Bryant Park en Nueva York es uno de los proyectos más celebrados
en los que participó William Whyte aportando su metodología de análisis y
proyecto.
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Tras la
Segunda Guerra mundial, la reconstrucción de las ciudades y sus crecimientos
supusieron unos retos enormes ante los cuales los postulados del Movimiento
Moderno se mostraron insatisfactorios. Así, a finales de la década de 1950 y,
sobre todo, en los años sesenta, el
urbanismo asistió a una revisión en profundidad. Tras una primera y
trascendental reivindicación del protagonismo
de las personas, vendrían otras oleadas “revolucionarias” tanto desde la arquitectura,
con una óptica morfológica, (a
través de las aportaciones de Aldo Rossi, Robert Venturi o las utopías de Archigram), como desde una nueva visión científica que apostaría por un planteamiento multidisciplinar de fuerte impronta metodológica (con contribuciones
como la Ekística de Doxiadis o el enfoque sistémico de George Chadwick).
En este
primer artículo abordaremos la primera oleada revolucionaria, que se
manifestaría en tres focos principales,
cuyo denominador común era restituir el humanismo como vector fundamental para
la ciudad. El primer foco socavaría la ortodoxia moderna de los CIAM gracias a
la sublevación de una nueva generación de arquitectos (agrupados bajo la
etiqueta de TEAM X); el segundo, se
aglutinaría alrededor de la Fundación
Rockefeller, institución que financiaría una serie de estudios críticos a
investigadores como Kevin Lynch, Jane Jacobs, Ian McHarg, Edmund Bacon o
Christopher Alexander entre otros, que tendrían una enorme influencia sobre el
urbanismo; y el tercer foco, avanzaría una innovadora metodología de análisis y
diseño basada en el comportamiento de los ciudadanos, a partir de las
experiencias de William Whyte o Jan Gehl.
Problemáticas urbanas
tras la Segunda Guerra Mundial.
Tras la Segunda
Guerra Mundial, la escasez de viviendas
en las ciudades occidentales, que ya se arrastraba desde décadas anteriores,
se vio agravada por las destrucciones bélicas, por la baja calidad de buena
parte del parque residencial existente y por la dinámica de migración del campo
a la ciudad. La imperiosa necesidad de ofrecer alojamiento a los ciudadanos
siguió estrategias que llevaron a la marginación inicial de los cascos
consolidados (o lo que quedaba de ellos, en el caso europeo) y a la apuesta por
nuevos crecimientos que se vinculaban al uso prioritario del automóvil. Este
panorama general de déficit residencial, tuvo matices diferenciales en las
soluciones aportadas en una Europa devastada y en los triunfantes Estados
Unidos.
La ciudad norteamericana se enfrentaba a
unos crecimientos desorbitados, también impulsados, en parte, por la numerosa migración
procedente del exilio de la vieja Europa. La necesidad de nuevas viviendas
estimuló la creación de un “american way of life” que se concretaba en inmensas suburbanizaciones periféricas de viviendas unifamiliares (sprawl) fabricadas en serie y en las
que el automóvil era el único medio de transporte posible. En paralelo,
los centros urbanos se reconvertían en centros de negocios expulsando a la
población residente. La conexión entre ambos mundos se realizaba con inmensas
autopistas que estructuraban el
territorio y avanzaban hacia la ciudad destruyendo las tramas históricas sobre
las que se imponían.
El escenario
en el viejo continente era distinto. Durante la reconstrucción europea, el sector inmobiliario encontraría en las
ideas del Movimiento Moderno la “solución” para abordar la ingente demanda de
vivienda. El racionalismo justificaba la autonomía de la arquitectura, la
disolución del espacio urbano, la seriación e industrialización, o la
zonificación estricta, y estas ideas serían
recogidas y pervertidas por un mercado ávido en crear oferta para recoger
beneficios rápidos. Con esa justificación ya no era necesario “planificar” más
allá de la propia actuación y fueron surgiendo conjuntos residenciales (ciudades dormitorio), con graves
déficits dotacionales, mal conectados con el resto de la ciudad, y dependientes,
en gran medida, del automóvil.
Esto derivó hacia
un tercer escenario de preocupación, en este caso común para Europa y Estados Unidos: la regeneración de los “olvidados”
tejidos urbanos centrales. Los destruidos cascos históricos de muchas
ciudades europeas o la desconsideración norteamericana hacia sus núcleos
originales (muchas veces ocupados por viviendas obsoletas e incluso de ínfima
calidad) llevaron a la marginación inicial de los mismos. Pero su posición
central acabó revalorizándolos, aunque a través de un proceso de sustitución
del tejido tradicional que dio paso a una importante terciarización y a la aparición de nuevas promociones
residenciales. La terciarización
(especialmente en el caso norteamericano, que potenció su carácter de centros
de negocios) se caracterizó por la
construcción de elevadas torres de oficinas. La construcción de vivienda nueva de
diferentes escalas estuvo producida, en muchas ocasiones, por operaciones
especulativas que se justificaban como “mejoras” del entorno. En ambos casos,
se realizaron numerosos derribos y los residentes eran expulsados. La alarma
social producida por esos desplazamientos obligados, por la pérdida de las
referencias identitarias, o por la desaparición de un determinado estilo de
vida, puso en pie de guerra a muchos colectivos que se enfrentaron al mercado
inmobiliario, a los políticos, y a los tecnócratas que estaban planificando las
“nuevas ciudades centrales”.
El
desencuentro entre los ciudadanos y sus políticos y diseñadores, el desapego
hacia los modelos de las vanguardias del siglo XX (siempre polémicos, pero
entonces denostados por la perversión que habían padecido) o el desencanto
hacia un espacio con el que los vecinos no se identificaban, generó una gran
desorientación en el mundo urbanístico.
Las oleadas
revolucionarias en el urbanismo de la década de 1960.
Como
consecuencia de lo anterior, desde finales de la década de 1950 y, sobre todo, en los años sesenta, el urbanismo asistió a
una revisión en profundidad. Si la Arquitectura había protagonizado la
reflexión de la primera mitad del siglo XX; en su segunda parte, sería la Ciudad,
el escenario de lo colectivo, la que acapararía los esfuerzos intelectuales
para encontrar rumbos adecuados para ella. La nueva trayectoria surgiría a
partir de lo que podrían considerarse verdaderas “revoluciones urbanas”. El
contenido de las mismas se desarrollará en tres artículos complementarios.
En este
primer artículo abordaremos la primera y trascendental “revolución” urbana, que
supondría un primer golpe, muy duro, a la ortodoxia del Movimiento Moderno. Se
manifestaría en tres focos principales, cuyo denominador común era reivindicar el humanismo como vector fundamental.
- El primer foco socavaría la ortodoxia moderna de los CIAM gracias a la sublevación de una nueva generación de arquitectos (agrupados bajo la etiqueta de TEAM X) que reivindicaba el fin del maquinismo, de la abstracción y de la soberbia arquitectónica, reclamando el retorno del ser humano como centro referencial para la construcción de la ciudad.
- El segundo, sentaría muchas de sus bases teóricas, gracias a la Fundación Rockefeller que aglutinaría a una serie de investigadores a quienes financió sus estudios críticos. Sus conclusiones originarían publicaciones que tendrían una enorme influencia sobre la ciudad y el urbanismo en general. Entre ellos destacaron Kevin Lynch, Jane Jacobs, E. A. Gutkind, Ian McHarg, Christopher Tunnard, Ian Nairn, Edmund Bacon o Christopher Alexander.
- Y el tercer foco, avanzaría una innovadora metodología de análisis y diseño basada en el comportamiento de los ciudadanos, a partir de las experiencias de William Whyte y su “Street Life Project” o de Jan Gehl y su “Life between Buildings”
Después,
vendrían otras oleadas revolucionarias. Una segunda sería protagonizada por la arquitectura,
planteada desde una óptica morfológica
y que, a pesar de que proclamaba su autonomía, veía en la ciudad una guía, un
contexto para su desarrollo. Destacarían las aportaciones de Aldo Rossi, quien
miró al pasado para profundizar en la memoria urbana, generando la noción de
Ciudad Análoga; también las de Robert Venturi, centradas en un presente donde
primaba la comunicación, aunque jugaba irónicamente con los simbolismos del
pasado; o las utopías futuristas y tecnológicas del grupo británico Archigram. (Esta parte se desarrollará en un segundo artículo).
Una tercera
oleada nacería desde la emergencia de una nueva visión científica que privilegiaría el método sobre la forma
concreta, apoyándose en la corriente de pensamiento imperante en la época: el
estructuralismo. Esta última marea revolucionaria, muy influenciada por las
ciencias humanas, apostaría por un planteamiento multidisciplinar. Entre las
contribuciones más relevantes se encontrarían la Ekística de Constantinos Doxiadis o el enfoque sistémico de George
Chadwick. (Esta parte se desarrollará en
un tercer artículo).
Durante esos años y los siguientes se fundamentaría
una nueva cultura para las ciudades con la consolidación de términos como rehabilitación,
capital social, mezcla de usos (Jacobs); percepción, legibilidad (Lynch);
sostenibilidad, ecología (McHarg); participación, patrones (Alexander);
identidad, clúster, flexibilidad (Smithson); diseño de abajo a arriba (Whyte); memoria (Rossi); complejidad,
contradicción, simbolismo (Venturi); tecnología (Archigram); estructura,
sistema (Chadwick), entre otras palabras que se convertirían en habituales y marcarían
el rumbo del nuevo urbanismo de finales del siglo XX.
Hay que
advertir que la agrupación en tres categorías, y su secuencialidad, es un artificio
didáctico y puede ser discutible, dado que todos los autores fueron coetáneos, conocieron
de primera mano las realizaciones de los otros y se influyeron entre sí. De
hecho, algunas de las aportaciones individuales tienen “deudas” con las
contribuciones del resto.
Comenzamos por la revolución
“humanista”,
profundizando en los tres focos en los que se originó.
Primer Foco: el
derrumbe de la ortodoxia moderna y la Carta de Atenas.
Los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) reunieron a los arquitectos de vanguardia entre 1928 y
1959. En este año, la organización se disolvió, “dinamitada” desde dentro por
una nueva generación de arquitectos que buscaba otros horizontes para la
arquitectura y, especialmente, para las ciudades. La crisis arrancó en el CIAM
IX (1953) celebrado en Aix-en-Provence (Francia). Allí se asistió a una sublevación
en toda regla protagonizada por jóvenes arquitectos de la llamada tercera generación.
El grupo
rebelde sería encargado de organizar el siguiente CIAM, el décimo, y por eso
adoptaron el nombre de TEAM X (Equipo Diez), que conservarían tras la
desaparición de los congresos originales. El décimo congreso se celebraría en Dubrovnik
(entonces Yugoslavia, hoy Croacia) en 1956 y en él se expondrían con crudeza
las diferencias irreconciliables que certificarían la muerte de los CIAM en
1959, con la undécima y última reunión que se celebró en Otterlo (Holanda).
Varios de los miembros más significativos del TEAM X.
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Georges Candilis, Peter y Alison
Smithson, Aldo Van Eyck y Jaap Bakema con Jo van den Broek.
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La
revolución, liderada por el holandés Aldo van Eyck y los ingleses Alison y
Peter Smithson, proponía una revisión en profundidad de la ortodoxia
racionalista, que consideraban insatisfactoria y desenfocada con la realidad. El
punto de mira se fijó en la simbólica Carta
de Atenas que, según ellos, era un documento “dogmático” que proponía un
modelo simplista y requería una nueva formulación más compleja. Reivindicaban
el protagonismo de las personas y la consideración de sus necesidades
“psíquicas” y “socio-emotivas”, que debían incorporarse a la planificación de
la ciudad como una directriz básica. Propugnaban también el fin de la era
“maquinista” y abstracta, así como la soberbia arquitectónica que pretendía
“educar” a los ciudadanos.
El grupo
reunió a algunos de los arquitectos jóvenes más brillantes de la época, como fueron
los holandeses Jaap Bakema (1914-1981) y Aldo van Eyck (1918-1999); los
ingleses Alison Smithson (1928-1993) y Peter Smithson (1923-2003); el griego
afincado en Francia, Georges Candilis (1913-1995); el italiano Giancarlo De
Carlo (1919-2005); y el norteamericano residente en Francia, Shadrach Woods (1923-1973).
A éstos se les sumarían otros componente entre los que cabe destacar al español
José Antonio Coderch (1913-1984), el japonés Kenzo Tange (1913-2005), el
británico afincado en Suecia, Ralph Erskine (1914-2005), el francés de origen
serbio, Alexis Josic (1921-2011), el finlandés Reima Pietilä (1923-1993), el alemán
Oswald Mathias Ungers (1926-2007) o el también holandés Herman Hertzberger (1932).
El grupo fue
muy activo tanto intelectualmente como intentando llevar a la realidad sus ideas
(aunque al principio fueran presentadas en concursos, con escaso éxito). Las ideas defendidas por el TEAM X pueden
sintetizarse en tres términos novedosos para la época: asociación, identidad y
flexibilidad.
Frente a la estricta
zonificación funcional defendida por la “vieja guardia”, el TEAM X planteaba
que las ordenaciones urbanas debían tener en cuenta cómo se agrupaban realmente
las personas. En consecuencia, el grupo crítico propuso una nueva forma de
abordar el hecho urbano, partiendo de la investigación sobre los principios
estructurales del crecimiento de la ciudad, que partían de la agregación de
células familiares, es decir de la casa, para dar paso a la creación de la
calle (como lugar de encuentro social), del distrito y finalmente de la ciudad. El desarrollo de este proceso de asociación se oponía radialmente a la segregación
funcional propugnada por la Carta de
Atenas. Casa, Calle, Distrito y Ciudad serían los niveles de asociación y
por lo tanto los nuevos paradigmas sobre los que estructurar las ciudades.
Para el TEAM
X, la ciudad es una comunidad que necesita tomar conciencia de sí misma y para
ello es fundamental la constitución de una identidad
nítida que proporcione el sentimiento de pertenencia y cohesione el grupo. Por
esto, rechazaban los entornos desfigurados, abstractos y anónimos propuestos
por la ortodoxia racionalista (una “nada higiénica y organizada” según definía
Aldo Van Eyck) y reivindicaban la construcción de espacios con potencial
identitario sin recurrir a la memoria (como plantearía Aldo Rossi en esos mismos años).
Maqueta de la Universidad Libre de Berlín, proyecto de
Candilis, Josic y Woods en el que
experimentaron la construcción mallada (MatBuilding).
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La reflexión
urbana realizada por el TEAM X concluiría que la esencia de las ciudades era su
capacidad de cambio permanente. Crecer o renovarse interiormente son dos
expresiones del cambio y la ciudad, como entidad que nunca está acabada ni
completa, se encuentra en transformación continua. En consecuencia, la clave para
el diseño urbano debe ser la flexibilidad.
EL TEAM X rechazaba las planificaciones a futuro que abrían grandes incertidumbres que no podían gestionarse por
la imposibilidad de anticipar el porvenir. En contrapartida, propugnaban
respuestas más concretas a los problemas que fueran surgiendo sobre la base de
estructuras que admitieran variaciones. La flexibilidad se vinculaba así al
concepto de estructura, de forma que sobre una base firme, existiera un
contenido coyuntural, intercambiable, que pudiera dar respuesta a los cambios
sociales. Para ello definieron dos tipos estructurales:
- El primero es el cluster (racimo), que adoptaba la forma de un tronco sobre el que van incorporándose piezas complementarias y diferentes. A partir de esta noción surgirían otras que buscaban precisar más el concepto, como en el nuevo modelo de calle, el stem (tallo) que ideó Shadrach Woods y que materializó con Candilis y Josic en la dalle de Toulouse-Le Mirail.
- El segundo es la web (malla, red o tela de araña), inicialmente indiferenciada, con una jerarquía desdibujada, en la que la importancia de los espacios y los flujos surgía del uso y valor que se les proporcionaba. Esta noción iría evolucionando hacia concepciones más matizadas en construcciones horizontales como el Groundscraper de Shadrach Woods o el Mat-Building (edificio-alfombra) de Alison Smithson.
Segundo Foco: la
Fundación Rockefeller financia la revolución urbana norteamericana.
La dinámica
urbana norteamericana comentada anteriormente encontraría en Nueva York un caso
paradigmático. Las actuaciones lideradas por Robert Moses durante las décadas
de 1930 y 1940, asistieron en los cincuenta a un nuevo esplendor y las
autopistas aparecieron, no solo en los territorios del entorno potenciando la
suburbanización (como en Long Island),
sino en la propia ciudad (particularmente en Manhattan) para facilitar la
comunicación centro-periferia. Pero estas inmensas infraestructuras (autopistas
de varios carriles, escalextrics,
aparcamientos, etc.) estaban produciendo heridas irreparables en la ciudad,
justificadas en la teórica mejora de la baja calidad de las viviendas o en la
incapacidad de las zonas tradicionales para adaptarse a las exigencias del
momento. Así, para dar paso a las nuevas “arterias” se produjo el derribo de barrios
enteros. Uno de estos proyectos fue la reforma del Lower Manhattan y, concretamente, la remodelación de Greenwich Village, con la desaparición
de Washington Square incluida (la plaza
iba a ser atravesada por una gran avenida). La contestación ciudadana fue
enorme, dando origen a un movimiento vecinal que, abanderado por una
hiperactiva Jane Jacobs, consiguió paralizar y abortar la transformación.
En aquellos
años cincuenta, la situación del urbanismo norteamericano (y de la costa este
en particular) era muy confusa y expresaba la falta de criterios compartidos
por toda la sociedad. Frente a este estado de la cuestión, la Fundación
Rockefeller decidió poner en marcha un programa
de becas para financiar estudios críticos sobre la planificación de ciudades,
que debían prestar especial atención a los factores culturales, humanos y
estéticos. Toda una declaración de intenciones que se enfrentaba al funcionalismo
radical del Movimiento Moderno, que había descuidado (o incluso
rechazado) la consideración de los
aspectos humanos, y a los grandes tecnócratas que no tenían en cuenta los
deseos de la ciudadanía.
La Fundación
Rockefeller había nombrado Director Adjunto para las Humanidades a Chadbourne
Gilpatric en 1949, quien ascendería a
Director Asociado en 1956. Gilpatric se reunión en muchas ocasiones con Jane Jacobs (1916-2006), intelectual y activista, reconocida por su
oposición al proyecto de Moses para Greenwich
Village y que entonces era editora de la revista Architectural Forum. Las inquietudes de Jacobs eran compartidas por
Gilpatric y ella contaba con el contacto de intelectuales y profesores
universitarios inquietos, que estaban comenzando a alumbrar nuevos caminos para
las ciudades. Así pues, la Fundación Rockefeller comenzaría a financiar
proyectos de investigación urbana que resultarían trascendentales en la
evolución del cuerpo teórico del urbanismo internacional. Jane Jacobs colaboraría
en la selección de arquitectos, urbanistas y paisajistas como Kevin Lynch, E.
A. Gutkind, Ian McHarg, Christopher Tunnard, Ian Nairn, Edmund Bacon o
Christopher Alexander entre otros, que realizarían algunas de las aportaciones
teóricas más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
La propia
Jane Jacobs también recibiría el estímulo para la publicación en 1961 de su
libro The Death and Life of Great American Cities (La muerte y la
vida de las grandes ciudades de América), que significó un hito para las
ciudades y particularmente para la reconsideración de los centros históricos y
las comunidades que habitan en ellos. Jacobs resaltaría el valor de la vida de
barrio, de las personas y de su interacción, de las ventajas de la densidad, de
la ciudad de los niños, de la movilidad cercana, del pequeño comercio, etc. y
rechazaría las gigantescas y especulativas propuestas tecnocráticas que
dominaban el urbanismo de la época. El influyente libro, que pondría en
circulación innovadores conceptos como “capital social” o “mezcla de
usos”, supuso un antes y un después en el
diseño de ciudades.
No obstante,
la primera beca sería otorgada a Gyorgy Kepes y Kevin Lynch (1918-1984) del Massachusetts
Institute of Technology (MIT) para estudiar los fundamentos de la
percepción humana y su comprensión sobre el entorno urbano. La investigación,
con un importante trabajo de campo en el que ciudadanos anónimos realizaron
“mapas mentales” de su ciudad, establecería interesantes y prácticas conclusiones
sobre la legibilidad urbana y la creación de entornos urbanos a partir de una
serie de cinco elementos (sendas, hitos,
barrios, bordes y nodos). Todo ello quedaría brillantemente expuesto en el
libro de Lynch The Image of the City (La Imagen de la Ciudad), publicado en 1960
y que se convertiría inmediatamente en una referencia para los urbanistas.
Plano de Boston elaborado por Kevin Lynch para su libro
“La Imagen de la ciudad”.
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Otros
pensadores recibirían la ayuda para desarrollar sus inquietudes. Por ejemplo, Ian McHarg (1920-2001), quien revolucionaría
el mundo urbanístico y del paisaje con Design with Nature (Proyectar con la
naturaleza) aparecido en 1969. McHarg sería un pionero en la consideración de
la ecología en la planificación de ciudades y territorios. Desde su publicación,
palabras como diseño sostenible (sustainable
design) o urbanismo paisajístico (landscape
urbanism) comenzarían a ser habituales. Otra de las becas importantes
recayó en la Universidad de Pensilvania desde la que Erwin Anton Gutkin (1886-1968)
escribiría su ambiciosa y monumental historia de la planificación urbanística
occidental (International History of City
Development), cuyos ocho volúmenes se irían publicando entre 1964 y 1968.
Imágenes del libro de Ian McHarg, “Design with nature”
(Proyectar con la naturaleza).
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En 1967
apareció el libro Design of Cities (Diseño de ciudades), escrito por Edmund Bacon (1910-2005), arquitecto
jefe de la Philadelphia City Planning Commission entre 1949 y 1970. Su trabajo
exploró el crecimiento de las ciudades desde la antigüedad clásica hasta la
Filadelfia de 1960 para extraer una serie de recomendaciones de diseño que
resultarían de gran utilidad para los urbanistas. Entre ellas, Bacon resaltaba
la importancia de la forma, de la interacción entre los ciudadanos, la naturaleza
y el entorno construido, o también el valor de la percepción, del color o de la
perspectiva. El libro se convertiría en un texto mítico que influiría
notablemente en la profesión.
Otra figura
relevante fue Christopher Alexander
(1936), entonces un joven arquitecto que comenzaría sus investigaciones apoyado
por la Fundación. La publicación en 1965 de su artículo “A City is not a Tree” (La ciudad no es un árbol) iniciaría un
camino en el que exploraría la capacidad de los usuarios para diseñar su
entorno a partir de una metodología de participación y utilizando modelos y
patrones como herramientas. Las conclusiones se mostrarían en la década
siguiente con publicaciones como The
Oregon Experiment en 1975 (traducido
al español como “Urbanismo y Participación. El caso de la Universidad de
Oregón”), A Pattern Language (Un
lenguaje de Patrones) escrito junto a Sara Ishikawa y Murray Silverstein en 1977,
o The Timeless Way of Building (El
modo intemporal de construir) de1979.
Otros
proyectos de investigación financiados por la Fundación Rockefeller serían, por
ejemplo, los de Barclay Jones y Stephen W. Jacobs, quienes publicaron en 1960
el libro “City Design Through
Conservation”; la obra conjunta de Christopher Tunnard y Boris Pushkarev “Man-Made America: Chaos or Control?”
(1963); o la de Ian Nairn “The American
Landscape: A Critical View” (1965).
Tercer Foco: William
Whyte y Jan Gehl, tras la vida social en los pequeños espacios urbanos entre
los edificios.
William
Hollingsworth Whyte, “Holly” Whyte (1917-1999) fue un sociólogo y urbanista
norteamericano precursor en la renovación metodológica del proceso de diseño
urbano. Tras graduarse en Princeton y servir en la marina estadounidense se
convirtió en redactor de la revista Fortune
desde 1946. Sus artículos sobre la cultura corporativa empresarial y la vida de
las clases medias suburbanas estadounidenses acabaron recopilados en un libro “The Organization Man” publicado en 1956
y que se convirtió en un sorprendente éxito de ventas.
Tras esta
etapa, Whyte comenzó a trabajar con la New
York City Planning Commission donde desarrollaría su novedosa metodología
de análisis urbano, que denominó “Street Life Project”. Como los pintores impresionistas, que
abrieron sus estudios para pintar directamente de la realidad, Whyte comenzó a
observar el comportamiento de los ciudadanos en los propios entornos urbanos.
Para ello utilizó todas las técnicas que estaban a su disposición: realizó
fotografías, filmó películas, tomó datos de campo y mapificó los resultados para
describir la vida pública a través de inputs
objetivos y cuantificables. Hasta entonces nadie había estudiado de una forma
sistemática (diferentes momentos del día, diferentes jornadas, etc.) la manera
en que se ocupaban y utilizaban las calles o las plazas de las ciudades.
Buscaba descubrir cómo y porqué las personas se sentían atraídas por
determinados lugares, como llegaban a ellos y como se desplazaban, de qué forma
interactuaban, en definitiva, como usaban realmente el espacio.
A la izquierda William Whyte preparando la filmación de
espacios urbanos. A la derecha imagen de la película “The Social Life of Smal
Urban Spaces”.
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Su principal
aportación fue colocar a los ciudadanos como los verdaderos protagonistas sobre
los que basar el diseño posterior, para lo cual había que potenciar la observación directa, es decir conocer la “vida social
de los espacios públicos”. Solamente a partir de ese conocimiento exhaustivo y
razonado se podrían diseñar espacios de calidad, ajustados a las necesidades de
la sociedad y los individuos, y que facilitaran el funcionamiento social y la
integración de la comunidad.
Para Whyte,
el sistema de espacios públicos de la ciudad eran las arterias por las que
discurría el “líquido” vital, la sangre, que posibilitaba la vida de la
comunidad. En este sentido apuntó que “The
street is the river of life of the city, the place where we come together, the
pathway to the center” (La calle es el río de la vida de la ciudad, el lugar
donde nos reunimos, el camino hacia el centro). Para conseguir que los espacios
públicos pudieran albergar la vida humana, Whyte abogó por un diseño “de abajo a arriba” (Bottom-Up
Place Design) rechazando el habitual proceso de “arriba abajo” que se
alejaba del sentir de los ciudadanos. En el diseño de abajo a arriba, los especialistas no crean ni condicionan como
demiurgos todopoderosos la vida de los ciudadanos y, ni siquiera, en el mejor
de los casos, interpretan sus deseos en un ejercicio voluntarista, sino que las
intervenciones parten de la comprensión precisa (y directa) sobre cómo usan los
ciudadanos el espacio o sobre sus deseos y preferencias.
Whyte iría
publicando las conclusiones de sus trabajos. Así, en 1958, actuó como editor y
coautor (junto a Jane Jacobs entre otros) de “The Exploding Metropolis”, un libro que focalizaba los problemas del
sprawl suburbano de las ciudades
norteamericanas y criticaba las políticas de movilidad, el declive de los
espacios públicos o las políticas y métodos de planificación y diseño de las
ciudades. El camino iniciado iría siendo presentado en nuevas publicaciones
como “Cluster Development”, aparecido
en 1964; “The Last Landscape”, en
1968; el influyente “The Social Life of Smal Urban Spaces”,
en 1980, que fue presentado en un doble formato: un libro y una película (que
puede verse en vimeo); o “City. Rediscovery of the
Center”, en 1988.
William Whyte publicó sus experiencias metodológicas en
“The Social Life of Smal Urban Spaces”. Lo hizo en un doble formato, libro y
película.
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Uno de los
proyectos más celebrados en los que participaría Whyte sería el Bryant
Park de Nueva York. Promovido desde 1980 por la Bryant Park Restoration Corporation y financiado por la Fundación
Rockefeller, la participación de Whyte y su aportación al proceso fue
trascendental para el gran éxito de la intervención. Whyte, tras sus análisis,
sugirió, por ejemplo, la instalación de las sillas móviles o el descenso del
nivel topográfico para integrarlo en el entorno, ideas que llevarían a delante
Laurie Olin (Hanna/Olin Ltd) y
Hardy Holzman Pfeiffer Associates. El Bryant
Park sería inaugurado finalmente en 1992.
El trabajo de
Whyte germinaría en organizaciones como Project for Public Spaces (PPS) una asociación
sin ánimo de lucro fundada en 1975 por Fred Kent, colaborador y discípulo de
Whyte. Desde PPS se destilaría un método de Placemaking
para ayudar a los ciudadanos a transformar sus espacios públicos.
Detalle de uno de los planos de análisis realizados por
Jan Gehl en Copenhague siguiendo la metodología de observación como William
Whyte (Copenhague. Strøget, el 27 de febrero de 1968 a las 11.45)
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En Europa,
las ideas de Whyte se verían reflejadas en las propuestas de Jan Gehl para Copenhague, que fueron
pioneras en las políticas de peatonalización y nueva movilidad que supusieron
el deseado renacimiento del espacio urbano. Gehl (1936) comenzó a trabajar
sobre el espacio público en los años sesenta y publicó en 1971 “Life Between Buildings: Using Public Space”,
un libro cuya influencia en el ámbito escandinavo fue notable pero que, tras su
traducción al inglés en 1987, revolucionó la actuación sobre los espacios
urbanos (la traducción española es de 2006: “La
humanización del espacio urbano: la vida social entre los edificios”). La
principal novedad de su enfoque fue
observar los espacios públicos desde un
punto de vista que fusionaba la arquitectura con la psicología, ofreciendo una
comprensión diferente de los mismos. Su filosofía de la humanización del
espacio urbano se plasmaría en numerosos proyectos internacionales (que desde
el año 2000 realizaría desde la firma Gehl
Architects, fundada junto a Helle Søholt). En 2103 publicó, junto a Birgitte
Svarre, el libro “How to Study Public
Life” (Como estudiar la Vida Pública) donde ofrece las conclusiones de su
experiencia de más de cincuenta años investigando la vida urbana y los factores
que motivan a los ciudadanos en el uso del espacio público. El libro es también
un compendio en el que muestra sus estrategias, sus herramientas y sus decisiones
para cumplir el objetivo de diseñar espacios para las personas.
Excelente articulo!
ResponderEliminarOportuno y claro. Buen escrito.
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