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24 nov 2018

Pienza, Urbino y Ferrara: las primeras ciudades del primer Renacimiento.


Pienza fue la primera experiencia urbana del humanismo renacentista. En la imagen la plaza central, Piazza Pio II.
Algo empezó a cambiar a lo largo del siglo XIV. La transformación fue gradual, pero terminaría siendo disruptiva, afectando a todos los órdenes de las sociedades occidentales. Los protagonistas eran conscientes de estar superando la Edad Media y proponían un Renacimiento, que ocurrió con especial intensidad en ciertas ciudades del norte de Italia y particularmente en Florencia. No obstante, esa nueva mentalidad no se encuentra plenamente instalada hasta bien entrado el siglo XV (el Quattrocento italiano). Es entonces cuando puede hablarse con propiedad de Renacimiento.
Desde el punto de vista del arte, más allá de la inspiración en el pasado idealizado y de la aparición de nuevas herramientas (como la perspectiva), en ese tiempo, se cambió la naturaleza de la labor artística y la consideración social de los creadores. En el caso de la arquitectura, personajes como Brunelleschi o Alberti establecerían nuevos métodos de trabajo y fijarían el nuevo lenguaje formal, pero, esas ideas que se materializaron en la arquitectura tardarían mucho en trasladarse al urbanismo.
Habría que esperar hasta la segunda mitad del siglo XV para encontrar las primeras realizaciones propiamente renacentistas. Esto sucedió en tres ciudades italianas que se convertirían en laboratorios urbanos: Pienza, Urbino y Ferrara.

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Las ciudades en los inicios del Renacimiento.
Algo empezó a cambiar a lo largo del siglo XIV. La transformación fue gradual, pero terminaría siendo disruptiva, afectando a todos los órdenes de las sociedades occidentales (político, económico, cultural, etc.). Su fundamento se encontraba en el humanismo, un sistema de pensamiento que recuperó el antropocentrismo grecorromano y miró a la antigüedad clásica como “referencia mítica y tópica de una cultura laica” (Nieto Alcaide, Víctor y Checa, Fernando. “El Renacimiento”. Ed. Istmo, Madrid, 2000). Los protagonistas eran conscientes de estar superando la Edad Media y proponían un Renacimiento, que ocurrió con especial intensidad en ciertas ciudades del norte de Italia y particularmente en Florencia, ciudad que debido a sus singulares circunstancias desarrolló un nacionalismo cultural y político que buscaría su representación en el arte. No obstante, esa nueva mentalidad no se encuentra plenamente instalada hasta bien entrado el siglo XV (el Quattrocento italiano). Es entonces cuando puede hablarse con propiedad de Renacimiento.
Desde el punto de vista del arte, más allá de la inspiración en el pasado idealizado y de la aparición de nuevas herramientas (como la perspectiva), en ese tiempo, se cambió la naturaleza de la labor artística y la consideración social de los creadores. Pintores, escultores y arquitectos fueron adquiriendo un prestigio que les permitió desvincularse de las corporaciones medievales y comenzar a relacionarse con sus clientes de otra manera, pudiendo además trabajar en cualquier lugar. Así, la nueva cultura artística se extendería primero por Italia y luego por el resto de Europa.
El Ospedale degli Inocenti (Hospital de los inocentes) de Florencia, es una de las obras emblemáticas de Filippo Brunelleschi, construida entre 1417-1436.
En esa línea, Filippo Brunelleschi (1377-1446) establecería un nuevo método de trabajo para la arquitectura que rompió con las costumbres medievales, pretendiendo alejarla de la construcción mecánica gremial y dotarla de un “rigor intelectual y una dignidad cultural” (en palabras de Leonardo Benevolo) que la asociara con el mundo del arte y de la ciencia. Para ello se exigía la definición anticipada de la construcción, es decir, la elaboración de un “proyecto” que recogiera las decisiones sobre el futuro proceso constructivo. El contenido del proyecto debía reflejar las proporciones (relaciones entre las partes y el conjunto), las dimensiones (las medidas reales de los elementos), y los materiales (con expresión de sus características físicas). Así se separó el proyecto (realizado por el arquitecto) de la ejecución (realizada por los gremios constructores). Además, se proponía un nuevo lenguaje formal, recuperando las formas típicas de la antigüedad clásica. Cada elemento del edificio debía presentar una forma típica deducida de los modelos antiguos que, al resultar reconocible permitiera dar prioridad a las relaciones del conjunto. Con todo, Brunelleschi refundaría la arquitectura, apoyándola en la razón humana y en la recuperada reputación de los modelos clásicos, mostrando sus posibilidades con icónicas obras florentinas como la cúpula de Santa María del Fiore, la fachada del Ospedale degli Innocenti, o los proyectos de las basílicas de San Lorenzo y del Santo Spirito.
En la generación posterior a Brunelleschi, Leone Battista Alberti (1404-1472) recogería el testigo de las nuevas ideas convirtiéndose en una figura crucial para la renovación de la arquitectura (y también del resto de artes plásticas). Gracias a la sistematización propuesta por Alberti se daría el paso que va del artista-artesano al artista-intelectual.
Imagen de la Ciudad Ideal, obra anónima datada entre 1480-1490. Algunas fuentes la atribuyen a Luciano Laurana. Se conserva en la Galleria Nazionale delle Marche en Urbino.
Pero, las nuevas ideas que se materializaron en la arquitectura, tardarían mucho en trasladarse a las ciudades. De hecho, las primeras referencias “urbanas” se mostrarían en pinturas, grabados o en tratados que teorizaban sobre cómo debía ser esa ciudad ideal de los nuevos tiempos. Pero las intervenciones reales se limitaron a una mera racionalización puntual de la ciudad medieval. Desde luego los innovadores objetos arquitectónicos impactaban y proporcionaban un nuevo significado al organismo urbano pero que carecían de visión integral. La dificultad de aplicación de aquellos principios a la escala urbana tuvo variadas razones. Hasta mediados del siglo XIV se produjo una intensa colonización del continente europeo, manifestada en la creación de numerosas ciudades nuevas, pero a partir de esa fecha, no se requirieron nuevas fundaciones. Por otra parte, la población crecía de manera moderada y tampoco se tuvo la necesidad de proponer ampliaciones de lo existente. Por eso, las necesidades de las ciudades de la época no iban más allá del hecho de completarse. Florencia, por ejemplo, tenía suficiente con la ordenación propuesta por Arnolfo de Cambio a finales del siglo XIII y sus objetivos urbanísticos se limitaban a perfeccionar lo existente. Además, en el ámbito de la Italia septentrional, donde comenzaron a cuajar las nuevas ideas existía un ámbito político muy fragmentado e inestable, cuestión que no favorecía la planificación a largo plazo, algo esencial si pensamos en cuestiones urbanas; y, adicionalmente, aquellos pequeños estados tampoco contaban con los recursos financieros suficientes para operaciones de esa envergadura.
Mapa del norte de Italia a finales del siglo XV. El territorio se encontraba fragmentado en numerosos estados. Se indica la ubicación de las tres ciudades analizadas: Pienza, Urbino y Ferrara.
En consecuencia, las ciudades del Primer Renacimiento siguieron siendo ciudades medievales, aunque la nueva corriente de pensamiento fuera introduciendo testimonios arquitectónicos puntuales. El gran paso dado desde la ciudad medieval a la ciudad renacentista sería el que iría del “espacio agregado” al “espacio sistema”. Habría que esperar hasta la segunda mitad del siglo XV para encontrar las primeras realizaciones propiamente renacentistas. Esto sucedió en tres ciudades del norte italiano que se convertirían en laboratorios urbanos al reunir las “condiciones iniciales adecuadas”. Estas tres ciudades son Pienza, en la Toscana; Urbino, en las Marcas; y Ferrara, en la Emilia-Romaña.
Las tres contaron con el impulso personal de líderes poderosos y decididos: Pienza tuvo al Papa Pio II; la transformación de Urbino, fue promovida por Federico de Montefeltro; y el Ensanche de Ferrara sería iniciado por al duque Ercole I (Hércules I) d’Este, aunque su desarrollo sería familiar ya que, al exceder en mucho la capacidad de una sola generación, involucraría a sus sucesores a lo largo del siglo siguiente.
Esta similitud no oculta que las motivaciones de cada uno fueron diferentes. Pienza era un modesto pueblo que sería transformado en una ciudad conmemorativa para otorgar representatividad a una institución (el papado) y a una familia (Piccolomini). Por su parte, las reformas de Urbino buscaban consolidar y transmitir la idea de prestigio expresando la imagen de poderío militar. Por último, la intervención en Ferrara respondería a razones más estratégicas, ya que la ciudad buscaba contener el ímpetu veneciano para lo cual se reforzó planteando un crecimiento muy considerable.
En los tres casos, las reformas encontraron limitaciones en su implantación. La renovación de Pienza quedó interrumpida debido al corto reinado de Pio II quien solo dispuso de cinco años para ello. No fue ese el caso de Urbino porque Federico de Montefeltro tuvo un largo gobierno de casi cuarenta años y dispuso del tiempo y de los medios para acometer las intervenciones, pero también fueron parciales. En el caso del Ensanche de Ferrara (conocido como Addizione Erculea), que ampliaba la ciudad en más del doble de la prexistente, las circunstancias históricas posteriores hicieron que tardara mucho en completarse y, además, con cambios sobre lo previsto.
No obstante, las tres experiencias forman parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad elaborada por la UNESCO: Ferrara (y el delta del Po) desde 1995; Pienza desde 1996 (ampliando en el año 2004 a todo el Valle del Orcia); y Urbino desde 1998.
Pienza se ubica en lo alto de una colina que domina el entorno, un típico paisaje toscano. En el centro emerge el Duomo renacentista y su derecha en la imagen, el Palazzo Piccolomini.

Pienza, la primera experiencia urbana del humanismo.
El insigne humanista Eneas Silvio Piccolomini fue, contra todo pronóstico, elegido Papa en 1458 con el nombre de Pio II. El nuevo pontífice había nacido en 1405 en una modesta aldea de la Toscana llamada Corsignano. Y en aquella pequeña población, encaramada en lo alto de una alargada colina del valle del río Orcia, puso en marcha un revolucionario plan urbanístico. La transformación convirtió a la humilde población de Corsignano en la primera experiencia urbana del humanismo, e incluso se le cambió el nombre por el de Pienza, traducible como “la ciudad de Pío”.
El proceso comenzó en 1459 cuando el Papa llamó a Bernardo Rosellino (1409-1469), escultor y arquitecto, colaborador muy cercano de Alberti para realizar el planteamiento de la nueva Pienza, así como para la construcción de los edificios. No hubo mucho tiempo debido al fallecimiento de Pio II en 1464 y la transformación se limitó al centro urbano y parcialmente al eje central y sus bordes. La nueva ciudad, ya rebautizada como Pienza, se dotó de murallas que siguieron la forma del montículo, apareciendo aproximadamente como un rectángulo alargado. Originalmente tuvo dos puertas, situadas en los extremos del eje central de la ciudad: la Porta al Murello y la Porta al Ciglio (hubo aperturas posteriores como la Porta al Santo)
Planta del núcleo histórico de Pienza.
La calle principal de la ciudad (el actual corso Il Rossellino) seguía la directriz longitudinal de ese promontorio y presentaba un quiebro en su parte central que sería determinante en la resignificación de su trazado. En ese punto se proyectaría el nuevo centro urbano monumental. Allí se levantó un conjunto monumental formado por varios edificios: el Palazzo Piccolomini (en el lugar donde estuvo la casa natal de Pío II), el Duomo, el Palazzo Comunale y el Palazzo Borgia, más conocido como Palazzo Vescovile (todos proyectados por Rosellino). La regularidad, escala y composición de estos grandes edificios contrastaba con el resto que mantenía las claves medievales. No obstante, es destacable la unidad ambiental lograda entre lo antiguo y lo nuevo.
Pienza. Planta de la Piazza Pio II con expresión de los principales edificios que la componen: en el centro el Duomo, a la izquierda de la imagen el Palazzo Piccolomini, a la derecha el Palazzo Borgia, más conocido como Palazzo Vescovile y, en frente de la catedral, el Palazzo Comunale.
La catedral ocuparía el lugar referencial en la bisectriz del ángulo formado por los tramos del eje central. Su retranqueo respecto a esa vía habilitaría una plaza trapezoidal (Piazza Pio II) en cuyos linderos se ubicarían el resto de edificaciones principales y cuya divergencia se serviría de la perspectiva para modificar la percepción espacial. Complementariamente, por los laterales del templo la plaza apunta hacia el extraordinario paisaje circundante (hecho también reseñable en la arquitectura del Palazzo Piccolomini cuya fachada meridional se abre ante la espectacularidad del panorama del valle). Esto respondía a una nueva relación entre la arquitectura, la ciudad y el paisaje. Esa articulación entre espacio urbano y espacio natural sería la constatación del incipiente sentimiento de valoración de la naturaleza.
Tras el Palazzo Comunale se proyectó otra plaza destinada al mercado, separando esta función doméstica del espacio simbólico y representativo de la Piazza Pio II. También son reseñables las viviendas en hilera que se ubicaron en la esquina noreste de la ciudad.
Pienza. Piazza Pio II desde los pórticos del Palazzo Comunale. A la derecha fachada del Palazzo Piccolomini.
Como ya hemos apuntado, la desaparición de Pío II supuso la interrupción del desarrollo de Pienza, quedando, además, relegada a un papel irrelevante en el contexto político. No obstante, esto tuvo su lado positivo puesto que permitió la conservación de su estado sin modificaciones posteriores. Hoy, aunque el espíritu que animó la creación de Pienza haya desaparecido, la ciudad mantiene las formas originales.

Urbino y el urbanismo al servicio de los ideales.
Urvinum Metaurense (traducible como “pequeña ciudad junto al río Metauro”) fue una modesta ciudad romana ubicada en la cumbre de una colina situada entre los valles del río Metauro y del Foglia. La ciudad adquiriría relevancia durante la Alta Edad Media liderando primero un condado y luego un ducado que tendría importancia, aunque solamente durante el Renacimiento inicial.
Urbino capitaneaba un territorio codiciado por sus poderosos vecinos. Desde 1444 fue gobernado por Federico de Montefeltro (1422-1482), un típico príncipe renacentista que conjugaba su prestigio militar con su habilidad como estadista y el mecenazgo artístico. Federico gobernó Urbino durante casi cuarenta años y su obsesión fue otorgar a su ciudad un peso específico que frenara las veleidades expansionistas de sus vecinos. Tuvo el tiempo y los recursos suficientes para conseguirlo.
Foto aérea del núcleo histórico de Urbino.
Esa Urbino próspera, capital del Ducado, ampliaría sus límites medievales incorporando a su recinto urbano otra colina situada al norte de la original. Sobre esas dos colinas se consolidaría la ciudad renacentista gracias a su tercera muralla, levantada por Federico de Montefeltro en su reorganización de las defensas de la ciudad (Urbino tendría una cuarta muralla, que es la conservada actualmente, levantada en el siglo XVI y que mantendría en su mayor parte el trazado del muro anterior).
Entre las dos colinas se sitúa el centro urbano, atravesado por el camino que conecta Rímini por el norte y se dirige hacia Roma por el sur. La colina meridional, la original, contiene la joya de Urbino, el Palazzo Ducale. Partiendo del antiguo castillo de los Montefeltro, Federico amplió y dotó de una nueva identidad al edificio principal del Ducado. El punto elegido para su construcción no era el más alto de la ciudad sino el mejor observatorio. Desde allí se dominaban los valles circundantes y además aparecía como referencia ineludible para el entorno, particularmente para quienes llegaban a Urbino desde Florencia o Roma. Esto se refrendaría con la construcción de la gran plaza artificial (Piazza Mercatale) creada junto a la puerta monumental que abría el camino a Roma y ejercería de entrada principal. Así el palacio se convirtió en una edificación “ideológica” que privilegiaba los intereses políticos del duque (que miraba hacia Roma) frente a las dinámicas tradicionales (comerciales y agrícolas) que habían dado prioridad a la puerta norte en dirección a Rímini. Además, el gran palacio sería un elemento articulador entre la ciudad y el paisaje, que comenzaba a ser valorado.
Urbino visto desde el oeste. El Palazzo Ducale se convierte en la referencia permanente.
En la construcción del Palazzo Ducale intervendrían diversos arquitectos destacados del momento como Maso di Bartolomeo, Luciano Laurana y Francesco di Giorgio Martini quien aprovechó su estancia en Urbino para escribir su célebre tratado y proyectar la nueva catedral que sustituiría a la medieval (también esta catedral renacentista desaparecería bajo los efectos de un terremoto en 1789, siendo reconstruida con modificaciones a finales del siglo XVIII). El nuevo edificio ducal no solo ofrecería fachada al espacio público principal, sino que lo constituiría con su peculiar disposición. Con todo, la arquitectura compleja del palacio proporciona una nueva significación a la ciudad, buscando además armonizar lo nuevo con lo existente, aunque “el palacio condiciona la ciudad. El asentamiento de la corte se impone, pues, sobre la ciudad preexistente, y, sustituyendo a muchas partes del tejido urbano, propone nuevos modos de funcionamiento. La articulación del edificio ducal en varios niveles (…), además de la compleja integración entre estructuras constructoras y de viabilidad (…), dan lugar a una excepcional unidad dinámica que liga el complejo ducal con toda la estructura urbanística de la ciudad(Franchetti, Vittorio. “Historia del Urbanismo. Siglos XIV y XV”. Ed. IEAL, Madrid 1985)
Piazza Rinascimento de Urbino. AL frente el Duomo y a la izquierda el Palazzo Ducale.
Tras la muerte de Federico de Montefeltro, Urbino perdería esa preminencia política y cultural. Los distinguidos artistas, literatos, científicos y filósofos allí congregados por el duque se dispersarían por las principales ciudades, como Venecia, Milán o Roma. Desde sus nuevos destinos, contribuirían a difundir y a consolidar el nuevo estilo renacentista que caracterizaría el siglo XVI (el Cinquecento) y se extendería internacionalmente.

El Ensanche de Ferrara, la “primera ciudad moderna” de Europa.
Ferrara recibió de Bruno Zevi el titulo oficioso de primera ciudad moderna de Europa. Independientemente de la conveniencia de la etiqueta, lo cierto es que Ferrara se convertiría en un emblema del primer urbanismo renacentista porque mientras Pienza y Urbino fueron episodios parciales de reestructuración urbana, la Addizione Erculea propuso una nueva e innovadora ciudad junto a la preexistente.
Planta de Ferrara con indicación de sus tramas principales: en verde la ciudad medieval; en rojo la ampliación de Borso d’Este; y en azul, la Addizione Erculea.
En 1484, Ferrara había resistido el asedio veneciano y este hecho activó la necesidad de reforzar las defensas de la ciudad. Además, se consideraba que, para disponer de una mayor fuerza frente a sus peligrosos vecinos, la ciudad debía ganar “músculo”, es decir, aumentar su población. Y, complementariamente, se pretendía potenciar la imagen de una ciudad que aspiraba a situarse en el mismo nivel que las grandes urbes del norte italiano. Estas tres motivaciones se reunieron en un solo objetivo: ampliar la ciudad. Con ello se dispondría de espacio superficie para albergar el deseado crecimiento demográfico; se podría trazar un circuito de murallas más amplio, alejando el centro de la línea de fuego; y se podría configurar una nueva escena urbana y arquitectónica representativa de los nuevos tiempos. La decisión fue tomada por el duque Ercole I d’Este y en 1492 se iniciaron las obras de tan ambicioso proyecto.
El primer asentamiento en el solar de la futura Ferrara fue un modesto núcleo ubicado en una pequeña isla situada entre dos de los brazos del delta del rio Po (Po de Volano y Po de Primaro). La ciudad medieval se desarrollaría en la ribera norte del rio, como una “ciudad lineal” de trama irregular formada por estrechas calles que seguían el actual eje Via Ripagrande - Via Carlo Mayr y la antigua y sinuosa Via dei Sabbioni (actual Via Mazzini - Via Garibaldi - Via Saraceno). A mediados del siglo XV, en 1451, la ciudad se extendió meridionalmente sobre terrenos desecados por orden del duque Borso d’Este. Esta extensión adoptó un esquema de espina de pez, tomando como eje central la actual Via XX Settembre con la que se cruzan calles perpendiculares (o casi), a distancias variables en función del punto de conexión con las vías medievales preexistentes.
Sobre una ortofoto actual, se superpone el esquema del Ensanche de Ferrara (Addizione Erculea) mostrando la retícula irregular producida por la búsqueda de conexión con las vías de la ciudad medieval preexistente. Se aprecian las dos calles principales, casi perpendiculares, en cuyo cruce (resaltado en negro) se ubican varios palacios singulares. Igualmente se remarca en negro la Piazza Ariostea.
El gran crecimiento de la ciudad sería la Addizione Erculea, proyectada por Biagio Rossetti (1447-1516) al norte de la ciudad medieval, más allá del canal rectilíneo que marcaba el límite urbano septentrional de la misma, junto al que se encontraba el Castello Estense. El relleno de este canal originaría la actual corso della Giovecca (limite sur de la ampliación). El nuevo recinto, que duplicaría en extensión a la ciudad existente, se delimitó con una nueva muralla y en su interior se trazó una “parrilla” de calles rectas que no formaban una retícula regular. La razón de esta irregularidad radica en la búsqueda de conectividad con las calles del casco medieval. En consecuencia, la aplicación del modelo teórico reticular de Rossetti no tuvo una aplicación rígida.
El cruce entre las dos calles principales de la Addizione Erculea es conocido como el Quadrivio degli Angeli. Allí se ubican varios palacios singulares. En la imagen, la Vía Ercole d’Este vista hacia el sur con el Palazzo Prosperi-Sacrati en primer término a la derecha y el Palazzo dei Diamanti, a continuación. Por la izquierda, tras pasar el cruce aparece el Palazzo Turchi di Bagno.
La trama cuenta con dos calles principales que se cruzan casi en ángulo recto, recordando al cardo y decumano principales de las ciudades coloniales romanas: la Via Ercole d’Este, en dirección norte-sur, que une el Castello Estense con la septentrional Porta degli Angeli; y en dirección este-oeste, el eje que siguen las actuales Corso Porta Po - Corso Biagio Rossetti - Corso Porta Mare, que une las puertas Po y Mare de la muralla. Curiosamente en el cruce de ambas calles no se sitúa una plaza (siguiendo el ejemplo de los foros romanos) sino que en las esquinas se ubican edificios relevantes, como el Palazzo dei Diamanti, el Palazzo Prosperi-Sacrati o el Palazzo Turchi di Bagno (todos proyectados por Rossetti). La plaza prevista como centro urbano es la Piazza Ariostea, un gran rectángulo de 120 x 200 metros contiguo a Corso Porta Mare situado al este del cruce mencionado. Las calles propuestas fueron novedosas por la división de tráficos (parte central de 12 metros para carruajes y dos bandas laterales de 2 metros cada una para el trasiego peatonal, dando un total de 16 metros)
Ferrara. Piazza Trento-Triestre.
Pero las circunstancias obligarían a que la Addizione Erculea se construyera en dos fases un tanto particulares: durante el siglo XVI se levantaron las murallas y se trazaron las calles, pero la gran mayoría de las edificaciones no llegarían hasta ¡el siglo XX! Esto fue así porque la realidad socioeconómica no estuvo a la altura de las expectativas y Ferrara no creció como estaba previsto. Además, en 1598 fue anexionada a los Estados de la Iglesia pasando a jugar un papel secundario. En consecuencia, el trazado renacentista está definido por edificaciones recientes. En palabras de Leonardo Benevolo “la intervención de Ercole I no produce una ciudad nueva y completa sino un diseño de dos dimensiones, que puede ser completado a lo largo del tiempo, de muy distintas maneras. (…) se propone construir una ciudad nueva junto a la vieja, pero no logra conservar la coherencia entre el plano urbanístico y la realización arquitectónica. Experimenta por primera vez un nuevo método -que distingue el plano urbanístico de los proyectos constructivos- sin conocer todavía sus oportunidades y peligros”. (Benévolo, Leonardo. “Diseño de la Ciudad”. Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1981)
Plano de Ferrara en 1597 con la Addizione Erculea trazada, pero sin completar.

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