Páginas

23 jun 2018

Haciendo el indio con la ciudad: los mandalas como base para la planificación urbana (el ejemplo de Jaipur)

Jaipur es uno de los mejores ejemplos de la planificación urbana india. En la imagen, vista de la calle Hawa Mahal desde el propio Palacio de los Vientos
La India es un territorio gigantesco, superpoblado, diverso, multicultural y de gran complejidad como expresan sus paisajes, sus gentes y también sus ciudades. En este blog nos hemos acercado a las ciudades indias en varias ocasiones. Lo hemos hecho con alguna de las más “occidentalizadas”, trazadas tanto en la época colonial británica (Nueva Delhi) como en tiempos de la modernidad racionalista (Chandigarh). También nos hemos aproximado a la vitalista espontaneidad de una ciudad laberíntica y sagrada como Benarés (Varanasi) y, en este artículo, lo haremos a la planificación propiamente india, estudiando el caso de Jaipur (la capital del estado de Rajastán), una ciudad construida a partir de un mandala.
Un mandala es la representación gráfica y simbólica de la cosmovisión del hinduismo que incita a la meditación y que, en algunos casos, como son los Vastu Purusha Mandala, también contienen directrices muy precisas para la arquitectura o las ciudades. Pero, en Jaipur, no todo resulta tan estricto como pudiera parecer…

------------------------------------------------------------------------------------------------
La India es un país inmenso y complejo. Su tamaño, de casi 3,3 millones de kilómetros cuadrados; su población, que ronda los mil trescientos millones de personas; o la extraordinaria variedad de paisajes y culturas, lo convierten en un territorio complejo que los geógrafos suelen identificar como un “subcontinente” (Europa es solamente tres veces más grande en superficie y cuenta con poco más de la mitad de habitantes). Esta diversidad se refleja también en cuestiones urbanas.
Comparación de la delimitación de la India actual con Europa (superposición realizada con la aplicación mapfrappe)
En este blog nos hemos acercado a las ciudades indias en varias ocasiones. Lo hemos hecho con alguna de las más “occidentalizadas”, trazadas tanto en la época colonial británica (Nueva Delhi) como en tiempos de la modernidad racionalista (Chandigarh). También nos hemos aproximado a la vitalista espontaneidad de una ciudad laberíntica y sagrada como Benarés (Varanasi) y, en este artículo, lo haremos a la planificación propiamente india, estudiando el caso de Jaipur (la capital del estado de Rajastán), una ciudad construida a partir de un mandala.

¿Qué es un Mandala?
El hinduismo, más allá de sus preceptos religiosos o morales, cuenta con una serie de textos “didácticos” que recogen numerosas indicaciones sobre casi todo lo que concierne a la vida práctica de los seres humanos. Estos tratados son los Shastra, una palabra que viene a significar “ciencia”, “enseñanza” o “tratado” sobre algún tema particular, y que podríamos hacer corresponder con el sufijo español -logía, que apunta hacia el conjunto de conocimientos sobre una disciplina específica, como psicología, arqueología, climatología o lexicología.
Por ejemplo, el Artha Shastra, escrito hacia el siglo IV a.C., es algo parecido a un canon de la política. En él se informa sobre el arte de gobernar, sobre estrategia militar, decisiones económicas e incluso llega a fijar sistemas de pesos y medidas y a recomendar la distribución más conveniente de los usos de una ciudad. En otros ámbitos, encontramos los Sangita Shastra, que atienden a la música; los Shilpa Shastra, manuales explicativos de las técnicas aplicadas a las artes menores, artesanía u oficios, particularmente de la escultura y de la iconografía hindú; o los Vastu Shastra, que se ocupan de la influencia de las leyes de la naturaleza en las construcciones humanas. En este último caso, más que un texto son una doctrina acerca del arte de construir que busca conseguir el equilibrio entre los cinco elementos que componen el universo según el hinduismo (tierra, agua, fuego, aire y éter/espacio). Vastu es una palabra que se refiere al “sitio” y, por eso, estos escritos describen aspectos de preparación del suelo, principios de diseño, de organización, dimensiones, o distribuciones espaciales basados en las creencias tradicionales. Con todo, Vastu Shastra es el gran “tratado” hindú sobre la arquitectura (utilizado especialmente en la edificación de templos hinduistas y palacios importantes) aunque, también contiene recomendaciones para la ciudad.
Un mandala es algo diferente, porque del mundo de las letras nos trasladamos al de la imagen. Mandala es una palabra procedente del sánscrito que significa “círculo” y esta es, precisamente, la forma geométrica más utilizada por estas representaciones gráficas que pretenden expresar de una manera abstracta la perfección del universo según la visión del hinduismo. El objetivo de un mandala es incitar a la meditación del observador. Hay muchos ejemplos, aunque suelen responder a pocos tipos esenciales. 
Ejemplos de diferentes mandalas circulares.
Los más habituales muestran geometrías complejas basadas en el círculo, animando a la reflexión sobre el tiempo y su carácter cíclico o sobre el origen del cosmos. Aunque también los hay que buscan la “cuadratura del círculo” combinando ambas formas (el cuadrado, como veremos, alude al ser humano).
Mandala tibetano que busca conjugar el círculo con el cuadrado.
Pero, para las religiones orientales, un mandala es algo más que un diagrama pasivo, porque también es un modelo activo de organización. En este sentido, el mandala se convierte en la manifestación gráfica de las reglas que rigen la totalidad del universo. Esas normas, surgidas de la propia naturaleza y reveladas por la divinidad, pretenden conseguir el orden y eliminar el caos. En consecuencia, los principios estructurales sugeridos por un mandala deben ser aplicados a cualquier creación humana (arte, técnica, etc.) y especialmente a la arquitectura (y la ciudad), porque el espacio que habitamos necesita orden y armonía. Así, al edificar según estos principios, el hombre organiza su entorno y ordena el mundo.
A partir de estas consideraciones surgió un caso particular de mandala, que es el que aquí nos interesa, los Vastu Purusha Mandala, que contienen directrices muy precisas para la arquitectura o las ciudades. Su denominación fusiona tres conceptos diferentes: Vastu, que como hemos adelantado se refiere al lugar; Purusha, que es la identificación abstracta del ser humano; y, finalmente, Mandala, que es el diagrama que reúne a los anteriores dirigiendo las actuaciones (algo parecido a unas “instrucciones de montaje”). Es decir, Vastu Purusha Mandala supone la aplicación práctica de las enseñanzas del Vastu Shastra, concretadas en un esquema gráfico (Mandala) cuya misión es dirigir la acción humana (Purusha) sobre el espacio (Vastu).
Su forma es cuadrada porque según la tradición hinduista, cuando el dios Brahma obligó al indefinido Purusha a adoptar una forma geométrica, este eligió el cuadrado, por su perfección, su regularidad, su capacidad de segregarse manteniendo sus propiedades intactas y su asociabilidad con otras formas similares (cosa que no ocurre con el círculo, por lo que este quedaría como símbolo del origen y del tiempo, vinculado a la reflexión). Los cuadrados Vastu Purusha Mandala se orientan en función de los puntos cardinales para representar las leyes y estructuras que gobiernan el universo y todo lo que contiene, convirtiéndose en principios estructuradores aplicables en todas las escalas posibles, desde una pequeña construcción hasta una gran ciudad.
Ejemplos de la asignación de dioses en varios Vastu Purusha Mandala.
Complementariamente, los Vastu Purusha Mandala adquirirían propiedades divinas a partir de una serie de subdivisiones regulares que generaban nuevos cuadrados (pada) que serían ocupados por los diferentes dioses del numeroso panteón hindú. El cuadrado central (o centrales según los casos) se asigna al dios principal, Brahma, y desde él, se distribuían jerárquicamente las posiciones del resto de deidades, de manera que los dioses más importantes envuelven a Brahma y también se reservan los vértices. Además, en el cuadrado global quedaría inscrito el ser humano, adoptando una postura que rellenaba la superficie de la figura geométrica, colocando la cabeza en el cuadrado del vértice noreste. La superposición entre la distribución de los dioses y el organismo humano permite la asociación entre las partes del cuerpo (y del espacio) y la divinidad que las protege.
Dos representaciones diferentes de la disposición del ser humano (Purusha) en el mandala cuadrado. La posición de la cabeza indica siempre el vértice Noreste.
Así, partiendo del cuadrado indiviso (llamado Sakala, 1x1), el diagrama va fragmentándose siguiendo una secuencia numérica igual en cada lado: Pechaka, 2x2, cuatro subcuadrados, es decir, cuatro padas; Pitha, 3x3, nueve padas; Mahapitha, 4x4, dieciséis; Upapitha, 5x5 veinticinco; Ugrapitha, 6x6, treinta y seis; Sthandila, 7x7, cuarenta y nueve; Manduka, 8x8, sesenta y cuatro; Paramashayika, 9x9, ochenta y un cuadrados y así hasta un máximo de 32x32 que origina 1.024 cuadrados (que es dos elevado a la décima potencia, algo que nos recuerda al kilobyte actual)
En cuanto a ejemplos de la aplicabilidad de cada mandala, el Sakala (1x1) es el modelo a seguir para construcciones rituales, el Pechaka (2x2) es la referencia para lugares de culto doméstico o para baños públicos, mientras que los siguientes tienen diferentes aplicaciones arquitectónicas. Por eso, porque busca responder a estas directrices de origen sagrado, la arquitectura india monumental presenta trazados muy geométricos y dotados de fuerte simbolismo, como reflejan los grandes templos. Para las ciudades, parece que los más apropiados eran Manduka (8x8) y Paramashayika (9x9).
Tipos de Vastu Purusha Mandala, indicando la posición del dios Brahma.
El Pitha Mandala y el Manduka Mandala, con sus 9 y 64 padas respectivamente, estarían en la base de la planificación de Jaipur, una ciudad que nació para ser la nueva capital de un principado del pueblo rajput y es hoy la capital del estado indio de Rajastán.

Rajastán, la “tierra de los reyes”.
Rajastán se corresponde aproximadamente con Rajputana, el territorio histórico de los rajputs que se encuentra situado en el noroeste de la India. Su geografía podría simplificarse equiparándola a un rombo regular que orienta sus ejes en dirección de los puntos cardinales. Apoyándonos en esa abstracción, podemos identificar dos zonas separadas por la diagonal suroeste-noreste, por la que discurriría la cordillera de los Montes Aravalli. El territorio situado al oeste de ese “línea” montañosa sería una inmensa y árida llanura, el Desierto del Thar, que hace frontera con Pakistán. Contrastando radicalmente con este paisaje, la parte oriental está compuesta por una serie de fértiles valles (como el Mewar) y linda por el este con el estado de Madhya Pradesh, quedando separados en gran parte por el río Chambal. Por el suroeste, el territorio de los rajputs limita con las tierras bajas y litorales de Gujarat, mientras que, por el noreste, lo hace con las llanuras indo-gangéticas del Punjab (Panyab) y del entorno de Delhi (Haryana) previas a las cumbres del Himalaya.
Territorio de Rajastán con superposición de su simplificación geométrica, reflejando los tres ambientes de la región (desierto, montaña y valles)
Estas tres regiones ambientales tan diferentes (desierto, montañas y valles) configuran el paisaje de Rajputana, un territorio al que, durante mucho tiempo y desde la lejana óptica de los europeos, se le atribuyó un halo “romántico” y exótico asociado a un gran esplendor representado por los maharajás (o rajás, que eran los nombres con los que eran designados sus gobernantes y cuya vida se asociaba con el lujo ostentoso).
Ese territorio fue históricamente un lugar disgregado en numerosos principados gobernados por clanes diferentes, aunque emparentados, por considerarse todos descendientes de los chatrias (o kshatriyas, la segunda casta de la cultura hinduista, integrada por políticos y guerreros) y que, para diferenciarse del resto de la casta, se autodenominaron rajput, que significa “hijo de rey”. Hacia el siglo IX, fueron consolidándose los diferentes reinos rajput que defendieron con ardor su independencia, tanto entre ellos como frente a las numerosas invasiones recibidas. De hecho, cuando se formó en 1526 el Imperio Mogol, un estado islámico que llegaría a dominar casi toda la península india, los belicosos príncipes rajput aceptaron el vasallaje respecto al soberano mogol que los gobernaba desde Delhi, pero lograron mantener una gran autonomía.
Hacia 1720, el Imperio Mogol comenzó a disgregarse por causa de las incesantes insurrecciones secesionistas de los marathas, de los sijs del Punjab o de los afganos y pashtunes. Entonces, los rajputs aprovecharon el caos reinante para consolidar su identidad territorial, manteniendo fuertes conflictos entre ellos por alcanzar la primacía. En ese ambiente de enfrentamientos internos destacaría la actuación conciliadora del maharajá del principado de Amber (que luego cambiaría su nombre, como veremos, por el de principado de Jaipur). Este príncipe, Jai ​​Singh II, gobernó durante mucho tiempo su reino (entre 1699 y 1744) y supo mostrar sus habilidades diplomáticas por encima de sus capacidades guerreras, consiguiendo instaurar paulatinamente la unión política con el resto de los principados de Rajputana, que sería liderada desde Jaipur. Esta situación propiciaría un escenario estable para su principado, lo que le permitió atender a cuestiones civiles tan trascendentales como la de cambiar la ubicación de su capital (de la antigua Amber a la nueva Jaipur).
En cualquier caso, la debilidad de los pequeños reinos indios resultantes y la anarquía general que sucedió al desmembramiento del Imperio Mogol, abriría un periodo turbulento que sería finalmente aprovechado por el Reino Unido para tomar el control paulatino del subcontinente indio desde 1765 (no obstante, desde un punto de vista nominal, el Imperio Mogol, aunque su jurisdicción estaba limitada al área de Delhi y supervisada por los ingleses, mantendría su existencia hasta 1857, cuando se constituyó el Raj Británico que lo disolvió oficialmente). Bajo el gobierno británico, la confederación de príncipes rajput fue mantenida y controlada desde la llamada Rajputana Agency. Finalmente, con la independencia de la India alcanzada en 1948, una veintena de principados rajput se unieron definitivamente para formar el nuevo estado de Rajastán, que significa “tierra de reyes”.

Jaipur, la ciudad que nació de un mandala.
Jaipur es, además de la capital de Rajastán, su mayor ciudad. La también conocida como “la ciudad rosa” por el color dominante en su casco antiguo (la célebre “ciudad amurallada”) se ubica en el lado oriental del estado, junto a las primeras estribaciones de la cadena montañosa central, y es uno de los mejores ejemplos de la planificación urbana india.
Plan de la ciudad amurallada de Jaipur.
Inicialmente, la capital del principado estaba en Amber, una ciudad ubicada en lo alto de una colina (situada a once kilómetros al norte de Jaipur), pero esta circunstancia, muy favorable para la defensa en tiempos de guerra, se convirtió en un gran hándicap en tiempos de paz y prosperidad, debido a los problemas de abastecimiento y de crecimiento que conllevaba. Buscando la solución a esos inconvenientes el maharajá Jai ​​Singh II optó por fundar una nueva capital en unos terrenos cercanos más favorables para el desarrollo. Esta nueva capital, fundada en 1727, sería Jaipur. La planificación estuvo dirigida por el arquitecto Vidyadhar Bhattacharya (1693-1751) que siguió los principios generales de los Shastra (principalmente del Vastu Shastra, pero también del Artha Shastra para la distribución de las funciones urbanas o del Shilpa Shastra para la ornamentación), y puso en práctica las indicaciones organizativas del Vastu Purusha Mandala. El arquitecto fijó el trazado base a partir de un gran cuadrado dividido nueve partes también cuadradas (Pitha Mandala).
Pero, en Jaipur, no todo resulta tan estricto como pudiera parecer… De hecho, hay investigadores que restan influencia al divino Vastu Purusha Mandala para sostener que la organización de la ciudad respondía prioritariamente a consideraciones de simbolismo científico. Estos autores asocian los nueve cuadrados con los nueve cuerpos celestes de la astrología hindú conocidos entonces (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) y esto sería consecuencia del gran interés que Jai ​​Singh II tenía por la astronomía, hecho que le llevó a promover el maravilloso Jantar Mantar, el observatorio celeste de Jaipur, que es Patrimonio de la Humanidad. adaptar la teoría a la realidad topográfica, restando pureza al esquema inicial, algo que no parece muy compatible con la rigidez de un mandala sagrado.
El observatorio astronómico Jantar Mantar es Patrimonio de la Humanidad.
Otros historiadores apuntan justificaciones más pragmáticas aduciendo que tanto el gobernante como el arquitecto conocían bien las realizaciones occidentales ortogonales e intentaron fusionar su eficacia con ciertas recomendaciones de la tradición hindú. Estos apuntes desmitificadores suelen justificarse en la excesiva flexibilidad de los diseñadores, que admitieron modificaciones para
Arriba, esquemas de las sucesivas deformaciones es del esquema inicial de Jaipur comentadas en el texto. Debajo el plano resultante de la ciudad.
La variación más llamativa es la que ocasiona el “desplazamiento” de uno de los padas. Este es el caso del cuadro de la esquina noroeste, que no pudo desarrollarse por la existencia de una colina, cuyas escarpadas laderas impedían la urbanización (y en cuya cima se encuentra el fuerte Nahargarh). Esta dificultad no llevó a la reubicación del esquema para mantener su integridad, sino que, para compensar esa ausencia, se añadió un nuevo cuadrado, adosado a la esquina contraria, la sureste. Otro desajuste explica la orientación no cardinal de la cuadrícula porque el eje principal, este-oeste, se trazó sobre una cresta del relieve, cuya disposición estaba desviada 15 grados respecto a la ortodoxia cardinal, obligando al encaje del conjunto con esas coordenadas. Otras perturbaciones del modelo fueron la ampliación del cuadrado (pada) central destinado al palacio, anexionando el contiguo por el lado norte para ampliar la zona palaciega (de esta forma dos padas serían “Institucionales” y los siete restantes “residenciales”); o la división en dos rectángulos del cuadrado meridional central para trazar una gran avenida (Chaura Rasta, Camino ancho) que enfocaría la entrada principal al palacio (la puerta Tripolia, “tres puertas”).
“Hacer el indio” es un antiguo dicho español que surgió en los tiempos imperiales refiriéndose a ciertos comportamientos de los nativos de las colonias americanas. Su desconocimiento de la cultura importada por los conquistadores llevó a muchos indígenas a adoptar conductas un tanto irreverentes y poco respetuosas con el orden establecido, aunque fuera de manera inconsciente. Buscando el guiño, y aunque pueda resultar muy cuestionable, nos atrevemos a trasladar la frase al ámbito hindú para señalar esa desconsideración hacia la integridad de un mandala por parte de los diseñadores de la capital de Rajastán. En cualquier caso y, a pesar de todo, Jaipur es una muestra extraordinaria de la planificación urbana en la India.
La Puerta de Ajmer es uno de los accesos meridionales a la “ciudad rosa” de Jaipur.
Finalmente, todo el trazado quedó envuelto por una muralla (delimitando la conocida como “ciudad amurallada”, es decir el casco histórico de Jaipur). En esa delimitación se abrieron siete puertas (un número mágico presente en la religión hindú, ya que el Garuda-Purana se refiere a siete puertas que deben ser atravesadas para llegar al cielo). La puerta oriental, que se abría al sol naciente, recibiría el nombre de Suraj Pol (Puerta del Sol), mientras que la que se abría hacia el oeste sería denominada Chand Pol (Puerta de la Luna). En el norte se situaba la Dhruv Pol (Puerta de la Estrella, actual Zorawar Singh Darwaza) denominada así por la Estrella Polar, que se utiliza para ubicar el Norte. Las otras cuatro puertas principales están en el sur y son, comenzando por la más occidental: Ajmeri Darwaza / Kishan Pol (la Puerta de Ajmer); Naya Pol (Puerta Nueva) que da acceso a Chaura Rasta, la vía que dirige hacia el Palacio; la Sanganeri Darwaza / Shiv Pol; y, por último, Ghat Darwaza / Ram Pol. Tampoco aquí se respetaría escrupulosamente el simbolismo porque se acabaron abriendo nuevas puertas.
Puertas principales de la muralla: 1. Dhruv Pol (puerta de la Estrella); 2. Suraj Pol (Puerta del Sol); 3. Chand Pol (puerta de la Luna); 4. Ajmeri Darwaza / Kishan Pol (la Puerta de Ajmer); 5. Naya Pol (Puerta Nueva) que da acceso a Chaura Rasta, la vía que dirige hacia el Palacio; 6. Sanganeri Darwaza / Shiv Pol; 7. Ghat Darwaza / Ram Pol.
A partir de ese esquema fundamental se fueron fijando las relaciones entre los elementos interiores, como los cuadrados residenciales, que se subdividen en una matriz de 8 x 8 manzanas con calles secundarias, o determinando la anchura de las calles en función de su jerarquía, descendiendo desde los 111 pies para las principales (otro numero sagrado para el hinduismo) que son unos 33,8 metros, a los 55 pies y 27 pies (16,7 y 8,2 metros respectivamente). El eje principal de la ciudad, este-oeste, que une las puertas del Sol y de la Luna, es el formado por Chandpol bazaar, Tripolia bazaar, Ramganj bazaar y Surajpol bazaar (que son calles comerciales, de ahí su nombre).
Chandpol Bazaar es una de las calles que componen el eje principal este-oeste del antiguo Jaipur.
Las intersecciones entre las calles más importantes generan unas “plazas” llamadas chaupar. En realidad, más que plazas separadas de la red de comunicaciones, son encrucijadas que forman parte de la misma y que reciben ese nombre en referencia al popular juego indio (similar a nuestro parchís, que es un derivado suyo). Los chaupar son iguales (un cuadrado de unos 100 metros de lado, es decir una hectárea de superficie) destacando los que jalonan el gran eje central: Badi Chaupar (plaza grande), Choti Chaupar (plaza pequeña) y Ramgany Chaupar.
Además del mencionado Jantar Mantar, entre la arquitectura de Jaipur destaca el complejo palaciego, que incluye, entre otros edificios, el Chandra Mahal, el Mubarak Mahal o el Hawa Mahal (palacio de los vientos), así como los jardines Jai Niwas o el lago cuadrado Tal Katora.
Ejemplos de la arquitectura palaciega de Jaipur. Arriba el Hawa Mahal (Palacio de los Vientos) y debajo el Chandra Mahal.
Jaipur, cuyo nombre significa “ciudad de la victoria”, fue planificada inicialmente para acoger a 40.000 personas. Pero su crecimiento, sobre todo a partir de mediados del siglo XX, tras la independencia, sería vertiginoso. En 1941 la ciudad contaba con 175.000 habitantes, que pasarían a ser 400.000 en 1958 y seguirían aumentando explosivamente hasta los tres millones actuales (dato de 2011). En consecuencia, el rígido y simbólico trazado de la Jaipur original sería desbordado, generándose una ciudad nueva, que envuelve a la “amurallada”, con trazados muy diversos, siguiendo la heterogeneidad habitual de la contemporaneidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

urban.networks.blog@gmail.com