Los siete rascacielos estalinistas de Moscú.
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A principios
de la década de 1930, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
sufrió una involución, que fue política
(la democracia fundacional dio paso a la dictadura estalinista) y también
cultural y artística.
La incipiente
vanguardia rusa, que había soñado con crear un nuevo mundo, fue abortada dando
paso a un eclecticismo reaccionario que retornaba a los anacronismos del final
del siglo XIX. En 1931, el concurso para el Palacio
de los Soviets de Moscú marcó el punto de inflexión, ya que su polémico
resultado, premió el monumentalismo historicista y desdeñó las propuestas más
avanzadas. La Segunda Guerra Mundial paralizó su proceso de construcción, pero
una vez finalizada la contienda, Stalin ansiaba mostrar el poderío del régimen
comunista. Por eso, en 1947, puso en marcha la edificación de ocho rascacielos
que celebrarían el octavo centenario de Moscú.
El Palacio no llegaría a construirse nunca pero
sí lo hicieron sus siete hermanas (la
octava no llegó a nacer). Entre 1953 y 1955, en plena Guerra Fría, los rascacielos
estalinistas de Moscú fueron
surgiendo y lo hicieron con diferencias radicales respecto a sus competidores
occidentales, principalmente porque su razón de ser no fue económica, sino
simbólica. Durante décadas, estos edificios, de imagen tan característica,
serían los más altos de Europa.
Podría interpretarse
como una paradoja el hecho de que el socialismo
real ruso se lanzara a construir rascacielos. Estos edificios colosales
habían nacido en Norteamérica (concretamente en Chicago y en Nueva York). Surgieron
gracias a las capacidades ofrecidas por diferentes tecnologías (estructuras de
acero, ascensores, etc.) que recogieron y solucionaron el reto lanzado por el
capitalismo inmobiliario: obtener el máximo aprovechamiento (y beneficio económico)
al suelo.
Pero desde
1918, en la Unión Soviética se había abolido la propiedad privada del suelo y,
además, la capacidad de construir quedó
como una atribución exclusiva de los soviets. Así pues, en un país inmenso,
cuyo suelo era de titularidad pública y la evolución urbanística estaba en
manos de la Administración, no parecía lógico ver aparecer el modelo que representaba
el máximo nivel de especulación sobre el suelo urbano.
Pero los rascacielos no son solamente la
consecuencia arquitectónica de un entorno económico particular. Son el sueño de la ambición. Son torres
que ascienden orgullosas hacia los cielos, mostrando una escala “sobrehumana”
que parece transformar a sus promotores en dioses. El rascacielos es, también, un símbolo.
Y es esta
cuestión, precisamente, la que movió a Stalin a proponer los grandes edificios
que transformarían Moscú (y otras ciudades de la órbita soviética). Los rascacielos
moscovitas nacieron como una alegoría del socialismo triunfante y, como veremos
más adelante, mostrarían importantes diferencias respecto a sus competidores
occidentales, entre las que destacan su particular y extemporáneo estilo, los
usos diversos a los que fueron destinados o su distribución urbana por la
ciudad.
El concurso del
Palacio de los Soviets, cambio de rumbo estilístico.
La década de
1920 pareció poner fin a los interminables años de sufrimiento que el arranque
del siglo XX había hecho padecer al pueblo ruso. A la Primera Guerra Mundial,
se le había sumado la Revolución de 1917, que desencadenaría una Guerra Civil
que no finalizaría hasta 1922, con la creación de la URSS. El advenimiento del
régimen comunista fue un acontecimiento recibido con gran esperanza por una
parte de la población, tanto rusa como internacional, que veía en él la
alternativa ideal frente a los excesos del modelo capitalista. Existía la
sensación de que se iniciaba un nuevo mundo, llegando a creer que la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas sería la utopía realizada.
Los artistas se lanzaron con
entusiasmo a crear el nuevo escenario que debía acompañar a la nueva vida. Durante la década de 1920, poetas y
novelistas, pintores y escultores, ingenieros y arquitectos pusieron en marcha,
con deslumbrante creatividad, un movimiento que se posicionaría entre los más
avanzados de las vanguardias artísticas del siglo XX.
Pero esa expectativa
sería abortada radicalmente en la siguiente década. Tras la muerte de Lenin
(1870-1924), el líder fundacional, se sucedieron las maniobras políticas de
Stalin (1878-1953) hasta que consiguió alzarse con el poder absoluto e
instaurar una dictadura oscura e incontestable, echando por tierra el idealismo
inicial. El mundo del arte también sufrió las consecuencias de este cambio. Los
planteamientos del nuevo régimen eran diametralmente opuestos a los que habían
inspirado la refundación soviética y certificaron
la defunción de la modernidad rusa a la vez que daban paso al denominado
“clasicismo proletario”. La vanguardia sería eliminada, y sus artistas y
sus obras, denostados e incluso perseguidos.
La nueva
imagen del régimen optó por el academicismo, retornando al lenguaje clásico. La
decisión no era casual ya que el convencionalismo de las formas clásicas era reconocible
para los ciudadanos, ya que había representado a la élite de la Rusia zarista.
Se intentaba trasladar esa estética al pueblo, de forma que la arquitectura “hablara de la grandeza del proletariado”
como escribió Anatoli Lunacharski. La imagen grandilocuente que había acompañado
a los magnates del antiguo régimen zarista debía ser ahora disfrutada por el
pueblo (otra cuestión es que eso fuera una realidad, más allá de las clases
privilegiadas de la nomenklatura soviética,
porque la masa social se tendría que conformar con edificios prefabricados,
repetitivos y anodinos que serían a la postre los que determinarían el nuevo
paisaje urbano que se adueñaría de las ciudades soviéticas).
(Tanto la vanguardia soviética como el
“clasicismo proletario” y sus
repercusiones urbanas serán tratados en próximos artículos).
El giro copernicano de la arquitectura
rusa comenzó a escenificarse en el Palacio
de los Soviets,
un grandioso edificio que debía construirse a poca distancia del Kremlin.
El Congreso
de la recién creada URSS, celebrado en diciembre de 1922, había acordado
construir en Moscú un gran complejo arquitectónico que acogiera todos los usos
necesarios para la administración del nuevo Estado. En él se integrarían las numerosas oficinas
ejecutivas y salas de reuniones del amplio programa, además de dos inmensos
auditorios (para 15.000 y 6.500 personas), bibliotecas, espacios para
conferencias, y un gran espacio exterior en el que pudieran reunirse unas
50.000 personas. El conjunto aspiraba a ser la materialización constructiva de
la nueva era que comenzaba entonces.
El proceso
para su diseño fue largo y tortuoso. Tras una consulta interna se acabó
lanzando, en 1931, una convocatoria internacional a la que acudieron 160 arquitectos.
La expectación que suscitó fue inusitada, evidenciada por la asistencia de
grandes maestros como Le Corbusier, Walter Gropius, Hans Poelzig o Erich
Mendelshon entre otros, y por supuesto, los principales arquitectos rusos.
Proyectos del concurso para el Palacio de los Soviets.
Arriba la historicista propuesta “veneciana” de Vladimir Shchuko. En el medio
el proyecto de Le Corbusier. Debajo la idea de Auguste Perret.
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El fallo del
jurado fue polémico, ya que premió el monumentalismo historicista desdeñando las
propuestas más avanzadas. Se argumentó que muchos participantes habían prestado
más atención a la presentación de formas novedosas o al encaje del extenso programa
de usos que al requisito fundamental de crear un edificio-hito, cuya belleza y
proporciones expresaran la representatividad que deseaba el régimen. En la
mente de las autoridades soviéticas estaba la idea de que el edificio simbolizara
el triunfo del comunismo soviético sobre el capitalismo y esto les llevaba a preferir
las garantías del monumentalismo constatado frente a los experimentos inciertos.
Se estaba fraguando el cambio de rumbo hacia la visión reaccionaria. El
resultado soliviantó al mundo intelectual que tildó la decisión de insulto al
espíritu de la Revolución.
El proyecto vencedor Palacio de los Soviets de Boris
Iofan, en su formalización final (con la gigantesca estatua de Lenin). Algunas
críticas se refieren irónicamente a él como el “pastel de boda”.
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La ronda
final adjudicó la victoria al proyecto de Boris Iofan (o Yofan) (1891-1976), quien
concibió su edificio como un extraordinario pedestal que sería la base para una
estatua al “trabajador libre”. El proyecto seleccionado se sometió a una
intensa revisión, siguiendo las sugerencias directas de Stalin. El dictador
deseaba alcanzar una altura superior y también la sustitución de la estatua de
coronación por otra mucho mayor, dedicada a Lenin. Las modificaciones fueron
realizadas por un equipo constituido por el propio Iofan junto a Vladimir
Shchuko (1878-1939) y Vladimir Gelfreikh (1885-1967). La versión final fue
presentada en 1934 y crecía notablemente en altura, desde los 260 metros hasta
los 415 metros, además de magnificar el “pedestal” para la gigantesca escultura
de Lenin (que dejaba pequeña a la Estatua de la Libertad neoyorquina) y de
aumentar el aforo del gran auditorio principal que podría llegar a albergar
21.000 asistentes.
Planta y Sección de la propuesta final para el Palacio
de los Soviets.
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El lugar
escogido para levantar ese colosal edificio se encontraba próximo al Kremlin, aunque
entonces estaba ocupado por la Catedral
de Cristo Salvador. La iglesia fue considerada un “lujo innecesario” por
los gobernantes soviéticos (que, además vieron la posibilidad de aprovechar su
gran cantidad de oro para los maltrechos fondos del régimen). Se decretó su
derribo y la catedral, que se había levantado entre 1839 y 1883, fue demolida
en 1931.
La
cimentación del Palacio de los Soviets
se completó en 1939 y, en 1941, se encontraban levantados los primeros niveles
de la imponente estructura de acero. Pero la invasión alemana de la Unión
Soviética y la entrada de ésta en la Segunda Guerra Mundial paralizó la obra. Además,
las necesidades de acero obligaron a desmantelar las estructuras para ser
utilizadas en la defensa de Moscú.
El proyecto del Palacio de los Soviets acabaría muriendo y, años después, en 1958, la gran
excavación sería utilizada para la construcción de una inmensa piscina pública que, con un vaso
circular de 129,5 metros de diámetro, era la mayor al aire libre del mundo.
Finalmente, con la caída de la Unión Soviética, las continuas reclamaciones de
la iglesia ortodoxa rusa fueron atendidas y la piscina sería desmontada para
recuperar el lugar de culto original. Tras
un minucioso trabajo de reconstrucción histórica, la Catedral de Cristo
Salvador volvió a tomar forma entre 1994 y 2000.
Las siete torres
“hermanas”.
La victoria
en la Segunda Guerra Mundial dio impulso a la política de Stalin, que acabó
enfrentado con sus antiguos aliados. La tensión surgida entre el occidente
capitalista y el bloque comunista oriental fue alimentando una Guerra Fría que, afortunadamente, no fue
más allá de los gestos. Una de las múltiples escenificaciones de este conflicto
se escenificó en la arquitectura. El “socialismo real” triunfante no podía carecer
de grandes edificios en altura, mientras que sus enemigos los presentaban con
orgullo como la quintaesencia de la tecnología y de los logros del sistema
capitalista.
Se atribuye a
Stalin la frase siguiente: “Ganamos la
guerra y ahora los extranjeros vendrán a Moscú, caminarán por ella y no verán
rascacielos. Si comparan nuestra ciudad con las capitalistas será un golpe
moral para nosotros”.
La solución
vino con la excusa que proporcionaba el octavo centenario de la ciudad. Moscú había
sido fundada en 1147 y, en 1947, habían
transcurrido ocho siglos que
motivarían ocho colosales edificios que se unirían al Palacio de los Soviets, sobre el que todavía se mantenían las
esperanzas de construirlo. Los rascacielos estalinistas pretendían
demostrar el poderío soviético y se convertirían en el símbolo que se
enfrentaría a los rascacielos que identificaban a las grandes ciudades
occidentales, particularmente las norteamericanas, como Nueva York o Chicago. Pero
el Palacio de los Soviets y una de esas
ocho torres no llegarían a construirse.
Las otras
siete torres sí se construyeron y el hecho de hacerlo a la vez, sumado a sus
similitudes estilísticas, llevó a que fueran conocidas como las “Siete Hermanas”. Durante décadas estos rascacielos serían los
edificios más altos de Europa (la mayor de las torres, la de la Universidad
Estatal de Moscú, fue el más elevado del continente hasta 1991). Los siete rascacielos
se levantaron entre 1948 y 1955 y Stalin, que murió en 1953, no pudo ver su
sueño arquitectónico totalmente cumplido.
La fallida octava torre estaba ubicada en
el barrio Zaryadye, junto a la Plaza Roja, el Kremlin y la Catedral de San
Basilio. Era un edificio administrativo diseñado por Dmitry Chechulin (quien también
se encargaría del rascacielos residencial de Kotélnicheskaya Náberezhnaya). Pero el proyecto fue retrasándose
porque su ubicación siempre ofreció muchas dudas. Se pensaba que su proximidad
al Kremlin perjudicaría la imagen del centro de gobierno soviético que se vería
empequeñecido ante una mole de tal tamaño. Por eso, cuando murió Stalin, fue
abandonado, dejando definitivamente en siete el número de rascacielos
estalinistas. En la ubicación del malogrado rascacielos, se encargó al mismo
arquitecto el diseño del edificio sustituto: el gigantesco Hotel Rossiya, construido entre 1964 y 1967 y que fue el hotel
más grande del mundo hasta 1990. Este hotel fue demolido en el año 2006 e,
inicialmente, en su inmenso solar se iba a construir un nuevo hotel diseñado
por Norman Foster, pero este proyecto también fue cancelado. En la actualidad
se prevé la construcción de un gran parque, cuya ejecución seguirá el proyecto
ganador del concurso que se anunció en noviembre de 2013, habiendo recaído en
los arquitectos Diller
Scofidio + Renfro (los autores del High
Line Park de Nueva York). Zaryadye
Park será la alternativa verde a la Plaza Roja de Moscú.
No obstante,
los moscovitas no reconocen la denominación de “Siete Hermanas” para referirse a sus rascacielos estalinistas (algo
parecido a lo que sucede con la “ensaladilla rusa”). Pero, al margen de su
etiqueta, ese conjunto disperso de grandes torres, levantadas a la vez, marcó
la evolución de la capital. Son las siguientes:
- Universidad Estatal de Moscú
- Hotel Leningrado (Hilton Moscow Leningradskaya)
- Hotel Ucrania (Radisson Royal Hotel)
- Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia
- Edificio Administrativo de la Plaza de la Puerta Roja
- Edificio de viviendas en Kotélnicheskaya Náberezhnaya
- Edificio de viviendas en Plaza Kúdrinskaya
Los siete rascacielos estalinistas de
Moscú nacieron con importantes diferencias respecto a sus competidores
occidentales. El
estilo anacrónico que adoptaron, los usos diversos a los que fueron destinados
o su distribución urbana, fueron algunas de sus señas de identidad propias.
La primera diferencia se aprecia en la
imagen extemporánea de los edificios. El rumbo que adoptó la arquitectura soviética a partir
de los años treinta, eliminando las propuestas de vanguardia y optando por un historicismo
monumental y ecléctico, determinaría el estilo de los nuevos rascacielos.
Algunos
críticos se han referido al estilo de las siete grandes torres como “gótico estalinista” y, aunque las autoridades
soviéticas destacaron, en su momento, la originalidad de sus edificios, el
paralelismo de esos rascacielos con algunos ejemplos norteamericanos es
revelador (baste, por ejemplo, fijarse en el Woolworth Building neoyorquino que había sido terminado en 1913 o
en el Manhattan Municipal Building
finalizado en 1914, que habían sido construidos casi medio siglo antes). El
anacronismo de las siete hermanas se evidencia al compararlas con otros
edificios de su tiempo, como puede ser el Seagram
Building, el icono que construyó Mies van der Rohe en Nueva York entre 1954
y 1958 o las realizaciones de la contemporánea Segunda Escuela de Chicago.
Otro rasgo
particular es que frente a los
rascacielos occidentales, mayoritariamente destinados a oficinas, los
moscovitas albergaron usos diversos. Dos edificios fueron destinados para hoteles,
dos para la Administración del Estado, otros dos para viviendas y uno para uso
universitario.
Las Siete Hermanas de Moscú. Los dos hoteles (Izda., Leningrado;
dcha., Ucrania)
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Dos hoteles:
Hotel Leningrado (Hilton Moscow
Leningradskaya) y Hotel Ucrania (Radisson
Royal Hotel)
Entre 1949 y
1954 se construyó el Hotel Leningrado diseñado por el arquitecto Leonid Polyakov
(1906-1965). Su altura alcanza los 136 metros y domina la plaza Komsomolskaya, en el noreste moscovita,
junto a una de las vías radiales que se dirigen al centro de la ciudad. En 2008
se reinauguró, tras una intensa rehabilitación, como establecimiento asociado a
la cadena Hilton (Hilton Moscow
Leningradskaya)
El Hotel
Ucrania fue construido entre 1953 y 1957, en la ribera del rio Moscova, al oeste
de la ciudad. Fue proyectado por los arquitectos Arkady Mordvinov (1896-1964) y
Vyacheslav Oltarzhevsky (1880-1966). Es la segunda torre más alta de las “Siete Hermanas” llegando hasta los 198
metros. Durante veinte años fue el hotel más alto del mundo. En 2010, tras tres
años de profunda remodelación, abrió de nuevo sus puertas como Radisson Royal Hotel.
Las Siete Hermanas de Moscú. Los dos edificios
administrativos (Izda., Ministerio de Asuntos exteriores; dcha., Edificio de la
Puerta Roja)
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Dos edificios administrativos: Ministerio
de Asuntos Exteriores de Rusia y Edificio de la Plaza de la Puerta Roja
El
rascacielos del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética
permanece cumpliendo esa misma misión para la actual Federación Rusa. Fue
construido entre 1948 y 1952 con proyecto del arquitecto Vladimir Gelfreikh (1885-1967).
Sus 172 metros de altura dominan la plaza Smolenskaya-Sennaya
en el distrito Arbat de Moscú.
Por su parte,
la otra torre administrativa fue creada para alojar el Ministerio de la
Industria Pesada soviético y construida entre 1948 y 1953, alcanzando los 133
metros de altura. Fue diseñado por los arquitectos Alexey Dushkin (1904-1977) y
Boris Mezentsev (1911-1970) en el punto más alto del cinturón verde moscovita,
en el noreste de la ciudad. En la actualidad acoge dependencias del Ministerio
de Transporte, de la Bolsa rusa y de otras instituciones. El cambio de uso lo
ha redenominado, siendo hoy conocido como el Edificio de la Plaza de la Puerta Roja dada la proximidad de este
acceso histórico.
Las Siete Hermanas de Moscú. Los dos complejos de
apartamentos (arriba, Kotelnicheskaya; debajo, Kudrinskaya)
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Dos edificios de Viviendas: Edificio
de viviendas en Kotélnicheskaya
Náberezhnaya y el de Plaza Kúdrinskaya
También las
viviendas fueron destino para alguno de los rascacielos estalinistas, aunque
sus residentes fueron altos funcionarios del estado y personas de las clases
privilegiadas soviéticas (estos apartamentos se encuentran en la actualidad muy
solicitados).
La primera
torre, situada en el este de la ciudad, junto al rio Moscova es la conocida
como Torre del muelle Kotelnicheskaya
(Kotélnicheskaya
Náberezhnaya). Los 176 metros de altura de la torre principal del edificio acogen
32 plantas residenciales. Fue construido entre 1947 y 1952 según proyecto de
los arquitectos Dmitry Chechulin (Tchetchouline) (1901-1981), que también fue diseñador
de la gran piscina del solar del Palacio
de los Soviets y arquitecto jefe de Moscú entre 1945 y 1949, y Andreï K.
Rostkovski.
Por su parte,
el edificio residencial de la Plaza Kúdrinskaya
fue levantado entre 1949 y 1954 alcanzando los 160 metros. El proyecto fue
redactado por Mikhail Posokhin (1910-1989), quien sería arquitecto jefe de
Moscú entre 1961-1980.
Las Siete Hermanas de Moscú. Los Universidad Estatal de
Moscú
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Un edificio universitario: Universidad
Estatal de Moscú
Entre 1947 y
1953 se levantó el impresionante edificio de la Universidad Estatal de Moscú (Universidad Estatal M.V. Lomonósov) según
proyecto del arquitecto Lev Rudnev (1885-1956). Es el mayor de todos los
rascacielos estalinistas ya que la torre alcanza los 240 metros de altura. Se
encuentra ubicado en la colina de los gorriones (Vorobióvy Gory) en el suroeste de la ciudad.
Al margen de las
cuestiones estilísticas y de las derivadas del programa de usos, la principal diferencia entre las
propuestas occidentales y los rascacielos moscovitas es su inserción urbana.
En las
ciudades norteamericanas, los grandes edificios se alinean unos junto a otros
siguiendo las habituales retículas del trazado urbano y, sobre todo, siguiendo
la lógica de concentración del sistema capitalista, llegan a constituir núcleos
con gran densidad de los mismos (los denominados Downtown, que tomaron su nombre de la proliferación de edificios
altos en la parte baja de la isla de Manhattan y acabó designando a los centros
de negocios de las grandes ciudades, caracterizados por esa concentración de
rascacielos).
En Moscú, la
estrategia urbana fue diferente ya que los rascacielos se encuentran en
posiciones muy distantes, en lugares estudiados para convertirse en hitos
estructurales de la ciudad. La intención escenográfica y propagandística es muy
directa. Su ubicación los situaba como fondos de perspectiva en una clara
alusión a la ciudad barroca y, en particular, a aquella Seconda Roma de los Papas, en la que se
implantaron obeliscos en ciertos espacios públicos para actuar como focos que reestructurarían
la imagen de la ciudad.
La evolución
urbana de Moscú era un tema de intenso debate que había producido diferentes
propuestas en los primeros años tras la Revolución (1918, 1922 y 1925) e
incluso había suscitado el interés internacional durante los primeros años
treinta con la participación de Ernst May o Hannes Meyer. Pero a mediados de
esa década cuando se confirmó el rumbo ideológico estalinista, la ciudad
también replanteó sus estrategias. En 1935 se aprobó el Plan que finalizaba con
los debates urbanos y las propuestas experimentales, poniendo encima de la mesa
el “realismo” socialista como “arte de Estado”, siendo la única vía a seguir (y
que había arrancado con el concurso para el Palacio
de los Soviets). Con este Plan, Moscú consolidaría su idea de ciudad
compacta, potenciando su estructura radioconcéntrica, con grandes arterias
orbitales y radiales que convergían en el Kremlin. Sobre esta base, y con el
objetivo de reforzarla, se ubicarían las Siete
Hermanas como grandes hitos referenciales.
Las siete “hermanas” de Stalin ya no
son los únicos rascacielos de Moscú. En los últimos años se han ido construyendo nuevas
torres. Por ejemplo, el Triumph Palace, un
rascacielos de 264 metros que alberga 1000 apartamentos y fue inaugurado en
2003 siguiendo una estética pseudoclasicista. Otros, en cambio, han seguido el
estilo internacional imperante del acero y el vidrio, como los que se están
levantando actualmente en el Centro
Internacional de Negocios de Moscú, que se convertirán, una vez concluidos,
en algunos de los más altos de Europa (como la Torre Federación que liderará el ranking con sus 360 metros sin contar
la antena).
El Hotel Ucrania y detrás, al otro lado del rio, los
emergentes rascacielos del MIBC (Centro Internacional de Negocios de Moscú).
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Pero los
rascacielos estalinistas conservan ese halo mágico que evoca una época pasada,
de recuerdo nostálgico para unos y lúgubre para otros. Y desde luego, su imponente presencia sigue siendo
trascendental para el paisaje urbano de la ciudad, en el que emergen como
emblemas de un periodo clave de la historia de Moscú.
con todo el respeto, no se donde ve usted las similitudes entre los rascacielos historicistas de moscú y varsovia con los historicistas estadounidenses, para empezar los moscovitas eran una mezcla entre el gótico (aguja y azotea) y neoclásico (fachada) además de que la forma es abosoltamente e indiscutiblemente original, única, no existente en ningun otro edificio hasta entonces, me refiero a la composición de volumenes claro está, no puedes comparar las torres estadounidenses con los "castillos" moscovitas, estas hablando con alguien que entiende de arte, que se ha pasado mucho tiempo buscando rascacielos de eeuu del pasado, demolidos, etc. asi que no hagas copypaste, copiar y pegar textos de otras paginas, los rascacielos moscovitas solo tienen su parecido con los estadounidenses en la ambición de construir simbolos con el objeto de igualar las proezas de eeuu. punto.
ResponderEliminarAnónimo del 3/10/2014: creo que la observación de las fotos que ilustran el artículo (Manhattan Building y Woolworth) son suficientemente elocuentes de la idea que se quiere expresar respecto a la relación estilística. No obstante cada uno apreciará en ellas lo que desee. Respecto a llamar "copypaste" al hecho de compartir ideas con otras personas, me parece excesivo, pero nuevamente, cada uno puede opinar lo que estime oportuno. No obstante, gracias por la lectura y el comentario.
EliminarInteresantísimo reportaje. Al margen del acierto que pudiera tener el comentario de " anónimo", sus formas groseras de "listillo" es lo más desagradable de esta página. Muchas gracias por publicar tan interesante reportaje,...... y para quitarse el sombrero su respuesta a "anónimo del 3/10/2014.
ResponderEliminarExtraordinario Blog y artículo. Todo un descubrimiento. Gracias y felicidades
ResponderEliminarGracias por toda la información, hoy mismo estoy en uno de los siete edificios, el de viviendas de la plaza Kudrinskaya , en uno de sus apartamentos y me he leído su artículo, me ha gustado mucho. Saludos desde Moscú.
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