La incompleta catedral de Valladolid |
En el diván de Sigmund Freud se recostaban los pacientes para indagar en su inconsciente y descubrir traumas del pasado que les impedían llevar una vida soportable. De esta manera, el conocimiento de sí mismos podría ayudarles a superar una situación complicada y salir adelante.
Las ciudades,
valga la analogía, también manifiestan “problemas” que señalan conflictos
subyacentes. Entre ellos,
se encuentran los proyectos, arquitectónicos o urbanos, que comienzan y no
logran finalizarse, quedando interrumpidos definitivamente. Muchos de ellos
se instalan como una frustración en la conciencia colectiva.
Siguiendo con
el símil, al igual que las personas se ven obligadas a convivir con sus traumas
no superados, la ciudad hace lo mismo, pero esos “proyectus interruptus”
ofrecen información muy interesante sobre la configuración de la identidad
social a lo largo de la historia. Acudimos a diversas ciudades que sufren
situaciones de este tipo: Bolonia, Florencia, Madrid, Málaga, Rabat, Siena, Valencia
y Valladolid.
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En el diván
de Sigmund Freud se recostaban los pacientes para revisar su inconsciente y
descubrir traumas del pasado que les impedían llevar una vida soportable. De
esta manera, el conocimiento de sí mismos podría ayudarles a superar una
situación complicada y salir adelante.
Suele
definirse trauma como un “choque o impresión emocional muy intensos causados
por algún hecho o acontecimiento negativo que produce en el subconsciente de
una persona una huella duradera que no puede o tarda en superar”. Las
personas esconden muchas de esas heridas y desean vencer esos daños para
recuperar la estabilidad, con o sin ayuda. Las ciudades también manifiestan
“problemas” que señalan conflictos subyacentes. Son, en cierto modo y valga la analogía, traumas
arquitectónicos y urbanos que señalan el fracaso de una sociedad o revelan
unas circunstancias particulares que ayudan a definir una identidad.
La ciudad
tiene muchas excusas para tumbarse en un diván. Una de ellas, quizá no de las
más importantes, pero sí muy significativa y simbólica, es la derivada de operaciones
que no han cerrado su ciclo porque quedaron interrumpidas en su desarrollo sin
atisbos de continuidad. Adoptando el punto de vista integrador que
proporciona el espacio urbano (centrado en su propia configuración con la
imprescindible presencia de la arquitectura) aparecen numerosos ejemplos de
procesos detenidos, tanto de edificios inacabados como de planes urbanísticos
que no llegaron a culminarse, originando situaciones urbanas recriminables.
Hay que
precisar que si la arquitectura puede entenderse en términos de completitud, no
sucede lo mismo con la ciudad, ya que esta es un work In progress
permanente. Las ciudades se encuentran en un proceso de transformación continua.
Esto es cierto en término generales, pero al enfocar a zonas concretas, donde
hay proyectos que llegan a término, se encuentran espacios estables, al menos
durante determinados periodos. No obstante, tanto la arquitectura como el urbanismo
ocurren proyectos que comienzan y no logran finalizarse. Son estos los que, cesados
definitivamente, testimonian la frustración, la decepción de lo que nació y no
llegó a su plenitud.
Un proyecto, tanto
arquitectónico como urbano, es una aspiración que se pretende conseguir, para
lo cual se establece el camino a seguir, los pasos a dar para recorrerlo y, muy
particularmente, los recursos necesarios para alcanzarlo. Si no hay garantías
de ello, los proyectos no arrancan y pasan a engrosar la extensa nómina de “lo
que pudo haber sido y no fue”. Si comienzan y tropiezan con obstáculos
insalvables se interrumpen definitivamente y se instalan en la conciencia
colectiva como un trauma. Las razones de ese fracaso pueden ser muy diversas. En
muchas ocasiones, la ambición no mide bien los recursos disponibles y se ve
superada por la realidad. Las causas económicas se encuentran entre las más
habituales, pero no son las únicas. A veces, la falta de fuerza para sacar
adelante las intenciones responde a que estas estaban mal orientadas o no eran
compartidas por la mayoría social. El análisis de las causas ayuda a caracterizar
esas sociedades que asistieron con impotencia a la interrupción y fueron
incapaces de lograr su remate.
Aunque la
apariencia en algunos casos sea similar, no debe haber confusión entre
proyectos inacabados y ruinas. Ambos muestran ausencias, los primeros por
incomparecencia, las segundas por desaparición. Suelen coincidir en la
sensación de fracaso que arrastran, los primeros por la incapacidad de
llevarlos hasta el fin, las segundas por la incapacidad de mantener el legado
recibido. No obstante, los dos abandonos pueden responder a un cambio de
criterios sobre lo que merece ser acabado o conservado, sea por cuestiones
económicas, técnicas, políticas o sociales.
Algunos
proyectos inconclusos son eliminados, haciendo desaparecer el trauma, al menos para las
generaciones que no llegaron a convivir con ellos. Un caso espectacular es el
sucedido con el Palacio de los Sóviets en Moscú. Tras la revolución
bolchevique, en 1931, se demolió la catedral ortodoxa de Cristo Salvador para
levantar en su solar el que estaba llamado a ser el emblema de la Unión
Soviética. Tras una polémica selección del proyecto, las obras comenzaron, pero
se interrumpieron en la cimentación por causa de problemas económicos, por las
inundaciones causadas por el río Moscova y, sobre todo, por la Segunda Guerra
Mundial (se utilizó parte del acero para fines bélicos). En 1958, esa maltrecha
cimentación se utilizó para construir la piscina Moskva, que sería la
instalación al aire libre más grande del mundo. Finalmente, esta infraestructura
también sería desechada a partir de 1990 para reconstruir la catedral de Cristo
Salvador, aunque con tecnología moderna. Este retorno al origen se completaría
al ser consagrada de nuevo en el año 2000.
Siguiendo con
el símil utilizado, al igual que las personas se ven obligadas a convivir con
sus traumas no superados, la ciudad hace lo mismo, pero esos “proyectus
interruptus” ofrecen información muy interesante sobre la configuración
de la identidad social a lo largo de la historia. Acudimos a diversas ciudades
que sufren situaciones de este tipo: Bolonia, Florencia, Madrid, Málaga,
Rabat, Siena, Valencia y Valladolid.
Arquitecturas interrumpidas
Un edificio
inacabado es un problema y requiere una solución. Constructivamente la
interrupción suele ser remediada de manera sencilla, aunque en muchas ocasiones
se recurra a “parches” muy discutibles. Pero cerrar la herida es más difícil simbólicamente,
porque su presencia es el testimonio acusador a los promotores (y a la
sociedad de cada momento) de una incapacidad, sea económica, sea para concitar
consensos o para ajustar ambición y realidad, o también de volubilidad, por cambiar
abruptamente de objetivos. Igualmente, la obra inconclusa realiza un reproche
a las generaciones siguientes (incluida la contemporánea) que no han
considerado necesario su acabado.
La falta de
recursos económicos es la causa habitual esgrimida en el momento de la
interrupción, lo cual señala a una sociedad que no supo ajustar su ambición con
sus recursos, o que se vio abocada a desviar los fondos previstos a otras
cuestiones más urgentes (como financiar una guerra, por ejemplo) o que se vio
superada por adversidades (como epidemias o conflictos bélicos), incluso
desorientada por la desaparición de los autores sin saber cómo abordar la
continuación. En las generaciones posteriores, la excusa de la ausencia de
dinero también aparece, pero casi siempre oculta otras razones, como el
desinterés derivado de un cambio de prioridades, o debates como la oportunidad
o no de continuar una obra histórica con tecnologías que resultarían impostadas,
o discusiones entre la osadía y el respeto frente a una obra de alto valor
histórico, aunque no esté completa.
En cualquier
caso, las determinaciones que producen “proyectus interruptus” tienen,
desde luego, sus justificaciones. La reflexión sobre estas es reveladora de
ciertos rasgos definitorios de una sociedad, porque las decisiones que toma una
sociedad definen su esencia. Una esencia que se constituye a lo largo de su
historia y que, desde luego, asume e incorpora esos “traumas” como parte de su
identidad urbana y ciudadana.
El caso
de la torre ausente del templo:
Este caso es,
quizá, uno de los casos más leves (incluso irrelevantes) dado que afecta
puntualmente a un elemento arquitectónico que no resulta imprescindible para el
correcto funcionamiento del edificio. Su ausencia puede desequilibrar la composición
pretendida originalmente y puede tener, al principio, consecuencias en la
legibilidad del espacio urbano, pero la ciudad asume sin dificultad esa
carencia. Dos ejemplos sirven de muestra:
- Iglesia
de Monserrat, en Madrid
- Catedral
de la Encarnación, en Málaga
Iglesia de Monserrat, en Madrid
La iglesia
de Nuestra Señora de Montserrat, en la calle San Bernardo de Madrid, tuvo
en proyecto dos torres flanqueando la fachada. La construcción arrancó en 1668
siguiendo un ambicioso diseño de Sebastián Herrera Barnuevo. La obra se
interrumpió por falta de recursos, aunque fue retomada en 1716 bajo la
dirección de un joven Pedro de Ribera. De nuevo, la escasez presupuestaria se
impuso y no se completó ni la cabecera, ni el crucero, ni su cúpula, pero esto
solamente se advierte desde el interior al estar la iglesia envuelta por otras
edificaciones. Tampoco se levantó una de las torres de la fachada, algo que sí
es constatable desde la calle, ofreciendo su imagen característica.
Catedral de la Encarnación, en Málaga
Algo parecido
sucedió con la catedral de la Encarnación de Málaga. Fue iniciada en
1525 y tuvo un largo y turbulento proceso en el que participaron, entre otros,
Enrique Egas, Diego de Siloé y Andrés de Vandelvira. Había tenido numerosas
interrupciones durante su proceso (habitualmente por dificultades financieras)
pero se dio por terminada en 1782, aunque verdaderamente no estaba concluida. Todavía
quedaban por ejecutar partes de importancia, como la cubierta de las bóvedas
(algo que ha generado muchos problemas de humedades sin llegar a solucionarse hasta
la fecha), también ciertos elementos decorativos y, sobre todo, la más
llamativa, la ausencia de la torre sur, que generó el apelativo popular de “la
manquita” para la catedral. La imponente fachada, que aspiraba a mostrar la
estabilidad y serenidad de una composición simétrica, se convirtió en una
muestra de desequilibrio, algo que ha alimentado muchos tópicos sobre la ciudad
y sus gentes.
El caso
de la fachada inexistente:
La fachada de
un templo cristiano es un elemento de gran significación, por lo que las cuestiones
constructivas y funcionales suelen supeditarse a la requerida expresividad simbólica,
que, por lo general, antes de la arquitectura moderna, exigía inversiones
elevadas (en elementos ornamentales y escultura, principalmente).
Esta
aspiración condicionaba que, ante la falta de recursos suficientes, no valiera cualquier
propuesta, aunque fuera más económica de lo previsto. En algunos casos, se optó
por aplazar su ejecución hasta que llegaran mejores tiempos, planteando un
cierre provisional en espera de ese momento. Dos muestras ejemplifican el caso:
- Iglesia
de San Lorenzo, en Florencia
- Basílica
de San Petronio, en Bolonia
Iglesia de San Lorenzo, en Florencia
Los dos
templos italianos indican que esos aplazamientos temporales podían convertirse
en definitivos cuando la sociedad dejaba de considerar aquellos anhelos como
una necesidad imperiosa o cuando no se atrevía a intervenir en obras de los
grandes maestros de la antigüedad. Esa mezcla de temor estilístico con
relativización de la importancia de la gran fachada hizo que los recursos
exigidos se consideraran excesivos para tal fin y se destinaran a otras
cuestiones. En la iglesia de San Lorenzo en Florencia no se llegó a iniciar
la fachada que hubiera debido magnificar del tempo, mientras que, en la basílica
de San Petronio de Bolonia, sí comenzó a levantarse, pero solo en sus
primeros metros.
Basílica de San Petronio en Bolonia (en la Piazza Maggiore) |
La categoría de arquitecturas inacabadas no es la misma
que la de edificios interrumpidos. A lo largo de la historia ha habido muchas
construcciones que han tardado en finalizarse, incluso siglos, como sucedía con
algunas de las mayores catedrales europeas. De hecho, el afán por concluir estos
edificios servía, en muchas ocasiones, de acicate para cohesionar una sociedad. Ese estímulo positivo puede
agrupar a la comunidad convirtiéndolo en un símbolo que supera lo meramente
arquitectónico. La terminación de la Sagrada Familia de Barcelona
y el ardor identitario que la acompaña es un ejemplo. Otro caso emblemático, que tardó décadas en completarse,
fue el denominado Szkieletor, en Cracovia, un edificio de oficinas cuya
estructura incompleta definió el paisaje urbano de la ciudad entre 1975 y 2019,
fecha en la que, al fin, fue rematado. Quién sabe si algún día, la Torre de
David de Caracas podrá seguir un camino similar. Las arquitecturas
inconclusas son las que cerraron su ciclo renunciando definitivamente a
alcanzar su culminación y su presencia advierte de la existencia de conflictos
y frustraciones históricas. Como muestra, pueden citarse:
- Catedral
de Valladolid
- Catedral
de Siena
- La
gran mezquita inacabada de Rabat (Torre Hassan)
Catedral de Valladolid, plan ideal resaltando la parte ejecutada
La catedral
de la Asunción de Valladolid también sufre la ausencia de una de sus torres
de fachada (se construyó, se hundió en 1841 y nunca más se volvió a levantar),
pero esta carencia es lo de menos frente a la gravedad de una interrupción que abortó
un proyecto nacido para ser referencia. La traza de la catedral corresponde a Juan
de Herrera, uno de los arquitectos más influyentes de la arquitectura española,
que se incorporó en 1577 a un proceso que había sido iniciado cincuenta años
antes con escasos resultados. El autor del Monasterio de El Escorial propuso un
tipo de templo renacentista que, aunque quedaría muy lejos de completarse, sus
planos serían modelo para otros construidos en Iberoamérica. La falta de
recursos para un proyecto tan ambicioso, los gastos provocados por la cimentación
en una ubicación complicada (a su lado discurría el hoy oculto río Esgueva) e
incluso la polémica abierta por la sustitución del templo anterior, acabarían
por abortar el proyecto a mitad de su desarrollo. El corte radical es muy
evidente desde el espacio urbano circundante, manifestado en un heterogéneo planteamiento
que no estuvo a la altura de una obra tan relevante.
Piazza Jacopo della Quercia, junto a la catedral de Siena, espacio urbano donde se previó la nave central de la ampliación catedralicia
Dos siglos
antes, en 1339, se decidió ampliar la catedral de Siena. La iglesia
existente hasta entonces pasaría a ser el crucero del nuevo templo que se
pretendía construir para triplicar su capacidad. La peste negra de 1348
frustraría esas intenciones, aunque en la década transcurrida se lograron levantaron
parte de las fachadas que iban a delimitar el recinto. En la actualidad, la
antigua catedral sigue ejerciendo como tal, y resulta sorprendente como su
entorno muestra la estructura de la iglesia deseada reconvertida en espacio
urbano (Piazza Jacopo della Quercia)
La gran mezquita inacabada de Rabat (Torre Hassan)
Otros dos
siglos atrás, Rabat también sufrió un caso similar. En la capital de Marruecos,
la imponente Torre Hassan es un alminar truncado (hubiera debido medir 60
metros, pero solo llegó a 44) que iba a formar parte de la gran mezquita de
Rabat que resultó inacabada. Fue proyectada para ser una de las mayores del
mundo islámico con capacidad para acoger 40.000 fieles. Pero en 1199, la muerte
de su promotor, el califa almohade Yaqub al-Mansur, supuso que la obra fuera
abandonada al no ser considerada por sus sucesores. Hoy el lugar aparece como
una explanada pública en la que emergen los restos de aquella ambiciosa
construcción como testimonio de lo que no llegó a ser. Así, los numerosos arranques
de columnas, el inacabado alminar o alguna parte de los muros de delimitación
que llegó a levantarse recuerdan a sus visitantes que la historia también se
construye mediante renuncias obligadas. Este espacio inconcluso fue el escogido
para albergar los mausoleos de Mohamed V y Hassan II, abuelo y padre de Mohamed
VI, el monarca actual.
Urbanismo interrumpido
Ya se ha
comentado que a construcción de la ciudad es un work in progress, pero,
a pesar de eso, hay casos que no llegan a buen término. Existen desarrollos que
sufren crisis y no reciben las edificaciones proyectadas, al menos completamente,
quedando durante años en un limbo urbanístico. Pero, estos casos, que podrían
considerarse daños colaterales de los vaivenes de la economía, son diferentes a
la paralización definitiva de planes que se ven obligados a renunciar a sus
objetivos y culminación.
Algunos
proyectos urbanos responden a la visión de una élite que aspira a reconfigurar
la ciudad para servir mejor a sus intereses. Son estrategias urbanas que suelen
cesar ante la reacción contraria del contexto. Quizá el ejemplo primero y más
revelador es la transformación de París en tiempos del Barón Haussmann.
También puede servir de muestra la remodelación de Nueva York que tuvo
como principal ejecutor al master builder, Robert Moses, quien impulsó
el trazado de grandes autopistas interiores de conexión, aunque fuera a costa
de derribar barrios tradicionales completos. Sin dejar ninguna operación
interrumpida, esta estrategia se abandonó gracias a la contestación social,
encabezada por activistas urbanos como Jane Jacobs, que logró salvaguardar
entornos tan emblemáticos como Greenwich Village.
No obstante,
nuestra atención se dirige a otro tipo de “proyectus interruptus”: los
que, tras materializarse parcialmente, se ven suspendidos porque la idea
inicial es incompatible con la realidad (social, fundamentalmente). Muchas
veces la causa es la propiedad privada; en otras, es la presión social; en
cualquier caso, son barreras infranqueables. Un caso paradigmático es el de
ejes rectilíneos previstos en el planeamiento que no pueden completarse.
Ejes rectilíneos
que no se completan
En España
pueden citarse dos ejemplos de ejes interrumpidos:
- Paseo
Valencia al mar (actual Avda. Blasco Ibáñez) en Valencia.
- El
eje Platería-Felipe II, en Valladolid.
En Valencia,
en 1888 se presentó el proyecto Paseo de Valencia al mar de
Casimiro Meseguer que pretendía crear una gran vía de 100 metros de anchura
uniendo los jardines del antiguo Palacio Real con la playa (aunque ya había
habido un intento anterior). Pero esta gran arteria atravesaba el Poble Nou del
Mar (conformado por el Cabanyal, el Canyamelar y el Cap de França) que era un
municipio tradicional de pescadores independiente. En 1897 se realizó su anexión
a la capital y se volvió a la carga con la idea, aunque con un significativo
cambio de nombre que pasó a ser Paseo de Valencia al Cabañal. En su
entorno se fueron ubicando viviendas unifamiliares y edificios institucionales
(universitarios mayoritariamente) pero no llegó a consolidarse. La intención se
reactivó en 1959 con el Plan Parcial nº 13 (del Plan General de Valencia de
1946) redactado por Moreno Barberá y que, nuevamente, prolongaba el eje hasta
el mar, a través del Cabañal, previendo la construcción de edificios de
viviendas en altura. Tampoco se logró avanzar en la conexión con el mar, aunque
sí se asentó un incipiente distrito universitario. Un nuevo envite llegó con el
Plan General de 1986, que recuperaba la idea de apertura al Mediterráneo de la
que desde 1977 era conocida como Avenida Blasco Ibáñez. En 1998 el Ayuntamiento
instó la demolición de más de 400 inmuebles del barrio marinero, algunos de los
cuales habían sido declarados BIC (Bien de Interés Cultural) desde el
ministerio en 1993 en una intensa pugna política entre administraciones.
Finalmente, el enfrentamiento político y la fuerte e intensa movilización
vecinal salvaron definitivamente el barrio del Cabañal, que ha sido protegido
con el reciente Plan Especial del Cabanyal (PEC)
Paseo Valencia al mar (actual Avda. Blasco Ibáñez) y el barrio del Cabanyal
Muchos años
atrás, en Valladolid, otro eje vio interrumpido su trazado. En este caso
por la resistencia de una pequeña iglesia que estorbaba para lograr la calle
rectilínea que debía unir la plaza mayor de Valladolid, la plaza del Ochavo y
la plaza de San Pablo. Ya en el siglo XIX se había tenido la idea de crear una “Gran
Vía” apoyada parcialmente en ese trazado, pero la idea no prosperó. El eje
fue retomado por el Plan Cort de 1938, aunque tampoco este pudo materializarlo.
Frente a las intenciones de los planificadores, la resistencia de la Iglesia vallisoletana
y el amplio respaldo social de sus fieles lograron mantener en pie la pequeña iglesia
Penitencial de la Santa Vera Cruz. El gran trazado rectilíneo y continuo
(calle Platería / Calle Felipe II) no se culminó viéndose obligado a circunvalar
la manzana del templo.
El eje Platería-Felipe II, en Valladolid con la iglesia de la Vera Cruz separando las dos calles |
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