La arquitectura residencial de los bulevares
haussmanianos completa la imagen del París del Segundo Imperio (Boulevard
Haussmann/ Rue La Fayette)
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Con este cuarto y último artículo cerramos la serie sobre
las transformaciones de París ocurridas a mediados del siglo XIX, durante el
Segundo Imperio. En anteriores entregas nos acercamos a los antecedentes y las intervenciones en la estructura urbana y territorial, así como a la estructura verde.
En esta ocasión, abordamos las implicaciones en la arquitectura y en las infraestructuras, fijándonos también en
otras operaciones (por ejemplo las dos Exposiciones
Universales celebradas en 1855 y 1867) que tuvieron importancia en la
definición del nuevo París.
Los grandes bulevares haussmanianos son inseparables de la
arquitectura que los conforma. Una nueva
tipología residencial definió un ambiente general (perfectamente
reconocible en la actualidad). Pero de igual forma, la reestructuración
parisina no se entendería sin los grandes
edificios públicos que actuaron como focos monumentales de perspectiva.
La nueva arquitectura residencial
parisina.
Generalmente,
la ciudad antigua se había caracterizado por la agregación orgánica de
edificios y, en consecuencia, por la configuración más o menos espontánea de las
calles. Con Haussmann el proceso se invierte. No obstante, había experiencias
anteriores de ciudad planificada a partir de la estructura viaria (en el
barroco por ejemplo), en las que la arquitectura se supeditaba a la concepción urbana
general. Por eso, el planteamiento
haussmaniano no fue original, pero si lo suficientemente rotundo y articulado como
para consolidar definitivamente el proceso de planificación de la “ciudad
moderna”.
Manzana parisina, la unidad en la diversidad.
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Las calles,
grandes bulevares y avenidas, marcarían las alineaciones estrictas de los
solares sobre los que se construirían las edificaciones. Las fachadas se
levantarían sobre los límites de los mismos, formando un continuo que definiría
sin ambigüedad el ámbito de lo público. Además, la arquitectura residencial no
sería autónoma, sino que se subordinaría ante el concepto urbano-ambiental
general, adquiriendo una homogeneidad que pocas veces antes se había
conseguido. La uniformidad fue fruto de una reglamentación muy rígida,
aunque comprensiva de los requisitos del mercado, ya que la práctica totalidad
de la actividad inmobiliaria fue desarrollada por iniciativa privada.
En cierto modo, la estética haussmaniana fue la de la calle-muro, un corredor definido con
precisión por categóricos planos verticales. El trazado de las vías respondió a
diversas razones, que ya han sido expuestas en anteriores entregas, pero baste
recordar que el tráfico se convirtió en el paradigma de la nueva
estructuración. Las personas quedaron en un segundo plano, ocultas tras los
muros indistintos de sus viviendas o inquietas dentro de un nuevo espacio
urbano que no había sido diseñado para ellas. Muchos analistas
urbanos consideran que el modelo haussmaniano fue el inicio de la desafección
de los ciudadanos con su espacio.
Boulevard Haussman / Rue Auber
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Con Haussmann,
la diversidad se vio sustituida por el predominio absoluto del Immeuble
de Rapport (edificios residenciales en rentabilidad, ideados para el
alquiler en su totalidad) que se levantaban sobre las manzanas definidas con
precisión por la reestructuración urbana.
Eran edificios más altos y más densos, que contrastaban radicalmente con
los antiguos. Su formalización fue producto de la aspiración especulativa de
obtener el máximo aprovechamiento a los solares disponibles. Las construcciones
se llevaron hasta los máximos técnicos, e incluso, en muchas ocasiones, poniendo
en cuestión su habitabilidad (con numerosos ejemplos que incluían reducidas
viviendas interiores y escasamente ventiladas e iluminadas por ínfimos patios).
Rue Eugen Sue / Rue Simart. Un ejemplo de manzana de
extraordinaria densidad.
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El Immeuble de Rapport inauguraría un nuevo modo de vida urbana.
Estos edificios, generalmente de siete plantas, elevaron la altura de la
ciudad, que hasta entonces no superaba las cuatro o cinco. Contaban con el uso
comercial en planta baja y con una estratificación en los restantes seis niveles
de apartamentos de alquiler, desde el entresuelo a la buhardilla. Las
jerarquización social del edificio se constataba en las rentas asignadas, que
iban descendiendo conforme se subía de planta (es llamativa la comparación con
la situación actual, tras la revolución provocada por los ascensores).
Grabado clásico mostrando la estratificación social
característica de los Immeubles de Rapport del Segundo Imperio.
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Las fachadas
se diseñaron siguiendo un estilo neoclasicista (inspiradas en modelos
anteriores, como el establecido en la rue
Rivoli por Percier y Fontaine), incorporando simetrías, y en las que se destacaron
las líneas horizontales que, habitualmente, continuaban de un edificio a otro.
Estas líneas, determinadas por huecos (balcones, ventanas), impostas y
cornisas, se marcan en fachadas planas, sin retranqueos ni salientes
considerables, y alineadas estrictamente al borde del solar establecido (formando
un gran plano vertical que refuerza las hileras rectilíneas de los árboles). El
acabado más habitual fue de revocos claros (blancos, cremas, etc.), imitando a la
piedra tallada, con más o menos decoración en función de la localización del
inmueble (en las mejores ubicaciones puede aparecer realmente la piedra). Las
cubiertas abuhardilladas con sus recubrimientos grisáceos de zinc o plomo proporcionaron
el contraste de color tan característico.
La
proliferación de estos inmuebles y la uniformidad repetitiva que presentan sus
fachadas, los elevó a la categoría de modelo urbano. Un modelo que proporciona
una imponente presencia no exenta de “monumentalidad” y que, a la postre, se
convertirá en la imagen icónica, no solo del París del Segundo Imperio, sino de
la ciudad en general.
Nuevos servicios y dotaciones en la
ciudad.
Ferrocarril
El ferrocarril llegó a París en 1837, con el modesto
embarcadero de Europa (futura estación de Saint-Lazare).
La red ferroviaria parisina se fue construyendo principalmente durante la
década de 1840, con el trazado de las líneas radiales y sus estaciones (la
primera fue la Gare d'Austerlitz,
abierta en 1840, a la que seguirían la Gare
Saint-Lazare en 1842, la Gare du Nord
en 1843, la Gare de l'Est y la Gare de Lyon, ambas entre 1847 y 1849).
No obstante muchas de estas estaciones serían remodeladas durante el Segundo
Imperio.
Esquema ferroviario en el parís del Segundo Imperio
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Uno de los objetivos incluidos en el plano directriz de
las transformaciones parisinas era la comunicación entre las estaciones ferroviarias
entre sí, por medio de grandes bulevares. Las
estaciones ferroviarias fueron entendidas como las nuevas “puertas” de la
ciudad y por ello, desde ellas debían partir grandes ejes urbanos de circulación.
Además las propias estaciones se convirtieron en uno de los “monumentos” de la
nueva sociedad industrial, razón por la cual las modestas instalaciones
existentes serían remodeladas y ampliadas.
Por ejemplo, la insuficiente Gare du Nord original fue
demolida y levantada de nuevo con mayor ambición entre 1861 y 1865, según el
proyecto del arquitecto Jacques Hittorff (1792-1867). Otras estaciones serían
ampliadas considerablemente, como la Gare Saint-Lazare (Alfred Armand y
Eugène Flachat, 1867), la Gare de Lyon (François-Alexis
Cendrier , 1855) o la Gare Montparnasse (Victor Lenoir , 1852). Las
ampliaciones y el incremento del número de vías necesitaron superficies mucho
mayores que las iniciales, lo cual implicó reestructuraciones importantes en
las calles de los entornos.
Gare du Nord.
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Caso aparte merece la línea de Petite Ceinture (pequeño
cinturón), un trazado de doble vía que con 32 kilómetros circunvalaba la ciudad
por el interior de los actuales boulevards
des Maréchaux. Se abrió entre 1852 y 1869 para unir las estaciones con el
objetivo de servir al tráfico de mercancías, aunque finalmente también
transportó pasajeros. La aparición del Metro le hizo perder el tráfico de
personas y desde 1934, fue perdiendo paulatinamente el de mercancías, hasta
quedar abandonada a principios de la década de 1990.
Equipamientos públicos
(y privados) e infraestructuras urbanas.
La estrategia general basada en la apertura de grandes vías
se complementó con la construcción de grandes edificios monumentales que transformarían
la imagen de la ciudad y otorgaron sentido a la gran estructura urbana. Estos
edificios no se ocultaron inmersos en una trama (como sucedía habitualmente en
la ciudad antigua) sino que emergían como hitos referenciales convirtiéndose en
fondos para las grandes perspectivas (siguiendo el criterio barroco).
Además, los tiempos modernos vieron aparecer nuevas
necesidades que requirieron nuevos
servicios ciudadanos, por lo que el programa de equipamientos fue amplio y
diverso. Y complementariamente, la ciudad se dotó de infraestructuras primarias (o
mejoró las existentes en algún caso), como el abastecimiento de aguas, redes de
alcantarillado, iluminación de gas en las calles o transporte público con
coches de caballos.
La fiebre
constructora del Segundo Imperio (más allá de la edificación residencial
privada) se demuestra en la extensa nómina de edificios públicos que fueron
levantados durante ese periodo. Desde la Ópera, el hipódromo de Longchamp, la galería norte del Louvre, el Hôtel-Dieu, los asilos de Vincennes,
del Vesinet o de Sainte-Anne, el Hospital Tenon,
el Tribunal de Comercio, hasta imponentes teatros, cuarteles, mercados (como Les Halles) , escuelas, iglesias, o los mairies d'arrondissement, los ayuntamientos
de barrio.
Como emblemas de estos equipamientos públicos podría
seleccionarse la gran remodelación de la Île
de la Cité y la construcción del gran edificio de la ópera. La Île
de la Cité (ya comentada en un artículo anterior de esta serie) se
deshabitó casi por completo para transformarla en el gran centro administrativo
y representativo de la ciudad.
La Ópera de Garnier
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Por su parte, la conocida como Ópera
Garnier, por el arquitecto que la diseñó, Charles Garnier (1825-1898),
se convirtió en la eterna referencia desde que se convocó el concurso para su
construcción en 1861 hasta que logró inaugurarse en 1875, catorce años después
(paradójicamente, el buque-insignia cultural del Segundo Imperio sería
inaugurado durante la Tercera República).
La ciudad burguesa se va mostrando diferente a la anterior
gracias a la presencia de esos hitos
monumentales de iniciativa pública. Pero no serán los únicos responsables del
cambio ya que nuevos elementos, también de majestuosa presencia aunque en este
caso de carácter privado, acompañarán a los anteriores en la conformación del
ambiente urbano, consiguiendo un elevado protagonismo tanto de imagen como de
influencia en la vida de los ciudadanos. Los nuevos edificios acogían los usos requeridos
como consecuencia de la nueva economía, caracterizada por la concentración de
capitales, la eclosión del sector terciario, la revolución comercial o la
aparición de ofertas de consumo inéditas hasta ese momento. En las
localizaciones estratégicas de la ciudad comenzaron a situarse grandes almacenes (La Samaritaine, los Magasins
Réunis, etc.), grandes hoteles
con cientos de habitaciones (Grand Hôtel
du Louvre, Hôtel Continental,
etc.) o edificios sedes de bancos y
compañías de seguros que harían de París un gran centro financiero. Complementariamente, la vida urbana se vería
potenciada por la proliferación de ofertas comerciales muy variadas en las
plantas bajas de los edificios y, en particular, por la animación producida por
cafés y restaurantes.
Las exposiciones universales del Segundo
Imperio (1855 y 1867)
La celebración de ferias y muestras de carácter local, o
incluso nacional, contaba con una larga tradición, particularmente francesa. Pero
tras el éxito de la Gran Exposición de la
Industria de todos las Naciones que se celebró en Londres en 1851, se inició
un nuevo tipo de evento, las Exposiciones
Universales.
Estos eventos se convirtieron en grandes acontecimientos
concebidos como un escaparate público, utilizado por países y ciudades para dar
a conocer los adelantos de la industria, el comercio y las artes. La línea comenzada
por el Crystal Palace de Londres,
determinaría el carácter de las siguientes exposiciones y su extraordinaria
repercusión abrió los ojos a los gobernantes sobre las posibilidades de
promoción de sus ciudades y territorios. Esta visibilidad exterior
proporcionaba notables mejoras en las relaciones comerciales con otros lugares
y aumentaba el negocio turístico, pero, además también aportaba otros
beneficios “internos”, ya que incrementaba notablemente el orgullo ciudadano. La
potencia de la imagen proyectada por las Exposiciones Universales fue (y sigue
siendo) muy deseada.
Tras la Exposición Universal londinense, la segunda se
celebró dos años después en Nueva York (en el Bryant Park). París se incorporó rápidamente a la lista, ya que la
tercera se organizó en la capital francesa.
En 1853, un año después de la institución del Segundo
Imperio, Napoleón III buscaba un golpe
de efecto para afianzar su posición y transmitirla al exterior. Una
Exposición Universal parecía el medio más adecuado. La decisión tomada se
concretaría en 1855 con la celebración de la primera gran exposición parisina,
que inauguraría una serie desarrollada durante el resto del siglo XIX. Así se
celebraría la de 1867, todavía dentro del marco político del Imperio, y posteriormente
las de 1878, 1889 (en la que se levantó la Torre Eiffel) y 1900.
Plano de la ubicación de la exposición Universal de
1855.
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Para la Exposición de 1855 se construyó un impresionante
edificio que era, en cierto modo, una réplica del Crystal Palace. Se ubicó en
los Campos Elíseos, que en aquellos años ya se perfilaba como la gran avenida
representativa de la capital francesa. No obstante, la industria francesa no se
encontraba al nivel tecnológico de la británica y el edifico, aunque mayor que
el londinense, tuvo que cerrar sus fachadas con ladrillo dejando solamente para
la cobertura la espectacular estructura de hierro y vidrio. El Palais de l'Industrie, fue obra del
arquitecto Jean-Marie-Victor Viel y del ingeniero Alexis Barrault (finalmente
este edificio sería demolido en 1896 y en su lugar se ubicarían el Petit Palais y el Grand Palais).
Unos años después, se volvería a impulsar una nueva
Exposición que debía consolidar el prestigio francés y la solvencia de su
régimen político. Además París había cambiado mucho en la docena de años
transcurridos, debido a los trabajos dirigidos por el Baron Haussmann. La
transformación de la capital era asombrosa. Un nuevo París estaba emergiendo y había que mostrarlo. Incluso,
para magnificar el acontecimiento, se contrataría al gran músico Giuseppe Verdi
para la composición de una ópera que sería estrenada en el evento (Don Carlo) y a Gioachino Rossini se le
encargaría el himno oficial del mismo.
En 1867, París acogió esa nueva Exposición Universal. Para
esta ocasión el terreno escogido fue el Campo de Marte, la gran explanada que
servía para desfiles y otros fines militares. El edificio que allí se levantó,
siguiendo el proyecto del ingeniero Jean-Baptiste Krantz y del arquitecto
Léopold Hardy, fue un óvalo gigantesco de 490 por 380 metros (que sería
desmontado tras el evento). La gran explanada, colmatada por la inmensa
“Galería de máquinas”, tendría continuidad al otro lado del rio Sena, donde,
para habilitar espacio libre se niveló la colina de Chaillot (el Trocadero).
Grabado de la colosal Galerie des Machines de la
Exposición Universal de 1867.
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París había mutado y su nuevo aspecto fascinó al mundo
entero. El resultado era un modelo
urbano inédito (la ciudad posliberal) que cumplía con los requisitos de la
nueva civilización industrial y
representaba, por fin, las aspiraciones de la burguesía emergente. No
obstante, este modelo resultaría contradictorio porque si bien solucionó
problemas de la vieja ciudad, abrió otros insospechados que comprometerían su
evolución. La flamante referencia urbana sería muy criticada por los
nostálgicos de los entornos antiguos que denostaban esa ciudad sometida al
funcionalismo y entregada a los vehículos y a la especulación. Pero marcó el
comienzo definitivo de la ciudad moderna, ante la cual no había alternativa.
Napoléon III había logrado asombrar con el nuevo París, pero
la megalomanía urbana (y su política belicista con los vecinos germánicos)
estaba vaciando las arcas de la capital y de la nación. París se encontraba
desbordada por la deuda (mil quinientos millones de francos frente a los
quinientos que inicialmente estaban previstos) y las críticas hacia Haussmann
arreciaron, incluso acusándole de amparar la corrupción. El tiempo demostraría
la integridad de Haussmann pero, a principios de 1870, unos meses antes de la
caída del emperador, el Barón fue cesado. Su sustituto, Léon Say, seguiría
contando con Belgrand y especialmente con Alphand, de manera que la Tercera
República finalizaría la obra inconclusa del Barón. El depuesto Napoleón III
volvería a su exilio londinense donde fallecería tres años después.
Por su parte, tras varios años de retiro, Haussmann volvería
a la política activa en 1877 cuando logró un acta de diputado en las cortes
nacionales. Sus últimos años los dedicó a escribir sus memorias, un extenso
texto en el que justificó su actuación, aunque
la historia del urbanismo ya le había reservado un lugar de privilegio por la
impresionante e influyente labor realizada durante los diecisiete años en los
que estuvo al frente de la gran transformación de París.
Muchísimas gracias por este aporte!!! Genial toda la info!
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