Vällingby es una de las nuevas ciudades escandinavas
construidas en la década de 1950.
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En 1945 finalizó
la Segunda Guerra Mundial dejando profundas cicatrices en las ciudades
europeas. En un continente dividido políticamente, la penosa situación posbélica
(caracterizada por la devastación y por la falta de recursos para abordar la
recuperación) se vio agravada por una intensa migración del campo a la ciudad
que provocó una necesidad de crecimiento urbano (y de construcción de viviendas)
de una escala desconocida hasta entonces.
En ese difícil
contexto, el recuerdo del horror de la guerra espoleó la reflexión acerca de un mundo nuevo, que debía emerger sobre los
escombros del anterior. La década de 1950 asumiría esa tarea, produciéndose
una transición desde el más absoluto de
los pesimismos hacia el nacimiento de una nueva esperanza, asentada en teorías
y nuevos modelos urbanos (tanto para la reconstrucción como para el
crecimiento). Los logros del periodo fueron de gran interés, pero, acabarían
topando con un agresivo mercado inmobiliario que conduciría al desencanto del desarrollismo. Por esta razón, durante
la siguiente década, el urbanismo asistiría a una revisión en profundidad.
Abordamos la
década de 1950 de una forma panorámica y, por lo tanto, genérica y selectiva, haciendo
referencia a alguno de los casos más paradigmáticos.
La Europa de
posguerra y la problemática urbana.
En 1945
finalizó la Segunda Guerra Mundial. Europa
sufrió doblemente sus consecuencias porque a la devastación bélica hubo que
sumar la escisión del continente en dos bloques irreconciliables. El Telón de Acero separaría el occidente capitalista,
que seguiría el rumbo marcado por los Estados Unidos, del oriente comunista
controlado rígidamente desde la Unión Soviética. Las dos áreas geopolíticas (identificadas
militarmente con la OTAN y el Pacto de Varsovia, respectivamente) escenificarían
una “Guerra Fría” que condicionaría su
evolución en casi todos los aspectos. Pero, a pesar de las discrepancias
ideológicas, los dos ámbitos se
enfrentaron a problemas urbanos similares y sus respuestas estuvieron más
sintonizadas de lo que los protagonistas estuvieron dispuestos a reconocer.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el “Telón de Acero” dividió
Europa en dos ámbitos enfrentados políticamente.
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Europa había
quedado asolada. Muchas de las ciudades principales habían sufrido crueles
bombardeos e incendios que destruyeron buena parte de su extensión, y el campo
no había corrido mejor suerte. Los ámbitos rurales se encontraban arruinados y
las ciudades, a pesar de todo, parecían el único refugio donde conseguir
oportunidades para una nueva vida. Esta idea promovió un acelerado y masivo movimiento
migratorio hacia las áreas urbanas. En consecuencia, tras concluir la
contienda, las ciudades europeas se enfrentaron a un doble desafío: su propia reconstrucción y atender a es intenso éxodo procedente del campo. La llegada
de inmigrantes a las ciudades agravó la delicada situación, sobre todo por la
falta de alojamiento. La grave carencia
de viviendas, tanto para los antiguos residentes (porque miles de viviendas
habían desaparecido) como para los nuevos (que no encontraban oferta), produjo la
aparición de grandes extensiones de infravivienda que tardarían muchos años en
ser absorbidas. Los gobiernos intentaron atajar el problema con programas de
construcción residencial masiva en las periferias urbanas o en nuevas ciudades
que irían surgiendo.
Rotterdam, destruida por los bombardeos de la Segunda
Guerra Mundial.
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El primer
lustro de la posguerra estuvo acompañado por el duelo y el estado de shock generalizado en el que había
quedado Europa. Esta traumática situación iría siendo superada conforme
avanzaron los años de la década de 1950. Entonces se activaron debates sobre los modelos de
reconstrucción y de crecimiento que debían seguir las ciudades, así como reflexiones tipológicas y formales
(aunque el racionalismo sería el
estilo imperante) o propuestas sobre los mecanismos
administrativos más adecuados. Pero estas investigaciones iniciales, y las
actuaciones consecuentes, acabarían encontrando trabas en las imperiosas
urgencias y en la codicia de un mercado inmobiliario que adquiriría tintes
fuertemente especulativos.
La década de 1950, la
transición del pesimismo a la esperanza.
El desastre
de la Segunda Guerra Mundial y sus devastadoras consecuencias sumieron a Europa
en una profunda depresión, pero el continente lograría recuperarse con cierta
rapidez encarando un nuevo horizonte que alimentaría grandes expectativas para
el futuro.
El empuje
necesario para salir del bache llegó con el conocido Plan Marshall (1947) por
el que los Estados Unidos prestaron una importante ayuda económica a sus
aliados durante la guerra. El apoyo no era desinteresado ya que entre los
objetivos del mismo estuvieron el impedir el progreso del comunismo en la
Europa occidental y favorecer la adhesión de esta al american way of life (cuestión que amplió notablemente el mercado
para las empresas y los productos norteamericanos). Con ello, Estados Unidos
lograría consolidarse como el líder mundial (también la Unión soviética puso en
marcha en 1949 su propio plan de ayudas destinado a los países de su órbita, el
COMECON). Europa fue, poco a poco, levantándose y sus países fueron consolidando
alianzas entre ellos (principalmente económicas) que promoverían un largo
periodo de prosperidad (como el Benelux,
la CECA o la primera Comunidad Económica Europea establecida
por los Tratados de Roma firmados en 1957).
Amparada por
la incipiente bonanza, la sociedad europea asistió a un crecimiento sostenido
en casi todos los ámbitos: demográfico, con el baby boom posbélico; industrial, con un incremento notable de la
producción; tecnológico, con la aparición de innovaciones trascendentales; y,
en general, económico, con aumentos muy considerables de los PIB de los países.
En ese contexto se iría consolidando la llamada “sociedad del bienestar” y
también la “sociedad de consumo” (hecho fundamental para cerrar el círculo del sistema
que consolidó el progreso). Los historiadores han calificado al periodo que
transcurre desde el final de la guerra hasta la crisis del petróleo de 1973
como una “edad de oro” del capitalismo (en algunos países, el “milagro”
económico tuvo su propia etiqueta, como en Francia donde es recordado como los Trente Glorieuses, los treinta -años-
gloriosos).
Cartel propagandístico sobre las excelencias del “american
way of life”.
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Así pues, la década
de 1950 representó la transición desde el pesimismo absoluto que caracterizó la
posguerra inicial hacia la esperanza de que era posible edificar un mundo
nuevo y mejor sobre los escombros del anterior, aquel que había desembocado en
una conflagración mundial.
Esta nueva
situación se manifestó particularmente en las ciudades, incrementando, todavía
más, el flujo migratorio desde el campo hacia la ciudad, ya que las
oportunidades, el empleo, y los salarios eran muy superiores a lo existente en
los entornos rurales. De esta manera, las
ciudades, serían el principal escenario de esa transformación social. No
obstante, hay que recordar que los primeros años fueron de gran dureza debido a
la traumática reconstrucción de los centros urbanos, a la grave carencia
de viviendas o al hecho de afrontar el crecimiento de las urbes con escasos
medios. Pero la recuperación económica permitiría, poco a poco, solventar las
privaciones iniciales. Una de
las manifestaciones de esa incipiente sociedad fue el auge del automóvil que tuvo una repercusión trascendental, tanto en
la planificación de los crecimientos de las ciudades como en la renovación de
unos cascos antiguos poco aptos para el movimiento de los vehículos.
Las ciudades
se enfrentaron a retos desconocidos hasta entonces: crecimientos a gran escala,
nuevos modos de transporte, tecnologías inéditas, que provocaron una cierta
desorientación inicial. En este confuso contexto, varios países asumieron el papel de “nación-guía” en la investigación
urbanística moderna en Europa, encaminada a ofrecer soluciones. Inglaterra y los países nórdicos sobresaldrían por sus propuestas de crecimiento
basado en nuevas ciudades autónomas (crecimientos discontinuos). Por otra
parte, Holanda también sería
protagonista por su enfoque para la reconstrucción de los centros históricos. También los debates teóricos se activarían con intensidad, oscilando entre la
realidad y las ensoñaciones utópicas.
En esta búsqueda de referencias, la década produjo tres
hitos urbanísticos que, aunque no se encontraban en Europa, tuvieron una gran
influencia en la evolución del modelo de la Ciudad
Funcional: Chandigarh, Brasilia e Islamabad. Fueron tres ciudades de autor que expresaban la visión de su creador, con un enfoque
diferente en cada caso. Chandigarh (India) fue proyectada por Le Corbusier
en 1951, Brasilia (Brasil) sería diseñada Lucio Costa y Oscar Niemeyer en 1956,
e Islamabad (Pakistán) cuya planificación corrió a cargo de Constantinos
Doxiadis en 1959.
Debates teóricos (la
crisis del funcionalismo y las utopías alternativas).
El recuerdo
del horror de la guerra animó la
reflexión sobre un mundo nuevo. Ese fue el denominador común de debates y
propuestas que gravitaron entre el realismo de las discusiones internas en los CIAM, que acabarían con la ortodoxia
funcionalista, y la utopía, con ejemplos como las “derivas” situacionistas o las superestructuras “móviles”.
CIAM y TEAM X
Los CIAM (Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna) reunieron a los arquitectos de la
vanguardia racionalista entre 1928 y 1959. En este último año, la organización
se disolvió, “dinamitada” desde dentro por una nueva generación que buscaba
otros horizontes para la arquitectura y, especialmente, para las ciudades. La
crisis arrancó en el CIAM IX (1953), cuando se asistió a una sublevación en
toda regla protagonizada por jóvenes arquitectos que se agruparían bajo la
denominación de TEAM X (Equipo Diez).
La
revolución, liderada por el holandés Aldo van Eyck y los ingleses Alison y
Peter Smithson, proponía una revisión en profundidad de la ortodoxia funcionalista,
que consideraban insatisfactoria y desenfocada con la realidad. Reivindicaban
el protagonismo de las personas y la consideración de sus necesidades
“psíquicas” y “socio-emotivas”, que debían incorporarse a la planificación de
la ciudad como una directriz básica, dando fin de la era “maquinista” y
abstracta de la vieja vanguardia. De una manera general, se asistió al
enfrentamiento entre modelos dogmáticos (caracterizados por nociones como
racionalidad, abstracción o zonificación) y modelos flexibles (que
reivindicaban la emotividad, la identidad o la asociación).
Reinterpretación situacionista de París.
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Los situacionistas
Desde el
mundo del arte, de la sociología, y de la cultura en general, comenzaron a
aparecer una serie de utopías que proponían alternativas. Quizá las más
relevante fue la planteada desde la IS (Internacional Situacionista), una organización fundada en 1957 a
partir de experiencias anteriores como la Internacional
Letrista, el Movimiento Internacional
para una Bauhaus Imaginista, o el Comité
Psicogeográfico de Londres. Sus propuestas, inspiradas por el espíritu del
dadaísmo y del surrealismo, intentaron unificar la vida y el arte. El
consumismo, el funcionalismo o la tecnocracia recibieron feroces críticas,
proponiendo nuevas formas de acción colectiva en las que el entorno urbano
pudiera ser transformado con una gran libertad.
Con figuras como
Guy Debord (que había publicado un texto de referencia: “La Sociedad del
Espectáculo”), los situacionistas se lanzaron a la confección de cartografías
producidas por sus investigaciones “psicogeográficas”. La “derive” (deriva)
sería su herramienta metodológica a través de la cual investigaban la creación
de ambientes cambiantes, nómadas, emocionales, azarosos, en los que la
subjetividad y el inconsciente dirigían la organización de los espacios.
Constant. New Babylon.
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Los embriones de las superestructuras.
Otra utopía
característica de la época fue la que propuso alternativas habitacionales
basadas en “superestructuras urbanas”.
Estas ideas surgirían a finales de la década y disfrutarían de su esplendor en
los años sesenta. Algunas de ellas se nutrían de las propuestas situacionistas
(como la New Babylon de Constant) y
otras partieron de algunas reflexiones producidas en el seno del TEAM X,
trabajando desde la tecnología y la noción de agregación y cluster (como las ciudades
espaciales y ciudades móviles de
Yona Friedman). En general sus planteamientos se “despegaban” del suelo y
sobrevolaban el territorio, en una metáfora que expresaba su rechazo de la
realidad heredada para crear entornos totalmente nuevos, puros y libres, sin
condiciones previas.
La reconstrucción
urbana, entre el continuismo y la renovación.
La
devastación padecida por muchas ciudades planteó interrogantes sobre el camino
a seguir para su reconstrucción. El
debate se polarizó entre quienes defendían la restitución de la ciudad al
estado anterior a la guerra y quienes deseaban aprovechar la oportunidad para
levantar nuevas ciudades modernas. No obstante, entre ambos extremos se
produjeron numerosas situaciones intermedias.
La reconstrucción mimética cuenta con
ejemplos como Lübeck o Dresde, por citar una en cada ámbito geopolítico.
En el polo
opuesto, es paradigmática la radical renovación del centro de Rotterdam, que se convirtió en una guía para la intervención moderna en los
núcleos históricos. Esta ciudad holandesa, que había visto desaparecer su casco
antiguo bajo los bombardeos de 1940, aprobó, en 1946, un plan que lo transformaría
sustancialmente desde el ideario funcionalista (y sería la primera actuación
integral del racionalismo en un casco
antiguo). Entre las piezas destacables se encontraba el área comercial Lijnbaan, un nuevo concepto urbano diseñado por Jacob Bakema y Jo van den Broek
en 1953.
Rotterdam, perspectiva del área comercial Lijnbaan proyectada
por Jaap Bakema y Jo van den Broek.
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Berlín también construiría un “faro” referencial sobre
la renovación urbana más radical,
gracias a la celebración de la Internationale
Bauausstellung (Interbau 1957), una exposición
internacional de arquitectura. Esa cita, que estuvo inevitablemente acompañada por
la componente ideológica existente en el contexto de la Guerra Fría, pretendió
recuperar el modelo canónico de las vanguardias arquitectónicas. La
construcción del nuevo barrio Hansaviertel,
sobre las ruinas del anterior, tuvo también un fondo reivindicativo del funcionalismo frente a las propuestas de
reconstrucción dirigidas desde el sector inmobiliario y que estaban desvirtuando
el modelo racionalista. En el entorno de la Interbau,
Le Corbusier construiría una de sus cinco Unités d’habitation (la primera se
había concluido en Marsella en 1952).
Berlín. Unité d’habitation de Le Corbusier.
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Nuevos barrios
(crecimientos en continuidad).
Los nuevos crecimientos también fueron objeto de intensos
debates. Hubo dos estrategias principales: las
de expansión en continuidad con la ciudad existente y las de crecimientos discontinuos
que proponían nuevos núcleos con mayor o menor autonomía. El primero de
ellos, la ampliación continua de la ciudad por medio de nuevos barrios que se
adosaban en la periferia, gravitaba entre propuestas que propugnaban la
reinterpretación de la historia y las que defendían la visión del Movimiento
Moderno.
Nuevamente Berlín se convirtió en campo de experimentación. Como es conocido, Berlín fue una de
las ciudades que había sufrido mayores destrucciones bélicas y, además, se
convirtió en el principal escenario de las tensiones políticas de la Guerra
Fría, viéndose segregada en dos zonas: el sector oeste (pro-occidental) y el
este (pro-soviético). Aquel Berlín de los años 50, asistió también al enfrentamiento
entre las posiciones continuistas y revisionistas. El sector oriental fue el
primero en abordar su reconfiguración, optando por métodos que buscaban recuperar
los valores históricos (y reconocibles) de la ciudad compacta europea, proponiendo
calles, plazas y espacios públicos formalizados, que habían sido denostados por
el Movimiento Moderno. La
intervención más destacada fue la apertura de la gran avenida Stalinallee (actualmente Karl-Marx-Allee),
comenzada en 1952.
Berlín. Stalinallee, hoy Karl-Marx-Allee (Franfurter
Tor)
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El sector oeste apostaría por la “modernidad” y se
convertiría en un escaparate de la vanguardia (con la mencionada Interbau 1957). Además, Berlín tendría otra
oportunidad para mostrar la polaridad entre tradición y renovación, gracias a
un concurso que fue convocado para la planificación general de la ciudad
central. En 1958, cuando todavía se albergaban ciertas esperanzas de unidad
entre los dos sectores de la ciudad (que se verían defraudadas pocos años
después con la construcción del Muro en 1961), se convocó (desde la
administración occidental) un concurso
para el replanteamiento urbano de la ciudad central (Haupstadt Berlin), que supondría una reflexión sobre las
alternativas de reconstrucción urbana (aunque las circunstancias políticas
harían que las ideas no pasaran del papel).
El
crecimiento en continuidad también tuvo que ver con los recursos disponibles (ya
que las nuevas ciudades eran mucho más costosas). Las opciones en uno u otro
sentido serian distintas entre el norte y el sur continental. La
disparidad de medios hizo que las propuestas septentrionales, tecnológicas y
vanguardistas, contrastaran con las realizaciones casi artesanales y más
tradicionales de los países mediterráneos. El caso de Italia es paradigmático. Italia no acometió la creación de nuevas
ciudades, como sucedió en otros países, sino que procedió a la ampliación de las ciudades existentes a través de la
construcción de nuevos barrios en continuidad, suscitando intensos debates
sobre el modelo urbano más adecuado. Allí, una brillante generación de
arquitectos inició una reflexión para unir la limitación de recursos con la
tradición de la ciudad mediterránea. Aquellos años, estuvieron caracterizados
por los barrios de viviendas públicas
promovidas desde el INA-Casa, uno de
cuyos emblemas sería el Tiburtino, proyectado por arquitectos como
Mario Ridolfi y Ludovico Quaroni y construido entre 1949 y 1956 en la periferia
oriental de Roma.
Roma. Barrio Tiburtino.
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Nuevas ciudades (el
crecimiento discontinuo de las ciudades-satélite)
El otro
camino seguido para resolver el crecimiento de las ciudades llevó a la creación de núcleos-satélite, más o menos
vinculados a la metrópoli. La fundación de una nueva ciudad respondía a una
filosofía que había ido consolidándose durante la primera mitad del siglo a
partir de las ideas de ciudad-jardín, pero también era una respuesta a la facilidad de plantear una solución
ex novo, más adaptada a las
necesidades de la sociedad del momento. Tres casos ilustran este crecimiento discontinuo:
las New Towns británicas, las ciudades-satélite de los países nórdicos
y las nuevas ciudades del otro lado
del Telón de Acero.
Al finalizar
la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido se enfrentó a problemas urbanos que
subyacían desde hacía muchos años. La congestión de las grandes ciudades
(especialmente de Londres), la carencia general de viviendas (agravada por las
destrucciones de la contienda y la migración desde las áreas rurales) o el mal
estado general de los barrios obreros, llevaron al gobierno británico a
plantear una estrategia de choque que pretendía
limitar la expansión de las descontroladas “manchas” urbanas, descongestionar
los núcleos centrales, racionalizar los procesos de crecimiento o mejorar las
condiciones de vida de la clase trabajadora. Con estos objetivos, se puso en
marcha un programa sistemático de creación de nuevas ciudades (New Towns). Estos nuevos núcleos
urbanos nacían con vocación de autosuficiencia, aunque su proximidad a las
grandes ciudades, los convirtió en muchos casos en satélites. Entre 1946 y
1970, fueron planteadas treinta y dos new
towns. El largo periodo transcurrido permite categorizar estas nuevas
ciudades en tres “generaciones”, que
cuentan con características propias. La primera de ellas, comenzada a finales
de los años cuarenta, y desarrollada en buena parte durante la década de 1950, marcaría
el rumbo de las siguientes.
Stevenage fue la primera New Town británica de
posguerra.
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Algunas
experiencias lograron reunir la política, la economía, la arquitectura y el
urbanismo, superando el desconcierto posbélico inicial, para crear modelos que
actuaron como faros que iluminaron la ruta. Entre los ejemplos más destacados,
estuvieron las ciudades-satélite
planteadas en los países
nórdicos, cuya “solución” para
la extensión urbana revisaría las bases de la Ciudad Funcional a través de una relación particular con el
territorio y una vinculación muy directa con el transporte público.
Entre las
propuestas que llegaron del norte europeo sobresaldrían las ciudades-satélite construidas
alrededor de Estocolmo durante las décadas de 1950 y 1960 (como Vällingby). Estas nuevas ciudades (denominadas ABC-stad,
acrónimo de “Arbete, Bostad, Centrum”, es decir
“Trabajo, Vivienda, Centro”) fueron concebidas en el marco del Plan General
Urbano de Estocolmo de 1952, bajo la dirección de Sven Markelius, uno de los
arquitectos más relevantes del funcionalismo. También es reseñable Tapiola, la nueva ciudad creada en el
entorno de Helsinki (Finlandia) durante los mismos años.
Uno de los primeros proyectos de Ciudad Funcional realizados en Europa
arrancaría en
Belgrado, la capital de Serbia, a finales de la década de 1940. Esta sería Novi Beograd (Nuevo
Belgrado), la extensión de la ciudad pensada para acoger las principales
instituciones conjuntas de la naciente República
Federal Popular de Yugoslavia y para absorber el gran crecimiento de
población producido tras la Segunda Guerra Mundial. La propuesta de Novi
Beograd tendría también un alto contenido simbólico. Quería significar
la ruptura con un pasado dramático, la expectativa de un nuevo futuro para los
eslavos del sur (pues eso es lo que significa Yugoslavia) y, además, ser un escaparate de la versión socialista
de la ciudad moderna. Pero
Nuevo Belgrado fue un sueño que se desvaneció entre las disputas
internas y el pragmatismo de la cruda realidad. Denostado por la
crítica (a pesar de contar con estimables muestras arquitectónicas), apartado de la historia moderna
“oficial” (aunque siguió fielmente los principios de la Carta de Atenas, con sus virtudes y sus defectos), rechazado por
muchos de sus habitantes (que la tachan de gris, inhumana, de
ciudad-dormitorio, de recinto de marginalidad, etc.), actualmente, Novi Beograd sigue todavía incompleto y
supone un reto muy importante para técnicos y políticos que aspiran a
reorientar su cuestionada realidad.
Belgrado. Novi Beograd.
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Adulteraciones
inmobiliarias de los modelos.
Las encomiables
actuaciones comentadas serían la cara de una moneda que también tuvo su cruz.
En cierto modo, el sueño en el que la modernidad se veía capaz de proporcionar
el hábitat ideal para la nueva sociedad se trastocó en pesadilla, urgido por la
necesidad imperiosa de viviendas y desvirtuado por la ambición del sector
inmobiliario.
El mercado
inmobiliario encontraría en las ideas del Movimiento Moderno la “solución” para
abordar la ingente demanda de vivienda. El racionalismo justificaba la
autonomía de la arquitectura, la disolución del espacio urbano, la seriación e
industrialización, o la zonificación estricta, y estas ideas serían recogidas y pervertidas por un mercado ávido en crear
oferta para recoger beneficios rápidos. Con esa justificación ya no era
necesario “planificar” más allá de la propia actuación (los planes generales resultaban
“innecesarios”) y fueron surgiendo inmensos conjuntos residenciales (ciudades dormitorio), con graves
déficits dotacionales, mal conectados con el resto de la ciudad, dependientes,
en gran medida, del automóvil, y que, además, muchos de ellos acabarían
convertidos en guetos con altos índices de peligrosidad.
Por eso la
esperanza acabaría derrumbándose, sobre todo por la cantidad, ya que la
interpretación “sui generis” que
realizó el mundo inmobiliario sobre el funcionalismo, contó con un amplio seguimiento internacional
y superó ampliamente el número de las realizaciones más comprometidas. Durante
el periodo de 1955 a 1975, se produjeron miles de viviendas reunidas en gigantescos
conjuntos residenciales, densos e inhumanos, que recibirían diferentes nombres
en cada país (como Grands Ensembles en Francia o Polígonos
en España) y caracterizarían la época denominada desarrollismo.
Marsella. La Rouvière.
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No obstante,
a finales de los cincuenta, la explosión demográfica producida por el baby boom de posguerra todavía no había
alcanzado su cúspide y la industria no había llegado a sus niveles máximos de
producción (situaciones que se producirían en la década posterior). Por eso, las
alarmas empezarían a sonar a partir de 1960, momento en el que el urbanismo
asistiría a una revisión en profundidad.
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