11 jun 2019

Colonización interior española: poblados agrícolas del franquismo (una aproximación y varios ejemplos en los Monegros de Huesca)


Los pueblos de colonización construidos durante el franquismo constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico y social. En la imagen, Cartuja de Monegros (Huesca)
No es lo mismo crear una ciudad singular que activar un programa de fundaciones urbanas. En estos casos, la exclusividad deja paso a la aplicación de modelos, como sucede en los procesos de colonización interior afrontados por muchos países para consolidar posiciones o mejorar el aprovechamiento del territorio propio.
A lo largo de la historia de España ha habido diferentes momentos en los que, por diferentes causas, se ha procedido a esa implantación sistemática de asentamientos. Una de esas programaciones se produjo tras la Guerra Civil, con los denominados poblados agrícolas del franquismo, que fueron el resultado de la política autárquica adoptada. Para potenciar la agricultura se apoyaron en dos bases: en primer lugar, en el agua, que debía transformar tierras de secano en regadíos y, en segundo lugar, en las gentes, en los colonos que se comprometían a sacarles rendimiento.
Entre mediados de la década de 1940 y principios de los setenta se construyeron aproximadamente trescientos pequeños pueblos de colonización, algunos proyectados por destacados arquitectos del momento, que constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico y social. Vamos a acercarnos, como ejemplo, a las nuevas poblaciones que se levantaron en los Monegros de Huesca.

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Una cosa es crear una ciudad singular (como puede ser una nueva capital para un estado, como sucedió con Washington, Canberra, Nueva Delhi o Brasilia) y otra muy distinta es activar un programa sistemático de fundaciones urbanas. En estos casos, que suelen vincularse a estrategias de colonización, pueden distinguirse dos categorías con circunstancias y resultados diferentes. La primera es la colonización exterior, encaminada a dominar, controlar y estructurar las conquistas efectuadas más allá de las fronteras nacionales (tal como ocurrió en el imperio español americano) con interesantes hibridaciones culturales en algunos casos. La segunda es la colonización interior que suele buscar consolidar posiciones o mejorar el aprovechamiento del territorio propio (como sucedió con las bastidas medievales francesas o en el Far West norteamericano). En estos últimos casos, la exclusividad deja paso a la aplicación de modelos.

Colonización interior.
“De dos modos puede aumentarse el suelo de la patria: por medio de conquistas guerreras fuera del territorio, y por medio de conquistas agrícolas en el interior. Lo primero no se consigue sin muchas lágrimas y sangre, y supone frecuentemente una injusticia en la historia; lo segundo se logra con el ejercicio de un trabajo legítimo, y es la honra de la humanidad, que domina con su inteligencia las fuerzas más poderosas de la Naturaleza. Lo primero es la barbarie y el despotismo; lo segundo el progreso y la libertad”.
Joaquín Costa, “La fórmula de la Agricultura Española” (1912)

El Regeneracionismo fue un movimiento que reflexionó sobre las causas de la decadencia de España que, a finales del siglo XIX, estaba liquidando los últimos restos de su pasado imperial. Coincidieron en muchos aspectos con sus coetáneos de la conocida Generación del 98, aunque la visión pesimista de estos fue más subjetiva y artística. Los regeneracionistas pretendían ser más objetivos en sus análisis y, sobre todo, buscaron alternativas y presentaron propuestas de cambio. Uno de sus principales exponentes fue Joaquín Costa quien reivindicaba “escuela y despensa”, así como “doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar”. Las palabras de la cita inicial, escritas en 1912, defendían con vehemencia la necesidad de una reorientación nacional, señalando la “conquista agrícola del interior” como un nuevo horizonte.
Las demandas calaron puesto que el reformismo agrario se convirtió en una de las estrategias seguidas durante la Restauración, concretada con los Planes de Obras Hidráulicas de 1902 o la Ley Gasset de 1911 que sustentarían los programas hidrográficos impulsados por el Conde de Guadalorce durante la dictadura de Primo de Rivera y por Manuel Lorenzo Pardo en la II República.
Desde luego, el agua, que debía transformar tierras de secano en regadíos era un pilar fundamental, pero esa “colonización interior” reclamada por Costa requería un segundo apoyo: las gentes, los colonos que se comprometían a sacarles rendimiento. La conjunción de los dos factores no se produciría hasta después de la Guerra Civil española, con los denominados poblados agrícolas del franquismo. Tras la contienda, España se encontraba aislada internacionalmente y en una situación económica muy delicada. Las primeras políticas del régimen apostaron por la autarquía, poniendo en marcha un importante programa de impulso agrario. Los planes se apoyaron en las dos bases comentadas: una política hidráulica que buscaba crear nuevas áreas de regadío (estrategia que, como decimos, ya se había comenzado décadas atrás, pero que el régimen franquista potenció extraordinariamente); y la creación, en esos mismos lugares, de asentamientos para colonos que pudieran explotar los nuevos regadíos. Esa política, iniciada al finalizar la contienda, tendría continuidad en el tiempo incluso cuando la coyuntura fue mejorando.
Vegaviana (Cáceres), obra de José Luis Fernández del Amo
No era la primera vez que la península asistía a la fundación sistemática de nuevos asentamientos. Hay numerosas muestras históricas, aunque las motivaciones fueran distintas. Tenemos, por ejemplo, el caso de la colonización medieval del despoblado valle del Duero, efectuada para consolidar las posiciones adquiridas por los reinos cristianos durante la “Reconquista”, o las nuevas poblaciones de Andalucía y Sierra Morena levantadas a finales del siglo XVIII para asegurar y proteger el tráfico de personas y mercancías entre la meseta y el sur. A pesar de las diferencias, todas tienen en común el espíritu característico de los colonos, que llevan asociado el ánimo de los pioneros (habitualmente empujados por la necesidad y falta de oportunidades en su lugar de origen, aunque esto no resta valor al hecho de aceptar el riesgo de lo desconocido sin tener garantía de éxito).
La Carolina en Jaén es una de las Nuevas Poblaciones creadas por Carlos III.
En el caso de los poblados franquistas, muchos hombres y mujeres afrontaron el reto de transformar paisajes desérticos en territorios productivos con valentía e ímprobos esfuerzos. Así entre mediados de la década de 1940 y principios de los años setenta se construyeron aproximadamente trescientos pequeños pueblos de colonización, que constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico y social.

Los poblados agrícolas del Instituto Nacional de Colonización.
En octubre de 1939, con un país devastado por la guerra recién terminada, que había dejado las áreas rurales en situación crítica, se fundó, dentro del Ministerio de Agricultura, el Instituto Nacional de Colonización (INC) y se aprobó la Ley de Bases para la Colonización de Grandes Zonas Regables.
Uno de sus objetivos principales sería el incremento de la producción agrícola, lo cual requería aprovechar mejor los recursos naturales disponibles, en particular los hidráulicos. Para ello se redactaron planes encaminados a crear nuevos regadíos y a mejorar las infraestructuras de los ya existentes. El camino ya estaba iniciado décadas atrás, pero se retomó con un renovado ímpetu. Desde esas bases, en 1940, se formuló un ambicioso Plan General de Obras Públicas que puso en marcha la construcción de numerosos embalses, así como redes de canales y acequias de riego (en algunos casos disponiendo de la fuerza de trabajo procedente del Programa de Redención de Penas por el Trabajo establecido en 1937 para los prisioneros)
En esas nuevas zonas regables, el INC activaría la que sería una de sus labores más destacadas: la creación de pueblos para vertebrar las áreas transformadas por los regadíos. Se estudiaron experiencias internacionales en ese sentido, como los modelos de implantación desarrollados por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos o por la Italia de Mussolini, tanto en la península como en su colonización libia.
Territorios de las delegaciones del INC. Sombreada la Delegación del Ebro. Los puntos (exceptuando las capitales de provincia) representan las ubicaciones de los pueblos de colonización construidos por el INC.
El INC estructuró el territorio español en delegaciones vinculadas a las cuencas hidrográficas (Ebro, Noreste, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Sur-Levante, Baleares-Canarias y Duero). La colonización era un ejercicio de ordenación territorial que partía de los “Planes de Colonización” que fijaban las directrices (superficies afectadas, obras a realizar, sistemas de expropiación y posterior reparto a colonos, etc.) a los que seguían los denominados “planes coordinados de obras” y “proyectos de parcelación”. Hubo debates iniciales acerca del modelo de hábitat (disperso o concentrado) pero se decidió crear agrupaciones de entre 100 y 200 viviendas de manera que los terrenos agrícolas no distaran más de 2,5 kilómetros de la vivienda del colono (el denominado “módulo carro”). Esta particular estrategia de implantación se vería superada con el tiempo dando lugar a conjuntos mayores. En cualquier caso, la selección de sitio correspondía a los ingenieros agrónomos que estudiaban las posibilidades de cada área y su orografía. Posteriormente, los arquitectos-urbanistas planificarían la estructura urbana.
En 1941 se crearía el Servicio de Arquitectura del INC, que sería dirigido desde 1943 por José Tamés Alarcón. Cada delegación nombró a un arquitecto como encargado de zona tras la convocatoria de las correspondientes oposiciones públicas.
Los proyectos, dentro de la variedad, mantenían una serie de invariantes: la plaza nuclear con el ayuntamiento, la iglesia y la escuela; el trazado regular geométrico de calles anchas, aunque con variedad de disposiciones estructurales; ordenaciones de casas unifamiliares, de una o dos plantas, con oferta de diferentes superficies, con huerto-corral incorporado. En algunos casos, como es el de los poblados monegrinos, se proponía un bosquete perimetral de pinos que ayudaba a sofocar el calor de la zona. En general, tanto la urbanización como la arquitectura, muy modular, se convertirían en muchos casos en muestras de un modesto pero atractivo racionalismo arquitectónico. Así, ciertos poblados de colonización serían avanzadillas de vanguardia artística en casi todos sus detalles.
Calle de Vencillón (Huesca) mostrando la modulación y la racionalidad de la ordenación características de muchas propuestas.
Los colonos debían cumplir una serie de requisitos (matrimonio con hijos, preferiblemente familias numerosas, edades, experiencias previas, etc.). Recibían una vivienda con huerto y finca asociada que debían pagar en un plazo largo además de una serie de ayudas para aperos, semillas, ganado, etc.
Se construyeron aproximadamente trescientos municipios y en su planificación colaboraron tanto reconocidos arquitectos del momento como jóvenes que despuntarían posteriormente. Cabe destacar a Alejandro de la Sota, José Luis Fernández del Amo, José Borobio, Antonio Fernández Alba o Fernando Terán entre otros. 
La Delegación del Ebro
Una de las más delegaciones más activas fue la del Ebro, que desarrolló una intensa actividad en Aragón, una región con necesidades de agua en parte de su territorio y que contaba con importantes infraestructuras hidráulicas en marcha (además de ser la patria chica de Joaquín Costa, cabeza del Regeneracionismo). De hecho, en 1906 se había inaugurado el Canal de Aragón y Cataluña, que se alimenta del embalse bautizado precisamente con el nombre de Joaquín Costa (aunque habitualmente conocido como embalse de Barasona, situado aguas abajo de Graus). También en 1913 se había propuesto un Plan de Riegos del Alto Aragón y, en 1926, se había constituido la Confederación Hidrográfica del Ebro.
Área de la Delegación del Ebro con las nuevas áreas regables.
Sobre esa base el INC actuaría en varias zonas como el Delta del Ebro, Bardenas, Monegros, Flumen o Valmuel. La jefatura de la delegación correspondería, desde 1946 hasta su desaparición, a Francisco de los Ríos, ingeniero que trabajaba allí desde 1941, gran conocedor de la materia (de hecho, su padre fue uno de los impulsores del Plan de Riegos del Alto Aragón).
En 1943, la Delegación del Ebro convocó oposiciones para el puesto de arquitecto que fue ganado por José Borobio Ojeda (1907-1984). José Borobio ya había destacado junto a su hermano Regino (1895-1976) en la realización del edificio de la Confederación Hidrográfica del Ebro en Zaragoza, un ejemplo sobresaliente de la arquitectura moderna española proyectado en 1933 y construido entre 1936 y 1944. José Borobio se encargaría de buena parte de los diseños de los pueblos promovidos en el entorno aragonés, pero la incesante actividad llevaría a la necesidad de incorporar otros arquitectos, algunos en plantilla y otros como colaboradores externos. Así, a lo largo de la década de 1950 comenzarían a trabajar para la Delegación del Ebro del INC José Beltrán Navarro, Santiago Lagunas, Francisco Javier Calvo Lorea, Alfonso Buñuel Portolés, Carlos Sobrini Marín, Antonio Barbany Bailo o Fernando Nagore, entre otros.
La Delegación del Ebro levantó en poco más de veinte años 41 pueblos. El primero fue Ontinar de Salz, en 1944 según diseño de José Borobio. El último proyecto fue El Fayón, redactado en 1965 por José Borobio y su sobrino Regino Borobio Navarro.
Listado de pueblos de colonización construidos por la Delegación del Ebro del INC


Poblados de Colonización en los Monegros oscenses.
El territorio: los Monegros (una muestra de la “España vaciada”)
Los Monegros es una extensa y árida región localizada en Aragón, al norte del río Ebro, entre las provincias de Huesca y Zaragoza. Su topónimo deriva de “montes negros” debido al color predominante en el paisaje, aportado por su característica vegetación oscura. Desde 1996 es una “comarca” política, entidad administrativa, en este caso supraprovincial, incluida dentro de la comunidad autónoma aragonesa (aunque su delimitación definitiva no se fijaría hasta 2002). La comarca de los Monegros tiene una extensión 2.764,4 km², superficie similar a la de la provincia de Vizcaya (2.217 km²), pero mientras esta presenta una población de 1.149.628 de habitantes (censo de 2018) y una densidad de 518,55 hab/km², en la comarca aragonesa habitan 20.376 habitantes, lo que ofrece una densidad de 7,46 hab/km². Según los baremos de la Unión Europea, al no alcanzar los 10 hab/km², los Monegros se convierten en “Desierto Demográfico”. La comarca cuenta con 50 núcleos urbanos agrupados en 31 municipios, de los que tan sólo seis superan el millar de habitantes empadronados, siendo el más poblado Sariñena, la cabecera de comarca, con 4.168 hab. (2018)
Comarca de los Monegros en la Comunidad Autónoma de Aragón. Los puntos amarillos indican la ubicación de los 10 pueblos de colonización construidos: 1. Cantalobos, 2. Cartuja de Monegros, 3. Curbe, 4. Frula, 5. Montesusín, 6. Orillena, 7. San Juan del Flumen, 8. San Lorenzo del Flumen, 9. Sodeto y 10. Valfonda de Santa Ana
A pesar de contar con una identidad geográfica fuerte, que produce un arraigado sentimiento de pertenencia, los Monegros es un ejemplo de lo que se conoce como la “España vaciada”, y está sufriendo un progresivo descenso de población, así como un envejecimiento de la misma. Su situación, circunvalada por líneas de comunicación, pero sin ser tierra de paso; la proximidad de importantes núcleos de población (principalmente Zaragoza); una base económica vinculada estrechamente a la agricultura y ganadería; la ardua y eterna lucha por el agua; el rigor climático o la austeridad de su paisaje, son algunas de las claves que pueden justificar la paulatina merma de la demografía monegrina.
La infraestructura: Riegos del Alto Aragón y el Sistema Gállego-Cinca.
La provincia de Huesca cuenta con dos importantes ríos que descienden en dirección norte-sur caracterizando su parte occidental (el rio Gállego) y oriental (el rio Cinca). Ambos nacen en la cordillera pirenaica y ceden sus aguas al Ebro, el primero directamente, junto a Zaragoza, y el segundo por medio del Rio Segre. El Gállego tiene una longitud de 193,2 km y drena una cuenca de 4.020 km²​, con un caudal medio de 34,22​ m³/s. Por su parte, el Cinca tiene una longitud de 191 km y drena una cuenca de 9.740 km²​, con un caudal medio de 75,94 m³/s (en Fraga).
Aprovechando sus aguas, en 1913 se redactó el “Proyecto de Riegos del Alto Aragón” una propuesta privada cuyo objetivo era llevar el agua a 300.000 hectáreas de terrenos pertenecientes a las comarcas de Sobrarbe, Somontano y Monegros. En 1915 se promulgaría la ley que asumiría la iniciativa pública y daría soporte jurídico a la institución encargada de su desarrollo, comenzando ese mismo año las obras.
Plano del Sistema Gállego-Cinca de Riegos del Alto Aragón
Así comenzó el denominado sistema Gállego-Cinca, una infraestructura de transporte de agua que riega un amplio territorio situado entre las provincias de Huesca y Zaragoza (fundamentalmente los Monegros, la comarca descrita anteriormente), aunque la superficie regada actual queda lejos de las previsiones iniciales, siendo de 124.415 hectáreas. El sistema se abastece del rio Gállego y del rio Cinca a partir de cinco embalses de cabecera (Búbal, El Grado, Lanuza, Mediano y Ardisa) y uno en derivación (La Sotonera). Desde los que parte una red de canales y acequias de unos 2.000 kilómetros en total, que es la mayor de Europa, destacando el Canal de Gállego, el Canal de Monegros, el Canal de Violada, el Canal del Cinca o el Canal del Flumen.
Riegos del Alto Aragón. Arriba, Canal de la Violada. Debajo, Canal de los Monegros.
Los pueblos de colonización.
De los 41 pueblos que levantó la Delegación del Ebro del INC entre 1944 y 1965, diez se fundaron en el área denominada “Monegros-Flumen”. Son los siguientes (por orden alfabético): Cantalobos, Cartuja de Monegros, Curbe, Frula, Montesusín, Orillena, San Juan del Flumen, San Lorenzo del Flumen, Sodeto y Valfonda de Santa Ana (proyectados por diversos autores). Otros seis lo hicieron en la contigua área de los Llanos de la Violada (cuyo nombre procede de la antigua calzada romana que unía Osca y Cesaraugusta, la Via Lata). Son: Artasona del Llano, El Temple, Ontinar de Salz, Puilato, San Jorge y Valsalada (todos proyectados por José Borobio)
Los colonos que los poblaron procedieron del entorno y de los pueblos del Pirineo, aunque también llegaron de otras regiones como Andalucía o Extremadura.
Frula (Huesca)
En la actualidad, los pueblos de colonización de los Monegros sufren los problemas generales de la comarca y la mayoría cuenta con menos población de la que tuvieron en su fundación. Hay quien achaca el proceso de emigración-despoblación a la inexistencia de terrenos edificables en el entorno, o a que la productividad de los terrenos no es suficiente para garantizar el nivel de vida exigido en la actualidad, o a la falta de alternativas profesionales y vitales que si presentan las atractivas ciudades del entorno próximo (como Huesca o Zaragoza).
San Juan del Flumen (Huesca). Arriba proyecto. Debajo, estado actual
Uno de aquellos pueblos, Sodeto (hoy integrado administrativamente en el municipio de Alberuela de Tubo), cuenta con un Centro de Interpretación sobre la colonización agraria en la España del franquismo en los que se expone la historia con imágenes y maquetas, se rememoran aspectos de la vida cotidiana de la época (recreando una casa con sus enseres y utensilios) y se conserva un archivo documental. También se ha creado la “Asociación de Amigos de los Pueblos de Colonización de la provincia de Huesca” para mantener el legado.

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