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10 ene 2015

La Grand Place de Bruselas: la representatividad de la burguesía gremial.

Bruselas. Grand Place.
Representar es una palabra que al ser aplicada a las ciudades adquiere, al menos, una doble significación. Por una parte encontramos el concepto de representación, que se refiere a la creación de elementos sustitutivos, evocadores de la propia ciudad a través de la cartografía, de las vedutes o de imágenes muy variadas. Por otra parte descubrimos la representatividad, una noción más compleja por la que la Arquitectura y el Espacio Urbano son capaces de personificar y simbolizar con una gran fuerza expresiva consideraciones acerca de nuestros ancestros y su legado.
Vamos a acercarnos a la Grand Place de Bruselas como ejemplo de representatividad, ya que el espacio más emblemático de la capital belga se erige como testimonio de la burguesía gremial que la creó. Uno de los motores principales de la incipiente vida urbana medieval fue el constituido por los gremios o corporaciones, asociaciones socio-profesionales para la defensa de los intereses de sus miembros. Estos primeros “burgueses” (habitantes de los “burgos”, denominación medieval para las ciudades) construyeron los espacios urbanos dejando reflejados en ellos sus rasgos colectivos esenciales.

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Representar, en un sentido urbano.

 [L’architecture] a eu ce privilège à travers les siècles de symboliser pour ainsi dire chaque époque, de résumer, par un très petit nombre de monuments typiques, la manière de penser, de sentir et de rêver d’une race et d’une civilisation”.
 “[La arquitectura] ha tenido  a través de los siglos este privilegio de simbolizar, por decirlo de alguna manera, a cada época, de resumir con un reducido número de monumentos típicos el modo de pensar, sentir y soñar de una raza y de una civilización”.
Guy de Maupassant. La Vie Errante, 1890.

Representar es una palabra polisémica, aunque en general invoca ausencias. Tanto si nos referimos a la actuación en nombre de otra persona o colectivo, como si se interpreta una realidad o una ficción, o si se desea rememorar algo o a alguien, estamos trayendo a un primer plano lo ausente.
En el término Representar, al ser aplicado a las ciudades, destaca una doble significación. Por una parte encontramos el concepto de representación, que se refiere a la creación de elementos sustitutivos, evocadores de la propia ciudad a través de la cartografía, de las vedutes o de imágenes muy variadas. Los dibujos y maquetas suplantan la realidad y aunque en sus inicios se hicieron de forma intuitiva y aproximada, con el avance de las técnicas han llegado a ofrecer una gran precisión “a escala”.
Por otra parte, descubrimos la representatividad, una noción más compleja por la que la Arquitectura y el Espacio Urbano son capaces de personificar y simbolizar con una gran fuerza expresiva consideraciones acerca de nuestros ancestros y su legado. El espacio puede convertirse en el detonante de la evocación, en una suerte de portavoz de un grupo social.
Los grupos humanos, sean clases sociales, asociaciones o colectivos de cualquier tipo, se definen por el hecho de compartir una determinada ideología (tomada como una forma de entender el mundo), una mentalidad, una forma de comportamiento, unos símbolos, unos hábitos de consumo y también, desde luego, un gusto estético que los acaba caracterizando.
Desde la Edad Media y hasta la actualidad, los burgueses-ciudadanos de las principales ciudades han aspirado a construir espacios que dieran servicio a sus necesidades y que expresaran con claridad sus deseos y sus logros. Esto es más notorio en comunidades orgullosas de sí mismas, que anhelan dejar como legado sus conquistas. Los grupos sociales de éxito, una vez alcanzada la riqueza, actúan de forma similar a los individuos que ascienden en las motivaciones de la Pirámide de Maslow y buscan el reconocimiento, escribiendo su historia como forma de pervivencia. El arte o la forma de vestir entran en consideración, pero también la arquitectura y el espacio urbano son símbolos definitorios. Los trazados urbanos, los monumentos o la edificación más doméstica, son igualmente mensajes para la historia, para las generaciones futuras. Más allá de vanidades u ostentaciones, se detecta un espíritu de la época, a veces nítido y rotundo, y a veces ecléctico y desconcertante, que identifica a cada grupo humano.
El sector occidental de la Grand Place desde el campanario del Ayuntamiento.
La Grand Place de Bruselas es el espacio más emblemático de Bruselas, en el que una nueva clase social urbana dejó constancia de su forma de ser y de actuar, de sus fracasos y de sus éxitos, de sus enfrentamientos como colectivo ciudadano frente al poder nobiliario, de las tensiones y de los consensos alcanzados. Siglos después, aquellos ciudadanos orgullosos son representados por el espacio que los convoca para que nos transmitan los valores permanentes que nos ayudan a completarnos como seres humanos.

La burguesía gremial de la Edad Media.
“Stadtluft macht frei”.
“El aire de la ciudad hace libre”.
Proverbio alemán medieval

La caída del Imperio Romano dio paso a la Edad Media, periodo que comenzó con un declive muy importante de la vida urbana que derivó en una ruralización de las sociedades y en la implantación del sistema feudal. El feudalismo medieval se sustentaba en una sociedad estamental dividida básicamente entre unas clases dominantes y privilegiadas (que gozaban de privilegios) integrada por la nobleza y el clero y unas clases sirvientes (atadas por contratos de servidumbre) como el campesinado.
Esta situación comenzó a cambiar con el florecimiento del comercio y el asentamiento de los artesanos, que ofrecieron una alternativa al estancado campesinado rural. Estos nuevos grupos sociales fueron escapando del control y de la sumisión feudal, reuniéndose en las ciudades, demostrando que no eran siervos y que dependían de su propio trabajo. Uno de los motores principales de la incipiente vida urbana medieval fue el constituido por los gremios o corporaciones, que eran asociaciones socio-profesionales para la defensa de los intereses de sus miembros. Tras siglos de desconcierto, estas agrupaciones fueron consiguiendo la emancipación de los esquemas medievales.
El término “burgués” se refiere, inicialmente, a los habitantes de las ciudades de la Baja Edad Media (cuyos nuevos crecimientos se denominaban burgos, borgos, burgs, bourgs en los diferentes idiomas europeos). Con esa etiqueta se identificaba a personas que no pertenecían a ninguno de los estamentos medievales, no estaban sujetos a la jurisdicción feudal y cuyas actividades principales eran las de mercaderes, artesanos o alguna de las incipientes profesiones liberales.
Poco a poco las ciudades prosperaron y se convirtieron en la clave para el cambio social.  La imagen de las ciudades evolucionó y junto al castillo, la catedral y el palacio episcopal, en los que residían los antiguos valores feudales, se irían levantando nuevas construcciones que simbolizaron el poder burgués, como los mercados, las casas comunales y los ayuntamientos.
Detalle de la casa 18 integrada en las Casas de los Duques de Brabante. Se aprecian las efigies de los duques y el emblema del gremio de los Cuatro Santos Coronados.
Los burgueses fueron creando sus propias instituciones, tanto para su orden interno como para los gobiernos locales. El corporativismo y la solidaridad fueron ingredientes fundamentales de la vida municipal y, en consecuencia, una de las organizaciones más influyentes durante el Medievo fueron los gremios. Los gremios surgieron como agrupaciones profesionales temáticas que reunían a todos los artesanos de un mismo oficio (como carpinteros, cuchilleros, tejedores, etc.). Fueron un mecanismo de defensa frente al poder feudal y también un organismo regulador de la labor de sus miembros. Los gremios controlaban férreamente el trabajo, la oferta y la demanda, fijaban precios y alcanzaron una influencia importantísima en las ciudades, llegando a contar con representantes en el gobierno de la ciudad.
Cada gremio se estructuraba en tres niveles: los maestros, los oficiales (asalariados) y los aprendices (que no recibían remuneración). Como explica el historiador y catedrático Manuel Riu, “La organización artesanal abarcaba a los aprendices, oficiales y maestros de los distintos oficios. La enseñanza de un oficio no se realizaba en las escuelas sino en los talleres, mediante un contrato que firmaban, ante notario y testigos, los padres del aprendiz con un maestro de su elección. Este se comprometía a tener al aprendiz en su casa, por un periodo de tres a cinco años, llegando incluso a ocho años –según la dificultad o complejidad de los oficios-, alimentarle, vestirle, calzarle y enseñarle el oficio. Se han conservado en los archivos notariales numerosos contratos de este tipo. Durante el tiempo del aprendizaje el muchacho trabajaba para el maestro sin percibir salario alguno. Una vez terminada su formación podría alquilar sus servicios como oficial y seguir en el taller percibiendo un salario o ir a trabajar con otro maestro, si se sometía a un examen y realizaba una obra maestra ante un tribunal escogido por el gremio. El gremio registraba los ejercicios en el “Libro de Pasantías”.
Algunos gremios admitían en su seno a los oficiales, otros sólo a los maestros capacitados para tener taller propio. Si el número de oficiales de un determinado oficio era muy elevado, éstos tenían dificultades para culminar su oficio y, así mismo, para ingresar en el gremio correspondiente. En el siglo XV los gremios tendieron a hacerse cerrados, y solo los hijos (o los yernos) o parientes próximos podían conseguir sucederles en el taller y seguir ejerciendo con plenos derechos el oficio.
El gremio, gobernado por unos cónsules, elegidos anualmente entre los maestros de mayor prestigio o influencia, un clavario o tesorero guardián de las llaves de la caja gremial, y unos inspectores, buenos conocedores del oficio, llevaba un registro de marcas o señales y era quien autorizaba la apertura de nuevos talleres. En muchas ciudades o villas, los artesanos del mismo oficio, o de oficios afines, trabajaban en la misma calle, plaza o barrio. Así surgieron las calles de sombrereros, plateros, guanteros, cuchilleros, dagueros, botoneros, carpinteros, cordeleros, pergamineros, peleteros, guarnicioneros, cerrajeros, caldereros, olleros, etc.”
Los gremios eran una estructura compleja que, en términos actuales, daba servicios de sindicato, de colegio profesional, de mutua de seguros y pensiones, etc. Igualmente proporcionaba una identidad a sus miembros que se sentían orgullosos de pertenecer a la corporación y desfilaban con satisfacción bajo su bandera. Nuevamente, Manuel Riu comenta que “Las asociaciones artesanas, bajo la protección real y municipal, fueron aumentando a partir de 1218 y a lo largo del siglo XIII, siendo numerosas las corporaciones gremiales surgidas en los siglos XIV y XV. Cada gremio, según ya se ha indicado, tenía sus propios cónsules de oficio, elegidos anualmente o cada dos años, tesorero o clavario (así llamado porque guardaba la llave de la caja) y sus inspectores. Se regían por estatutos o reglamentos precisos, en los cuales se indicaban las normas específicas que regían cada actividad artesanal, como la forma de ingreso, las características del oficio y de las materias primas, los tipos, medidas y calidades de los productos, los precios de venta de los mismos, la administración del gremio, los controles de calidad o las penas a aplicar a los infractores. El gremio velaba por el prestigio del oficio y sus inspectores podían ordenar la destrucción de las piezas defectuosas. La agremiación se hizo obligatoria, y todos los artesanos debían sufragar una cuota. El gremio se encargaba, además, de perseguir el ejercicio libre de la profesión. (…) El gremio se convirtió muy pronto en un organismo que no sólo velaba por el prestigio del oficio y por los intereses de sus agremiados, sino que protegía socialmente a éstos ante el infortunio, la enfermedad, la vejez o la muerte, atendiendo a las viudas y los niños pequeños e incluso pagando el entierro y los funerales, a los cuales debían asistir los compañeros. Un espíritu solidario caracterizaba a las personas que desempeñaban el mismo oficio”. (RIU, Manuel. Historia Universal. Baja Edad Media. Océano Grupo Editorial. Madrid, 1995)
El proceso de emancipación del sistema feudal protagonizado por las ciudades no sucedió en todos los territorios por igual. Por ejemplo, las ciudades alemanas e italianas lograron una mayor autonomía municipal, y algunas de ellas, organizadas en ligas de ciudades (como la “Hansa” o Liga Hanseática del norte de Europa), prosperaron espectacularmente con el comercio, la artesanía y los oficios, y con la aparición de las profesiones liberales. Frente a la nobleza y al clero, la burguesía (el Tercer Estado) adquirió suficiente poder económico como para que se le tuviera en cuenta a la hora de regir los destinos de cada país.
Emblemas de los Siete Linajes medievales de Bruselas.
La burguesía gremial en Bruselas.
Bruselas, situada en la ruta que unía Brujas con Colonia, dos de las ciudades importantes de la Liga Hanseática, prosperó enormemente gracias al comercio textil de lino, paño y tapices. Este negocio estaba controlado por las familias más poderosas que constituyeron los “Siete Linajes”. Los linajes constituyeron una primera “nobleza urbana” que fue obteniendo una serie de privilegios políticos y comerciales del Duque de Brabante, hasta que, además del poder económico, se alzaron con el control político, repartiéndose los cargos de gobierno entre ellos (siete linajes de los que salían los siete jueces que controlaban las siete puertas de la ciudad). Los linajes acordaban con el villicus, que era el representante del Duque en la ciudad, la elección anual del escabino (magistrado que regía la ciudad) y del jurado (que lo complementaba). Se tiene constancia de que esta oligarquía existía al menos desde el año 1306. 
Por su parte, los artesanos, como medida de protección ante abusos, comenzaron a agruparse en gremios. En Bruselas estaban reconocidos 49 gremios que se agruparon en nueve comunidades denominadas “Nueve Naciones”.
La rebelión de los gremios de 1421 contra la autoridad de los linajes se saldó con la entrada de los primeros en el gobierno de la ciudad. En ese año se aprobó una nueva constitución municipal que regulaba el reparto de poder entre los “patricios” (linajes) y los “plebeyos” (gremios). El acuerdo se mantendría hasta 1795. La nueva constitución establecía un gobierno para la ciudad compuesto por diecinueve personas. Diez procedían de los Siete Linajes y nueve de los gremios. Los diez miembros de los linajes tenían asignados los puestos de primer burgomaestre, siete concejales delegados (échevins) y dos tesoreros. Los nueve representantes de los gremios recibían los cargos de segundo burgomaestre, dos receptores y seis consejeros. Estos nueve se eran escogidos por los patricios de una lista de 49 personas propuesta por los 49 gremios, escogiendo a un miembro de cada “nación” para el gobierno municipal.

Bruselas, un mercado nacido en una encrucijada.
El territorio belga tiene un amplio historial de conflictos. Desde que el Imperio Carolingio se desmembró en tres partes con el Tratado de Berdún del año 843 asignadas a los tres nietos de Carlomagno (Lotario I gobernaría la zona central, denominada Lotaringia; Luis el Germánico el lado oriental que acabaría convertido en el Sacro Imperio Romano Germánico; y Carlos el Calvo en el sector occidental, embrión del reino de Francia), la región centro europea estaría en permanente disputa.
En el año 959, Bruno I de Colonia decidió la división de Lotaringia en dos ducados. Al sur, en las tierras altas, el Ducado de la Alta-Lotaringia (que acabaría convirtiéndose en el Ducado de Lorena) y al norte, en las tierras bajas, el Ducado de la Baja-Lotaringia (que iría descomponiéndose en diferentes ducados).
Uno de los más relevantes sería el de Brabante, creado a partir de uno de los feudos existentes de la antigua Lotaringia y que se había mantenido como condado en la Baja-Lotaringia. El Ducado de Brabante se constituyó oficialmente en 1183 cuando Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, lo concedió a Enrique I de Brabante.
Pero, dos siglos antes de su conversión oficial en Ducado, en el año 979 siendo todavía un condado, el emperador Otón II el Sanguinario mandó al entonces Conde de Brabante la construcción de un castillo en una pequeña isla del rio Senne, la isla de Saint-Géry, para controlar el lugar, que era un sitio estratégico en el cruce de dos vías de comunicación y transporte muy importantes de la época, una fluvial y otra terrestre. La primera seguía el cauce del rio Senne, que era navegable desde esa isla hasta el mar, a través de los diferentes destinatarios de su caudal, comenzando por el río Dyle, luego el Rupel y después el Escalda hasta desaguar en el Mar del Norte. La segunda vía era el camino que conectaba el puerto de Brujas con el puerto fluvial de Colonia y era una de las rutas comerciales más importantes de esa región. Así pues, el lugar era una encrucijada trascendental puesto que permitía el cambio de medio de transporte y por ello pronto destacó en cuestiones logísticas y comerciales. Así pues, en la relevante encrucijada se consolidaría un mercado (protegido por el castillo)  e inmediatamente crecería a su lado una aldea. La construcción de ese primer castillo (del que no se han encontrado restos) en el año 979, se considera el acto fundacional  de Bruselas.
Esquema de la primera muralla de Bruselas.
Aquella isla recibía su nombre como homenaje al obispo de Cambrai, Saint Géry, quien había levantado en ella, hacia el año 580, una capilla que evolucionaría hasta convertirse en una iglesia. Pero la isla pronto resultó insuficiente para recoger el extraordinario éxito del mercado y de su “burgo” asociado, así que comenzaron a colonizarse los terrenos circundantes. La zona era bastante pantanosa y de esta circunstancia derivó el nombre del nuevo asentamiento: en neerlandés medieval broek significaba pantano y sell quería decir ermita, de donde la palabra Bruselas indicaría “ermita del pantano”.
El auge del mercado bruselense llevó a la construcción de tres grandes naves (halles) como mercados cubiertos: una para la carne (grande boucherie), otra para el pan y una tercera para telas (halle aux draps, nave de los paños). Las naves pertenecían al Duque de Brabante, quien recaudaba impuestos sobre las mercancías vendidas. Entre las naves quedó el espacio libre que con el tiempo se convertiría en la Grand Place.
El crecimiento de aquella Bruselas embrionaria, llevó al traslado del poder político a una colina que emergía a poca distancia del mercado (Coudenberg) y desde cuya altura se podía controlar más eficazmente el floreciente mercado y el asentamiento vinculado. Hacia el año 1100 se construyó allí un nuevo castillo que se convertiría en el Palacio de los Duques de Brabante, convirtiendo a Bruselas en la capital del Ducado. Este edificio quedaría muy afectado por un incendio en 1731 y sería derribado cuarenta años después, convirtiendo esos terrenos en la actual Place Royale.
Área del primer recinto de Bruselas superpuesto en una ortofoto actual.
En el siglo XIII, la prosperidad de Bruselas hizo recomendable levantar la primera muralla de la ciudad (un recinto peculiar, ya que de él salía un “brazo” para integrar el palacio ducal). Bruselas emergía como el centro floreciente de la región y, entre los años 1356 y 1383, se construiría la segunda (y última) muralla bruselense, el conocido “pentágono” (que no sería desbordado hasta el siglo XIX).
Esquema de la segunda muralla de Bruselas (el “pentágono”)
En 1384, Brabante se integró en el Ducado de Borgoña hasta que en el año 1477, el territorio pasó a depender de la dinastía de los Habsburgo. Cuando en 1516, el joven Carlos de Habsburgo (Duque de Brabante) fue designado rey de España como Carlos I, el territorio pasó a ser incorporado al Imperio Español (cuyos dominios se ampliaron en 1520 al ser proclamado emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico). Entonces se formalizó una entidad dependiente de la monarquía hispánica que agrupaba a las denominadas Diecisiete Provincias (que integraba aproximadamente la región conocida actualmente como Benelux). En 1568 comenzaría la rebelión que originó la Guerra de los Ochenta Años (o Guerra de Flandes) entre las Diecisiete Provincias y España. En 1609 los territorios del norte proclamaron su independencia constituyendo las Provincias Unidas. La guerra finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas. Los territorios del sur continuaron integrados en España con el nombre de Países Bajos Españoles con capital en Bruselas. Pero antes de acabar el siglo, el territorio se vería nuevamente asolado por otro conflicto bélico, la Guerra de los Nueve Años (1688-1697) en las que los países europeos se aliaron para frenar el expansionismo de Francia, el estado hegemónico del momento. La inestabilidad política y los conflictos bélicos perjudicaron notablemente a la ciudad (y particularmente con el ataque sufrido en 1695).
1695 es un año grabado a fuego en la historia de Bruselas. En el contexto de la Guerra de los Nueve Años, los ejércitos franceses bombardearon intensamente la ciudad que, junto a los incendios que provocaron, la dejaron asolada. Un tercera parte del casco urbano quedó reducida a escombros (y la Grand Place quedo prácticamente destruida).
Grabado de Augustin Coppens reflejando la destrucción de Bruselas tras los bombardeos de 1695.
Con el Tratado de Utrecht de 1713 que dio fin a la Guerra de Sucesión española, la soberanía de esos territorios pasó a Austria, bajo cuyo gobierno se mantuvieron hasta 1795 fecha en la que fueron anexionados a Francia. La derrota de Napoleón en Waterloo en 1815 supuso su incorporación a los Países Bajos hasta que en 1830, una nueva rebelión llevó a la independencia de Bélgica. En ese año se nombró a Leopoldo I como primer rey de Bélgica, y a Bruselas como su capital.
Bruselas, nacida en una encrucijada estratégica, siempre ha tenido que buscar el equilibrio entre posiciones extremas. Lo tuvo que hacer territorialmente (entre ámbitos flamencos neerlandeses y valones francófonos, que ocasionó que el idioma oficial fuera variando), geográficamente (entre las tierras bajas y las montañas) o socialmente (entre el poder de la nobleza y la fuerza de los burgueses). Quizá esa vocación de mediación entre posturas enfrentadas ayudó a su estratégica posición para convertirse en la “capital oficiosa” de Europa, como sede de las principales instituciones de la Unión Europea.

Grand Place. Numeración de las diferentes casas.
La Grand Place, el testimonio de la burguesía gremial.
La Grand Place no es una plaza enorme, aunque en su momento era mayor que el resto de los espacios públicos de Bruselas. Sus dimensiones aproximadas son 110 por 60 metros. Puede compararse con la dimensión más habitual de los estadios de los principales equipos de fútbol, que son 105 por 70 metros, o con la Plaza Mayor de Madrid mide unos 120 por 85 metros. La Grand Place recibe ese “título” por su significación, ya que es el espacio más emblemático de la capital belga y se erige como testimonio de la burguesía gremial que la creó.
La delimitación de la plaza fue ajustándose durante la alta Edad Media, conforme iba consolidándose el mercado bruselense sobre aquellos terrenos inicialmente pantanosos. Durante los siglos XIII y XIV, la plaza era un espacio muy irregular, ubicado entre las tres naves (halles) de mercado (carnicería, pan y tejidos) que se complementaban con viviendas de madera, separadas por patios, jardines o pasajes que hacían la labor de cortafuegos. En 1396, las autoridades municipales expropiaron numerosos edificios del lado norte con la finalidad de regularizar el espacio. En el siglo XV se comenzó la gran obra del Ayuntamiento en el lado sur (en 1401) y la de un nuevo mercado del pan (iniciado en 1405 en el lado norte), reemplazando en ambos casos las modestas viviendas que ocupaban esos solares. Con el tiempo y múltiples cambios estos dos edificios se convertirán en las dos grandes referencias de la plaza (el Ayuntamiento y la Casa del Rey)
Grand Place. Edificio del Ayuntamiento.
El edificio del Ayuntamiento (Hôtel de Ville / Stadhuis) es una de las joyas de la arquitectura gótica civil y su fachada es la más antigua de la plaza (es el único testimonio verdaderamente medieval). Su primera formalización correspondió con la denominada “ala izquierda” (desde el punto de vista del observador situado en la plaza). Es un edificio en forma de “L” que arranca desde el campanario hacia la izquierda del mismo y que se prolonga por la rue Charles Buls, y fue construido bajo la dirección de Jacques van Thienen y Jean Bornoy entre 1401 y 1421. Se levantó sobre el solar ocupado por el antiguo edificio de los regidores municipales que se había habilitado previamente expropiando varias casas situadas allí (hasta entonces los responsables municipales se reunían al aire libre o en una sala del Mercado, pero la prosperidad de la ciudad aumentó la complejidad de su gestión y se hizo necesario disponer de un espacio específico para la gestión municipal).
Tras la revuelta de 1421 y con el acceso al gobierno de los gremios fue necesario ampliar el espacio y comenzó a edificarse, en 1444, el “ala derecha” (la parte que va desde el campanario hacia la derecha). Se terminó en 1449, según el proyecto de Guillaume de Vogel. Para la construcción de esta ampliación se derribaron varias viviendas como Casa de la Estrapada (un tipo de tortura, Maison de l'Estrapade / Scupstoel), la Casa de la Cueva de los Monjes (Maison de la Cave aux Moines / 's Papenkeldere) y la Casa del Moro (Maison du Maure / De Moor). Estas tres casas desaparecidas perviven simbólicamente en los capiteles y otros detalles de esta ala del Ayuntamiento que se encuentran decorados con escenas de recuerdo.
Entre 1449 y 1455 se incorporó el remate del campanario con el proyecto de Jean Van Ruysbroeck, que consiguió una torre de 96 metros de altura.
El bombardeo de 1695 destruyó el interior del edificio y durante el siglo XVIII se reconstruyó y amplió con el “ala sur” barroca (una edificación en forma de “U” con brazos diferentes que completaba la manzana alrededor de un patio). Esta ampliación se levantó sobre el antiguo mercado de tejidos que había quedado destruido con los bombardeos. Con esta ampliación, proyectada por Corneille van Nerven, el edificio quedó terminado, aunque ha tenido múltiples rehabilitaciones, particularmente durante el siglo XIX de la mano del arquitecto Pierre-Victor Jamaer.
Con el edificio del Ayuntamiento se comenzó a ordenar la plaza buscando alineaciones que la acercaran a la planta rectangular. Con este objetivo, en 1441 se demolieron las viviendas del lado oriental y se construyeron unas nuevas alineadas. Como estrategia municipal se compraron diversas viviendas de la plaza para mejorar el aspecto del principal espacio de la ciudad. Muchas de esas viviendas serían reformadas a lo largo del siglo XVI dignificando su fachada.
Grand Place. Casa del Rey (números 29-33)
El segundo edificio singular de la Grand Place comenzó siendo una nave de madera para el mercado del pan (se tiene constancia oficial de la misma desde 1321). En 1405 fue reconvertida en piedra, pero los panaderos acabarían cambiando el sistema de venta, yendo ellos mismos a distribuir el pan por las viviendas y el edificio acabó vacío. Fue entonces cuando fue reutilizado para acoger servicios administrativos del Ducado. Por esta razón comenzaría a conocerse como la Casa del Duque. En 1512 se demolió y se construyó un nuevo edificio más adecuado a su función administrativa. Pero el duque Carlos de Habsburgo, Duque de Brabante desde 1506, se convirtió en 1516 en Carlos I, el nuevo rey de España. Entonces, la casa pasó a ser conocida como la Casa del Rey (Maison du Roi / Broodhuis). Aunque solamente en francés, ya que en holandés conservó el nombre original: Broodhuis, casa del pan (gesto indicativo del desapego de los territorios del norte hacia la monarquía hispánica). Los bombardeos de 1695 le afectaron gravemente, aunque resistió en pie. Cuando los revolucionarios franceses ocuparon Bélgica, el edificio fue confiscado para el patrimonio municipal, aunque el Ayuntamiento lo acabaría vendiendo (para recomprarlo en 1860). Entonces se intentó realizar una restauración pero su lamentable estado de conservación aconsejó demolerlo. En 1873 se levantaría un nuevo edificio neogótico, proyectado por Pierre-Victor Jamaer, inspirado libremente en su precedente. Aunque inicialmente fue destinado a labores administrativas, pronto se convirtió en el Museo de la Ciudad, en el que se expone el desarrollo urbano de Bruselas desde sus orígenes hasta la actualidad.
La destrucción generalizada del año 1695 espoleó a los ciudadanos bruselenses para recuperar su ciudad y Bruselas se enfrentó a su reconstrucción. En la Grand Place, solo se habían mantenido en pie las edificaciones de piedra (fachada del Ayuntamiento y su torre, la Casa del Rey y unas pocas viviendas del lado occidental). En pocos años la Grand Place volvió a ser el espacio deslumbrante que había sido pero, en la aparente homogeneidad de la plaza podemos descubrir matices muy interesantes que resquebrajan esa sensación de uniformidad y muestran las tensiones por el poder de la época. La reconstrucción posterior al desastre de 1695 hizo de la plaza un nuevo campo de batalla, en este caso urbanístico. Allí se dirimieron los conflictos entre los deseos de modernidad y las intenciones conservadoras. Dos arquitectos las expresaron de forma nítida. Por una parte estaba Guillaume De Bruyn quien concibió un nuevo proyecto unificado para la plaza, en la línea de las corrientes avanzadas del momento. En el lado opuesto estaba Antoine Pastorana, formado en el gremio de ebanistas, y defensor de la individualidad de las corporaciones.
Grand Place. Casas 13-19. Casas de los Duques de Brabante.
La plaza expresa una mezcla de ambas tendencias. La propuesta de De Bruyn solamente se llevó a cabo en las conocidas como Casas de los Duques de Brabante (Maison des Ducs de Brabant / Hertogen van Brabant) que son en realidad un conjunto de siete casas unificadas tras una fachada común. La idea de plaza unitaria quedó solamente reflejada en ese lado oriental. Todas las viviendas cuentan con tres módulos y una entrada compartida dos a dos a través de una escalera, excepto en la primera (la impar, la casa de La Fama) que cuenta con un módulo y entrada propia, convirtiendo el conjunto en asimétrico. El inmueble, o los inmuebles, reciben ese nombre común debido a los bustos de varios duques que decoran su fachada, pero cada casa tiene su denominación individual derivada de los emblemas que identifican a cada una (diversidad desde la unidad). La gran fachada barroca que había sido diseñada en 1697, fue modificada por Laurent-Benoît Dewez en 1770, quien remodeló su coronación siguiendo los cánones neoclásicos.
Unas pocas viviendas previas al desastre de 1695 habían mantenido su fachada por ser de piedra (las número 2, 3, 4 y 5) y los gremios propietarios lograron mantenerlas frente a las ideas de homogeneidad que deseadas por el Duque. Así, finalmente, las corporaciones consiguieron salvaguardar su identidad diferenciada. Un rasgo característico es la diferenciación de los piñones hastiales entre las viviendas contiguas, algo habitual en las ciudades del norte europeo en contraste con el sur mediterráneo, en el que las cornisas de plazas y calles suelen ajustarse a la alineación del espacio. Estas ideas fueron defendidas por Pastorana y construyeron la mayor parte de la plaza: casas individuales, con una imagen propia, identificable, aunque finalmente el estilo similar consiga un efecto de conjunto homogéneo (unidad desde la diversidad). Pastorana construyó, por ejemplo la casa nº 6, El Cuerno (Le Cornet / Den Horen) para el gremio de barqueros o planteó el remate del hastial de la casa nº 4, El Saco (Le Sac / Den Sack). No obstante se promulgó una ordenanza que exigía la aprobación de cualquier proyecto por parte de las autoridades, es decir, debía recibir una licencia que buscaba salvaguardar la armonía arquitectónica.
El contraste máximo entre estas dos posturas se da entre las fachadas enfrentadas: en el oeste (del 1 al 7), se realiza un canto a la individualidad, a la diversidad, a la fuerza de los gremios, mientras que en el este (13 a 19), se ensalza lo colectivo, la uniformidad, a la pujanza del poder central del Ducado.
Otra muestra de la individualidad defendida por los gremios bruselenses era el que todas las casas tuvieran un nombre propio. Más allá del número que acabarían recibiendo para el orden postal, las casas contaban con una denominación (reflejada en bajorrelieves, pequeñas estatuas, etc.) que identificaba cada una de ellas. Incluso los siete edificios unificados tras la fachada común de las Casas de los Duques de Brabante, tienen también su denominación propia.
Grand Place. Casas 1-7
Las casas, comenzando en la esquina de la rue au Beurre y en sentido antihorario son:
  • Casa 1: El Rey de España (Le Roi d'Espagne / Den Coninck van Spaignien). Gremio de los panaderos.
  • Casa 2 y 3: La Carretilla (La Brouette / Den Cruywagen). Gremio de los lecheros.
  • Casa 4: El Saco (Le Sac / Den Sack) Gremio de los toneleros y ebanistas.
  • Casa 5: La Loba (La Louve / De Wolf). Gremio de los arqueros.
  • Casa 6: El Cuerno (Le Cornet / Den Horen) Gremio de los barqueros.
  • Casa 7: El Zorro (Le Renard / De Vos). Gremio de los merceros.
  • Edificio del Ayuntamiento.
  • Casa 8: La Estrella (L'Etoile-De Sterre)
  • Casa 9: El Cisne (Le Cygne-De Zwan). Gremio de los carniceros.
  • Casa 10: El Árbol de Oro (L'Arbre d'Or / Den Gulden Boom). Gremio de cerveceros.
  • Casa 11: La Rosa (La Rose / De Roose). Casa particular.
  • Casa 12: El monte Tabor (Le Mont Thabor / Den Bergh Thabor). Casa particular.

Grand Place. Casas 8-12
(Aunque no pertenece oficialmente a la plaza, la Casa 12a: Alsemberg)
  • Casas 13 a 19, los Duques de Brabante (Maison des Ducs de Brabant / Hertogen van Brabant). Las siete casas agrupadas por una fachada común son:

            13: La Fama (La Renommée / De Faem)
            14: La Ermita (L’Ermitage / De Cluyse)
            15: La Fortuna (La Fortune / De Fortuine)
            16: El Molino de viento (Le Moulin à Vent / De Windmolen). Gremio de molineros.
            17: La Olla de Estaño (Le Pot d’Etain / De Tinnepot). Gremio de carpinteros y fabricantes de                  ruedas.
            18: La Colina (La Colline / De Heuvel) Gremios de los Santos Coronados (escultores,                              albañiles, canteros)
            19: La Bolsa (La Bourse / De Borse)
(Otro caso de edificio que no pertenece propiamente a la plaza, pero forma parte inequívocamente del conjunto visual es la Casa de la Balanza (Maison de la Balance / De wage) situada en la Rue de la Colline nº 24)
Grand Place. Casas 20-28


  • Casa 20: El Ciervo (Le Cerf / De Hert)
  • Casa 21 y 22: Joseph y Anne
  • Casa 23: El Angel (L’Ange / Den Engel)
  • Casa 24 y 25: El barco dorado (La Chaloup d'or-Den Gulden Boot)
  • Casa 26 y 27: La Paloma (Le Pigeon / De Duive). Gremio de pintores.
  • Casa 28: El comerciante de oro (Le Marchand d’Or / De Gulden Marchant)
  • Casa 29 a 33: Casa del Rey (Maison du Roi / Broodhuis)
  • Casa 34: El Yelmo (Le Heaume / Den Helm)
  • Casa 35: El Pavo Real (Le Paon / Den Pauw)
  • Casa 36 y 37: El Zorrito (Le Petit Renard /  Het Voske)
  • Casa 37: El Roble (Le Chêne / Den Eycke)
  • Casa 38: Santa Bárbara (Sainte-Barbe / Sint Barbara)
  • Casa 39: El Asno (L'Ane / Den Anzel)

Grand Place. Casas 34-39
A finales del siglo XIX, Charles Buls, que fue burgomaestre de Bruselas desde 1881 hasta 1899 promovió la rehabilitación de la plaza, que se convirtió, en cierto modo en una reinvención de la misma. Las primeras fotos que se hicieron de la Grand Place muestran un espacio austero, sin estatuas ni dorados, y fue precisamente la intervención decimonónica la que reconstituyó el espacio dotándolo de ese esplendor que hoy nos admira.
La Grand Place de Bruselas es uno de los mayores atractivos turísticos de Bruselas. A su interés intrínseco se suma la actividad como mercado de flores y otros acontecimientos puntuales que aumentan su capacidad de reclamo como los espectaculares juegos de luces, o la realización bienal (en los años pares) durante unos días del mes de agosto de una gigantesca  “alfombra” de flores (una “tradición reciente” ya que la creación de ese tapiz de begonias de casi dos mil metros cuadrados se remonta a 1971).

La alfombra de begonias de la Grand Place en cuatro años diferentes.
El reconocimiento internacional a la singularidad de la plaza se confirmó con su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1998.

1 comentario:

  1. que maravilloso representación del arte y poder arquitectónico de una época y clase social

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