Nos estamos
aproximando al símbolo del paso en la ciudad histórica mediante
un artículo con tres partes. Tras profundizar, en la primera, sobre sus claves conceptuales y formales, continuamos el recorrido analizando su
materialización en casos concretos.
Comenzamos en
esta segunda parte con las puertas urbanas, especialmente con las integradas
en las antiguas murallas, defensivas, fiscales o políticas, que señalaban con
rotundidad el límite entre el recinto interior de la ciudad, con sus derechos y
obligaciones; y el mundo exterior, más o menos natural, porque muchas veces
aparecían arrabales extramuros espontáneos, donde los fueros no tenían
vigencia. Las puertas eran el punto de comunicación, manifestando la esencia
del paso, pero se veían condicionadas, formal y funcionalmente, por requisitos militares,
de control e inspección y también de representatividad.
Las ciudades
actuales no tienen puertas, al menos como las antiguas. No obstante, algunas de
aquellas puertas exteriores han logrado traspasar el tiempo, aunque relevadas
de su misión original, y permanecen como monumentales testimonios de las
generaciones que nos han precedido. Dejaremos para la tercera parte los Arcos de triunfo.
La ciudad actual no
tiene puertas (al menos como las antiguas).
En las
antiguas urbes, las murallas fueron defensivas, fiscales o políticas, señalando
con rotundidad el límite entre el recinto interior urbano, con sus derechos y
obligaciones, y el mundo exterior, más o menos natural, porque muchas veces
aparecían arrabales extramuros espontáneos, donde los fueros de la ciudad no
tenían vigencia. Las puertas eran el punto de comunicación, manifestando la
esencia del paso, pero se veían condicionadas, formal y funcionalmente, por
requisitos militares, de control e inspección y también de representatividad.
Las ciudades
actuales no tienen puertas, al menos como las que se integraban en aquellos
muros pretendidamente inexpugnables. En nuestras ciudades, no hay un borde concreto,
no hay una línea ni un punto que indique con precisión esa transición
interior-exterior. El espacio de la ciudad aparece paulatinamente, gracias
a la presencia de ciertos elementos característicos de la “urbanización” (como
pavimentaciones o mobiliario principalmente) y, por supuesto, de la edificación.
Pero esta vaguedad demarcativa tampoco resulta muy definitoria porque la ciudad
contemporánea integra lugares más o menos afirmados urbanísticamente con otros
suelos no consolidados, en un continuo de extraordinaria heterogeneidad.
No hay
puertas exteriores ni murallas (salvo algunas notables excepciones) porque lo que separaban aquellos
elementos, hace tiempo que perdió su sentido. Ya no hay necesidades defensivas,
ni tampoco registros tributarios, ni tan siquiera hay que fijar los límites
para la aplicación de unos fueros que requieran distinguir entre el adentro y
el afuera. Los avances sociales en cuanto a organización y sistemas de control,
la evolución de las técnicas de guerra, los nuevos planteamientos políticos,
económicos y comerciales y la presión demográfica que constreñía a una
población en incesante aumento hacinada en un interior sin capacidad de
crecimiento, acabaron por forzar el derribo de las murallas limitantes. El
siglo XIX fue la centuria donde se produjeron la gran mayoría. Cayeron muros y
puertas que quedaron para el recuerdo, gracias a dibujos, grabados y alguna
fotografía, así como a la traza urbana, cuya estructura muchas veces indica con
claridad la situación tanto de las cercas desaparecidas como de sus puntos de
acceso. Pero no todas las murallas fueron derribadas, en algunos casos se
conservaron ciertos tramos, incluso se mantuvieron puertas que siguen
funcionando como tales, con cierta incidencia en el funcionamiento de la red de
circulación, aunque ahora no se cierren nunca. Con la desaparición de los muros
tampoco se abatieron todas las puertas y muchas ciudades las protegieron,
aunque relevadas de su misión original.
Además de estas
puertas exteriores que han traspasado el tiempo y permanecen como monumentales
testimonios de las generaciones que nos han precedido, en nuestra ciudad
moderna puede haber puertas interiores. Son la consecuencia de la
existencia de recintos cerrados que las reclaman, en algunos casos por
operatividad (formando parte de vallados que requieren controlar accesos, como
sucede, por ejemplo, en algunos parques o en ciertas comunidades privilegiadas
económicamente, del tipo de las denominadas gated communities) y en
otros por simbolismo (para magnificar un espacio urbano o algún edificio del
mismo). También la ciudad antigua las tuvo, basta pensar en las encerradas
juderías, cuyas puertas tenían su apertura regulada por horarios.
La ciudad actual tiene puertas urbanas “interiores”: entrada
a la urbanización de lujo “La Finca” en Pozuelo de Alarcón (Madrid).
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La forma física básica
de la Puerta.
La esencia
formal de la Puerta es un hueco en una superficie compacta que ejerce de barrera,
perforado al nivel de la marcha y que puede abrirse o cerrarse. El vano de la
Puerta está conformado constructivamente por tres piezas que lo recercan (una
de las cuales se repite):
• el umbral, es la parte
inferior del hueco de la puerta, muchas veces explicitado por una pieza que se
empotra en el suelo y que recibe ese nombre. La importancia del umbral le lleva
a disponer de su propia simbología como quintaesencia de la transición. Por eso
llega a superar su realidad de pieza encastrada para identificar una imaginaria
y etérea membrana que separaría los ámbitos aislados por la puerta. Hasta el
punto de que puerta y umbral son utilizados, a veces, como sinónimos.
• También
resultan muy relevantes desde el punto de vista formal las dos piezas
verticales que flaquean el paso y que reciben el nombre de jambas (la
pareja inseparable). Desde la prehistoria, cuando dos menhires indicaban el
punto de transición; pasando por las columnas clásicas que señalaban lo mismo; las
jambas, derecha e izquierda según se mire, son las que marcan con mayor
rotundidad el punto del paso. Ahora bien, en ocasiones, estos pilares laterales
se desdibujan siendo las jambas solamente el remate aparejado del muro/muralla interrumpido
por la puerta.
• el último elemento es el dintel.
Es la pieza superior que se apoya en las jambas y es el contrapunto del umbral.
Su papel es soportar el peso del muro que queda por encima de la puerta. Si no
hubiera muro su papel se relativiza y puede llegar a no existir, en cuyo caso,
las jambas seguirían indicando el paso. No obstante, el esquema más elemental
de una puerta lo incluye (dos líneas verticales y una horizontal superior
uniéndolas, sin umbral, para indicar el paso abierto; porque si se cierra por
debajo con otra línea, suele interpretarse como otro tipo de hueco: la
ventana). El dintel puede ser una pieza horizontal pero también un arco que
nace desde las jambas.
Pero el hueco
solo indica la posibilidad de la puerta y aunque podría resultar suficiente,
tendríamos una puerta abierta permanentemente, lo cual puede no ser admisible.
Por eso, suele requerirse el complemento de una serie de piezas que dan la
opción de abrir y cerrar. Estas son esencialmente tres, aunque sus variantes y
complementos puedan ser casi infinitos:
• La hoja, que es el panel que
impide el paso cuando la puerta se encuentra cerrada. Su fisicidad abarca casi
todos los materiales (puertas de madera, de vidrio, de tela, de hierro, de
piedra, etc.), admitiendo mezclas de los mismos. De ahí se deducen otras
características como su grado de opacidad, que puede ser total o permitir la
máxima transparencia (con vidrio, por ejemplo); su conformación, en una hoja,
dos hojas, enteras, partidas, que cierren todo el hueco o que lo hagan
parcialmente; o su construcción, como piezas completas o ensambladas. Y, por
supuesto, hay que recordar que las hojas ofrecen una superficie para recibir
cualquier acabado decorativo, cuestión que será importante en términos de
comunicación simbólica.
• El mecanismo, que es el
sistema de apertura y cierre. Para impedir el paso, la hoja de la puerta puede
ser corredera, deslizándose por unas guías, sea horizontal o verticalmente;
abatible, girando sobre unos goznes que igualmente pueden rotar la hoja sobre
un eje vertical (que contendría las bisagras y que es lo más usual) u
horizontal (algo que sucedía en las puertas medievales que caían para
convertirse en puente sobre un foso, una imagen magnífica que une puerta y
puente en una fusión de dos símbolos de transición espacial; o también podría
levantarse convirtiéndose en una visera). El funcionamiento de los mecanismos
admite igualmente muchas opciones, sobre todo en función del tamaño y peso de
las hojas, desde accionamiento manual, con mayor o menor esfuerzo, hasta
mecánico, con poleas, eléctrico, etc.
• La cerradura, el elemento que
garantiza que, una vez que la hoja sella el acceso, su reapertura ocurra
únicamente cuando sus dueños lo requieran. En general, los cierres presentan innumerables
alternativas, desde travesaños hasta cerrojos que sujetan la hoja a las piezas
inmóviles del hueco (habitualmente a las jambas) mediante pasadores deslizantes
que imposibilitan que se abra temporalmente. Los sistemas de apertura son
también muy variados, desde llaves hasta opciones tecnológicas de lo más
variado (huellas digitales, reconocimiento facial o de iris, etc.).
Algunas puertas muestran sistemas de cierre muy
particulares como las que su hoja se transformaba al abrirse en un puente. En la
imagen la puerta levadiza del Castillo de Javier en Navarra.
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Hay otros
muchos accesorios que completan la elaboración de puertas, pero son menos sustanciales
(como llamadores, mirillas, agarradores, etc.)
Consideraciones para
una categorización tipológica de “puertas urbanas”
En las urbes
antiguas, la entrada era uno de los lugares más importantes. Entonces, las
murallas tenían una misión defensiva y ese punto era muy delicado por su
eventual vulnerabilidad. Cuando los límites urbanos dejaron de justificarse por
las guerras y comenzaron a hacerlo por cuestiones tributarias o de representatividad,
la estructura y jerarquías urbanas cambiaron. Las vías que acometían a las
puertas se convirtieron en principales, con los beneficios económicos que esa
condición solía conllevar. Todo ello, fuera defensa, control o
representatividad, magnificó esos elementos de acceso que, además, solían verse
acompañados por gestos arquitectónicos para señalarlos y composiciones urbanas para
encauzar adecuadamente los tránsitos hacia ellos (el acceso, y todo lo que
conlleva la noción de entrada -de Puerta-, sigue siendo en la actualidad
una clave compositiva fundamental en los proyectos arquitectónicos)
Atendiendo a las
puertas integradas originalmente en una muralla (aunque esta pueda no existir
en la actualidad) podemos observar una evolución en sus funciones y en sus
formas, cuestiones que se encuentran estrechamente relacionadas y que
permiten establecer modelos genéricos. Así, enfocando el tema desde la función,
el desarrollo arranca del cumplimiento estricto del cometido inicial
(control de acceso, incluyendo la defensa) para ir incorporando paulatinamente
otros (inspección de mercancías, aduana, cobro de aranceles y tributos, etc.)
hasta llegar a asumir tareas más representativas que buscaban expresar la
prosperidad o el poder de la ciudad (utilizando la propia puerta o la parte del
muro que se encuentra sobre el dintel). Puerta y muro superior actuaban en
estos casos como un soporte para la comunicación, materializada por la escultura,
con relieves y hornacinas que incluían desde simples motivos decorativos o
simbólicos a escudos heráldicos, efigies o narraciones de acontecimientos,
apareciendo como un “retablo” de piedra (este tema ya fue tratado en un
artículo anterior de este blog sobre las fachadas como “libros de piedra”). Aunque todo ello, sin renunciar, por supuesto, a sus fundamentos operativos.
Puertas-Fachadas como libros de piedra: de izquierda a
derecha, Colegio de San Gregorio (Valladolid); Iglesia de San Pablo
(Valladolid); y Universidad de Salamanca.
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Estos cambios
funcionales tuvieron consecuencias estilísticas y formales. Desde un enfoque
más relacionado con la forma apreciamos el progreso desde los casos más
simples, integrados en el muro sin énfasis especial, hasta los más complejos,
en los que la puerta se convierte en una escultura monumental o en un edificio
complejo que articulaba el exterior y el interior urbano, con una gran
complejidad para poder cumplir con las funciones asignadas.
Con todo,
realizamos un primer intento de categorización de las puertas urbanas
históricas. Planteamos cinco modelos vinculados a murallas y un sexto grupo con
otras puertas urbanas sin relación con los muros defensivos.
Modelo 1.
Puerta discreta
La primera
categoría propuesta agrupa puertas discretas, que aparecen con humildad,
sin signos de relevancia y que dan la sensación de que podrían haberse ubicado
en otra parte del muro. No hay torreones, ni detalles arquitectónicos, sino
simplemente la presencia de un hueco en un muro para poder conectar el exterior
y el interior. Incluso en ciertos casos, la terminología les negó la
denominación de puertas, otorgándoles otros nombres, como postigos, arcos,
portalones, etc. que indicaban su carácter subsidiario frente a las principales.
Eran entradas y salidas accesorias, algunas abiertas por iniciativa privada
conforme se fue relajando la exigencia del control de ingreso en las ciudades.
Las muestras
son numerosas, como apreciamos en las murallas conservadas de Almazán, Daroca
o Soria. Una de las que más sorprende por su discreción es el Arco
de la Estrella en Cáceres, la entrada más tradicional a la ciudad
monumental desde la plaza mayor. Aparece como una simple perforación en la
muralla, sin más énfasis. Aunque es cierto que la escalinata por la que se
accede desde la plaza contigua magnifica notablemente el acceso. La
formalización actual es del siglo XVIII presentando un arco rebajado de gran
amplitud y esviado para facilitar el giro de los carruajes que llegaban por la
vía que acompañaba a la muralla. Solamente en el interior, una hornacina con la
figura de la Virgen de la Estrella indica la importancia del lugar.
Modelo
2. Portada entre torreones
La primera
necesidad que debieron solucionar las puertas de las murallas era mantener la
invulnerabilidad en ese punto, cuyo hueco debilitaba las defensas. Por eso, al
margen de la fortaleza de los cierres o de la dificultad de acceso, por
ejemplo, con fosos y puentes levadizos, las puertas se comenzaron a acompañar
de construcciones poderosas para proteger ese lugar tan estratégico y delicado.
El modelo más habitual muestra una portada enmarcada entre dos grandes torres.
Cuando los requisitos defensivos declinaron y apareció el deseo de
representar, este tipo de puerta se adecuó perfectamente prestando para ello la
parte de muro situada sobre el acceso.
Podemos reconocer
este primer caso en diferentes épocas. Del periodo medieval son la Puerta
de la Santa de Ávila (flanqueada por torres prismáticas) o la Puerta
de Serranos de Valencia (o Torres de Serranos por las imponentes
escoltas poligonales de la portada). Igualmente responde al tipo, aunque con estilo
renacentista, la monumental puerta conocida como Arco de Santa
María en Burgos, construida para homenajear al emperador Carlos
V. Otra muestra muy significativa del Renacimiento es el imponente acceso
principal al Castel Nuovo de
Nápoles, remodelado a instancias del rey aragonés Alfonso V (que instaló
allí su Corte para gobernar la Corona de Aragón), con la portada flanqueada por
las dos torres circulares angevinas preexistentes.
Modelo
3. Puerta-Torre
En algunos
casos, las torres dejan de escoltar la entrada y se “fusionan” en una sola que
integra la puerta. El modelo ofrece variantes interesantes, como los casos de
acceso lateral, en el que el sendero que llega a la ciudad discurre en su
último tramo junto al a muralla y la torre sobresale de la alineación para interrumpirlo
y albergar la puerta enfrentada al camino. De esta manera, la entrada no es
directa, sino que obliga a un giro (recodo) con propósito defensivo. Como
ejemplos pueden citarse desde uno sencillo: el Portal de Daroca en
Teruel; hasta otro bastante complejo: la Puerta de la Justicia de
la Alhambra de Granada.
Otro tipo aparece
cuando el camino apunta hacia la torre y la puerta, que se convierten en un
fondo de perspectiva del mismo. Esta fue una técnica muy habitual en las ciudades
centroeuropeas conocidas como “ciudades Zähringer” (a las que ya dedicamos un artículo
en este blog). Las torres-puerta daban acceso a la multifuncional calle
principal que servía de eje estructural a toda la ciudad. Son destacables la Torre
del Reloj de Berna, la Zeitglockenturm
que es el acceso occidental a la capital suiza, o las Martinstor y Schwabentor de Friburgo de Brisgovia, en
la Selva Negra germana.
Modelo
4. Puerta-Edificio
Algunas
puertas urbanas llegaron a ser auténticos edificios encastrados en la
muralla. La mayor parte de estos casos, solían constar de dos cuerpos independientes,
entre los que se situaba un patio-plaza de armas. De hecho, esas puertas suelen
presentar dos caras muy distintas, la exterior ostentosa, solemne y grandiosa;
y la interior, menos pomposa y teatral.
Un primer
ejemplo, es la Puerta Nueva de Bisagra en Toledo. En su
reconstrucción, realizada entre 1540 y 1576, participaron arquitectos tan relevantes
como Alonso de Covarrubias. El volumen exterior, con sus dos torres almenadas flanqueando
el arco central, podría pertenecer al caso ya referido anteriormente, pero es
en realidad una construcción compleja con patio interior.
Las puertas-edificio
monumentales tienen ejemplos tan espectaculares como la Buland Darwaza
de Fatehpur Sikri, la fugaz capital de la India mogola. Esta “Puerta de
la Victoria” o “Puerta Alta”, con sus 54 metros de altura, enfatizados además
por la gran escalinata de acceso exterior, asombra a los visitantes.
Un caso muy
interesante de puertas-edificio es el de las barrières de París,
que le levantaron con la nueva muralla de París (que fue la sexta) construida
entre 1784 y 1790 con el propósito de controlar el acceso de mercancías a la
capital francesa y cobrar los aranceles oportunos. Por eso fue conocida como muro
de los “fermiers généraux” (recaudadores de impuestos). Las barrières
destacaron por su misión y por su formalización, que corrió a cargo de Claude
Nicolas Ledoux (1736-1806), uno de los principales arquitectos neoclásicos.
Fueron concebidas como unos nuevos propileos de acceso a la ciudad, con variadas
y grandilocuentes composiciones.
De las 55 previstas se construyeron 47 y, actualmente, solo quedan 4 en pie: la
Barrière d’ Enfer, la Barrière du Trône, la Barrière de Chartres, que se encuentra
en la entrada del Parc Monceau y la Barrière de Saint Martin, ubicada en la Place Strasbourg. Nos queda constancia gráfica de las
desaparecidas, gracias a los grabados que J.L.G. Palaiseau realizó entre 1819 y
1820.
Modelo
5. Puerta-Arco (y la multiplicación de pasos)
Por lo
general, aunque las murallas podían tener varias puertas, estas solían
presentar un único hueco de paso. Esto es habitual en las que tienen un origen
más antiguo. No obstante, conforme los aspectos defensivos fueron perdiendo
importancia en favor de las motivaciones fiscales, las puertas aumentaron su
complejidad con más puntos de paso. Ese incremento de accesos se justificaba
por la separación de tráficos, entre peatones, carruajes, carros con
mercancías, pago de aranceles, etc. Se originó entonces un tipo de puerta con
varios ojos y al ser proyectadas, los diseñadores miraron habitualmente a la
referencia que ofrecían los arcos triunfales. En estos casos es difícil
distinguir formalmente entre puerta o arco, al margen de la funcionalidad. Los
pasos eran impares (uno, tres o cinco) para mantener la simetría.
Puertas como
Arcos de triunfo encontramos en la Porte du Peyrou de Montpellier
(con un hueco único que sustituyó a otra puerta anterior) o la Porte
Désilles en Nancy (con tres huecos y con la particularidad de reunir la
función de puerta de la ciudad con la de memorial por los soldados caídos en batalla).
La complejidad operativa comentada amplió el número de pasos llevando a
muestras más complejas como la Puerta de Alcalá de Madrid y sus cinco huecos.
También ofrece un paso quíntuple la Puerta de Brandeburgo de Berlín,
aunque aquí la motivación de su fantástico pórtico fue más representativa que funcional.
Otros
modelos de puertas urbanas no vinculadas a murallas
Una puerta se
asocia a un recinto, aunque este puede ser un espacio abierto con indicaciones
sutiles de sus límites, sin necesidad de que sea temporalmente infranqueable. Esto
puede suceder en ciertos espacios urbanos, plazas o parques fundamentalmente. En
estos casos, puede plantearse un acceso principal, monumental, cuya misión es enfatizar
el acto de la entrada por ese punto, otorgando un carácter casi ritual que
pretende potenciar la grandeza y representatividad deseada para el espacio en
cuestión y también, en ciertos casos, potenciar desde allí la presencia de un
determinado edificio que ejercería de foco.
Una muestra
muy significativa es la plaza de San Pedro del Vaticano en Roma, demarcada
por la extraordinaria columnata de Bernini que se interrumpe en la conexión con
la Via della Conciliazione, remarcando extraordinariamente la entrada y
la perspectiva del templo (aunque la idea original fue diferente). La apertura
no es una puerta en sentido estricto, pero es una Puerta en pleno
rendimiento simbólico.
Otras
muestras diferentes pueden ser la soberbia entrada al Parque del
Cincuentenario de Bruselas o el impresionante Arco de la Plaza del
Comercio de Lisboa que da paso a la Baixa de la capital portuguesa
desde el puerto fluvial del río Tajo.
Con una
intención más pragmática (por la posibilidad de cierre) aparecen puertas de
parques y jardines públicos entre las que cabe destacar las elaboradísimas y
artísticas verjas que definen las esquinas de la Place Stanislas de Nancy,
una de las cuales es la entrada al Parc de la Pépinière.
Un caso singular: las
“puertas del cielo” dentro de la ciudad (portadas de iglesias y templos)
Hemos prestado
nuestra atención a las puertas urbanas, exteriores o interiores, pero la ciudad
tiene otras muchas puertas arquitectónicas, que proporcionan acceso a
las edificaciones. La mayoría separan el mundo público del privado (entendiéndolos
tanto desde el punto de vista del uso como de la propiedad). Dependiendo de las
culturas, su importancia y su formalización es muy diversa, particularmente en
los edificios públicos y palacios, que disponen de portadas grandilocuentes y
representativas, hecho que no sucede con la mayoría de las construcciones residenciales
que no buscan esa función distintiva.
Son
destacables unas puertas arquitectónicas muy concretas, que van más allá de la salvaguarda
del patrimonio, de la seguridad o de la intimidad. Son las puertas de los
lugares de culto que, en función del carácter que tenga el espacio sagrado
(desde ser lugar de reunión de fieles hasta residencia divina), cumplen su
papel con mayor o menor intensidad. Nos interesan en particular, las portadas
de las iglesias cristianas. Su singularidad radica en que separan “mundos” totalmente
diferentes: afuera, en la ciudad queda el mundo terrenal, cotidiano y profano
de los humanos; adentro, el mundo celestial, extraordinario y sagrado de la
divinidad. Esta conexión entre la realidad ordinaria y la trascendencia supone
una transición fundamental para los creyentes. En consecuencia, la
consideración de los templos cristianos como la Casa de Dios convierte a sus
accesos en “puertas del cielo”, que estaban dotadas de un poderoso
simbolismo (siendo analizadas en otro artículo de este blog).
Tercera
parte: Arcos de Triunfo
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