremos invitarte a formar parte de este proceso.
ResponderEliminarLos esperamos