La historia de la relación entre ciudad y
deporte comienza en la Grecia
antigua, cuando se instauraron los denominados “Juegos Panhelénicos”, a los que se convocaba al pueblo heleno para
homenajear a los dioses y, de
paso, favorecer la confraternización entre sus miembros. A pesar de su
motivación religiosa, los diferentes Juegos serían reconocidos por las
competiciones atléticas que se realizaban en ellos, caracterizadas
por un elevado componente ritual (una
cuestión clave que heredaría el deporte actual). Los más destacados fueron los Juegos
Olímpicos, que se celebraban en el santuario de Olimpia cada cuatro
años.
Para albergar
dichas pruebas se crearon los primeros
prototipos espaciales (estadios e hipódromos) que servirían de base para los escenarios deportivos futuros. También
son reseñables por su influencia posterior, los gimnasios, espacios
multifuncionales vinculados tanto al entrenamiento físico como a la instrucción
intelectual. El interés arquitectónico de esas propuestas es indudable, pero,
en general, su incidencia urbana fue
escasa.
El deporte
tal como lo entendemos actualmente fue un producto de la civilización
occidental del siglo XIX, surgido como consecuencia de unas circunstancias
históricas determinadas y que se apoyó en las bases que le ofrecían ciertas
prácticas habituales desde tiempos remotos. Esto no implica que otras civilizaciones
no contaran con actividades similares. Hay evidencias de pruebas físicas y de
juegos diversos en Mesopotamia, en Egipto, o en la India y en las lejanas
civilizaciones orientales, pero, para la gestación del deporte, Occidente rastreó en su propia historia. Por eso, viajamos
al inicio de occidente, tomando como punto
de partida para nuestro análisis entre ciudad y deporte a la antigua Grecia.
No obstante, el deporte se haría
global, extendiéndose por todos los continentes e incorporando actividades procedentes
de culturas diversas (por ejemplo, con la introducción entre las disciplinas
olímpicas de algunas artes marciales orientales).
Los Juegos
Panhelénicos (Olimpia, Istmia, Nemea y Delfos)
Hellás (Ἑλλάς), traducido como Hélade, era el nombre con el que los
antiguos griegos identificaban la región que habitaban y que se encontraba muy
fragmentada políticamente. Esa denominación trascendía la autonomía y
personalidad de cada una de las polis
y amparaba un sentimiento de pertenencia e integración entre los helenos, que
se definían a sí mismos como miembros de la Hélade. No obstante, esa división
en pequeños estados capitaneados desde las principales polis, fue causa de rivalidades y disputas que provocaron
frecuentes guerras internas, aunque también disfrutaron de momentos de sintonía
y unión (sobre todo cuando se veían atacados por enemigos externos). Esta
basculación entre la alianza y el desencuentro sería habitual hasta su anexión
al Imperio Romano.
A pesar de eso, la hermandad helena
sobrevolaba por encima de las circunstancias coyunturales de cada momento e,
independientemente del estado en el que estuvieran las relaciones entre las polis, se lograron fijar ciertos
periodos recurrentes en los que se garantizaba la paz y se permitía la libre
circulación por todos los territorios con el objeto de acudir a los santuarios
a homenajear conjuntamente a los dioses. Eran las llamadas “treguas sagradas” (ἐκεχερία, ekecheria)
pregonadas por los espondóforos (mensajeros
de la paz). Estos
encuentros periódicos eran, de paso, una ocasión para la confraternización entre sus
miembros. Fueron los
llamados Juegos Panhelénicos, reuniones que, a pesar de su motivación religiosa, serían reconocidos por las
competiciones atléticas realizadas en ellos.
Hubo cuatro santuarios principales que albergaron
dichos eventos (aunque no fueron los únicos lugares que celebraron juegos, pero
los otros fueron de menor consideración):
• El
santuario de Olimpia albergaría los Juegos
Olímpicos, una reunión que se celebrada cada cuatro años en homenaje a
Zeus, el dios principal del panteón griego, y que se convirtieron en los más
importantes y prestigiosos, siendo los que marcaban el inicio de cada ciclo.
Los ganadores de las pruebas recibían una corona de ramas de olivo. Fueron los
encuentros más destacados entre todos.
• El
santuario de Delfos acogería los Juegos
Píticos, que se consagraron al dios Apolo, hijo de Zeus y otro de los
dioses griegos fundamentales. Celebrados igualmente cada cuatro años (dos
después de los Olímpicos, en el tercer año del ciclo) homenajeaban a los
vencedores con una corona de laurel.
• El
santuario de Nemea alojaba los Juegos Nemeos
que se realizaban cada dos años, en el segundo año y cuarto año del ciclo, es
decir un año antes y otro después de las olimpiadas. El premio era una corona
de apio.
• Por
último, los Juegos Ístmicos se
llevaban a cabo en Istmia, también cada dos años coincidiendo con los
anteriores en el año, aunque en meses diferentes. La distinción entregada a los
primeros clasificados era una guirnalda de pino.
Mapa de Grecia con la indicación de la situación de
los santuarios en los que se celebraban los principales Juegos Panhelénicos.
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Otras ciudades y otros juegos (Epidauro
y Atenas)
Atenas también tuvo sus juegos dentro del
marco de las fiestas Panateneas, unas celebraciones religiosas anuales en honor
a la diosa Atenea, protectora de la ciudad. Cada cuatro años celebraban las Grandes Panateneas, incorporando
pruebas competitivas de carácter atlético, así como certámenes de música y
poesía.
Otros juegos fueron los Juegos Hereos, celebrados en Argos y Olimpia en honor a la diosa
Hera y cuyas competiciones estaban reservadas exclusivamente a las mujeres.
Epidauro, una de las polis de la región Argólida,
contaba con un santuario dedicado a Asclepio, el dios de la medicina y de la
curación, que proporcionó mucho prestigio a la ciudad. Allí se celebraron las Asklepieia, que incluían certámenes
musicales, atléticos, poéticos e incluso carreras de caballos.
Las pruebas físicas en los antiguos Juegos
Olímpicos.
En un artículo anterior reseñamos las categorías esenciales
de los ejercicios físicos (correr,
saltar, lanzar y luchar) que irían teniendo reflejo en las diferentes
pruebas (agones) realizadas en los
Juegos Panhelénicos de la antigua Grecia.
Como ya hemos
anticipado, los Juegos más importantes fueron los de la ciudad de Olimpia, que
se celebraron por primera vez en el año 776 a.C., contando entonces con una
sola prueba: la carrera de velocidad, el denominado stadion (στάδιον), que recorría la distancia de
un “estadio”, una medida de longitud de aproximadamente 200 metros (más
adelante justificaremos la razón de esta imprecisión). Esta prueba fue la única
hasta que, en el año 724 a.C., en la decimocuarta olimpiada, se incorporó la
carrera del doble stadion, la llamada
diaulos, (Δίαυλος) que recorría 400 metros al
constar de ida y vuelta al trazado de la pista. Desde ese momento, se irían
sumando nuevas pruebas hasta llegar a la lista final que se mantendría hasta
que los Juegos Olímpicos fueron abolidos por el emperador romano Teodosio I en
el año 394.
Representación de una carrera griega en un ánfora
del siglo IV a.C.
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En los
últimos Juegos Olímpicos antiguos, las disciplinas principales fueron:
• las carreras, desarrolladas en 5 pruebas, las dos mencionadas en el
párrafo anterior (stadion y diaulos), así como una de resistencia (dolichos, Δόλιχος) que daba doce vueltas
completas al estadio para recorrer unos 4.800 metros, y otras dos en las que
los atletas corrían cargados con armas 200 y 400 metros (hoplitodromos, Ὁπλιτόδρομος)
• la lucha (el combate), con 3 pruebas: el pale (πάλη), que era como la actual lucha grecorromana cuerpo a cuerpo;
la pygmachia (Πυγμαχία) una lucha con puños,
parecida al boxeo; y el pankration (πανκράτιον), una mezcla entre las anteriores.
• el penthatlón (πένταθλον) en el que se competía en
cinco pruebas diferentes. Dos de ellas tenían identidad propia (la carrera de
velocidad de 200 metros y la lucha grecorromana, como hemos visto) y tres que
se celebraban únicamente como parte del pentatlón: salto de longitud y los
lanzamientos de disco y de jabalina.
• finalmente también estaban las
carreras “asistidas” (contando con el apoyo de animales, caballos
concretamente, y elementos mecánicos, con carros de diferentes tipos). Las
principales eran las carreras de caballos con jinete (keles, κέλης) y las carreras de carros (con dos y cuatro caballos
tirando, llamadas respectivamente, synoris, συνωρὶς y tethrippon, τέθριππον).
Este era el
grupo de pruebas fundamentales, aunque la oferta competitiva era algo más
amplia ya que contaba con pruebas juveniles y algunas opciones más de carreras
de caballos y carros.
Bajo relieve griego representando la práctica de la
lucha olímpica.
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El nacimiento de los “escenarios deportivos” en la
antigua Grecia: estadios, hipódromos y gimnasios.
La Grecia
Antigua dio respuesta espacial a los requisitos de todas estas pruebas (agones) con la creación de dos
escenarios que se convertirían en prototipos para algunos de los recintos
deportivos actuales: el estadio
y el hipódromo.
El Estadio
Originalmente, el estadio fue una unidad de longitud utilizada en la Antigua Grecia.
Su medida equivalía a 600 pies. No obstante, el pie griego variaba en cada una
de las polis y consecuentemente su
dimensión no estaba determinada con precisión. Por ejemplo, en Olimpia
alcanzaría los 192,27 metros (32 cm. por cada pie) mientras que en Atenas
quedaba en los 177,60 metros (29,6 cm. por cada pie).
La distancia de un estadio fue la que
recorrían los atletas en la principal y más antigua prueba de los juegos
panhelénicos: el stadion, al que nos
hemos referido en el apartado anterior. Por eso la pista construida para
practicar ese agón recibió el mismo
nombre de su longitud (600 pies) y solía tener una anchura de unos 100 pies,
que permitía la ida y vuelta de unos veinte corredores. La pista estaba determinada
por un principio (salida) y un final (meta) que quedaban marcados por unos
mojones de piedra. Estaba acompañada por un espacio para el público que acudía
a presenciar los eventos, constituido por unos ligeros taludes cuyos
desniveles pronto se convirtieron en graderíos, comenzando así a tener
relevancia arquitectónica.
Con la cancelación de los Juegos Panhelénicos,
los estadios quedarían en desuso y no serían recuperados como lugares para la
práctica deportiva hasta el siglo XIX cuando ciertos movimientos románticos y
nacionalistas los rescataron del olvido. Algunos de aquellos antiguos estadios
se han conservado relativamente, formando parte casi siempre de lugares
arqueológicos.
Imágenes de tres estadios de la Grecia antigua:
arriba, dos vistas del estado de Delfos; debajo a la izquierda el estadio de
Epidauro y a la derecha, el estadio de Nemea.
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El Hipódromo
El estadio estaba diseñado en función de
las posibilidades humanas, pero resultaba insuficiente para las pruebas de
velocidad que incorporaban caballos y carros. La mayor potencia de la tracción
animal exigía recorridos más largos y un trazado que contara con unas curvas
asequibles para poder ser tomadas por ellos o por los carros, además de mayor anchura
para poder circular con cierta comodidad. Para ello se crearía un segundo
prototipo espacial: el hipódromo
(término que fusionaba las palabras hippos
“caballo” y dromos “camino”). Su
longitud aproximada era de dos estadios y las dos pistas (ida y vuelta)
quedaban separadas por un muro o espina. Los extremos se cerraban en curva para
facilitar el cambio de sentido.
Así, el hipódromo fue el circuito de las pruebas de velocidad (asistida)
de la Antigua Grecia. La palabra “asistida” se refiere a los elementos
referidos que potenciaban las opciones de los participantes, que en realidad
eran o jinetes de animales
(particularmente de caballo) o conductores
de máquinas (habitualmente, carros tirados por diferente número de
equinos).
Entre los
hipódromos famosos destaca el de Olimpia, pero este tipo de pruebas tendría un
gran éxito que llevaría a que se fueran independizando del marco religioso de
los Juegos. Los hipódromos serían los antecedentes
de los circos romanos, aunque estos adquirirían matices propios. Entre esos hipódromos
autónomos es muy destacable el magnífico Lageion
(Λαγεῖον) de Alejandría, un hipódromo construido
en los primeros años de la dinastía ptolemaica (o lágida, de donde procedía el nombre) al sur del Serapeum y que habría tenido una
longitud de 615 metros incluyendo las curvaturas de sus extremos (568 metros considerando
solo la pista recta). También es destacable el llamado Hipódromo de
Constantinopla, aunque este era ya un circo romano a todos los efectos.
Representación
de un auriga griego conduciendo un carro tirado por dos caballos.
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El Gimnasio
Los gimnasios no eran lugares
para la competición, como sucedía con los dos anteriores, sino para la
formación. Además, aunque en los santuarios de competición los gimnasios estaban al servicio de
los participantes en los diferentes juegos panhelénicos, en otras polis eran
instalaciones cuyo objetivo no era solamente el entrenamiento
físico sino también la instrucción intelectual. Varios sabios griegos habían recomendado
la conveniencia de la introducción del ejercicio físico en los planes
educativos en un deseo de desarrollo integral del cuerpo y de la mente. Por eso,
en los gimnasios se
ejercitaban los
atletas y se educaban los hijos de la aristocracia. Esta fue la razón de que se concibieron como espacios multifuncionales. Por ejemplo, la estructura de esos
espacios incorporaba un lugar llamado palestra,
que era un patio de arena para los entrenamientos de boxeo, salto y lucha y
también una biblioteca de consulta.
La palabra gimnasio tiene su raíz en gymnos
que significaba “desnudo”, de manera
que gymnasion (γῠμνᾰ́σιον) se
traduciría como “lo que se realiza desnudo” en referencia a que los ejercicios
físicos se practicaban desnudos pasando a tener el sentido de “entrenar
desnudo” o simplemente “entrenar” y de este hecho derivó su nombre. En el caso
de los gimnasios-escuela, el nombre puede suscitar equívocos porque para la
instrucción de los jóvenes en filosofía (en el amor a la sabiduría) con
discusiones y debates, o para impartir otras materias como música o literatura no
se requería desnudez. De hecho, hubo tres escuelas (gimnasios) atenienses que
tuvieron nombre propio dada la relevancia de sus fundadores: la Academia fundada en el año 387 a.C. por
Platón (428-348 a.C.), el Liceo
abierto en 335 a.C. por Aristóteles (384.322 a.C.) y el Cynosarges inaugurado por Anthistenes (445-365 a.C.) el fundador de
la filosofía cínica.
Gimnasio de Pompeya.
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Repercusión urbana de los juegos panhelénicos.
El interés de
esas propuestas arquitectónicas como embriones es indudable, pero, en general,
su incidencia urbana fue escasa ya
que fueron pocas las polis que
contaron con ese tipo de equipamientos (además, en algunos casos, se instalaron
en santuarios en lugar de en ciudades).
Se conservan
varios estadios, aunque son restos de aquellas antiguas instalaciones, y en
consecuencia forman parte de lugares arqueológicos. El caso de Atenas es
diferente ya que la reconstrucción de su estadio Panathinaikó para los denominados Juegos
Olímpicos de Zappas (en referencia a su promotor el multimillonario y
filántropo griego Evangelos Zappas) y su posterior utilización en los primeros
Juegos Olímpicos de la era moderna (Atenas, 1896) pondrían el foco en una
edificación que acabaría inspirando la formación de la tipología del estadio
actual.
El caso del
hipódromo es diferente ya que como hemos comentado acabó independizándose del
marco de los Juegos para evolucionar en el circo romano. No obstante, casi no
quedan vestigios de aquellos antiguos hipódromos helenos.
Los gimnasios griegos influirían en la
posterior definición de los gimnasios romanos y de sus termas, pero también
quedarían en desuso tras la caída del Imperio. Con la aparición del deporte
como tal en el siglo XIX volverían con fuerza alcanzando un gran protagonismo
como escenarios del deporte contemporáneo.
El ritual, la aportación griega a las claves
conceptuales del deporte.
Las pruebas
atléticas celebradas en los Juegos Panhelénicos forman parte imprescindible de
la sustancia que constituye el deporte.
En ellas radican muchos de sus atributos como
ya comentamos en un artículo
anterior. Pero más allá de las características de cada agón o del espíritu competitivo que los
animaba para buscar la excelencia, la
antigua Grecia proporcionaría otro ingrediente fundamental para el deporte,
tal como hacen cada una de las siete etapas históricas
que definen la relación entre ciudad y deporte, aportando una clave
complementaria que determinaría la evolución de la actividad e iría precisando
su definición conceptual. Sin estas claves no podríamos comprender el deporte
contemporáneo y en Grecia se implantó la
primera: el ritual, que nació como consecuencia del carácter mítico de las
reuniones panhelénicas.
En su libro “Ritos y rituales contemporáneos” (Alianza. Madrid, 2014, pág. 37), la
antropóloga Martine Segalen define el rito o ritual como “un conjunto de actos formalizados, expresivos, portadores de una
dimensión simbólica. El rito se caracteriza por una configuración
espacio-temporal específica, por el recurso a una serie de objetos, por unos
sistemas de comportamiento y lenguaje específicos y por unos signos
emblemáticos, cuyo sentido codificado constituye uno de los bienes comunes del
grupo”. Los ritos suelen asociarse principalmente al ámbito religioso, pero
esta relación no es exclusiva ya que se pueden identificar rituales en el mundo
del deporte, en el laboral, en el familiar, etc. El diccionario generaliza la
palabra rito como “costumbre o acto que
se repite siempre de forma invariable” sin especificar si se refiere al
individuo o a la comunidad, pero Segalen insiste en la dimensión colectiva del
ritual atribuyéndole el valor de ser “fuente
de sentido para los que lo comparten”.
Selección de
rugby de Nueva Zelanda, los célebres All Blacks, realizando su tradicional
haka, un ritual que pretende intimidar al adversario antes del comienzo de la
competición.
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De hecho,
hablar de ritual en el ámbito deportivo nos abre tres campos de significación diferente. El primero es particular y afecta a los propios deportistas (individualmente o en equipo),
teniendo que ver con el mundo de las supersticiones. Son muchos los deportistas
que repiten determinados gestos o realizan acciones muy concretas para invocar
la suerte en la contienda (desde entrar con determinado pie en la pista, hasta
santiguarse o tocar algún objeto concreto entre otras muchas costumbres
autoimpuestas). También podemos extender esta cuestión al equipo, con ejemplos
tan espectaculares como el haka
ejecutado por el equipo nacional de rugby neozelandés (los All Blacks) antes del comienzo del encuentro para intimidar a su
rival. El segundo campo es colectivo y
atañe a los espectadores que realizan toda una serie de procesos (con gran
coordinación de grupo) que pueden ir desde animosos ejercicios de identidad de
grupo (cánticos de himnos, vestimentas con los colores del equipo, caras
pintadas, etc.) hasta violentas y peligrosas expresiones de grupos
radicalizados. Por último, el tercer campo se
refiere a la propia actividad deportiva y se relaciona con los procesos ceremoniales.
No nos
interesan ni el primero (que sería más bien objeto de psicoanálisis) ni el
segundo (que tiene que ver con cuestiones de antropología y sociología).
Nuestra atención se centra en el tercero. Esa concepción ritual del deporte asociada a una serie de ceremonias
protocolarias que caracterizan la
actividad y de manera muy especial en la actualidad.
Los griegos
proporcionaron a sus agones un sentido ritual que inicialmente tenía la
inspiración religiosa de los propios encuentros competitivos, pero poco a poco
irían ganando autonomía y las celebraciones ceremoniales serían intrínsecas a
la práctica deportiva. Las ceremonias de inauguración o clausura de los eventos,
los actos de presentación de los participantes o las protocolarias entregas de
premios son rituales que definen el deporte y muy especialmente los acontecimientos
deportivos (empezando por los Juegos Olímpicos, pero también Campeonatos del Mundo,
ligas nacionales o cualquier otro modelo de competición)
Los ritos suelen
conllevar un ceremonial preciso, con protocolos determinados e invariantes,
incluso con unas normas internas que son respetadas escrupulosamente. Su
repetición periódica en fechas concretas les confiere un halo atemporal que los
convierte en una parte muy importante de las tradiciones culturales,
haciéndolos imprescindibles para entender el comportamiento de una sociedad.
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