La
arquitectura cuenta con una capacidad comunicativa inherente basada en un
lenguaje propio. Pero esto no le ha impedido prestarse como vehículo para
transmitir ideas ajenas a la disciplina o para contar historias muy variadas.
Pudimos comprobarlo en la primera parte de este artículo, en el que “leímos” novelas
gráficas de piedra en las portadas de la iglesia de San Pablo y del Colegio de
San Gregorio, ambos en Valladolid, o en la fachada de la Universidad de
Salamanca.
Pero estas
propuestas históricas poco tienen que ver con las opciones actuales que han
cambiado la escultura o la pintura por pantallas
de LEDs de gran formato cuya luminosidad enciende la comunicación, pero
oscurece la arquitectura. Estas nuevas fachadas ofrecen contenidos que
también son muy diferentes, vinculados mayoritariamente al mundo de la publicidad. Además, pueden utilizar tecnologías
sorprendentes para interactuar con el
viandante.
Algunas de
las principales ciudades han visto como sus centros neurálgicos se han
transformado gracias a esas concentraciones de luz e imágenes y han potenciado
su papel como iconos urbanos contemporáneos. Lo comprobaremos acudiendo a Nueva York (Times Square), Londres (Piccadilly
Circus) y Tokyo (Shibuya Hachiko)
para “ver la televisión”.
Fachadas luminosas
que encienden la comunicación y oscurecen la arquitectura.
Desde tiempos
muy tempranos se comenzó a utilizar la arquitectura como un soporte para comunicaciones
diversas ajenas a la disciplina o para contar historias muy variadas. Muchos
elementos constructivos se prestaron para tal fin como capiteles, columnas,
puertas, tímpanos, frontones y desde luego las fachadas, idóneas para
desarrollar esas posibilidades informativas.
Durante
siglos, los emisores, es decir los promotores de los edificios, aprovecharon la
mayor facilidad de comprensión que proporcionaban otras artes, principalmente
la escultura y pintura, cuyas figuraciones facilitaban el entendimiento de los
mensajes. Ni que decir tiene que la epigrafía sería todavía más directa (aunque
en ocasiones el virtuosismo ornamental de la escritura disimulara las palabras y
complicara su lectura). Esta relación entre arquitectura y comunicación ha
creado ejemplos de mucho interés para la historia social y del arte. En
ocasiones, la motivación procedía desde la ciudad, que requería propuestas para
solucionar superficies conflictivas, como es el caso de las medianeras que
quedaban descubiertas en las manzanas.
La
incorporación de un nuevo contenido en
la ciudad, la publicidad, trastocó la evolución de estas cuestiones. En las
plantas bajas de los edificios, donde se habían ido habilitando locales
comerciales, fueron apareciendo anuncios de los servicios y productos ofrecidos.
También se colocaron grandes carteles pintados en determinados lugares de
impronta mercantil. El proceso se desarrolló con rapidez, pero un hecho
tecnológico lo precipitó aún más y revolucionó la relación con la ciudad: la
aparición de las luces de neón. Con
estas, la percepción de las calles de nuestras urbes se transformó, sobre todo en
su visión nocturna. Los anuncios publicitarios dejaron de ser rótulos pasivos
para adquirir un dinamismo que “golpeaba” a los viandantes (al menos en sus
retinas). Además, la luz posibilitaba la efectividad del mensaje tanto de día
como durante la noche. Grandes letreros luminosos surgirían sobre las cubiertas
de los edificios, en las posiciones más visibles, hasta el punto de llegar a convertirse
en auténticos iconos urbanos. Las fachadas acabarían por recibir también esas
letras y figuras luminosas que se disponían por delante de las habituales
composiciones de ventanas y balcones. La proliferación del neón proporcionó una
personalidad particular no solo los espacios receptores, sino que, en algunos
casos, también llegó a caracterizar a todo un barrio o incluso a una ciudad
completa. Podemos pensar en el Downtown
o en el Strip de Las Vegas (ciudad
que se convirtió en un símbolo internacional del neón) o en Shinjuku, el distrito donde se encuentra
Kabukicho, el animado e hiperiluminado
barrio “rojo” de Tokyo, lugares en los que las edificaciones fueron
“desapareciendo” ocultas bajo la abundancia sin límite de carteles luminosos de
neón.
Las luces de neón se convirtieron en un símbolo de Las
Vegas.
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No obstante, todavía
faltaba un paso por dar y nuevamente sería la tecnología la que lo facilitaría
con la aparición de las pantallas de LEDs.
El neón iría cediendo el paso al LED (Light-Emitting
Diode, diodo emisor de luz), una nueva
tecnología que ha permitido la aparición de pantallas de gran formato que
ofrecen una calidad de imagen extraordinaria con resoluciones que permiten una
emisión perfecta tanto de día como de noche. Los LED proporcionan una gran
eficiencia de rendimiento, pueden emitir luz de cualquier color, irradian muy
poco calor, son muy pequeños y fáciles de conectar, son rápidos en su encendido,
son resistentes a los golpes, soportan los ciclos de frecuencia
encendido-apagado y se desgastan lentamente teniendo una vida útil relativamente
larga. Muchas ventajas sobre el antiguo neón, que había logrado atraer la
atención de las personas, pero esa capacidad se multiplicaría enormemente con
los LEDs, hasta el punto de provocar efectos casi hipnóticos, gracias a la
altísima calidad de imagen que permiten. Los nuevos “carteles” luminosos (que
están sustituyendo paulatinamente a los neones) son pantallas dinámicas y
versátiles que llegan a caracterizar el espacio en el que se encuentran por
encima de la arquitectura, que queda limitada a un papel de soporte oculto.
“Piccadilly Lights” o “The Curve” es la renovada gran
pantalla que preside Piccadilly Circus desde 2017.
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Pero la gran
revolución no es solamente tecnológica porque también lo es de contenidos. Las antiguas fachadas
escultóricas o pintadas, como las que analizamos en Valladolid o Salamanca,
relataban historias diversas que iban desde la religión o la política hasta el
homenaje personal o la advertencia de procesos iniciáticos. Pero estos “libros
de piedra” han quedado como maravillas artísticas, que mucha gente admira, pero
no entiende por desconocer los códigos de interpretación. En ellas, el
espectador es como el lector que extrae el conocimiento de un medio que se
muestra pasivo. Esto ha cambiado radicalmente. Ahora, las fachadas alojan
grandes pantallas de LEDs con una capacidad de variación enorme, programando
contenidos a medida de los intereses del anunciante, en función de horarios y
del público. Las imágenes y los mensajes son esencialmente publicitarios, pero
no exclusivamente, porque se ha demostrado que la efectividad comercial aumenta
al incluir, además de spots, otro tipo de informaciones (noticias on line o índices bursátiles, por
ejemplo), también retransmisiones deportivas, videoclips musicales o
publirreportajes, incluso proporcionando informaciones de interés público en
tiempo real. Y no solo eso, porque las nuevas pantallas, complementadas con cámaras
de reconocimiento facial, también pueden interactuar con el viandante. Además,
la versatilidad de tamaños y curvaturas está permitiendo una adecuación casi
perfecta al soporte, formando un puzle que se ajusta como un guante a una mano.
Con las pantallas
de LEDs se ha abierto una nueva forma de comunicación ciudadana que está
colonizando fachadas, ventanas, escaparates o mobiliario urbano. Algunas
ciudades las han concentrado en ciertos lugares hasta el punto de sustituir la
imagen arquitectónica preexistente por una colección de imágenes en constante cambio.
Esta
“desmaterialización” de los edificios aprovecha interesadamente ciertas corrientes
de pensamiento arquitectónico abiertamente antiformalistas (como la defendida
por Toyo Ito, quien comentó en sus Escritos “lo maravilloso que sería, si pudiera existir, una arquitectura que no
tuviera forma, ligera como el viento”). Pero como sucede en tantas
ocasiones, la poesía y las sugerentes derivas investigadoras son desvirtuadas
por la agresividad de las fuerzas económicas y transformadas en otra cosa. En
los casos que analizamos, la arquitectura desaparece efectivamente tras esas
fachadas eléctricas que cambian constantemente, pero lo hace con un espíritu
muy alejado de las ensoñaciones del arquitecto japonés. La construcción muta para
quedar como un mero andamiaje envuelto por una epidermis que priva a la ciudad de
la expresión arquitectónica. Esos edificios de fachadas multimedia ya no buscan la eternidad y se muestran como
construcciones que se desvanecen en favor de juegos de luces e imágenes que han
tomado el relevo a la rotundidad de la forma histórica.
Su
proliferación llevó a Paul Virilio a enunciar el concepto de “Ciudad Sobreexpuesta”
(overexposed city) advirtiendo sobre la
llegada de una ciudad “radicalmente
intensa y dinámica, cuyo aspecto es continuamente reconstruido por las
pantallas electrónicas”. En esa ciudad “las
grandes protagonistas son las membranas, pieles que ya no responden a la lógica
estructural y funcional del interior del edificio, y que se han convertido en
simples límites que tan solo asumen compromisos con la calle o, mejor dicho,
con el comercialismo que impera en la Ciudad Sobreexpuesta. De esta manera, la
forma de la ciudad deja de ser generada por la arquitectura, y pasa a serlo por
un flujo de imágenes en permanente evolución”.
Vamos a comprobar
estas cuestiones con los tres últimos casos del artículo, acercándonos a
lugares emblemáticos que gozan de un gran reconocimiento internacional y son
visita obligada para los turistas: Times Square en Nueva York; Piccadilly
Circus en Londres; y Shibuya Hachiko en Tokyo.
Caso 4: Times Square,
un salón urbano con televisiones gigantes.
Times Square, arriba en una fotografía de 1906, debajo
en una imagen actual.
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Times Square no nació como plaza, ni tan siquiera
como un espacio con vocación de encuentro. Fue, simplemente una singularidad en
el trazado de la ciudad, provocado por la “irregularidad creadora” de Broadway. Esta vía fue el antiguo camino
indio que recorría la isla y que, mantenido en buena parte de su recorrido, provocó
situaciones urbanas excepcionales al enfrentarse al ensanche ortogonal de los commissioners, generando algunos de los espacios
más emblemáticos de Manhattan, como Union
Square, Madison Square, Columbus Circle o Times Square.
Ya tratamos
estas peculiaridades del trazado neoyorquino en un artículo anterior de este
blog dedicado a Broadway, donde apuntábamos que “en la intersección entre Broadway y la
Séptima Avenida aparece el siguiente espacio multivia, que es, sin duda, uno de
los espacios más populares y visitados de Nueva York: Times Square. El personalísimo espacio (entre las calles 42 y 47),
cuyas proporciones lo sitúan a medio camino entre la tipología de calle y la
plaza, también es un doble triángulo (la “pajarita”) que actúa como un salón
urbano moderno, una morfología híbrida entre la comunicación y la estancia.
Times Square, gracias a la permanente animación ciudadana, siempre abarrotado
de personas, y a su particular imagen basada en los rótulos publicitarios
luminosos, se ha convertido en un símbolo de la ciudad para todo el mundo”.
Plano donde se aprecia la forma creada por la
intersección de la Séptima Avenida y Broadway que dio como resultado Times
Square.
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Para los que
creen que Nueva York podría ser la capital oficiosa del mundo, Times Square sería el ombligo del
planeta, y por eso es uno de los lugares más frecuentados por neoyorquinos y
visitantes. Todo el mundo quiere pasar por ese lugar, epicentro de la
experiencia de la Gran Manzana, fotografiarse, compartirlo en las redes
sociales y dejarse sorprender por el zoológico humano y sus peculiares
especímenes.
Times Square es un lugar de reunión y celebración de
eventos como la fiesta de fin de año.
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Esa capacidad
de atracción fue temprana e hizo que el lugar se convirtiera pronto en objeto
de deseo para el mundo de la publicidad. Times
Square sería un espacio pionero y contaría con carteles luminosos en las
fachadas de sus edificios desde 1904. Inmediatamente llegaría la competencia
por captar la atención del viandante con una imparable carrera por la
espectacularidad de las luces de neón que se complementaría con otros efectos
de reclamo (como el famoso humo del anuncio de Camel, que en realidad era
vapor). Las recientes pantallas de LEDs, de máxima nitidez y calidad, o las
imaginativas propuestas de interacción con los ciudadanos están convirtiendo
aquel salón urbano con televisiones gigantes en una potente y única experiencia
multimedia única. Todo el espacio disponible se encuentra cubierto por esa
epidermis publicitaria variable que ha decretado la desaparición de la
arquitectura tradicional.
Caso 5: Piccadilly Lights,
una fachada que interactúa con el ciudadano.
Piccadilly Circus tampoco es lo que debería haber sido.
Ya hablamos de este espacio singular cuando en otro artículo del blog
analizamos la creación de Regent Street. Allí apuntábamos como el “circus” proyectado para el cruce de la nueva calle con Picadilly acabó siendo un espacio de forma extravagante, aunque
conservó el nombre de la morfología regular. Los avatares de ese lugar emblemático
no acabarían con las deformaciones iniciales, porque las circunstancias lo
convertirían en un centro ciudadano de primer nivel en la capital del Reino
Unido. Y esto convirtió aquel espacio exitoso en un lugar ideal para el
marketing.
Plano de Piccadilly Circus con indicación de la
posición de la gran pantalla actual.
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El primer anuncio
publicitario luminoso apareció en 1908 (con la marca Perrier) mientras que el icónico Brovil se instaló en la curva de Shaftesbury Avenue en 1923. Casi cien años después, en 2011 las
pantallas de LEDs sustituyeron a las luces de neón. La última renovación es de
2017 cuando las numerosas pantallas fueron sustituidas por una estructura única
y curvada (The Curve o Piccadilly Lights) siguiendo la línea
marcada por la edificación. La gran superficie de 780 metros cuadrados
(aproximadamente tres pistas de tenis) está compuesta por unos once millones de
pixeles que están separados 8 milímetros y proporcionan una resolución de 4K
(ultra HD). El esfuerzo tecnológico y económico se ve compensado por los cien
millones de personas que se calcula que pasan anualmente por Piccadilly Circus.
Una de las
sorpresas tecnológicas de la gran pantalla renovada es la interactuación con
los viandantes. Los paseantes son observados por dos cámaras de identificación
facial que estiman su género y su edad para seleccionar automáticamente la
publicidad más acorde con las necesidades de los transeúntes. Esto ha levantado
cierta polémica y ha obligado a dar explicaciones a los gestores de contenidos,
la empresa británica Landsec, que
afirma que las imágenes no son almacenadas ni utilizadas para otro fin.
La gran pantalla de Piccadilly Circus no solo es un
escaparate publicitario. Además, es una atracción turística que interactúa con
los viandantes.
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Caso 6: Shibuya Hachiko
y Scramble Kousaten, fachadas
eléctricas, muchedumbres y un perro fiel.
Shibuya es un barrio de Tokyo que en las
últimas décadas se ha convertido en un distrito comercial y de ocio de gran
éxito, especialmente frecuentado por los jóvenes. El centro neurálgico de la
zona está vinculado a la estación de ferrocarril (Shibuya-eki) que actúa como intercambiador modal entre los trenes y
varias líneas de autobuses, siendo una de las conexiones de transporte más
utilizadas de Japón.
El cruce de Scramble Kousaten es el más concurrido del
mundo.
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El espacio
urbano que acompaña a la terminal forma parte del imaginario colectivo por varias
razones. Desde luego, está la plaza desde la que se accede al intercambiador (Shibuya Hachiko) con la apreciada estatua
del perro Hachiko; pero, sobre todo,
su reconocimiento parte del cruce de calles contiguo, el denominado Scramble Kousaten, y de la imponente presencia
de las enormes pantallas que pueblan de imágenes el lugar.
Scramble Kousaten es conocido internacionalmente
por ser el paso de peatones de mayor intensidad del mundo (que se densifica
todavía más con la presencia de innumerables turistas que desean visitar esa periódica
y sorprendente marea humana). En ese punto confluyen varias vías rodadas cuyos
coches son parados simultáneamente para habilitar cuatro pasos de peatones dispuestos
siguiendo los lados de un cuadrado a los que se suma un quinto que forma una
diagonal entre ellos. En el momento en el que los coches se detienen, una
marabunta humana se lanza a cruzar de un lado para otro en una sorprendente
muestra de la capacidad de penetración de masas enfrentadas. Se calcula que
diariamente lo atraviesan cerca de medio millón de personas.
Imagen del célebre cruce de Scramble Kousaten.
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Para los
ciudadanos de Tokyo la plaza tiene una historia entrañable que refuerza el
valor del lugar para los emotivos japoneses. Ese espacio recibe el nombre de Shibuya
Hachiko en homenaje a un perro que se llamaba de esa manera, Hachiko. Ese perro, de la raza japonesa akita, acompañaba a su dueño (un
profesor universitario) a la estación para coger el tren y luego volvía para
esperarlo cuando regresaba. Esta rutina hizo que el perro fuera muy conocido
por los comerciantes de la zona y los usuarios del ferrocarril. Pero un día de
1925 el profesor sufrió una hemorragia cerebral dando sus clases y falleció. Hachiko, como todos los días, fue a
esperarlo y al no encontrar a su dueño ya no volvió a casa. Se quedó allí hasta
que apareciera. El hecho fue advertido por los habituales de la zona y muy
estimado, hasta el punto de que cuidaron del perro e incluso costearon una
escultura en honor a su fidelidad. La estatua, que homenajea al perro fiel que
murió diez años después que su dueño sin abandonar la plaza, es hoy un punto de
encuentro muy utilizado por los ciudadanos.
La escultura del fiel perro Hachiko marca el principal
lugar de encuentro dentro del hiperactivo entorno de la estación de Shibuya.
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En ese cruce
y la plaza se levantan varios edificios en cuyas fachadas se han instalado
enormes pantallas de LEDs que bombardean con mensajes comerciales a transeúntes
y conductores e iluminan el lugar, tanto de día como de noche.
Shibuya Hachiko y el cruce de Scramble Kousaten se
formalizan con grandes edificios que han integrado enormes pantallas en sus
fachadas, convirtiendo el lugar en un espectáculo de luz e imágenes.
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La “mediatización”
de la arquitectura provoca rechazo y desconfianza en muchas personas y no son
pocos los municipios que están legislando para limitarla. Algunas voces indican
que el hecho de que estas propuestas sean básicamente las mismas en todas las
ciudades hace perder idiosincrasia. Son los inconvenientes de un mundo globalizado.
En cualquier caso, es un fenómeno urbano y económico imparable.
Este fascinante análisis destaca cómo las pantallas de LEDs transforman la arquitectura urbana, fusionando publicidad y tecnología. La evolución desde el neón hasta los LEDs no solo redefine la estética, sino que también crea una nueva forma de comunicación en las ciudades. En eventos masivos, como grandes espectáculos o conciertos, estas pantallas LED se convierten en protagonistas, intensificando la experiencia visual. La interacción entre arquitectura y tecnología en estos eventos refleja la creciente influencia de las pantallas LED en la expresión urbana contemporánea.
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