Roma. Campidoglio
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Espacio y Comunicación son dos nociones amplias
con convergencias diversas. Entre esa variedad relacional nos interesa la que se refiere a la capacidad del espacio para
transmitir mensajes a través de su propia configuración.
Esto implica, en primer lugar, la necesidad de superar la
condición funcional de la arquitectura y de los espacios urbanos para
considerarlos sistemas de signos, es decir, entidades dotadas de significado.
En este sentido, atribuimos a la expresión “espacio significativo” la
capacidad de convertirse en canal de expresión atemporal para transmitir
mensajes.
Así pues, nos
dirigimos hacia los procesos de comunicación y sobre ellos sustentaremos la
idea de “lectura” de la ciudad que, como en todo acto comunicativo, traslada
información desde unos emisores hasta unos receptores a través de un canal (los
espacios de la ciudad) y cuya revelación efectiva depende de un código de
interpretación, e incluso de un contexto que lo condiciona.
No obstante, la “lectura” de la ciudad adquiere matices
particulares. Es el caso, por ejemplo, de
las lecturas afectivas o poéticas que se originan desde claves individuales e
íntimas. Pero sobre todo, nos importa el acercamiento colectivo de carácter
sociocultural, la conexión a través de la cual podemos aspirar a conocer los deseos y los logros de las generaciones
anteriores y también a descubrir las esencias de nuestra propia
contemporaneidad. Estos mensajes forman parte del “corpus” cultural que
determina nuestra forma de ser y actuar. Por eso, aprender a “leer” la ciudad
es un objetivo esencial para conocernos a nosotros mismos.
La Arquitectura y el Espacio Urbano como sistemas de signos.
La
consideración de la Arquitectura (y del Espacio Urbano) como sistemas de signos
es un tema habitual en la reflexión disciplinar. Como advertía Umberto Eco en
su libro “La Estructura Ausente. Introducción a la Semiótica”, “en apariencia, los objetos arquitectónicos
no comunican (o al menos no han sido concebidos para comunicar), sino que funcionan”,
ahora bien, el autor subraya que “lo que permite el uso de la arquitectura
(pasar, entrar, pararse, subir, salir, apoyarse, etc.), no solamente son las
funciones posibles, sino sobre todo los significados vinculados a ellas, que me
predisponen para el uso funcional”. Tras una argumentada exposición de lo
anterior, Eco acaba afirmando que “la
arquitectura puede ser considerada como un sistema de signos”.
El debate
entre función y significado en la arquitectura se intensificó con el
funcionalismo del periodo de entreguerras del siglo XX, que pretendía eliminar todo
lo que supusiera una herencia del pasado, aspirando a que la arquitectura se
ocupara exclusivamente de las necesidades físicas y de las funciones del ser
humano. Christian Norberg-Schulz, en las investigaciones sobre este tema
reflejadas en su ensayo titulado “La significación en arquitectura”, cita las
palabras de Hannes Meyer, arquitecto que dirigió la Bauhaus, en las que se
refería a que “en este mundo, todo es
producto de la fórmula función-tiempo-economía. Todo arte es composición y, por
tanto, antifuncional. Toda vida es función y, por tanto, antiartística”. De
hecho, los racionalistas llegaron incluso a rechazar el término “arquitectura”
porque, según ellos, estaba vinculado a épocas en las que la edificación se
consideraba un “arte” y por lo tanto se contraponía a la “nueva construcción”
que propugnaban y que se presentaba despojada de cualquier alusión
significativa.
Pero incluso
aquellas realizaciones, pretendidamente inexpresivas, eran capaces de
comunicar, como ha demostrado la crítica posterior al constatar la potencia significativa
tanto de la arquitectura como del espacio urbano. Norberg-Schulz reivindica la
vertiente artística de la arquitectura y reflexiona en la línea de las
investigaciones semióticas de Umberto Eco afirmando que “el hombre, para participar de forma efectiva en ese entramado de
fenómenos, tiene que ser capaz de orientarse entre ellos y retenerlos mediante
signos (…) y, en este sentido, es especialmente importante para nosotros esa
amplia gama de sistemas-símbolo llamada arte”, para continuar reafirmando
esa capacidad de la arquitectura para proporcionarnos “experiencias y guías para nuestro conocimiento”. Esta idea es apoyada
por otros pensadores, como el arquitecto y crítico italiano Giovanni Klaus Koenig
que defendía que “la arquitectura se
compone de vehículos sígnicos que promueven comportamientos”.
Norberg-Schulz insiste en las atribuciones artísticas de la arquitectura, ya
que, “como toda obra de arte, la
arquitectura concreta valores. Proporciona una expresión visual de ideas que
significan algo para el hombre porque ordenan la realidad”.
Asumiendo la
esencia sígnica de la arquitectura, Umberto Eco avanza hacia territorios más
delicados, entrando en el mundo simbólico. Así se refiere a “la forma de estas ventanas, su número, su
disposición en la fachada (oblongas, ojivales, curtain walls, etc.) no denota
solamente una función; sino que implica una determinada concepción de la manera
de habitar y de su utilización; connota una ideología global que rige la
operación del arquitecto. Arco ojival, arco en accolade, funcionan en sentido
propio y denotan esta función, pero connotan también diversas maneras de
concebir la función. Comienzan a asumir una función simbólica”. Esta idea
es reiterada con argumentaciones complementarias: “una silla me dice que puedo sentarme en ella. Pero si la silla es un
trono, no sirve solamente para sentarse: sirve para sentarse con cierta
dignidad. Sirve para corroborar el acto de “sentarse con dignidad” por medio de
una serie de signos accesorios que connotan la realeza (águilas en los brazos,
respaldo rematado por una corona, etc.) (…) las connotaciones simbólicas del
objeto útil no son menos “útiles” que sus denotaciones “funcionales”.
Umberto Eco
confirma su pensamiento declarando que “el
objeto arquitectónico ya no es objeto funcional y se convierte en obra de arte,
es decir, en forma ambigua que puede ser interpretada a la luz de códigos
distintos”.
Los códigos
de interpretación se convierten de esta manera en el fondo de las
investigaciones y, a partir de ellos, en análisis más específicos, el foco pasa
a los mensajes que los espacios significativos pueden transmitir. Pero una
nueva dificultad se suma a todo lo anterior ya que se constata la existencia de
códigos diversos, algunos de carácter individual y otros colectivos. Además,
los códigos son pautas “vivas” que evolucionan con la sociedad y en
consecuencia aparecen nuevas guías (compartidas por los integrantes de un grupo
determinado) en paralelo al olvido de otros códigos anteriores, impidiendo
conocer el mensaje que se deseaba transmitir. Estamos hablando, en definitiva,
de comunicación.
La existencia de mensajes: Espacios
significativos que propician “lecturas”.
La
comunicación es el proceso por el cual se transmite información entre dos
entidades: un emisor y un receptor. Este último ve alterado su estado de
conocimiento que, generalmente, se enriquece con nuevas aportaciones hasta
entonces desconocidas.
Los teóricos
de la comunicación han diseccionado el proceso identificando sus elementos.
Además del imprescindible mensaje,
del emisor y del receptor es necesario disponer de un canal y de un código de interpretación, conocido por ambos interlocutores, así
como de un contexto que puede
condicionar todo lo anterior.
Verificada la
arquitectura como un sistema de signos, serán los “espacios significativos“ los
que se conviertan en canales de transmisión a partir de su propia configuración.
Resulta evidente nuestra posición de receptores y, por ello, el debate se
centra en el origen (¿quién es el
emisor?), en el mensaje (¿qué se
quiere comunicar, sea de forma deliberada o involuntaria?) y en el conjunto
código-contexto (¿cuáles son las claves
de interpretación?).
La relación del ser humano con su entorno conlleva múltiples
actos de comunicación, por eso, llegados a este punto, debemos descartar varios
sentidos de la palabra “comunicación” habituales en la ciudad, por apartarse
del objetivo de nuestro análisis. En primer lugar, el referido tanto a la unión
física que se establece entre ciertas partes de la ciudad (las “vías de
comunicación”, calles, etc.) como los relacionados con las infraestructuras de
“comunicación”, que hacen referencia a los recursos físicos que permiten
conectar (cables, dispositivos, etc.). Por otra parte, tampoco nos interesa
aquí la facultad de ese espacio/lugar para lanzar mensajes dejados en él a
través de signos funcionales (como un semáforo o un cartel informativo, por
ejemplo), puesto que aunque también sean actos comunicativos su esencia es
diferente.
Nuestro interés se
centra en el acto de comunicación que utiliza como canal el propio espacio
urbano y la arquitectura. Nos
estamos refiriendo a la capacidad de comunicación del espacio, al potencial de
los lugares para transmitir mensajes a partir su propia configuración formal. La
ciudad (en sentido amplio, aludiendo a las diferentes escalas de sus espacios)
es el “libro” donde se escriben los mensajes.
En este sentido, podemos considerar que la ciudad es una construcción técnica que
transciende sus valores funcionales para convertirse en un entorno
significativo. En esta transformación tienen mucho peso específico una compleja
serie de factores mentales y simbólicos, tanto individuales como colectivos. Gracias
a ello, la ciudad propone actos de comunicación diversos a los que nos
referimos como lecturas.
Vamos a
aproximarnos a alguna de las lecturas
posibles que ofrece la ciudad. En cada una de ellas cambian los emisores, los
códigos y el carácter de los mensajes, pero se mantiene constante el cometido
de los espacios como canales de transmisión y, obviamente, nuestro papel como
receptores. Hay lecturas afectivas en
las que recordamos nuestra personalidad pasada (como quien lee un diario íntimo
escrito tiempo atrás); hay lecturas
poéticas en las que nuestra sensibilidad establece conexiones simbólicas
con el tiempo, el espacio y las vidas ajenas que allí han transcurrido; o lecturas socioculturales, en las que
apreciamos los mensajes que nuestros ancestros (o también nuestros
contemporáneos) han dejado para nosotros y que nos completan como seres
humanos.
Dejamos para otra ocasión la noción de legibilidad urbana, un tema asociado a
la idea de “orientación” en la ciudad y a la estructuración de su imagen.
Nueva York, 1909.
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Lecturas afectivas de la ciudad.
“Feld, Wald
und Garten waren nur einen Platz für mich,
bis Sie, meine Liebe, die Sie in einen Ort verwandelt”
(Campo,
bosque y jardín eran para mí sólo un espacio,
Hasta
que tú, amada mía, los transformaste en un lugar)
Johann Wolfgang von Goethe
Vier Jahreszeiten. (Sommer Nº 22) /Las Cuatro Estaciones. (Verano nº 22)
La cita de
Goethe alude a la transformación de los “espacios” en “lugares” a través de la
asignación de atributos que los “personalizan”. Cuando un espacio, inicialmente
genérico e indiferente, recibe un nombre o cuando ha servido de escenario de
acontecimientos destacables (personales o comunitarios, actuales o históricos),
en definitiva, cuando se percibe su individualidad y es reconocible, se
convierte en un lugar. Así, un lugar sería algo identificable, expresivo, porque
forma parte de nuestras vidas.
Todos tenemos
una “patria” emocional que se construyó en la infancia. Está compuesta de
retazos que incluyen habitaciones, edificios, espacios en la calle o paisajes
naturales en los que fuimos descubriendo el mundo. Esa “patria” se completa con
otros muchos paisajes en los que hemos
tenido experiencias intensas en cualquier periodo de nuestras vidas y que han
quedado grabadas indeleblemente en nuestra memoria. Pertenecemos
emocionalmente a esos lugares que nos definen, o ellos nos pertenecen a
nosotros.
Esos lugares
dejaron de ser espacios neutros y se convirtieron en entornos significativos
para nosotros, porque en ellos vivimos con la intensidad del descubridor y
tuvimos vivencias que nos marcaron para siempre. Esos lugares atesoran nuestros
recuerdos y acudir de nuevo a ellos precipita el despertar de hechos dormidos,
la evocación de circunstancias pasadas, la nostalgia del tiempo o el
“reencuentro” con personas que habitan, más o menos presentes, en nuestra
memoria, esperando el momento en el que sean convocadas.
La ciudad se convierte así en un campo
altamente significativo, aunque, en este caso lo sea de forma individual. Cada lugar nos evoca íntimamente hechos
pasados que afectan a cada uno. Por eso, cada persona tiene su lectura particular,
consecuencia de haber generado su propio código. Un código que resulta personal,
intransferible e incomprensible para el resto del mundo. Es posible que algunos
lugares, incluso habiendo sido transformados, puedan mantener esa capacidad de
rememorar.
La lectura es, por tanto, una lectura
afectiva, apasionada,
plena de emotividad. La afectividad es definida por la sicología como la
reacción de una persona ante los estímulos que provienen del medio (externo o
interno), cuyas manifestaciones principales son los sentimientos y las
emociones. Es por esto que el primer nivel de lectura del espacio (sea un
paisaje natural o sea la ciudad) activa las más recónditas profundidades de
nuestro ser. Lo extraordinario de esos espacios, íntimamente ligados a nuestra
propia vida, es su capacidad para activar los recuerdos, las sensaciones, el
reencuentro con nosotros mismos y nuestra historia.
Pero incluso,
puede darse el caso de la evocación sea activada por otras causas (un aroma,
una música, una palabra) y acabemos transportados a ese lugar que será
recorrido por nuestra imaginación. Porque en nuestra memoria también habita el
espacio ausente, como también sucede con las personas que nos acompañaron en
aquellos momentos.
Lecturas poéticas de la ciudad.
“A minha consciência da cidade é, por dentro, a minha
consciência de mim”.
(Mi
conciencia de la ciudad es, para mis adentros, mi conciencia de mí).
Fernando Pessoa
El libro
del desasosiego
Hay un
segundo nivel de lectura, también
vinculado a la sensibilidad y a las emociones individuales, aunque despojado de
la afectividad descrita anteriormente. El código para esta lectura, como en
el caso precedente, es propio y personal
pero ahora queda mediatizado por la cultura adquirida, que condiciona nuestra
interpretación. Además, este código no es estable porque puede variar en
función del ánimo del que observa: el mismo camino, los mismos edificios se nos
pueden aparecer de manera distinta si los recorremos eufóricos o abrumados por
la tristeza, en un ambiente soleado o envueltos en una neblina profunda. En
este sentido, la ciudad es un estado de ánimo y se individualiza sintonizando
con el humor del paseante, con su carácter, con su actitud.
No cabe duda
de que esta lectura poética requiere
una predisposición por parte del receptor. La ciudad expresa, pero la captación
del mensaje depende de la capacidad de recepción. Suele ser una lectura
intuitiva, muy directa y rápida que obvia los procesos deductivos y la
racionalidad. La visión poética de nuestro entorno es una actitud vital que
requiere de una sensibilidad particular y un acercamiento sutil hacia la
cualidad de las cosas. La mirada poética descubre relaciones no convencionales
entre los objetos, los espacios, las interacciones humanas y la conciencia
personal, desde la que emana un sentido relacional propio y capaz de advertir
cuestiones aparentemente ocultas.
La mirada del
espectador (el receptor de los signos que emiten los objetos) es, en cierto
modo, el código de interpretación puesto que transforma la objetividad de lo
tangible en situaciones subjetivas, aportando algo de maravilloso, para
interpretar la realidad, que siempre se encuentra en conflicto con el ser
humano.
El
sentimiento estético se alza como uno de los protagonistas de esta lectura,
aunque no es el único (una de sus manifestaciones extremas es el denominado síndrome de Stendhal que convierte en
patología el exceso de goce estético ante la acumulación de belleza y que el
escritor padeció en Florencia).
Pasear por la
ciudad se convierte así en una experiencia sensitiva, sensual. En ella podemos,
alegóricamente, relacionarnos con los espíritus de quienes la habitaron o
conectamos mágicamente con acontecimientos allí sucedidos. Recorrer la ciudad con
calma, atendiendo a cualquier sugerencia, nos permite construir una fantasía,
una ficción poética que puede resultar fundamental para entender el mundo que
nos rodea. Cualquier espacio o cualquiera de sus elementos es susceptible de
ello: la piedra del pavimento desgastada por el paso del tiempo o por el roce
de miles de pies que por allí anduvieron; los colores que impregnan la
identidad; la pared desconchada que muestra sus múltiples capas testimoniando sus
diferentes vidas y en la que alguien se apoyó y conversó con un amigo; la vieja
puerta que ha sufrido miles de aperturas y ha escondido las intimidades de
personas desconocidas; la tienda cerrada, casi oculta por los carteles pegados
que anuncian conciertos y productos comerciales donde alguna vez alguien vendía
algo a sus vecinos…
En ocasiones,
esas percepciones se convierten en fuente de nuevos actos de comunicación. Esto
sucede cuando el receptor capta el mensaje y lo reelabora para lanzarlo a
continuación en forma de poesía escrita. La lírica del poeta, cuando explora lo
urbano, ayuda al resto de personas a reconocer
el mundo, a observarlo con nuevos ojos y a interpretarlo, dando cierto sentido
a su posición en el mundo.
Melbourne. Collins Street
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Lecturas socioculturales de la ciudad.
“πόλις άνδρα διδάσκει” (polis andra didáskei)
(La
ciudad enseña (educa) al hombre)
Simónides de Céos
“A city is a place where a small boy, as he
walks through it, may see something that will tell him what he wants to do his
whole life”
(Una
ciudad es un lugar donde un niño, cuando camina por de ella, puede ver algo que
le dirá lo que desea hacer durante toda su vida)
Louis I. Kahn
Ya desde la
Grecia clásica se advertía de que el ser
humano nace incompleto y que era, a través de su integración en la comunidad,
como conseguía alcanzar su plenitud. La referencia a la ciudad como entorno
educativo complementa a las instituciones tradicionales, que son muy diversas
(desde la familia hasta centros docentes o culturales, pasando por la
influencia recibida de otros muchos entornos, sean asociaciones, medios de
comunicación o clubs deportivos, por ejemplo). Así pues, la ciudad, sus espacios públicos y la propia arquitectura, se
convierten en elementos didácticos para completar el “adiestramiento” del
individuo para desenvolverse en sociedad, es decir para lograr el ser humano
completo. No obstante, aunque nuestro interés se centre en la materialidad de
los espacios no podemos olvidar la presencia humana, ya que la intervención de
los actores sobre el escenario se convierte en una parte fundamental de la
educación en sociedad de los individuos.
Somos hijos
de nuestros padres, quienes nos han transmitido determinados valores, y somos
hijos de una cultura que influye en nuestra percepción e interpretación del
mundo. Esta visión general, puede descubrirse en la observación y lectura de la
ciudad. La ciudad puede explicar muchas cosas sobre el tipo de sociedad que la
habita y esto forma parte de la educación de sus miembros. En este sentido, la
cita del gran arquitecto norteamericano Louis Kahn remarca la capacidad urbana (en
sentido amplio) para transmitir el legado cultural que determina buena parte de
nuestra formación personal.
Por ejemplo,
sin ser exhaustivos, el modelo habitacional informa sobre el tipo de relación
de los residentes, pero también la forma y jerarquía de los espacios públicos y
de la arquitectura, su plasmación concreta (desde materiales hasta la
pretensión de representatividad de fachadas por ejemplo), la organización de las
tipologías o su estado de conservación, así como la relación entre lo nuevo y
lo antiguo o la consideración sobre el patrimonio recibido (respetuosa o desatenta),
etc., todo actúa como un rumor de fondo impreciso que define el carácter de las
sociedades que nos precedieron y el de nuestra comunidad actual.
En la lectura
sociocultural, los emisores son tanto nuestros ancestros como nuestros
contemporáneos. En general, la labor de “escriba”
la realizan los arquitectos que recogen y expresan las aspiraciones de la
sociedad que les acompaña, teniendo en cuenta que su labor refleja, mucho más
allá de los datos historiográficos o artísticos, los valores de una comunidad,
sus principios y criterios, sus ambiciones, sus objetivos y deseos para ellos y
también para sus herederos. Todo ello caracteriza con bastante precisión a la
sociedad que impulsó la construcción de los espacios (antiguos o recientes).
Una de las dimensiones más
reconocibles de esta lectura sociocultural hace referencia a la noción de monumento. Los monumentos suelen focalizar
muchas características del grupo humano al que acompañan. El sociólogo francés
Raymond Ledrut, en su ensayo “La Imagen de la Ciudad”, apunta su importancia ya
que “la dimensión monumental nos remite a
una dimensión histórica de forma y significación muy particulares. El monumento
es un elemento de la identidad y la personalidad urbana, porque nos remite al
pasado de la ciudad, a su persistencia en el tiempo”. Pero Ledrut relativiza
su papel como obras de arte para destacar su misión social ya que “la estética pura tiene en sí misma una
función muy subalterna, tanto en la significación del monumento como en la
imagen de la ciudad. Interviene en la vida urbana de otra forma y a otro nivel.
La ciudad y sus monumentos no aparecen fundamentalmente como obras de arte. La
belleza juega un papel importante en la vida de los habitantes, pero sus
imágenes no son estéticas en absoluto”. Es decir, la apreciación artística
forma parte de esta lectura pero no la absorbe totalmente, ya que queda
relegada frente a otras consideraciones socioculturales.
Una catedral gótica,
por ejemplo, más allá de su valoración artística, está aportando otros muchos
datos. Su inserción urbana (tanto la original como las posibles
transformaciones) informa de la importancia de la religión en esa sociedad, su
singularidad anuncia los esfuerzos (físicos, económicos u organizativos) de una
comunidad para levantarla o también del orgullo para conservarla. Pero también
una calle convencional puede ser leída desde esta óptica: los edificios de
viviendas, su calidad, su presencia, sus detalles, su estado, todo comunica
acerca de quienes lo construyeron y también de quienes allí habitan actualmente.
Igualmente, los lugares públicos son un indicador fundamental para caracterizar
la sociedad que los habita. Su papel en la ciudad, sea protagonista, secundario
o marginal, transmite mensajes certeros acerca de la importancia que la
comunidad da a lo colectivo, o incluso sobre la capacidad de los responsables
de su gestión y gobierno.
La lectura
sociocultural puede no ser premeditada y realizarse de una manera “osmótica”.
Somos permeables y por nuestros “poros” se introduce de manera involuntaria una
cantidad de información que inicialmente no es tratada con atención, pero que
va configurando un poso que condiciona nuestras percepciones dirigidas. Evidentemente,
la realización atenta y consciente de esta lectura permite la configuración de
una base conceptual mucho más firme, razonada y argumentada.
Me ha resultado interesante en grado sumo este artículo y lo felicito en consecuencia.
ResponderEliminarSólo creo oportuno introducir una nota polémica: en el artículo se desliza en ida y vuelta del espacio al lugar. Entiendo que no son lo mismo en un sentido específico.
Un lugar es una entidad concreta que es posible habitar, mientras que un espacio es una abstracción cognoscitiva que realizamos después de la experiencia de la habitación del lugar.
El lugar tiene, aparte del espacio, otra dimensión fundamental, que es el tiempo. Por ello, el lugar no es una transformación existencial del espacio, como afirma, equivocadamente, Goethe, sino que el lugar es el campo de una experiencia existencial concreta. Puede que, enfermos de cultura, sólo veamos una extensión tridimensional en un lugar, pero si nos olvidamos del tiempo... nos perdemos o soslayamos una dimensión crucial de nuestra vivencia.
Cordiales saludos.
Lo invito cordialmente a visitar mi blog:
teoriadelhabitaruruguay.blogspot,com
en donde sus comentarios serán muy bien recibidos
Gracias Néstor por tu comentario. Tienes razón en tu análisis porque aunque en ocasiones se suelan utilizar la palabras espacio y lugar como sinónimos, en realidad pretenden expresar conceptos distintos. Y frente a la abstracción del espacio surge la concreción del lugar que se "personifica" con nuestras viviencias, con la historia que recibimos (y todo nos lleva, efectivamente a considerar el tiempo). Por otra parte, tu blog es muy sugerente. He descargado tu libro y lo leeré con interés. Un saludo.
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