Detalle de la vista de Turín (Porta di Po), realizada por Luigi Vacca entre 1818 y 1822. En primer término el rio Po y al
fondo las estribaciones alpinas que enmarcan la ciudad.
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Turín,
fundada como ciudad romana, se mantuvo modestamente dentro del recinto definido
entonces durante más de mil quinientos años, hasta que el Duque de Saboya, Emanuele Filiberto I, comenzó a potenciarla
como nueva capital de su Ducado a partir de 1562.
La
prosperidad de la ciudad obligó a plantear su crecimiento y, entre el siglo
XVII y principios del XVIII, Turín
realizó tres ampliaciones de aquella Torino
Quadrata heredada de los romanos, creando una de las más maravillosas
composiciones del urbanismo barroco. La triple extensión fue realizada en
tres momentos y lugares distintos, pero funcionaría como un cuerpo único con la
ciudad vieja gracias a la rigurosa planificación, al respeto a las
“sugerencias” de lo preexistente y a los juegos de sutura y representación
propios del Barroco.
Tras las dos
primeras ampliaciones, el Duque Carlo Emanuele II, orgulloso de su capital,
quiso mostrar a las cortes europeas el nivel alcanzado (y también para
reivindicar la aspiración de Saboya a convertirse en reino, cuestión que
acabarían logrando años después). Con ese objetivo, el Duque encargó el atlas
conocido como Theatrum Statuum Sabaudiae, que reunía una colección de
imágenes y comentarios presentando el estado de los territorios saboyanos y
particularmente de Turín, la joya del Ducado. El fabuloso atlas, que impresionó
a toda Europa se publicó finalmente en 1682.
En poco más
de un siglo se había construido una Ciudad
Barroca. Y Turín, publicitada con una auténtica estrategia de marketing urbano adelantada a su tiempo,
se convirtió en una ciudad prestigiosa y admirada.
La idea de Ciudad Barroca es una noción
controvertida. Son muchos los historiadores urbanos que ponen en cuestión su
existencia como organismo planificado a partir de criterios propios del Barroco.
Una cuestión distinta es la realidad de ciudades que muestran una “atmósfera”
barroca generada a partir de la acumulación de arquitecturas de esa época. La
discusión sobre esta polémica es muy interesante y será tratada próximamente en
un artículo específico.
No obstante,
si hay una ciudad capaz de congregar
acuerdos sobre su etiquetación como
“barroca”, tanto por la arquitectura que atesora como por la
planificación de sus crecimientos durante ese periodo, esa es Turín.
Turín se
enfrentó a tres ampliaciones a lo largo del siglo XVII y principios del XVIII.
Las tres se produjeron en lugares diferentes pero siempre en continuidad con la
Torino Quadrata heredada de los
romanos. Todas las ampliaciones siguieron unos criterios comunes, como el
respeto hacia las trazas sugeridas por la ciudad vieja (ortogonalidad y
orientación de la trama), o la propuesta de una regulación muy específica para
la arquitectura y en particular para las fachadas de los edificios
residenciales. El objetivo de conformar un cuerpo único y coherente entre la
ciudad antigua y sus extensiones llevó a la sutura de todas las partes a través
de los mecanismos de planificación preferidos por el barroco: grandes ejes,
plazas escenográficas, referencias monumentales y una rigurosa uniformidad
estilística que supeditaba la arquitectura a los objetivos urbanos.
La planta almendrada (mandorla) característica de la
Turín barroca. Lámina del Theatrum Statuum Sabaudiae (I.2 Augusta Taurinorum. Pianta).
(Giovanni Tommaso Borgonio)
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El resultado
proporcionó a la Turín barroca esa
característica planta almendrada (oval) hoy desaparecida. La mandorla turinesa (mandorla en italiano significa almendra),
que quedó definida con la envolvente de las fortificaciones, presentaba un nueva
ciudad que asombró a sus contemporáneos y sigue maravillando a sus visitantes.
La primera ampliación
(1620-1648)
Turín, recuperada
de los franceses en 1559, se convirtió en la capital del Ducado tres años después,
desplazando a Chambéry. Entonces comenzó un periodo de prosperidad que requirió
adaptaciones en la ciudad, pero que finalmente forzó a una ampliación
importante de la misma.
El Ducado de Saboya en 1700 (línea roja, en línea azul
el rio Po)
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Ascanio Vittozzi (1539-1615) fue durante treinta años
el arquitecto ducal y desde ese cargo fue supervisando la larga gestación de
ese deseado proyecto de ampliación urbana. No obstante, antes de la extensión
se fueron realizando diversos ajustes en la ciudad antigua, como la
reconversión en plaza civil del entorno del Castillo (que en 1606 se
transformaría en sede del poder político y administrativo) siendo el embrión de
la futura piazza Castello, la
apertura de la via Nuova (1613, hoy via Roma) o la via Palazzo di Città (1619).
Esquema de la Turín renacentista: se mantiene la Torino
Quadrata heredada de los romanos, con alguna deformación interior y aparece la
gran ciudadela pentagonal en una de sus esquinas.
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El
fallecimiento de Vittozzi otorgaría la responsabilidad del ensanche de Turín a Carlo di
Castellamonte (1571-1640), quien trazaría su estructura y comenzaría las
obras en 1620. Esta primera de las ampliaciones, conocida como la Città
Nova, extendió el recinto de Turín hacia el sur.
El nuevo barrio
meridional se realizaría en continuidad física con la ciudad antigua y también en
continuidad “espiritual” con la misma, ya que se mantuvo la ortogonalidad y
orientación de la trama, aunque con manzanas mayores y calles de superior
anchura (que pasaron a tener 11 metros frente a los 7 habituales en la ciudad cuadrada). Así pues, la Città Nova no fue un apéndice aislado y autónomo sino que se unió
orgánicamente a la ciudad central. Se asumieron algunos proyectos anteriores,
como la via Nuova, que venía desde la
Piazza Castello y se convertiría en
el eje fundamental de esta primera extensión. Esta calle fue prolongada hasta
la Piazza Reale (hoy Piazza San Carlo). La Piazza San Carlo es el espacio urbano central,
corazón de ese primer ensanche turinés. Proyectada por Castellamonte en 1637,
es un espacio de dominante longitudinal atravesada por la via Nuova y que cuenta con
las dos iglesias “gemelas” de San Carlo
y Santa Cristina flanqueando la
entrada desde el exterior.
La primera ampliación de Turín: la Città Nova
meridional.
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La
construcción de la ampliación se dilataría mucho en el tiempo, pero a pesar del
largo plazo de ejecución, no se perdió la unidad del conjunto, gracias a que hubo
un proyecto global que dirigió la realización de todas las piezas, independientemente
de que tardaran en realizarse.
Un aspecto de
particular interés fue la materialización de las reflexiones de Ascanio Vitozzi
sobre la arquitectura residencial. Éstas
supusieron una innovación en el “uso de la ciudad” que fue más allá de la arquitectura
y tuvo una gran repercusión social. Vitozzi proponía la creación de tipos arquitectónicos,
capaces de ofrecer una “fachada continua” que diera homogeneidad a la calle. La arquitectura
quedaba así supeditada al efecto escenográfico deseado para la vía o la plaza.
Pero había
más, esos edificios permitirían una convivencia social distinta a la de las
ciudades del momento, ya que por medio de una estratificación en altura se
lograría la cohabitación de las diferentes clases sociales. Las grandes
ciudades europeas mostraban, por lo general, una segmentación social en el
espacio (barrios ricos, barrios pobres) que había ido consolidándose a los
largo de la historia y que alimentaba los conflictos entre clases enfrentadas y
desconocidas entre sí. La vivienda turinesa iniciaría un modelo habitacional de
largo recorrido que tendría gran protagonismo en el siglo XIX.
Pero esa
mezcla social no era una amalgama indeterminada, sino fuertemente jerarquizada,
en la que la arquitectura expresaba el nivel de sus moradores. La planta noble situada
sobre las tiendas estaba habitada por clases altas y propietarios, era de mayor
altura, con pisos más amplios, y ofrecía composiciones de fachada mucho más
elaboradas y representativas que los pisos superiores. Las plantas altas (en
las que vivía la burguesía) eran mucho más moderadas en todo y las buhardillas
(ocupadas por las clases bajas y el proletariado urbano), ofrecían las
habitaciones más humildes, y casi quedaban ocultas para el viandante.
Las fachadas
compuestas con esa gradación en altura mantenían una gran uniformidad en
franjas horizontales, desde las tiendas y soportales de la planta baja hasta
los diferentes pisos superiores. Las composiciones manifestaban la estratégica
ubicación de Turín, entre Francia e Italia, ya que mostraban elementos característicos
de ambos países.
Turín, Via Roma, protagonista de la primera ampliación.
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La nueva
línea de fortificaciones que envolvería esta primera ampliación se levantó
entre 1632 y 1638. La parte de la muralla de la ciudad cuadrada que quedó en el interior fue demolida y en los
terrenos vacios, Castellamonte proyectó la via
Santa Teresa como articulación entre la Torino
Quatrata y la Città Nova
meridional. Hacia 1648 se fueron terminando los trabajos de unión entre la
ciudad nueva y la antigua, sobre todo realizando las nivelaciones pertinentes
en las calles que tenían continuidad en ambas.
La segunda ampliación
(1673-1683)
La segunda
ampliación se enfrentó a una topografía menos favorable que la anterior. Los
terrenos próximos al rio Dora (que
desemboca en el Po en esa zona) eran
desiguales y algo accidentados por lo que el planteamiento tuvo alguna
singularidad.
El plan
definitivo será desarrollado por Amedeo
di Castellamonte (1613-1683), hijo de Carlo que ya había fallecido. El
nuevo perímetro amurallado partiría del bastión meridional de Santa Cristina
(San Lázaro) desde donde se trazaba un arco elíptico hasta llegar al rio. Desde
allí una línea ligeramente quebrada iría
a unirse al bastión oriental de la ciudad antigua. Las obras comenzarían en
1673.
Las
singularidades se mostraron particularmente en la via Po, una diagonal insólita en el trazado ortogonal turinés. Esa
diagonal era el camino recto que unía el Castillo con el puente sobre el rio Po. La via Po sería una vía porticada con 18 metros de anchura, ampliando
la distancia fijada en la Città Nova
que era de 11 metros.
La Piazza Castello quedará definida a
partir de una ampliación “simétrica” con la plaza preexistente, creando un
espacio más o menos cuadrado en el que el castillo quedará como un edificio
aislado en el centro de la misma. Además, la reforma del Palacio Real (Ducal
entonces) que había sido reconstruido en 1658, también por Amedeo di Castellamonte,
creó una plaza-antesala que se articuló perpendicularmente con la Piazza Castello en una disposición
netamente barroca.
La segunda ampliación de Turín: la ciudad se extiende
hacia el este donde se encuentra el rio Po.
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Al trazado se
le incorporarían unas estrictas normas de edificación. La regulación tenía el
objetivo de uniformizar las construcciones ya que, en su mayoría, iban a ser
realizadas por la iniciativa privada. Aunque esta obligación originó
controversias y se derogó en alguna zona, en general las fachadas de las vías
principales ofrecerían la homogeneidad deseada. El derribo de las antiguas
murallas, tras la construcción de las nuevas, liberó un espacio central que fue
ofrecido por los soberanos a los nobles para que edificaran, en esos terrenos,
sus palacios (que aparecieron como obras singulares poco sujetas a la normativa
unificadora).
Castellamonte
tendría problemas para la realización fiel de su proyecto inicial. Así la Piazza Carlina (Piazza Carlo Emanuele II), que debía ser el espacio público
principal de la segunda ampliación y se previó como un octógono, sería finalmente
un espacio cuadrado de dimensiones algo menores y acabaría acogiendo el mercado
del vino.
Además, Turín
tendría el privilegio de contar con realizaciones de uno de los grandes
arquitectos del barroco: Guarino Guarini
(1624-1683). Este arquitecto (que era un religioso de la Orden de los Teatinos,
filósofo, matemático e influyente teórico de la arquitectura) construiría en
Turín la Iglesia de San Lorenzo una
sorprendente obra con una compleja geometría, la Capilla del Santo Sudario en la Catedral, el Colegio de Nobles (actual Museo Egipcio) o el Palacio Carignano.
La tercera ampliación
(1715-1729)
A principios
del siglo XVIII, la Guerra de Sucesión española, enfrentó a los Borbones
franceses con los Habsburgo austriacos. Saboya se alió con estos últimos que
finalmente resultaron victoriosos. El Tratado de Utrecht de 1713, que dio fin a
la guerra, fue beneficioso para Saboya ya que recuperó territorios ocupados y
recibió en compensación el control sobre el Reino de Sicilia. No obstante, su
dominio sobre esta isla fue breve, ya que los Tratados de Londres de 1718,
confirmados en 1720 por España, modificaban esa adjudicación entregando Sicilia
a Austria (que entonces estaba gobernada por el emperador Carlos VI del Sacro
Imperio Romano Germánico que había sido pretendiente al reino español contra el
Borbón Felipe V). De todas formas, Saboya no salió perdiendo, ya que le fue entregada
a cambio la isla de Cerdeña. Además, el Ducado adquirió, por fin, la categoría
de Reino, pasando a denominarse Reino de
Cerdeña, un nuevo estado que reunía todas las posesiones de los Saboya.
El Duque Vittorio Amedeo II (1666-1732),
se convertía en rey, y Turín, en la capital
de un reino.
Durante la
contienda, en 1706, Turín había sido asediada por los franceses sufriendo
graves daños. La ciudad debía reconstruir lo afectado, pero, sobre todo, debía
prepararse para su nuevo futuro. Turín, flamante capital de un reino, afrontaba
un nuevo escenario político y territorial. Entonces, se planteó una nueva extensión
urbana, la que sería la tercera y última ampliación de la ciudad barroca.
Vittorio
Amedeo II había conocido en Sicilia al arquitecto Filipo Juvara (1678-1736) y,
éste, fue llamado en 1714 a Turín, donde se convertiría en el primer arquitecto
de la corte de Saboya. Juvara, uno de
los grandes arquitectos del siglo XVIII, sería el encargado de proyectar la
tercera y última ampliación que completaría la ciudad barroca.
Tras
veinte años en Turín, Juvara sería reclamado por el rey de España y se trasladó
allí en 1735. En España trabajaría en la fachada del palacio de la Granja de San
Ildefonso y llegaría a colaborar en la ampliación del Palacio de Aranjuez, pero
sobre todo diseñó las trazas originales del Palacio Real de Madrid (que adaptaría
y ejecutaría Giovanni Battista Sacchetti tras la muerte de Juvara y que finalizaría
Francesco Sabatini)
El
planteamiento para Turín fue extender la ciudad por el noroeste, creando un eje
que se dirigiera a la Porta Susina (actual
via del Carmine) y una plaza vinculada
al mismo, Piazza Susina (hoy Piazza Savoia), que ayudara a articular
la ciudad nueva con la antigua. Esta plaza sería el centro gravitacional del
nuevo barrio. La calle principal de la extensión sería, a su vez, atravesada
por dos vías perpendiculares principales, la que cruzaba en la Piazza (hoy via della Consolata) y una segunda que apuntaba a la Porta Milano (hoy via Milano).
La Tercera ampliación de Turín: la ciudad completa por
el noroeste la característica forma almendrada que tuvo hasta el siglo XIX.
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Este sector
mantuvo la continuidad con la ciudad antigua: la retícula permaneció aunque con
matices derivados de la anchura viaria y del carácter de la arquitectura, que
se uniformizó siguiendo un modelo establecido, con ordenadas composiciones de
fachada y pórticos en las plantas bajas de los espacios principales. Las
instrucciones edificatorias fijadas por Juvara (que seguían el espíritu de
integración social de Vittozzi) serían fielmente respetadas por los arquitectos
que desarrollaron los tipos establecidos.
Filippo Juvara,
además de trazar la tercera ampliación turinesa, trabajará en diferentes
edificios: el Palacio Real, el Palazzo
Madama, la fachada de la iglesia de Santa
Cristina, la Iglesia de San Felipe
Neri, la de Santa Croce o la de
la Madonna del Carmine. La aportación
del gran arquitecto alcanzará cotas elevadísimas en territorios suburbanos, en
particular con la basílica y convento de Superga
y el Palacio Stupinigi, dos obras
maestras en las proximidades de Turín. Particularmente llamativo resulta el
plan de reforma de 1718 para el Palazzo
Madama, que no llegaría a concluirse, dejando esa curiosa imagen de
edificio bifronte, en la que el palacio ofrece la fachada juvariana por un lado
y por los otros, su aspecto original.
No obstante
el funcionamiento interno de esta ampliación urbana sería modificado cuando se
constató que la Via del Carmine no
era la mejor conexión para “coser” el nuevo barrio a la ciudad antigua. Por eso
se apostó por la recuperación del antiguo decumano,
mucho mejor enlazado con el centro de gobierno. En 1736 siguiendo el proyecto de
Benedetto Alfieri (1699 -1767) se prolongaría esa antigua vía romana, se
rectificaría (eliminado algunas deformaciones medievales) y se ampliaría su
anchura, recobrando entonces su papel perdido como vía principal de la ciudad.
Entonces sería renombrada como Dora
Grossa y hoy la conocemos como via Garibaldi. En esta calle se
fueron construyendo diferentes edificios representativos de la ciudad (como la Iglesia
dei Santi Martiri, el Palazzo
Scaglia di Verrua, o el Palazzo
Saluzzo di Paesana), así como otros residenciales para la nobleza y alta
burguesía.
Lámina del Theatrum Statuum Sabaudiae (I.3 Torino. A vista
de pájaro). (Giovanni Tommaso Borgonio)
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La campaña de
marketing urbano: el Theatrum Sabaudiae.
El Duque
Carlo Emanuele II (1634-1675) estaba orgulloso de su ciudad. Tras las dos
primeras ampliaciones, Turín se mostraba como una de las más perfectas
realizaciones barrocas. Entonces, para celebrar el centenario de su designación
como capital del Estado de los Saboya, el Duque concibió la idea de mostrarla al mundo, junto al resto de sus
posesiones, para demostrar el alto nivel alcanzado en Saboya. Carlo
Emanuele II también ambicionaba convertir su pequeño estado en un reino, para así
codearse de igual a igual con las grandes monarquías europeas (con las que por
otra parte estaba emparentado). Esa aspiración sería finalmente lograda por sus
herederos cuando, como consecuencia del Tratado de Utrech que dio fin a la
Guerra de Sucesión española y los posteriores Tratados de Londres, Saboya se
transformó en 1720 en el Reino de Cerdeña.
Pero en 1663,
Saboya todavía era un modesto ducado centroeuropeo. En ese año, Carlo Emanuele
II encargó la confección de un compendio de imágenes y textos que expresaran la
categoría alcanzada en sus territorios. El resultado fue un fabuloso atlas que
reunía láminas y comentarios explicativos en latín, describiendo el estado de Saboya
y particularmente de Turín, la joya del ducado. Se dibujaron y grabaron planos
de las ciudades y villas, perspectivas, tanto urbanas como paisajísticas, detalles
de los espacios y de las principales obras arquitectónicas, como palacios,
iglesias, monasterios, etc. hasta un total de 142 láminas grabadas en planchas
de cobre.
El atlas
sería conocido como el Theatrum Statuum Sabaudiae. Al
diseño de tan extensa labor se dedicaron los principales artistas y cartógrafos
del momento, destacando Giovenale Boetto, Simone Formento, Federico Guazzo,
Carlo Morello y sobre todos, Giovanni
Tommaso Borgonio (1620-1683). Los textos corrieron a cargo de Antonio Valsania
y Gabriele Piozzo principalmente.
Para la
impresión también se contaría con los mejores. La estampación se realizaría en
Amsterdam, en los talleres Blaeu, uno de los más prestigiosos de Europa, que
había fundado en 1605 Willem Blaeu (1571-1638). Su calidad y precisión eran
reconocidas en todo el continente. Uno de los hitos del taller nació en 1635,
cuando Willen concibió la idea de editar un nuevo atlas mundial, que
actualizara la obra de referencia que Abraham Ortelius publicó en 1570, el Theatrum Orbis Terrarum. El trabajo de
los Blaeu sería conocido como Atlas Novus
(su nombre original completo era Theatrum
Orbis Terrarum, sive, Atlas novus, aunque en ediciones posteriores sería
llamado Atlas Maior). Willen falleció
en 1638 y no pudo concluir su gran obra que sería finalizada por su hijo Joan (1596-1673)
quien, junto a su hermano Cornelius, se habían hecho cargo del taller tras la
muerte de su padre. La magna obra estaba compuesta por 11 volúmenes y 594 mapas
de todo el mundo conocido. La publicación del Atlas novus (entre 1662 y 1672) fue un hito en la edición
cartográfica de la época. Los Blaeu también habían editado en 1649 un atlas de
las villas de Flandes, obra que posiblemente llamó la atención del Duque por lo
similar de su propósito.
Y a los
talleres Blaeu se dirigió el Duque de Saboya para que editaran su compendio.
Los trabajos fueron muy laboriosos y lentos, e incluso sufrieron el incendio
que en 1672 destruyó la imprenta (y parte de los grabados del Theatrum saboyano). Joan Blaeu
fallecería al año siguiente, aunque el negocio familiar continuaría dirigido
por sus hijos Joan (1650-1712) y Pieter(1637-1706) quienes finalmente logarían
editar el Theatrum Statuum Sabaudiae
en 1682 (con la marca Haeredes Ioannis
Blaeu, Herederos de Joan Blaeu, que se mantendría hasta 1708 fecha en la
que la empresa cesó sus actividades).
Pero Carlo
Emanuele II no pudo ver concluida su obra ya que había fallecido en 1675. Sería
su viuda, Regente en el Ducado, la que continuó su labor hasta ver cumplidos
los deseos de su marido, encargándose, además, de la distribución del Theatrum Sabaudiae por las cortes
europeas.
La obra
asombró a todo el mundo. Tanto por el esplendor de los lugares presentados como
por la magnitud del esfuerzo cartográfico
y la calidad del trabajo artístico y de estampación. La primera edición
constó de 50 copias en dos volúmenes, 46 normales y 4 especiales que fueron
coloreadas. El éxito de la obra haría
que se reeditara en varias ocasiones alcanzando una gran difusión. El atlas
fue reimpreso por los Blaeu en 1693 con textos en holandés. En 1697 se preparó
una nueva reimpresión por parte de Adrian Moetijens también en holandés. Este
mismo editor publicó una segunda edición
del Atlas en 1700 con textos en francés. En 1725 se publicó en La Haya por R.C.
Albers una tercera edición actualizada incorporando nuevas láminas y textos en
francés y holandés. Y esta misma editorial sacaría en 1726 una última edición
igual a la anterior pero con textos en latín.
La magnitud
de esta obra editorial y su objeto (presentar el estado de un territorio) no
tenía precedentes y supuso una verdadera
estrategia de marketing urbano avant la
lettre. El conjunto podía ser entendido como un manifiesto político
reivindicativo del nivel alcanzado por el Piamonte y Saboya para aspirar a
convertirse en reino, pero de lo que no cabe duda es que resultó un instrumento
de promoción de la ciudad de Turín extraordinario. La ciudad fue admirada y se
convirtió en paradigma de las realizaciones urbanas barrocas.
La “campaña promocional” logro sus
objetivos. Saboya se
convertiría en reino y además lideraría, en el siglo XIX, la unificación del
reino de Italia, y Turín se incorporó a la categoría de grandes capitales
europeas, llegando a ser la primera capital de la Italia unificada (entre 1861
y 1865).
Un cuadro muy hermoso
ResponderEliminarLas personas que viven en ese entorno deben ser muy feliz!
Me parece un post excepcional; muy interesante y riguroso. Felicidades
ResponderEliminarGracias Joan. Tu blog barcelonés me ha resultado muy interesante.
ResponderEliminarImpresionante artículo. Enhorabuena
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