La
arquitectura cuenta con una capacidad comunicativa inherente basada en un
lenguaje propio. Pero esto no le ha impedido prestarse como vehículo para
transmitir ideas ajenas a la disciplina o para contar historias muy variadas.
Pudimos comprobarlo en la primera parte de este artículo, en el que “leímos” novelas
gráficas de piedra en las portadas de la iglesia de San Pablo y del Colegio de
San Gregorio, ambos en Valladolid, o en la fachada de la Universidad de
Salamanca.
Pero estas
propuestas históricas poco tienen que ver con las opciones actuales que han
cambiado la escultura o la pintura por pantallas
de LEDs de gran formato cuya luminosidad enciende la comunicación, pero
oscurece la arquitectura. Estas nuevas fachadas ofrecen contenidos que
también son muy diferentes, vinculados mayoritariamente al mundo de la publicidad. Además, pueden utilizar tecnologías
sorprendentes para interactuar con el
viandante.
Algunas de
las principales ciudades han visto como sus centros neurálgicos se han
transformado gracias a esas concentraciones de luz e imágenes y han potenciado
su papel como iconos urbanos contemporáneos. Lo comprobaremos acudiendo a Nueva York (Times Square), Londres (Piccadilly
Circus) y Tokyo (Shibuya Hachiko)
para “ver la televisión”.