Bruselas. Grand Place.
|
Representar es una palabra que al ser aplicada a
las ciudades adquiere, al menos, una doble significación. Por una parte
encontramos el concepto de representación, que se refiere a la
creación de elementos sustitutivos, evocadores de la propia ciudad a través de
la cartografía, de las vedutes o de
imágenes muy variadas. Por otra parte descubrimos la representatividad, una
noción más compleja por la que la Arquitectura y el Espacio Urbano son capaces
de personificar y simbolizar con una gran fuerza expresiva consideraciones
acerca de nuestros ancestros y su legado.
Vamos a
acercarnos a la Grand Place de Bruselas como
ejemplo de representatividad, ya
que el espacio más emblemático de la capital belga se erige como testimonio de
la burguesía gremial que la creó. Uno de los motores principales de la
incipiente vida urbana medieval fue el constituido por los gremios o
corporaciones, asociaciones socio-profesionales para la defensa de los
intereses de sus miembros. Estos primeros “burgueses” (habitantes de los
“burgos”, denominación medieval para las ciudades) construyeron los espacios
urbanos dejando reflejados en ellos sus rasgos colectivos esenciales.
Representar, en un
sentido urbano.
“[L’architecture] a eu ce privilège à travers les siècles de
symboliser pour ainsi dire chaque époque, de résumer, par un très petit nombre
de monuments typiques, la manière de penser, de sentir et de rêver d’une race
et d’une civilisation”.
“[La arquitectura] ha
tenido a través de los siglos este
privilegio de simbolizar, por decirlo de alguna manera, a cada época, de
resumir con un reducido número de monumentos típicos el modo de pensar, sentir
y soñar de una raza y de una civilización”.
Guy de Maupassant. La Vie Errante, 1890.
Representar es una palabra polisémica, aunque en
general invoca ausencias. Tanto si nos referimos a la actuación en nombre de
otra persona o colectivo, como si se interpreta una realidad o una ficción, o
si se desea rememorar algo o a alguien, estamos trayendo a un primer plano lo
ausente.
En el término Representar, al ser aplicado a las
ciudades, destaca una doble significación. Por una parte encontramos el
concepto de representación, que se refiere a la creación de elementos
sustitutivos, evocadores de la propia ciudad a través de la cartografía, de las
vedutes o de imágenes muy variadas. Los
dibujos y maquetas suplantan la realidad y aunque en sus inicios se hicieron de
forma intuitiva y aproximada, con el avance de las técnicas han llegado a
ofrecer una gran precisión “a escala”.
Por otra
parte, descubrimos la representatividad, una noción más
compleja por la que la Arquitectura y el Espacio Urbano son capaces de personificar
y simbolizar con una gran fuerza expresiva consideraciones acerca de nuestros
ancestros y su legado. El espacio puede convertirse en el detonante de la
evocación, en una suerte de portavoz de un grupo social.
Los grupos
humanos, sean clases sociales, asociaciones o colectivos de cualquier tipo, se
definen por el hecho de compartir una determinada ideología (tomada como una
forma de entender el mundo), una mentalidad, una forma de comportamiento, unos
símbolos, unos hábitos de consumo y también, desde luego, un gusto estético que
los acaba caracterizando.
Desde la Edad
Media y hasta la actualidad, los burgueses-ciudadanos de las principales
ciudades han aspirado a construir espacios que dieran servicio a sus
necesidades y que expresaran con claridad sus deseos y sus logros. Esto es más
notorio en comunidades orgullosas de sí mismas, que anhelan dejar como legado
sus conquistas. Los grupos sociales de éxito, una vez alcanzada la riqueza,
actúan de forma similar a los individuos que ascienden en las motivaciones de
la Pirámide de Maslow y buscan el reconocimiento, escribiendo su historia como
forma de pervivencia. El arte o la forma de vestir entran en consideración,
pero también la arquitectura y el espacio urbano son símbolos definitorios. Los
trazados urbanos, los monumentos o la edificación más doméstica, son igualmente
mensajes para la historia, para las generaciones futuras. Más allá de vanidades
u ostentaciones, se detecta un espíritu de la época, a veces nítido y rotundo,
y a veces ecléctico y desconcertante, que identifica a cada grupo humano.
El sector occidental de la Grand Place desde el
campanario del Ayuntamiento.
|
La Grand Place de Bruselas es el espacio más
emblemático de Bruselas, en el que una nueva clase social urbana dejó
constancia de su forma de ser y de actuar, de sus fracasos y de sus éxitos, de
sus enfrentamientos como colectivo ciudadano frente al poder nobiliario, de las
tensiones y de los consensos alcanzados. Siglos después, aquellos ciudadanos
orgullosos son representados por el espacio que los convoca para que nos
transmitan los valores permanentes que nos ayudan a completarnos como seres
humanos.
La burguesía gremial
de la Edad Media.
“Stadtluft macht frei”.
“El aire de la ciudad
hace libre”.
Proverbio
alemán medieval
La caída del
Imperio Romano dio paso a la Edad Media, periodo que comenzó con un declive muy
importante de la vida urbana que derivó en una ruralización de las sociedades y
en la implantación del sistema feudal. El feudalismo medieval se sustentaba en
una sociedad estamental dividida básicamente entre unas clases dominantes y
privilegiadas (que gozaban de privilegios) integrada por la nobleza y el clero
y unas clases sirvientes (atadas por contratos de servidumbre) como el
campesinado.
Esta
situación comenzó a cambiar con el florecimiento del comercio y el asentamiento
de los artesanos, que ofrecieron una alternativa al estancado campesinado
rural. Estos nuevos grupos sociales fueron escapando del control y de la sumisión
feudal, reuniéndose en las ciudades, demostrando que no eran siervos y que dependían
de su propio trabajo. Uno de los motores principales de la incipiente vida
urbana medieval fue el constituido por los gremios o corporaciones, que eran asociaciones
socio-profesionales para la defensa de los intereses de sus miembros. Tras
siglos de desconcierto, estas agrupaciones fueron consiguiendo la emancipación
de los esquemas medievales.
El término
“burgués” se refiere, inicialmente, a los habitantes de las ciudades de la Baja
Edad Media (cuyos nuevos crecimientos se denominaban burgos, borgos, burgs, bourgs en los diferentes idiomas europeos). Con esa etiqueta se
identificaba a personas que no pertenecían a ninguno de los estamentos
medievales, no estaban sujetos a la jurisdicción feudal y cuyas actividades
principales eran las de mercaderes, artesanos o alguna de las incipientes
profesiones liberales.
Poco a poco
las ciudades prosperaron y se convirtieron en la clave para el cambio
social. La imagen de las ciudades evolucionó
y junto al castillo, la catedral y el palacio episcopal, en los que residían los
antiguos valores feudales, se irían levantando nuevas construcciones que
simbolizaron el poder burgués, como los mercados, las casas comunales y los
ayuntamientos.
Detalle de la casa 18 integrada en las Casas de los
Duques de Brabante. Se aprecian las efigies de los duques y el emblema del
gremio de los Cuatro Santos Coronados.
|
Los burgueses
fueron creando sus propias instituciones, tanto para su orden interno como para
los gobiernos locales. El corporativismo y la solidaridad fueron ingredientes
fundamentales de la vida municipal y, en consecuencia, una de las organizaciones más influyentes durante el Medievo fueron los
gremios. Los gremios surgieron como agrupaciones profesionales temáticas
que reunían a todos los artesanos de un mismo oficio (como carpinteros,
cuchilleros, tejedores, etc.). Fueron un mecanismo de defensa frente al poder
feudal y también un organismo regulador de la labor de sus miembros. Los
gremios controlaban férreamente el trabajo, la oferta y la demanda, fijaban
precios y alcanzaron una influencia importantísima en las ciudades, llegando a
contar con representantes en el gobierno de la ciudad.
Cada gremio
se estructuraba en tres niveles: los maestros, los oficiales (asalariados) y
los aprendices (que no recibían remuneración). Como explica el historiador y
catedrático Manuel Riu, “La organización artesanal abarcaba a los aprendices, oficiales y
maestros de los distintos oficios. La enseñanza de un oficio no se realizaba en
las escuelas sino en los talleres, mediante un contrato que firmaban, ante
notario y testigos, los padres del aprendiz con un maestro de su elección. Este
se comprometía a tener al aprendiz en su casa, por un periodo de tres a cinco
años, llegando incluso a ocho años –según la dificultad o complejidad de los
oficios-, alimentarle, vestirle, calzarle y enseñarle el oficio. Se han
conservado en los archivos notariales numerosos contratos de este tipo. Durante
el tiempo del aprendizaje el muchacho trabajaba para el maestro sin percibir
salario alguno. Una vez terminada su formación podría alquilar sus servicios
como oficial y seguir en el taller percibiendo un salario o ir a trabajar con
otro maestro, si se sometía a un examen y realizaba una obra maestra ante un
tribunal escogido por el gremio. El gremio registraba los ejercicios en el
“Libro de Pasantías”.
Algunos gremios admitían en su seno a
los oficiales, otros sólo a los maestros capacitados para tener taller propio.
Si el número de oficiales de un determinado oficio era muy elevado, éstos
tenían dificultades para culminar su oficio y, así mismo, para ingresar en el
gremio correspondiente. En el siglo XV los gremios tendieron a hacerse
cerrados, y solo los hijos (o los yernos) o parientes próximos podían conseguir
sucederles en el taller y seguir ejerciendo con plenos derechos el oficio.
El gremio, gobernado por unos cónsules,
elegidos anualmente entre los maestros de mayor prestigio o influencia, un
clavario o tesorero guardián de las llaves de la caja gremial, y unos
inspectores, buenos conocedores del oficio, llevaba un registro de marcas o
señales y era quien autorizaba la apertura de nuevos talleres. En muchas
ciudades o villas, los artesanos del mismo oficio, o de oficios afines,
trabajaban en la misma calle, plaza o barrio. Así surgieron las calles de
sombrereros, plateros, guanteros, cuchilleros, dagueros, botoneros,
carpinteros, cordeleros, pergamineros, peleteros, guarnicioneros, cerrajeros,
caldereros, olleros, etc.”
Los gremios
eran una estructura compleja que, en términos actuales, daba servicios de
sindicato, de colegio profesional, de mutua de seguros y pensiones, etc. Igualmente
proporcionaba una identidad a sus miembros que se sentían orgullosos de
pertenecer a la corporación y desfilaban con satisfacción bajo su bandera. Nuevamente,
Manuel Riu comenta que “Las asociaciones
artesanas, bajo la protección real y municipal, fueron aumentando a partir de
1218 y a lo largo del siglo XIII, siendo numerosas las corporaciones gremiales
surgidas en los siglos XIV y XV. Cada gremio, según ya se ha indicado, tenía
sus propios cónsules de oficio, elegidos anualmente o cada dos años, tesorero o
clavario (así llamado porque guardaba la llave de la caja) y sus inspectores.
Se regían por estatutos o reglamentos precisos, en los cuales se indicaban las
normas específicas que regían cada actividad artesanal, como la forma de ingreso,
las características del oficio y de las materias primas, los tipos, medidas y
calidades de los productos, los precios de venta de los mismos, la
administración del gremio, los controles de calidad o las penas a aplicar a los
infractores. El gremio velaba por el prestigio del oficio y sus inspectores
podían ordenar la destrucción de las piezas defectuosas. La agremiación se hizo
obligatoria, y todos los artesanos debían sufragar una cuota. El gremio se
encargaba, además, de perseguir el ejercicio libre de la profesión. (…) El
gremio se convirtió muy pronto en un organismo que no sólo velaba por el
prestigio del oficio y por los intereses de sus agremiados, sino que protegía
socialmente a éstos ante el infortunio, la enfermedad, la vejez o la muerte, atendiendo
a las viudas y los niños pequeños e incluso pagando el entierro y los
funerales, a los cuales debían asistir los compañeros. Un espíritu solidario
caracterizaba a las personas que desempeñaban el mismo oficio”. (RIU, Manuel. Historia Universal. Baja Edad Media. Océano
Grupo Editorial. Madrid, 1995)
El proceso de
emancipación del sistema feudal protagonizado por las ciudades no sucedió en
todos los territorios por igual. Por ejemplo, las ciudades alemanas e italianas
lograron una mayor autonomía municipal, y algunas de ellas, organizadas en
ligas de ciudades (como la “Hansa” o Liga Hanseática del norte de Europa),
prosperaron espectacularmente con el comercio, la artesanía y los oficios, y
con la aparición de las profesiones liberales. Frente a la nobleza y al clero,
la burguesía (el Tercer Estado) adquirió
suficiente poder económico como para que se le tuviera en cuenta a la hora de
regir los destinos de cada país.
Emblemas de los Siete Linajes medievales de Bruselas.
|
La burguesía gremial en Bruselas.
Bruselas,
situada en la ruta que unía Brujas con Colonia, dos de las ciudades importantes
de la Liga Hanseática, prosperó enormemente gracias al comercio textil de lino,
paño y tapices. Este negocio estaba controlado por las familias más poderosas
que constituyeron los “Siete Linajes”.
Los linajes constituyeron una primera “nobleza urbana” que fue obteniendo una
serie de privilegios políticos y comerciales del Duque de Brabante, hasta que,
además del poder económico, se alzaron con el control político, repartiéndose
los cargos de gobierno entre ellos (siete linajes de los que salían los siete
jueces que controlaban las siete puertas de la ciudad). Los linajes acordaban
con el villicus, que era el
representante del Duque en la ciudad, la elección anual del escabino (magistrado que regía la
ciudad) y del jurado (que lo complementaba). Se tiene constancia de que esta
oligarquía existía al menos desde el año 1306.
Por su parte,
los artesanos, como medida de protección ante abusos, comenzaron a agruparse en
gremios. En Bruselas estaban reconocidos 49 gremios que se agruparon en nueve
comunidades denominadas “Nueve Naciones”.
La rebelión
de los gremios de 1421 contra la autoridad de los linajes se saldó con la
entrada de los primeros en el gobierno de la ciudad. En ese año se aprobó una
nueva constitución municipal que regulaba el reparto de poder entre los
“patricios” (linajes) y los “plebeyos” (gremios). El acuerdo se mantendría
hasta 1795. La nueva constitución establecía un gobierno para la ciudad
compuesto por diecinueve personas. Diez procedían de los Siete Linajes y nueve de los gremios. Los diez miembros de los
linajes tenían asignados los puestos de primer burgomaestre, siete concejales
delegados (échevins) y dos tesoreros.
Los nueve representantes de los gremios recibían los cargos de segundo
burgomaestre, dos receptores y seis consejeros. Estos nueve se eran escogidos
por los patricios de una lista de 49 personas propuesta por los 49 gremios,
escogiendo a un miembro de cada “nación” para el gobierno municipal.
Bruselas, un mercado
nacido en una encrucijada.
El territorio
belga tiene un amplio historial de conflictos. Desde que el Imperio Carolingio
se desmembró en tres partes con el Tratado de Berdún del año 843 asignadas a
los tres nietos de Carlomagno (Lotario I gobernaría la zona central, denominada
Lotaringia; Luis el Germánico el lado oriental que acabaría convertido en el
Sacro Imperio Romano Germánico; y Carlos el Calvo en el sector occidental,
embrión del reino de Francia), la región centro europea estaría en permanente
disputa.
En el año
959, Bruno I de Colonia decidió la división de Lotaringia en dos ducados. Al
sur, en las tierras altas, el Ducado de la Alta-Lotaringia (que acabaría
convirtiéndose en el Ducado de Lorena) y al norte, en las tierras bajas, el
Ducado de la Baja-Lotaringia (que iría descomponiéndose en diferentes ducados).
Uno de los
más relevantes sería el de Brabante, creado a partir de uno de los feudos existentes
de la antigua Lotaringia y que se había mantenido como condado en la
Baja-Lotaringia. El Ducado de Brabante
se constituyó oficialmente en 1183 cuando Federico I Barbarroja, emperador del
Sacro Imperio Romano Germánico, lo concedió a Enrique I de Brabante.
Pero, dos
siglos antes de su conversión oficial en Ducado, en el año 979 siendo todavía
un condado, el emperador Otón II el Sanguinario mandó al entonces Conde de
Brabante la construcción de un castillo en una pequeña isla del rio Senne, la isla de Saint-Géry, para controlar el lugar, que era un sitio estratégico en el cruce de dos vías de comunicación y
transporte muy importantes de la época, una fluvial y otra terrestre. La
primera seguía el cauce del rio Senne,
que era navegable desde esa isla hasta el mar, a través de los diferentes
destinatarios de su caudal, comenzando por el río Dyle, luego el Rupel y
después el Escalda hasta desaguar en
el Mar del Norte. La segunda vía era el camino que conectaba el puerto de Brujas con el puerto fluvial de
Colonia y era una de las rutas comerciales más importantes de esa región. Así
pues, el lugar era una encrucijada trascendental puesto que permitía el cambio
de medio de transporte y por ello pronto destacó en cuestiones logísticas y
comerciales. Así pues, en la relevante
encrucijada se consolidaría un mercado (protegido por el castillo) e inmediatamente crecería a su lado una aldea.
La construcción de ese primer castillo (del que no se han encontrado restos) en el año 979, se considera el acto
fundacional de Bruselas.
Esquema de la primera muralla de Bruselas.
|
Aquella isla recibía
su nombre como homenaje al obispo de Cambrai, Saint Géry, quien había levantado
en ella, hacia el año 580, una capilla que evolucionaría hasta convertirse en
una iglesia. Pero la isla pronto resultó insuficiente para recoger el
extraordinario éxito del mercado y de su “burgo” asociado, así que comenzaron a
colonizarse los terrenos circundantes. La zona era bastante pantanosa y de esta
circunstancia derivó el nombre del nuevo asentamiento: en neerlandés medieval broek significaba pantano y sell quería decir ermita, de donde la
palabra Bruselas indicaría “ermita del pantano”.
El auge del
mercado bruselense llevó a la construcción de tres grandes naves (halles)
como mercados cubiertos: una para la carne (grande
boucherie), otra para el pan y una tercera para telas (halle aux draps, nave de los paños). Las naves pertenecían al Duque
de Brabante, quien recaudaba impuestos sobre las mercancías vendidas. Entre las naves quedó el espacio libre que
con el tiempo se convertiría en la Grand
Place.
El
crecimiento de aquella Bruselas embrionaria, llevó al traslado del poder
político a una colina que emergía a poca distancia del mercado (Coudenberg) y desde cuya altura se podía
controlar más eficazmente el floreciente mercado y el asentamiento vinculado. Hacia
el año 1100 se construyó allí un nuevo castillo que se convertiría en el Palacio de los Duques de Brabante, convirtiendo
a Bruselas en la capital del Ducado. Este edificio quedaría muy afectado por un
incendio en 1731 y sería derribado cuarenta años después, convirtiendo esos terrenos
en la actual Place Royale.
Área del primer recinto de Bruselas superpuesto en una
ortofoto actual.
|
En el siglo
XIII, la prosperidad de Bruselas hizo recomendable levantar la primera muralla de la ciudad (un
recinto peculiar, ya que de él salía un “brazo” para integrar el palacio ducal).
Bruselas emergía como el centro floreciente de la región y, entre los años 1356
y 1383, se construiría la segunda (y última)
muralla bruselense, el conocido
“pentágono” (que no sería desbordado hasta el siglo XIX).
Esquema de la segunda muralla de Bruselas (el
“pentágono”)
|
En 1384,
Brabante se integró en el Ducado de Borgoña hasta que en el año 1477, el territorio
pasó a depender de la dinastía de los Habsburgo. Cuando en 1516, el joven
Carlos de Habsburgo (Duque de Brabante) fue designado rey de España como Carlos
I, el territorio pasó a ser incorporado al Imperio Español (cuyos dominios se
ampliaron en 1520 al ser proclamado emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano
Germánico). Entonces se formalizó una entidad dependiente de la monarquía
hispánica que agrupaba a las denominadas Diecisiete
Provincias (que integraba aproximadamente la región conocida actualmente
como Benelux). En 1568 comenzaría la
rebelión que originó la Guerra de los Ochenta Años (o Guerra de Flandes) entre
las Diecisiete Provincias y España. En
1609 los territorios del norte proclamaron su independencia constituyendo las Provincias Unidas. La guerra finalizó en
1648 con el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas. Los territorios del sur continuaron integrados
en España con el nombre de Países Bajos
Españoles con capital en Bruselas. Pero antes de acabar el siglo, el
territorio se vería nuevamente asolado por otro conflicto bélico, la Guerra de
los Nueve Años (1688-1697) en las que los países europeos se aliaron para
frenar el expansionismo de Francia, el estado hegemónico del momento. La
inestabilidad política y los conflictos bélicos perjudicaron notablemente a la
ciudad (y particularmente con el ataque sufrido en 1695).
1695 es un
año grabado a fuego en la historia de Bruselas. En el contexto de la Guerra de
los Nueve Años, los ejércitos franceses bombardearon intensamente la ciudad que,
junto a los incendios que provocaron, la dejaron asolada. Un tercera parte del
casco urbano quedó reducida a escombros (y la Grand Place quedo prácticamente destruida).
Grabado de Augustin Coppens reflejando la destrucción
de Bruselas tras los bombardeos de 1695.
|
Con el
Tratado de Utrecht de 1713 que dio fin a la Guerra de Sucesión española, la
soberanía de esos territorios pasó a Austria, bajo cuyo gobierno se mantuvieron
hasta 1795 fecha en la que fueron anexionados a Francia. La derrota de Napoleón
en Waterloo en 1815 supuso su incorporación a los Países Bajos hasta que en
1830, una nueva rebelión llevó a la independencia de Bélgica. En ese año se nombró
a Leopoldo I como primer rey de Bélgica, y a Bruselas como su capital.
Bruselas, nacida en una encrucijada
estratégica, siempre ha tenido que buscar el equilibrio entre posiciones
extremas. Lo tuvo que
hacer territorialmente (entre ámbitos flamencos neerlandeses y valones francófonos,
que ocasionó que el idioma oficial fuera variando), geográficamente (entre las
tierras bajas y las montañas) o socialmente (entre el poder de la nobleza y la
fuerza de los burgueses). Quizá esa vocación de mediación entre posturas
enfrentadas ayudó a su estratégica posición para convertirse en la “capital
oficiosa” de Europa, como sede de las principales instituciones de la Unión
Europea.
Grand Place. Numeración de las diferentes casas.
|
La Grand Place, el
testimonio de la burguesía gremial.
La Grand Place no es una plaza enorme, aunque
en su momento era mayor que el resto de los espacios públicos de Bruselas. Sus
dimensiones aproximadas son 110 por 60 metros. Puede compararse con la
dimensión más habitual de los estadios de los principales equipos de fútbol,
que son 105 por 70 metros, o con la Plaza
Mayor de Madrid mide unos 120 por 85 metros. La Grand Place recibe ese “título” por su significación, ya que es el
espacio más emblemático de la capital belga y se erige como testimonio de la
burguesía gremial que la creó.
La
delimitación de la plaza fue ajustándose durante la alta Edad Media, conforme
iba consolidándose el mercado bruselense sobre aquellos terrenos inicialmente
pantanosos. Durante los siglos XIII y XIV, la plaza era un espacio muy
irregular, ubicado entre las tres naves (halles)
de mercado (carnicería, pan y tejidos) que se complementaban con viviendas de
madera, separadas por patios, jardines o pasajes que hacían la labor de
cortafuegos. En 1396, las autoridades municipales expropiaron numerosos
edificios del lado norte con la finalidad de regularizar el espacio. En el
siglo XV se comenzó la gran obra del Ayuntamiento en el lado sur (en 1401) y la
de un nuevo mercado del pan (iniciado en 1405 en el lado norte), reemplazando en
ambos casos las modestas viviendas que ocupaban esos solares. Con el tiempo y
múltiples cambios estos dos edificios se convertirán en las dos grandes referencias
de la plaza (el Ayuntamiento y la Casa del Rey)
Grand Place. Edificio del Ayuntamiento.
|
El edificio
del Ayuntamiento (Hôtel de Ville / Stadhuis) es una de las
joyas de la arquitectura gótica civil y su fachada es la más antigua de la
plaza (es el único testimonio verdaderamente medieval). Su primera
formalización correspondió con la denominada “ala izquierda” (desde el punto de
vista del observador situado en la plaza). Es un edificio en forma de “L” que
arranca desde el campanario hacia la izquierda del mismo y que se prolonga por
la rue Charles Buls, y fue construido
bajo la dirección de Jacques van Thienen y Jean Bornoy entre 1401 y 1421. Se
levantó sobre el solar ocupado por el antiguo edificio de los regidores
municipales que se había habilitado previamente expropiando varias casas
situadas allí (hasta entonces los responsables municipales se reunían al aire
libre o en una sala del Mercado, pero la prosperidad de la ciudad aumentó la
complejidad de su gestión y se hizo necesario disponer de un espacio específico
para la gestión municipal).
Tras la
revuelta de 1421 y con el acceso al gobierno de los gremios fue necesario
ampliar el espacio y comenzó a edificarse, en 1444, el “ala derecha” (la parte
que va desde el campanario hacia la derecha). Se terminó en 1449, según el
proyecto de Guillaume de Vogel. Para la construcción de esta ampliación se
derribaron varias viviendas como Casa de la Estrapada (un tipo de tortura, Maison de l'Estrapade / Scupstoel), la
Casa de la Cueva de los Monjes (Maison de
la Cave aux Moines / 's Papenkeldere) y la Casa del Moro (Maison du Maure / De Moor). Estas tres
casas desaparecidas perviven simbólicamente en los capiteles y otros detalles
de esta ala del Ayuntamiento que se encuentran decorados con escenas de
recuerdo.
Entre 1449 y
1455 se incorporó el remate del campanario con el proyecto de Jean Van
Ruysbroeck, que consiguió una torre de 96 metros de altura.
El bombardeo
de 1695 destruyó el interior del edificio y durante el siglo XVIII se
reconstruyó y amplió con el “ala sur” barroca (una edificación en forma de “U”
con brazos diferentes que completaba la manzana alrededor de un patio). Esta
ampliación se levantó sobre el antiguo mercado de tejidos que había quedado
destruido con los bombardeos. Con esta ampliación, proyectada por Corneille van
Nerven, el edificio quedó terminado, aunque ha tenido múltiples rehabilitaciones,
particularmente durante el siglo XIX de la mano del arquitecto Pierre-Victor
Jamaer.
Con el
edificio del Ayuntamiento se comenzó a ordenar la plaza buscando alineaciones
que la acercaran a la planta rectangular. Con este objetivo, en 1441 se
demolieron las viviendas del lado oriental y se construyeron unas nuevas alineadas.
Como estrategia municipal se compraron diversas viviendas de la plaza para
mejorar el aspecto del principal espacio de la ciudad. Muchas de esas viviendas
serían reformadas a lo largo del siglo XVI dignificando su fachada.
Grand Place. Casa del Rey (números 29-33)
|
El segundo
edificio singular de la Grand Place
comenzó siendo una nave de madera para el mercado del pan (se tiene constancia
oficial de la misma desde 1321). En 1405 fue reconvertida en piedra, pero los
panaderos acabarían cambiando el sistema de venta, yendo ellos mismos a distribuir
el pan por las viviendas y el edificio acabó vacío. Fue entonces cuando fue reutilizado
para acoger servicios administrativos del Ducado. Por esta razón comenzaría a
conocerse como la Casa del Duque. En
1512 se demolió y se construyó un nuevo edificio más adecuado a su función
administrativa. Pero el duque Carlos de Habsburgo, Duque de Brabante desde
1506, se convirtió en 1516 en Carlos I, el nuevo rey de España. Entonces, la
casa pasó a ser conocida como la Casa
del Rey (Maison du Roi / Broodhuis).
Aunque solamente en francés, ya que en holandés conservó el nombre original: Broodhuis, casa del pan (gesto indicativo
del desapego de los territorios del norte hacia la monarquía hispánica). Los
bombardeos de 1695 le afectaron gravemente, aunque resistió en pie. Cuando los
revolucionarios franceses ocuparon Bélgica, el edificio fue confiscado para el
patrimonio municipal, aunque el Ayuntamiento lo acabaría vendiendo (para
recomprarlo en 1860). Entonces se intentó realizar una restauración pero su lamentable
estado de conservación aconsejó demolerlo. En 1873 se levantaría un nuevo
edificio neogótico, proyectado por Pierre-Victor Jamaer, inspirado libremente
en su precedente. Aunque inicialmente fue destinado a labores administrativas,
pronto se convirtió en el Museo de la
Ciudad, en el que se expone el desarrollo urbano de Bruselas desde sus
orígenes hasta la actualidad.
La
destrucción generalizada del año 1695 espoleó a los ciudadanos bruselenses para
recuperar su ciudad y Bruselas se enfrentó a su reconstrucción. En la Grand Place, solo se habían mantenido en
pie las edificaciones de piedra (fachada del Ayuntamiento y su torre, la Casa
del Rey y unas pocas viviendas del lado occidental). En pocos años la Grand Place volvió a ser el espacio deslumbrante
que había sido pero, en la aparente
homogeneidad de la plaza podemos descubrir matices muy interesantes que
resquebrajan esa sensación de uniformidad y muestran las tensiones por el poder
de la época. La reconstrucción posterior al desastre de 1695 hizo de la
plaza un nuevo campo de batalla, en este caso urbanístico. Allí se dirimieron los conflictos entre los
deseos de modernidad y las intenciones conservadoras. Dos arquitectos las
expresaron de forma nítida. Por una parte estaba Guillaume De Bruyn quien
concibió un nuevo proyecto unificado para la plaza, en la línea de las
corrientes avanzadas del momento. En el lado opuesto estaba Antoine Pastorana,
formado en el gremio de ebanistas, y defensor de la individualidad de las
corporaciones.
Grand Place. Casas 13-19. Casas de los Duques de
Brabante.
|
La plaza expresa
una mezcla de ambas tendencias. La propuesta de De Bruyn solamente se llevó a
cabo en las conocidas como Casas de los
Duques de Brabante (Maison des Ducs
de Brabant / Hertogen van Brabant) que son en realidad un conjunto de siete
casas unificadas tras una fachada común. La idea de plaza unitaria quedó
solamente reflejada en ese lado oriental. Todas las viviendas cuentan con tres
módulos y una entrada compartida dos a dos a través de una escalera, excepto en
la primera (la impar, la casa de La Fama)
que cuenta con un módulo y entrada propia, convirtiendo el conjunto en
asimétrico. El inmueble, o los inmuebles, reciben ese nombre común debido a los
bustos de varios duques que decoran su fachada, pero cada casa tiene su denominación
individual derivada de los emblemas que identifican a cada una (diversidad desde la unidad). La gran
fachada barroca que había sido diseñada en 1697, fue modificada por Laurent-Benoît
Dewez en 1770, quien remodeló su coronación siguiendo los cánones neoclásicos.
Unas pocas
viviendas previas al desastre de 1695 habían mantenido su fachada por ser de
piedra (las número 2, 3, 4 y 5) y los gremios propietarios lograron mantenerlas
frente a las ideas de homogeneidad que deseadas por el Duque. Así, finalmente,
las corporaciones consiguieron salvaguardar su identidad diferenciada. Un rasgo
característico es la diferenciación de los piñones hastiales entre las
viviendas contiguas, algo habitual en las ciudades del norte europeo en
contraste con el sur mediterráneo, en el que las cornisas de plazas y calles
suelen ajustarse a la alineación del espacio. Estas ideas fueron defendidas por
Pastorana y construyeron la mayor parte de la plaza: casas individuales, con
una imagen propia, identificable, aunque finalmente el estilo similar consiga
un efecto de conjunto homogéneo (unidad
desde la diversidad). Pastorana construyó, por ejemplo la casa nº 6, El
Cuerno (Le Cornet / Den Horen) para
el gremio de barqueros o planteó el remate del hastial de la casa nº 4, El Saco (Le Sac / Den Sack). No obstante se promulgó una ordenanza que
exigía la aprobación de cualquier proyecto por parte de las autoridades, es
decir, debía recibir una licencia que buscaba salvaguardar la armonía arquitectónica.
El contraste
máximo entre estas dos posturas se da entre las fachadas enfrentadas: en el oeste (del 1 al 7), se realiza un
canto a la individualidad, a la diversidad, a la fuerza de los gremios,
mientras que en el este (13 a 19), se ensalza lo colectivo, la uniformidad, a la
pujanza del poder central del Ducado.
Otra muestra de la individualidad
defendida por los gremios bruselenses era el que todas las casas tuvieran un
nombre propio. Más
allá del número que acabarían recibiendo para el orden postal, las casas contaban
con una denominación (reflejada en bajorrelieves, pequeñas estatuas, etc.) que
identificaba cada una de ellas. Incluso los siete edificios unificados tras la
fachada común de las Casas de los Duques
de Brabante, tienen también su denominación propia.
Grand Place. Casas 1-7
|
Las casas,
comenzando en la esquina de la rue au
Beurre y en sentido antihorario son:
- Casa 1: El Rey de España (Le Roi d'Espagne / Den Coninck van Spaignien). Gremio de los panaderos.
- Casa 2 y 3: La Carretilla (La Brouette / Den Cruywagen). Gremio de los lecheros.
- Casa 4: El Saco (Le Sac / Den Sack) Gremio de los toneleros y ebanistas.
- Casa 5: La Loba (La Louve / De Wolf). Gremio de los arqueros.
- Casa 6: El Cuerno (Le Cornet / Den Horen) Gremio de los barqueros.
- Casa 7: El Zorro (Le Renard / De Vos). Gremio de los merceros.
- Edificio del Ayuntamiento.
- Casa 8: La Estrella (L'Etoile-De Sterre)
- Casa 9: El Cisne (Le Cygne-De Zwan). Gremio de los carniceros.
- Casa 10: El Árbol de Oro (L'Arbre d'Or / Den Gulden Boom). Gremio de cerveceros.
- Casa 11: La Rosa (La Rose / De Roose). Casa particular.
- Casa 12: El monte Tabor (Le Mont Thabor / Den Bergh Thabor). Casa particular.
Grand Place. Casas 8-12
|
(Aunque no
pertenece oficialmente a la plaza, la Casa 12a: Alsemberg)
- Casas 13 a 19, los Duques de Brabante (Maison des Ducs de Brabant / Hertogen van Brabant). Las siete casas agrupadas por una fachada común son:
13: La Fama (La Renommée / De Faem)
14: La Ermita
(L’Ermitage / De Cluyse)
15: La
Fortuna (La Fortune / De Fortuine)
16: El Molino
de viento (Le Moulin à Vent / De
Windmolen). Gremio de molineros.
17: La Olla
de Estaño (Le Pot d’Etain / De Tinnepot).
Gremio de carpinteros y fabricantes de ruedas.
18: La Colina
(La Colline / De Heuvel) Gremios de
los Santos Coronados (escultores, albañiles, canteros)
19: La Bolsa
(La Bourse / De Borse)
(Otro caso de
edificio que no pertenece propiamente a la plaza, pero forma parte
inequívocamente del conjunto visual es la Casa de la Balanza (Maison de la Balance / De wage) situada en la Rue de la Colline nº 24)
Grand Place. Casas 20-28
|
- Casa 20: El Ciervo (Le Cerf / De Hert)
- Casa 21 y 22: Joseph y Anne
- Casa 23: El Angel (L’Ange / Den Engel)
- Casa 24 y 25: El barco dorado (La Chaloup d'or-Den Gulden Boot)
- Casa 26 y 27: La Paloma (Le Pigeon / De Duive). Gremio de pintores.
- Casa 28: El comerciante de oro (Le Marchand d’Or / De Gulden Marchant)
- Casa 29 a 33: Casa del Rey (Maison du Roi / Broodhuis)
- Casa 34: El Yelmo (Le Heaume / Den Helm)
- Casa 35: El Pavo Real (Le Paon / Den Pauw)
- Casa 36 y 37: El Zorrito (Le Petit Renard / Het Voske)
- Casa 37: El Roble (Le Chêne / Den Eycke)
- Casa 38: Santa Bárbara (Sainte-Barbe / Sint Barbara)
- Casa 39: El Asno (L'Ane / Den Anzel)
Grand Place. Casas 34-39
|
A finales del
siglo XIX, Charles Buls, que fue burgomaestre de Bruselas desde 1881 hasta 1899
promovió la rehabilitación de la plaza, que se convirtió, en cierto modo en una
reinvención de la misma. Las primeras fotos que se hicieron de la Grand Place muestran un espacio austero,
sin estatuas ni dorados, y fue precisamente la intervención decimonónica la que
reconstituyó el espacio dotándolo de ese esplendor que hoy nos admira.
La Grand Place de Bruselas es uno de los
mayores atractivos turísticos de Bruselas. A su interés intrínseco se suma la
actividad como mercado de flores y otros acontecimientos puntuales que aumentan
su capacidad de reclamo como los espectaculares juegos de luces, o la realización
bienal (en los años pares) durante unos días del mes de agosto de una
gigantesca “alfombra” de flores (una “tradición
reciente” ya que la creación de ese tapiz de begonias de casi dos mil metros
cuadrados se remonta a 1971).
La alfombra de begonias de la Grand Place en cuatro
años diferentes.
|
El reconocimiento
internacional a la singularidad de la plaza se confirmó con su inscripción en
la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1998.
que maravilloso representación del arte y poder arquitectónico de una época y clase social
ResponderEliminar