Plaza de los Fueros de Pamplona, Plaza del Ayuntamiento
de Logroño y Plaza del Cardenal Belluga de Murcia.
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La arquitectura
de Rafael Moneo siempre hunde sus raíces en el contexto en el que se integra
para emerger con fuerza alimentada por ese sustrato. Las referencias históricas
y las preexistencias del entorno se manifiestan en las formas y en los
materiales, en las composiciones y en las articulaciones, de manera que cada
propuesta queda vinculada inseparablemente al lugar que ocupa, con un
compromiso por “hacer ciudad”. Por estas razones, Moneo, un maestro
internacionalmente reconocido por su obra arquitectónica, es también un
referente en el diseño de espacios urbanos.
Vamos a
aproximarnos a tres obras, tres plazas que ofrecen algunas claves del
pensamiento urbano de Moneo: la Plaza de los Fueros de Pamplona (1975),
la Plaza
del Ayuntamiento de Logroño (1981) y la Plaza del Cardenal Belluga
de Murcia (1998).
En la primera, el reto era doble, dado que a la necesidad de
solucionar un complejo nudo de tráfico se le sumaba el desafío de lograr una
identidad para un espacio difuso e informe, sin disponer del apoyo de la
arquitectura. El caso de Logroño fue diferente porque la construcción del nuevo
Ayuntamiento de la capital riojana definiría este espacio emblemático para la
ciudad. Finalmente, en Murcia, en un lugar consolidado y de alto contenido
histórico, un nuevo edificio y la remodelación del plano horizontal permitirían
a la plaza recuperar una dignidad que había extraviado.
Murcia,
Pamplona y Logroño son ciudades de la escala intermedia española. Aunque la
primera es mayor, con una población de 439.712 en 2014, Pamplona en ese mismo
año contaba con 196.166 habitantes y Logroño con 151.962. Las tres son
capitales de regiones autónomas uniprovinciales (la región de Murcia, Navarra y
La Rioja, respectivamente) y son la referencia absoluta en su entorno. Las tres
ciudades comparten el hecho de contar con sendas plazas, creadas o remodeladas
por Rafael Moneo, que se han convertido en espacios urbanos referentes.
Rafael Moneo
nació en Tudela (Navarra) en 1937. Su biografía profesional es muy conocida. A
su dilatada e influyente carrera debe sumarse su magisterio en diversas
escuelas de arquitectura, nacionales e internacionales. En 1996 recibió el
premio Pritzker como reconocimiento a
su sobresaliente trayectoria.
El contexto es una de las fuentes que
nutren los proyectos de Moneo. Además, sus obras arquitectónicas manifiestan una vocación de
construcción urbana, de “hacer ciudad”, expresada en diálogos inteligentes con
el entorno, donde los argumentos son variados (integrar, subordinar,
yuxtaponer, articular, contraponer, etc.)
Las tres
plazas presentadas son muy diferentes, resultado de circunstancias distintas
para cada caso. No obstante, tienen en común su condición de lugares con una personalidad poderosa, que refuerzan la
identidad de la ciudad ofreciendo iconos capaces de incorporarse rápidamente al
imaginario colectivo.
Pamplona. Plaza de los Fueros (1970-1975).
Plaza de los Fueros de Pamplona, ortofoto.
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Pamplona, la
capital de Navarra, es una ciudad con una larga historia. Sus dos nombres
oficiales (Pamplona e Iruña) recuerdan su “doble” fundación. Por una parte, Iruña se refiere al
asentamiento de los vascones que habitaban la zona desde tiempos remotos y, por
otra, Pamplona (Pompaelo
originalmente) alude a la romanización del poblado por el general Cneo Pompeyo
en el año 75 d.C.
Un rasgo
peculiar en la evolución urbana de Pamplona es que presenta unas cuantas yuxtaposiciones de tramas diferenciadas que
han ocasionado dificultades de enlace entre ellas. Por ejemplo, en la época
medieval, convivirían tres burgos independientes (Navarrería, San Cernín y San
Nicolás) perfectamente separados, incluso con murallas, aunque acabarían
integrándose en 1423. Por otra parte, esa Pamplona unificada sería amurallada y
reforzada con una importante Ciudadela a lo largo del siglo XVI. Esta
Ciudadela será en un elemento trascendental en el desarrollo urbano de la
ciudad y, particularmente, para sus Ensanches,
a los que condicionaría enormemente.
Pamplona se
mantuvo en el interior amurallado hasta el siglo XX (el modesto Primer Ensanche decimonónico se
realizaría en el interior del recinto, sobre los glacis de la Ciudadela). Pero
en 1915 se comenzó a derribar la cerca meridional para posibilitar la construcción
del Segundo Ensanche a partir de 1920.
Años después, la industrialización y el incremento demográfico derivado
impulsarán la creación de nuevos barrios, como La Milagrosa en el sur, durante los años cincuenta, o el llamado Tercer Ensanche que, en los años setenta
y ochenta, desarrollará barrios como San
Juan o Iturrama, más allá de la
Ciudadela.
Algunos de
estos crecimientos (Segundo Ensanche,
La Milagrosa e Iturrama), y la propia Ciudadela, convergían en un punto en el que se manifestaba un problema urbano. Sin
solución de continuidad entre tejidos muy diferentes y con una gran intensidad
del tráfico procedente del sur (de Zaragoza y la ribera navarra, así como de
los polígonos industriales meridionales), la zona se había convertido en una
asignatura pendiente para Pamplona, que sería aprobada con nota gracias a la Plaza
de los Fueros.
Plano del Segundo Ensanche de Pamplona. Por el suroeste
aparecen las vías ferroviarias que terminaban en la Estación Plazaola-Irati,
junto a la Avenida de Zaragoza.
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La Plaza
de los Fueros.
El sitio de
la Plaza de los Fueros era la “falla” entre las “placas tectónicas” del Segundo Ensanche y la Ciudadela. Esta colisión quedaba
dramáticamente subrayada por un trazado ferroviario de vía estrecha que finalizaba
en la estación Plazaola-Irati, que
ocupaba la gran manzana existente entre las calles Yanguas y Miranda, Plazaola,
Tudela y Conde Oliveto. Plazaola era el nombre de la línea que
unía Pamplona con San Sebastián desde 1914 e Irati era la denominación del recorrido entre Pamplona y Sangüesa,
conectadas desde 1911. Aunque esos trenes dejarían de dar servicio en 1955 y,
tanto la estación como las vías desaparecerían (dejando un gran solar vacío),
los crecimientos al sur con barrios como La
Milagrosa o Iturrama
acrecentarían el problema de articulación urbana creando un espacio informe.
Además, la
zona tenía problemas añadidos, como el intenso y creciente tráfico rodado existente,
puesto que la carretera de Zaragoza era uno de los accesos principales de
Pamplona (desde el sur). También, la reunión de numerosas vías del entorno (carretera de Zaragoza, Avenida de Galicia, la circunvalación de
la Ciudadela, Yanguas y Miranda,
etc.) sin un adecuado enlace convertía la distribución del tráfico hacia el resto
de la ciudad en una tarea complicada. Con todo ello, las conexiones peatonales entre
los barrios era una aventura muy peligrosa.
Así pues, los
objetivos de la imperiosa reforma de la zona estaban claros: reordenar el
tráfico rodado, facilitar los cruces peatonales, crear un lugar de encuentro
para los barrios y proporcionarle una identidad.
El proceso de
gestación fue largo. En 1965 se redactó el Plan Parcial (por parte de Estanis
de la Quadra Salcedo) que buscaba una ordenación para ese enrevesado espacio.
En 1970 se contrató el diseño de la plaza a los arquitectos Rafael Moneo y
Estanis de la Quadra Salcedo (que contaron con la colaboración del ingeniero de
caminos Enrique Aldama y Miñón). Dos años después el proyecto fue aprobado
definitivamente para comenzar sus obras en el otoño de 1973. Tras veintiún
meses de obra, en verano de 1975, la Plaza de los Fueros, con sus
aproximadamente 18.000 metros cuadrados de superficie, fue inaugurada.
La Plaza de los Fueros en fase construcción y recién
terminada.
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Los
arquitectos se enfrentaron a un reto importante y no contaban con la ayuda de
una arquitectura que pudiera sugerir directrices. Porque la heterogénea arquitectura del entorno,
con grandes contrastes tipológicos, estilísticos, volumétricos y de calidad, no
solo no ofrecía bases sobre las que apoyarse sino que complicaba enormemente la
creación de un espacio coherente. Allí se reúnen, por ejemplo, obras tan
destacadas como la Iglesia de la
Milagrosa (iglesia de los Paúles), construida en 1928 por Víctor Eusa (1894-1990),
el arquitecto que forjó la imagen moderna de Pamplona; y también la Casa de la Misericordia, institución
benéfica centenaria cuya sede sería proyectada igualmente por Victor Eusa en
1927 e inaugurada en 1932. Estas dos obras, aunque comparten autor e
inspiración expresionista, son muy diferentes tanto funcionalmente como en
cuanto a su relación con la ciudad, dificultando la consideración conjunta del
lugar. Junto a estos dos hitos arquitectónicos se disponían compactas manzanas
de viviendas convencionales de diferentes épocas, grandes vacíos ajardinados y
solares resultantes del planeamiento de esa área, que se irían completando con
el tiempo. Entre estos es destacable por su influencia en la imagen del
entorno, el edificio Azkoyen, una
torre de 14 plantas conocida popularmente como “los txistus”, que se construyó
a la vez que la plaza (entre 1973 y 1975). Por su parte, Moneo conocía bien la
zona puesto que había proyectado, en 1969, el edificio de viviendas de la calle
Plazaola 2, sobre el solar de la
antigua estación Plazaola-Irati
(junto a este edificio residencial se levantaría, en la esquina de la calle Yanguas y Miranda con Plazaola, el último edificio del sector,
la Delegación del Ministerio de Economía y Hacienda, proyectada en 2005 por la
arquitecta Yolanda García Vázquez).
El esfuerzo
de los arquitectos se dirigió a conseguir compatibilizar una “glorieta” para
los vehículos con un “plaza” adecuada para la vida y el encuentro de los
ciudadanos. La idea funcional y formal es sencilla: un anillo elíptico exterior para la circulación rodada, que actúa como
una rotonda de tráfico y envuelve a un espacio peatonal interior de forma
circular. Este círculo, que queda en una cota inferior respecto a su
entorno, presenta un diámetro mucho menor y forma una “tangencia” con el óvalo
por el sureste, junto a la Avenida de
Zaragoza. La depresión del nivel de la plaza permitiría aislarla del ruido
exterior y proporcionarle unos límites visuales comprensibles frente al caos
exterior.
Esta
geometría curva surgía naturalmente del análisis de los flujos (rodados y
peatonales). De ahí nacieron el círculo base y el óvalo envolvente. El círculo emergería como la pieza
fundamental de la propuesta, tanto desde el punto de vista funcional (es la
plaza peatonal) como desde una óptica simbólica. El mundo de los toros, tan
vinculado a Pamplona (destacando los archiconocidos “encierros” de las fiestas
de San Fermín), se convirtió en la base referencial. El círculo interior de la
Plaza de los Fueros recogería algunos de los rasgos de los cosos taurinos para
realizar un guiño contextual. Lo hacía con su forma, con sus accesos o con
gestos como el banco corrido de madera pintada de rojo que acompaña casi todo
su perímetro.
Imagen de la Plaza de los Fueros y debajo de la Plaza
de Toros de Pamplona como referencia simbólica y formal.
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Entre el
círculo y la elipse se extienden unas superficies
ajardinadas con leve pendiente, cuya plantación de árboles, dispuestos
irregularmente, aunque formando grupos, pretendían recordar las tres zonas
forestales del territorio navarro: la zona norte, con sus estibaciones
montañosas de los Pirineos, pobladas de pinos, abetos y hayas; la zona Media, caracterizada por los robles y
las encinas; y, en el sur, la Ribera del rio Ebro, con los pinos de las
Bardenas. Estas “praderas” daban continuidad al “verde” de la Vuelta del
Castillo introduciéndolo en la plaza, mientras que en el lado opuesto, la
tangencia entre las dos curvas obligaría a la construcción de un muro de contención que salvara el
desnivel entre la vía y la plaza (y que será objeto de polémicas por la
instalación de murales en su superficie, como veremos más adelante).
Imágenes diversas sobre los accesos peatonales a la
plaza (década de 1990).
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Los accesos son otra de las señas de
identidad de la plaza y un poderoso refuerzo para la analogía taurina (las
salidas de toriles). La entrada al recinto interior se produce a través de tres
pasos subterráneos que cruzan bajo el anillo rodado perimetral y enlazan con
las calles del entorno a través de rampas, evitando cruces peligrosos: por el
este con la Avenida de Galicia, por
el oeste con la Vuelta del Castillo y por el sur con la Avenida de Sancho el Fuerte y la calle Abejeras. Estos “túneles” ofrecen transiciones muy “efectistas” entre
el espacio exterior e interior, ambos amplios y luminosos, gracias a una fuerte
compresión espacial (en anchura y altura). El peatón, tras sufrir ese efecto,
queda descomprimido radicalmente al acceder al espacio central. Se pretendieron
ubicar algún bar y unas tiendas en los pasos subterráneos pero esa idea no se
llevó a cabo. Junto a los pasos este y sur, enmarcando el muro de contención, dos
escaleras ascienden hasta el nivel del tráfico rodado, aunque su objetivo no es
tanto el cruce (de hecho, no se facilita dada la ausencia de pasos de cebra),
sino el convertirse en una especie de mirador hacia el interior de la plaza,
como un primer anfiteatro para observar las actividades que allí se celebran.
Vistas aérea de la Plaza de los Fueros, arriba desde el
sur y debajo desde el norte.
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Los tres
accesos se ven reflejados en el pavimento
gracias a un encintado de piedra que los conecta formando un triangulo curvo, que
se superpone a la base general formada por adoquines (negros y grises). El
recorrido entre las salidas este y sur acota además un parterre fusiforme elevado
de césped que antecede al muro de contención ya mencionado.
La plaza
pronto recibió la aprobación ciudadana manifestada por el intenso uso (aunque
estacional). Allí acuden los vecinos, fundamentalmente ancianos y niños, ha
disfrutar de ese nuevo espacio público que, por otra parte, también es muy
utilizado para diferentes eventos, como exposiciones, citas deportivas, conciertos
o festivales de danza.
Competición de aizkolaris (cortadores de troncos) en la
Plaza de los Fueros.
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Un elemento
particular, ajeno al diseño original es el recubrimiento del muro que salva el
desnivel en el punto de tangencia entre círculo y el óvalo. Esta pantalla
delimitadora fue utilizada espontáneamente como soporte para grafitis y
mensajes de todo tipo con reivindicaciones políticas y sociales. Por eso se
decidió cubrir ese plano vertical (52 metros de largo por 3 de alto) con un mural decorativo. Se convocó con ese
fin un concurso en el que se seleccionó la propuesta presentada por Miguel Angel
Elizondo, un mural cerámico abstracto (“Continuidad en curvas”) que se realizó
en 1984. Años después en 2001 ese mural sería sustituido por otro de carácter
figurativo, con motivos emblemáticos de la ciudad, realizado por Natalia Villar
(en colaboración con alumnos de la Escuela de Artes y Oficios). Este mural se
restauró en 2007 y es objeto de polémica actualmente ya que, en diciembre de 2014,
la autora reclamó al Ayuntamiento daños y perjuicios a la propiedad intelectual
por su estado de deterioro.
Plaza de los Fueros. Arriba el mural pintado en 2001,
debajo el mural cerámico de 1984.
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Con la Plaza
de los Fueros de Pamplona, Moneo se enfrentaba al reto de crear un “lugar” donde no existía y lo hizo con unos
recursos esenciales, procedentes de la gramática mínima arquitectónica, creando
un hito para la ciudad y un admirable ejemplo para el diseño de espacios
urbanos.
Logroño. Plaza del
Ayuntamiento (1973-1981)
Plaza del Ayuntamiento de Logroño, ortofoto.
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Logroño es
una ciudad de escala intermedia en España. A pesar de sus orígenes antiguos
(fue fundada por los romanos) y de que durante la Edad Media tuvo cierta
relevancia gracias a que el Camino de Santiago pasaba por ella, su desarrollo
fue modesto y tuvo que esperar hasta el siglo XX para superar la cifra de
20.000 habitantes. Su desarrollo principal se produjo a lo largo de esa
centuria, especialmente en su segunda mitad impulsado por la industrialización
y por su papel como centro administrativo (es actualmente la capital de la
Comunidad Autónoma de La Rioja).
Entre los
hechos puntuales pero relevantes para la historia urbana de la ciudad, cabe
destacar la construcción de dos grandes
cuarteles militares a finales del siglo XIX. Se ubicaron en los extremos del
Logroño de aquel entonces, uno al este (Cuartel de Caballería) y otro al oeste
(Cuartel de Infantería), aunque ambos desaparecerían durante el último tercio
del siglo XX.
El primer
cuartel, el construido en la parte oriental de la ciudad, junto a la actual Avenida de la Paz, fue levantado tras
las Guerras Carlistas. Logroño, y La Rioja en general, se habían visto muy
afectados por ese conflicto y la ubicación de cuarteles militares buscaba
afianzar la paz alcanzada. Se construyó en 1878 según proyecto del arquitecto
Francisco de Luis y Tomás. Inicialmente alojó al Regimiento de Caballería Alfonso XII, pero terminaría recibiendo al
Doce Regimiento Ligero de Artillería.
No obstante, este destacamento sería trasladado a Pamplona y el edificio pasaría
a estar ocupado por el Regimiento 46 de
Artillería procedente de Vitoria. Pero el caserón acabaría resultando
inadecuado para las crecientes necesidades militares y el regimiento se trasladaría
al cuartel de poniente. Con esa decisión, el inmueble quedó abandonado y sería
demolido en la década de 1960. Sobre el solar resultante se levantaría uno de
los edificios emblemáticos del Logroño contemporáneo, el nuevo Ayuntamiento.
A la izquierda el edifico del cuartel de la Avenida de
la Paz antes de su derribo.
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Respecto al
segundo cuartel, que había sido erigido en las afueras occidentales de la
ciudad en 1887, fue proyectado por José Herrero de Tejada y dedicado al General
Urrutia. Planteado como Cuartel de Infantería, acabaría recibiendo, como hemos
comentado, a un regimiento de artillería. Este acuartelamiento sería igualmente
demolido en 1996 y en su lugar se levantaría un conjunto residencial (conocido
como las “Palazzinas”), cuyo proyecto
básico redactó también Rafael Moneo en 1998.
La Plaza
del Ayuntamiento.
El cuartel de
la Avenida de la Paz condicionaba el
desarrollo del sector oriental logroñés, tanto por la presencia del inmenso edificio
obsoleto como por la reserva que los militares tenían sobre su zona posterior
(actual calle Tricio), zona que
utilizaban como espacio auxiliar para los talleres de reparaciones necesarias
para vehículos y armamento del regimiento.
Su derribo
abrió una oportunidad urbana tanto en lo referente a la extensión oriental de
la ciudad como en cuanto al propio solar, sobre el que se decidió levantar el
nuevo Ayuntamiento de la ciudad. El encargo del nuevo consistorio fue un reto
para Moneo, puesto que se trataba de concebir el edificio cívico más importante
de Logroño y, además, aprovechar la ocasión para “construir “ciudad, creando
una gran plaza que debía encontrar una identidad.
Moneo siempre
ha reconocido la importancia que este edificio y su plaza han tenido en su trayectoria
profesional. El proyecto supuso, quizá, el despegue definitivo de su carrera.
Moneo declaró que “con ese tipo de
arquitectura quería hacer un ayuntamiento que no fuese solo un edificio vistoso, sino un pedazo de la ciudad misma,
y ese fragmento es la plaza que hoy ha quedado configurada y definida por los
árboles y por un salón de actos que da paso a algo que antes tampoco existía,
que es el bulevar que da al río” (entrevista concedida a Estíbaliz Espinosa
y publicada en el Diario La Rioja el
06.11.2011). El proyecto se desarrolló entre 1973 y 1974 para dar comienzo en 1976 a unas obras que durarían hasta 1981.
Plano y perspectiva del proyecto del Ayuntamiento de
Logroño y su plaza triangular.
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El proyecto,
según el arquitecto José Miguel León (antiguo colaborador en el estudio de
Moneo), “nace del entendimiento de tres
aspectos fundamentales: la imagen,
es decir, que el edificio como Ayuntamiento tenga un grado de dignidad; su relación con la ciudad, enlaza la
Escuela de Arte, el Espolón y los jardines del Instituto Sagasta y completa un
recorrido urbano a través del futuro parque del Ebro; y su organización, haciendo patentes las tres piezas del edificio, el
área político-representativa, el área administrativa y el área socio-cultural”.
Para ello se apoya en una geometría de lo oblicuo, «que tiene que ver con la voluntad de abrir el edificio a la ciudad y
con acercar ésta al río por el camino más corto, pero también con aquella
visión artística que entiende lo oblicuo como alternativa y complemento de lo
ortogonal, con capacidad para introducir dramatismo y dinamismo en la
arquitectura” (citado por Maite Iñigo en su artículo “La huella riojana de
Moneo” publicado por el Diario El Correo
el 27.05.2012)
Así pues, el
edificio presentaba una peculiar
formalización articulando tres piezas muy diferentes. Las dos principales
son dos bloques de planta triangular, el de poniente que alberga las áreas
públicas del edificio, como el salón de plenos, órganos políticos, conferencias
y exposiciones; y el oriental, de mayor tamaño, que acoge los usos administrativos.
La tercera pieza de la composición se sitúa al norte, tras las anteriores, es
más pequeña y su cometido es servir de auditorio para la programación de actos
y celebraciones. Además, actúa como pórtico desde el que arranca el Paseo
de la Constitución que dirige hacia el rio Ebro.
Imagen aérea del Ayuntamiento de Logroño y su plaza
triangular. Tras el auditorio arranca el Paseo de la Constitución que conduce
al rio Ebro.
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Las piezas
triangulares comparten un lado común alineándose al norte, y se abren hacia el
sur de forma que los lados oblicuos corresponden con la fachada principal del
edificio y en consecuencia actúan como el gran telón de fondo de la plaza. Este
diedro, diagonal respecto de la trama urbana crea una plaza triangular (aunque en realidad es un cuadrilátero)
que apoya su lado largo en la Avenida de
la Paz y queda tensionada por el vértice opuesto, en donde se encuentra el
acceso al edificio, en un gesto de gran eficacia funcional y alto contenido
simbólico.
Su delimitación es heterogénea, comenzando por las propias fachadas
del Ayuntamiento que muestran un carácter bien diferente. La fachada corta es
rotunda, maciza, compacta, con unos robustos
soportales de una planta de altura, mientras que la fachada larga es
matizada por la presencia de unos delgados pilares de casi la misma altura que
el edificio y que soportan una marquesina muy elevada. Aunque en ambos casos la
composición es rítmica y modulada el contraste es notable. La primera,
aparentemente más sólida, muestra porosidad en la planta baja de los soportales
(recordemos que aloja el programa público). En cambio, la segunda,
aparentemente más delicada se cierra en su totalidad tras la “veladura”
ofrecida por los esbeltos pilares. No obstante, el mayor contraste se produce
entre estos dos alzados arquitectónicos y el resto de las “fachadas” de la
plaza, que son alineaciones de árboles (plátanos) que proporcionan el cerramiento
visual. Los árboles actúan como elementos de transición entre la Avenida de la Paz, y por tanto entre la
ciudad, y la plaza, a modo de una membrana permeable que facilita el tránsito
entre el flujo de la circulación de la avenida y la estancia propuesta en la
nueva plaza del ayuntamiento.
Imágenes de la Plaza del Ayuntamiento de Logroño
mostrando sus diferentes fachadas (incluso la “verde”)
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El proyecto general
ofrece un delicado equilibrio de
contrastes, que se expresan principalmente en el edificio pero que
condicionan a su espacio delantero, que además cuenta con los suyos propios. Estas oposiciones tienen que ver con el
enfrentamiento entre modernidad y tradición, entre lo abstracto y lo figurativo,
entre lo individual y lo colectivo, entre lo rotundo y lo permeable.
Por ejemplo
el debate entre tradición y modernidad se expresa en la edificación atendiendo,
por un lado, a la composición de las fachadas que muestran un sereno espíritu
clasicista (reforzado por la elección de la piedra arenisca de Salamanca para
su revestimiento), advirtiendo ciertas influencias de la interpretación de la
antigüedad realizada por la arquitectura italiana y nórdica; y, por otro lado, observando
la propia configuración volumétrica del edificio, que articula piezas muy
diferentes que se corresponden con los usos que albergan, mostrándose como un
mecanismo funcional coherente con las aproximaciones de la modernidad hacia
este tipo de edificios.
La plaza también
participa de este planteamiento híbrido. El edificio renuncia a la autonomía que
le habrían dictado los cánones modernos y se convierte en la razón compositiva
del espacio urbano a través de una serie de juegos geométricos y de simetrías
aparentes. Además, los soportales y los pilares de la marquesina evocan la
tipología tradicional de las plazas mayores españolas. Pero esta posición clasicista
contrasta con la estrategia compositiva de los alzados, seriados y abstractos,
sin concesiones figurativas, siguiendo una clara adscripción moderna.
Detalles de la Plaza del Ayuntamiento de Logroño:
pórticos, auditorio posterior y fuente-escultura de Francisco López.
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La plaza triangular
expresa el gesto de atraer la circulación de la Avenida de la Paz hacia ese vértice tensionado donde se encuentra
el acceso al Ayuntamiento. El extremo de la fachada larga, muestra otro de los recursos
habituales en la arquitectura de Moneo. El edificio termina antes de llegar a
su vértice, pero dejando continuar una delgada losa de cubierta que más parece
una vela que se apoya en el vértice final ocupado por una torre con reloj.
Nuevamente aparecen las mezclas con la evocación tradicional de la “torre del
reloj” dentro de una composición moderna. También en el “corte” de la fachada se
repite el contraste, en este caso entre abstracción y figuración, pues al paño
ciego se le adosa una fuente que incluye una escultura femenina (la “Dama de la
Fuente”) obra de 1984 del escultor Francisco López Hernández.
Con todo, el
Ayuntamiento de Logroño consiguió expresar una monumentalidad y
representatividad contemporáneas que trasladó al espacio de la gran plaza
delantera. El edificio se convirtió en un
hito para la arquitectura civil española y la nueva plaza se integró en la ciudad
con naturalidad, acogiendo numerosos actos públicos, ferias, exposiciones, conciertos
y otras actividades ciudadanas.
Plaza del Cardenal Belluga de Murcia, ortofoto.
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Aunque hay
discrepancias en torno a la fecha de fundación de Murcia, la versión más
aceptada fija el año 825 como su inicio, gracias a la iniciativa de Abderramán
II. Madina Mursiya pronto lideró la
fértil vega del rio Segura y sus explotaciones agrícolas (existentes ya en
tiempos de los romanos). La ciudad musulmana tuvo varios momentos de esplendor
como cabeza de taifa y se dotó de
unas importantes murallas (las segundas y definitivas fueron levantadas en el
siglo XII) y de un Alcázar (hoy desaparecido, aunque se han encontrado
vestigios bajo la Iglesia de San Juan de Dios). En 1243, Murcia se sometió al
vasallaje cristiano incorporándose al Reino de Castilla, aunque manteniendo el
predominio musulmán. Pero tras la rebelión mudéjar, en 1266, la ciudad pasó
definitivamente a la órbita cristiana y, por ejemplo, la mezquita mayor fue
reconvertida en Catedral de Santa María (cabeza de la Diócesis de Cartagena
desde 1291).
La pérdida
del carácter fronterizo de la región hizo que desde 1488 la muralla fuera
desapareciendo paulatinamente, permitiendo el crecimiento de la ciudad. No
obstante, sus extensiones serían moderadas hasta llegar el siglo XX, cuando
impulsada por la agricultura y sus industrias derivadas, así como por el
posterior desarrollo del sector servicios, Murcia se convertiría en la séptima
ciudad de España por población.
La Plaza
del Cardenal Belluga.
La Plaza del Cardenal Belluga en Murcia no
es una plaza muy antigua. Su configuración se remonta a 1759, como resultado de
una remodelación de la Catedral y de su entorno. La Catedral de Santa María era el gran hito de la ciudad, desde que
aquella primera mezquita reconvertida fue sustituida por un nuevo templo levantado
entre 1385 y 1467 (fecha de su consagración) al que se le irían sumando adiciones
como la Torre Campanario o diversa capillas.
Murcia en 1821. Pueden identificarse junto al límite
sur, la catedral y la plaza del Cardenal Belluga.
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La
transformación urbana aludida surgió a partir de la necesidad de reparaciones
en la fachada principal, que se había visto afectada por seísmos e
inundaciones. Su repercusión fue urbana porque la actuación fue más allá de
unas reformas puntuales. La decisión fue construir un nuevo imafronte, que
sería diseñado por el arquitecto Jaime Bort, quien creó una de las cumbres del
barroco español tardío. Esta
nueva y extraordinaria fachada, que se levantó entre 1738 y 1753, fue planteada
como un retablo abierto al exterior, proporcionando al espacio que se reservó
delante de ella una significación muy poderosa. Este atrio completaría su
carácter de plaza con la renovación del Palacio
Episcopal que se acometió en paralelo, cerrando el espacio por el sur. Las
obras comenzaron en 1748 con la
intervención de diferentes arquitectos y fueron concluidas en 1768. En esa
primera configuración, los otros dos laterales del nuevo espacio trapezoidal
quedarían conformados por edificios residenciales.
Contiguo a la
Plaza del Cardenal Belluga, pero sin
participar en ella, se construyó en el siglo XIX el nuevo Ayuntamiento de Murcia (en el solar ocupado desde la Edad Media por
el concejo de la ciudad). Esta nueva Casa Consistorial se inauguró en 1848
según la concepción neoclásica del arquitecto Juan José Belmonte. Su fachada
principal se ofrece hacia la ribera del rio Segura (en la Avenida de la Glorieta de España) y su fachada posterior tiene una
tímida presencia en una de las esquinas de la plaza. A pesar esa posición
tangencial, su presencia acabaría siendo determinante en la evolución de este
espacio ya que, a finales del siglo XX, el aumento de las necesidades de superficie
para los servicios municipales llevó al consistorio a comprar un edificio
situado en su parte trasera, al otro lado de la calle San Patricio y con fachada a la Plaza
del Cardenal Belluga (el palacete llamado del Doctoral La Riva).
En el centro de la parte inferior aparece el inmueble
que fue demolido para construir el nuevo edificio de servicios municipales.
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Perspectiva de la Plaza del cardenal Belluga
correspondiente al proyecto.
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El
reconocimiento de la importancia del lugar llevó a Moneo a plantear un edificio cuya fachada a la plaza declaraba firmemente su vocación
urbana. El nuevo plano vertical se configuró como otro retablo enfrentado
al imafronte catedralicio, constituyendo un nuevo “fondo” para la actividad
ciudadana que era muy consciente de la elevada responsabilidad que adquiría,
por su situación frente a la Catedral y por ejercer la representación del poder
civil, hasta entonces ausente del espacio más significativo de la ciudad.
La Plaza del Cardenal Belluga con el nuevo edificio de
servicios municipales.
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La
composición de la fachada presenta dos partes diferenciadas. Cuenta con un
zócalo masivo y rotundo (referenciado con la altura de la planta baja del Palacio
Episcopal) y con un cuerpo superior de gran transparencia, una doble fachada protagonizada
por un estudiado ritmo, casi musical, de pilares de la piedra arenisca que
materializa el conjunto. No obstante, el edificio se relaciona funcionalmente
con la plaza de una forma particular. No cuenta con un acceso directo desde la misma,
que pudiera restar simbolismo a la entrada principal del Ayuntamiento desde la Glorieta de España, sino que se llega a
su interior por la puerta que se abre a la calle lateral (Frenería). El nuevo edificio observa la plaza desde las
terrazas-mirador dispuestas tras los pilares y desde el balcón que le
proporciona la representatividad de su uso municipal. Esta conexión, más visual
que funcional, se manifiesta también en el hecho de que el edificio no tenga un
contacto directo con la plaza ya que se encuentra separado físicamente de la
misma por un estrecho patio inglés que realiza una curva envolvente.
Los trabajos
se complementaron con la remodelación de
la pavimentación de la plaza, que incluía el lateral sur de la Catedral. El
gran objetivo de la actuación era proporcionar al espacio la dignidad que le
correspondía. Para ello fue peatonalizado y despojado de los elementos ornamentales
(fuentes, parterres, etc.) que restaban expresividad a la arquitectura (únicamente
se ha permitido, en el lateral de los edificios de viviendas, la presencia de
una alineación de terrazas de hostelería).
Imágenes de diversas configuraciones de la Plaza del
Cardenal Belluga antes de la última remodelación.
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El gran espacio liberado ha devuelto
a la arquitectura su esplendor. El pavimento
adquiere gran protagonismo. Sobre un fondo de piedra de basalto negro se
trazan una serie de líneas realizadas con mármol travertino blanco que indican
las relaciones entre los diferentes edificios y convergen en el punto de
evacuación de aguas, subrayando la concavidad del espacio de la plaza. Subyace
en esta imagen un cierto eco del pavimento de la Plaza del Campidoglio de Roma. El espacio que acompaña a la Catedral por el sur (calle Apóstoles) continúa con ese mismo
tratamiento en el que sobre el fondo negro destacan varias líneas transversales
blancas relacionadas con la planta del templo (marcando la entrada por la
Puerta de los Apóstoles o convergiendo en el centro de la Capilla de los Vélez,
por ejemplo).
Imágenes de la Plaza del Cardenal Belluga mostrando sus
diferentes fachadas.
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La reforma de la Plaza del Cardenal Belluga (con el nuevo edificio y la remodelación
del espacio urbano) ha transformado radicalmente ese lugar. Antes de la intervención de Moneo,
la plaza estaba configurada por dos diedros enfrentados muy diferentes. Uno era
monumental e institucional (Catedral y Palacio Episcopal), mientras que el otro
era doméstico y privado (lienzo de viviendas y palacete Doctoral La Riva). El plano horizontal entre ambos era poco más que
una pieza de la red de circulación rodada murciana, menoscabando la importancia
de la extraordinaria Catedral (que no contaba con un adecuado “atrio”
delantero).
Tras la
intervención se devuelve la trascendencia al espacio urbano y a su
arquitectura. La introducción del nuevo edificio modifica los equilibrios
espaciales, apareciendo una nueva “tensión”
longitudinal entre esos dos grandes retablos exteriores, el religioso de la
Catedral y el civil del edificio municipal. El Palacio Episcopal ejerce de
elemento de transición entre los dos iconos murcianos, el histórico y el
contemporáneo y las viviendas del lateral norte ofrecen un telón neutro. Además, como
ya se ha apuntado anteriormente, la construcción de la ampliación del edificio
municipal ha modificado el simbolismo de la plaza, que tradicionalmente había
estado vinculada a la órbita religiosa con la Catedral y el Palacio Episcopal. Con
el nuevo edificio, el poder civil adquiere presencia en el espacio más emblemático
de la ciudad y además, la ciudad incorpora un nuevo icono representativo de la Murcia contemporánea.
Aunque fuera de "plazo" respecto a la fecha en que publicasteis este artículo sobre las 3 plazas proyectadas por Rafael Moneo, me gustaría incorporar un elemento más para entender el acierto de su obra en Logroño.
ResponderEliminarEl edificio del Ayuntamiento se abre creando su propia plaza que se encadena, con las plazas-parques de La Glorieta y del Espolón, creando una diagonal de espacios libres que se prolonga, pasando por debajo del Auditorio del Ayuntamiento, y enlaza con el Paseo de la Constitución hasta el Parque del Ebro, pudiendo cerrar este itinerario urbano volviendo, aguas arribas hacia las calles Once de Junio y Bretón de los Herreros, antiguo límite de la muralla, y hoy espacio peatonalizado, a volver a salir al Paseo del Espolón.
A falta del plano correspondiente una simple consulta en Google Maps lo ilustra perfectamente.
Gracias por vuestro trabajo.
José Miguel León, arquitecto, publica "La ciudad visitada. blogspot"
Gracias por tu comentario José Miguel. Saludos
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