Bolonia “la roja” inició un intenso debate sobre la
restauración de los centros históricos de las ciudades.
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Bolonia es
una ciudad italiana con una larga historia, cuyo nombre se asocia a cuestiones
diversas. Por ejemplo, actualmente, el Plan
de Bolonia es conocido por todo el mundo como el que adapta los programas
de estudios universitarios para unificarlos dentro del espacio europeo, pero
hace algunos años, el Plan de Bolonia era la singular e
influyente propuesta de rehabilitación de su centro histórico.
Abordaremos
esta experiencia en dos etapas. En este primer
artículo, nos aproximaremos a la conformación
histórica de su casco antiguo y a la particular idiosincrasia política de
Bolonia tras la Segunda Guerra Mundial, ya que fue gobernada por el Partido
Comunista durante más de cincuenta años consecutivos y, salvo un paréntesis de
cinco años, la izquierda sigue dirigiendo actualmente la ciudad (la Bolonia
“roja” debido a su color característico, lo es doblemente por el tinte político de sus gobernantes).
Esta
circunstancia hizo de ella un campo
experimental para las ideas urbanísticas de la izquierda, concretada en una
estrategia innovadora sobre la restauración de los centros de las ciudades, que
se convirtió, durante las décadas de 1970 y 1980, en una referencia para las intervenciones en la ciudad antigua, iniciando
un debate que todavía sigue abierto en muchos aspectos.
En la segunda parte, abordaremos las propuestas fundamentales del Plan para el Centro Histórico de Bolonia
y una reflexión sobre el mismo, desde la óptica que nos proporcionan los
cuarenta y cinco años transcurridos desde entonces.
Italia es un
país de “centros históricos”, como dijo Mario Fazio en 1976. Muchas de sus
ciudades cuentan con cascos antiguos espectaculares, donde las obras singulares
(arquitectura y espacios públicos) conviven con conjuntos edificados capaces de
crear paisajes urbanos monumentales y de gran valor artístico y cultural. Por
eso, no es de extrañar que, aunque el debate sobre qué hacer con la ciudad
heredada no era una novedad en la década de 1960, fuera Italia, y
particularmente Bolonia, el lugar desde el que se liderara una corriente que
defendía la conservación con unas claves particulares e innovadoras en el
momento histórico de su aparición.
Entonces, Bolonia,
que contaba con un destacado núcleo histórico en decadencia y una larga tradición intelectual (allí
nació, en 1088, la primera universidad europea), dirigió la mirada hacia su
espacio central, con el deseo de recuperarlo social y arquitectónicamente para
devolverle su protagonismo urbano.
Bolonia antigua, la
sedimentación de una larga historia.
El entorno
boloñés está habitado desde tiempos remotos. Ya hubo allí un asentamiento
etrusco (denominado Felsina) antes de
la colonia que los romanos fundaron el año 189 a.C. con el nombre de Bononia, como parte de la estrategia de
asentamientos que establecieron a lo largo de la via Emilia, la nueva calzada que iba a estructurar el sur de la
llanura padana.
La via Emilia era una de las arterias
importantes de Roma. Conectaba Rímini, en el mar Adriático, con Piacenza, en el
valle del Po, acompañando el borde de las laderas septentrionales de los montes
Apeninos. Esa vía recogía el tráfico procedente desde el norte y, desde Rímini,
lo reconducía hasta Roma, aunque con otro nombre: via Flaminia. La rectilínea via
Emilia fue la base para la creación de diferentes colonias que ayudarían a
consolidar el dominio sobre esas tierras. Bononia
fue una de ellas, junto a otras como Parma, Módena, Imola o Rímini.
Bononia se trazó con los rígidos criterios de
las ciudades coloniales romanas, con dos calles principales que se cruzaban en
el Foro: el Cardo máximo (actuales via
Ugo Bassi y Via Rizzoli) y el Decumano máximo, que daba continuidad a
la via Emilia (actuales via Massimo D’Azeglio y Via dell’ Independenza). Sobre esa base
se trazo la cuadrícula urbana formando un recinto aproximadamente cuadrado (aunque
no se tienen datos firmes sobre los límites que debía tener entonces la ciudad).
Con la caída del Imperio Romano y las invasiones bárbaras, parte de la
población huyó y los que permanecieron, se agruparon en una zona reducida que
sería más fácilmente defendible. Entonces, la menguada ciudad recibió un
cinturón amurallado del que sí se tiene constancia y que delimitaba una
superficie mucho menor que la original. Esta cerca se conoció como la Cerchia
di Selenite, en referencia a la piedra selenita que la constituía.
Sobre este lienzo se dispusieron, las cuatro puertas principales (Porta Ravegnana y Porta Stiera en el decumano y, en el cardo, Porta di San Procolo y Porta
di San Cassiano, llamada después di San
Pietro y Porta Piera). Posteriormente
se abrirían tres nuevos accesos: Porta
Nova, Porta Nova di Castiglione y
la Porta di Castello.
La definitiva
conquista de la zona por los lombardos modificó el rumbo evolutivo de la
ciudad. Éstos se ubicaron en el entorno de la Porta Ravegnana y plantearon la extensión radiocéntrica que variaría
la tendencia ortogonal de la ciudad romana. Extramuros se levantó el complejo
de la basílica de Santo Stefano que
se convertiría en el polo cultural de la nueva Bolonia medieval. Para recoger
estos crecimientos se levantó una cerca complementaria a la existente que sería
identificada como la “Adición Lombarda” (Addizione Longobarda).
Bolonia, ocupaba
una situación estratégica, en la encrucijada entre la via Emillia y el paso a través de los Montes Apeninos hacia
Florencia, lo que le proporcionó una gran prosperidad durante el Medievo, tanto
desde el punto de vista comercial y económico como por convertirse en lugar de
referencia intelectual (construyendo, como se ha comentado, la primera
universidad europea). Esta bonanza llevaría a las familias nobles y acaudaladas
a construir numerosas torres, de gran altura y muy estilizadas, que representarían
el emblema de su poder. La imagen de Bolonia cambiaría radicalmente con la
aparición de estas peculiares edificaciones, de las que quedan algunas en pie,
destacando entre ellas, la torre Garisenda
(48 metros) y la torre Asinelli (97,6
metros). La pujanza de la ciudad tuvo como consecuencia un crecimiento demográfico
que obligó a la ampliación del recinto urbano.
Las “dos torres” que se han convertido en símbolo de la
ciudad: La torre Garisenda a la izquierda y la torre Asinelli a la derecha.
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La segunda
muralla, conocida como la Cerchia del Mille, se levantó entre 1176
y 1192. Su perímetro alcanzó los 3,5 km y su superficie unas 115 hectáreas. En
ella se abrieron 18 puertas (que recibían el nombre de serragli o torresotti, por
lo que esta muralla también es conocida como la Cerchia dei Torresotti). Esta cerca recogía los arrabales que
habían ido surgiendo a partir de las puertas romanas y de la adición lombarda. La
ordenación de los crecimientos occidentales mantuvo la base reticular romana
que había quedado extramuros al levantar la Cerchia
di Selenite, mientras que la zona
oriental continuó con las directrices radiales lombardas.
A finales del
siglo XIII, Bolonia contaba con unos 60.000 habitantes siendo entonces la
quinta ciudad más poblada de Europa tras Córdoba, París, Venecia y Florencia. El
crecimiento de Bolonia aumentaba la densidad dentro de la Cerchia del Mille y forzaba a la aparición de nuevos asentamientos
extramuros. En este caso, resulta curiosa la “simetría” que se produjo en el
extremo occidental de la ciudad respecto al trazado lombardo oriental, ya que a
partir del final de la prolongación del antiguo decumano romano (donde se
encontraba la desaparecida puerta del Serraglio
di Barberia de la Cerchia del Mille),
se plantearon una nueva serie de vías radioconcéntricas que acabarían formando
el Borgo de San Felice.
Bolonia tal como aparecía en el Atlas Civitates Orbis
Terrarum en su versión de 1588.
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Finalmente, esta
muralla también sería demolida para plantear una nueva que ampliaría
considerablemente el recinto urbano (solamente se han conservado las puertas Torresotti di S. Vitale, di Castiglione, di Porta Nova y di Porta
Piella (o Govese). Esta tercera y
última muralla, que es la que delimita el casco histórico “oficial” de la Bolonia
actual, se completó en 1374 y fue conocida como la “Circla”. Contaba con un perímetro de 7,6 kilómetros que recogía una
superficie de unas 410 hectáreas y estaba rodeada de un foso, accediéndose a la
ciudad por doce puertas (con puentes levadizos). La ciudad se organizó entonces
en cuatro barrios (quartieres)
denominados según la puerta histórica (original romana) que los presidía (en
teoría, porque ya habían sido derribadas): Quartiere
di Porta Stiera, Quartiere di Porta
Ravegnana, Quartiere di Porta Piera
y Quartiere di San Procolo. Este
hecho, no muy habitual, de nombrar el barrio en recuerdo de una puerta ya
desaparecida, indica el aprecio de los boloñeses por su historia, constatado desde
tiempos lejanos.
Bolonia y sus cuatro barrios medievales.
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La envidiable
posición de Bolonia y su riqueza la convirtió en objeto de deseo entre los
diferentes poderes que luchaban por dominar la llanura padana. Bolonia pasaría
periodos de independencia, de dominio milanés y se convertiría finalmente en
referencia norte de los Estados Pontificios. La integración de Bolonia en el
territorio papal le hizo seguir el pulso de Roma durante varios siglos, y por
eso vivió con intensidad el movimiento
de Contrarreforma católica y sus manifestaciones artísticas.
El siglo XIX
sería convulso para la ciudad, ya que la soberanía de los Papas se vería
interrumpida con la invasión napoleónica aunque sería devuelta con la
Restauración. Luego volvería a ser truncada por la rebelión de 1831 que
declararía la efímera República de las Provincias Italianas Unidas y que
instaló en Bolonia su capital. Esta independencia duraría unos meses porque la
intervención austriaca restituyó el orden anterior. Pero las rebeliones se
sucedieron y tras años de disputas, con la unificación italiana se calmaría definitivamente
la situación.
Bolonia a principios del siglo XX comenzaba a desbordar
el núcleo histórico.
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Hasta el
siglo XX, Bolonia se mantuvo prácticamente en el interior de sus últimas
murallas, pero desde finales del siglo anterior se estaba constatando un
incipiente proceso de crecimiento vinculado al gran desarrollo industrial y
comercial que “explotaría” durante el siglo XX. La “Circla” sería demolida entre 1902 y 1906 para facilitar la
expansión de la ciudad siguiendo las indicaciones del Plano Regulador de 1889
(no obstante, muchas de las puertas fueron conservadas), y unos nuevos
bulevares perimetrales fijarían los límites del Centro Histórico de Bolonia.
Bolonia, la roja y el urbanismo de izquierdas.
El rojo del
omnipresente ladrillo y también de muchos estucos, es el color dominante de la
ciudad, justificando su apelativo de Bolonia
“la rossa”. Pero una nueva
circunstancia potenciaría la denominación de la “ciudad roja”. Desde 1945,
Bolonia estuvo gobernada por el Partido Comunista y se mantuvo en el poder,
nada menos que 54 años consecutivos, hasta que en 1999 el ayuntamiento pasó a
manos de una coalición de centro-derecha (aunque solamente por cinco años, ya
que desde 2004 la ciudad vuelve a estar gobernada desde la izquierda). Esta
insólita duración llevó a que la ciudad
fuera doblemente “roja”, tanto por el color de su arquitectura como por el de
los políticos que la gobernaban.
Bolonia era
una “isla” política en el contexto italiano de las grandes ciudades, dominadas
fundamentalmente por la Democracia
Cristiana. Por eso, la izquierda política boloñesa asumió la
excepcionalidad de su posición y emprendió, desde una óptica diferente, la
tarea de recuperar una ciudad, que había sido duramente castigada durante la
Segunda Guerra Mundial. El gobierno municipal
se planteó el objetivo central de apartar
a la ciudad del “caos generado por el
mercado capitalista”, intentando aportar una visión social al urbanismo
que, aunque consciente del relevante papel de la economía, debía centrarse en
solucionar los problemas reales de sus ciudadanos (con una importante población
obrera) realizando “un proceso de reivindicación global, basado en temas fundamentales de
la vida de un hombre: el derecho a un trabajo equitativamente retribuido,
el derecho a la vivienda como servicio social, el derecho a la enseñanza y a la
asistencia, en definitiva el derecho a la vida.” (Cervellati&Scannavini, Bolonia, política y
metodología de la restauración de centros históricos. 1973)
Plano mostrando las transformaciones producidas en el
centro histórico de Bolonia en el periodo 1901-1964.
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Las
autoridades municipales pusieron en marcha el proceso que debía desembocar en
una nueva planificación urbana de Bolonia realizando duras críticas a los
desarrollos anteriores de la ciudad, que se habían basado en la
descentralización industrial y terciaria (estrategia que inicialmente también
había sido apoyada por la izquierda urbanística italiana). Esta estrategia había
dejado el núcleo histórico a su suerte. El Centro no se había recuperado de los
importantes derribos que había sufrido en la guerra y, además, presentaba el
abandono de una parte sustancial de su parque de viviendas. Pero también se
enfrentaba a la falta de higiene y a los peligros de derrumbamiento de
edificios que se encontraban cerrados desde la contienda sin haberse reparado.
El gobierno
apostó por un alternativa centralizadora, motivando un nuevo modelo, limitado y
equilibrado cuyo propósito principal era
recuperar y recualificar el centro histórico de la ciudad. Algunos de los
ideólogos mostraron argumentos muy radicales, aunque finalmente aplacarían su
visión asumiendo las posibilidades que la realidad les ofrecía. Por ejemplo,
Antonio Cederna proclamaba que “la
propiedad privada del suelo es, pues, la mayor enemiga de la urbanística
moderna y, por tanto, de los hombres” (Appunti
per un’urbanistica moderna. Nº 15, 1972) o Pierluigi Cervellati y Roberto Scannavini escribían
preguntándose “¿Cómo es posible crear una
verdadera alternativa para una ciudad opresora, homicida, si el terreno
continúa siendo una inversión productiva, siguiendo la costumbre de una
política que socializa las pérdidas y hace privadas las ganancias?” (Cervellati&Scannavini, 1973).
Los
impulsores del Plan eran conscientes de las resistencias que iban a encontrar
porque, en sus palabras, “resulta claro,
entonces, cómo una intervención del tipo propuesto para el centro histórico de
Bolonia se ponga en una completa contradicción
con todos los principios ideológicos y fines especulativos de la clase
dominante, desde el momento en que se planea una conservación del tejido
urbano, imponiendo, como condición irrenunciable, el control público de las
zonas a intervenir, para garantizar la permanencia de los mismos grupos
sociales que ahora lo habitan y procurando al mismo tiempo el reequilibrio de
toda la ordenación territorial” (Cervellati&Scannavini,
1973).
Lo revolucionario en aquellos años era
la conservación en sentido integral, tanto en términos arquitectónicos y espaciales como en
términos sociales y humanos. En consecuencia, el gobierno de Bolonia inició una
serie de políticas para mantener a los
residentes tradicionales de la ciudad histórica. La región había tenido una
importante industria armamentística, que en esos años estaba decayendo, lo cual
estaba obligando a muchos trabajadores a emigrar a otros lugares. La clase
obrera era la base electoral del Partido Comunista y su emigración podía poner en
riesgo el mantenimiento del poder municipal en Bolonia. El hecho de que las
políticas estuvieran encaminadas a mantener esa población en la ciudad fue una
de las críticas que recibió, tachando a la propuesta de “clientelista”.
Pero en el
centro de la ciudad, además de la población obrera (y colectivos vulnerables),
también había numerosos comerciantes, artesanos y pequeños propietarios
rurales. Por esta razón, también se propondrían una serie de medidas que debían
satisfacer a las clases medias. Este esfuerzo integrador (obrero-burgués) se
lograría gracias a la deriva que estaba tomando el Partido, que se presentaría
como un nuevo “comunismo democrático” (desligado inequívocamente del modelo
soviético, cuestión que facilitaría los acuerdos de los años setenta con la
Democracia Cristiana).
Imagen del casco antiguo boloñés antes de las
intervenciones impulsadas por el Plan del Centro Histórico.
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La recuperación
y conservación del Centro de la ciudad fue el camino a seguir. La
rehabilitación de los centros históricos no era una idea nueva. Ya se había
puesto en marcha en otras ciudades italianas y francesas porque, en muchos
casos, la reconstrucción de posguerra se estaba mostrando poco respetuosa con
el patrimonio. Pero, el problema que se denunciaba era que la recuperación de
los espacios solía conllevar la expulsión (“deportación” en palabras de algunos
radicales) de los residentes tradicionales, que eran sustituidos por nuevos
residentes con un poder adquisitivo mayor, como consecuencia de un urbanismo
liberal (un proceso conocido como gentrificación).
Esta cuestión
era bien conocida por los redactores del Plan: “El resultado concreto de cualquier operación es inexorablemente
siempre el mismo: la expulsión de las clases menos pudientes hacia las zonas
más pobres de la ciudad y la sustitución de la «residencia pobre» por
residencia de lujo o por dotaciones terciarias. Lo que diferencia la
especulación actual de la anterior, es que ahora las ganancias se obtienen mucho
más velozmente y en una medida mucho más amplia, no actuando ya casa por casa,
monumento por monumento, sino liquidando barrios enteros de una sola vez” (Cervellati&Scannavini, 1973)
Pero además
de la lucha contra la gentrificación, los responsables de Bolonia irían más
allá, pretendiendo que estos habitantes se implicaran en la reconstrucción de
su ciudad, aportando sus ideas, que serían gestionadas por un nuevo cargo
público: los Consigli di quartiere,
consejeros de barrio, que actuarían como “interface” entre la base social y los
responsables políticos. Esto anunciaba unos procesos de participación ciudadana inéditos hasta entonces.
Las
propuestas formales sorprenderían porque se apartaban del pensamiento comunista
de posguerra, que había alentado el funcionalismo del Movimiento Moderno y los
grandes conjuntos de vivienda como solución al problema del alojamiento. En
Bolonia, el cambio social se sustentaría en la conservación, concretada en
políticas de preservación, restauración y rehabilitación. Se trataba de
recuperar las esencias del centro de
Bolonia. Para detectar esas señas de identidad, se realizó a una paciente y rigurosa
recogida de información, con informes socioeconómicos, demográficos y por
supuesto arquitectónicos. No se pretendía inventar un pasado (como ya había
sucedido en otras épocas como por ejemplo en las “recuperaciones medievales” de
Viollet Le Duc) y por eso se sucedieron a lo largo de los años sesenta
diferentes estudios sectoriales (con la dirección de Leonardo Benevolo) y se
realizaron investigaciones tipológicas en los que participaron figuras relevantes
como Saverio Muratori o Gian Franco Caniggia. Desde la exhaustiva recopilación
de datos se realizó un proceso científico de análisis y diagnóstico que no
quería dejar nada al azar. Se definieron tipologías y elementos constructivos
característicos y, sobre todo, se potenció la noción de ambiente monumental que otorgaba una importante responsabilidad en
la conformación del paisaje urbano a los edificios anónimos residenciales, que
en su conjunto eran capaces de aportar una imagen tan importante como la que
proporcionaban los elementos primarios,
los grandes edificios de la ciudad.
En 1969 el
Ayuntamiento de Bolonia aprobó la modificación del Plan urbanístico vigente (que
era de 1958) respecto al Centro histórico de la ciudad (Variante urbanistica di salvaguardia, restauro e risanamento).
Sobre esta base se comenzó a trabajar en un nuevo Plan que recogería todas las
claves y regulaciones, determinanado la evolución del casco antiguo boloñés.
Pierluigi Cervellati lideró el proceso desde su posición de arquitecto municipal,
tanto del primer plano como del posterior PEEP
Centro Storico (Piano di Edilizia
Economica e Popolare, Plano de Edificación Económica y Popular), que sería
aprobado en 1973.
La ciudad se convirtió así en un
laboratorio en el que experimentar ese nuevo modelo urbano y social al que
aspiraba el “comunismo democrático”. Bolonia debía servir de “botón de muestra” de una nueva
forma de abordar la rehabilitación integral de los cascos históricos de las
ciudades y, desde luego, suscitó la atención de todo el mundo. El “experimento
Bolonia”, irrumpió con fuerza en el panorama urbanístico internacional, iniciando
un profundo debate sobre los centros históricos en las ciudades modernas.
En la segunda parte de este artículo nos aproximaremos a los
planteamientos fundamentales del Plan del
Centro Histórico de Bolonia, que respondieron a su proclamado y radical
contenido social. Hoy, cuarenta y cinco años después, sigue abierto el intenso
debate que provocó este Plan en toda Europa, y por eso, obviando algunas de las
propuestas utópicas que realizó y aunque el contexto socioeconómico y cultural
haya cambiado de forma muy notable, repasaremos
la actualidad de algunas de sus ideas.
Llegue por la referencia que me indico mi director de Trabajo Final. Gracias por el articulo, muy claro y me sirve de puntapie para adentrarme en el caso.
ResponderEliminarMuy buen artículo
ResponderEliminar¿Podrían citar de donde sacan los mapas, de libros , pàginas web?
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