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15 ene 2023

Seísmos culturales con epicentros urbanos: El primer romanticismo alemán en Jena.



A finales del Siglo XVIII, Jena fue el escenario del alumbramiento del Primer Romanticismo Alemán. Plaza del mercado de Jena (Marktplatz) en la actualidad, con la torre de la iglesia elevándose sobre el caserío.

Hay ciudades que quedan marcadas para siempre por haber servido de escenario para algún gran hecho que se inscribe en la historia con mayúsculas. Las grandes capitales, dada la proliferación de acontecimientos sobresalientes que acogen, no suelen verse determinadas por tales señalamientos, pero el resto nunca logra separarse de un hito histórico muy relevante, convirtiéndose en algo fundamental para la construcción de su identidad.

Jena, la ciudad alemana fue el epicentro a finales del siglo XVIII de un seísmo cultural de primer orden: la aparición del Romanticismo. En aquella Jena ilustrada y universitaria se reunieron figuras señeras de la cultura alemana como Goethe, Schiller, Fichte o Hegel. Con ellos coincidió un grupo de entusiastas jóvenes rebeldes que formaron el Círculo de Jena (los hermanos Schlegel y sus parejas, Novalis, Tieck o Schelling) y alumbraron el primer romanticismo alemán (Frühromantik).

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Hay ciudades que quedan marcadas para siempre por haber servido de escenario para algún gran hecho que se inscribe en la historia con mayúsculas. Las grandes capitales, dada la proliferación de acontecimientos sobresalientes que acogen, no suelen verse determinadas por tales señalamientos, pero el resto nunca logra separarse de un hito histórico muy relevante, convirtiéndose en algo fundamental para la construcción de su identidad. Aunque es bien sabido que estos mitos modernos los crea la historia, especialmente cuando no son traumáticos. El mito se construye mediante un relato comprensible de unos hechos o dando sentido y objetivo a la vida de ciertas personas. En la mayoría de las ocasiones, los contemporáneos no son conscientes de convivir con “genios” transformadores.

Jena es una ciudad situada en el centro occidental de Alemania, en el estado de Turingia. Su gran prestigio sorprende para una ciudad de cien mil habitantes. Este reconocimiento internacional se sustenta en dos pilares: uno cultural, la Universidad de Jena, y otro económico, la industria óptica (Carl Zeiss). En el origen de su reputación está la Universidad, muy activa en la época inmediatamente posterior a la Revolución Francesa y que elevó a Jena hasta la cima de la intelectualidad germana.

En ese caldo de cultivo, a finales del siglo XVIII, la entonces pequeña ciudad se convirtió en el epicentro de un seísmo cultural de primer orden: la aparición del Romanticismo. En aquella Jena ilustrada se reunieron figuras señeras de la cultura alemana como Goethe, Schiller, Fichte o Hegel. Con ellos coincidió un grupo de entusiastas jóvenes rebeldes que formaron el Círculo de Jena (los hermanos Schlegel y sus parejas, Novalis, Tieck o Schelling) y alumbraron el primer romanticismo alemán (Frühromantik). La propuesta, más allá de las obras concretas, generaría una nueva visión que sobrepasaría los límites germanos para influir en toda la cultura occidental.

El Círculo de Jena y el Primer Romanticismo

No es sencillo trazar un hilo conductor lógico para entender el desarrollo intelectual del ámbito germano en aquellos años. Kant había dado origen al Idealismo, pero había puesto límites a la Razón, algo que sus herederos, Fichte, Schelling y sobre todo Hegel, intentaron superar. El Idealismo alemán, representado, sobre todo, por estos tres filósofos, sería el marco de pensamiento en el que se gestaría una revolución cultural, conocida no tanto por sus logros concretos de entonces, sino por la creación de una nueva actitud ante la vida: el Romanticismo.

El enfrentamiento contra el anquilosado neoclasicismo había tenido precedentes en el movimiento Sturm und Drang que, en la segunda mitad del siglo XVIII, planteó una nueva forma de enfocar el mundo, reivindicando la libertad y la subjetividad. Johann Georg Hamann (1730-1788), Johann Gottfried von Herder (1744-1803) y, sobre todo, Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), fueron reaccionando contra una tradición excesivamente racionalista. Repudiaban los fríos y rígidos modelos neoclásicos, particularmente los franceses, mientras invocaban a Shakespeare o a Rousseau. Fue un movimiento esencialmente literario (Goethe o Schiller) aunque también tuvo manifestaciones en la música (Haydn o Mozart) y en la pintura (Füssli).

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Schiller, Wilhelm y Alexander von Humboldt y Goethe en el jardín de Schiller en Jena, 1797


No obstante, Goethe abandonaría el sentimentalismo en favor de un clasicismo renovado (por supuesto alejado de los academicismos franceses) logrando fusionar la pasión y la serenidad en obras que, como Fausto, son consideradas cumbres de la literatura universal. Además, el Goethe artista iba inseparablemente acompañado del Goethe político, dado que ejerció como asesor y ministro del duque Carlos Augusto em Weimar, impulsando con fuerza desde su cargo a la universidad de Jena. El conocido como Clasicismo de Weimar y el Romanticismo de Jena, ambos relacionados con Goethe, serían como dos caras de la misma moneda.

Todo sucedió después de la Revolución Francesa, en aquella pequeña ciudad universitaria germana, entre aulas y salones, entre charlas y publicaciones. En Jena coincidieron en tiempo y lugar unas cuantas mentes, jóvenes y maduras, entusiasmadas y estupefactas a la vez por las consecuencias de la sublevación. Fueron unos pocos años del final del siglo que había sido ilustrado, pero su influencia sería prolongada y se extendería por toda Europa. Los hermanos Schlegel, August y sobre todo Friedrich; con sus respectivas parejas, Caroline Michaelis, luego Böhmer, luego Schlegel y finalmente Schelling, y Dorothea (Brendel originalmente) Mendelssohn (hija del filósofo judío Moses Mendelssohn), luego Veit y, posteriormente, Schlegel; junto con amigos como Ludwig Tieck, Wilhelm Heinrich Wackenroder, Georg Philipp Friedrich von Hardenberg (Novalis), Friedrich Schleiermacher, Clemens Brentano o Friedrich Schelling, crearon el Círculo de Jena teniendo referentes como Goethe, Schiller, Herder o Fichte, que también estuvieron vinculados a la ciudad.

Bustos de Caroline Schelling, August Wilhelm Schlegel y Friedrich Schlegel frente al Museo Romantikerhaus en Jena.

Aquel grupo de jóvenes rebeldes alumbró el primer romanticismo alemán aprovechando energías subyacentes y enfrentándose a las corrientes dominantes. Se rieron de las costumbres establecidas y escandalizaron, incluso, a sus propios defensores. Aquellos inconformistas interpretaron a su manera el naciente Idealismo alemán, particularmente a Fichte, y en segunda derivada a Kant; tuvieron una relación peculiar con su gurú Goethe y con Schiller; e incomodaron a Hegel, que se encargó de que la posteridad los menospreciara. Incluso, alguno de ellos, en un alarde de inconsistencia romántica se desdijo y acabó abrazando nuevas y opuestas confesiones.

En aquella Jena se enredó el yo y la subjetividad por medio del clasicismo y la racionalidad creando un primer romanticismo (Frühromantik) algo confuso, pero que asentaría unas bases para un movimiento que protagonizaría la primera mitad del siglo XIX. La reflexión del Círculo de Jena atendería a lo literario y a lo filosófico, exaltando la libertad individual a partir de una peculiar amalgama de idealismo alemán con elementos del Sturm und Drang e incluso con toques del pietismo germano. El arte sería elevado a la categoría de instrumento principal para el conocimiento profundo, con predilección por la poesía.

Hegel, que también residió en Jena aquellos años (allí escribió su Fenomenología del espíritu), no admitiría esa desviación irracional (aunque en su juventud también fue un apasionado con lazos de amistad con alguno de los miembros del Círculo). Su crítica fue dura, especialmente hacia Friedrich Schlegel, y tardaría muchos años en ser contrarrestada. Habría que esperar prácticamente hasta la segunda mitad del siglo XX para restaurar la figura de Schlegel y valorar en su justa medida al resto de innovadores románticos de Jena.

En las últimas décadas, nuevos estudios están profundizando en aquellos fructíferos años. Dos libros recientes insisten en esta rehabilitación intelectual. El primero está escrito por Peter Neumann, La república de los espíritus libres, Jena 1800. Editado por Siedler Verlag de Múnich en 2018, ha sido traducido del alemán por Raúl Gabás para Tusquets Editores de Barcelona (octubre de 2021). El segundo es obra de Andrea Wulf y se titula Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo. Publicado por Penguin Random House, Nueva York, en septiembre de 2022, el libro ha sido inmediatamente traducido para Taurus (editorial española del mismo grupo) por Abraham Gragera López.

Jena, faro cultural de la Alemania ilustrada.

El rio Saale recorre el centro de Alemania de sur a norte a lo largo de poco más de 400 kilómetros para desembocar en el Elba antes de que este llegue a Magdeburgo. Surgido en los montes de Baviera, una de las ciudades que atraviesa en su curso es Jena, una ciudad que llegó a liderar culturalmente el complejo conglomerado de pequeños estados germanos previo a la unificación de finales del siglo XIX. Cabe recordar que al finalizar el siglo ilustrado el ámbito germano era un conjunto muy numeroso de principados, ducados o condados que habían constituido buena parte del Sacro Imperio Romano Germánico, pero que, entonces, les quedaba en común poco más que una lengua y una cultura.

Perspectiva de Jena para el Civitates Orbis Terrarum de Georg Braun y Frans Hogenberg (1572)


Jena formaba parte del del Ducado de Sajonia-Weimar, cuya capital se encontraba en Weimar, ciudad situada a escasos treinta kilómetros. Weimar era el centro político mientras Jena ejercía de foco intelectual gracias a su universidad. No obstante, Weimar también tuvo su fuerza cultural gracias a la presencia de personajes extraordinarios como Goethe, Schiller, Wieland o Herder. La época estuvo caracterizada por el largo gobierno del duque Carlos Augusto, entre 1758 y 1828 (aunque hasta 1775 con la regencia de su madre Amalia). Fue la edad dorada de Weimar, más como promotora de las artes y de la cultura que por cuestiones políticas y militares. En ello tuvo mucho que ver la dedicación de Goethe, que trabajó como consejero y ministro del duque. No obstante, Weimar acabaría perdiendo el paso de la historia, aunque lograría cierta notoriedad política tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, por ser el lugar donde se firmó la Constitución que rigió la Alemania entreguerras, desde 1919 a 1933, (periodo que sería conocido como República de Weimar, aunque este apelativo fue aplicado por la historiografía posterior). También logró resonancia en el mundo artístico ya que ese mismo año 1919 Walter Gropius fundó en Weimar la Bauhaus.

Grabado de Jena editado por Matthäus Merian en 1650.

Volviendo a Jena, al final del siglo ilustrado esta era una pequeña ciudad amurallada, que no alcanzaba los cinco mil habitantes, de los cuales más de la mitad eran estudiantes y profesores. Estaba prácticamente limitada al interior del recinto, aunque había comenzado una modesta expansión extramuros.

Sus murallas seguían la traza de un estricto rectángulo que encerraba calles y plazas, más o menos ortogonales tal como sugería la geometría. La cerca estaba jalonada por torres (cuatro esquineras y tres en los paños que actuaban también como puertas). De ellas, se conservan dos, una de cada tipo. La primera es la torre-puerta Johannistor, el único acceso occidental al interior. La segunda es la Torre de la Pólvora, Pulverturm, que, con sus veinte metros de altura, preside la esquina noroeste de la ciudad. Entre ambas se reconstruyó una parte de la muralla como recuerdo de las que cerraron la ciudad antigua.

Plano de Jena en 1755.


Dentro del recinto histórico destacaba un edificio, la iglesia de San Miguel (Stadtkirche St. Michael) con su peculiar torre campanario de 75 metros, cuadrada en su primera mitad y octogonal en la segunda, y sobresalía también un espacio público, la plaza del mercado (Marktplatz), una superficie de media hectárea que recibió el privilegio comercial en 1492. En esta plaza principal se encontraba también el Ayuntamiento, otro de los hitos de la ciudad, con su torre cuadrada-octogonal (como sucede en la iglesia) y su afamado reloj.

Además, ocupando un antiguo convento dominico situado en la esquina suroccidental junto a la muralla, se había fundado en 1558 la que sería la prestigiosa Universidad de Jena. La universidad destacó pronto como foco de la ortodoxia luterana en las disputas doctrinales teológicas entre los reformadores. Tras el final de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), con el aumento de estudiantes, encabezaría las universidades germanas, pero no sería hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando alcanzara la consideración de “faro” intelectual. Goethe tuvo mucho interés, tanto oficial como personal, en la universidad de Jena, logrando atraer para su claustro a figuras como su amigo Schiller o Fichte. La presencia de Schelling y también de Hegel haría de Jena el centro del idealismo alemán.

Resulta curiosa la anécdota que une ciudad y universidad. Las guías turísticas recuerdan las denominadas “Siete maravillas de Jena” (Sieben Wunder) que eran una especie de contraseña identitaria para sus alumnos. Eran recordadas por un verso en latín “Ara, caput, draco, mons, pons, vulpecula turris, Weigeliana domus, septem miracula Jenae” de significado críptico para quienes no habían estudiado en Jena. Era un secreto celosamente guardado por los estudiantes que iban descubriendo su contenido año a año, como un proceso de iniciación. Su conocimiento garantizaba el estatus de egresado de Jena (parece que la propia universidad fomentaba esa prueba para evitar que nadie se atribuyera falsamente haber estudiado en ella). De esas siete maravillas, se conservan cinco. Ara se refiere a un pequeño pasadizo exterior situado bajo el presbiterio de la iglesia, una rareza constructiva, que se justificaba por ser acceso a un monasterio situado tras el templo. Caput (cabeza) alude a las figuras mecánicas (conocidas como Schnapphanses) que se encuentran sobre el reloj del ayuntamiento. Son un hombre y un ángel que flanquean una cabeza. Cada hora en punto, el hombre mueve un palo con una bola dorada en su extremo acercándola a la cabeza, que abre la boca con intención de comerla sin llegar a conseguirlo. La acción se repite tantas veces como exige la hora, siguiendo el ritmo de las campanadas que suenan simultáneamente. Draco es una extraña estatua que representa un dragón de siete cabezas, datada a principios del siglo XVII y conservada en el museo de la ciudad. Mons alude al monte Jenzig, la mayor altura del entorno (385 metros) situado al noreste de la ciudad. Pons era el antiguo puente de piedra que salvaba el rio Saale (fue sustituido por otro en 1912 y reconstruido tras haber sido muy dañado durante la Segunda Guerra Mundial).  Vulpecula Turris, la Torre del Zorro (Fuchsturm), es un torreon de 30 metros que formó parte de un antiguo castillo situado en el monte Hausberg que se eleva al este de la ciudad (y que hoy es uno de los destinos favoritos para los senderistas de la ciudad). Finalmente, Weigeliana domus fue una espectacular casa, demolida en 1898, que estaba dotada de grandes avances técnicos para la época.

Jena y su universidad ejercerían como faro orientador, aunque Berlín, capital de Prusia, el estado más poderoso de todos, avanzaba a pasos agigantados para liderar el ámbito germánico. Pero en aquellas fechas, todavía no era la gran capital que acabaría siendo y la pequeña Jena rivalizaba de tú a tú con la capital prusiana.

La batalla de Jena celebrada en 1806 supuso la victoria francesa frente al ejército prusiano, con importantes consecuencias. Por un lado, el desencanto con el antes ensalzado Napoleón, y por otra, permitiendo la toma francesa de Berlín y que Austria pasara a liderar el ámbito germánico (hasta la recuperación de Prusia que, a la postre, encabezaría la unificación de Alemania).

Ortofoto del centro histórico de Jena.


La universidad de Jena acabaría perdiendo la pugna por el liderazgo frente a Berlín, aunque conservaría su prestigio. En la actualidad, (renombrada en 1934 como Friedrich-Schiller-Universität Jena) dispone de un campus junto al casco antiguo en el que estudian más de 20.000 universitarios en sus diez facultades.

Por su parte, el centro histórico, que sirvió de escenario a los miembros del Círculo de Jena, sufrió graves destrucciones en la Segunda Guerra Mundial y solo es reconocible parcialmente. Algunas de sus construcciones más notables fueron reconstruidas con un carácter mimético, pero la zona occidental del casco quedó como un gran solar vacío hasta que a finales de la década de 1960 se decidió levantar allí un rascacielos que debía mostrar el predominio de la modernidad sobre lo antiguo y el poderío del estado socialista sobre los rescoldos de la burguesía anterior. La conocida como Jentower se construyó entre 1970 y 1972 según el proyecto de Hermann Henselmann (1905-1995), uno de los arquitectos más destacables de la desaparecida República Democrática de Alemania (RDA). Es un gran cilindro de 33 metros de diámetro y 144 metros de altura (29 plantas) que se eleva desde una plataforma cuadrada que alberga un centro comercial y junto a un gran aparcamiento en superficie. El contraste entre el rascacielos y su entorno con la contigua plaza del mercado no puede ser más dramático.

El contraste entre la Jentower y el entorno histórico de Jena.



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