La ciudad
es una compleja mezcla entre lo objetivo y lo subjetivo. Es una noción difusa en la que se
mezclan realidades y fantasías, se combinan sensaciones y pensamientos, se
conjugan percepciones propias y ajenas, y que se nos ofrece con múltiples
apariencias. Las ciudades reales son interpretadas individualmente, sumando a
las impresiones directas un impreciso imaginario colectivo que se nutre de urbes
ficticias, teóricas, inventadas o imaginadas. Todas estas diferentes ciudades mentales conviven con nosotros,
formando un magma que condiciona nuestra comprensión del entorno.
Las Ciudades
Metafísicas de Giorgio De Chirico o las Ciudades Invisibles de Italo Calvino
forman parte de ese acervo cultural urbano. Tanto el pintor como el escritor eran
buscadores de esencias y los dos recalaron en la ciudad para obtenerlas, aunque
fuera en una ciudad irreal, onírica y poética. Ambos crearon ciudades mentales que se convertían en alegorías vitales,
porque los ambientes de De Chirico o las poéticas descripciones de Calvino son
territorios donde indagar acerca de nuestra alma.
Hay ciudades
ficticias que pretenden
emular lo real de forma más o menos verosímil (el cine sabe bastante de ellas).
Hay ciudades
teóricas, formuladas o dibujadas como espacios ideales que aspiran a
ser modelos de actuación (los arquitectos conocen unas cuantas). Hay ciudades
inventadas, y también territorios y regiones, que proponen mundos paralelos (los escritores y los ilustradores
saben de ellos). Hay ciudades imaginadas, que pueden convertirse
en metáforas que exploran nuestra mente (artistas y filósofos han concebido mucho
ejemplos).
Esas
fantasías urbanas tienen mucha consistencia y se convierten en referentes para
evaluar nuestras percepciones sensoriales. La ascendencia de estas ilusiones es
tal, que incluso las ciudades reales pierden parte de su
aparente certidumbre para ser interpretadas en nuestra mente bajo su influjo y son
reelaboradas individualmente para crear nuestra “visión particular” de cada una
de ellas. Todos nosotros tenemos una versión propia de cada espacio, que
componemos como resultado de una amalgama de sensaciones percibidas, recuerdos
más o menos distorsionados, pensamientos propios o ajenos, iconografías
dibujadas, fotografiadas o filmadas, etc. Las ciudades ilusorias y las reales
se mezclan en nuestra memoria y, en ocasiones, nos resulta difícil distinguir
nuestra propia experiencia de las emulaciones adquiridas.
Vamos a acercarnos
a dos experiencias creadoras de ciudades imaginadas. El pintor Giorgio de Chirico (1888-1978) y el
escritor Italo Calvino (1923-1985)
eran buscadores de esencias. Y los dos recalaron en la ciudad para convertirla
en un vehículo de expresión, en un medio que nos dirige hacia un determinado fin
significativo. Ambos crearon ciudades irreales, oníricas y poéticas, que se
convertían en una alegoría del ser
humano. Por eso, los ambientes de las ciudades
metafísicas de De Chirico, elaboradas sobre todo entre 1909 y 1914, o las poéticas
descripciones de las ciudades invisibles
de Calvino, publicadas en 1972, son territorios donde indagar acerca de nuestra
alma.
“Plaza de Italia”. Giorgio de Chirico, 1912.
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En sus
escenarios fantásticos, De Chirico pasó
de la unidad a la diversidad. Sus composiciones estáticas, clásicas, se
deshacen en fragmentos inquietantes, que reflejaban la tensión del tiempo que
vivió. Sus ciudades metafísicas
parecen querer transmitirnos un espacio ordenado y un tiempo detenido, pero
acaban quebrantadas por las incertidumbres y contrastes, que caracterizaron a
sus coetáneos.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Portada de ediciones españolas. |
Por su parte,
Calvino, recorrió el camino inverso, fue
de la diversidad a la unidad. Las cincuenta y cinco ciudades invisibles presentadas por Marco Polo a Kublai Kan son, en
el fondo, facetas de una misma realidad, un magma que se solidifica en nuestra
mente y nos proporciona un código oculto de interpretación de la realidad
urbana que nos envuelve (y de nosotros mismos).
Las Ciudades Metafísicas de Giorgio de
Chirico.
Las
circunstancias familiares del joven De Chirico le permitieron conocer algunas
de las ciudades clásicas, que influyeron enormemente en su visión del mundo. Italiano,
aunque nacido en Grecia, estudió en Atenas, en Florencia y en Múnich, forjando
en ellas un espíritu reflexivo que se expresaría en su pintura. A estas
estancias pudo sumar otras nuevas en urbes que también dejarían una fuerte
impronta en el incipiente artista. Su actividad le haría recalar primero en
Milán, luego de nuevo en Florencia y finalmente en París, el lugar donde De
Chirico acabaría de dar forma al estilo que lo encumbraría.
Las
vanguardias, que estaban triunfando en aquel París de principios del siglo XX,
no satisfacían a un joven pintor que buscaba otra cosa en su pintura. Por eso, De
Chirico fue alejándose de las tendencias punteras para refugiarse en un
clasicismo personal que acabaría creando una obra absolutamente original y
personalísima. Entre 1909 y 1914, principalmente, su pintura se plasmaría en
obras que han sido consideradas precursoras del surrealismo que emergería en el
París de la década de 1920. Esos primeros cuadros, que él llamó inicialmente enigmas, significarían el inició de un
camino que, años después, el mismo pintor definiría como arte metafísico.
La actividad
de De Chirico estaba fuertemente relacionada e influida por la filosofía. En
particular por la Metafísica, en la que se indaga sobre lo que se encuentra más
allá de nuestra realidad física, abstrayendo y profundizando en la esencia del
Ser, en los fundamentos de todo lo conocido. En consecuencia, la obra de De
Chirico era especulativa y para trasladar su pensamiento utilizaría como medio sus
“ciudades metafísicas”.
“Plaza con
estatua de Ariadna”. Giorgio de Chirico, 1913.
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Las ciudades
de De Chirico no muestran espacios para ser utilizados, ni para ser comprendidos
con las claves urbanas habituales. Todo lo contrario, rechazan la vida cotidiana
y no aceptan al transeúnte. Son escenarios simbólicos. Las ciudades creadas por Giorgio De Chirico son vehículos de expresión
que, para conseguir transmitir su mensaje al espectador, actúan como un experto
cazador. En ellas se ofrecen silencio y soledad, que invitan a una
contemplación serena de la obra. Cada escena envuelve un misterio que retiene
al espectador para atraparlo finalmente. Porque ese magnetismo que inmoviliza, permite ir descubriendo las
contradicciones y mensajes que, al igual que trampas expectantes, se
encuentran en los cuadros.
“El Enigma de un día”. Giorgio de Chirico, 1914.
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En su pintura
metafísica, De Chirico concebiría una idea particular de la arquitectura y de
la ciudad, manifestada en un uso heterodoxo de la perspectiva y de la escala,
que no eran únicas en cada escena, y otorgando un sentido muy especial a los
elementos que las poblaban. Los frecuentes anacronismos presentes en sus obras,
en la que pueden convivir trenes y chimeneas de fábricas con estatuas de arcaicos
dioses o antiguos templos, crean contradicciones temporales que convierten a
los espacios en lugares incongruentes. De Chirico era consciente de que lo que no encaja, despierta la curiosidad
del ser humano y a partir de ella nace la interrogación y a la búsqueda de
respuestas, en un proceso que nos incita a la reflexión. Ese es el objetivo de
su pintura. Porque descontextualizar es enfrentar algo consigo mismo, lo que
permite averiguar su valor intrínseco.
“Las musas inquietantes”. Giorgio de Chirico, 1916.
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De Chirico fue elaborando un vocabulario propio que
incluía columnas, estatuas, arcos, edificios porticados, sombras rotundas,
plazas o torres, elementos todos con un fuerte valor icónico y significativo con
el que crearía una ciudad que arraigaría en nuestra imaginación. Las ciudades metafísicas de Giorgio De
Chirico son estados mentales que el pintor logró proyectar en el imaginario
colectivo de la sociedad. Son ciudades oníricas en las que los elementos aparentemente reales que las conforman, trascienden su
existencia para intentar mostrar lo que está “más allá”. Lo cotidiano se
convertía en la puerta de entrada hacia un mundo trascendente. Los objetos y
las arquitecturas aparecen ajenos a su cometido utilitario y reclaman,
únicamente, la mirada inquisitoria del espectador sobre ellos. De esta manera,
despojados de su cotidianeidad, apartados de su propia historia, sustraídos de
su devenir, se llenan de eternidad y logran transmitir su mensaje simbólico.
Las visiones
frontales o sesgadas, las arquitecturas clásicas forzadas por tensas
perspectivas, los violentos contraluces con rotundas sombras, los extravagantes
(y a veces extemporáneos) contrastes entre objetos, las referencias al tiempo
detenido, son parte de la sintaxis del lenguaje de estas ciudades inmóviles. También
cuentan los elementos ausentes que, aunque fuera de plano se revelan, por
ejemplo, por una sombra.
Paradójicamente
la estaticidad de sus obras transmite inquietud. No hay movimiento aparente y el tiempo se detiene, pero las obras emiten
zozobra y obsesión por el tiempo. No hay que olvidar que en aquellos años
previos a la Primera Guerra Mundial, y también durante la misma, De Chirico es
el cronista de la irracionalidad de una época que caminaba hacia el abismo. Las
turbulencias de su contexto refuerzan ese sentimiento de nostalgia, de melancolía
hacia un pasado perdido e irrecuperable, que se encuentra presente en sus
cuadros.
“Melancolía”. Giorgio de Chirico, 1916.
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Hay una
palabra italiana, spaesamento, que
quiere expresar la sensación de desconcierto y de alienación sentida por
aquellos que se encuentran en un lugar o en un ambiente nuevo y desconocido. Puede
ser equiparable a la mirada del viajero que llega por primera vez a un sitio
del que no ha tenido noticia previa. Sus ojos captan cosas, pero desvinculadas
de sus relaciones, porque se ignoran. Quizá éste sea el acercamiento más puro y,
en ese sentido, más similar al que los filósofos se plantean en sus derivas
metafísicas. Esa mirada descontaminada, que se esfuerza por entender, es la
actitud que De Chirico esperaba ante sus obras, y poder así extraer nítidamente
de ellas conjeturas sobre lo indefinido y sobre el lado oculto de las cosas.
Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino.
Italo Calvino
“construyó” muchas ciudades, que se situaban fuera del espacio y del tiempo.
Fueron ciudades imaginadas, ciudades que evocan mundos, levantadas con los
materiales etéreos de sus reflexiones hasta formar un fantástico “atlas” de lectura imprescindible. Las cincuenta y cinco
ciudades invisibles, actúan como una única ciudad poliédrica que resulta una
alegoría de la vida.
Le città invisibili apreció en Italia en 1972. En 1974, Las ciudades Invisibles se publicó por
primera vez en España, por la editorial Minotauro (con traducción de Aurora
Bernárdez). Calvino, en su obra, da voz a Marco Polo, quien relata a Kublai
Kan, emperador de los tártaros, las ciudades que ha conocido en sus viajes. Entre
los dos se establece un diálogo acerca de las características de los lugares
visitados que complementa las descripciones sobre cada ciudad. En palabras de
Calvino, “lo que el libro evoca no es
sólo una idea atemporal de la ciudad, sino que desarrolla, de manera unas veces
implícita y otras explícita, una discusión sobre la ciudad moderna”.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Portada de
ediciones italianas.
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Calvino
concibió el libro de una forma fragmentaria, como explicó en una conferencia
sobre esta obra impartida en 1983 a los estudiantes de la Graduate Writing División de la Columbia
University de Nueva York (incorporada como nota preliminar en algunas
ediciones del libro). Estuvo escribiendo breves textos, de forma casi
impulsiva, que fue agrupando por series temáticas hasta reunir un número
suficiente como para pensar en confeccionar un libro con aquellos materiales.
Pero para Calvino los libros requieren un principio y un final, un itinerario,
necesario incluso en un conjunto tan disperso como el que estaba preparando.
Por ello, cada capítulo está precedido y seguido de un texto (en cursiva) en el
que Marco Polo y un melancólico Kublai Kan, conversan y reflexionan.
Nuevamente
Calvino nos orienta acerca de sus intenciones: “A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder
poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le
habla de ciudades imposibles” y “Lo
que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han
llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más
allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas:
memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican
todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo
de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro
se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se
desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices”.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Portada de
ediciones inglesas.
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La obra, como si fuera una ciudad real,
dispone de un Plan, aunque adopte apariencias laberínticas. Calvino (o Marco Polo) presenta
cincuenta y cinco ciudades, que agrupa en once categorías temáticas que
incluyen cinco urbes cada una. Pero luego descompone esta clasificación para
reagruparlas, sin un orden aparente, en nueve capítulos, de los cuales (el
primero y el último) ofrecen diez casos cada uno, mientras que los otros siete
presentan cinco. Calvino se encontraba entonces en lo que los críticos
literarios han denominado su “etapa combinatoria”. Su obra de aquellos años reflejaba
las influencias recibidas desde que, en 1967, fijo su residencia en París y
entró en contacto con el grupo OuLiPo
(acrónimo de Ouvroir de Littérature Potentielle,
Taller de Literatura Potencial) que experimentaba la relación entre matemáticas
y literatura. Estos autores introdujeron en su creación literaria la combinatoria,
o nociones como algoritmo o fractal.
El desarrollo
de la obra, es decir la redistribución de las ciudades a lo largo del libro es
simétrica. Si se compara el índice seguido desde el principio, con el mismo
desde el final en sentido inverso, se aprecia como van coincidiendo las
categorías de las ciudades por parejas: memoria/ocultas, deseo/continuas,
signos/cielo, tenues/muertos, cambios/nombres y ojos, que es el pivote impar que
se relaciona consigo misma. Esas dualidades también sugieren conexiones entre
los temas tratados en cada grupo. Estos juegos combinatorios han dado mucho que
pensar a los críticos encontrando alguna explicación que sorprendió al propio
Calvino.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Portada de
ediciones francesas.
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Las once categorías
en las que se agrupan las descripciones urbanas son:
Categoría Temas clave
Las ciudades y la memoria Ciudades
en las que afloran los recuerdos y el transcurso del tiempo en sus habitantes.
Las ciudades y el deseo Ciudades
que albergan las motivaciones y aspiraciones personales.
Las ciudades y los signos Ciudades
que muestran el contenido simbólico del espacio.
Las ciudades tenues Ciudades
que exploran sutiles relaciones internas o nociones etéreas como la felicidad.
Las ciudades y los cambios Ciudades
donde se producen encuentros entre las personas que propician intercambios de
ideas, aprendizaje (y también de mercancías)
Las ciudades y los ojos Ciudades
determinadas por los puntos de vista adoptados, en las que surgen espejismos o
adoptan extravagantes disposiciones y donde importa, sobre todo, la mirada.
Las ciudades y el nombre Ciudades
que juegan con la identidad, con el mito y con la metamorfosis.
Las ciudades continuas Ciudades
que se muestran diversas y similares en un ejercicio de identidad confusa.
Las ciudades y los muertos Ciudades
desaparecidas, relación entre los vivos y los muertos, necrópolis y reflexiones
sobre la renovación de sus habitantes.
Las ciudades y el cielo Ciudades
que reflexionan sobre su proyecto y su proceso de construcción.
Las ciudades ocultas Ciudades
que exploran su propia evolución urbana y sus diferencias dentro de la unidad.
Las ciudades invisibles de Italo Calvino. Portada de
ediciones francesas.
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Las ciudades
invisibles es una obra poética y evocadora que descubre muchos de los grandes
temas esenciales de la ciudad, con especial atención a su dimensión simbólica.
Calvino pensaba que “tal vez estamos
acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y las ciudades invisibles
son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”. Por eso
afirmó: “creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas
como ciudades”.
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