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24 mar 2020

El Mediterráneo, un mar “arquitectónico” con estancias, pasillos o puertas.


El Mediterráneo es un mar con sentido “arquitectónico”. La analogía permite caracterizar un entorno con rasgos similares a los de un lugar terrestre, descubriendo, entre otras cuestiones, “estancias”, “pasillos” o “puertas”. En la imagen, Santorini, una de las islas Cícladas en el mar Egeo, que destaca entre las más apreciadas “estancias” mediterráneas.
No es lo mismo un mar que un océano. A pesar de sus muchas similitudes, las diferencias son notables y están basadas en criterios que atienden a la extensión y a la relación de las masas de agua con el litoral terrestre; pero, sobre todo, en cuestiones emotivas e irracionales que tuvieron su origen en el pensamiento mítico ancestral. Entonces, frente al océano, recóndito e incomprensible, el mar aparecía como algo asequible, entrañable, incluso relativamente amable y familiar.
En este artículo vamos a aproximarnos al Mar Mediterráneo, un mar que se convirtió en la referencia absoluta durante la antigüedad de la civilización occidental. Lo haremos a partir de una serie de consideraciones geográficas y culturales que le proporcionan un cierto sentido “arquitectónico”. La analogía permite caracterizarlo como si se tratara de un lugar terrestre, descubriendo, entre otros elementos, “estancias”, “pasillos” o “muros” y “puertas”. Así, la transfiguración de litorales e islas, rutas y estrechos, o pequeños mares locales con un nombre propio, irá describiendo un entorno singular, construido física y mentalmente por las diversas civilizaciones que lo han habitado y cuyo legado determina nuestras percepciones.

14 mar 2020

Cartografía hablada y cantada: entre la Odisea y los GPS.


La Odisea esconde, para algunos, indicaciones geográficas codificadas sobre los itinerarios que llevaban a los destinos idóneos para la colonización griega del Mediterráneo occidental. En la imagen, “Ulises y las sirenas”, óleo sobre tela pintado en 1909 por Herbert James Draper.
Recibir instrucciones verbales de orientación desde el navegador de un coche o desde una app en nuestros dispositivos móviles es algo habitual en la actualidad. Hasta la llegada de esta revolucionaria tecnología, otros medios cumplían esa misión (desde mapas en papel o libros hasta brújulas o astrolabios), pero en tiempos ancestrales, las indicaciones de viaje eran orales y debían recordarse. Para ello nada mejor que trufarlas con hechos memorables o dotarlas de musicalidad cantable.
No obstante, los datos de un itinerario eran entonces algo muy valioso y su transmisión estaba muy restringida. Por eso se utilizaban mecanismos de difusión en clave, escondiendo la información para guiar el viaje dentro de relatos míticos. Algunas de las grandes epopeyas de la antigüedad han sido interpretadas de esta manera, como sucede con uno de los principales poemas épicos de la Grecia arcaica: la Odisea, que fue transmitida de generación en generación hasta que Homero la fijó por escrito. Algunas teorías ven en ella una carta marítima con instrucciones ocultas para la colonización griega del Mediterráneo occidental (otras más atrevidas la ven como una ruta atlántica).
No es el único ejemplo, podemos encontrar desde otros textos milenarios hasta alguna exitosa canción contemporánea que señalan rumbos.


7 mar 2020

Laberintos: ¿la geometría de las ciudades? (y sus hilos de Ariadna)


Las ciudades desconocidas pueden aparecer como un dédalo de calles pudiendo experimentar en ellas la sensación de recorrer un laberinto sin encontrar el destino. Particularmente, esto sucede con el modelo de ciudad islámica antigua que ha sido caracterizado tradicionalmente como laberíntico. En la imagen Ghardaia en Argelia.
El laberinto es un espacio que sobrepasa su realidad física para aparecer como escenario simbólico. A partir del mito griego que le dio origen (la reclusión del Minotauro), esa fantástica construcción ha tenido formalizaciones muy diversas a lo largo de la historia, pero con una esencia común de metáforas trascendentes acerca de la vida humana. En la actualidad, siguen levantándose laberintos, aunque muy banalizados y vinculados principalmente al ocio.
Junto al sustantivo laberinto también surgió el adjetivo laberíntico para significar confusión, desorden o desorientación. Este último matiz es aplicable a muchas ciudades que cuentan con intrincadas estructuras urbanas, casi imposibles para los no residentes. Incluso las ciudades ordenadas plantean problemas para quienes no las transitan habitualmente. Por eso, en una analogía sobre esta dificultad de aprehensión, se habla del laberinto como la “geometría” conceptualmente característica de las ciudades.
Afortunadamente, al igual que el héroe Teseo, los ciudadanos también disponemos de ayuda para enfrentarnos al desconcertante “laberinto” urbano. Primero porque la arquitectura y los espacios urbanos nos proporcionan ciertos recursos de imagen (como lúcidamente advirtió Kevin Lynch), pero también porque contamos con diferentes “hilos de Ariadna” para facilitar nuestros desplazamientos: desde sistemas de señalización e información hasta sofisticadas herramientas cartográficas y de navegación.