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14 abr 2023

“Proyectus interruptus”, la ciudad en el diván.

La incompleta catedral de Valladolid

En el diván de Sigmund Freud se recostaban los pacientes para indagar en su inconsciente y descubrir traumas del pasado que les impedían llevar una vida soportable. De esta manera, el conocimiento de sí mismos podría ayudarles a superar una situación complicada y salir adelante.

Las ciudades, valga la analogía, también manifiestan “problemas” que señalan conflictos subyacentes. Entre ellos, se encuentran los proyectos, arquitectónicos o urbanos, que comienzan y no logran finalizarse, quedando interrumpidos definitivamente. Muchos de ellos se instalan como una frustración en la conciencia colectiva.

Siguiendo con el símil, al igual que las personas se ven obligadas a convivir con sus traumas no superados, la ciudad hace lo mismo, pero esos proyectus interruptus” ofrecen información muy interesante sobre la configuración de la identidad social a lo largo de la historia. Acudimos a diversas ciudades que sufren situaciones de este tipo: Bolonia, Florencia, Madrid, Málaga, Rabat, Siena, Valencia y Valladolid.

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En el diván de Sigmund Freud se recostaban los pacientes para revisar su inconsciente y descubrir traumas del pasado que les impedían llevar una vida soportable. De esta manera, el conocimiento de sí mismos podría ayudarles a superar una situación complicada y salir adelante.

Suele definirse trauma como un “choque o impresión emocional muy intensos causados por algún hecho o acontecimiento negativo que produce en el subconsciente de una persona una huella duradera que no puede o tarda en superar”. Las personas esconden muchas de esas heridas y desean vencer esos daños para recuperar la estabilidad, con o sin ayuda. Las ciudades también manifiestan “problemas” que señalan conflictos subyacentes. Son, en cierto modo y valga la analogía, traumas arquitectónicos y urbanos que señalan el fracaso de una sociedad o revelan unas circunstancias particulares que ayudan a definir una identidad.

La ciudad tiene muchas excusas para tumbarse en un diván. Una de ellas, quizá no de las más importantes, pero sí muy significativa y simbólica, es la derivada de operaciones que no han cerrado su ciclo porque quedaron interrumpidas en su desarrollo sin atisbos de continuidad. Adoptando el punto de vista integrador que proporciona el espacio urbano (centrado en su propia configuración con la imprescindible presencia de la arquitectura) aparecen numerosos ejemplos de procesos detenidos, tanto de edificios inacabados como de planes urbanísticos que no llegaron a culminarse, originando situaciones urbanas recriminables.

Hay que precisar que si la arquitectura puede entenderse en términos de completitud, no sucede lo mismo con la ciudad, ya que esta es un work In progress permanente. Las ciudades se encuentran en un proceso de transformación continua. Esto es cierto en término generales, pero al enfocar a zonas concretas, donde hay proyectos que llegan a término, se encuentran espacios estables, al menos durante determinados periodos. No obstante, tanto la arquitectura como el urbanismo ocurren proyectos que comienzan y no logran finalizarse. Son estos los que, cesados definitivamente, testimonian la frustración, la decepción de lo que nació y no llegó a su plenitud.

Un proyecto, tanto arquitectónico como urbano, es una aspiración que se pretende conseguir, para lo cual se establece el camino a seguir, los pasos a dar para recorrerlo y, muy particularmente, los recursos necesarios para alcanzarlo. Si no hay garantías de ello, los proyectos no arrancan y pasan a engrosar la extensa nómina de “lo que pudo haber sido y no fue”. Si comienzan y tropiezan con obstáculos insalvables se interrumpen definitivamente y se instalan en la conciencia colectiva como un trauma. Las razones de ese fracaso pueden ser muy diversas. En muchas ocasiones, la ambición no mide bien los recursos disponibles y se ve superada por la realidad. Las causas económicas se encuentran entre las más habituales, pero no son las únicas. A veces, la falta de fuerza para sacar adelante las intenciones responde a que estas estaban mal orientadas o no eran compartidas por la mayoría social. El análisis de las causas ayuda a caracterizar esas sociedades que asistieron con impotencia a la interrupción y fueron incapaces de lograr su remate.

Aunque la apariencia en algunos casos sea similar, no debe haber confusión entre proyectos inacabados y ruinas. Ambos muestran ausencias, los primeros por incomparecencia, las segundas por desaparición. Suelen coincidir en la sensación de fracaso que arrastran, los primeros por la incapacidad de llevarlos hasta el fin, las segundas por la incapacidad de mantener el legado recibido. No obstante, los dos abandonos pueden responder a un cambio de criterios sobre lo que merece ser acabado o conservado, sea por cuestiones económicas, técnicas, políticas o sociales.

El sorprendente viaje realizado en Moscú por la Catedral del Salvador se inicia con la demolición de la misma para habilitar un solar que acogiera el fallido Palacio de los Soviets. El fracaso de este proyecto dio lugar a la piscina al aire libre más grande del mundo que acabaría también demolida para reconstruir en el mismo lugar la Catedral del Salvador revivida.

Algunos proyectos inconclusos son eliminados
, haciendo desaparecer el trauma, al menos para las generaciones que no llegaron a convivir con ellos. Un caso espectacular es el sucedido con el Palacio de los Sóviets en Moscú. Tras la revolución bolchevique, en 1931, se demolió la catedral ortodoxa de Cristo Salvador para levantar en su solar el que estaba llamado a ser el emblema de la Unión Soviética. Tras una polémica selección del proyecto, las obras comenzaron, pero se interrumpieron en la cimentación por causa de problemas económicos, por las inundaciones causadas por el río Moscova y, sobre todo, por la Segunda Guerra Mundial (se utilizó parte del acero para fines bélicos). En 1958, esa maltrecha cimentación se utilizó para construir la piscina Moskva, que sería la instalación al aire libre más grande del mundo. Finalmente, esta infraestructura también sería desechada a partir de 1990 para reconstruir la catedral de Cristo Salvador, aunque con tecnología moderna. Este retorno al origen se completaría al ser consagrada de nuevo en el año 2000.

Siguiendo con el símil utilizado, al igual que las personas se ven obligadas a convivir con sus traumas no superados, la ciudad hace lo mismo, pero esos proyectus interruptus” ofrecen información muy interesante sobre la configuración de la identidad social a lo largo de la historia. Acudimos a diversas ciudades que sufren situaciones de este tipo: Bolonia, Florencia, Madrid, Málaga, Rabat, Siena, Valencia y Valladolid.

Arquitecturas interrumpidas

Un edificio inacabado es un problema y requiere una solución. Constructivamente la interrupción suele ser remediada de manera sencilla, aunque en muchas ocasiones se recurra a “parches” muy discutibles. Pero cerrar la herida es más difícil simbólicamente, porque su presencia es el testimonio acusador a los promotores (y a la sociedad de cada momento) de una incapacidad, sea económica, sea para concitar consensos o para ajustar ambición y realidad, o también de volubilidad, por cambiar abruptamente de objetivos. Igualmente, la obra inconclusa realiza un reproche a las generaciones siguientes (incluida la contemporánea) que no han considerado necesario su acabado.

La falta de recursos económicos es la causa habitual esgrimida en el momento de la interrupción, lo cual señala a una sociedad que no supo ajustar su ambición con sus recursos, o que se vio abocada a desviar los fondos previstos a otras cuestiones más urgentes (como financiar una guerra, por ejemplo) o que se vio superada por adversidades (como epidemias o conflictos bélicos), incluso desorientada por la desaparición de los autores sin saber cómo abordar la continuación. En las generaciones posteriores, la excusa de la ausencia de dinero también aparece, pero casi siempre oculta otras razones, como el desinterés derivado de un cambio de prioridades, o debates como la oportunidad o no de continuar una obra histórica con tecnologías que resultarían impostadas, o discusiones entre la osadía y el respeto frente a una obra de alto valor histórico, aunque no esté completa.

En cualquier caso, las determinaciones que producen “proyectus interruptus” tienen, desde luego, sus justificaciones. La reflexión sobre estas es reveladora de ciertos rasgos definitorios de una sociedad, porque las decisiones que toma una sociedad definen su esencia. Una esencia que se constituye a lo largo de su historia y que, desde luego, asume e incorpora esos “traumas” como parte de su identidad urbana y ciudadana.

El caso de la torre ausente del templo:

Este caso es, quizá, uno de los casos más leves (incluso irrelevantes) dado que afecta puntualmente a un elemento arquitectónico que no resulta imprescindible para el correcto funcionamiento del edificio. Su ausencia puede desequilibrar la composición pretendida originalmente y puede tener, al principio, consecuencias en la legibilidad del espacio urbano, pero la ciudad asume sin dificultad esa carencia. Dos ejemplos sirven de muestra:

  •  Iglesia de Monserrat, en Madrid
  • Catedral de la Encarnación, en Málaga

Iglesia de Monserrat, en Madrid

La iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, en la calle San Bernardo de Madrid, tuvo en proyecto dos torres flanqueando la fachada. La construcción arrancó en 1668 siguiendo un ambicioso diseño de Sebastián Herrera Barnuevo. La obra se interrumpió por falta de recursos, aunque fue retomada en 1716 bajo la dirección de un joven Pedro de Ribera. De nuevo, la escasez presupuestaria se impuso y no se completó ni la cabecera, ni el crucero, ni su cúpula, pero esto solamente se advierte desde el interior al estar la iglesia envuelta por otras edificaciones. Tampoco se levantó una de las torres de la fachada, algo que sí es constatable desde la calle, ofreciendo su imagen característica.

Catedral de la Encarnación, en Málaga

Algo parecido sucedió con la catedral de la Encarnación de Málaga. Fue iniciada en 1525 y tuvo un largo y turbulento proceso en el que participaron, entre otros, Enrique Egas, Diego de Siloé y Andrés de Vandelvira. Había tenido numerosas interrupciones durante su proceso (habitualmente por dificultades financieras) pero se dio por terminada en 1782, aunque verdaderamente no estaba concluida. Todavía quedaban por ejecutar partes de importancia, como la cubierta de las bóvedas (algo que ha generado muchos problemas de humedades sin llegar a solucionarse hasta la fecha), también ciertos elementos decorativos y, sobre todo, la más llamativa, la ausencia de la torre sur, que generó el apelativo popular de “la manquita” para la catedral. La imponente fachada, que aspiraba a mostrar la estabilidad y serenidad de una composición simétrica, se convirtió en una muestra de desequilibrio, algo que ha alimentado muchos tópicos sobre la ciudad y sus gentes.

El caso de la fachada inexistente:

La fachada de un templo cristiano es un elemento de gran significación, por lo que las cuestiones constructivas y funcionales suelen supeditarse a la requerida expresividad simbólica, que, por lo general, antes de la arquitectura moderna, exigía inversiones elevadas (en elementos ornamentales y escultura, principalmente).

Esta aspiración condicionaba que, ante la falta de recursos suficientes, no valiera cualquier propuesta, aunque fuera más económica de lo previsto. En algunos casos, se optó por aplazar su ejecución hasta que llegaran mejores tiempos, planteando un cierre provisional en espera de ese momento. Dos muestras ejemplifican el caso:

  • Iglesia de San Lorenzo, en Florencia
  • Basílica de San Petronio, en Bolonia

Iglesia de San Lorenzo, en Florencia

Los dos templos italianos indican que esos aplazamientos temporales podían convertirse en definitivos cuando la sociedad dejaba de considerar aquellos anhelos como una necesidad imperiosa o cuando no se atrevía a intervenir en obras de los grandes maestros de la antigüedad. Esa mezcla de temor estilístico con relativización de la importancia de la gran fachada hizo que los recursos exigidos se consideraran excesivos para tal fin y se destinaran a otras cuestiones. En la iglesia de San Lorenzo en Florencia no se llegó a iniciar la fachada que hubiera debido magnificar del tempo, mientras que, en la basílica de San Petronio de Bolonia, sí comenzó a levantarse, pero solo en sus primeros metros.

Basílica de San Petronio en Bolonia (en la Piazza Maggiore)
El caso del edificio inacabado

La categoría de arquitecturas inacabadas no es la misma que la de edificios interrumpidos. A lo largo de la historia ha habido muchas construcciones que han tardado en finalizarse, incluso siglos, como sucedía con algunas de las mayores catedrales europeas. De hecho, el afán por concluir estos edificios servía, en muchas ocasiones, de acicate para cohesionar una sociedad. Ese estímulo positivo puede agrupar a la comunidad convirtiéndolo en un símbolo que supera lo meramente arquitectónico. La terminación de la Sagrada Familia de Barcelona y el ardor identitario que la acompaña es un ejemplo. Otro caso emblemático, que tardó décadas en completarse, fue el denominado Szkieletor, en Cracovia, un edificio de oficinas cuya estructura incompleta definió el paisaje urbano de la ciudad entre 1975 y 2019, fecha en la que, al fin, fue rematado. Quién sabe si algún día, la Torre de David de Caracas podrá seguir un camino similar. Las arquitecturas inconclusas son las que cerraron su ciclo renunciando definitivamente a alcanzar su culminación y su presencia advierte de la existencia de conflictos y frustraciones históricas. Como muestra, pueden citarse:  

  • Catedral de Valladolid
  • Catedral de Siena
  • La gran mezquita inacabada de Rabat (Torre Hassan)

Catedral de Valladolid, plan ideal resaltando la parte ejecutada

La catedral de la Asunción de Valladolid también sufre la ausencia de una de sus torres de fachada (se construyó, se hundió en 1841 y nunca más se volvió a levantar), pero esta carencia es lo de menos frente a la gravedad de una interrupción que abortó un proyecto nacido para ser referencia. La traza de la catedral corresponde a Juan de Herrera, uno de los arquitectos más influyentes de la arquitectura española, que se incorporó en 1577 a un proceso que había sido iniciado cincuenta años antes con escasos resultados. El autor del Monasterio de El Escorial propuso un tipo de templo renacentista que, aunque quedaría muy lejos de completarse, sus planos serían modelo para otros construidos en Iberoamérica. La falta de recursos para un proyecto tan ambicioso, los gastos provocados por la cimentación en una ubicación complicada (a su lado discurría el hoy oculto río Esgueva) e incluso la polémica abierta por la sustitución del templo anterior, acabarían por abortar el proyecto a mitad de su desarrollo. El corte radical es muy evidente desde el espacio urbano circundante, manifestado en un heterogéneo planteamiento que no estuvo a la altura de una obra tan relevante.

Piazza Jacopo della Quercia, junto a la catedral de Siena, espacio urbano donde se previó la nave central de la ampliación catedralicia

Dos siglos antes, en 1339, se decidió ampliar la catedral de Siena. La iglesia existente hasta entonces pasaría a ser el crucero del nuevo templo que se pretendía construir para triplicar su capacidad. La peste negra de 1348 frustraría esas intenciones, aunque en la década transcurrida se lograron levantaron parte de las fachadas que iban a delimitar el recinto. En la actualidad, la antigua catedral sigue ejerciendo como tal, y resulta sorprendente como su entorno muestra la estructura de la iglesia deseada reconvertida en espacio urbano (Piazza Jacopo della Quercia)

La gran mezquita inacabada de Rabat (Torre Hassan)

Otros dos siglos atrás, Rabat también sufrió un caso similar. En la capital de Marruecos, la imponente Torre Hassan es un alminar truncado (hubiera debido medir 60 metros, pero solo llegó a 44) que iba a formar parte de la gran mezquita de Rabat que resultó inacabada. Fue proyectada para ser una de las mayores del mundo islámico con capacidad para acoger 40.000 fieles. Pero en 1199, la muerte de su promotor, el califa almohade Yaqub al-Mansur, supuso que la obra fuera abandonada al no ser considerada por sus sucesores. Hoy el lugar aparece como una explanada pública en la que emergen los restos de aquella ambiciosa construcción como testimonio de lo que no llegó a ser. Así, los numerosos arranques de columnas, el inacabado alminar o alguna parte de los muros de delimitación que llegó a levantarse recuerdan a sus visitantes que la historia también se construye mediante renuncias obligadas. Este espacio inconcluso fue el escogido para albergar los mausoleos de Mohamed V y Hassan II, abuelo y padre de Mohamed VI, el monarca actual.

Urbanismo interrumpido

Ya se ha comentado que a construcción de la ciudad es un work in progress, pero, a pesar de eso, hay casos que no llegan a buen término. Existen desarrollos que sufren crisis y no reciben las edificaciones proyectadas, al menos completamente, quedando durante años en un limbo urbanístico. Pero, estos casos, que podrían considerarse daños colaterales de los vaivenes de la economía, son diferentes a la paralización definitiva de planes que se ven obligados a renunciar a sus objetivos y culminación.

Algunos proyectos urbanos responden a la visión de una élite que aspira a reconfigurar la ciudad para servir mejor a sus intereses. Son estrategias urbanas que suelen cesar ante la reacción contraria del contexto. Quizá el ejemplo primero y más revelador es la transformación de París en tiempos del Barón Haussmann. También puede servir de muestra la remodelación de Nueva York que tuvo como principal ejecutor al master builder, Robert Moses, quien impulsó el trazado de grandes autopistas interiores de conexión, aunque fuera a costa de derribar barrios tradicionales completos. Sin dejar ninguna operación interrumpida, esta estrategia se abandonó gracias a la contestación social, encabezada por activistas urbanos como Jane Jacobs, que logró salvaguardar entornos tan emblemáticos como Greenwich Village.

No obstante, nuestra atención se dirige a otro tipo de “proyectus interruptus”: los que, tras materializarse parcialmente, se ven suspendidos porque la idea inicial es incompatible con la realidad (social, fundamentalmente). Muchas veces la causa es la propiedad privada; en otras, es la presión social; en cualquier caso, son barreras infranqueables. Un caso paradigmático es el de ejes rectilíneos previstos en el planeamiento que no pueden completarse.

Ejes rectilíneos que no se completan

En España pueden citarse dos ejemplos de ejes interrumpidos:

  • Paseo Valencia al mar (actual Avda. Blasco Ibáñez) en Valencia.
  • El eje Platería-Felipe II, en Valladolid.

En Valencia, en 1888 se presentó el proyecto Paseo de Valencia al mar de Casimiro Meseguer que pretendía crear una gran vía de 100 metros de anchura uniendo los jardines del antiguo Palacio Real con la playa (aunque ya había habido un intento anterior). Pero esta gran arteria atravesaba el Poble Nou del Mar (conformado por el Cabanyal, el Canyamelar y el Cap de França) que era un municipio tradicional de pescadores independiente. En 1897 se realizó su anexión a la capital y se volvió a la carga con la idea, aunque con un significativo cambio de nombre que pasó a ser Paseo de Valencia al Cabañal. En su entorno se fueron ubicando viviendas unifamiliares y edificios institucionales (universitarios mayoritariamente) pero no llegó a consolidarse. La intención se reactivó en 1959 con el Plan Parcial nº 13 (del Plan General de Valencia de 1946) redactado por Moreno Barberá y que, nuevamente, prolongaba el eje hasta el mar, a través del Cabañal, previendo la construcción de edificios de viviendas en altura. Tampoco se logró avanzar en la conexión con el mar, aunque sí se asentó un incipiente distrito universitario. Un nuevo envite llegó con el Plan General de 1986, que recuperaba la idea de apertura al Mediterráneo de la que desde 1977 era conocida como Avenida Blasco Ibáñez. En 1998 el Ayuntamiento instó la demolición de más de 400 inmuebles del barrio marinero, algunos de los cuales habían sido declarados BIC (Bien de Interés Cultural) desde el ministerio en 1993 en una intensa pugna política entre administraciones. Finalmente, el enfrentamiento político y la fuerte e intensa movilización vecinal salvaron definitivamente el barrio del Cabañal, que ha sido protegido con el reciente Plan Especial del Cabanyal (PEC)

Paseo Valencia al mar (actual Avda. Blasco Ibáñez) y el barrio del Cabanyal

Muchos años atrás, en Valladolid, otro eje vio interrumpido su trazado. En este caso por la resistencia de una pequeña iglesia que estorbaba para lograr la calle rectilínea que debía unir la plaza mayor de Valladolid, la plaza del Ochavo y la plaza de San Pablo. Ya en el siglo XIX se había tenido la idea de crear una “Gran Vía” apoyada parcialmente en ese trazado, pero la idea no prosperó. El eje fue retomado por el Plan Cort de 1938, aunque tampoco este pudo materializarlo. Frente a las intenciones de los planificadores, la resistencia de la Iglesia vallisoletana y el amplio respaldo social de sus fieles lograron mantener en pie la pequeña iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz. El gran trazado rectilíneo y continuo (calle Platería / Calle Felipe II) no se culminó viéndose obligado a circunvalar la manzana del templo.

El eje Platería-Felipe II, en Valladolid con la iglesia de la Vera Cruz separando las dos calles


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