22 feb 2013

Madrid y Barcelona, “vivir en tiempos revueltos”: la dramática posguerra (Paralelismos y Divergencias entre Madrid y Barcelona, 9)


El contraste entre las aspiraciones “imperiales” y una realidad durísima. Arriba, imagen soñada de la zona comercial de la Avda. del Generalísimo de Madrid (futura AZCA). Debajo, poblado chabolista de Somorrostro en la playa, entre la Barceloneta y Poble Nou.
La Guerra Civil dejó a España devastada. En los primeros años de la posguerra, el país se encontraba absolutamente empobrecido por la contienda y aislado internacionalmente. La década de 1940 y buena parte de la de los cincuenta corresponden a un periodo autárquico, uno de los más duros y grises de nuestra historia.
Con la ardua tarea de la reconstrucción por delante, Madrid y Barcelona (igual que el resto de ciudades principales) comenzaron a recibir una inmigración sin recursos que huía del campo para intentar sobrevivir en las ciudades. La falta de vivienda hizo proliferar el barraquismo, levantando auténticas ciudades informales. Durante este primer periodo de la dictadura, Madrid y Barcelona se encontraron entre la infravivienda masiva y las insuficientes soluciones de emergencia arbitradas desde la Administración Pública y desde un incipiente sector inmobiliario.
No obstante, dentro de este panorama común, hubo matices que diferenciaron ambas ciudades. Madrid continuó siendo la sede del poder y esto le abrió unas oportunidades de las que careció Barcelona.
Madrid tuvo un Plan que pretendía convertirla en la capital “imperial” de la Nueva España: el Plan Bidagor, un plan urbanístico que encontró muchas dificultades en su aplicación.
Barcelona, sin esa influencia y obligada a ocultar muchas de sus señas de identidad, abrió un paréntesis de estancamiento urbano que la sumió en un letargo del que no empezaría a despertar hasta los años sesenta.


Toda España se enfrentó a una dramática posguerra. Los entornos rurales, empobrecidos luchaban contra la miseria, y vieron escapar de ellos a muchas personas que creían que la ciudad les ofrecería más oportunidades para sobrevivir (y que además les proporcionaba el anonimato que les ocultaría de la represión que se estaba produciendo).
Las grandes ciudades comenzaron a recibir una importante inmigración a la que no podían dar respuesta. Y este problema fue mayúsculo en Madrid y Barcelona.
Querer solucionar un problema y poder hacerlo son dos cosas diferentes. Se tardarían varias décadas en conseguirlo. Las dos ciudades se vieron desbordadas, asistieron a la consolidación de grandes extensiones de infravivienda que nacían como una sub-ciudad informal. Y las soluciones de emergencia para proporcionar vivienda nunca eran suficientes.
Pero aunque las dos ciudades compartieron el drama y la sensación de querer y no poder, Madrid llegó a formular un Plan General de Ordenación Urbana impulsado por las aspiraciones de los nuevos gobernantes que querían convertir a Madrid en una ciudad “imperial”. Pero el Plan Bidagor, que recogía muchas de las ideas propuestas en años anteriores, se vio pronto desbordado por el tsunami de la inmigración (y la falta de financiación).

Madrid y Barcelona, entre la infravivienda y las soluciones de emergencia.
Los barrios de infravivienda no eran una novedad en Madrid y mucho menos en Barcelona.
Durante el primer tercio del siglo XX, la Barcelona industrial atrajo muchos trabajadores inmigrantes de otras partes del país que no tuvieron otra opción que instalarse en barrios de chabolas. En Barcelona en la década de 1920 se calculaban unas 4.000 barracas que alojaban aproximadamente a 20.000 personas.
Los escasos recursos de los inmigrantes, la poca atención prestada a la vivienda desde las instituciones públicas (también con pocos recursos), la exigua capacidad de un sector de la construcción poco industrializado y el desinterés de los propietarios por el alquiler (tras las leyes de congelación de rentas) agravaron el problema de la vivienda para la clase trabajadora. Como consecuencia surgió la figura del realquilado y proliferación los barrios de infravivienda.
Barcelona. Ubicación de los principales núcleos de infravivienda.

Madrid. Ubicación de los principales núcleos de infravivienda a finales de la década de 1950 (imagen extraída del libro “Madrid” de Fernando Terán)
El problema empeoró notablemente tras la guerra civil. El déficit de viviendas provocado por las destrucciones o la precariedad en la que se encontraba la industria de la construcción agravó el problema del barraquismo de forma muy importante, forzando a las autoridades públicas, que nunca habían mostrado mucho interés hasta entonces, a tomar medidas.
Tras el final de la guerra se creó la Dirección General de Regiones Devastadas dependiente del Ministerio de Gobernación. Desde esa institución se promovería la Junta de Reconstrucción Nacional. En ese mismo año 1939, con la promulgación de la Ley de Viviendas Protegidas, que incluía la creación del Instituto Nacional de la Vivienda (INV), se puso en marcha el mecanismo para gestionar y financiar la construcción de viviendas sociales. No obstante, aunque se lanzaron algunas iniciativas, éstas resultaron muy insuficientes para acometer el gran problema del alojamiento de las clases más desfavorecidas.
En 1942 se creó la Obra Sindical del Hogar (OSH), como organismo de auxilio al INV, para que planificara y construyera polígonos de viviendas modestas.
La Ley de Viviendas de Clase Media o Bonificables (1944), la Ley de Bases del Régimen Local del año 1945, que configuró la administración municipal, y la Ley de Arrendamientos Urbanos que se promulgó en 1946, dibujaron un nuevo escenario para la promoción inmobiliaria. Se admitieron operaciones a través de “Planes Parciales” que definieran grandes zonas de actuación. La aprobación de un Plan Parcial suponía ventajas para el promotor ya que las obras se declaraban de utilidad pública de tal  manera que el acceso al suelo se podía realizar por medio de expropiaciones con el consiguiente abaratamiento del coste. En ese momento se puso en marcha un incipiente sector inmobiliario a través de la creación de varias empresas promotoras que comenzarían su labor apoyándose en ese marco normativo.
No obstante, la situación lejos de corregirse siguió deteriorándose. En Barcelona se calculó que a principios de la década de los sesenta existían cerca de veinte mil barracas y estudios realizados por el Ministerio de Vivienda cifraron en más de treinta mil las chabolas madrileñas con una población superior a las cien mil personas.
La magnitud del problema obligó a la aprobación de la Ley de Urgencia Social de 1957 que, apoyada en la mejora del contexto económico, marcaría el inicio de un periodo de mayor intensidad constructora que llegaría a paliar, en las décadas siguientes, la cuestión.

Barcelona
Alguno de los barrios de infravivienda de la Barcelona de posguerra, existían desde décadas atrás (como los conocidos Casa Antúnez, Campo de la Bota o Somorrostro) pero fue tras la guerra civil cuando alcanzaron extensiones verdaderamente preocupantes. Por ejemplo, solamente Somorrostro llegó a acoger a unas 18.000 personas en 1950.
Los núcleos de barracas existentes iban creciendo pero aparecieron otros nuevos, como los de El Carmel y La Perona, que llegaron a conformar una auténtica “ciudad informal”.
Aunque las construcciones de emergencia institucional no solucionaron el problema, iniciaron el camino para hacerlo. La OSH construiría la Urbanización Merididana (1945) y Nuestra Señora de la Merced (1948) y Joan Antoni Parera (1950) levantando más de mil viviendas hasta 1952. Por otra parte, el Gobierno Civil de Barcelona promovió el polígono Verdún con casi 1000 viviendas.
A partir de 1945, el Patronato Municipal de la Vivienda de Barcelona, que se había fundado en 1927, comenzó a ampliar antiguos grupos de casas baratas (Ramón Albó, Milans del Bosch, Eduard Aunós) pasando posteriormente a la edificación de polígonos propios (Torre Llobeta, La Verneda, Passeig Calvell, Can Clos, Turó Trinitat ó El Polvorí). Entre 1945 y 1952 construyeron unas 3.000 viviendas.
En 1952, con la celebración del Congreso Eucarístico Internacional y con el impulso del INV, se crea la entidad “Viviendas del Congreso” que tendría una vida larga y llegaría a construir más de cinco mil viviendas hasta el año 1972.
A pesar de los esfuerzos, el problema continuó haciéndose cada vez mayor, conforme se iba incrementando la inmigración que recibía Barcelona.
Barcelona. Polígonos de viviendas construidos entre 1945 y 1954 (imagen extraída del libro “Els polígons a Barcelona” de Amador Ferrer i Aixalà)

Barcelona. Polígono de la Verneda.
Barcelona. Polígono del Polvorín.

Madrid
Los barrios de infravivienda comenzaron a proliferar en diferentes zonas de Madrid: Tetuán, La Ventilla, Pozo del Tío Raimundo, Entrevías ó Carabanchel entre otros.
Madrid. Chabolas en las laderas del Arroyo Abroñigal (actual Calle 30)
Al margen de esta realidad, y como propuesta del nuevo orden, la Falange intentó un extravagante experimento en el Cerro de Palomeras que debía convertirse en el “primer poblado de la nueva España”.  Sus ideas, muy pintorescas y anacrónicas, no fueron materializadas y Palomeras acabó recibiendo programas de vivienda modesta convencionales.
Durante los años cuarenta, la OSH, construyó barrios como  Virgen del Pilar, Nuestra Señora del Buen Suceso y San José Obrero en Carabanchel Alto. Por su parte el Ayuntamiento reconstruyó algunas colonias como Moscardó y Cerro Bermejo, creando en 1944 el Patronato Municipal de la Vivienda con el fin de levantar barrios de clases modestas (como Molino de Viento, Paseo de los Olivos o el poblado de San Cristóbal de la E.M.T.)
Algunos ministerios también crearon patronatos de vivienda y construyeron algunos barrios como el Barrio Manzanares. Incluso algunas empresas dependientes del Instituto nacional de Industria (INI) hicieron lo propio para sus empleados, como el Barrio de la carretera de Aragón, cercano al polígono de Canillejas o la Ciudad Pegaso en la zona de Barajas.
También la Comisaría para la Ordenación Urbana de Madrid y sus Alrededores, aunque su misión no era la de promover viviendas, creó colonias como la Ventilla, Pueblo Nuevo y San Blas para realojar expropiados.
A partir de la Ley de Bases de Arrendamientos Urbanos surgieron varias compañías que presentaron operaciones concretas, dando comienzo a un incipiente sector inmobiliario privado. En 1946 se constituyeron empresas como Urbis, Bami (inmobiliaria vinculada al Banco Mercantil e Industrial) ó Vacesa (Inmobiliaria Vasco-Central, vinculada al Banco de Vizcaya) entre otras. Las compañías nacientes levantaron barrios nuevos para las clases medias como por ejemplo el Niño Jesús desde 1947 ó La Estrella en 1955 (ambas de Urbis), la “ciudad satélite” de Mirasierra iniciada en 1949 (promovida por Juban) o la operación de Arapiles a partir de 1953 (impulsada por la empresa Vallehermoso). A partir de 1954, con las nuevas normas sobre Protección Oficial, fueron apareciendo Moratalaz, El Pilar, Ciudad de los Angeles, Parque de las Avenidas, etc.
No obstante, en sintonía con lo que sucedía en Barcelona y el resto de las principales ciudades, el problema estaba muy lejos de solucionarse, dado que además Madrid era la ciudad que mayor inmigración recibía. Y lo peor estaba todavía por llegar.
Madrid. Polígonos de viviendas promovidos oficialmente durante las décadas de 1950 y 1960 (imagen extraída del libro “Madrid” de Fernando Terán)
Madrid. Bloque Niño Jesús (viviendas “herrerianas” levantadas por la inmobiliaria URBIS).

Madrid. Colonia de Nuestra Señora del Carmen.

Aspirando a un Madrid “Imperial”: El Plan Bidagor.
El hecho de que Madrid hubiera sido el símbolo de la resistencia contra las fuerzas franquistas hizo pensar en desposeer a la ciudad de la capitalidad del país, pero con la decisión final de mantenerla, se intentó convertirla en el símbolo de la nueva España que surgía de la guerra civil.
Madrid, especialmente en el Noroeste, había sufrido intensamente la contienda y barrios como Argüelles o la zona universitaria se encontraban prácticamente arrasados. Y la necesidad de reconstruir las áreas destruidas se vio como la oportunidad para establecer esa nueva imagen deseada para la ciudad.
En el mismo año en que concluyó la Guerra Civil, en 1939, se constituyó la Junta de Reconstrucción de Madrid. Desde ella se encargó al arquitecto y urbanista Pedro Bidagor (1906-1996) la redacción de un Plan de Ordenación de la ciudad (que acabaría siendo conocido por el nombre de su director.
Según Fernando Terán, para la definición del futuro de Madrid compitieron tres tendencias: “la ideología falangista aplicada a la elaboración teórica de un concepto propio de ciudad; la continuidad de los modelos universales de planificación urbana elaborados por la cultura internacional, y la cruda dinámica del capital que, sin necesidad de cobertura teórica, utiliza la ciudad como campo de localización privilegiada de usos rentables del suelo”.
La primera será la gran derrotada en favor de la tercera. La quimera falangista, al igual que la de las racionalidades ordenadoras, cedieron el paso y al final Madrid se definirá a través de la alianza directa entre la Administración y el Capital.
El Plan General de Ordenación Urbana de Madrid, estaba finalizado en 1941 pero no recibió su aprobación definitiva hasta 1946. Este Plan presentaba un modelo para el futuro crecimiento de la ciudad basado en la configuración de un núcleo central de extensión limitada y circunvalado por una corona periférica de unidades autónomas separadas, entre sí y del centro urbano, por anillos y cuñas verdes. Hay que recordar que todavía no se había producido en esos años la anexión de los municipios limítrofes.
Imagen general del Plan General de Ordenación urbana de Madrid de 1946.

No fue un plan innovador sino que recogió muchas de las propuestas planteadas en los años previos a la guerra (principalmente del conocido como Plan Zuazo de 1929), aunque dotándolas de una imagen diferente, fuertemente ideologizada siguiendo el nuevo espíritu de exaltación nacional

El Plan Bidagor se estructuraba en doce apartados básicos:

1. La capitalidad. El Plan se preocupó en ordenar la ciudad para que cumpliera mejor su misión representativa, el “Madrid Imperial”. Se destacaban varias zonas:
  • El valle del Manzanares, con  la llamada cornisa imperial sobre el rio con tres edificios representativos (con la Catedral que debería ser terminada, el Palacio Real que recuperó su denominación de Alcázar y un nuevo edificio para la Falange que se construiría sobre el solar del cuartel de la Montaña)
  • El barrio de Argüelles que debería ser reconstruido para transformarse en un núcleo administrativo-burocrático.
  • La avenida del Generalísimo, que sería potenciada con su ampliación hacia el norte.

2. Ordenación ferroviaria. Este apartado significó una continuación de lo expuesto en el Plan Comarcal de 1935. Las propuestas más importantes eran:
Terminal de enlace Chamartín-Atocha. Chamartín recibiría las líneas procedentes del Norte mientras que Atocha las del Sur.
Establecimiento de dos grandes estaciones de clasificación en Getafe y Fuencarral unidas por líneas de circunvalación.

3. El Plan de Accesos. Los accesos a Madrid (salvo la carretera de la Coruña) se realizaban constreñidos entre los suburbios surgidos a lo largo de las antiguas vías con anchos insuficientes y una imagen inapropiada para la capital.  Los nuevos accesos debían evitar los obstáculos y dejar a un lado esos suburbios que proyectaban una imagen negativa de la ciudad. Se trazaron seis nuevas carreteras que enlazaban con los dos ejes ortogonales N-S y E-O:
  • La carretera a Francia desde la prolongación de la Castellana evitando Fuencarral.
  • La carretera de Barcelona por María de Molina desviándose de Canillejas, Pueblo Nuevo y Ventas.
  • La carretera de Valencia busca un nuevo trazado que la aleje de Vallecas.
  • La carretera de Extremadura por la Casa de Campo.
  • La carretera de la Coruña por la Ciudad Universitaria.
  • La carretera de Toledo.
Se proponían tres nuevas vías muy representativas para el acceso a la ciudad por el oeste: la Vía de la Victoria, la Vía del Imperio y la Vía de Europa (que no llegaron a realizarse).
Estos accesos se completarían con dos circunvalaciones: una que uniría los pueblos periféricos y otra interior de servicio urbano.
Plan de accesos del Plan Bidagor.

4. Zonificación. El concepto de zonificación se incorpora al urbanismo español ya en el Plan General de Extensión de 1922. Se proponía crear diversas unidades con personalidad propia constituidas por barrios, distritos y poblados satélites relativamente autónomos. Igualmente se zonificaban los usos, distinguiendo entre zonas comerciales, residenciales, industriales y zonas verdes.
En cuanto a la filosofía general del Plan sobre la estructura de la ciudad, Bidagor parte de la definición de tres núcleos de ciudad:
  • El núcleo representativo,
  • El de vivienda y servicios, organizando la ciudad en distritos y barrios (un distrito se componía de 100.000 habitantes  y se dividía en cinco barrios). Cada barrio tenía funciones concretas y se le asignaban espacios específicos, y
  • El satélite, sede de la industria.

5. La reforma interior de la ciudad antigua. Las reformas previstas para el casco histórico no siempre coinciden con las dispuestas por Zuazo en 1929, pues el cambio de mentalidad obliga a sustituir los bloques racionalistas por espacios con un marcado sentido “herreriano”. Se proponía, fundamentalmente, proteger las zonas histórico-artísticas, reducir la densidad (de tráfico y de habitantes), trasladar los edificios públicos y realizar mejoras sanitarias.

6. Prolongación de la Castellana (que entonces se llamó Avenida del Generalísimo). El Plan realizaba el planteamiento definitivo de la nueva vía estructurante de Madrid. Se incluyó una nueva zona comercial (AZCA) cuyo objetivo era descongestionar el centro (programando un palacio de exposiciones, edificios de oficinas, hoteles, salas de espectáculos, edificios colectivos de comercio, zonas de paseo y aparcamientos de vehículos)
Ampliación del paseo de la Castellana (Avenida del Generalísimo) de Madrid.
Imagen de la zona comercial de la Avenida del Generalísimo de Madrid (futura AZCA). El rascacielos de impronta herreriana ocupaba aproximadamente la esquina de la actual torre del BBVA.

7. La terminación del Ensanche. Las propuestas sobre el remate del Ensanche consistían en forzar la edificación de los solares existentes, retomar los espacios libres proyectados por el Plan Castro, definir zonas comerciales, ordenar los usos, suprimir medianerías o prohibir la construcción de viviendas interiores.

8. Ordenación del extrarradio. Se pretendía ordenar el extrarradio agrupando en dos categorías, los espacios en contacto directo con el casco y los separados.

9. Suburbios. Los suburbios reciben una reestructuración en distritos y barrios con una ordenación del viario y de la edificación, creando recintos de pequeña industria y estableciendo espacios verdes interiores.

10. Límites de la ciudad y anillos verdes. El Plan establece la creación de tres anillos
Un primer anillo verdeen contacto con la edificación, tratado como fachada general de la ciudad. Estaría formado por las vaguadas del Manzanares, y de los arroyos Abroñigal (por el este) y Pinos (por el norte). D
Un segundo anillo enlazando los suburbios y los poblados de servicio de las zonas industriales que se situarían a lo largo del ferrocarril de circunvalación.
Un tercer anillo exterior.
Las zonas verdes proyectadas en el plan para delimitar el crecimiento de Madrid van a ir desapareciendo. La necesidad de suelo edificable para acoger el espectacular aumento de población emigrante hará inviable estas propuestas.

11. Ordenación industrial. El Plan clasificó la industria atendiendo a su producción y servicio a la ciudad. En este sentido se previeron tres situaciones para la industria: dispersa por el caso urbano, concentrada en núcleos o manzanas industriales, y concentrada en zonas (polígonos) industriales.

12. Poblados satélites. Esta idea, lanzada por Zuazo, fue concretada al seleccionar el emplazamiento de los diferentes poblados apoyándose en los núcleos existentes. Se clasifican en tres categorías: poblados de servicio de las zonas industriales y militares, poblados de albergue de población modesta que trabaja en Madrid y poblados de residencia de habitantes que deseaban un medio menos denso que el casco urbano y mayor contacto con la naturaleza.
Los poblados satélites se sitúan en núcleos periféricos ya existentes como Aravaca, Fuencarral, Chamartín, Hortaleza, Vallecas, Vicálvaro,...

La realidad pondría muchas dificultades a su aplicación. La extraordinaria inmigración que recibe el Madrid de posguerra, que desbordó todas las previsiones, y la falta de financiación hicieron imposibles muchos de los planteamientos iniciales, como por ejemplo la deseada reserva de zonas verdes. El nuevo gobierno, que había comenzado planteando reformas trascendentales para la ciudad, acaba olvidándose de ellas y Madrid crece de espaldas al Plan, surgiendo una fuerte especulación del suelo y una periferia anárquica en la que crecieron numerosos suburbios espontáneos.

Cambiando el ciclo, de la autarquía al desarrollismo
La etapa política que comienza en España en 1951 refleja una reorientación de los criterios autárquicos. Es el comienzo de una tímida liberalización y una apertura hacia el exterior que, poco a poco, dio paso a los modelos neocapitalistas occidentales.
La tensión política originada por el enfrentamiento entre los defensores del modelo autárquico y los partidarios de la aplicación del liberalismo económico se saldó finalmente con un importante cambio en el Gobierno. Era el año 1957 y el triunfo de la nueva filosofía liberal dio paso a una reforma que culminaría con el Plan de Estabilización de 1959. Esta reforma preparó el despegue económico de los años sesenta, con una serie de cambios internos en el país que fortalecieron de los sectores industrial, de servicios y financiero en detrimento del agrario. Fue el inicio del periodo conocido como “desarrollismo” que modificó sustancialmente la realidad nacional.
El nuevo contexto económico y las modificaciones normativas aprobadas (como la Ley de Viviendas de Renta Limitada de 1954, la Ley del Suelo de 1956, el Plan Nacional de Vivienda del mismo año o el Plan de Urgencia Social de 1957) inaugurarían una etapa que resultaría crucial para la evolución urbana de Madrid y Barcelona. Pero este tema será analizado en una próxima entrega.


La serie sobre los Paralelismos y Divergencias entre Madrid y Barcelona cuenta con las siguientes entradas:

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