La identidad
se construye desde el reconocimiento de elementos idiosincráticos muy diversos.
Algunas ciudades han logrado expresar su
singularidad a través del color que predomina en su “paisaje urbano” (al
menos en el de sus zonas más tradicionales e históricas). En algunos casos, el
lento discurrir de la historia ha ido decantando una pigmentación de forma
natural, casi siempre vinculada a los materiales del entorno próximo (piedra,
ladrillo, etc.). En otras ocasiones, el color es añadido y tiene
justificaciones ambientales o culturales, aunque también existen ejemplos mucho
más artificiales, en los que algunas ciudades han forzado su cromatismo para
lograr ese efecto identitario (habitualmente con fines turísticos).
Ciudades como
Salamanca, Zaragoza, Sevilla, Gerona, Burdeos, Toulouse, o pueblos casi
anónimos que aparecen blancos o negros (incluso ¡azules!), son casos en los que
el color emerge como una seña de identidad principal.
La identidad
se construye desde el reconocimiento de elementos idiosincráticos muy diversos.
Algunas ciudades han logrado expresar su
singularidad a través del color que predomina en su “paisaje urbano” (al
menos en el de sus zonas más tradicionales e históricas).
En algunos
casos, el lento discurrir de la historia ha ido decantando una pigmentación de
forma natural, casi siempre vinculada a los materiales del entorno próximo (piedra, ladrillo, adobe, etc.). Hay
que tener en cuenta que, hasta que los sistemas de transporte se convirtieron
en un medio ágil, capaz, seguro y suficientemente asequible, el traslado de
mercancías era complicado y el desplazamiento de pesados materiales de
construcción era prácticamente inviable. En consecuencia, hasta ese momento, la
arquitectura utilizaba los materiales de su entorno próximo. Esto, además de
abaratar costes, facilitó la integración arquitectónica dentro del paisaje
circundante y favoreció la creación de identidades rotundas, proporcionadas por
la homogeneidad de los elementos utilizados. Piedra y ladrillo son algunos de
los materiales más frecuentes de la arquitectura tradicional (con el permiso
del modesto adobe), pero mientras que la piedra es ofrecida por la naturaleza,
el ladrillo es un material producido por el ingenio humano, espoleado por la
ausencia de aquella. Afortunadamente, las regiones carentes de piedra suelen
contar con la presencia de arcillas, base para la fabricación de ladrillos.
En otras
ocasiones, el color es añadido y
tiene justificaciones ambientales o culturales. Puede ser el caso de la cal (cal apagada, hidróxido de calcio),
que proporciona un característico color blanco, aunque su motivación responde a
otras causas, como la búsqueda de cierto control térmico, la desinfección, la
facilidad de aplicación (y de repintado) y también el hecho de ser un material
barato y duradero. También existen ejemplos mucho más artificiales, en los que
algunas ciudades han forzado su cromatismo para lograr ese efecto identitario
(habitualmente con fines turísticos).
Hay ciudades
en las que predomina un único tono, encontrando ciudades amarillas o anaranjadas, ciudades rojas, pueblos blancos
y pueblos negros, e incluso ¡azules! En otras ocasiones, la
identidad es multicolor, gracias a
gamas de una determinada familia cromática o incluso con colores menos
entonados y muy contrastados.
Ciudades amarillas.
Salamanca, la ciudad dorada.
Salamanca es
una ciudad especial. Quien conoce sus atardeceres lo sabe. En esos momentos, la
piedra de los edificios parece competir con el propio sol, emitiendo los
reflejos dorados que identifican la ciudad y hacen que Salamanca sea mágica.
Salamanca |
El material responsable del color de
Salamanca es la piedra
Arenisca de Villamayor (o piedra
Franca de Villamayor) que se extrae de las canteras ubicadas en ese municipio
cercano. Sale de las canteras con un color amarillo pálido que va adquiriendo
tonos más pardos y rosados con el tiempo, gracias al hierro que contiene y que
se oxida en contacto con el aire. Es una roca fácilmente manipulable permitiendo
labores de labra minuciosa y detallada.
Salamanca, detalle de la fachada de la Universidad.
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Ha sido (y
sigue siéndolo) un material muy utilizado en la construcción salmantina, sobre
todo en la arquitectura noble, con ejemplos en la universidad, en iglesias o en
palacios de la aristocracia (aunque, en tiempos más recientes, se utiliza
igualmente en edificios de viviendas de cierta categoría). La referida
facilidad de labra ha permitido que sea usada también en la ornamentación de
fachadas (pensemos en la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca).
Zaragoza y el ladrillo amarillo.
Zaragoza nace
y se desarrolla en las riberas del rio Ebro, gran cauce que, al llegar a las
inmediaciones de la capital aragonesa, discurre por un amplísimo valle donde
escasea la piedra, pero abunda la arcilla. Y la ciudad hizo de la necesidad
virtud.
Por eso Zaragoza es una ciudad de ladrillo, pero de
un ladrillo muy particular gracias a su color amarillo tostado, que incluso
parece dorado cuando el sol incide sobre él durante los atardeceres.
Zaragoza, Plaza del Pilar.
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Burdeos, de piedra pajiza.
Paradójicamente,
hay un color denominado “burdeos” que
presenta un tono rojo púrpura oscuro y cuya asociación parte del famoso vino de
la región bordelesa. Pero la ciudad de Burdeos tiene otro color que la
identifica. Burdeos es una ciudad de
color amarillo claro, proporcionado por su piedra característica. La piedra
de Burdeos (“pierre de Bordeaux” o “Calcaire
à Astéries”) es una roca caliza que se formó en el Oligoceno, hace treinta
millones de años (en el periodo Terciario Rupeliense). En aquella lejana época,
la región aquitana estaba bajo un mar de aguas cálidas y poco profundas que
propiciaron una gran diversidad de formas de vida. En la gran cuenca
sedimentaron los esqueletos minerales (carbonato cálcico) de los organismos,
para formar una gran base pétrea que, tras la desaparición de los mares, presentó
abundantes afloramientos. Gracias a ello, en la región bordelesa, se fueron
instalando numerosas de canteras, dando origen a una industria de extracción,
tanto a cielo abierto como subterránea, especialmente en la zona de Entre-Deux-Mers.
Burdeos
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Como todas
las calizas, la piedra es sencilla de tallar por lo que es una buena base
escultórica además de ser un gran material de construcción. Pero, además, esa
piedra es un tanto particular. Su color
original varía entre rubio claro y crema, pero, con el tiempo, conforme
envejece expuesta al aire (y a la contaminación atmosférica), va evolucionando hacia tonos superficiales
grises de diferente oscuridad, que le proporcionan una personalidad muy
identificable. Ese color amarillento claro es el color característico de
Burdeos, aunque mezclado con la evolución a grises. No obstante, el Ayuntamiento
está promoviendo la limpieza de la piedra para recuperar los colores originales
de la ciudad.
Ciudades rojas
Toulouse, la ciudad roja
Toulouse es una ciudad de ladrillo. De
ladrillo rojo. De ahí
procede su apelativo como “la ciudad roja”. El entorno de Toulouse es uno de
esos lugares en los que no abundaba la piedra, aunque las llanuras aluviales
del rio Garona proporcionaban una gran cantidad de arcilla. Toulouse dispondría
de numerosas tejerías en las que se modelaban las piezas y se secaban. La
arcilla tolosana dota de un característico color rojizo a los ladrillos que,
por otra parte, tienen unas dimensiones particulares (42 x 28 x 5 cm.) e,
incluso, un nombre propio: brique foraine,
o brique toulousaine.
Toulouse
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Bolonia la ciudad doblemente roja
El rojo del
omnipresente ladrillo y también de muchos estucos, es el color dominante de la
ciudad, presente en sus fachadas y tejados, justificando su apelativo de Bolonia “la rossa”. Pero una
nueva circunstancia potenciaría la denominación de la “ciudad roja”. Desde
1945, Bolonia estuvo gobernada por el Partido Comunista y se mantuvo en el
poder, nada menos que 54 años consecutivos, hasta que en 1999 el ayuntamiento
pasó a manos de una coalición de centro-derecha (aunque solamente por cinco
años, ya que desde 2004 la ciudad vuelve a estar gobernada desde la izquierda).
Esta insólita duración llevó a que la
ciudad fuera doblemente “roja”, tanto por el color de su arquitectura como por
el de los políticos que la gobernaban.
Bolonia
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Pueblos blancos y
pueblos negros.
El color se
convierte, en algunos casos en la etiqueta turística que promociona ciudades o
rutas. Este caso aparece en España con la promoción de la “ruta de los pueblos
blancos” o la “ruta de los pueblos negros”.
Pueblos blancos. Casares
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La primera
ruta, el recorrido “blanco”, discurre
por pueblos ubicados en las sierras andaluzas, principalmente por las
comarcas de la Sierra y la Janda en Cádiz, la Serranía de Ronda en Málaga o los parques naturales de Grazalema y los Alcornocales, situados entre ambas provincias. Estos pueblos, de
arquitectura por lo general humilde, destacan por el blanco inmaculado de sus
fachadas (pintadas desde tiempos ancestrales con cal para repeler el calor
entre otros motivos como los indicados anteriormente). Los “pueblos blancos”
(como Arcos de la Frontera, Casares, Castellar de la Frontera, entre otros) también
sobresalen porque, durante tiempo, estuvieron ubicados en la frontera histórica
entre Al Andalus y los reinos cristianos. Por esta razón, más allá de su color
característico, cuentan con una configuración urbana particular (caseríos
compactos con calles estrechas, sinuosas y empinadas que se encaraman por las
laderas serranas), además de una interesante arquitectura que incluye castillos
y fortalezas.
Pueblos blancos. Frigiliana
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Por su parte, la ruta de los pueblos negros recorre las
tierras altas del noroeste de la provincia de Guadalajara. En este caso, el
color de la arquitectura negra no es añadido, sino consustancial al material
con el que se construyeron los muy modestos edificios que conforman los
pueblos. Las lajas de pizarra y la piedra oscura extraídas del entorno son las
responsables de la peculiar tonalidad negra de esos pueblos. Los conjuntos, en
los que los muros de las casas, sus cubiertas, las chimeneas, e incluso los
pavimentos están construidos con los mismos materiales, proporcionan una
uniformidad cromática de extraordinario atractivo, provocando una sensación de
integración casi perfecta con el ambiente. Destacan pueblos como Valverde de los
Arroyos, Campillejo, Campillo de Ranas, El Espinar, Roblelacasa, Majaelrayo,
Campillejo, El Espinar, Campillo de Ranas o Robleluengo.
Pueblos negros de las sierras de Guadalajara.
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¿Un pueblo azul?
Una extravagancia
colorista llevó a la aparición de un pueblo pintado uniformemente de azul. En
2011, los responsables de marketing de la película “Los Pitufos”, que se iba a
estrenar ese año, buscaban una campaña efectista y decidieron pintar un pueblo
del color azul que caracteriza a esos pequeños personajes. Iba a ser una especie de “pueblo pitufo” que
abandonaba la ficción para aparecer en nuestra realidad.
Tras un
proceso de búsqueda y negociación, seleccionaron el pueblecito malagueño de
Júzcar, cuyos habitantes se mostraron, mayoritariamente, encantados con la
iniciativa. Incluso la aplicación de la pintura corrió a cargo de los propios
residentes que, en época de crisis, dispusieron de un trabajo temporal. El
éxito de la iniciativa, refrendado por la llegada de turistas en busca del
sorprendente pueblo azul, ha llevado a mantener ese color más allá del periodo
pactado con la productora de la película.
Júzcar (Málaga)
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El color de la
tierra.
Como hemos
comentado, la piedra y el ladrillo son los materiales más habituales en la
construcción y, por lo tanto, habituales en la generación de identidades
materiales. Pero no son los únicos. Un caso muy particular es la construcción con adobes y tierra extraídas del mismo lugar.
El adobe es uno de los materiales de construcción más antiguos. Son piezas
moldeadas de barro a las que se añade habitualmente paja para mejorar sus
condiciones de cohesión y resistencia. Los muros de adobe se conforman con el
apilamiento de los mismos (como en el caso de los ladrillos) unidos con arcilla
o morteros de cal y arena para mejorar su asentamiento. Otra vertiente de la
construcción con tierra es el tapial.
Estos muros se levantan gracias a unos encofrados dentro de los cuales se
vierte la arcilla (barro) que luego se prensa. Tras la retirada de los
encofrados, el muro se seca al aire. Estos sistemas constructivos son muy
baratos y sencillos técnicamente. Además, tienen un impacto ambiental muy bajo
y, lógicamente, su reciclado es muy sencillo. Estos muros son buenos aislantes
térmicos y acústicos y presentan bastante resistencia, aunque tienen sus
limitaciones tanto en altura como en lo referente a su gran enemigo, el agua
(cuestión que implica ciertas protecciones en cimentación o con aleros de
cubierta y que lleva a que su uso sea más frecuente en sitios secos y con poca
pluviometría).
Djenné (Malí)
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Esta técnica,
muy habitual en pequeñas aldeas y pueblos de muchos lugares tiene una
representación espectacular en Djenné,
la ciudad de Malí, que se ubica en las proximidades del rio Bani, cerca de su
desembocadura en el río Níger. La ciudad africana es muy conocida por su
arquitectura de adobe y tapial que proporciona un ambiente homogéneo que se
funde con su entorno (la Gran Mezquita es su obra más sobresaliente y conocida
y, por eso, está incluida en la lista del Patrimonio de Humanidad de la
UNESCO). El color de la tierra se extiende a todas las formas arquitectónicas
generando un paisaje de una identidad inolvidable.
Ciudades de varios
colores o ciudades de “gama cromática”.
Hay ciudades
que no tienen un color exclusivo, sino que disponen de una gama que también las
caracteriza. Algunas pueden contar con una paleta reducida pero tan frecuente
que la presencia de dos o tres colores puede identificar a la ciudad. Otras
trabajan en gamas cromáticas entonadas, sin que haya un color especial
destacable, o también con colores muy contrastados (incluso estridentes).
Sevilla: blanca y albero.
Sevilla,
tiene un “color especial” como dice la canción, aunque el acuerdo sobre su
elección no sea unánime. La capital hispalense disfruta de, eso sí, de una luz
particular, intensa y de atmósfera limpia que permite a los colores aparecer
con mucha fuerza e intensidad. Parece que antiguamente la capital andaluza
ofrecía una gran variedad colorística, apoyada en su tradicional cerámica, con
muestras de amarillos y rojos, salmones y calabaza, sienas, azules, verdes,
etc. No obstante, la base de Sevilla es
blanca, de cal, un material ya comentado anteriormente. Sobre ese blanco
fundamental, quizá el color más significativo, más destacado y frecuente, sea
el albero, con su luminoso amarillo anaranjado
(presente también en la arena de los ruedos de las plazas de toros).
Sevilla
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Gerona y la fachada cromática del rio
Onyar.
En 1983, el
Ayuntamiento de Gerona (Girona) aprobó
un Plan Especial de Reforma Interior del casco antiguo de la ciudad, en el que
se abordaba la rehabilitación de las casas que daban al río Onyar. Uno de los objetivos era estético,
buscando la eliminación de muchos de los volúmenes y elementos añadidos con el
tiempo y, sobre todo, proponiendo el
repintado de las fachadas según unos criterios cromáticos y un patrón
compositivo establecidos.
Gerona, fachada al rio Onyar
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“En cuanto a la elección de la gama
cromática empleada, realizada conjuntamente con los artistas Enrique Ansesa y
Jaume Faixó, se ha partido de un estudio riguroso y detallado que ellos elaboraron
a raíz de la recogida de las gamas de color original existentes tanto en las
fachadas del río como los edificios del casco antiguo, que se sintetizaban en
treinta y dos colores (incluyendo colores de fachada y de carpintería),
derivados básicamente de las tierras naturales (ocres, almagres y sienas) y que
aún hoy pueden observarse en muchos pueblos y ciudades de las comarcas de los
alrededores. Los porcentajes utilizados de cada color mantienen una proporción
similar a la existente en el Barrio Viejo, documentada el estudio del Plan
Especial. Dada la inexistencia en el mercado de una carta de colores comercial
que se adaptara a la estudiada, desestimada también la posibilidad de utilizar
técnicas tradicionales (pinturas al temple), con poca garantía de conservación,
se optó por fabricar una carta de colores propia, con pinturas acrílicas de una
resistencia a la intemperie más elevada y que garantizaran a la vez
transparencia de las sucesivas capas a aplicar”. (Josep Fuses i Joan M.
Viader. “La rehabilitació de les cases de l’Onyar”. Presència, 27.11.1983)
El resultado generó
mucha controversia. Los defensores de la actuación mostraron sus argumentos
(que se veían refrendados por los elogios de los visitantes a la ciudad). Pero
también se oyeron muchas voces críticas, que achacaban una falsa teatralidad a
la operación, una impostura que no era coherente con el espíritu del casco
antiguo. En cualquier caso, la pionera acción tuvo una gran influencia y no
fueron pocas las ciudades que buscaron esas gamas cromáticas que potenciaran su
identidad urbana.
No obstante,
son muchas las ciudades que no pretenden ser reconocidas por un color, o una
gama, sino que hacen del color en sí mismo una seña de identidad (con
contrastes, a veces, de lo más chirriantes). En estos casos, se pretende, por
lo general, sorprender con el color, sea en el conjunto urbano o solamente en
una de sus áreas. Sin ánimo de ser exhaustivos (hay muchos ejemplos), pueden
citarse como muestra los siguientes:
- Burano, en la laguna veneciana,
- Menton, en la costa azul francesa,
- Cinque Terre, en Liguria, en la riviera italiana,
- Saint John, en Canadá.
- Pelourinho, barrio del centro histórico de Salvador de Bahía en Brasil, o
- Caminito, en el barrio de La Boca en Buenos Aires.
Burano (Italia)
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Menton (Francia)
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Manarola en las Cinque Terre de la riviera italiana.
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Saint John (Canadá)
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Salvador de Bahía (Brasil). Barrio de Pelourinho.
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