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La Rue Rivoli de París. Imagen de su primera etapa,
iniciada bajo el Primer Imperio, con las características fachadas diseñadas por
Fontaine y Percier.
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El “vieux Paris”
(viejo París) defendido por Balzac o Victor Hugo y fotografiado por Charles
Marville, era una ciudad vital y atractiva pero también densa, laberíntica, envejecida,
con graves problemas de salubridad y sobre todo poco adecuada para los nuevos
tiempos que se vislumbraban a finales del XVIII.
Durante el siglo XIX,
en París se produjeron una serie de transformaciones extraordinarias que
cambiarían radicalmente la fisonomía de la capital francesa, surgiendo una
nueva ciudad que se convertiría en el espejo en el que todas las grandes urbes
querían reflejarse. La nueva imagen de París, con sus amplios bulevares, sus
parques, sus grandes edificios públicos o su característica arquitectura
residencial, se erigió como el modelo urbano de la Ciudad Posliberal.
Entonces, París, se
convirtió en París, en esa ciudad renovada, con una identidad tan poderosa que
logró situarse como centro de gravedad de nuestro planeta urbano. Desde el
nuevo París se irradiaría glamour al
resto del mundo y se dictarían las claves del futuro al que todos querían
llegar.
Las intervenciones
alcanzaron su clímax con el firme liderazgo del Barón Haussmann y Napoleón
III, durante el Segundo Imperio francés. Pero la filosofía de actuación, que
consideraba a la ciudad existente como un cuerpo moribundo que había que
reanimar, incluso con amputaciones, había comenzado años atrás, con los deseos
de belleza y representatividad perseguidos por Napoleón o los objetivos
higienistas de las restauradas monarquías.
En este primer artículo nos aproximaremos a estos
antecedentes que marcarían el camino para la revolución urbana hausmaniana.