El Mapamundi de Fra Mauro.
|
Desde la
antigüedad y hasta la época moderna, los
mapas eran preciados tesoros que mostraban caminos y rutas comerciales,
puntos militares estratégicos, repartían regiones delimitando fronteras, o
identificaban lugares y posesiones. Eran documentos de difícil y laboriosa
confección que otorgaban un gran poder a sus propietarios. De un buen mapa dependía el éxito de un viaje o el triunfo en una
batalla, y esto les asignaba responsabilidades sobre la vida o la muerte de
personas, o sobre el logro de fortunas o de ruinas.
Actualmente,
el dibujo de mapas dispone de técnicas muy depuradas gracias a herramientas
sofisticadas que se apoyan en instrumentos de gran precisión, como los
satélites. Pero hubo un tiempo en el que la cartografía era una disciplina que
solamente lograba aproximaciones más o menos ajustadas a la realidad. Los navegantes, viajeros, agrimensores o
cartógrafos, fueron midiendo y dibujando los mundos que recorrían en un
esfuerzo colectivo y acumulativo que acabaría por acotar fidedignamente la
forma de ciudades, regiones o continentes.
Al final de
la Edad Media, con el comienzo la época de las grandes exploraciones, se dibujó
un mapa muy especial. Un monje veneciano, Fra Mauro, (quien según cuenta la
leyenda, algo exagerada, no tuvo que salir de su celda), fue componiendo un gran mapa del mundo a partir de los
comentarios y aportaciones de numerosos viajeros que le narraban como eran las
tierras que habían visitado. Fra Mauro fue un pionero medieval de los mapas
colaborativos tan frecuentes en la actualidad.