La imagen de Estambul desde el satélite muestra la extensión
de su área metropolitana, muy superior a sus límites históricos.
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La ciudad nunca es una hoja en blanco,
siempre se construye sobre unas referencias anteriores, unas huellas
preexistentes. La ciudad es como un palimpsesto, aquellos manuscritos antiguos
que reutilizaban pergaminos anteriores que, aunque habían sido borrados,
todavía conservaban rastros de las tintas previas.
Todas las ciudades son así, pero
algunas, dado el papel que les ha otorgado la historia, lo son en grado
superlativo. Estambul es uno de los mejores ejemplos. Allí han dejado su huella
griegos, romanos, bizantinos, otomanos, turcos… y cada aportación ha ido modelando esa ciudad
protagonista de la historia. Nacida como la estratégica Bizancio, convertida en
capital imperial como Constantinopla, luego primera ciudad de Imperio Otomano y
finalmente conocida como Estambul, hoy es una inmensa área metropolitana que se
encuentra habitada por casi quince millones de personas y que se extiende por
Europa y Asia bordeando el Estrecho del Bósforo, la frontera entre esos
continentes.
Se atribuye a Napoleón Bonaparte la siguiente frase: “Si le monde entier devait être un seul pays,
Constantinople en serait la capitale”
(Si el mundo fuera un único estado, Constantinopla sería la capital), sentencia
que reconoce ese complejo palimpsesto territorial y su genoma multicultural.