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27 dic 2018

Tres formas de representar el poder en la calle renacentista del siglo XVI: las “strade nuove” de Nápoles, Génova y Palermo.


La rectilínea Strada Nuova de Génova contrastaba con su entorno e inuguró una nueva forma de expresión del poder. A pesar de sus reducidas dimensiones fue una influyente referencia para la nobleza del resto de Europa.
El poder siempre ha tenido un vehículo de expresión en la arquitectura. Para comprobarlo vamos a profundizar en tres formas diferentes de representar el poder en la ciudad: la primera es conceptual y trata de conseguir el orden; la segunda es física y se concreta en cuestiones de imagen; y la tercera es operativa, mostrándose en la imposición de procedimientos. En general, estas tres expresiones suelen aparecer mezcladas, aunque, en algunos casos, una pueda tener más relevancia que el resto.
Para su análisis recurriremos a tres ejemplos de calles trazadas en la Italia renacentista del siglo XVI porque, durante el Cinquecento, la construcción de esas “strade nuove” permitió al poder establecido expresarse priorizando alguno de esos rasgos. Las tres calles son la via Toledo de Nápoles; la Strada Nuova (hoy via Giuseppe Garibaldi) de Génova; y la via Maqueda de Palermo.

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La representación del poder desde la arquitectura y la ciudad.
El poder siempre ha tenido un vehículo de expresión en la arquitectura. La monumentalidad de los palacios mesopotámicos, la rotundidad de las pirámides egipcias, la fastuosidad de los grandes edificios romanos o los imponentes castillos medievales, cumplían determinadas funciones, pero eran, además, representaciones del poder que los levantaba (también podemos pensar en muchos rascacielos actuales). Con ello se pretendía manifestar la fuerza, la supremacía del gobernante, tanto ante los súbditos como ante los enemigos a quienes se pretendía intimidar. Esas soberbias construcciones, que se levantaban contra el tiempo en un afán de permanencia, también perseguían la gloria de sus promotores, desde luego en su presente, pero también más allá, al dar testimonio de ellos garantizando su eternidad.
Vamos a exponer tres formas de representar el poder a través de la arquitectura y de la ciudad. La primera es conceptual y trata de conseguir el orden. La segunda es física y se concreta en cuestiones de imagen. La tercera es operativa y se muestra en la imposición de procedimientos. En general, estas tres expresiones suelen aparecer mezcladas, aunque en algunos casos, una pueda tener más relevancia que el resto.
La expresión conceptual del poder: el orden.
La forma más leve de expresar el poder en la ciudad es a través de la manifestación de un orden (que no implica necesariamente una geometría subyacente). El orden es una expresión conceptual del poder porque requiere la existencia de un mandato previo que dirija los actos y ese plan ha sido producido por una reflexión especializada anticipada, hecho que indica la existencia de una jerarquía (que puede no ser política, sino técnica). Por eso, la constatación de un orden comunica sutilmente la presencia de un poder. Y así sucede en la ciudad renacentista que aspiraba a ser un espacio sistemático, ordenado siguiendo un modelo establecido a priori. No obstante, hay que advertir que lo contrario del orden no es el caos. Las ciudades espontáneas también funcionan (aunque sea con menor eficacia) gracias a la capacidad de acuerdo entre ciudadanos. Es el caso de la ciudad medieval, que fue mayoritariamente un espacio de agregación, es decir, una yuxtaposición espacial con unas mínimas reglas de organización para conseguir fines concretos (como, por ejemplo, garantizar accesos, reservando espacios libres para ello, o sea “calles”).
La constatación de un orden comunica sutilmente la presencia de un poder. Imagen del Eixample de Barcelona.
La expresión física del poder: la imagen.
Quizá la fórmula más extendida para la representación del poder sea la de ofrecer una imagen capaz de subyugar al espectador. Desde tiempos remotos, la arquitectura ha permitido a las élites (política, económica, religiosa) mostrar su estatus, distinguiéndose del pueblo llano, que quedaba asombrado ante las imponentes construcciones de los poderosos, con sus escalas monumentales, con la calidad de los materiales utilizados que desafiaban al tiempo, o las complejas composiciones espaciales y de fachadas. Además, aquellos magníficos edificios del poder (fortalezas, palacios, templos, mausoleos, edificios institucionales, etc.) también solían caracterizarse por el lujo, el refinamiento y la ostentación, por un intenso simbolismo y ceremonial espacial, y por una presencia majestuosa que contrastaba radicalmente con las humildes y efímeras casas de los gobernados.
La Universidad Estatal de Moscú es uno de los rascacielos estalinistas que se levantaron como imagen del poder.
La expresión operativa del poder: la imposición.
La tercera expresión se muestra en la imposición de un procedimiento, habitualmente traumático y rechazado (al menos al principio) por una buena parte de los ciudadanos. Este caso aparece, por ejemplo, en operaciones de reestructuración urbana con apertura de nuevas calles que exigen la expropiación y derribo de numerosos edificios. En Italia esta “destrucción creadora” se conoce con el expresivo nombre de sventramento. Los afectados suelen oponerse, rechazando los precios fijados (que en la antigüedad podían ser irrisorios e incluso no existir) y litigando, pero los gobernantes hacen valer su mando (alegando interés público) e imponen la solución a pesar de las protestas. Podemos pensar en los bulevares del París de la reforma haussmaniana, en la Gran Vía de Madrid, o en la via Laietana de Barcelona. El tiempo hace que esas aperturas sean asumidas por la ciudadanía e incluso valoradas positivamente, pero no puede olvidarse que su existencia se debe a un poder fuerte (podemos preguntarnos si la Gran Vía de Madrid sería posible en los tiempos actuales).
Imagen de las obras en la apertura del bulevar Haussmann en París, un ejemplo clásico de sventramento.
Vamos a descubrir estas tres manifestaciones en tres ejemplos de calles renacentistas. Desde luego, cualquier calle es un canal expresivo, incluso cuando es inconsciente, porque nos informa del carácter de la sociedad que la creó y de la que la habita, pero en estas muestras hubo una voluntad explícita del poder para comunicar su presencia.

Las nuevas formas de representar el poder en calles renacentistas de Nápoles, Génova y Palermo.
Durante el Renacimiento la historia humana cambió de rumbo. Y las ciudades levantaron acta de esa transformación (que también alcanzó a las expresiones arquitectónicas del poder, adquiriendo nuevos matices). De todas formas, en el siglo XV (el Quattrocento italiano), las nuevas ideas renacentistas tuvieron una escasa aplicación en la ciudad real. El urbanismo de ese siglo se limitó a soñar ciudades ideales y a ciertas propuestas arquitectónicas que se insertaron en lo existente modificando el ambiente. Hubo que esperar a la siguiente centuria (el Cinquecento) para asistir a un urbanismo de realidades. Aunque hubo algunos casos de crecimientos inspirados en las nuevas ideas, la mayoría de las intervenciones buscaron transformar los densos y tortuosos tejidos medievales heredados. El cambio se suscitó, sobre todo, por la aparición de un nuevo orden político. El “príncipe” renacentista devino un señor absoluto que descubrió en el urbanismo un instrumento para consolidar su poder, ofreciendo una imagen de fuerza, que ayudara a intimidar a sus enemigos, a dominar a sus súbditos y también a fijar su gloria presente y futura.
Ciudad Ideal renacentista de autor anónimo pintada hacia 1477 y conservada en Berlín.
Un caso particular lo constituyeron las calles del Renacimiento, rectilíneas y anchas, que respondían tanto a criterios funcionales como representativos. Por una parte, buscaban favorecer la movilidad, evitando las serpenteantes calles medievales que dificultaban el creciente trasiego de mercancías y personas en las grandes ciudades; aunque, también se pensaba en facilitar el desplazamiento de tropas en unos tiempos convulsos tanto por enfrentamientos contra enemigos exteriores como por las sublevaciones internas. Por otra parte, el trazado de esas nuevas vías perseguía mejorar la conectividad, con líneas que unían los edificios y lugares principales de cada ciudad (por ejemplo, el palacio del príncipe con la catedral o con el mercado o el puerto en su caso). Esta conexión tenía nuevamente un doble objetivo: apoyar la comunicación entre los hitos urbanos, pero también la de magnificarlos como elementos de autoridad (en el caso del gobierno o de la iglesia) o de valor económico (mercados o puertos). Las nuevas calles también estuvieron motivadas por el deseo de la nobleza de encontrar nuevos solares donde construir sus edificios representativos, los palacios que debían simbolizar el ascenso de esa aristocracia burguesa. Además, esa concentración de las edificaciones de las clases altas facilitaba la protección de las mismas (y también su control en caso de ser necesario)
La ciudad más destacada del Quattrocento fue Florencia, mientras que en el Cinquecento lo sería la Roma de los Papas, que aspiraba a convertirse en la gran referencia urbana de occidente. No obstante, otras ciudades iban dando pasos para transformase en ciudades acordes con los nuevos tiempos. Es el caso de Nápoles, Génova y Palermo que se convirtieron, a lo largo del siglo XVI, en referencias urbanas. Estas tres ciudades tenían pocas similitudes entre sí, más allá de ser ciudades marítimas, con un importante puerto abierto al Mediterráneo. Ubicadas en latitudes y entornos geográficos muy diferentes y con contextos políticos distintos, se convirtieron también en paradigmas de la expresión del poder gracias al urbanismo
Nápoles, Génova y Palermo se convirtieron, a lo largo del siglo XVI, en referencias urbanas y también en paradigmas de la expresión del poder gracias al urbanismo.
A finales del primer tercio del siglo, Nápoles era la cabeza de un virreinato integrado en el imperio español de Carlos I. En 1536, el virrey Pedro de Toledo inició un ambicioso programa urbanístico para convertir esa capital en una ciudad digna de tal rango. Entre las numerosas operaciones acometidas destacaría el trazado de la via Toledo. Esa nueva calle, amplia y casi rectilínea, mostraría el orden asociado al poder establecido.
A mediados del Cinquecento, Génova era la capital de una próspera república en manos de unas cuantas familias aristocráticas que escogían al dogo (o dux) para gobernar durante un periodo de dos años. La época de los dux bienales alumbraría una de las innovaciones urbanas más influyentes de la época: la Strada Nuova (hoy via Giuseppe Garibaldi). La nueva calle y sus suntuosos palacios mostraban el rango jerárquico de esa oligarquía nobiliaria ante propios y extraños manifestando una nueva imagen del poder, que se alejaba de las fortalezas medievales.
A finales de la centuria, se llevaría a cabo otro tipo de manifestación urbana del poder, en Palermo, la capital de Sicilia (entonces también un virreinato español). La apertura de una nueva calle: la via Maqueda, también buscaba un orden y una imagen, pero implicó la expropiación y el derribo de numerosos edificios particulares. En esta intervención de sventramento se mostraría el dominio de los gobernantes sobre el pueblo llano al que impusieron esa traumática reestructuración.

La expresión del poder en el orden: la via Toledo de Nápoles.
El Nápoles renacentista fue analizado en un artículo anterior de este blog. A él nos remitimos para profundizar en las operaciones urbanas que el virrey Pedro de Toledo puso en marcha para renovar la capital de aquella parte del Imperio español. El objetivo era aportar orden a una ciudad que había ido desvirtuando los trazados regulares de los que había partido, consiguiendo su saneamiento y mejorando su seguridad. Fueron muchas las intervenciones acometidas, desde el diseño de calles y plazas, hasta la construcción de nuevos barrios, pasando por pavimentaciones generalizadas o una importante redefinición de las murallas y sus puertas. Entre todas ellas nos interesa especialmente la rectilínea (o casi) Via Toledo (denominada así en su honor de su promotor). Entre las motivaciones del virrey no son desdeñables su mentalidad católica que veía en la nueva vía un espacio adecuado para las procesiones religiosas y otros ceremoniales políticos, ni la facilidad para el desplazamiento de las tropas (que se alojarían en el contiguo “barrio español”)
Plano de Nápoles en el siglo XVI con indicación de la ubicación de la via Toledo.
Proyectada en 1536 por los arquitectos reales Ferdinando Manlio y Giovanni Benincasa aprovechando la desaparición el tramo occidental de la muralla aragonesa, la nueva calle se convertiría en una de las vías principales de la ciudad. Aunque la Via Toledo no nació como un espacio de representación para las clases altas (como sucedió en Génova), con el tiempo se irían construyendo en ella palacios e importantes edificios institucionales. 
Imagen actual de la via Toledo de Nápoles.
Curiosamente, la calle no es completamente recta ni mantiene la anchura constante (que es aproximadamente de 16 metros) pero esa falta de regularidad geométrica no le impide manifestar el orden buscado por el virrey. Con una longitud aproximada de 1,2 kilómetros comienza por el norte en la Piazza Dante (donde atravesando Port' Alba se accede al decumano mayor histórico, hoy Via dei Tribunali). Por el sur finaliza en la Piazza Trieste e Trento, junto a la impresionante Piazza del Plebiscito. Su lado occidental sería el límite de la cuadrícula de los Quartieri spagnoli, los barrios españoles levantados inicialmente para alojar a las tropas imperiales.
[El centro histórico de Nápoles forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde1995]

La expresión del poder en la imagen: La Strada Nuova de Génova.
Hacia el año 1100, Génova emergió como potencia económica y política en el Mediterráneo occidental. Consolidada como una de las repúblicas “marítimas” medievales, su capital se encumbró entre las ciudades más prósperas e importantes del Renacimiento.
La oligarquía familiar que gobernaba la ciudad deseaba representar su poder y para ello puso en marcha la construcción de la Strada Nuova. La calle es una pequeña vía de 250 metros de largo por 7,5 de ancho que acogió solamente trece palacios, pero residir en ella se convirtió en un verdadero status symbol. A pesar de sus reducidas dimensiones y de que tenía poca repercusión en la funcionalidad de la ciudad, la calle fue una influyente referencia para la nobleza del resto de Europa.
Plano de Génova hacia mediados del siglo XVII con indicación de la ubicación de la Strada Nuova.
Sobre esta operación Enrico Guidoni y Angela Marino comentan en su Historia del Urbanismo (el siglo XVI) que “constituye el intento más consciente y cristalino de construir una parte de la ciudad exclusivamente en función de los intereses de una cerrada aristocracia a través de una operación financiera que, aprovechando sobre todo las entradas producidas por la venta de las parcelas a las más ricas familias de Génova, no descuida tampoco el aprovechamiento sistemático del área habitada circundante, cuyos habitantes se ven obligados a pagar un impuesto de mejora”. Con la nueva calle, los nobles se alejaban de la congestión del caótico centro de la ciudad, separándose además del pueblo llano y “llegan a crearse la ilusión de un espacio exclusivo, reservado a una vida de élite y organizado según los principios más utilizados por las tendencias en boga. Sacando fuera de la realidad urbana (aunque en un ámbito limitado) la complejidad social y arquitectónica de cualquier comunidad equilibrada, los nobles de la calle mayor se encuentran viviendo en un espacio exclusivamente referido al propio estado y que responde, por tanto, a una voluntad de aislamiento y de abstracción que, por primera vez, pasa de la dimensión arquitectónica a la urbanística”.
La strada nuova de Génova en un desarrollo ficticio de planta y alzados.
La operación fue muy polémica y levantó una fuerte oposición entre los afectados por las expropiaciones. El gobierno justificó su bondad en las mejoras que produciría para la ciudad (tanto por “sanear” una zona deteriorada socialmente como por los beneficios económicos que se iban a obtener al vender las parcelas) pero para los perjudicados no era nada más que una operación inconsistente pensada para favorecer a unos (los nobles) sobre otros (los propietarios). Aunque denunciaron al municipio por prevaricación, sus protestas no impidieron que los aristócratas, alineados con el gobierno, lograran sus objetivos.
Imagen de la via Garibaldi de Génova (antigua strada nuova)
El proyecto se fue definiendo a partir de 1550 y la construcción de los palacios comenzó en 1558, aunque la calle no sería pavimentada y finalizada hasta 1591. El proyectista y gestor fue Bernardino Cantone (1505-1580) mientras que algunos de los palacios fueron obra de Galeazzo Alessi (1512-1572) uno de los arquitectos pioneros del barroco italiano que había sido discípulo de Miguel Ángel.
Las familias propietarias de los palacios de la Strada Nuova, actuaban como una “corte” nobiliaria y alojaban a los dignatarios y visitantes ilustres extranjeros que acudían a Génova. Estos, al volver a sus lugares de procedencia, fueron los mayores propagandistas del nivel alcanzado por Génova y de las excelencias urbanas de aquella calle tan singular. La resonancia internacional aumentaría con el libro que el pintor Peter Paul Rubens publicaría en Amberes, en 1622: “I Palazzi moderni di Genova”, ilustrado con una selección de grabados de esos palacios que presentaban tanto sus exteriores como sus interiores, resaltando no solo su funcionalidad y comodidad, sino también su capacidad para prestigiar a sus residentes.
Fachada del Palazzo Pallavicini-Cambiaso, en el nº 1 de la via Garibaldi de Génova. Grabado del libro editado por Peter Paul Rubens en 1622.
Los palacios de la Strada Nuova no se construyeron simultáneamente y algunos han sido remodelados posteriormente, pero conforman un conjunto espectacular. En la actualidad, sus funciones han dejado de ser residenciales para pasar a ser institucionales. Por ejemplo, el Palazzo Rosso, el Palazzo Bianco y parte del Palazzo Doria-Tursi se han convertido en museos (Musei di Strada Nuova). El Palazzo Doria-Tursi también alberga, en su zona no museística, al Ayuntamiento de Génova (Comune di Genova) y otros son sedes de empresas. Los trece palacios son (los números corresponden con su identificación postal en via Garibaldi): Palazzo Pallavicini-Cambiaso, nº 1; Palazzo Gambaro, nº 2; Palazzo Lercari Parodi, nº 3; Palazzo Carrega Cataldi, nº 4; Palazzo Angelo Giovanni Spinola, nº 5; Palazzo Gio Battista Spinola (Palazzo Doria) , nº 6; Palazzo Podestà, nº 7; Palazzo Cattaneo Adorno, nºs 8 y 10; Palazzo Doria-Tursi, nº 9; Palazzo Bianco, nº 11; Palazzo Campanella, nº 12; Palazzo delle Torrette, nºs 14 y 16 (que se construyó en 1716); y Palazzo Rosso, nº 18.
[En el año 2006, la UNESCO incorporó esta calle al listado del Patrimonio de la Humanidad bajo el epígrafe “Le Strade Nuove y el sistema de Palazzi dei Rolli”. Las calles escogidas fueron, además de la Strada Nuova (1558-1583, hoy denominada Via Giuseppe Garibaldi), la Via Balbi (1602-1620, antiguamente denominada Strada Balbi) y la Via Cairoli (1778-1786, cuyo primer nombre fue Strada Nuovissima). Respecto a los palacios del Rolli di Genova, o más precisamente “Rolli degli alloggiamenti pubblici di Genova” (lista -rollo- de alojamientos públicos de Génova) se seleccionaron 42 de los 163 que llegaron a estar en ese prestigioso registro destinado a albergar a los visitantes ilustres.]

El poder como imposición: La via Maqueda de Palermo.
Palermo fue una fundación fenicia hacia el siglo VIII a.C. que aprovechó un extraordinario puerto natural de la costa norte de Sicilia. El lugar era un pequeño promontorio alargado delimitado por dos cauces fluviales que se abrían a una bahía que conectaba con el Mediterráneo. Esa peculiar península recibiría un asentamiento que seguía aproximadamente un esquema de “espina de pez”, con un eje central, más o menos rectilíneo que ascendía hacia el interior, y calles que partían de él y caían por las laderas laterales. La supuesta claridad del esquema se desvirtuaría con su adaptación a la topografía, aunque no lo suficiente como para no ser reconocible. Ese eje central sería el embrión del Cassaro (la vía principal de la ciudad, hoy denominada via Vittorio Emanuele)
El primer nombre de Palermo fue el fenicio Ziz, que se mantuvo en su periodo cartaginés, pero sería rebautizada por los griegos como Panormo y Panormus para los romanos. Tras la caída del imperio, por allí pasarían vándalos y bizantinos hasta que en 831 se convirtió en la capital del emirato musulmán de Sicilia (entonces recibiría su nombre definitivo). Luego llegarían normandos, suabos, franceses, aragoneses y españoles. Bajo el dominio español, Sicilia sería un virreinato del Imperio y Palermo disfrutaría de una gran prosperidad, reflejada en el hecho de pasar de los 30.000 habitantes de mediados del siglo XV a los 135.000 hacia 1650.
Centro histórico de Palermo. Arriba, sobre la ortofoto actual, a la izquierda hipótesis sobre la ciudad fenicia y a la derecha la muralla levantada en el siglo XVI. Debajo plano de la ciudad en ese momento con la indicación del cruce de calles entre el Cassaro y la via Maqueda.
Durante el siglo XVI se iría levantando la muralla que definiría el “cuadrilátero” que hoy es el centro histórico de Palermo. Entre finales de esa centuria y principios de la siguiente se realizaría una transformación urbana importantísima para la definición de la ciudad moderna. Las dos operaciones más significativas de esa reestructuración fueron la prolongación y rectificación del eje histórico del Cassaro y, sobre todo, la apertura de una nueva vía ortogonal a la anterior, la strada nuova o via Maqueda.
La ampliación y rectificación del Cassaro histórico comenzaría en 1567 y potenciaría esa vía como el principal eje urbano al unir el puerto (junto a la Porta Felice, levantada en 1582) con la catedral y el palacio real, Palazzo dei Normanni, (junto a la Porta Nuova, construida en 1583) posibilitando un recorrido ceremonial muy del estilo del barroco y convirtiéndose además en el gran paseo para el esparcimiento de los ciudadanos. El eje Cassaro tiene 1,8 kilómetros entre ambas puertas y se prolonga hacia Monreale con los 4,5 del corso Calatafimi, ofreciendo en una perspectiva recta que supera los seis kilómetros.
La via Vittorio Emanuele es la rectificación del antiguo eje del Cassaro. En primer término, la Porta Felice junto al puerto y al fondo la Porta Nuova, junto al palacio.
Las obras de via Maqueda comenzaron en 1600. En su motivación no pueden obviarse los intereses inmobiliarios de la nobleza siciliana que requerían espacios centrales donde levantar sus palacios. Para la elección del punto de cruce fue fundamental la ubicación del Palazzo Pretorio, sede del poder municipal y senatorial que había quedado un tanto al margen del eje del Cassaro y con la nueva vía (y su propia plaza casi colmatada con su famosa y espectacular fuente) recuperaba su relevancia ubicacional. La vía Maqueda se remataría con dos puertas en sus extremos: la Porta Maqueda (demolida en 1877 para construir el Teatro Massimo) y la Porta Vicari (demolida en 1789). Con el tiempo también sería prolongada por sus extremos alcanzando los 7,9 kilómetros rectilíneos.
Imagen actual de la via Maqueda.
El cruce entre ambas, la piazza Vigliena (los “Quatro canti”), se convertirá en uno de los espacios emblemáticos de la renovación, aunque se construiría entre 1608 y 1620 como una escenografía plenamente barroca. La “cruz de calles” proporcionará una nueva experiencia del espacio público de la ciudad, ocultando la compleja trama medieval y apareciendo como la escenificación del nuevo tiempo. Para confirmar esa visión, las dos vías se convierten en límites de los nuevos barrios administrativos y la plaza octogonal/circular en el centro oficial.
En el cruce de los ejes principales de Palermo se ubica la piazza Vigliena (los “Quatro canti”), centro neurálgico y simbólico de la ciudad. Imagen de principios del siglo XX y planta con las edificaciones de esquina.
Esta reestructuración fue la demostración palpable del poder, ya que el trazado de la via Maqueda se impuso sobre una parcelación antigua colmatada. El sventramento supuso la expropiación y el derribo de numerosas viviendas particulares y la aceptación de un nuevo orden no pactado sino obligatorio desde el poder. Ahora bien, para justificar esa traumática intervención se desplegaron toda una suerte de justificaciones simbólicas y operativas muy en la línea del barroco, alabando su inevitabilidad. Con la finalización de la operación se fijaría la imagen de la Palermo “moderna”: una ciudad cuatripartita con dos grandes ejes perpendiculares, cuyo cruce se convertiría en el centro neurálgico.
[En el año 2015, la UNESCO incorporó a la lista del Patrimonio de la Humanidad el “Palermo árabe-normando y las catedrales de catedrales de Cefalú y Monreale”]

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