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6 jun 2015

La ciudad como reivindicación identitaria: el caso de la New Town de Edimburgo.

Arriba, el plano de Edimburgo en 1819 que recoge la primera y la segunda New Town. Debajo ortofoto actual de la misma zona.
La identidad urbana puede surgir espontáneamente, como un destilado de siglos de tradición, o ser un producto fabricado a partir de una voluntad expresa. Esta última opción se dio en la Edimburgo del siglo XVIII, cuando la ciudad ilustrada, que se construyó entre esa centuria y la siguiente, proporcionó un escenario que se convirtió en el vehículo de una reivindicación identitaria.
En 1707, Escocia se había integrado con Inglaterra para formar el Reino Unido de Gran Bretaña y, aunque el resultado fue muy beneficioso económicamente, supuso la  renuncia a su secular independencia. Con esa decisión, Edimburgo cedía la representatividad característica de la capitalidad de un estado, lo cual fue un duro golpe para el orgullo de sus ciudadanos. Pero la ciudad buscó recuperar la primacía por otros medios, desde la cultura y el pensamiento. La Ilustración escocesa alzaría a Edimburgo como un foco intelectual de primer nivel con figuras de la talla del economista Adam Smith, del filósofo David Hume o del arquitecto Robert Adam, entre otros notables. Entonces, Edimburgo, que tenía la imperiosa necesidad de crecer, saltó sobre sus límites medievales y propuso una extensión modélica que se presentó como un manifiesto construido para reclamar su puesto privilegiado en el panorama nacional e internacional.
Desde entonces, Edimburgo es una sorprendente ciudad con dos “rostros” que representan dos concepciones muy distintas del hecho urbano: la Old Town medieval, espontánea, orgánica y congestionada, frente a la planificada New Town, racional y elegante, un modelo admirable hacia el que miraron muchos urbanistas que lo tomaron como referencia.

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La construcción de una identidad urbana.
Los crecimientos de las ciudades son momentos críticos en su evolución. Pueden hacerlo de forma incontrolada, desbordadas por las circunstancias, o premeditadamente, siguiendo un preciso plan estratégico y formal. En estos casos planificados, las actuaciones pueden estar dirigidas exclusivamente por criterios de necesidad, pero también pueden verse orientadas por un conjunto de valores más etéreos como, por ejemplo, conseguir una determinada identidad.
Es cierto que la identidad urbana puede surgir espontáneamente, como un destilado de siglos de tradición, presentándose con un cierto aire casual. Los signos reconocibles no han sido preconcebidos y pueden adoptar expresiones muy variadas: desde un color dominante, (ciudad blanca, ciudad roja, ciudad dorada, etc.) hasta la hegemonía de un material (ciudad de ladrillo, ciudad de piedra, ciudad de barro, etc.), o la abundancia de muestras de un mismo estilo arquitectónico (ciudad barroca, ciudad gótica, etc.), por citar algunos ejemplos vinculados a la forma arquitectónica.
Pero la identidad también puede ser un producto fabricado a partir de una voluntad expresa, reflejando causalidad. El empeño en la repetición de algunos de esos elementos comentados en el párrafo anterior, o la aparición de otros, como la propia estructura de la ciudad, puede acabar constituyendo la ansiada identidad.
Los motivos para plantearse una cuestión tan trascendental son diversos. Por ejemplo, en la actualidad, muchas ciudades buscan diferenciarse en estos términos siguiendo estrategias de competitividad y otras pueden forzar la presencia de algunos rasgos con fines turísticos. Pero puede haber otras causas más simbólicas, como sucedió en la Edimburgo del siglo XVIII. La ciudad, que había perdido posicionamiento e influencia tras la integración de Escocia en el Reino Unido de Gran Bretaña, buscaba recuperar su preeminencia y se reivindicó conjugando diversos factores, uno de los cuales fue la reformulación de su escenario urbano.
Reivindicar es reclamar lo que se considera propio y se ha perdido, tanto respecto a cuestiones materiales como a ideas, estatus, etc. En este sentido, restituir una identidad social dañada es una de las más importantes (y está relacionada muy directamente con la ciudad). Los ciudadanos edimburgueses veían como se desdibujaba su personalidad y advertían el peligro de una decadencia que, aunque bien remunerada, les podía conducir a la pérdida de su distinción como un grupo orgulloso de una historia y de un lugar.
Para Edimburgo y sus habitantes, la oportunidad de recobrar el estatus de ciudad principal llegó a mediados del siglo XVIII, cuando la capital de Escocia abordó su inaplazable crecimiento, obligada por los graves problemas de congestión que la acuciaban. La extensión, además de solucionar una evidente necesidad práctica, tuvo también ese otro objetivo emocional aludido. Así pues, en un contexto intelectual privilegiado (la denominada Ilustración escocesa) surgiría una ciudad nueva (New Town), sofisticada e impactante, que se presentaría ante el mundo buscando restablecer el protagonismo perdido. La nueva Edimburgo sería el vehículo para la reivindicación identitaria requerida por el orgullo escocés, que no quería diluirse en el nuevo reino constituido.

Edimburgo y la Ilustración escocesa.
El año 1707 fue trascendental para las islas británicas. En esa fecha, el parlamento escocés aprobó el Acta de Unión (Act of Union) con el reino de Inglaterra (un año antes el parlamento inglés había hecho lo mismo). Con la ratificación del Tratado de la Unión (Treaty of Union), acordado en 1706, se creaba oficialmente el Reino de Gran Bretaña. No obstante, la reunión existía de facto puesto que ambos reinos compartían soberano desde 1603, cuando Jacobo VI de Escocia, se convirtió también en rey de Inglaterra, con el nombre de Jacobo I. Pero la firma de 1707 suponía mucho más, ya que rubricar el pacto implicaba la desaparición de la Escocia independiente y eso fue un trago duro para los territorios septentrionales. En el nuevo estado ya se encontraba Gales, la región del suroeste cuya vinculación a Inglaterra venía desde 1543, y casi un siglo después, en 1800, se incorporaría Irlanda para constituir el Reino de Gran Bretaña e Irlanda. No obstante, en 1922, la isla irlandesa se segregaría en dos, la Irlanda independiente e Irlanda del Norte, que permanecería unida a Gran Bretaña.
Configuración de la bandera británica (Union Jack) a partir de las sucesivas incorporaciones territoriales.
La unión entre Escocia e Inglaterra no fue sencilla. Las disputas entre partidarios y detractores fueron intensas, pero las difíciles circunstancias económicas escocesas inclinaron la balanza hacia la integración. El resultado sería muy provechoso económicamente, ya que el nuevo estado británico sentaría las bases de la Revolución Industrial que cambiaría la civilización occidental y permitiría consolidar un imperio que emergería como primera potencia mundial durante el siglo XIX. Escocia, en particular, resultaría muy beneficiada por la alianza, al abrir nuevos horizontes comerciales.
Pero la unión británica produjo un sentimiento contradictorio en el territorio escocés porque, aunque estaba siendo rentable, los escoceses habían sido desplazados de las principales decisiones políticas y sintieron una marginación que no se veía suficientemente compensada por la riqueza de la nueva situación. La identidad escocesa, celosa de su autonomía se había visto resentida y buscaba nuevos campos de expresión. La imposibilidad de reafirmación política (que acabaría generando  el sentimiento nacionalista moderno) redirigió los esfuerzos hacia otros ámbitos, particularmente, hacia la cultura, en la que se apoyaron para reafirmar su identidad. El periodo de prosperidad generó importantes excedentes que estuvieron en la base de su esplendor cultural, consolidando a mediados del siglo XVIII la denominada “Ilustración escocesa”, su de “edad de oro”.
Este florecimiento cultural se manifestó en una generación de intelectuales y artistas que tendrían una influencia muy sobresaliente en Europa y América. Edimburgo se situaría a la cabeza de ese apogeo del pensamiento que transformó muchas de las ramas del saber, aportando una nueva visión del mundo. La economía, la geología, la filosofía o la química vieron nacer ideas revolucionarias que modificarían la evolución de cada disciplina. Hay quien se ha atrevido a declarar que el mundo moderno se inventó en Escocia y, los coetáneos de aquel Edimburgo ilustrado, la calificaron como la “Atenas del norte”, como testimonio de su similitud con la capital helena en la que proliferaron filósofos y científicos (y que como veremos más adelante, tuvo también su reflejo arquitectónico en edificios neoclásicos griegos). En las calles e instituciones del Edimburgo ilustrado convivieron personajes trascendentales para la cultura occidental como el economista Adam Smith (1723-1790) que fijó las bases del liberalismo, el filósofo David Hume (1711-1776) que consolidó la escuela empirista, el arquitecto Robert Adam (1728-1792) que creó un estilo propio, el historiador Adam Ferguson (1723-1816) considerado el padre de la sociología moderna,  el químico Joseph Black (1728-1799) que hizo avanzar la termodinámica, o  James Burnett Lord Monboddo (1714-1799) fundador de la filología comparada, entre otros destacados intelectuales.
Y ese ambiente exquisito requería un escenario acorde a tal sofisticación. La ciudad vieja (Old Town) no ofrecía el marco racional que predicaban los intelectuales, así que Edimburgo, que buscaba su reinvención, creó un nuevo marco urbano, una New Town.

La Old Town de Edimburgo.
A principios del siglo XVIII, Escocia era, todavía un reino con usos y costumbres medievales. Su capital, Edimburgo, contaba con unos 30.000 habitantes que se apiñaban en su antiguo y denso recinto, determinado por la peculiar topografía en la que se asentaba.
Su “solar” estaba constituido por un monte que emergía aislado sobre su entorno, excepto por la vertiente oriental, donde existía una “cola” que iba descendiendo suavemente hasta alcanzar la cota inferior de los alrededores. La razón de esta particular configuración paisajística es que la colina fue el cráter de un antiguo volcán ya extinguido y la “cresta” se había ido formando con la evacuación de las corrientes de lava, algo que no es extraño encontrar en el territorio escocés (allí lo llaman “crag and tail”, traducible como “peñasco y cola”).
Perspectiva de la ciudad antigua de Edimburgo y su particular topografía.
Sobre la cima del cerro se fue consolidando el primer asentamiento urbano, una ciudadela fortificada, fácilmente defendible por su configuración topográfica y que hoy acoge al Castillo de Edimburgo. Sobre la cola topográfica se construiría paulatinamente el primer núcleo propiamente urbano, la Old Town, una ciudad lineal.
La Edimburgo antigua se asemeja al esqueleto de un pez. Su cabeza estaría ocupada por el Edinburgh Castle, mientras que en la aleta caudal terminal se situaría el complejo Holyrood (con la abadía y el palacio) y, entre ambas, el eje espinoso correspondería con la ciudad y sus calles (la espina central sería la conocida como la Royal Mile). Algunos investigadores opinan que la cabeza y la cola deberían intercambiarse, más aún cuando junto a Holyrood se construyó el edificio del nuevo Parlamento de Escocia (desarrollado entre 1999 y 2004 por Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, aunque el arquitecto catalán fallecería antes del comienzo de la obra).
La estructura de la ciudad antigua de Edimburgo responde a un clásico esquema en espina de pez.
Esta configuración lineal, basada en un eje principal y pequeñas calles transversales es muy típica en las ciudades medievales (“espina de pez”), aunque lo más habitual es que se apoyaran en un camino, que se constituía como la arteria central. El caso de Edimburgo es diferente por la especificidad de su ubicación, que le impediría tener un desarrollo extensivo debido a la dificultad topográfica de las escarpadas laderas del relieve. En consecuencia, la ciudad iría densificándose hasta alcanzar cotas sorprendentes (las edificaciones crecieron en altura, y aunque se intentó limitar a cinco plantas, hubo ejemplos de construcciones de hasta 14 niveles). La estructura de la Old Town original se concreta en cuatro calles que conforman la Royal Mile (Castlehill, Lawnmarket, High Street y Canongate) y los estrechos y angostos callejones transversales (llamados closes) que descienden por las laderas de la “cola”.
Edimburgo. Calles actuales de la Old Town. Arriba vista de la Royal Mile y debajo Victoria Street.
Edimburgo, que había sido fundada en el siglo XII, se había convertido en la capital del reino escocés a mediados del siglo XIV y era un importante y próspero enclave comercial, además de la ciudad más poblada de la región. La colmatación de ese tejido congestionó la ciudad, e incluso la llevó a padecer problemas de salubridad. Esta situación obligó a plantearse, a finales de la Edad Media, su extensión ineludible, aunque la solución no era sencilla. 
Edimburgo en 1574. El plano, poco riguroso, si muestra los principales accidentes geográficos.
Por el norte resultaba imposible para aquellos tiempos. Allí se encontraba el North Loch, un gran lago longitudinal que frenaba el crecimiento urbano. Además, era el vertedero de todas las inmundicias y su estado contaminado provocaba el rechazo de la población (y muy especialmente de las clases pudientes que eran las que demandaban con mayor insistencia la ampliación). También en la zona septentrional, junto a Holyrood, emergía otro monte (Calton Hill) que impedía el desarrollo. Así pues, las primeras ampliaciones medievales tuvieron que realizarse necesariamente hacia el sur que, aunque presentaba terrenos pantanosos, serían más sencillos de colonizar. Los crecimientos medievales se producirían tímida y espontáneamente en esa dirección.
Imagen de Edimburgo en 1693 realizada por John Slezer para el Theatrum Scotiae.
Pero el hecho de salir de la protección que proporcionaban los riscos del relieve, hizo que la anteriormente inexpugnable ciudad se convirtiera en vulnerable, lo cual recomendó amurallar el nuevo recinto y así garantizar la seguridad de la población. En 1427 se levantaron las primeras murallas de la ciudad. La construcción de la denominada King’s Wall fue ordenada por el rey James I para proteger la ciudad y, además, controlar la entrada de mercancías. La segunda muralla, la Flodden Wall se levantaría en 1513 para prevenir posibles invasiones inglesas y ampliaba el recinto recogiendo los crecimientos meridionales de la ciudad. Finalmente en 1628 se construyó la Tefer Wall, una ampliación parcial de la anterior. Estos muros serían derribados paulatinamente durante el siglo XVIII, aunque quedan unos cuantos restos de los dos últimos.
Murallas de Edimburgo.
El territorio de Edimburgo tendría otro desarrollo, discontinuo y alejado del núcleo original que tuvo, inicialmente autonomía. Al noreste, junto a la desembocadura  del rio Water of Leith en el fiordo-estuario de Forth (Firth of Forth), se crearía un puerto, que acabaría por impulsar una población a su alrededor (Leith). Con el desarrollo de Edimburgo, Leith pasaría a formar parte del continuo urbano, siendo absorbido en 1920 como un barrio más de la ciudad (incorporación que no fue aceptada con agrado por sus habitantes, orgullosos de la fuerte personalidad del lugar). El camino que conectaba Edimburgo con el puerto de Leith será una de las arterias del crecimiento futuro de la ciudad.
Edimburgo y su entorno en 1759 según el plano de Andrew Bell. Se identifica la ciudad antigua y el puerto de Leith.

La New Town de Edimburgo.
Edimburgo volvería a conocer la saturación y resurgiría la necesidad imperiosa de ampliación, aunque, en este caso, ya en el siglo XVIII, el planteamiento sería muy diferente al de las extensiones medievales. La nueva ciudad propuesta respondía a un doble objetivo. Desde luego que era la solución pragmática a los problemas de la ciudad vieja, pero también respondía a una cuestión más simbólica, por la cual la ampliación mostraría al mundo la racionalidad alcanzada en la Ilustración escocesa y situaría la ciudad en el lugar que sus ciudadanos deseaban recuperar (especialmente los de mayor posición social) tras la pérdida de posicionamiento derivada de la integración con Inglaterra.
La conocida como “New Town” de Edimburgo abarca en realidad una serie de crecimientos desarrollados en el tiempo, que reúne la emblemática primera ampliación de la ciudad, realizada en el siglo XVIII, junto con las diferentes extensiones ejecutadas durante el siglo XIX (por eso también suele hablarse de las “New Towns” de Edimburgo, en plural).  La ciudad antigua y la nueva Edimburgo ilustrada acabaron por conformar uno de los conjuntos urbanos más espectaculares del mundo, llevando a la UNESCO a declararlo Patrimonio de la Humanidad.
La búsqueda de terrenos para la extensión apuntaba a que la zona norte era la más adecuada. La mayoría de esos terrenos eran de propiedad municipal y en general eran aptos para la urbanización, aunque para acceder a ellos sería necesario afrontar varias operaciones de gran calado, como el desecado del North Loch (que se inició en 1759 y no concluiría hasta 1817) y el establecimiento de conexiones viarias a través de complejos puentes y aterramientos. No obstante, los enlaces de esa zona con la ciudad antigua serían muy puntuales, de forma que la nueva ciudad nacería yuxtapuesta e independiente funcionalmente de la original.
El planteamiento de nuevos accesos.
Hasta la construcción de los accesos, el territorio septentrional estaba ocupado por diferentes pueblecitos como Broughton, Stockbridge, Canonmills, Dean, Picardy o Calton, que tenían relativamente poca relación con Edimburgo, debido a la dificultad de comunicación provocada por la existencia del North Loch.
En 1765, mientras continuaba el desecado del North Loch, se iniciaron las obras del North Bridge. Este espectacular puente ejercería de primera conexión con aquellos terrenos, cuya urbanización comenzaría en 1766, con la convocatoria del concurso que daría origen a la primera New Town, a la que nos referiremos en el siguiente apartado. Años después, en 1785 arrancaría la construcción del South Bridge que, alineado con el anterior, daría continuidad al eje norte-sur. Este puente, y la universidad que se ubicaría junto a él, proporcionarían un acceso majestuoso a la ciudad para los viajeros procedentes del sur de la isla, y particularmente de Londres.
El North Bridge y al fondo Calton Hill.
Otra conexión con aquellos terrenos septentrionales la proporcionaría el Eastern Mound, un gran terraplén que fue inaugurado en 1781. Sobre su plataforma, además del eje viario, se construirían varios edificios institucionales (la Royal Institution, actual Royal Scottish Academy abierta en 1836 y la National Gallery of Scotland, en 1859). Tal como había sucedido con el North Bridge, el Eastern Mound tendría continuidad hacia el sur con un nuevo puente, el Georges IV Bridge, levantado en la década de 1830. Aunque, en este caso, no estaba alineado.
Finalmente el North Loch sería desecado totalmente y sobre los terrenos disponibles se ubicaron los jardines de Princes Street Gardens (separados en dos mitades por la Eastern Mound) y la estación ferroviaria de Waverley Station desde 1854 (el edificio actual se construyó en 1868).
La primera New Town de Edimburgo.
La primera New Town de Edimburgo venía siendo impulsada desde 1752 por el Lord Provost (un cargo propio de algunas ciudades escocesas, equivalente al de alcalde) George Drummond. El mandatario municipal lideró el crecimiento septentrional de la ciudad con la puesta en marcha de los nuevos accesos y convocando el concurso para definir su trazado. La competición fue ganada por un joven arquitecto escocés, James Craig (1739-1795). Su propuesta fue una ciudad “ilustrada”, formalista y geométrica opuesta radicalmente a la orgánica ciudad medieval.
Plano de la Primera New Town de Edimburgo realizada por James Craig en 1766.
El nuevo barrio, originalmente residencial planteó un diseño sencillo: una trama ortogonal paralela a la ciudad antigua siguiendo las sugerencias topográficas. Este trazado cuenta con una gran calle central (Georges Street) de 100 pies de anchura (30,48 metros) en cuyos extremos se ubicarían dos iglesias como puntos de fuga de la perspectiva. Paralelas al eje central, Craig proyectó otras dos vías, una a cada lado (Princes Street y Queen Street, de 80 pies, 24,38 metros) que separarían el tejido residencial de dos grandes espacios verdes, dos parques formalmente rectangulares que articularían la propuesta general tanto por el norte como por el sur y se verían atravesados, al igual que las tres vías principales, por varias transversales (también de 80 pies de anchura). Las manzanas resultantes serían edificadas en su perímetro, y su interior quedaría ajardinado, salvo por la disposición de una vía interior de servicio (de 25 pies, 7,62 metros) que también daría acceso a unas cuantas viviendas que se encontraban en cada zona central (en la actualidad estos interiores se han densificado casi totalmente).
Edimburgo. Primera New Town. Arriba Princes Street y debajo Charlotte Square.
El plan fue respetado en lo fundamental, pero tuvo alguna modificación. En primer lugar, la iglesia de St. Andrews (el templo ubicado en el extremo oriental) se vería desplazada a la primera manzana por el este de Georges Street y su lugar focal lo ocuparía la villa de William Chambers of Glenormiston (que acabaría reconvertida en el Banco Real de Escocia). Por el extremo oeste el eje central se remataría con la construcción de Charlotte Square, edificada según proyectos de Robert Adam, quien creó un conjunto de gran uniformidad que dio las pautas para la construcción de muchas de las viviendas que conformarían la New Town (la iglesia de St Georges, sería rediseñada por Robert Reid tras la muerte de Adam y transformada en un edificio institucional -West Register House- en el siglo XX). Robert Adam (1728-1792) fue el arquitecto escocés más importante de la época y tuvo una enorme influencia internacional. Fue uno de los principales introductores del neoclasicismo en las islas británicas y llegó a implantar un estilo propio, el “estilo Adam”.
La planificación urbana fue complementada por una arquitectura con una fuerte personalidad, capaz de crear un ambiente especial en Edimburgo. El estilo georgiano fue el predominante entre 1720 y 1840 (llamado así por coincidir con el reinado de cuatro reyes británicos llamados Jorge (George), monarcas entre 1714 hasta 1830). Este estilo rechazaba el barroco de épocas anteriores (representado por arquitectos como Christopher Wren, John Vanbrugh o Nicholas Hawksmoor) y abogaba por línea más clásicas, inspiradas inicialmente en Palladio y en el que destacarían arquitectos como Inigo Jones, James Gibbs, Sir William Chambers o el mencionado Robert Adam.
La New Town original, la diseñada por Craig, vería incrementar su extensión. En primer lugar con una ampliación proyectada por el propio Craig en 1775 en la zona oriental.  Pero sobre todo por la adición de nuevos desarrollos, que evolucionarían las pautas racionales de Craig, apareciendo un elenco de formas geométricas que caracterizarían los espacios urbanos de las diferentes New Towns: círculos, óvalos, polígonos de diversos lados, cuadrados, etc., que junto a la singularidad de algunas arquitecturas y sobre todo a la coherencia de la base residencial georgiana, configuraron un conjunto de gran riqueza espacial.
Edimburgo en 1836. La Old Town y la New Town reunidas.
Las extensiones de la primera New Town.
El éxito de la primera New Town estimuló la aparición de nuevos crecimientos contiguos.
Las diferentes “piezas” que conforman el conjunto de la New Town de Edimburgo (los números corresponden con el texto)
La primera extensión de la nueva ciudad (Second New Town ó Northern New Town) fue concebida entre 1801 y 1802 por Robert Reid y William Sibbald (quienes también resultaron vencedores en un concurso), y se ubicó al norte de la original. Esta propuesta fue continuista con la traza de Craig, creando una vía principal que enlazaba dos plazas en sus extremos, pero también supuso la ruptura de la estricta ortogonalidad de la New Town inicial, apareciendo, por ejemplo, el primer crescent en Edimburgo.
El desarrollo por el oeste comenzó en 1805 con Shandwick Place una extensión de Princes Street, flanqueada por dos crescents. Pero la “colonización” occidental surgiría al norte de Shandwick Place (Third New Town ó Western New Town) y arrancaría en 1813 según diseño de Robert Brown quien siguió la tónica planteada por sus predecesores. La ampliación occidental sería impulsada por la iniciativa privada e iría desarrollándose paulatinamente a lo largo de muchos años. No obstante, el planeamiento general ofrece un esquema en cruz en el que la vía principal (Melville Street) conectaba con la primera New Town y finalizaba en la iglesia episcopal escocesa de Saint Mary, continuando tras ella con otro de los crescents del área (Grosvenor y Lansdowne Crescents construidos en 1865). La calle perpendicular principal (Walker Street) remata al sur con el doble crescent reseñado de Shandwick Place (Coates y Atholl Crescents). Aún aparece un tercer óvalo formado por dos crescents (Eglinton y Glencairn Crescents construidos en 1872). El Douglas Crescent y el Magdala Crescent cerrarían la actuación por el norte y el oeste respectivamente.
La adición posterior (Fourth New Town ó Calton New Town) fue planificada por William Henry Playfair en 1818 a los pies de la colina Calton y supuso un cambio importante de los criterios anteriores de diseño. La trama dejó de ser una retícula impuesta sobre el territorio para irse adaptando a las sugerencias del relieve y del paisaje.  Con una concepción romántica, las zonas verdes y las vistas se convirtieron en los criterios directrices. La trama fundamental se basaba en un tridente viario que era recogido en un crescent (Hillside Crescent) y que finalmente no se realizó.
Edimburgo. Vista de la cima de Calton Hill.
Calton Hill, la colina que quedaba al sur de esta nueva ampliación, y que no era apta para la urbanización, merece un comentario aparte. En su cumbre, que domina la ciudad, se construirían varios edificios institucionales y monumentos, con una fuerte impronta neoclásica griega, que harían que el conjunto fuera etiquetado como la “acrópolis” de Edimburgo, y la ciudad consolidara su sobrenombre de “Atenas del norte”. En esta colina se ubicaron algunos de los edificios más icónicos de la ciudad como el National Monument (un “Partenón” parcial construido entre 1823 y 1829 siguiendo el diseño de Charles Robert Cockerell y William Henry Playfair), el Nelson Monument (la torre diseñada por Robert Burn y Thomas Bonnar entre 1807 1816) , el Dugald Stewart Monument (el templete de inspiración griega diseñado por William Henry Playfair entre 1830 y 1831), el Old Royal High School (levantado entre 1826 y 1829 en un estilo neoclásico griego por Thomas Hamilton, y que actualmente está esperando un nuevo uso, quizá hotelero), el Political Martyrs' Monument (el obelisco erigido en 1844 según diseño de Thomas Hamilton) o el City Observatory (un complejo de edificios construido desde 1776 con proyectos de James Craig o William Henry Playfair).
Una nueva extensión (Fifth New Town ó Moray Estate) se construyó a partir de 1822, sobre tierras del Earl (título nobiliario traducible como “conde”) de Moray y siguiendo el diseño de James Gillespie Graham. Se propuso como un lugar de residencia para la aristocracia y la alta burguesía de la ciudad, con una espectacular sucesión de plazas que van desde un dodecágono (Moray Place), al óvalo (Ainslie Place) y al crescent final (Randolph Crescent).
Edimburgo. Moray Estate. Arriba la visión del conjunto y debajo Moray Place.
La penúltima ampliación (Sixth New Town ó Dean State)  fue desarrollada en la década de 1850 sobre terrenos de la ribera norte del rio Water of Leith (enfrente de Moray Estate), que habían sido conectados con el resto de la ciudad por medio del espectacular Dean Bridge, diseñado en 1831 por Thomas Telford.
La última ampliación (Seventh New Town ó Raeburn Estate) había comenzado tímidamente por la dificultad de paso del rio sobre unos terrenos que había adquirido en 1789 el pintor Henry Raeburn. Iniciada en 1813, con diseño de James Milne, su desarrollo fue lento.


A pesar de todas estas ampliaciones, el conjunto de la New Town supo mantener una personalidad que constituiría la mejor muestra de afirmación de la aristocracia y la burguesía escocesas. Las clases dominantes habían logrado crear (y segregar) un espacio sofisticado que se alejaba mucho de la ciudad vieja, incapaz de manifestar las aspiraciones de las nuevas clases dominantes. Edimburgo logró, con su novedoso e identificable espacio, recuperar el protagonismo anhelado.
Vista aérea de Edimburgo desde el este. En la parte inferior arranca la Royal Mile desde Holyrood dirigiéndose hacia el Castillo de Edimburgo, en el centro Princes Street Gardens separando la Old Town (izquierda) de la New Town (derecha).Abajo al a derecha la colina de Calton Hill.

2 comentarios:

  1. Admiración total a este diseño urbanístico!

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  2. Excelente articulo! Me ha ayudado muchisimo a comprender mejor la ciudad en la que vivo :)

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