A pesar de que la fachada principal de la basílica de San
Pedro del Vaticano ha recibido críticas desde el primer momento de su
construcción y de que los comentarios negativos nunca han cesado, su diseño
presenta méritos muy notables. La que es la imagen exterior del mayor templo de
la cristiandad católica es destacable como una valiosa muestra de la transición estilística del Renacimiento al Barroco a
través del Manierismo; también es subrayable como un ejemplo de composición
arquitectónica, con una geometría subyacente de gran simbolismo; o por su significativa iconografía,
ofrecida por esculturas, inscripciones y otros elementos ornamentales. Pero
entre sus valores, quizá el más sorprendente, sea el que la convierte en uno
de los juegos de escala y percepción más
impresionantes de la arquitectura occidental (con la complicidad de su
entorno urbano, en particular de la soberbia plaza de Bernini).
Exploraremos, desde este punto de vista, el diseño de Carlo
Maderno, recordando además las claves del denominado “orden gigante”
arquitectónico que utilizó, porque debemos distinguir entre el tamaño real de
las cosas, la magnitud que parecen tener y la impresión emocional que
despiertan sus dimensiones.