24 feb 2019

La arquitectura como soporte de comunicación: fachadas entre la “novela gráfica” y la televisión (2. Pantallas de LEDs)


Ciertas ciudades principales han visto como alguno de sus centros neurálgicos se han transformado gracias a concentraciones de luz e imágenes que han potenciado su papel como iconos urbanos contemporáneos. De izquierda a derecha: Nueva York (Times Square), Tokyo (Shibuya Hachiko) y Londres (Piccadilly Circus).
La arquitectura cuenta con una capacidad comunicativa inherente basada en un lenguaje propio. Pero esto no le ha impedido prestarse como vehículo para transmitir ideas ajenas a la disciplina o para contar historias muy variadas. Pudimos comprobarlo en la primera parte de este artículo, en el que “leímos” novelas gráficas de piedra en las portadas de la iglesia de San Pablo y del Colegio de San Gregorio, ambos en Valladolid, o en la fachada de la Universidad de Salamanca.
Pero estas propuestas históricas poco tienen que ver con las opciones actuales que han cambiado la escultura o la pintura por pantallas de LEDs de gran formato cuya luminosidad enciende la comunicación, pero oscurece la arquitectura. Estas nuevas fachadas ofrecen contenidos que también son muy diferentes, vinculados mayoritariamente al mundo de la publicidad. Además, pueden utilizar tecnologías sorprendentes para interactuar con el viandante.
Algunas de las principales ciudades han visto como sus centros neurálgicos se han transformado gracias a esas concentraciones de luz e imágenes y han potenciado su papel como iconos urbanos contemporáneos. Lo comprobaremos acudiendo a Nueva York (Times Square), Londres (Piccadilly Circus) y Tokyo (Shibuya Hachiko) para “ver la televisión”.

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Fachadas luminosas que encienden la comunicación y oscurecen la arquitectura.
Desde tiempos muy tempranos se comenzó a utilizar la arquitectura como un soporte para comunicaciones diversas ajenas a la disciplina o para contar historias muy variadas. Muchos elementos constructivos se prestaron para tal fin como capiteles, columnas, puertas, tímpanos, frontones y desde luego las fachadas, idóneas para desarrollar esas posibilidades informativas.
Durante siglos, los emisores, es decir los promotores de los edificios, aprovecharon la mayor facilidad de comprensión que proporcionaban otras artes, principalmente la escultura y pintura, cuyas figuraciones facilitaban el entendimiento de los mensajes. Ni que decir tiene que la epigrafía sería todavía más directa (aunque en ocasiones el virtuosismo ornamental de la escritura disimulara las palabras y complicara su lectura). Esta relación entre arquitectura y comunicación ha creado ejemplos de mucho interés para la historia social y del arte. En ocasiones, la motivación procedía desde la ciudad, que requería propuestas para solucionar superficies conflictivas, como es el caso de las medianeras que quedaban descubiertas en las manzanas.
La incorporación de un nuevo contenido en la ciudad, la publicidad, trastocó la evolución de estas cuestiones. En las plantas bajas de los edificios, donde se habían ido habilitando locales comerciales, fueron apareciendo anuncios de los servicios y productos ofrecidos. También se colocaron grandes carteles pintados en determinados lugares de impronta mercantil. El proceso se desarrolló con rapidez, pero un hecho tecnológico lo precipitó aún más y revolucionó la relación con la ciudad: la aparición de las luces de neón. Con estas, la percepción de las calles de nuestras urbes se transformó, sobre todo en su visión nocturna. Los anuncios publicitarios dejaron de ser rótulos pasivos para adquirir un dinamismo que “golpeaba” a los viandantes (al menos en sus retinas). Además, la luz posibilitaba la efectividad del mensaje tanto de día como durante la noche. Grandes letreros luminosos surgirían sobre las cubiertas de los edificios, en las posiciones más visibles, hasta el punto de llegar a convertirse en auténticos iconos urbanos. Las fachadas acabarían por recibir también esas letras y figuras luminosas que se disponían por delante de las habituales composiciones de ventanas y balcones. La proliferación del neón proporcionó una personalidad particular no solo los espacios receptores, sino que, en algunos casos, también llegó a caracterizar a todo un barrio o incluso a una ciudad completa. Podemos pensar en el Downtown o en el Strip de Las Vegas (ciudad que se convirtió en un símbolo internacional del neón) o en Shinjuku, el distrito donde se encuentra Kabukicho, el animado e hiperiluminado barrio “rojo” de Tokyo, lugares en los que las edificaciones fueron “desapareciendo” ocultas bajo la abundancia sin límite de carteles luminosos de neón.
Las luces de neón se convirtieron en un símbolo de Las Vegas.
No obstante, todavía faltaba un paso por dar y nuevamente sería la tecnología la que lo facilitaría con la aparición de las pantallas de LEDs. El neón iría cediendo el paso al LED (Light-Emitting Diode, diodo emisor de luz), una nueva tecnología que ha permitido la aparición de pantallas de gran formato que ofrecen una calidad de imagen extraordinaria con resoluciones que permiten una emisión perfecta tanto de día como de noche. Los LED proporcionan una gran eficiencia de rendimiento, pueden emitir luz de cualquier color, irradian muy poco calor, son muy pequeños y fáciles de conectar, son rápidos en su encendido, son resistentes a los golpes, soportan los ciclos de frecuencia encendido-apagado y se desgastan lentamente teniendo una vida útil relativamente larga. Muchas ventajas sobre el antiguo neón, que había logrado atraer la atención de las personas, pero esa capacidad se multiplicaría enormemente con los LEDs, hasta el punto de provocar efectos casi hipnóticos, gracias a la altísima calidad de imagen que permiten. Los nuevos “carteles” luminosos (que están sustituyendo paulatinamente a los neones) son pantallas dinámicas y versátiles que llegan a caracterizar el espacio en el que se encuentran por encima de la arquitectura, que queda limitada a un papel de soporte oculto.
“Piccadilly Lights” o “The Curve” es la renovada gran pantalla que preside Piccadilly Circus desde 2017.
Pero la gran revolución no es solamente tecnológica porque también lo es de contenidos. Las antiguas fachadas escultóricas o pintadas, como las que analizamos en Valladolid o Salamanca, relataban historias diversas que iban desde la religión o la política hasta el homenaje personal o la advertencia de procesos iniciáticos. Pero estos “libros de piedra” han quedado como maravillas artísticas, que mucha gente admira, pero no entiende por desconocer los códigos de interpretación. En ellas, el espectador es como el lector que extrae el conocimiento de un medio que se muestra pasivo. Esto ha cambiado radicalmente. Ahora, las fachadas alojan grandes pantallas de LEDs con una capacidad de variación enorme, programando contenidos a medida de los intereses del anunciante, en función de horarios y del público. Las imágenes y los mensajes son esencialmente publicitarios, pero no exclusivamente, porque se ha demostrado que la efectividad comercial aumenta al incluir, además de spots, otro tipo de informaciones (noticias on line o índices bursátiles, por ejemplo), también retransmisiones deportivas, videoclips musicales o publirreportajes, incluso proporcionando informaciones de interés público en tiempo real. Y no solo eso, porque las nuevas pantallas, complementadas con cámaras de reconocimiento facial, también pueden interactuar con el viandante. Además, la versatilidad de tamaños y curvaturas está permitiendo una adecuación casi perfecta al soporte, formando un puzle que se ajusta como un guante a una mano.
Con las pantallas de LEDs se ha abierto una nueva forma de comunicación ciudadana que está colonizando fachadas, ventanas, escaparates o mobiliario urbano. Algunas ciudades las han concentrado en ciertos lugares hasta el punto de sustituir la imagen arquitectónica preexistente por una colección de imágenes en constante cambio.
Esta “desmaterialización” de los edificios aprovecha interesadamente ciertas corrientes de pensamiento arquitectónico abiertamente antiformalistas (como la defendida por Toyo Ito, quien comentó en sus Escritos “lo maravilloso que sería, si pudiera existir, una arquitectura que no tuviera forma, ligera como el viento”). Pero como sucede en tantas ocasiones, la poesía y las sugerentes derivas investigadoras son desvirtuadas por la agresividad de las fuerzas económicas y transformadas en otra cosa. En los casos que analizamos, la arquitectura desaparece efectivamente tras esas fachadas eléctricas que cambian constantemente, pero lo hace con un espíritu muy alejado de las ensoñaciones del arquitecto japonés. La construcción muta para quedar como un mero andamiaje envuelto por una epidermis que priva a la ciudad de la expresión arquitectónica. Esos edificios de fachadas multimedia ya no buscan la eternidad y se muestran como construcciones que se desvanecen en favor de juegos de luces e imágenes que han tomado el relevo a la rotundidad de la forma histórica.
Su proliferación llevó a Paul Virilio a enunciar el concepto de “Ciudad Sobreexpuesta” (overexposed city) advirtiendo sobre la llegada de una ciudad “radicalmente intensa y dinámica, cuyo aspecto es continuamente reconstruido por las pantallas electrónicas”. En esa ciudad “las grandes protagonistas son las membranas, pieles que ya no responden a la lógica estructural y funcional del interior del edificio, y que se han convertido en simples límites que tan solo asumen compromisos con la calle o, mejor dicho, con el comercialismo que impera en la Ciudad Sobreexpuesta. De esta manera, la forma de la ciudad deja de ser generada por la arquitectura, y pasa a serlo por un flujo de imágenes en permanente evolución”.
Vamos a comprobar estas cuestiones con los tres últimos casos del artículo, acercándonos a lugares emblemáticos que gozan de un gran reconocimiento internacional y son visita obligada para los turistas: Times Square en Nueva York; Piccadilly Circus en Londres; y Shibuya Hachiko en Tokyo.

Caso 4: Times Square, un salón urbano con televisiones gigantes.
Times Square, arriba en una fotografía de 1906, debajo en una imagen actual.
Times Square no nació como plaza, ni tan siquiera como un espacio con vocación de encuentro. Fue, simplemente una singularidad en el trazado de la ciudad, provocado por la “irregularidad creadora” de Broadway. Esta vía fue el antiguo camino indio que recorría la isla y que, mantenido en buena parte de su recorrido, provocó situaciones urbanas excepcionales al enfrentarse al ensanche ortogonal de los commissioners, generando algunos de los espacios más emblemáticos de Manhattan, como Union Square, Madison Square, Columbus Circle o Times Square.
Ya tratamos estas peculiaridades del trazado neoyorquino en un artículo anterior de este blog dedicado a Broadway, donde apuntábamos que “en la intersección entre Broadway y la Séptima Avenida aparece el siguiente espacio multivia, que es, sin duda, uno de los espacios más populares y visitados de Nueva York: Times Square. El personalísimo espacio (entre las calles 42 y 47), cuyas proporciones lo sitúan a medio camino entre la tipología de calle y la plaza, también es un doble triángulo (la “pajarita”) que actúa como un salón urbano moderno, una morfología híbrida entre la comunicación y la estancia. Times Square, gracias a la permanente animación ciudadana, siempre abarrotado de personas, y a su particular imagen basada en los rótulos publicitarios luminosos, se ha convertido en un símbolo de la ciudad para todo el mundo”.
Plano donde se aprecia la forma creada por la intersección de la Séptima Avenida y Broadway que dio como resultado Times Square.
Para los que creen que Nueva York podría ser la capital oficiosa del mundo, Times Square sería el ombligo del planeta, y por eso es uno de los lugares más frecuentados por neoyorquinos y visitantes. Todo el mundo quiere pasar por ese lugar, epicentro de la experiencia de la Gran Manzana, fotografiarse, compartirlo en las redes sociales y dejarse sorprender por el zoológico humano y sus peculiares especímenes.
Times Square es un lugar de reunión y celebración de eventos como la fiesta de fin de año.
Esa capacidad de atracción fue temprana e hizo que el lugar se convirtiera pronto en objeto de deseo para el mundo de la publicidad. Times Square sería un espacio pionero y contaría con carteles luminosos en las fachadas de sus edificios desde 1904. Inmediatamente llegaría la competencia por captar la atención del viandante con una imparable carrera por la espectacularidad de las luces de neón que se complementaría con otros efectos de reclamo (como el famoso humo del anuncio de Camel, que en realidad era vapor). Las recientes pantallas de LEDs, de máxima nitidez y calidad, o las imaginativas propuestas de interacción con los ciudadanos están convirtiendo aquel salón urbano con televisiones gigantes en una potente y única experiencia multimedia única. Todo el espacio disponible se encuentra cubierto por esa epidermis publicitaria variable que ha decretado la desaparición de la arquitectura tradicional.

Caso 5: Piccadilly Lights, una fachada que interactúa con el ciudadano.
Piccadilly Circus tampoco es lo que debería haber sido. Ya hablamos de este espacio singular cuando en otro artículo del blog analizamos la creación de Regent Street. Allí apuntábamos como el “circus” proyectado para el cruce de la nueva calle con Picadilly acabó siendo un espacio de forma extravagante, aunque conservó el nombre de la morfología regular. Los avatares de ese lugar emblemático no acabarían con las deformaciones iniciales, porque las circunstancias lo convertirían en un centro ciudadano de primer nivel en la capital del Reino Unido. Y esto convirtió aquel espacio exitoso en un lugar ideal para el marketing.
Plano de Piccadilly Circus con indicación de la posición de la gran pantalla actual.
El primer anuncio publicitario luminoso apareció en 1908 (con la marca Perrier) mientras que el icónico Brovil se instaló en la curva de Shaftesbury Avenue en 1923. Casi cien años después, en 2011 las pantallas de LEDs sustituyeron a las luces de neón. La última renovación es de 2017 cuando las numerosas pantallas fueron sustituidas por una estructura única y curvada (The Curve o Piccadilly Lights) siguiendo la línea marcada por la edificación. La gran superficie de 780 metros cuadrados (aproximadamente tres pistas de tenis) está compuesta por unos once millones de pixeles que están separados 8 milímetros y proporcionan una resolución de 4K (ultra HD). El esfuerzo tecnológico y económico se ve compensado por los cien millones de personas que se calcula que pasan anualmente por Piccadilly Circus.
Imágenes sucesivas de Piccadilly Circus en las que se aprecia la implantación de los carteles publicitarios tan emblemáticos de ese lugar de Londres. El proceso arranca con el neón y acaba con los LEDs.
Una de las sorpresas tecnológicas de la gran pantalla renovada es la interactuación con los viandantes. Los paseantes son observados por dos cámaras de identificación facial que estiman su género y su edad para seleccionar automáticamente la publicidad más acorde con las necesidades de los transeúntes. Esto ha levantado cierta polémica y ha obligado a dar explicaciones a los gestores de contenidos, la empresa británica Landsec, que afirma que las imágenes no son almacenadas ni utilizadas para otro fin.
La gran pantalla de Piccadilly Circus no solo es un escaparate publicitario. Además, es una atracción turística que interactúa con los viandantes.

Caso 6: Shibuya Hachiko y Scramble Kousaten, fachadas eléctricas, muchedumbres y un perro fiel.
Shibuya es un barrio de Tokyo que en las últimas décadas se ha convertido en un distrito comercial y de ocio de gran éxito, especialmente frecuentado por los jóvenes. El centro neurálgico de la zona está vinculado a la estación de ferrocarril (Shibuya-eki) que actúa como intercambiador modal entre los trenes y varias líneas de autobuses, siendo una de las conexiones de transporte más utilizadas de Japón.
El cruce de Scramble Kousaten es el más concurrido del mundo.
El espacio urbano que acompaña a la terminal forma parte del imaginario colectivo por varias razones. Desde luego, está la plaza desde la que se accede al intercambiador (Shibuya Hachiko) con la apreciada estatua del perro Hachiko; pero, sobre todo, su reconocimiento parte del cruce de calles contiguo, el denominado Scramble Kousaten, y de la imponente presencia de las enormes pantallas que pueblan de imágenes el lugar.
Scramble Kousaten es conocido internacionalmente por ser el paso de peatones de mayor intensidad del mundo (que se densifica todavía más con la presencia de innumerables turistas que desean visitar esa periódica y sorprendente marea humana). En ese punto confluyen varias vías rodadas cuyos coches son parados simultáneamente para habilitar cuatro pasos de peatones dispuestos siguiendo los lados de un cuadrado a los que se suma un quinto que forma una diagonal entre ellos. En el momento en el que los coches se detienen, una marabunta humana se lanza a cruzar de un lado para otro en una sorprendente muestra de la capacidad de penetración de masas enfrentadas. Se calcula que diariamente lo atraviesan cerca de medio millón de personas.
Imagen del célebre cruce de Scramble Kousaten.
Para los ciudadanos de Tokyo la plaza tiene una historia entrañable que refuerza el valor del lugar para los emotivos japoneses. Ese espacio recibe el nombre de Shibuya Hachiko en homenaje a un perro que se llamaba de esa manera, Hachiko. Ese perro, de la raza japonesa akita, acompañaba a su dueño (un profesor universitario) a la estación para coger el tren y luego volvía para esperarlo cuando regresaba. Esta rutina hizo que el perro fuera muy conocido por los comerciantes de la zona y los usuarios del ferrocarril. Pero un día de 1925 el profesor sufrió una hemorragia cerebral dando sus clases y falleció. Hachiko, como todos los días, fue a esperarlo y al no encontrar a su dueño ya no volvió a casa. Se quedó allí hasta que apareciera. El hecho fue advertido por los habituales de la zona y muy estimado, hasta el punto de que cuidaron del perro e incluso costearon una escultura en honor a su fidelidad. La estatua, que homenajea al perro fiel que murió diez años después que su dueño sin abandonar la plaza, es hoy un punto de encuentro muy utilizado por los ciudadanos.
La escultura del fiel perro Hachiko marca el principal lugar de encuentro dentro del hiperactivo entorno de la estación de Shibuya.
En ese cruce y la plaza se levantan varios edificios en cuyas fachadas se han instalado enormes pantallas de LEDs que bombardean con mensajes comerciales a transeúntes y conductores e iluminan el lugar, tanto de día como de noche.
Shibuya Hachiko y el cruce de Scramble Kousaten se formalizan con grandes edificios que han integrado enormes pantallas en sus fachadas, convirtiendo el lugar en un espectáculo de luz e imágenes.
Las pantallas gigantes están colonizando los espacios más exitosos de muchas ciudades. Los tres casos presentados solo son una muestra en la que podrían incluirse también ejemplos tan espectaculares como la pantalla abovedada de Fremont Street en Las Vegas, situada a 27 metros de altura y que cubre una superficie de 457 metros de largo por 27 de ancho para proporcionar a los transeúntes la experiencia de caminar por debajo de un espectáculo de imágenes y sonido. O también la pantalla de LEDs más grande del mundo que con sus 33.000 metros cuadrados cubre buena parte del edificio Burj Khalifa en Dubái.
La “mediatización” de la arquitectura provoca rechazo y desconfianza en muchas personas y no son pocos los municipios que están legislando para limitarla. Algunas voces indican que el hecho de que estas propuestas sean básicamente las mismas en todas las ciudades hace perder idiosincrasia. Son los inconvenientes de un mundo globalizado. En cualquier caso, es un fenómeno urbano y económico imparable.

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