Las
representaciones de la ciudad acostumbran a mostrar el escenario donde
transcurren nuestras vidas con espectaculares perspectivas o con impresionantes
cartografías que privilegian la arquitectura y los espacios icónicos. Los ciudadanos,
en el caso de aparecer, lo hacen como meros secundarios, para dar escala o
ambiente. Pero hay otra forma de mirar
la ciudad, componiendo su imagen a través de las historias de las personas que
la habitan, y el mundo del cómic ha profundizado en ella.
El caso de Will Eisner y Nueva York es
paradigmático. Con
más de sesenta años, Eisner, el creador de The
Spirit, el detective enmascarado, que había permanecido más de veinticinco
años alejado de la publicación de historias gráficas, retornó con fuerza al
mundo del comic. Pero lo hizo con una visión muy diferente, alejada del
entretenimiento y destinada a un público adulto, al que quería transmitir sus
reflexiones sobre la condición humana. Eisner denominó a sus nuevas historias “novelas gráficas”, término que acabaría
asentándose.
En esta
última etapa de su obra, Eisner volvió la mirada a su ciudad natal y a sus
gentes. Nueva York (especialmente
durante el periodo entreguerras) se convirtió en protagonista de sus nuevas
historias. Pero, la Nueva York de Will Eisner es diferente, porque su mirada se
focaliza en sus habitantes, en la gente de barrio, en sus pequeñas cosas y,
a partir de ellas, la identidad de la ciudad se va revelando en nuestra mente
como suma de experiencias.