Estatua de Pedro I El Grande, instalada en 2006 en la
isla Vasilievski, obra de Zurba Tsereteli, sobre el fondo de los bloques
residenciales soviéticos.
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Las ciudades ofrecen
muchos rostros diferentes y, en ocasiones, muestran dos visiones destacadas con
contrastes muy acusados. En estos casos suele contraponerse una imagen general privilegiada,
que se proyecta hacia el exterior, con otra que se acostumbra a ocultar con
cierta vergüenza y donde la vida no es tan amable. Hay muchos ejemplos de estas ciudades bifrontes y San Petersburgo
es una de ellas.
Su “cara” más
reconocida muestra la espectacularidad del sueño de su fundador, el zar Pedro I
El Grande: una ciudad que se levantó de
la nada para convertirse en la gran capital de Rusia, caracterizada por sus
suntuosos palacios, monumentos y grandes avenidas. Pero la ciudad esconde otra
realidad en las barriadas donde se acumulan viviendas comunales de la era
soviética y que, todavía en la actualidad, se encuentran habitadas en
paupérrimas condiciones. Se calcula que 600.000 personas viven en las kommunalka (коммуналка), en las que varias familias comparten
el mismo espacio y luchan por una supervivencia digna.
Las
instituciones promotoras han desaparecido (ya no existen ni los zares ni los
soviets) pero el San Petersburgo del siglo XXI mantiene esa doble imagen
extrema: la que enfrenta a una ciudad de
ensueño con una ciudad de pesadilla.
El sueño del zar
Pedro I: una nueva capital para la gran Rusia.
El zar Pedro
I el Grande (1672-1725) soñaba con una Rusia diferente. Había accedido al trono
en 1682, siendo un niño, y sus primeros años de reinado pasaron entre regencias
de su madre, de su hermana, y con la corona compartida con su hermano Iván. Todo ello en un país inmerso en un ambiente
turbulento y lleno de intrigas. Finalmente, Pedro I logró gobernar con
autonomía desde 1694 y en solitario desde 1696, tras la muerte de su hermano.
El nuevo zar
recelaba de Moscú y de los grupos de presión que allí actuaban. Buscaba un
lugar para erigir una nueva capital desde la que poder gobernar y desarrollar
sus ideas sin cortapisas. Inicialmente dudaba entre dirigirse al sur, a la desembocadura
del rio Don o hacia el norte, hacia
el Báltico. La alta tensión existente con el Imperio Otomano y las victorias
sobre los suecos, que dejaron de ser un enemigo, inclinarían la balanza a favor
del Golfo de Finlandia, en la
desembocadura del Nevá.
Allí nacería
esa nueva ciudad que se denominaría San Petersburgo y que surgiría de la nada como
el gran símbolo de la voluntad de progreso del zar. Para Pedro I, el futuro se
encontraba en dirección a Europa y países como Francia, Inglaterra, Holanda y
también Alemania, con su cultura y poderosas economías eran el espejo donde el
monarca quería reconocerse, aunque sin renunciar a su identidad rusa. De ahí
surgiría una interesante síntesis entre elementos occidentales y orientales que
trascendería el ámbito social y alcanzaría también a la arquitectura, a la
literatura, a la música o a la ciencia.
Moscú, la vieja capital representaría
el pasado, enlazado con oriente, lo eslavo y lo bizantino. San Petersburgo
miraría hacia el futuro, indicando un nuevo horizonte, más occidentalizado y
moderno.
San
Petersburgo sufriría muchos avatares hasta que pudo consolidarse. Comenzada en
1703 y designada capital de Rusia en 1712, conservaría esa preeminencia durante
dos siglos hasta que en 1918, la capitalidad volvió a Moscú. Cuatro años antes
había cambiado su denominación por la de Petrogrado
para, en 1924, volver a modificar su nombre, esta vez por el de Leningrado, denominación que
conservaría durante la era soviética. En 1991 recuperó su nombre original, San
Petersburgo. Hoy, es la segunda ciudad
de Rusia (tras Moscú) y cuenta con 5.026.000 habitantes (2013), que aumentan
contando con su área metropolitana hasta los 5.850.000.
Pero la
imagen espectacular proyectada hacia el exterior en la que aparecen esplendorosos
palacios, monumentales edificios y avenidas extraordinarias, y que ha sido
declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, esconde otra realidad menos
privilegiada. Es el San Petersburgo de las barradas de viviendas comunales, las
kommunalka (коммуналка), levantadas en la época soviética. En
estas Casas-Comuna, muchas familias se ven obligadas a compartir el espacio y a
luchar por una supervivencia digna. Se calcula que todavía viven en esas
condiciones unas 600.000 personas. El sueño de Pedro I el Grande oculta una
pesadilla en su interior.
San Petersburgo, Cara
A: la deslumbrante ciudad de los zares.
El territorio
elegido para la fundación de San Petersburgo fue la desembocadura del rio Nevá.
Este es un río peculiar, ubicado en una región estratégica que fue objeto de
disputas seculares entre suecos y rusos.
Cuenta con un recorrido muy corto (solamente los 74 kilómetros que unen
el lago Ládoga con el Golfo de Finlandia en el Mar Báltico) aunque es muy caudaloso,
presentando una considerable anchura y profundidad que posibilita su navegación.
El Nevá desemboca en el Golfo
deshaciéndose en múltiples brazos que originan islas de diversos tamaños y que tendrían
una gran repercusión en la estructura de la futura ciudad.
Plano de la desembocadura del rio Nevá, donde se
levantaría San Petersburgo.
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El solar de
San Petersburgo era una enorme planicie pantanosa frecuentemente inundada por las
violentas crecidas del Nevá, que dificultaban
la construcción de puentes. Además, el clima extremo o los problemas de acceso a
la zona exigieron esfuerzos casi sobrehumanos. Todas las construcciones debieron
ser pilotadas sobre estacas de madera clavadas en el terreno en agotadoras
circunstancias. Una legión de trabajadores (fundamentalmente prisioneros de
guerra, presos comunes y campesinos) se enfrentó a la ingente tarea en
condiciones muy precarias y muchos de ellos fallecieron en el intento. Pero la
determinación del zar era firme y el día de San Pedro de 1703, se iniciaron las
obras.
En ese año,
sobre la isla de Záyachi (isla de los conejos, Заячий остров) se levantó la primera construcción de la futura
ciudad: la Fortaleza de Pedro y Pablo. La fortaleza inicial fue una modesta
construcción de madera y tierra levantada en 1703 pero que adquiriría solidez,
complejidad y magnificencia desde 1706,
con el proyecto concebido por el arquitecto Domenico Trezzini. Con el tiempo,
el interior de la fortificación recibiría grandes edificios, como la Catedral que se construyó entre 1712 y
1733, también proyectada por Trezzini.
Fortaleza de San Pedro y San Pablo, con la catedral
interior, obras de Domenico Trezzini.
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Domenico Trezzini (1670-1734), de origen
suizo, fue el primer arquitecto llamado
para trabajar en la construcción de la futura ciudad. Trezzini trazaría el plan urbano inicial de San Petersburgo
y construiría alguno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Su papel fue de suma importancia para
la historia de la arquitectura rusa, ya que sentó las bases de un estilo ruso hibridado
con los modelos europeos, cimentando así el denominado Barroco Petrino,
etiquetado de esta manera por su vinculación a San Petersburgo. Trezzini, junto
a otros arquitectos como Andreas Schlüter o Mijaíl Zemtsov, fue definiendo el
estilo que se opuso al Barroco Moscovita
(o Barroco Naryshkin) que se estaba
construyendo en Moscú y otras ciudades del imperio. Aunque ambos estilos
compartían la síntesis entre los elementos occidentales importados y los
autóctonos y tradicionales, el barroco desarrollado en la nueva capital sería
mucho más radical. A las mencionadas obras de la fortaleza y la Catedral de San Pedro y San Pablo, Trezzini iría sumando otras como el edificio de los Doce Colegios (1722-1742), el Monasterio de Alexander Nevski (1706-1714), el Palacio de Verano de Pedro I (1710-1714) o el primer Palacio de Invierno (1726). Por
su parte, Andreas Schlüter
(1664-1714), que era uno de los grandes arquitectos del barroco centro europeo,
también fue reclamado por Pedro I para colaborar en la construcción de su
ciudad. No tuvo mucho tiempo, aunque se le atribuye, por ejemplo, la traza del Palacio Kikin (1714-1720).
Primer plan de San Petersburgo, trazado por Domenico
Trezzini.
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La segunda intervención se hizo casi
enfrente de la anterior: el edificio original del Almirantazgo y su puerto. Inicialmente esta construcción fue
un astillero para la construcción de barcos que se levantó entre 1704 y 1706 con
una fortificación perimetral y que iría ampliándose y completándose durante los
años siguientes hasta convertirse en la sede de la Escuela de Almirantes
Imperiales Rusos (aunque el edificio actual es posterior como veremos más
adelante).
En 1712, una
vez desactivada definitivamente la amenaza sueca, Pedro I decidió trasladar su
capital a la ciudad que estaba naciendo. Aunque el plan proyectado por Trezzini
había sido aprobado, las dificultades que estaba encontrando llevaron a
incorporar a Jean-Baptiste Alexandre Le
Blond (1679-1719) para revisar su diseño. Le Blond propuso en 1716 una remodelación
que se basaba en un gigantesco óvalo fortificado con bastiones que unificaba
las diferentes actuaciones, con una clara influencia del diseño paisajístico
francés. Pero esta propuesta era todavía más difícil de implementar y la
repentina muerte del arquitecto acabó condenándola al olvido.
Propuesta de Le Blond para San Petersburgo.
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La etapa definitiva debía ser la
urbanización de la isla Vasilievski (Васи́льевский
о́стров, Vasilievski Óstrov), la más
grande de todo el estuario, y sobre la que se había proyectado el núcleo urbano
principal de San Petersburgo. Aquella extensa isla debería haber sido surcada
por una red de canales que estructuraría la ciudad en recuerdo a Amsterdam, ya
que la capital holandesa había deslumbrado al zar Pedro I El Grande en el viaje
que había realizado por occidente en el año 1697. El plan de Trezzini proponía una malla acuática que ordenaría el
transporte y el comercio interno de la ciudad, complementando a un gran desarrollo
residencial que contaría además con un centro direccional en el espolón
oriental (стрелка, Strelka) de la
isla y un gran parque interior.
Pero el sueño
no se confirmó y la isla no tuvo el desarrollo deseado debido a las
dificultades que iban surgiendo. No obstante, se llegaron a excavar algunos
canales menores, pero éstos acabarían siendo rellenados y la evolución de la trama
de la isla fue muy diferente a la planificada inicialmente. Solamente en su
sector oriental se conserva un recuerdo de aquella idea original. En esa zona,
la retícula queda formada por unas calles con orientación noroeste-sureste que
son denominadas “Líneas” (линия, líniya)
y van numeradas de la 1 a la 29 (aunque hay alguna que recibe nombre en lugar
de número). Estas “Líneas” son cortadas por tres Avenidas (noreste-suroeste) de
mayor anchura y longitud que reciben la sugerente denominación de “Perspectivas”
(проспект, prospect). Son la Avenida-Perspectiva Grande (большой
проспект, Bolshoi Prospect), la Avenida
Media (средний проспект, Sredniy Prospect)
y la Avenida Pequeña (малый проспект, Maly
Prospect).
También se
materializó un incipiente centro direccional en el espolón oriental. La palabra
rusa стрелка, Strelka, que significa
literalmente “flecha”, hace referencia a la forma que adopta el terreno en la
confluencia (o divergencia) de dos cauces fluviales. En el caso de San
Petersburgo, se denomina Strelka, al
extremo oriental de la isla Vasilievski
donde se separan los dos brazos principales del río Nevá, el Nevá Grande y al
Nevá Pequeño. Ese espolón debía
recibir alguno de los edificios que estaban llamados a protagonizar la vida
política de la ciudad, aunque de nuevo la realidad quedó muy por debajo de las
previsiones. No obstante, allí se construyeron grandes edificios, como el de
los Doce Colegios (concebidos como
dependencias del gobierno y hoy incorporados al complejo de la Universidad de
San Petersburgo), el Palacio Menshikov
(Alexander Menshikov fue el primer gobernador de la ciudad) concluido en 1720
según proyecto de Giovanni Fontana y Gottfried Schädel (este palacio pertenece
actualmente al complejo urbanístico del Hermitage).
También se encuentran ahí algunas de las referencias icónicas de la ciudad,
como las dos imponentes columnas, las denominadas Columnas Rostrales, que presiden el espacio desde 1810 homenajeando
a la flota rusa. La Strelka es uno de
los lugares con las vistas más espectaculares de la ciudad, tanto hacia la Fortaleza de Pedro y Pablo como hacia el
Palacio de Invierno (sede del Museo
del Hermitage).
Imagen de la Strelka, la esquina oriental de la isla
Vasilievski.
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El
fallecimiento del zar Pedro I, en 1725, inició un periodo de inestabilidad
interna en el que fueron sucediendo zares y zarinas de breve reinado (Catalina
I hasta 1927, Pedro II entre esa fecha y 1730, Anna Ioánnovna hasta 1740). De
hecho el jovencísimo zar Pedro II fue trasladado a Moscú y, tanto la nobleza
como los burgueses fueron abandonando la ciudad. San Petersburgo entró en crisis,
pero la decisión de Anna Ioánnovna de volver a la capital de Pedro I en 1732
evitó la “muerte” de la ciudad. El impulso definitivo a San Petersburgo vino
con Isabel I, zarina entre 1740 y 1762 y sobre todo (tras el breve reinado de
Pedro III que duró seis meses) con el gobierno de Catalina II la Grande, que
reinaría durante 34 años, hasta 1796. San Petersburgo sería un producto del
despotismo ilustrado ruso.
Las
dificultades ofrecidas por la isla Vasilievski
hicieron abandonar la idea de que fuera el centro urbano, de forma que el incipiente San Petersburgo comenzó a
nacer en los terrenos contiguos al Almirantazgo, hacia el sur, hacia tierra
firme.
Estado de san Petersburgo en 1834. La isla Vasilievski
ya no era el centro de la ciudad.
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Las barracas
proletarias que ocupaban la zona fueron destruidas por varios incendios
(posiblemente provocados) y se comenzó a trazar el nuevo desarrollo urbano. Partiendo
del Almirantazgo (el edifico actual se construyó entre 1806 y 1823 sobre el
anterior según el proyecto del arquitecto Andreyan Zakharov), nacería el haz
radial de grandes calles que se dirigían, entonces, hacia el interior boscoso
que rodeaba el emplazamiento. En 1771 se urbanizó definitivamente la gran Avenida (Perspectiva) Nevski (Невский
проспект). La Perspectiva Nevsky había
sido un camino abierto para unir los astilleros del Almirantazgo con la vía
hacia Moscú y desde 1738 se conocía con ese nombre gracias al Monasterio
fundado en 1710 que se encuentra en su extremo oriental. El tridente se
completaría con la Avenida Voznesensk
(Вознесенский проспект) y la Avenida
Gorokhóvaia (Гороховая проспект).
Grabado de la Perspectiva Nevsky hacia 1800.
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Otro de los
arquitectos relevantes en la construcción de San Petersburgo fue el
italiano Bartolomeo Rastrelli
(1700-1771), que fue nombrado arquitecto de la corte desde 1730. Obras suyas
fueron, por ejemplo, el Palacio de
Invierno (el cuarto que hoy parte del complejo del Museo del Hermitage), el Palacio de Catalina en Tsárskoye Seló (la residencia real), el Palacio Stróganov (1753-1754) o la Catedral de la Resurrección (Smolny) (1748-1764). También destacó Antonio
Rinaldi (1710-1794), arquitecto de la Corte Imperial entre 1754 y 1784, autor
por ejemplo, del fastuoso Palacio de
Mármol (construido entre 1768 y 1785), una de las primeras obras
neoclásicas de la ciudad. Otro de los edificios singulares fue la Academia Rusa de las Artes (actual Instituto Repin de Pintura, Escultura y
Arquitectura), construida entre 1764 y 1789 según proyecto de Jean-Baptiste
Vallin de la Mothe y Aleksandr F. Kokórinov.
Junto al
Almirantazgo se levantaría otro de los iconos de la ciudad, la gran escultura
denominada el Caballero o el Jinete de Bronce (escultura ecuestre
realizada para conmemorar a Pedro I el Grande por Étienne Falconet y Marie-Anne
Collot y que sería inaugurada en 1782).
El siglo XIX iría completando el desarrollo
de la ciudad noble,
impulsada por monarcas como Alejandro I, zar entre 1801 y 1825, y su sucesor
Nicolás I, gobernante hasta 1855. Son reseñables edificios como el neoclásico
de la Antigua Bolsa de San Petersburgo (hoy Museo Naval), que preside la Strelka, obra del francés Thomas de
Thomon y construido entre 1805 y 1810; la Catedral
de Nuestra Señora de Kazán, construida entre 1801 y 1811 por el arquitecto
Andréi Voronijin; o la Catedral de San
Isaac de Auguste Montferrand cuyas obras se prolongaron desde 1818 hasta
1858.
Palacios de San Petersburgo. De arriba abajo: Palacio
de Invierno, Palacio de Mármol, Palacio Stróganov, Academia de las Ciencias y
Academia de las Artes.
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San Petersburgo, Cara
B: la polémica vivienda comunal (Kommunalka).
El siglo XX
tendría reservada una evolución diferente para San Petersburgo. La revolución
rusa de 1917 marcó un nuevo rumbo para el país y, lógicamente, su entonces capital
se vería afectada. La implantación del “socialismo real” persiguió la
transformación radical de la sociedad. Pronto surgió la pregunta de ¿cómo debía vivir el nuevo hombre surgido
de la revolución proletaria?
Ni las
barracas obreras características del depuesto régimen zarista ni las casas
burguesas expropiadas y compartidas por varias familias eran el modelo que la
URSS (Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas) deseaba. Había que diseñar una nueva forma de hábitat para los
ciudadanos renovados. La reflexión sobre el modo de vida llevó a la conclusión
de que las estructuras básicas sobre las
que se debería fundamentar la nueva nación serían tres: la fábrica, el club y
la vivienda. La fábrica como centro del proceso productivo, el club como
centro de la actividad colectiva (que asumiría muchas de las actividades
tradicionalmente familiares) y la vivienda, que se debía reducir a la solución
de las necesidades íntimas. Los nuevos hombres y mujeres organizarían su
existencia entre el trabajo productivo, el entretenimiento fructífero (el
estudio, el deporte) y confiarían muchas de las responsabilidades familiares a
la colectividad (como la educación de los hijos). La vivienda sería el reducto de la individualidad, casi
exclusivamente para el descanso, ya que la mayoría de las actividades serían
colectivizadas, como las cocinas, los servicios de higiene, lavado y planchado,
guardería, etc. De esta forma, las investigaciones tipológicas se centraron en la vivienda mínima y en la búsqueda de nuevas
soluciones basadas en la colectivización de la vida doméstica. Se fijaron
los criterios de base que imponían una atención ineludible a la economía (las
viviendas eran muy costosas y la nueva nación tenía graves dificultades
económicas) y, sobre todo, condicionaban el estilo de vida del nuevo ser social
(socialista). Carecía de sentido la apropiación de superficies (la propiedad
privada había sido abolida) aunque tampoco se quería que varias familias
compartieran el mismo espacio.
En 1926, la
revista Arquitectura Contemporánea (современная
архитектура, Sovremmennaia Arkhitektura)
realizó una primera encuesta sobre el tema a la que siguieron una serie de
concursos (competiciones fraternales) organizados por la OSA (Organización de
Arquitectos contemporáneos, Объединение Cовременных Aрхитекторов ,OCA). Sobre estas bases se creó en
1928 una sección para la investigación y el estudio de la tipificación y
normalización de la vivienda dentro del Stroikom
de la RSFSR (Comité para la Edificación de la República Socialista Federativa
Soviética de Rusia) que serían dirigidos por Moisei Ginzburg (1892-1946). Las
propuestas realizadas por el Stroikom
fueron cinco células correspondientes a diferentes programas que se concretaban
en diversas variantes. Una de ellas, la célula
F se convertiría en la base de las nuevas agrupaciones, que se alejarían de
la casa convencional de pisos de alquiler y daría lugar a una nueva entidad
social, la “casa-comuna”. Como escribió el propio Ginzburg en su informe de
presentación “un conjunto constituido por
células del tipo F significa un nuevo organismo que nos conduce hacia una forma
de vida superior, hacia la casa comunal”.
Uno de los proyectos desarrollados por la vanguardia rusa
para la vivienda comunal. Propuesta para Moscú de dom-komuna por Mikhail
Barshch y Vladimir Vladimirov.
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La idea de la
vida colectiva no nació entonces ya que fue una de las primeras respuestas adoptada
en los primeros años del nuevo régimen que buscaba ahorrar en plena economía de
guerra. El modelo de las casas
comunales, ofrecía un curioso paralelismo con el modelo de hotel. Los inmuebles
contaban con espacios individuales de superficie mínima y con toda una serie de
espacios colectivos para la mayoría de las labores domésticas. Pero los esfuerzos de los arquitectos de
vanguardia quedarían en el papel, prácticamente en su totalidad. Las
dificultades económicas de la industria complicaban la creación de esos
prototipos, pero sobre todo, la causa del abandono fue la involución política,
cultural y artística padecida en la década de 1930 (la democracia fundacional
dio paso a la dictadura estalinista).
Stalin acabó
con las investigaciones tipológicas y con la innovación, pero no con el fondo
de la cuestión ya que la vivienda comunal era la única salida rápida para
alojar a la ingente cantidad de población que llegaba a las ciudades. Las viviendas comunales siguieron
construyéndose, pero ajenas al afán innovador de las vanguardias.
Fachada de uno de los bloques de vivienda communal.
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Interior de una Kommunalka, donde diferentes familias comparten
los diferentes espacios.
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Interior de una Kommunalka.
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Interior de una Kommunalka.
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La película “Kommunalka” (2009) de Françoise Huguier
o el documental “The age of kommunalki”
(2013), co-dirigido por Elena Alexandrova y Franceso Crivaro, narran la vida
cotidiana de sus residentes.
Cartel de la película “Kommunalka” de Françoise Huguier
(2009)
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Maravilloso articulo que da una visión muy completa acerca de la génesis y posterior desarrollo de la hermosa ciudad de san Petersburgo.
ResponderEliminarLuis Mejía