Quito Colonial mostrando, en primer término, las
deformaciones de su trama y al fondo el sector norte del Quito moderno (el edificio iluminado de azul es la gran Basílica del Voto Nacional).
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Si
enfrentamos el impresionante Centro
Histórico de Quito, al que la UNESCO le otorgó en 1978 (junto a Cracovia)
la primera declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad, y el extenso Quito Metropolitano, cuya marca urbana
serpentea por el valle unos 45 kilómetros hasta San Antonio, nos encontramos
con dos realidades muy diferentes que nos permiten reflexionar sobre la identidad urbana a partir de las nociones de
abstracción y figuración como referentes del valor icónico de la ciudad
Quito es un
buen ejemplo para ello, ya que la ciudad, ubicada en el ecuador de nuestro
globo terrestre, ejerce de “costura urbana” entre las dos mitades del mundo, y
asumiendo ese papel simbólico, ha basculado, radicalmente y en poco tiempo,
entre lo abstracto y lo concreto.
La capital de
Ecuador es una ciudad muy peculiar ya que su compleja topografía le obliga a
trazados urbanos en lucha permanente contra el territorio. Por eso, a pesar de
surgir desde un modelo abstracto (las ciudades de colonización española), que
establecía unas reglas igualitarias para todas las nuevas fundaciones, en su adaptación
al relieve, el Quito Colonial acabó superando los esquemas abstractos para ofrecer un
trazado personal que engendró una ciudad figurativa, con unas notables
referencias icónicas y significativas.
Pero este
contexto, mantenido durante siglos, se trastocó por la explosión demográfica
que, a partir de 1950, multiplicó extraordinariamente su población y extensión,
provocando que la ciudad moderna perdiera su escala y su figuración tradicional.
El Quito Metropolitano, como otras tantas
urbes de nuestro entorno, ha retornado a la abstracción de espacios inexpresivos
para el conjunto de la ciudadanía.