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Los pueblos de colonización construidos durante el
franquismo constituyen un conjunto de gran interés urbano, arquitectónico y
social. En la imagen, Cartuja de Monegros (Huesca)
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No es lo
mismo crear una ciudad singular que activar un programa de fundaciones
urbanas. En estos casos, la exclusividad deja paso a la aplicación de
modelos, como sucede en los procesos de colonización interior afrontados
por muchos países para consolidar posiciones o mejorar el aprovechamiento del
territorio propio.
A lo largo de
la historia de España ha habido diferentes momentos en los que, por diferentes
causas, se ha procedido a esa implantación sistemática de asentamientos. Una de
esas programaciones se produjo tras la Guerra Civil, con los denominados poblados
agrícolas del franquismo, que fueron el resultado de la política autárquica
adoptada. Para potenciar la agricultura se apoyaron en dos bases: en primer
lugar, en el agua, que debía transformar tierras de secano en regadíos y,
en segundo lugar, en las gentes, en los colonos que se comprometían a sacarles
rendimiento.
Entre
mediados de la década de 1940 y principios de los setenta se construyeron aproximadamente
trescientos pequeños pueblos de colonización, algunos proyectados por
destacados arquitectos del momento, que constituyen un conjunto de gran interés
urbano, arquitectónico y social. Vamos a acercarnos, como ejemplo, a las nuevas
poblaciones que se levantaron en los Monegros de Huesca.