Jaipur es uno de los mejores ejemplos de la planificación urbana india. En la imagen, vista de la calle Hawa Mahal desde el propio Palacio de los Vientos |
La India es un territorio
gigantesco, superpoblado, diverso, multicultural y de gran complejidad como
expresan sus paisajes, sus gentes y también sus ciudades. En este blog nos
hemos acercado a las ciudades indias en varias ocasiones. Lo hemos hecho con
alguna de las más “occidentalizadas”, trazadas tanto en la época colonial
británica (Nueva Delhi) como en tiempos de la modernidad racionalista (Chandigarh).
También nos hemos aproximado a la vitalista espontaneidad de una ciudad
laberíntica y sagrada como Benarés (Varanasi)
y, en este artículo, lo haremos a la planificación propiamente india,
estudiando el caso de Jaipur (la
capital del estado de Rajastán), una ciudad construida a partir de un mandala.
Un mandala es la representación
gráfica y simbólica de la cosmovisión del
hinduismo que incita a la meditación y que, en algunos casos, como son los Vastu Purusha Mandala, también contienen
directrices muy precisas para la arquitectura o las ciudades. Pero, en Jaipur, no
todo resulta tan estricto como pudiera parecer…
La
India es un país inmenso y complejo. Su tamaño, de casi 3,3 millones de
kilómetros cuadrados; su población, que ronda los mil trescientos millones de
personas; o la extraordinaria variedad de paisajes y culturas, lo convierten en
un territorio complejo que los geógrafos suelen identificar como un
“subcontinente” (Europa es solamente tres veces más grande en superficie y
cuenta con poco más de la mitad de habitantes). Esta diversidad se refleja también
en cuestiones urbanas.
Comparación de la delimitación de la India actual con
Europa (superposición realizada con la aplicación mapfrappe)
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En este blog nos hemos acercado a las ciudades indias en
varias ocasiones. Lo hemos hecho con alguna de las más “occidentalizadas”,
trazadas tanto en la época colonial británica (Nueva Delhi) como en tiempos de la
modernidad racionalista (Chandigarh). También nos hemos aproximado a la
vitalista espontaneidad de una ciudad laberíntica y sagrada como Benarés
(Varanasi) y, en este artículo, lo
haremos a la planificación propiamente india, estudiando el caso de Jaipur (la capital del estado de
Rajastán), una ciudad construida a partir de un mandala.
¿Qué es un Mandala?
El hinduismo,
más allá de sus preceptos religiosos o morales, cuenta con una serie de textos
“didácticos” que recogen numerosas indicaciones sobre casi todo lo que
concierne a la vida práctica de los seres humanos. Estos tratados son los Shastra,
una palabra que viene a significar “ciencia”, “enseñanza” o “tratado” sobre
algún tema particular, y que podríamos hacer corresponder con el sufijo español
-logía, que apunta hacia el conjunto
de conocimientos sobre una disciplina específica, como psicología, arqueología,
climatología o lexicología.
Por ejemplo,
el Artha Shastra, escrito hacia el
siglo IV a.C., es algo parecido a un canon de la política. En él se informa
sobre el arte de gobernar, sobre estrategia militar, decisiones económicas e
incluso llega a fijar sistemas de pesos y medidas y a recomendar la
distribución más conveniente de los usos de una ciudad. En otros ámbitos,
encontramos los Sangita Shastra, que
atienden a la música; los Shilpa Shastra,
manuales explicativos de las técnicas aplicadas a las artes menores, artesanía
u oficios, particularmente de la escultura y de la iconografía hindú; o los Vastu Shastra, que se ocupan de la
influencia de las leyes de la naturaleza en las construcciones humanas. En este último caso, más que un texto son una
doctrina acerca del arte de construir que busca conseguir el equilibrio entre
los cinco elementos que componen el universo según el hinduismo (tierra, agua, fuego, aire y
éter/espacio). Vastu es una palabra
que se refiere al “sitio” y, por eso, estos escritos describen aspectos de preparación
del suelo, principios de diseño, de organización, dimensiones, o distribuciones
espaciales basados en las creencias tradicionales. Con todo, Vastu
Shastra es el gran
“tratado” hindú sobre la arquitectura (utilizado especialmente en la edificación de templos
hinduistas y palacios importantes) aunque, también contiene recomendaciones
para la ciudad.
Un mandala es algo diferente, porque del
mundo de las letras nos trasladamos al de la imagen. Mandala es una palabra procedente
del sánscrito que significa “círculo” y esta es, precisamente, la forma
geométrica más utilizada por estas representaciones
gráficas que pretenden expresar de una manera abstracta la perfección del
universo según la visión del hinduismo. El objetivo de un mandala es incitar
a la meditación del observador. Hay muchos ejemplos, aunque suelen responder a
pocos tipos esenciales.
Ejemplos de diferentes mandalas circulares.
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Los más habituales muestran geometrías complejas
basadas en el círculo, animando a la reflexión sobre el tiempo y su carácter
cíclico o sobre el origen del cosmos. Aunque también los hay que buscan la “cuadratura
del círculo” combinando ambas formas (el cuadrado, como veremos, alude al ser
humano).
Mandala tibetano que busca conjugar el círculo con el
cuadrado.
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Pero, para
las religiones orientales, un mandala es
algo más que un diagrama pasivo, porque también es un modelo activo de
organización. En este sentido, el mandala se convierte en la manifestación
gráfica de las reglas que rigen la totalidad del universo. Esas normas,
surgidas de la propia naturaleza y reveladas por la divinidad, pretenden conseguir el orden y eliminar el caos.
En consecuencia, los principios estructurales sugeridos por un mandala deben
ser aplicados a cualquier creación humana (arte, técnica, etc.) y especialmente
a la arquitectura (y la ciudad), porque el espacio que habitamos necesita orden
y armonía. Así, al edificar según estos principios, el hombre organiza su
entorno y ordena el mundo.
A partir de
estas consideraciones surgió un caso particular de mandala, que es el que aquí
nos interesa, los Vastu Purusha Mandala, que contienen directrices muy precisas
para la arquitectura o las ciudades. Su denominación fusiona tres conceptos
diferentes: Vastu, que como hemos adelantado
se refiere al lugar; Purusha, que es
la identificación abstracta del ser humano; y, finalmente, Mandala, que es el diagrama que reúne a los anteriores dirigiendo
las actuaciones (algo parecido a unas “instrucciones de montaje”). Es decir, Vastu Purusha Mandala supone la
aplicación práctica de las enseñanzas del Vastu
Shastra, concretadas en un esquema gráfico (Mandala) cuya misión es dirigir la acción humana (Purusha) sobre el espacio (Vastu).
Su forma es cuadrada porque según la
tradición hinduista, cuando el dios Brahma obligó al indefinido Purusha a adoptar una forma geométrica,
este eligió el cuadrado, por su perfección, su regularidad, su capacidad de
segregarse manteniendo sus propiedades intactas y su asociabilidad con otras
formas similares (cosa que no ocurre con el círculo, por lo que este quedaría
como símbolo del origen y del tiempo, vinculado a la reflexión). Los cuadrados Vastu Purusha Mandala se orientan en
función de los puntos cardinales para representar las leyes y estructuras que
gobiernan el universo y todo lo que contiene, convirtiéndose en principios
estructuradores aplicables en todas las escalas posibles, desde una pequeña
construcción hasta una gran ciudad.
Ejemplos de la asignación de dioses en varios Vastu
Purusha Mandala.
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Complementariamente,
los Vastu Purusha Mandala adquirirían propiedades divinas a partir de una serie de subdivisiones
regulares que generaban nuevos cuadrados (pada) que serían ocupados por los
diferentes dioses del numeroso panteón hindú. El cuadrado central (o centrales
según los casos) se asigna al dios principal, Brahma, y desde él, se
distribuían jerárquicamente las posiciones del resto de deidades, de manera que
los dioses más importantes envuelven a Brahma y también se reservan los
vértices. Además, en el cuadrado global quedaría inscrito el ser humano,
adoptando una postura que rellenaba la superficie de la figura geométrica,
colocando la cabeza en el cuadrado del vértice noreste. La superposición entre
la distribución de los dioses y el organismo humano permite la asociación entre
las partes del cuerpo (y del espacio) y la divinidad que las protege.
Dos representaciones diferentes de la disposición del
ser humano (Purusha) en el mandala cuadrado. La posición de la cabeza indica
siempre el vértice Noreste.
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Así,
partiendo del cuadrado indiviso (llamado Sakala,
1x1), el diagrama va fragmentándose siguiendo una secuencia numérica igual en
cada lado: Pechaka, 2x2, cuatro
subcuadrados, es decir, cuatro padas;
Pitha, 3x3, nueve padas; Mahapitha, 4x4, dieciséis; Upapitha,
5x5 veinticinco; Ugrapitha, 6x6,
treinta y seis; Sthandila, 7x7,
cuarenta y nueve; Manduka, 8x8,
sesenta y cuatro; Paramashayika, 9x9,
ochenta y un cuadrados y así hasta un máximo de 32x32 que origina 1.024
cuadrados (que es dos elevado a la décima potencia, algo que nos recuerda al kilobyte actual)
En cuanto a
ejemplos de la aplicabilidad de cada mandala, el Sakala (1x1) es el modelo a seguir para construcciones rituales, el
Pechaka (2x2) es la referencia para
lugares de culto doméstico o para baños públicos, mientras que los siguientes
tienen diferentes aplicaciones arquitectónicas. Por eso, porque busca responder
a estas directrices de origen sagrado, la arquitectura india monumental
presenta trazados muy geométricos y dotados de fuerte simbolismo, como reflejan
los grandes templos. Para las ciudades, parece que los más apropiados eran Manduka (8x8) y Paramashayika (9x9).
Tipos de Vastu Purusha Mandala, indicando la posición
del dios Brahma.
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El Pitha Mandala y el Manduka Mandala, con sus 9 y 64 padas respectivamente, estarían en la base de la planificación de
Jaipur, una ciudad que nació para ser la nueva capital de un principado del
pueblo rajput y es hoy la capital del
estado indio de Rajastán.
Rajastán, la “tierra de los reyes”.
Rajastán se corresponde
aproximadamente con Rajputana, el
territorio histórico de los rajputs
que se encuentra situado en el noroeste de la India. Su geografía podría
simplificarse equiparándola a un rombo regular que orienta sus ejes en
dirección de los puntos cardinales. Apoyándonos en esa abstracción, podemos
identificar dos zonas separadas por la diagonal suroeste-noreste, por la que
discurriría la cordillera de los Montes
Aravalli. El territorio situado al oeste de ese “línea” montañosa sería una
inmensa y árida llanura, el Desierto del
Thar, que hace frontera con Pakistán. Contrastando radicalmente con este
paisaje, la parte oriental está compuesta por una serie de fértiles valles (como
el Mewar) y linda por el este con el
estado de Madhya Pradesh, quedando
separados en gran parte por el río Chambal.
Por el suroeste, el territorio de los rajputs
limita con las tierras bajas y litorales de Gujarat,
mientras que, por el noreste, lo hace con las llanuras indo-gangéticas del
Punjab (Panyab) y del entorno de
Delhi (Haryana) previas a las cumbres
del Himalaya.
Territorio de Rajastán con superposición de su
simplificación geométrica, reflejando los tres ambientes de la región (desierto,
montaña y valles)
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Estas tres regiones
ambientales tan diferentes (desierto, montañas y valles) configuran el paisaje
de Rajputana, un territorio al que,
durante mucho tiempo y desde la lejana óptica de los europeos, se le atribuyó
un halo “romántico” y exótico asociado a un gran esplendor representado por los
maharajás (o rajás, que eran los nombres con los que eran designados sus
gobernantes y cuya vida se asociaba con el lujo ostentoso).
Ese territorio fue
históricamente un lugar disgregado en numerosos principados gobernados por
clanes diferentes, aunque emparentados, por considerarse todos descendientes de
los chatrias (o kshatriyas, la segunda casta de la cultura hinduista, integrada por
políticos y guerreros) y que, para diferenciarse del resto de la casta, se
autodenominaron rajput, que significa
“hijo de rey”. Hacia el siglo IX, fueron consolidándose los diferentes reinos rajput que defendieron con ardor su
independencia, tanto entre ellos como frente a las numerosas invasiones
recibidas. De hecho, cuando se formó en 1526 el Imperio
Mogol, un estado islámico que llegaría a dominar casi toda la península india,
los belicosos príncipes rajput
aceptaron el vasallaje respecto al soberano mogol que los gobernaba desde
Delhi, pero lograron mantener una gran autonomía.
Hacia
1720, el Imperio Mogol comenzó a disgregarse por causa de las incesantes
insurrecciones secesionistas de los marathas,
de los sijs del Punjab o de los afganos y pashtunes. Entonces, los rajputs
aprovecharon el caos reinante para consolidar su identidad territorial,
manteniendo fuertes conflictos entre ellos por alcanzar la primacía. En ese
ambiente de enfrentamientos internos destacaría la actuación conciliadora del maharajá del principado de Amber (que
luego cambiaría su nombre, como veremos, por el de principado de Jaipur). Este
príncipe, Jai Singh II, gobernó durante mucho tiempo su reino (entre 1699 y
1744) y supo mostrar sus habilidades diplomáticas por encima de sus capacidades
guerreras, consiguiendo instaurar paulatinamente la unión política con el resto
de los principados de Rajputana, que
sería liderada desde Jaipur. Esta situación propiciaría un escenario estable
para su principado, lo que le permitió atender a cuestiones civiles tan
trascendentales como la de cambiar la ubicación de su capital (de la antigua
Amber a la nueva Jaipur).
En
cualquier caso, la debilidad de los pequeños reinos indios resultantes y la
anarquía general que sucedió al desmembramiento del Imperio Mogol, abriría un
periodo turbulento que sería finalmente aprovechado por el Reino Unido para
tomar el control paulatino del subcontinente indio desde 1765 (no obstante,
desde un punto de vista nominal, el Imperio Mogol, aunque su jurisdicción
estaba limitada al área de Delhi y supervisada por los ingleses, mantendría su
existencia hasta 1857, cuando se constituyó el Raj Británico que lo disolvió oficialmente). Bajo el gobierno británico, la confederación de príncipes rajput fue mantenida y controlada desde
la llamada Rajputana Agency.
Finalmente, con la independencia de la India alcanzada en 1948, una veintena de
principados rajput se unieron
definitivamente para formar el nuevo estado de Rajastán, que significa “tierra de reyes”.
Jaipur, la ciudad que nació de un mandala.
Jaipur es, además
de la capital de Rajastán, su mayor
ciudad. La también conocida como “la ciudad
rosa” por el color dominante en su casco antiguo (la célebre “ciudad
amurallada”) se ubica en el lado oriental del estado, junto a las primeras estribaciones
de la cadena montañosa central, y es uno de los mejores ejemplos de la
planificación urbana india.
Plan de la ciudad amurallada de Jaipur. |
Inicialmente,
la capital del principado estaba en Amber, una ciudad ubicada en lo alto de una
colina (situada a once kilómetros al norte de Jaipur), pero esta circunstancia,
muy favorable para la defensa en tiempos de guerra, se convirtió en un gran
hándicap en tiempos de paz y prosperidad, debido a los problemas de
abastecimiento y de crecimiento que conllevaba. Buscando la solución a esos
inconvenientes el maharajá Jai
Singh II optó por fundar una nueva capital en unos terrenos cercanos más
favorables para el desarrollo. Esta nueva capital, fundada en 1727, sería
Jaipur. La planificación estuvo dirigida por el arquitecto Vidyadhar Bhattacharya
(1693-1751) que siguió los principios generales de los Shastra (principalmente del Vastu Shastra, pero también del Artha Shastra
para la distribución de las funciones urbanas o del Shilpa
Shastra para la ornamentación), y puso en práctica las indicaciones
organizativas del Vastu Purusha Mandala. El arquitecto fijó el trazado base a
partir de un gran cuadrado dividido nueve partes también cuadradas (Pitha Mandala).
Pero, en Jaipur, no todo resulta tan estricto como
pudiera parecer… De
hecho, hay investigadores que restan influencia al divino Vastu Purusha Mandala para sostener que la organización de la
ciudad respondía prioritariamente a consideraciones de simbolismo científico.
Estos autores asocian los nueve cuadrados con los nueve cuerpos celestes de la
astrología hindú conocidos entonces (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte,
Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) y esto sería consecuencia del gran interés que
Jai Singh II tenía por la astronomía, hecho que le llevó a promover el
maravilloso Jantar Mantar, el
observatorio celeste de Jaipur, que es Patrimonio de la Humanidad. adaptar la teoría a la realidad topográfica,
restando pureza al esquema inicial, algo que no parece muy compatible con la
rigidez de un mandala sagrado.
El observatorio astronómico Jantar Mantar es
Patrimonio de la Humanidad.
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Arriba, esquemas de las sucesivas deformaciones es del
esquema inicial de Jaipur comentadas en el texto. Debajo el plano resultante de
la ciudad.
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La
variación más llamativa es la que ocasiona el “desplazamiento” de uno de los padas.
Este es el caso del cuadro de la esquina noroeste, que no pudo desarrollarse
por la existencia de una colina, cuyas escarpadas laderas impedían la
urbanización (y en cuya cima se encuentra el fuerte Nahargarh). Esta dificultad no llevó a la reubicación del esquema
para mantener su integridad, sino que, para compensar esa ausencia, se añadió
un nuevo cuadrado, adosado a la esquina contraria, la sureste. Otro desajuste
explica la orientación no cardinal de la
cuadrícula porque el eje principal, este-oeste, se trazó sobre una cresta
del relieve, cuya disposición estaba desviada 15 grados respecto a la ortodoxia
cardinal, obligando al encaje del conjunto con esas coordenadas. Otras
perturbaciones del modelo fueron la ampliación
del cuadrado (pada) central
destinado al palacio, anexionando el contiguo por el lado norte para ampliar la
zona palaciega (de esta forma dos padas
serían “Institucionales” y los siete restantes “residenciales”); o la división en dos rectángulos del cuadrado
meridional central para trazar una gran avenida (Chaura Rasta, Camino ancho) que enfocaría la entrada principal al
palacio (la puerta Tripolia, “tres
puertas”).
“Hacer
el indio” es un antiguo dicho español que surgió en los tiempos imperiales
refiriéndose a ciertos comportamientos de los nativos de las colonias
americanas. Su desconocimiento de la cultura importada por los conquistadores
llevó a muchos indígenas a adoptar conductas un tanto irreverentes y poco
respetuosas con el orden establecido, aunque fuera de manera inconsciente.
Buscando el guiño, y aunque pueda resultar muy cuestionable, nos atrevemos a trasladar
la frase al ámbito hindú para señalar esa desconsideración hacia la integridad
de un mandala por parte de los diseñadores de la capital de Rajastán. En
cualquier caso y, a pesar de todo, Jaipur es una muestra extraordinaria de la
planificación urbana en la India.
La Puerta de Ajmer es uno de los accesos meridionales a la “ciudad rosa” de Jaipur. |
Finalmente,
todo el trazado quedó envuelto por una muralla (delimitando la conocida como “ciudad amurallada”, es decir el casco
histórico de Jaipur). En esa delimitación se abrieron siete puertas (un
número mágico presente en la religión hindú, ya que el Garuda-Purana se refiere a siete puertas que deben ser atravesadas
para llegar al cielo). La puerta oriental, que se abría al sol naciente,
recibiría el nombre de Suraj Pol
(Puerta del Sol), mientras que la que se abría hacia el oeste sería denominada Chand Pol (Puerta de la Luna). En el
norte se situaba la Dhruv Pol (Puerta
de la Estrella, actual Zorawar Singh
Darwaza) denominada así por la Estrella Polar, que se utiliza para ubicar
el Norte. Las otras cuatro puertas principales están en el sur y son,
comenzando por la más occidental: Ajmeri
Darwaza / Kishan Pol (la Puerta
de Ajmer); Naya Pol (Puerta Nueva)
que da acceso a Chaura Rasta, la vía
que dirige hacia el Palacio; la Sanganeri
Darwaza / Shiv Pol; y, por
último, Ghat Darwaza / Ram Pol. Tampoco aquí se respetaría
escrupulosamente el simbolismo porque se acabaron abriendo nuevas puertas.
A
partir de ese esquema fundamental se fueron fijando las relaciones entre los
elementos interiores, como los cuadrados residenciales, que se subdividen en
una matriz de 8 x 8 manzanas con calles secundarias, o determinando la anchura
de las calles en función de su jerarquía, descendiendo desde los 111 pies para
las principales (otro numero sagrado para el hinduismo) que son unos 33,8
metros, a los 55 pies y 27 pies (16,7 y 8,2 metros respectivamente). El eje
principal de la ciudad, este-oeste, que une las puertas del Sol y de la Luna,
es el formado por Chandpol bazaar,
Tripolia bazaar, Ramganj bazaar y Surajpol
bazaar (que son calles comerciales, de ahí su nombre).
Chandpol Bazaar es una de las calles que componen el
eje principal este-oeste del antiguo Jaipur.
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Las
intersecciones entre las calles más importantes generan unas “plazas” llamadas chaupar. En realidad, más que plazas separadas
de la red de comunicaciones, son encrucijadas que forman parte de la misma y
que reciben ese nombre en referencia al popular juego indio (similar a nuestro
parchís, que es un derivado suyo). Los chaupar
son iguales (un cuadrado de unos 100 metros de lado, es decir una hectárea de
superficie) destacando los que jalonan el gran eje central: Badi Chaupar (plaza grande), Choti Chaupar (plaza pequeña) y Ramgany Chaupar.
Además
del mencionado Jantar Mantar, entre
la arquitectura de Jaipur destaca el complejo palaciego, que incluye, entre
otros edificios, el Chandra Mahal, el
Mubarak Mahal o el Hawa Mahal (palacio
de los vientos), así como los
jardines Jai Niwas o el lago cuadrado
Tal Katora.
Ejemplos de la arquitectura palaciega de Jaipur.
Arriba el Hawa Mahal (Palacio de los Vientos) y debajo el Chandra Mahal.
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Jaipur,
cuyo nombre significa “ciudad de la victoria”, fue planificada inicialmente
para acoger a 40.000 personas. Pero su crecimiento, sobre todo a partir de mediados
del siglo XX, tras la independencia, sería vertiginoso. En 1941 la ciudad
contaba con 175.000 habitantes, que pasarían a ser 400.000 en 1958 y seguirían aumentando
explosivamente hasta los tres millones actuales (dato de 2011). En
consecuencia, el rígido y simbólico trazado de la Jaipur original sería
desbordado, generándose una ciudad nueva, que envuelve a la “amurallada”, con
trazados muy diversos, siguiendo la heterogeneidad habitual de la
contemporaneidad.
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