La fachada
principal de la Basílica de San Pedro del Vaticano siempre ha recibido
numerosas críticas, muchas de la cuales obvian las complicadas circunstancias
que la envolvieron y son incapaces de apreciar sus valores. Su autor, Carlo
Maderno (1556-1629) fue el mayor representante de la transición de la
arquitectura del Manierismo al Barroco, y lamentablemente su figura no está
todo lo valorada que debiera, quizá lastrada por sus polémicas intervenciones
vaticanas y por la enorme talla de otros intervinientes en un edificio tan
superlativo, como Bramante o Miguel Ángel.
Cuando
Maderno recibió el encargo de finalizar la basílica en 1607 abordó dos
cuestiones fundamentales: transformar el esquema de planta centralizada en otra
de cruz latina y diseñar su fachada principal, que sería la imagen exterior
del mayor templo de la cristiandad católica. Esta última labor llevaba
asociada una responsabilidad mayúscula, y por eso sus decisiones compositivas
no podían ser triviales o simplemente estilísticas. Todo lo contrario, debían
ser firmes e incuestionables, para lo cual requerían estar fundamentadas en un
simbolismo trascendental y atemporal. Por eso, la fachada buscó ser la
expresión de Dios, a través del desarrollo de una interpretación geométrica
de su nombre y naturaleza.
La composición
simbólica de la arquitectura, ¿significados no explícitos?
El significado
en la arquitectura es una noción muy controvertida, ampliamente debatida y no
siempre bien investigada ni entendida. Su consideración suele acompañarse de la
advertencia acerca de la multiplicidad de enfoques que conlleva, y esto, que es
cierto, es un hándicap importante.
Uno de esos puntos
de vista explora el papel de la geometría y el simbolismo en la
composición. Ese campo de significación se abre a partir de la utilización
de directrices geométricas en la disposición de plantas y alzados principalmente.
Las trazas subyacentes estructuran el diseño y pueden, eventualmente, sugerir sentidos
más o menos trascendentes. La apoyatura matemática fue algo muy frecuente en los
grandes edificios de la arquitectura antigua y, además, muchos de ellos, en especial
los religiosos, pretendían mediante ella transmitir mensajes relacionados con
su misión.
No obstante,
en muchos casos la utilización de bases geométricas solamente aspiraba a facilitar
la operatividad durante la ejecución de las obras. Hay que tener en cuenta que
en la antigüedad no existía un sistema de medidas universal, sino que la
dimensión de las cosas, sus pesos o capacidades, variaban en función de los
territorios y muchas veces no sobrepasaban un ámbito regional e incluso en
ocasiones municipal. Esto era un problema, porque, en aquellos tiempos, los
especializados maestros de obras y sus equipos solían viajar adonde eran
requeridos y la comunicación técnica entre estos y los operarios, generalmente
locales (y en gran medida analfabetos), era complicada, sobre todo por la variabilidad
y falta de precisión en la traducción de medidas. Las dificultades alcanzaban
incluso a la petición de materiales procedentes de lugares diferentes. Esto
exigía una atención suplementaria para no incurrir en errores durante la construcción
de los edificios, que no siempre se lograban evitar. Antes de la implantación
de sistemas generalistas de medidas, como el métrico decimal, una de las
soluciones fue la utilización de la geometría para dimensionar los
elementos y determinar su disposición, lo cual proporcionaba un lenguaje gráfico
entendido y compartido por todos los intervinientes.
Este
pragmatismo operativo no era el único beneficio extraído de una rigurosa base
geométrica. Otra cuestión que se veía muy favorecida era el funcionamiento tectónico
y estructural de las construcciones, porque las simetrías y otras propiedades
matemáticas, así como compensaciones y equilibrios, o determinadas proporciones
y ritmos, etc. facilitaban la distribución de pesos y evacuación de fuerzas
materiales.
Pero toda
esta intencionalidad práctica solía complementarse con otra más “espiritual”, derivada
de la pureza de las relaciones matemáticas subyacentes que pretendían transmitir
la idea de perfección y orden a la arquitectura.
Aunque
todavía solía darse un paso más, porque la geometría podía convertirse en un
vehículo para transmitir comunicaciones, mensajes no explícitos que en
algunos casos eran muy sofisticados, manejando un lenguaje oculto conocido solo
por los iniciados y que para ser “descifradas” requerían conocer el código de
interpretación o al menos estar habituado a “leer” entre las líneas de esos
elementos constructivos que se habían dispuesto de una determinada manera y no
de otra. Esto fue algo utilizado sobre todo en ámbitos religiosos y también
iniciáticos, aunque en ocasiones el exceso de retórica podía actuar en
detrimento de la comprensión de la obra e incluso llegar a descuidar aspectos
de forma o función esenciales. En general, la arquitectura entendida como
lenguaje simbólico resulta muy controvertida, siendo objeto de discusiones continuas
que debaten sobre las asociaciones y sus significados no explícitos, pero que
son especialmente intensas al abordar la relación entre las interpretaciones y
las intenciones originales.
El análisis minucioso
de las formas arquitectónicas permite descubrir esas trazas ocultas,
habituales en los grandes edificios del pasado, bien por pragmatismo o bien por
aspirar a fundamentarse en valores trascendentales y atemporales; en cambio,
son poco utilizadas en la arquitectura moderna, más inclinada a la estricta
funcionalidad o a la mera representación de estilo (y muy condicionada por otras
cuestiones económicas). La geometría subyacente en aquellos edificios se revela
en polígonos regulares o en figuras construidas con proporciones consideradas
ideales (como la relación áurea o determinadas series numéricas); se adivina también
en líneas de trazado inequívoco, como rectas, círculos, óvalos, etc.; e
igualmente en ritmos y correspondencias matemáticas entre todos esos elementos.
Tras elaborar esa firme estructura relacional que integraba todos los elementos
importantes, solo quedaba fijar la escala y acordar una unidad de referencia respecto
al sistema de medida elegido para que ese sistema geométrico y proporcional se
transformara en un conjunto dimensional.
El Partenón de Atenas es un ejemplo de composición apoyada
en relaciones y proporciones geométricas.
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Un ejemplo de
aplicación de todo lo anterior es la fachada principal de la Basílica de San
Pedro del Vaticano, en Roma. Cuando Carlo Maderno (1556-1629) se enfrentó a
su diseño era consciente de la responsabilidad mayúscula que adquiría. Su obra
iba a convertirse en la imagen exterior del mayor templo de la cristiandad
católica y sus decisiones compositivas no podían ser triviales o simplemente
estilísticas. Todo lo contrario, debían ser firmes e incuestionables, para lo
cual requerían estar fundamentadas en un simbolismo trascendental y atemporal.
Por eso, la fachada buscó ser la expresión de Dios a través del desarrollo
de una interpretación geométrica de su nombre y naturaleza.
La referencia
simbólica: El nombre del Dios de Israel, de letras a figuras geométricas.
En la Biblia
el nombre del Dios de Israel aparece identificado con cuatro letras: י ה ו ה. Estas
son, leídas de derecha a izquierda (que es el orden establecido en la lengua
hebrea), las siguientes: yod (י, transcrita al español como “Y”), he
(ה, transcrita como “H”), waw/vav (ו
trasladada como V o W) y finalmente, de nuevo he (ה).
Al traducir las letras a su correspondencia española, y colocadas de izquierda
a derecha, el teónimo principal de Dios (que no es el único, aunque sí el más
frecuente) es YHWH (o YHVH). El antiguo alfabeto hebreo era
consonántico, es decir carecía de vocales escritas, y no se conoce bien cuál
era el sonido de esa palabra. Hay varias hipótesis que, llevadas a la
pronunciación española, serían YaHWeH (Yavé o Yahvé) y YeHoWaH
(Jeová o Jehová).
Los griegos
denominaron a ese cuarteto como Tetragrámaton, que quiere decir “palabra
compuesta por cuatro letras”. El Tetragrámaton se convertiría en un
importante símbolo judío y seguiría siéndolo también durante los primeros
tiempos del cristianismo. No obstante, se produjeron algunas simplificaciones
de la palabra entre los hebreos, encontrando alusiones a Dios como YHW (י ה ו) e incluso YH (י ה). Valga como ejemplo de esa reducción
la expresión cuya traslación al alfabeto español sería HLL YH, leída
como Hallelu Yah, es decir, “alabad a Yah” (alabad a Dios, al Señor). A
partir de estas reducciones, los antiguos griegos realizaron su propia
transcripción asimilando la palabra hebrea a los caracteres más parecidos de su
vocabulario. Parece que se habrían basado en una versión sonora que leía YH
como yao o iao, apoyándose en una mezcla de las hipótesis
comentadas anteriormente, de manera que las dos letras hebreas se transformarían
en un Trigrama (tres letras) para los griegos. En la traslación, el sonido
“y” o “i” se convertiría en iota (“i” en español); el sonido
“a” se traduciría como alfa (“a” en español); y, finalmente, el
sonido “o” sería identificada como omega (“o” en español). El
trigrama en letras griegas sería I A Ω
(ι
α ω, en minúsculas) que
se leería igual que la interpretación realizada de los sonidos hebreos, es
decir, iao o yao.
Esta
transcripción sería muy fructífera en referencias simbólicas, sobre todo porque
α es la primera letra del alfabeto griego y ω es la última. Identificando la
iota como pronombre personal, podría llegar a decirse “yo, alfa y omega”
frase que aparece en el Apocalipsis de San Juan en repetidas ocasiones: “Yo
soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y
que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1,8); “Yo soy el Alfa y la Omega,
el primero y el último” (Ap 1, 11) y también en Ap 1, 17 o en Ap 22, 13.
Su potencia
simbólica iría más allá porque IAO sería la denominación de Dios para el
gnosticismo, una creencia ancestral que propondría una visión sincrética con el
cristianismo de gran influencia durante los primeros siglos. Pero el gnosticismo
acabaría siendo declarado herético desde el cristianismo canónico y, aunque
sobreviviría, acabaría convertido en un misticismo secreto solo para iniciados.
La referencia
a lo primero y a lo último tendría una representación más allá de las palabras.
Fue recogida por la geometría para establecer un símbolo gráfico del nombre
de Dios utilizando el triángulo y la circunferencia. El triángulo es
el polígono con menos lados puesto que se necesitan al menos tres puntos para
fijar una superficie plana. Se convierte así en el inicio de la geometría
superficial (el “alfa”). Por su parte, la circunferencia representa el
otro extremo, el polígono con más lados (de hecho, son infinitos, dado que se
corresponderían con los puntos), siendo el símbolo de la perfección, de lo más
acabado, en definitiva, de lo último (la “omega”). Además, había un valor
añadido en ambas formas. El triángulo expresaría la Trinidad divina del
cristianismo (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y el círculo se asemejaba al sol (fuente
de vida) y al ojo (símbolo del poder, de la autoridad y de control). Ahora
bien, el círculo debe estar inscrito en el triángulo porque el principio determina
el fin (el comienzo marca la senda hacia la consumación). Con todo, estos dos
elementos geométricos se unirían en una de las figuraciones simbólicas más poderosas
en los primeros tiempos del cristianismo.
Las propiedades
geométricas de esta conjunción son impresionantes. Partimos de la base ofrecida
por el triángulo equilátero (polígono regular de lados y ángulos iguales) que
es colocado con un vértice hacia arriba, de manera que su altura (proyección
del vértice sobre la base opuesta) sea una vertical perfecta. Descubrimos que
el círculo que inscribimos, tangente a los tres lados, tiene su centro en el
baricentro triangular y que sus radios son iguales a la apotema (línea perpendicular
trazada desde el centro de todo polígono regular a cualquiera de sus lados). Las
matemáticas demuestran que el centro de la circunferencia se encuentra en una
relación 2/3 con la altura del triángulo (propiedad del baricentro de un
triángulo equilátero).
Es más, si
consideramos el nuevo triángulo equilátero que surge al establecer como nueva
base la tangente horizontal superior al círculo anterior, la altura del
polígono resultante es la tercera parte de la del primero y un nuevo círculo
inscrito en este tendría, lógicamente, las mismas propiedades descritas antes.
Las
identificaciones de la figura sugerida (el triángulo equilátero y los dos
círculos comentados) son variadas. El circulo grande puede ser un ojo si se
encuentra solo, pero suele estar más asociado con el sol (así fue, por ejemplo,
para los egipcios), mientras que el pequeño, situado encima, se correspondería
con el ojo. Esto tiene una justificación porque, dado que el triángulo grande representaba
a la trinidad cristiana y que el triángulo menor es su tercera parte, este
podría identificarse con Dios, de manera que el pequeño círculo inscrito dentro
de él sería el ojo divino que todo lo ve, omnipresente. El círculo grande entonces
se relacionaría con el sol, con la luz divina, siguiendo la tradición de muchas
culturas que lo divinizaron como origen de la vida. Esa interpretación mostraría
a Dios como reunión de la fuente-motor vital y el control y autoridad.
Este símbolo,
complejo en su significación, fue utilizado en los primeros tiempos del
cristianismo para decaer después en su uso, siendo entonces asumido por la
masonería como una de sus representaciones más habituales, identificando el
círculo mayor con el conocimiento y el menor con la autoridad, además de
circunvalar el triángulo mayor por un ouroboros, una serpiente (o dragón
en ocasiones) que se muerde la cola, simbolizando el tiempo y la continuidad de
la vida, algo que acompañaba también las representaciones gnósticas.
La composición
simbólica de la fachada de San Pedro.
La fachada principal
de San Pedro del Vaticano se puede dibujar sin necesidad de tomar medidas (con
regla y compás). La disposición de los diferentes elementos se apoya en una
construcción geométrica que recurre a figuras regulares y a sus propiedades,
así como a relaciones y proporciones planteadas entre ellas, todo ello
justificado desde el fuerte simbolismo subyacente apuntado en el apartado anterior.
Una vez establecido el esquema solamente quedaría establecer una referencia
para que todo se fijara dimensionalmente (cuestión en la que como veremos, tuvo
mucho que ver la herencia de Miguel Ángel Buonarroti).
Hay que
advertir que esta “fachada”, más que una epidermis que cierra el volumen de las
naves del templo, es realmente un cuerpo arquitectónico
adosado al frente, y que
cuenta con personalidad propia y una función específica, de atrio en su planta
baja y de loggia en la superior (desde la que se celebran las importantes
bendiciones papales urbi et orbi). No obstante, aquí vamos a atender únicamente
a la configuración formal del plano exterior de esa fachada.
La
composición se desarrolla a partir del esquema simbólico ofrecido por un triángulo
equilátero dentro del cual se inscriben dos círculos, tal como hemos indicado en el
apartado anterior al referirnos al significado de esa figuración geométrica. Recordamos
su sentido representativo de Dios a través de su interpretación simbólica
que pretende manifestar:
• Su naturaleza y nombre. La primera
es expresada por la trinidad que se ofrece en la perfección del triángulo equilátero
y, el segundo, por el triángulo y el círculo, que además de recordar el trigrama
denominativo I A Ω (ι α ω) lo reconocen como principio y fin de
todas las cosas.
• Su omnipotencia, capaz de
crear de la nada, siendo la fuente origen de la vida, de la luz, todo ello indicado
por el círculo mayor inferior (el sol de los antiguos), y
• Su omnipresencia, identificada
con el círculo menor superior que personificaría el ojo de la providencia, que
todo lo ve, la autoridad y el control.
Partiendo de
esa construcción simbólica, el círculo grande determina un cuadrado
circunscrito, cuyos lados tienen, evidentemente la misma dimensión que los
ejes vertical y horizontal del círculo que forman la cruz (el principal
símbolo cristiano). Este cuadrado va a ser la figura clave para fijar la
extensión del conjunto, gracias a una serie de traslaciones laterales y hacia
arriba. El cuadrado incorpora una valorable significación al introducir la
realidad terrestre (aludiendo a los cuatro elementos, tierra, aire, fuego y
agua) a partir del círculo (el cielo, la divinidad).
La fachada
tuvo dos etapas en su configuración. La primera versión (más estrecha) partía del
esquema básico trasladando lateral y simétricamente el cuadrado a cada
uno de sus lados. Con eso se fijaba la anchura del alzado, representando a Dios
extendiendo sus brazos para acoger a los fieles que acudían al templo. El lienzo
de fachada marcado por los cuadrados terrestres sería el telón del escenario en
el que se desenvuelve la vida humana. Respecto a la altura, el mismo
cuadrado inicial se desliza hacia arriba siguiendo su eje vertical (se
“eleva”), hasta que su centro (es decir, la intersección de la cruz de sus
ejes) coincide con el centro del círculo menor. Con eso queda determinada la
altura. En ambos casos se manifiesta una relación circulo-cuadrado que expresa
la relación entre Dios y lo humano. La segunda y definitiva versión (que supuso
la ampliación de anchura para albergar unas torres-campanario que finalmente no
se ejecutaron como tales), se concretó en el desplazamiento lateral del
cuadrado, que avanzó medio módulo (medio cuadrado) a cada lado, manteniendo la irrenunciable
simetría.
Con esa
operación, el “lienzo” quedaba constituido. Vamos a calcular sus proporciones
a partir de una unidad teórica que estableciera la altura del triángulo
equilátero inicial en 18 unidades. Su apotema, que como sabemos se corresponde
con un tercio de la altura, mediría 6 unidades, siendo la misma dimensión del
radio de la circunferencia inscrita. En consecuencia, el diámetro de este círculo
sería de 12 unidades, las mismas que tendrían los lados del cuadrado. La
longitud de la primera versión de fachada sería entonces de 36 unidades y de 48
en la definitiva. La altura sería la suma de tres términos: el cuadrado inicial
(12 unidades); el radio del círculo menor que se había inscrito en el tercio
superior del triángulo (otro equilátero cuya altura sería obligatoriamente la
tercera parte de la del original, es decir, 6 unidades, y cuya apotema y radio
de la circunferencia sería un tercio de esa cifra, es decir, 2 unidades); y,
por último, el medio cuadrado superior (o sea 6 unidades). La suma resultante,
o sea, la altura de la fachada sería 20 unidades. Así, la proporción de la
fachada definitiva sería 48:20 (36:20 en la primera versión) que simplificando
quedaría en 12:5 (9:5, en la propuesta inicial). La razón sería 2,40.
El siguiente paso
era llevar ese esquema abstracto a dimensiones reales fijando una escala. Para
ello Maderno determinó la continuidad del entablamento que había propuesto
Miguel Ángel para los ábsides del templo. Al garantizar esa prolongación de
cornisa integraba su propuesta con la del maestro. Con ese punto fijo el
esquema geométrico adquiere unas medidas concretas que son, según los datos
oficiales, 114, 69 metros de longitud y 48 metros de altura, cuya razón es de 2,39
(dato prácticamente coincidente con el teórico).
Uno de los
puntos más importantes de la composición es el vértice superior del frontón
principal, cuya ubicación coincide con el superior del triángulo equilátero
inicial. Este frontón tiende sus faldas hacia otros puntos destacables (los puntos
medios del lado superior de los primeros cuadrados desplazados lateralmente). Esos
puntos simétricos sitúan ejes verticales que junto a la horizontal del vértice
y a la base del cuadrado “elevado”, limitan un espacio donde se van a producir
una nueva serie de relaciones significantes que enfatizaban el ya referido balcón
central de la Loggia delle Benedizioni. Las líneas diagonales interiores
conforman junto el primer triángulo, otros dos equiláteros invertidos,
prestándose para la recuperación del mensaje simbólico de la fachada (iota, alfa
y omega como representación de Dios), aunque en este caso el esquema geométrico
subyacente sugiere la grafía de las letras griegas mayúsculas.
La expresión del nombre de Dios, con el alfa y el omega,
también se sugiere alfabéticamente en las relaciones geométricas del cuerpo
central.
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El plano de
fachada presenta tres alineaciones (nuevamente el recurso de la trinidad): el
cuerpo más retranqueado, que ocupa los extremos laterales y es manifestado por
la presencia de pilastras (siguiendo el modelo de Buonarroti); el plano
intermedio, de solo medio módulo, que está caracterizado por las medias
columnas; y, finalmente, el cuerpo sobresaliente, el central, que está
remarcado con sus columnas a tres cuartos. También el número tres (en relación
al espesor de las columnas) indica la separación entre las diferentes
alineaciones.
Con todo, la
fachada queda estructurada en sus líneas fundamentales. Los ejes verticales que
determinan la ubicación de columnas y pilastras de orden gigante y las líneas
horizontales que marcan bases, cornisas y entablamentos, establecen una composición
que se verá completada por un variado conjunto de elementos arquitectónicos. Los
grandiosos elementos portantes se ven acompañados de un abundante muestrario de
balconadas, ventanales, marcos, balaustradas o frontones triangulares y curvos,
entre otros detalles que deben mucho al repertorio formal establecido por
Miguel Ángel en los ábsides. Finalmente se incorpora también una significativa
serie de esculturas, relieves e inscripciones. Pero todo esto corresponde a
otra categoría de análisis de la fachada: el análisis
estilístico e iconográfico.
Nota final:
El planteamiento geométrico y significante descrito es una hipótesis. Se
desconoce lo que Carlo Maderno tenía en la mente al respecto y, por eso, todo puede
ser discutido. Se puede censurar que la imaginación sea capaz de encontrar
correspondencias dudosas o de inventar conexiones y lazos donde quizá no las
haya, e incluso de proponer significados insólitos. Además, las relaciones y
proporciones presentadas están basadas en fotografías y planos que pueden tener
alguna distorsión y por lo tanto conducir a conclusiones equívocas. En
cualquier caso, como dicen los italianos: “se non è vero, è ben trovato”.
Felicidades, José Antonio, por el trabajo de investigación realizado.
ResponderEliminarGracias, Miguel
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