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10 mar 2018

Oxford Street y Regent Street, dos calles de Londres que representan lo espontáneo y lo planificado en los trazados urbanos.

La monumentalidad y uniformidad de estilo de la arquitectura de a planificada Regent Street (arriba, imagen de The Quadrant) contrasta con la espontánea diversidad de Oxford Street (debajo).
Las calles de la ciudad suelen tener dos orígenes principales (aunque no son los únicos). En el primero de ellos, las calles surgen como consolidación espontánea de caminos preexistentes, mientras que en el segundo son el resultado de un trazado que sigue un proyecto predeterminado. En este artículo, vamos a explorar lo espontáneo y lo planificado en la urbanización de la ciudad, recurriendo al ejemplo de las calles, acercándonos a las circunstancias de cada tipo y a sus implicaciones.
Aunque todas las ciudades cuentan con muestras de ambos modelos, nos dirigimos a Londres, concretamente a Oxford Street y Regent Street, dos calles muy singulares del centro de la capital británica por diversas razones. Una de ellas es, precisamente, morfológica, porque la primera supone la consolidación espontánea de un antiguo e importante camino romano, mientras que la segunda procede de uno de los proyectos pioneros en la planificación londinense.

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Lo espontáneo y lo planificado en los trazados urbanos (de las calles).
Las calles de la ciudad suelen tener dos orígenes principales (aunque no son los únicos). En el primero de ellos, surgen como consolidación espontánea de caminos preexistentes, inicialmente exteriores al núcleo urbano, pero que, conforme la ciudad se extendía, quedaban integrados dentro de su recinto. Al incorporarse al callejero urbano, esas vías de comunicación mantenían su trazado aunque mudaran su carácter, tanto por la construcción de edificaciones laterales como por el hecho de recibir un determinado grado urbanización (pavimentaciones, instalaciones, etc.). En estos casos, tan habituales en los núcleos antiguos de las ciudades, las calles suelen ser irregulares. Esto es debido, por lo general, a que las sendas originales estaban determinadas por el relieve del terreno y sus accidentes. Su recorrido se adaptaba a la topografía para conseguir pendientes transitables y, en consecuencia, solían caracterizarse por rutas curvas y sinuosas.
La persistencia de esos itinerarios responde a la falta de medios para su modificación. Una parte de esta justificación es técnica (relacionada con la dificultad de acometer grandes movimientos de tierras) pero, sobre todo, tiene que ver con las fincas y propiedades que esos caminos delimitaban. La transformación de esos patrimonios, casi siempre privados, era prácticamente imposible en aquellas épocas en las que no se disponía de instrumentos urbanísticos ni jurídicos para hacerlo (más allá de las costosas expropiaciones). No obstante, con el tiempo, la mayoría de estas calles “espontáneas” fueron modificándose para adecuarlas a las nuevas exigencias de la ciudad y sus habitantes (por ejemplo, las derivadas del tráfico), asistiendo a ampliaciones de anchura, rectificaciones de trazado, etc.
Por otra parte, encontramos las calles planificadas, las que son el resultado de un proyecto previo que se impone a las preexistencias del terreno. En estos casos la búsqueda de eficiencia y de coherencia compositiva se anteponen a muchas de las circunstancias del suelo base. Esto puede implicar, por ejemplo, derribos de edificaciones o instalaciones preexistentes; modificaciones de los recorridos de sendas y caminos; movimientos de tierras, a veces importantes para ajustar las pendientes; y, sobre todo, una actuación delicada y comprometida sobre propiedades y patrimonios privados (simplificándose esto último en los casos de terrenos de propiedad pública). La actuación sobre las propiedades privadas conlleva, como ya hemos advertido anteriormente, la aplicación de expropiaciones con costosas indemnizaciones o la utilización de mecanismos reparcelatorios que permiten redistribuir los aprovechamientos resultantes. La aparición de una metodología para la equidistribución fue uno de los grandes avances que se encuentra en la base fundacional del urbanismo.
En general, estas calles proyectadas se integran en planes urbanísticos que, en muchos casos, utilizan la geometría como base (y, frecuentemente, son protagonizados por retículas ortogonales). De esta manera pueden resolverse anticipadamente la forma de las manzanas, de los espacios libres o de sus articulaciones. A estos casos deben sumarse también otro tipo de calles planificadas que se enfrentan a mayores dificultades previas: las que reestructuran tejidos consolidados y cuyo trazado se impone con numerosos derribos (lo que los italianos llaman tan expresivamente el “sventramento”)
Todas las ciudades cuentan con muestras de calles espontáneas y planificadas. Pueden servir como ejemplo dos vías principales de Madrid y Barcelona. La Diagonal de la capital catalana es una vía planificada, encajada perfectamente en la geometría del Eixample de Cerdá, de forma que los encuentros entre la ordenada retícula y la diagonal que la perturba están previstos y articulados en el esquema. El caso contrario es la madrileña calle de Alcalá, con un papel aparentemente similar al anterior, ya que ejerce como diagonal del Ensanche de Castro, pero con resultados muy diferentes. Su origen fue un camino preexistente y su encuentro con la cuadrícula generó situaciones de complicada solución para las manzanas afectadas, obligando a excepciones e irregularidades en su diseño. Una muestra particular, porque reúne lo espontáneo y lo planificado en la misma calle, es Broadway en Manhattan, un antiguo camino indio que se enfrenta al trazado regular neoyorquino, unas veces negándolo y consolidando la senda nativa contra la retícula; y otras, olvidando el itinerario original e integrándose en la geometría del Plan de 1811.
Oxford Street y Regent Street son dos ejes prácticamente perpendiculares que se cruzan y que ordenan el centro de Londres, separando barrios tradicionales como Maryleborne (cuadrante noroeste), Mayfair (cuadrante suroeste), Soho (cuadrante sureste), y Fitzrovia (cuadrante noreste).
Para profundizar en estas cuestiones, nos dirigimos a Londres, concretamente a Oxford Street y Regent Street, dos calles muy singulares del centro de la capital británica por razones diversas. En primer lugar, urbanística y estructuralmente, puesto que son dos ejes, prácticamente perpendiculares, que se cruzan y que ordenan esa parte de la ciudad, separando barrios tradicionales como Maryleborne (cuadrante noroeste), Mayfair (cuadrante suroeste), Soho (cuadrante sureste), y Fitzrovia (cuadrante noreste). También son dos vías destacadas social y económicamente, porque son dos de las más populares y comerciales de la capital británica. De hecho, el cruce entre ambas calles, Oxford Circus, es uno de los nodos principales de Londres que sobresale por ser uno de los puntos más concurridos de la capital. Y desde un punto de vista morfológico son especiales porque Oxford Street supone la consolidación espontánea de un antiguo camino romano mientras que Regent Street es el resultado de uno de los primeros proyectos de planificación londinense. Este origen distintivo se aprecia, en una primera instancia, en la monumentalidad y uniformidad de estilo de la arquitectura de la planificada Regent Street frente a la indeliberada diversidad de Oxford Street.
Grabado de 1891 de Regent Street, incluido en “The Pocket Atlas & Guide To London” publicado en esa fecha por John Walker.

Grabado de 1891 de Oxford Street, incluido en “The Pocket Atlas & Guide To London” publicado en esa fecha por John Walker.

Oxford Street, la calle espontánea que aprovechó una vía romana.
Oxford Street es la formalización urbana de una antigua e importante vía romana. Con la conquista de Britannia por parte de los romanos, la isla se convirtió en una de las provincias imperiales y Londinium ejercería de capital insular. El hecho de ser el centro neurálgico de la organización romana hizo que desde allí partieran una serie de vías de comunicación hacia el resto de colonias importantes de Britannia.
En aquellos tiempos, Londinium era ciudad amurallada (cuya extensión se correspondía prácticamente con la City actual). Esta línea defensiva contaba con siete puertas que eran el origen de los caminos principales. Entre ellas nos interesa especialmente la que se abría en flanco occidental, que era conocida como Newgate, por ser el punto de salida (o llegada) del camino que comunicaba con el suroeste insular. Esta puerta se mantuvo en pie hasta su demolición en 1767, conservándose únicamente el topónimo en el lugar donde se encontraba.
Plano del Londres romano con indicación del eje y las dos vías que partían de Londinium hacia el oeste (Silchester) y hacia el este (Colchester)
La calzada romana conectaba Londinium con Calleva Atrebatum, una colonia que asumiría el protagonismo en la región de Hampshire por delante de la contigua Silchester, un asentamiento mucho más antiguo que se había formado en la Edad del Hierro. Desde Calleva el camino se dividía en varias ramas que continuaban hacia otros destinos, como por ejemplo la que se dirigía a Aquae Sulis (la actual Bath). Esta vía recibió varios nombres a lo largo de su historia: el “oficial” de Via Londinium-Calleva Atrebatum, y también Via Trinobantina o el curioso de Devil's Highway.
Otro de los caminos principales que partía de Londinium era el que se dirigía hacia el este (partiendo desde la puerta oriental, Aldgate) para encontrarse con Camulodunum, el nombre romano de la actual ciudad de Colchester, en Essex. Esta vía, conocida como Great Road, era una de las más notables de Britannia, porque Camulodunum fue una importante base legionaria que ejerció como capital provincial hasta que se asignó ese rango a Londinium. Observando algunos planos antiguos, parece deducirse que pudo haber un camino que unía directamente esta vía con la Trinobantina, actuando como un by pass que evitaba el paso por la capital. En el Londres actual ese enlace viario no es identificable, pero de haber existido, hubiera supuesto un reforzamiento del eje este-oeste que estructuraba el sur de la Gran Bretaña romana.
Trazado de las principales vías romanas que partían del Londres romano (indicado por la trama amarilla) hacia las principales ciudades de la isla. En rojo el eje que unía este y oeste, con indicación del by-pass (línea discontinua) que eludía la entrada en Londinium.
Volviendo a la vía occidental, que es la que nos ocupa, su arranque desde Newgate comenzaba un recorrido que debía superar diferentes obstáculos, cuestión que influiría en su itinerario. En primer lugar, tenía que sortear algunos de los arroyos y ríos que desaguaban en el Támesis, comenzando por el Fleet river, un cauce muy cercano a la muralla (que aproximadamente seguía el curso de la actual Farrington Street desembocando bajo el puente Blackfriars). Más adelante tendría que salvar también el arroyo Tyburn, junto al que surgió una pequeña aldea de ese nombre (que tuvo el dudoso honor de ser el lugar donde se ejecutaron a los delincuentes hasta finales del siglo XVIII). Esta aldea fue la causa de que, durante siglos, esa parte inicial del camino fuera conocida como Tyburn Road (en la actualidad el arroyo está soterrado, cruzando Oxford Street cerca de su extremo occidental).
Indicación (línea roja) del trazado de la antigua vía romana que se transformaría en Oxford Street, sobre el plano de 1746 dibujado por John Rocque.
El recorrido del camino entre esos dos puentes, tenía dos partes muy diferentes separadas por St. Giles, otro pequeño asentamiento que había surgido en las afueras de Londinium en torno a una iglesia y a un hospital de leprosos. Desde Newgate hasta St. Giles la vía era curvilínea (coincidiendo con la actual Holborn Street) exagerando su sinuosidad al llegar a la parroquia por medio de una curva muy pronunciada que bordeaba St. Giles (esta curva sería eliminada en el siglo XIX cuando se abrió New Oxford Street para conectar Oxford Street y Holborn Street de forma recta). Por su parte entre St. Giles y Tyburn el recorrido era rectilíneo (coincidiendo con la actual Oxford Street).
Así pues, la calzada romana iría adoptando diversos nombres de los cuales Oxford Street es solo una parte de aquel largo camino hacia el oeste. El tramo que recibe ese nombre específico recorre solamente dos kilómetros de la antigua vía, concretamente desde el cruce con Tottenham Court Road y Charing Cross Road (St. Giles Circus, su final por el este donde enlaza con New Oxford Street), hasta el cruce con Marble Arch (que la remata por el oeste), pasando por el mencionado Oxford Circus. Siguiendo hacia el oeste, desde Marble Arch recibe el nombre de Bayswater Road, delimitando septentrionalmente Hyde Park. Esta calle llega hasta la colina de Notting Hill, barrio al que circunscribe por el sur. Desde ese punto (conocido como Notting Hill Gate) la vía continúa su ruta hacia occidente, con el nombre de Holland Park Avenue.  En la actualidad, el eje, siguiendo con su misión original de conexión territorial, se funde con la carretera A40, una de las arterias de transporte que atraviesan Londres.
Oxford Street presume de ser la calle comercial más concurrida de Europa.
La importancia histórica de esta vía de comunicación hizo que el crecimiento de Londres no pudiera modificarla y quedara absorbida dentro de la trama de la ciudad de manera espontánea, sirviendo para delimitar propiedades y barrios que estructuraron el Londres antiguo. Esa espontaneidad se confirmaría en las variaciones dimensionales de la anchura de la calle que varía, según zonas, entre 15 y 25 metros. También en la diversidad de los edificios que irían delimitándola, proporcionando una interesante heterogeneidad en sus fachadas que, por lo general, iban mostrando el carácter de los barrios que se formaban en cada tramo. En cierto modo, esas distinciones ambientales fueron las causantes de las diferentes denominaciones adoptadas a lo largo de un mismo eje urbano.
Con el paso del tiempo, la calle iría ajustando sus condiciones, y sobre todo su idiosincrasia. Si inicialmente la presencia de la leprosería o el patíbulo le proporcionó una mala reputación, a partir del primer cuarto del siglo XVIII, cuando recibió su nombre definitivo (Oxford Street) y fue incorporando viviendas para clases sociales medias, mejoraría su aceptación. Pero, el cambio trascendental llegaría a finales del siglo XIX, cuando la calle comenzó a acoger a numerosos locales de artesanos y comerciantes que serían la antesala de los primeros grandes almacenes que se instalaron en ella, mutando definitivamente su carácter residencial a productivo.
Oxford Street en Navidad es un espectáculo. Su iluminación es encendida por un personaje famoso y constituye el inicio simbólico de las fiestas y todo un acontecimiento en la capital británica.
En la actualidad, Oxford Street presume de ser la calle comercial más concurrida de Europa y, además, se convierte en protagonista de la Navidad londinense. En ese periodo, Oxford Street es un espectáculo de luces. Su iluminación es todo un acontecimiento en la capital británica, encendida por un personaje famoso y marcando el inicio simbólico de las fiestas.

Regent Street, la calle planificada.
Regent Street, la calle del Regente, es el producto de una intervención planificada para el centro del Londres de principios del siglo XIX. Esta imponente calle nació en el marco de uno de las primeras estrategias de ordenación de Londres, que fue impulsada desde la Corona pero que también sintonizaba con los deseos del municipio de reestructurar el centro urbano. Por eso, Regent Street no es una calle trazada ex novo sobre un suelo libre, sino una operación de cirugía urbana que adaptó como pudo el proyecto al callejero preexistente y que, en muchos de sus tramos, exigió demoliciones importantes de edificios anteriores.
Superposición del trazado de Regent Street sobre el plano de Londres de 1815, editado por Edward Mogg.
La historia de su gestación es un tanto peculiar. En 1811, el rey de Inglaterra, Jorge III (George III), se retiró de la vida política a causa de una enfermedad mental. Esta circunstancia permitió a su hijo, el Príncipe de Gales, gobernar como Regente hasta la muerte de su padre, hecho que sucedería en 1820. Entonces, accedería al trono oficialmente como Jorge IV (George IV), para reinar hasta 1830.
Las circunstancias del periodo de regencia fueron particulares para el futuro rey. Muy conocido por sus extravagancias y escándalos personales, estaba a punto de cumplir los cincuenta años y, aunque había alcanzado el poder, no podía disfrutar de todos los privilegios y símbolos del monarca, particularmente de la residencia de la Corona, porque su padre, aunque incapacitado, seguía siendo el rey de Inglaterra.
En aquel tiempo, la residencia oficial y ceremonial de la monarquía era el Palacio de Saint James, aunque Jorge III, poco después de convertirse en rey, había adquirido Buckingham Palace para destinarlo a su uso privado, iniciando en este edificio una ambiciosa serie de reformas y ampliaciones que lo acabarían convirtiendo en la residencia oficial de la Corona de Inglaterra. Aunque esto no sucedería hasta 1837, con la llegada de la reina Victoria.
Así pues, como heredero de la corona, el Príncipe de Gales habitaba la Carlton House, una mansión que, según su criterio, no atendía adecuadamente a sus “necesidades” ni estaba a la altura de su “status”. Además, la longevidad de su padre (que reinaba en Inglaterra desde 1760) parecía posponer indefinidamente su acceso al trono. Por ello, llevaba varios años acariciando la idea de construirse un palacio de recreo a la medida de sus expectativas, que ubicaría en los terrenos reales de caza de Marylebone, situados en la, entonces, periferia norte de Londres.
Proyecto de John Nash para Regent Street (contando con la Carlton House como fondo de perspectiva y con Picadilly Circus como un espacio circular)
El problema era que no tenía dinero suficiente ya que, más bien, lo que acumulaba eran deudas derivadas de su pródigo tren de vida. En consecuencia, nada más ser nombrado Príncipe Regente, Jorge decidió poner en marcha aquel deseo. Y dado que había dificultades para disponer de la financiación necesaria, el ingenio suplió la falta de recursos en lo que sería una de las primeras operaciones inmobiliarias de la historia. Aunque su desarrollo no llegaría a concluirse tal y como estaba previsto, sí tuvo consecuencias notables en la reordenación del centro de la capital británica originando nuevos espacios urbanos como Regent’s Park o Regent Street, que reciben el nombre en referencia a su impulsor, o nuevas tipologías residenciales de lujo, como las innovadoras Terrace houses.
El trazado de Regent Street implicó la demolición de numerosos edificios.

Centrándonos en la calle, Regent Street (inicialmente bautizada como New Street) y en sus prolongaciones (que recibirían nombres diferentes) advertimos la intención inicial del proyecto: unir Carlton House, la residencia en ese momento del Príncipe Regente, con el nuevo palacio previsto. No obstante, este palacio no llegó a construirse nunca porque el carácter voluble del Regente se manifestó una vez más cuando, al ser coronado rey de Inglaterra, pudo trasladar su residencia a Saint James Palace y Buckingham Palace, olvidándose tanto de la Carlton House (que fue demolida) como del soñado Palacio de Verano. Pero Regent Street sí se hizo realidad, convirtiéndose en el gran eje representativo de la intervención.
El futuro Jorge IV llamó al arquitecto John Nash (1752-1835), uno de los más destacados representantes del neoclasicismo inglés, para proyectar y dirigir el proceso. Nash que estaba trabajando en la transformación de Buckingham Palace ya tenía experiencia en proyectos singulares, y, según declaró él mismo, abordó el nuevo encargo con tres objetivos: el primero, asegurar los máximos ingresos posibles a la Corona; el segundo, contribuir a la belleza de la metrópolis; y el tercero, favorecer la salud y comodidad del público.
La espectacular curva de The Quadrant fue la solución de Nash ante las dificultades del trazado rectilíneo que no logró imponer (planta e imagen)
El proyecto de Nash, presentado para su aprobación en 1813, partía de la Carlton House con una gran avenida rectilínea presidida por el palacete que actuaba como fondo de perspectiva meridional. Ese primer tramo, que daba inicio al eje, fue concebido como un espacio monumental y ceremonial (denominado Waterloo Place) que terminaría en un “circus” (como se denominaban en Inglaterra las encrucijadas con forma circular), que se proyectaba en su encuentro con Picadilly. En ese punto del recorrido nacía Regent Street propiamente dicha, y la vía realizaba un giro pronunciado hacia el este siguiendo un cuarto de círculo que Nash denominó The Quadrant. Esta curva fue forzada por el desencuentro con los propietarios de terrenos y edificios que se negaron a la expropiación y echaron por tierra las primeras ideas de Nash acerca de una calle recta. Tras la espectacular curva, la calle avanzaba de manera rectilínea casi hasta el encuentro con Oxford Street, donde tras un leve quiebro que le proporcionaba una orientación más cercana a la norte-sur existente en los barrios septentrionales, se planteaba un nuevo “circus” para resolver la encrucijada (Oxford Circus). El siguiente tramo continuaba hacia el norte con la orientación adquirida, pero, nuevamente, tuvo que realizar una curvatura para permitir su entronque con la preexistente Portland Place. Este tramo curvo (bautizado como Langham Place) desviaba el fondo de perspectiva septentrional de la calle. Nash solucionó el tema situando en ese lugar una nueva iglesia que sería proyectada por él en 1824: la iglesia de Todas las Almas (All Souls Church, Langham Place), que destaca por su vestíbulo circular porticado y su cubierta acicular. Portland Place se convertiría en el final del recorrido y acceso principal al nuevo parque, articulándose con él por medio de un gran espacio circular.
Dos ejemplos de las impresionantes “Terrace Houses” que acompañan al eje de Regent Street, ambos fueron diseñadas por John Nash: Arriba, la Carlton House Terrace (1827–1833), que ocuparía el lugar de la desaparecida Carlton House, junto a St. James Park. Debajo, Ulster Terrace en Park Crescent (1824). 
En 1825, la calle estaba terminada, pero no todo se completó según el plan previsto. Por ejemplo, Carlton House fue derribada en 1827 de manera que Waterloo Place sería prolongada más allá del Pall Mall, hasta St. James’s Park. Los jardines del palacete quedaron entonces abiertos al público (Waterloo Gardens) y John Nash diseñó los espléndidos edificios residenciales que rematarían el eje por el sur (conocidos como Carlton House Terrace, que también es el nombre de la calle a la que da su fachada septentrional, mientras que la sur se abre a The Mall). Por otra parte, el “circus” proyectado para el cruce con Picadilly acabó siendo un espacio de forma irregular, aunque conservó el nombre de la inicial morfología regular. Y tampoco el tramo final de Portland Place sería circular ya que se diseñaría una exedra porticada y abierta (Park Crescent) que daba paso a un pequeño parque rectangular (Park Square West) antes de abrirse al inmenso espacio de Regent’s Park.
Las directrices para la construcción de los edificios que definirían la calle fueron estrictas, con una serie de modelos y normativas que buscaban la uniformidad y la monumentalidad neoclásica. De esta forma, las nuevas viviendas en hilera (las Terrace Houses) proyectadas transmitirían el ambiente aristocrático que se pretendía.

Imagen de Regent Street, mirando hacia el sur, en el cruce con Maddox St y Great Marlborough St.
Regent Street, con su peculiar trazado geométrico, conjugando tramos rectos con pronunciadas curvas; sus dimensiones, sobre todo en lo referente a su anchura; la figuración producida por las nuevas viviendas (las monumentales Terrace Houses); y la vocación comercial vinculada a la moda y al lujo que adquirió de manera temprana (y que, más o menos, conserva en el presente) se convirtió en la calle más prestigiosa del Londres decimonónico. Actualmente, Regent Street mantiene esa exclusiva consideración y es una de las calles más reconocidas y visitadas de Londres (que cuenta, incluso, con su propia identidad corporativa).

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